El Caballero
don Quijote El Caballero don Quijote
Cuando el hidalgo Alonso Quijano, a quien sus vecinos llaman el Bueno, enloqueció por leer libros de caballerías, se creyó que era el Caballero don Quijote de la Mancha. A partir de ese momento vivió aventuras disparatadas, tratando de hacer justicia y proteger a los débiles, pues su bondad y su recto sentido de la justicia no los perdió nunca. Esta adaptación del Quijote de la profesora Consuelo Jiménez de Cisneros está pensada para un público muy amplio. Se centra en las andanzas y aventuras de don Quijote y Sancho por tierras de La Mancha, Aragón y Cataluña. Su texto, ágil y ameno, respeta el espíritu y la obra de Cervantes. Xan López Domínguez, con un estilo ingenuo pero muy elaborado, realiza unas ilustraciones llamativas, tiernas y sinceras.
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788532 296979
13589990
Miguel de Cervantes
ISBN 978-85-322-9697-9
Miguel de Cervantes
El Caballero don Quijote
El Caballero don Quijote Miguel de Cervantes Adaptación
Consuelo Jiménez de Cisneros Ilustraciones
Xan López Domínguez Edición
Sagrario Fernández Prieto
EQUIPO DE ESPAÑA
EQUIPO DE BRASIL
Dirección Editorial
Director Editorial
Departamento de Literatura GE
Lauri Cericato
Dirección de Arte
Coordinadora del Departamento de Idiomas
Departamento de Diseño GE
Ana Luiza Couto
© De la adaptación: Consuelo Jiménez de Cisneros © De las ilustraciones: Xan López Domínguez © De la edición: Sagrario Fernández Prieto © De esta edición: Grupo Editorial Luis Vives, 2004 ISBN original: 978-84-263-5638-3
Editora Asistente
Eliana Bighetti Pinheiro Gerente de Producción Editorial
Mariana Milani Coordinadores de Producción
Caio Leandro Rios, Expedito Arantes Coordinador de Diseño
Eduardo Evangelista Rodrigues Editor de Diseño
Roque Michel Jr. Maquetación
Carol Ohashi, Felipe Borba, Marina Martins Almeida Supervisora de Corrección
Lilian Semenichin Correctora de Pruebas
Maiara Alves Director del Departamento Gráfico
Reginaldo Soares Damasceno
Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Dados Internacionais de Catalogação na Publicação (CIP) (Câmara Brasileira do Livro, SP, Brasil) Jiménez de Cisneros, Consuelo El caballero don Quijote / Miguel de Cervantes ; adaptación Consuelo Jiménez de Cisneros ; ilustraciones Xan López Domínguez. – 1. ed. – São Paulo : FTD, 2015. ISBN 978-85-322-9697-9 1. Literatura juvenil em espanhol I. López Domínguez, Xan. II. Cervantes Saavedra, Miguel de, 1547-1616. Don Quijote de la Mancha. III. Título. 14-05568 CDD-028.5 Índices para catálogo sistemático: 1. Literatura juvenil em espanhol 028.5
Nota previa
En esta adaptación del Quijote se ha intentado respetar al máximo el espíritu del autor: su sentido del humor, su imaginación, su amor a la libertad y a la justicia. Se han suprimido todas las novelas y las historias interiores de la Primera Parte y se ha centrado la versión en los diálogos y aventuras de sus dos protagonistas por excelencia: Don Quijote y Sancho. Sin embargo se han recogido algunos pasajes que, si en un Quijote escolar pueden parecer poco relevantes, no lo son, dada su relación con la actualidad y con la formación de la juventud: los derechos de la mujer, las minorías étnicas, reflexiones morales y cívicas... Y es que cada época y cada sociedad puede encontrar en el Quijote su guía. Cada capítulo va precedido de una cita textual del libro original, para que los pequeños lectores que lo deseen puedan saborear esas muestras de la frase cervantina, que, a veces, no se olvidan y que son las que acaban forjando el gusto literario. 7
Prólogo
Desocupado lector: yo quisiera que este libro fuera el más hermoso que pudiera imaginarse. Pero un libro es como un hijo, y dicen que los hijos se parecen a los padres. Por eso, como yo soy un hombre ya mayor, solo puedo contar la historia de otro hombre también mayor, delgado y un poco extraño. Además, debo recordarte que este libro se me ocurrió en un lugar incómodo, triste y ruidoso: en una cárcel (no pienses por eso que soy un delincuente; a veces, los inocentes también vamos a la cárcel). Suele pasar que los padres no ven los defectos de los hijos, y, llevados por su amor a ellos, encuentran gracioso todo lo que hacen. Yo no voy a hacer lo mismo con este hijo mío que es mi libro. No te voy a pedir que le disculpes los defectos, porque te voy a descubrir una cosa: en realidad no soy padre, sino padrastro de Don Quijote. ¿Y eso qué quiere decir? Pues que fueron otros los autores que contaron antes que yo la historia de tan famoso caballero, como Cide Hamete Benengeli. Yo lo que he hecho ha sido darle unidad. 9
CAPÍTULO 1
En un lugar de la Mancha En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Hace mucho, mucho tiempo, en un pequeño pueblo de la Mancha, vivía un caballero llamado don Alonso Quijano, al que sus vecinos le decían "el Bueno", porque era amable y servicial con todo el mundo. Don Alonso poseía unas pocas tierras de labranza que le daban para vivir con decoro y sencillez. Era un hidalgo*, descendiente de una familia que se había distinguido por su participación en algunas batallas. Como recuerdo de sus antepasados, guardaba en un rincón de la casa una lanza, un escudo y otras viejas armas y armaduras.
* hidalgo: noble de poca categoría; significa “hijo de algo”; ni trabajaba para otros, ni pagaba impuestos.
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En el momento en que comienza esta historia, don Alonso Quijano tendría unos cincuenta años. Era alto, delgado y fuerte, de rostro seco y huesudo. Le gustaba mucho madrugar y salir de caza con su perro y su caballo. Solía vestirse con una capa negra, unas medias con zapatillas a juego y un traje de lana fina. En su casa vivían con él una sirvienta de más de cuarenta años, a la que llamaban el ama, una sobrina menor de veinte y un criado que cuidaba del caballo y de la huerta. Durante sus ratos libres, que eran bastantes, don Alonso se aficionó a leer libros de caballerías, novelas que narraban fantásticas aventuras de los caballeros andantes. Se les llamaba así porque se pasaban la vida de un lado para otro, combatiendo injusticias, sin temor a enfrentarse con los mayores peligros y enemigos, por terribles que fueran. En sus andanzas*, solían ir acompañados por un escudero que se ocupaba de todo lo que pudieran necesitar. Estas historias fascinaban a don Alonso. Disfrutaba tan to leyéndolas, que dejó la caza y el cuidado de sus propiedades, e incluso vendió algunas tierras para comprar más novelas de caballerías. Solía encerrarse en una habitación de su casa que había llenado de libros, hasta convertirla en una biblioteca, y allí pasaba horas leyendo. Algunas de aquellas historias estaban tan llenas de exageraciones y de frases enrevesadas, que él se volvía loco intentando inútilmente descifrarlas. * andanza: viaje o aventura por distintos lugares.
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Además, como los caballeros protagonistas tenían hijos o hermanos, las historias no acababan nunca, aunque el autor, en las páginas del propio libro, siempre prometía terminarlas más adelante. Esto sacaba de quicio a don Alonso, y le daban ganas de coger la pluma y concluirlas él mismo; pero surgían otras ocupaciones que se lo impedían. Una de ellas era discutir con el cura de su pueblo y con maese Nicolás, el barbero, sobre los caballeros de los libros, de los que hablaba como si fueran personas de carne y hueso. Don Alonso admiraba sobre todos a Amadís de Gaula, mientras que el barbero prefería al hermano de Amadís, Galaor, al que, por cierto, el cura consideraba un llorón, y no se ponían de acuerdo. En fin, el buen hidalgo se metió tanto en la lectura de estos libros, que llegó un momento en que creía que era verdadero todo lo que leía en ellos: duelos, desafíos, amores, tormentas y las aventuras más increíbles. Confundía los caballeros de verdad, como el Cid Campeador, con los de mentira, como el Caballero de la Ardiente Espada. Creía que existían los gigantes, los encantadores, los filtros mágicos y todas las demás fantasías caballerescas. Era capaz de estarse dos días seguidos con sus dos noches leyendo sin parar, sin pensar en comer, dormir o hacer algo de provecho. De pronto tiraba el libro, cogía la espada y andaba dando cuchilladas por las paredes, asustando al ama y a la sobrina con sus voces. Cuando estaba muy cansado, decía que había matado a cuatro gigantes como cuatro torres. Y creía que el sudor que le caía del
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cansancio era la sangre de las heridas que había recibido en la batalla. Luego se bebía un jarro de agua fría para refrescarse, y el agua le parecía una bebida valiosísima traída por el sabio Esquife, un encantador y amigo suyo. Así, de tanto leer y tan poco dormir, acabó volviéndose loco. Y en su locura, se le ocurrió que él podía y debía convertirse en uno de aquellos caballeros andantes, y que también él se iría por el mundo con sus armas y su caballo a buscar aventuras y ayudar a los necesitados. No temía ningún peligro. "Triunfaré —se decía— y me harán, por lo menos, caballero del imperio de Trapisonda." Animado por estos pensamientos tan agradables, se dio prisa en preparar lo que necesitaba. Y lo primero que hizo fue buscar las armas y una armadura de sus bisabuelos, las cuales estaban tan sucias y enmohecidas, que antes de nada se puso a limpiarlas. Por desgracia vio que la celada* estaba rota. La arregló con unos cartones y se dispuso a probar su resistencia. Al primer golpe de su espada rompió todos los cartones; así que decidió reforzarla con unas barras de hierro, pero ya no se atrevió a hacer más pruebas por si acaso. Algo indispensable para un caballero era un caballo. Por suerte, él tenía el suyo en el establo. Aunque era flaco y poca cosa, don Alonso lo miraba con los ojos de su imaginación y le parecía tan bueno o mejor que los caballos más
* celada: pieza de la armadura que cubre y protege la cabeza.
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famosos de la Historia: el Bucéfalo de Alejandro Magno y el Babieca del Cid. "Yo también tengo que ponerle un nombre a mi caballo" —pensó. Y encontró uno que le pareció sonoro y apropiado: Rocinante. Elegir un nombre para sí mismo le costó bastante más tiempo. Los caballeros de sus libros tenían nombres exóticos a los que añadían su país de origen, fuera real o imaginario: Palmerín de Inglaterra, Belianís de Grecia, Amadís de Gaula... Después de dar muchas vueltas, decidió que él haría lo mis mo y se llamaría don Quijote de la Mancha. Ya solo le quedaba hallar a la dama de sus sueños, aquella a la que los caballeros andantes dedicaban sus hazañas* y en la que pensaban constantemente, sobre todo antes de entrar en combate. En el Toboso, un pueblo cercano al suyo, vivía Aldonza Lorenzo, una moza labradora muy atractiva, de quien él anduvo enamorado algún tiempo atrás, aunque ella jamás lo supo. La imaginó princesa, y transformó la modesta casa donde vivía en riquísimo palacio. Ya no sería nunca jamás Aldonza, sino Dulcinea del Toboso, nombre que encontró tan musical y original como todos los que había puesto a él y a sus cosas.
* hazañas: hecho valiente y heroico.
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