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Psicología inversa o una docena de consejos para no ser un gran profesor

Psicología inversa o una docena de consejos

PARA NO SER UN GRAN PROFESOR

Alma Karla Sandoval Arizabalo*

No entiendo por qué la gente se asusta de las nuevas ideas. A mí me asustan las viejas.

JOHN MILTON CAGE

En el presente texto se dialoga en vía contraria a lo que se consideran buenas prácticas docentes: esos procedimientos gracias a los que el aprendizaje es garantía. Sin embargo, el discurso desde el cual se enuncian dichos comportamientos no rebasa el tono del manual monocorde que el mismo profesor rechaza. Por ende, este ensayo juega a recomendar lo que hay que hacer si no se desean buenos resultados en el aula, por ejemplo: no leer, no transmitir entusiasmo, resistirse a la innovación, rendirse, desdorar el magisterio, abrumar con tareas o aniquilar la creatividad de los estudiantes. En una suerte de psicología inversa, se explica lo que puede ocurrir, y de hecho sucede, si no se da una verdadera transformación de las dinámicas entre los profesores y los alumnos, en el salón de clases.

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estimada o estimado profesor, a continuación, encontrarás unos consejos en contravía para ser lo que se dice, un muy mal docente:

1. No aprendas junto a tus alumnos

Llegará el final de la escuela tal y como la conocemos, ¿estamos preparados? Lo más seguro es que no. Los paradigmas, desde hace una o dos décadas, han venido rompiéndose, y la mayoría de los maestros no se adaptan a ese vértigo.

* Profesora de cátedra en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), campus Cuernavaca.

Shutterstock Desde la educación basada en competencias –a la que muchos han resistido–, hasta las pedagogías sexis, con la gamificación como bandera, una de las pocas verdades es que los alumnos cada vez creen menos en lo que el docente les dice. “Quiero aprender algo que no pueda encontrar en Google”, nos desafían. Así que, como asegura el connotado pedagogo Peter Senge:

La idea de que los profesores tienen las respuestas y por eso lideran el aprendizaje, ya no sirve, nadie sabe cómo se resolverán los problemas que ya nos afectan hoy […]. Los niños lo saben y por eso no se enganchan a la escuela, porque el profesor actúa como si tuviese todas las respuestas. El aprendizaje en el colegio se centra en evitar cometer errores. El contexto autoritario dentro de la escuela es tal que los chicos solo quieren complacer al maestro (“El profesor…”, 2017).

Así que ahí tienes una primera sugerencia: sigue siendo autoritario. Finge que puedes responder cualquier pregunta y condena cualquier error de tus educandos.

2. Olvídate de innovar u obsesiónate con ello

Teorías van y teorías vienen sobre lo que significa innovar. La mayoría se asientan en el panorama tecnológico, en cómo aplicarlas a la industria. Cuando hablamos de educación, la idea incomoda al profesor más tradicional, más hermético. Si eres de esa tribu, te irá muy bien manteniendo tus viejas convicciones para no ser un maestro actualizado y fracasar. Para que no te alejes por completo del tema, aquí unas nociones de Manuel Rivas Navarro (2000) para quien la innovación es un acto que se relaciona con la incorporación de algo nuevo en una realidad existente, modificando su ser y su operar, de modo que sus efectos resulten mejorados. Para muchos, lo nuevo no funciona porque son sólo invenciones que hacen perder el tiempo y/o justificar el poco dinero que nuestros gobiernos destinan a la investigación. No saben que existen diferencias entre lo que es un descubrimiento, una invención y la innovación como tal. El primero es cualquier cosa que aumenta nuestro saber. La segunda consiste en aplicar ese hallazgo. La tercera significa servirse de esos conocimientos y prácticas para potencializar las estructuras o procesos de una determinada institución o de un sistema. Si miramos bien, ser innovador tiene todo que ver con la ética, pues si lo que se persigue es la mejora de nuestra actuación en el aula, resulta muy difícil lograrlo sin probar algo nuevo. En teoría, entonces, el profesor de este siglo no sólo es innovador, sino que honra su palabra con sus actos.

3. Nunca leas

La literatura, ese grano de delirio que todos llevamos dentro, sin el cual sería en verdad imprudente vivir.

FEDERICO GARCÍA LORCA

Se sobrevive sin lectura, claro. Pero la vida humana –la de la conciencia y la imaginación, la que se separa de la que es sólo vegetal, la que depende de la fotosíntesis; y la animal, la que es determinada por el instinto– requiere de reflexión, de abstracciones, de sueños. Nuestras vidas se marchitan intelectualmente sin libros que las humedezcan. La lectura es agua clara. No entendemos que resulta imposible ser un gran docente sin estar leyendo. A lo sumo, uno es un repetidor de sí mismo, de viejos modelos que ya no aportan nada a educandos cada vez más retadores. No es que la lectura sirva para aprender y por eso, como indica Benito Taibo,1 retrocedamos ante ella. Sucede que leer nos permite gozar, resistir, divertirnos. He ahí una de las grandes verdades de la lectura: es la entrada a paraísos de los cuales nos apartan la pereza, los prejuicios y el miedo a transformarnos en otros seres; en personas que no son como las demás, en individuos raros, dialogantes, inquietos, tránsfugas. Un lector termina yéndose cada vez más lejos en sus conversaciones, en sus deseos, en sus ideas que crecen y se multiplican como rizomas. Nadie lo puede alcanzar porque nadie puede leer por otro, así como no se puede amar ni olvidar en nombre de lo que no se ha vivido. La lectura, experiencia intransferible, una intensa y luminosa manera de vivir, lo que se dice vivir sin conformarse con lo que hay: lo de siempre, lo que a cada uno le toca por orden de un decreto que nada tiene que ver con nuestras búsquedas. Leer es protestar, edificar, refugiarse, exponerse a la bellísima aventura hacia dentro de nuestras mentes. Y eso que no hablo del corazón, ese órgano sangriento que se vuelve un preceptor de la alquimia cuando leemos. Leer es básico para enseñar porque significa contagiar vida consciente y sensible, es decir, ansias de saber, de curiosear el universo. Podemos discutir lo que quieran, pero un maestro que no lee es un impostor. Si lo tuyo son las máscaras, aléjate de los libros lo más que puedas.

Una coda, en El lector literario, un libro cuyo autor es Pedro C. Cerrillo, encontramos esta frase menos poética, pero muy lógica:

Quien tenga la responsabilidad de mediar entre libros y lectores (de manera especial, los profesores), y sobre todo si los lectores son niños, adolescentes o jóvenes,

1 En esta charla TED que ya es un clásico de la promoción de la lectura en México: <www.youtube.com/ watch?v=iTEz1yOmepQ&t=50s> [consultado: 31 de marzo de 2018].

elmexiquensehoy .blogs pot .com

Shutterstock no debe olvidar que la lectura literaria posibilita en el lector la construcción de un mundo imaginario propio, dando respuesta así a la necesidad de imaginar que tienen las personas, una necesidad básica en todas las edades. Por otro lado, la lectura literaria ayudará al niño lector y al lector adolescente –es decir, a las personas en las primeras etapas de la vida– a captar ideas o sentimientos, a desarrollar la imaginación, a simular situaciones o estados de ánimo, a experimentar sensaciones o a viajar figuradamente a otras épocas o a otros mundos (2016: 14).

4. Únete al bullying

Sigamos admitiendo que se puede crecer violentamente, que no pasa nada. Abracemos estas ideas: todos tenemos cicatrices. A todos nos hicieron burla alguna vez. Es normal. No hay que hacer tanto escándalo. Es más, que los acosen para que aprendan a defenderse. El mundo es eso. “Si te pegan, mijo, tú también”, escuchamos decir a los padres de familia. Así se vive en las aulas, al son del ojo por ojo. Y no nos sorprendamos de que desde preescolar se instaure este modo de existencia. Los maestros se unen al bullying, término usado por primera vez por el doctor Dan Olweus, por allá de los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando comenzó a estudiarse a fondo esta problemática. Los suecos fueron los primeros en hablar del acoso escolar como un tipo de violencia entre iguales que contamina el clima escolar. Si como docentes cruzamos los brazos o, lo que es peor, con nuestro silencio o nuestra risa frente a algún abuso, no hacemos nada, no establecemos límites, estamos haciendo muy bien si lo que buscamos es convertirnos en cómplices de heridas, de cicatrices internas que deformarán la psique de nuestros estudiantes cuando pudimos, alguna vez, contribuir para que sucediera lo contrario.

5. Aplasta la creatividad de tus estudiantes

Ken Robinson, en su charla TED que ha tenido más de cuarenta millones de vistas y cuyo título es “Las escuelas matan la creatividad”,2 sostiene algo que ya sabemos, que descubrimos pronto: todos los niños y jóvenes poseen innegables talentos y los malgastamos. De hecho, al crecer, no adquirimos más creatividad, sino que la perdemos. La adaptación a este sistema educativo que se

2 Se puede encontrar en este enlace: <www.youtube.com/watch?v=nPB-41q97zg&t=44s> [consultado: 31 de marzo de 2018].

forjó como una herramienta de apoyo a la Revolución Industrial, necesita egresados que no hagan preguntas, que no alteren el orden desarrollando su sensibilidad artística, un componente inherente a lo humano. Curiosamente, esas materias que la impulsan son las primeras en ser desterradas de los nuevos planes de estudio. Si se debe ahorrar por la continua falta de presupuesto, es en educación artística y humanidades donde se mete la tijera con saña. En todo el orbe, asegura Robinson, existe una jerarquía de materias: primero van las Matemáticas, los idiomas, luego las Humanidades y al final, claro, el Arte, porque según Nuccio Ordine:

No por azar en las últimas décadas a las disciplinas humanas se las considera inútiles, se las margina no sólo en los programas escolares sino sobre todo en los capítulos de los presupuestos estatales y en los fondos de las entidades privadas y las fundaciones. ¿Para qué gastar dinero en un ámbito condenado a no generar beneficios? ¿Por qué destinar fondos a saberes que no aportan un rápido y tangible rendimiento económico? (2013: 28).

Conocemos las respuestas o las intuimos. El quid del asunto es que privilegiando el saber que se traduce en utilidad, sólo en dinero y nada más que en dinero, no blindamos al estudiante contra la barbarie del consumo, nos volvemos incapaces de enseñarle cómo resistir a los egoísmos del presente y, por si fuera poco, aplastamos su creatividad. “Nadie puede vivir de pintar, bailar, escribir, componer música”, “estudia algo que te deje”.

Y es que los maestros entienden cada vez menos el arte. No existe en sus vidas, ¿cuándo fue la última vez que fueron a una obra de teatro?, ¿cuándo visitaron un museo por su propia voluntad y no porque era una excursión obligada? Sí, ya sé que el arte no existe, supuestamente, en las comunidades más marginadas, donde no llegan libros ni hay apoyo gubernamental de ninguna clase. He ahí un gran reto para los profesores. Pero para no aplastar la creatividad basta con jugar a que cuentan una historia, con encender la radio y escuchar música. Con un papel y un lápiz, como dice Malala, se puede cambiar el mundo. No hay pretextos.

6. Enséñalos a que se rindan

Es lo más fácil. Está de moda ser zombi. El maestro que se la pasa en su celular chateando, mirando videos sin contenido, dándole like a memes vacuos, da un inmejorable ejemplo de cómo no resistir desde las ideas, desde la interacción

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con el mundo real, mediante el diálogo y el compromiso con los otros. Sin satanizar las redes sociales que, si se usan como apoyos, pueden ser grandes herramientas para lograr el aprendizaje. Pero no ir más allá de ellas, no decirles a los alumnos que eso son: sólo apoyos, es vital para rendirnos. Por desgracia, esa no es la única actitud que nos conduce a encogernos de hombros. Proceder como ovejas de un rebaño o bestias de una manada; conducirnos sin cuestionamientos, no proponer cambios, no romper la rutina de la clase, no arriesgarnos, no respetar el trabajo por lo que significa: formar seres humanos que podrían mejorar el mundo. En suma, no tener ideas ni cultivarlas; no abrazar ninguna reflexión, ser maestros en automático, ir de muertitos, sobrellevar, no hacer olas para quedar bien, eso es precisamente lo que debes seguir haciendo para que los estudiantes aprendan a rendirse, a conformarse con ser consumidores y no ciudadanos críticos, libres, plenos.

7. Ignora su contexto

En una de las obras más citadas de Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar, el pedagogo brasileño sostiene:

www. seminariumcertificacion.com Creo que la cuestión fundamental frente a la cual los educadores y las educadoras debemos estar bastante lúcidos, así como cada vez más competentes, es que nuestros educandos son uno de los caminos de los que disponemos para ejercer nuestra intervención en la realidad a corto y largo plazo. En este sentido, y no sólo en éste, sino también en otros sentidos, nuestras relaciones con los educandos, a la vez que nos exigen respeto hacia ellos, nos imponen igualmente el conocimiento de las condiciones concretas de su contexto, que los afectan. Tratar de conocer la realidad en la que viven nuestros alumnos es un deber que la práctica educativa nos impone: sin esto, no tenemos acceso a su modo de pensar y difícilmente podremos, entonces, percibir lo que saben y cómo lo saben (2008: 103). El contexto, claro, es determinante. Conocerlo es el inicio de la empatía, una virtud gracias a la que conectamos con los alumnos. Ellos se dan cuenta si el profesor los comprende, si existe un divorcio entre lo que les dice y lo que hace, si les falla. Es verdad esa creencia de que los estudiantes miden rápido al maestro, de que saben si pueden contar con él más allá de los contenidos de la clase. Freire habla de una “intervención en la realidad”. Para lograrla es preciso ser empáticos. La premisa de Norberto Bobbio, aquella de que “dañamos a los demás porque somos incapaces de imaginarlos”, debería ser una brújula de los maestros que aspiran a ser excelentes. Sentir lo que el otro, es posible si

se comprende de dónde viene, de qué color es el camino que transita rumbo a la escuela, a qué huele su vecindario, qué música escucha, qué come o no. Noé Jitrik habla de “espacio de experiencia” y de “horizonte de espera”, dos conceptos fundacionales para entender al educando. El primero es la arena dramática de su existencia, por lo que hay que preguntarnos cómo es y qué ocurre dentro de sus escenografías. El segundo, qué sueñan, qué quisieran ser, qué esperan lograr, incluso si le encuentran sentido al hecho de levantarse temprano para llegar a la escuela. Hay de todo, desde el que está pensando en convertirse en sicario, hasta la que quisiera salir corriendo de su pueblo para tocar una vida que ve en el cine o en Netflix. Sin embargo, no averigües, no.

8. Avergüénzate de ser maestro

Muchos que han estudiado una licenciatura llegan a pensar lo siguiente: “Y pues bueno, si todo falla, me meto de maestro”, o bien, “no quiero estudiar humanidades porque voy a terminar dando clasecitas”; y los padres: “Que haga algo, aunque sea ser profesor”, etc. Apuesto, querido lector, que has escuchado otras expresiones de ese tipo. No se respeta el trabajo del docente, está rebajado, marginado, considerado un fracaso galopante en una vida que pudo ser exitosa: la de un profesionista que sí logró vivir dignamente gracias a lo que estudió y no tuvo que “caer bajo”, pasársela en un salón de clases “perdiendo el tiempo”, “soportando chamacos ajenos”. Suena terrible, pero es verdad. Mucha gente piensa de esa forma y alimenta prejuicios frente a nuestra labor. ¿Por qué? Vivimos en una sociedad en la que la enseñanza no es importante, ¿de qué sirve? Este mundo gobernado por el mercado, la simulación, el consumo, no valora a los educadores. Sin embargo, al escalar en la pirámide social, todos están de acuerdo con que “una buena educación” es importante. Se te mira con otros ojos si fuiste a prestigiosas y connotadas escuelas. No obstante, los maestros son algo así como los pepenadores de esa abstracción llamada saber, los que hacen el trabajo sucio aun cuando tocan vidas, las pulen o las salvan. En las universidades de América Latina cuentan más las instalaciones, el material de los laboratorios, las medidas de las canchas, los convenios con las empresas y otras variables. Tampoco la educación como negocio trata bien a los profesores, les paga sueldos muy por debajo de lo que les exige. Se privilegia el silencio y la servidumbre, se les acosa con capacitaciones absurdas, se les obliga a moldear el pensamiento de acuerdo con una única ideología: la que no cuestiona al mercado. En el sector público, algunos sindicatos han hecho muy bien lo que les toca para

twitter .com/brunin gcoll e ge

escue lamesoamericanahn. com tachar a los profesores que defienden los derechos humanos, de revoltosos, flojos, conflictivos, de una peste. Así se va tramando la tragedia que consiste en ser maestro ante los ojos de los demás. Aunque también existen heroínas y héroes que en la miseria adoptan a sus alumnos, les dan ropa, los alimentan; hasta ponen de su sueldo debido a las escabrosas formas de operar los presupuestos en países donde la corrupción es el eje que nos rige: “Hasta pagas por venir a enseñar”, denuncian varios docentes mexicanos de tierra adentro. No nos extrañe esa falta de orgullo ante nuestra labor. Por ello, si te da pena decir que trabajas en el sector educativo, si no te alzas con dignidad, alegría y un trabajo apasionado, a prueba de la indiferencia de tus alumnos, no serás, no eres, un gran profesor.

9. Privilegia siempre la competencia sobre el comunitarismo

Que todas tus dinámicas se basen en un juego de ganar o perder; acertar o equivocarse, es lo mejor si deseas ser amado por unos y odiado por otros. La competencia sigue la ley del espermatozoide. Sólo uno fecundará. Los otros morirán en el intento, por lo tanto, no sirven. Son fluido inútil. Con esa creencia, que la educación es una carrera de caballos, como dijo la escritora inglesa Doris Lessing, damos clases y nos sentimos bien. Pensamos que, poniéndolos unos en contra de otros, los estudiantes se sienten líderes motivados. Puede funcionar una vez (y no debería), pero ¿con mucha frecuencia? Acaban aburriéndose. Además, cuando copian en un examen, por ejemplo, no compiten, se unen para burlar la vigilancia y exigencia del maestro que les administra una prueba difícil. Ahí sí se reconocen como grupo, como iguales. Está comprobado que cuando las dinámicas tienen que ver con el trabajo en verdad colaborativo, las y los chicos disfrutan más porque se dan cuenta de que el premio es el conocimiento adquirido sin la intención de pasar por encima de nadie para obtenerlo. El escritor argentino Ernesto Sábato, en uno de los libros más bellos que se han escrito sobre los ideales humanos, La resistencia, afirma que, si bien la competencia logra generar, en algunas personas, un mayor rendimiento basado en el deseo de triunfar sobre otros, no debemos equivocarnos, la competencia es una guerra no armada y, al igual que aquélla, tiene como base un individualismo que nos separa de los demás, contra quienes combatimos. “Si tuviéramos un sentido más comunitario otra sería nuestra historia y también el sentido de la vida del que gozaríamos” (2000: 111), sostiene el autor de El túnel.

10. Sigue tratando a los niños como seres infradotados o adultos en miniatura

Eso es lo que no recomienda la pedagoga argentina Emilia Ferreiro (2015), experta en cultura escrita. Para ella, los niños deben ser tratados como lo que son realmente: seres cambiantes por naturaleza, porque aprender y cambiar es su modo de ser en el mundo. Creemos, en cambio, que dar lata es su único objetivo. Pretendemos que se comporten como nosotros, que reaccionen de igual manera, que comprendan más lento, que se les tenga que explicar como si no pudieran obtener conclusiones por ellos mismos. Por eso se inquietan, porque la enseñanza monolítica no les va, porque tienen su propia nación, su propia república, sobre todo en estos años cuyo vértigo en las comunicaciones ha rediseñado nuestra vida. Aquí un ejemplo: cierto niño de dos años se acercó a una ventana y pasó el índice varias veces por el vidrio. Se quedó contemplándola. Volvió a intentar de una esquina a otra con sus diez dedos esta vez. Frustrado, se volvió con su madre y le dijo: “Mamá, no pasa nada”. El niño creía que lo que estaba mirando del otro lado, el jardín, era una imagen más de su iPad. Podemos sentir terror ante esta historia, pero los niños se adaptan más rápido de lo que pensamos a las herramientas del mundo que los rodea. En estos momentos resulta urgente, si quieres ser un gran profesor, admitirlo: ellos llevan la delantera no porque son nativos digitales, no, eso ya quedó atrás. Las generaciones que vienen son touch, y la realidad que tocamos, con la que crecimos, les dice poco. Nunca visites la nación de los niños si lo tuyo es la indiferencia.

11. Deja tarea a rabiar

El gran dilema. El enfoque que unos defienden y otros abominan. Los acérrimos seguidores de los deberes son los maestros de Matemáticas o de idiomas. Aseguran que sólo con la práctica de ejercicios se refuerza lo visto en clase. No conciben otra forma de enseñar. Pero existen también los que torturan a niveles más altos dejando tareas que se revisan durante toda la clase y eso fue todo, una revisión. “Porque el verdadero aprendizaje se da en casa”, enuncian como si descubrieran el hilo negro. Los que no gustan de calificar ponen la educación en Finlandia como ejemplo y aseguran que la tarea es un instrumento que tortura a los estudiantes y mediante el cual no se consigue nada que no se haya logrado en el aula. La verdad es que deberíamos apostar por el equilibrio y dejar tarea, pero no cerros, para no agobiar. Los kilos de trabajos por encargos, las decenas de proyectos sin objetivos esenciales, obstaculizan el

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aprendizaje, no lo mejoran. Si bien el profesor del siglo XXI deber ser un facilitador, una especie de coach, según unos, abusar de los proyectos por encargo es un buen camino para el desencuentro con los estudiantes.

12. Enójate porque lo que dices lo verifican en Google

El que esté libre de pecado, que arroje el primer borrador. Sí, algunos estudiantes, no los más, pero sí varios, cuando se muestran interesados en tu cátedra, suelen verificar en la red todo lo que dices y corregirte con justa razón. Se puede tratar del apellido de un autor que te hizo falta, de una fecha que no diste con exactitud. Datos duros o blandos son confirmados por alumnos que, aburridos de jugar con sus celulares en clase, van viendo cuánto sabes o no. Si te enojas, les quitas el celular delante de todos, y los exhibes, el que pierde eres tú. Queda demostrada tu ignorancia. Esto suele ocurrir en niveles de bachillerato y universidad, pero también puede suceder en secundaria. Tampoco falta el grupo precoz, el que se une para desafiar el saber del maestro. Este asunto nos plantea otro dilema: quitarles sus dispositivos móviles o no, guardarlos en cajas de madera –que muchos profes incluso decoran–; bajarles puntos o expulsarlos del aula cuando sacan de sus mochilas sus teléfonos porque no pueden resistirse a los sonidos de las notificaciones. La queja aquella de “el maestro violenta mis derechos humanos si me quita mi móvil, pues es como si me estuviera secuestrando del mundo”, resulta polémica, pero también hilarante. Con todo, se la toman muy en serio y en varias instituciones se han suscitado incluso demandas que pierden las escuelas. Así que “para no tener conflictos”, en muchos institutos se apuesta por la flexibilidad, por el hecho de que el alumno no deje de estar incomunicado.

Garantizado, si sigues estos consejos al pie de la letra, no serás un gran profesor.

Referencias

CERRILLO, P. C. (2016). El lector literario. Ciudad de México: FCE.

“ E l p ro f e s o r d e l s i g l o X X I t i e n e q u e e n s e ñ a r l o q u e n o s a b e ” ( 2 0 1 7 ) . E n : E l P a í s , 1 5 d e e n e ro [ e n línea]: < e l p a i s . c o m / e c o n o m i a / 2 0 1 7 / 0 1 / 1 5 / a c t u a l i d a d / 1 4 8 4 5 1 4 1 9 4 _ 1 7 6 4 9 6 . h t m l > [consul tado: 30 de marzo de 2018].

FERREIRO, E. (2015). Cultura escrita y educación. Ciudad de México: FCE.

FREIRE, P. (2008). Cartas a quien pretende enseñar. México: Siglo XXI.

ORDINE, N. (2013). La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Barcelona: Acantilado.

RIVAS, M. (2000). Innovación educativa, teoría, procesos y estrategia. Barcelona: Editorial Síntesis.

SÁBATO, E. (2000). La resistencia. Santafé de Bogotá: Seix Barral.

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