SELECCIÓN Y PRÓLOGO DE NAÍN NÓMEZ
EFRAÍN BARQUERO EN BREVE
POESÍA EN BREVE
© Editorial Universidad de Santiago Avenida Libertador Bernardo O`Higgins #2229 Tel.: 56-2-7180080 www.editorial.usach.cl editor@usach.cl Santiago de Chile © Naín Nómez Inscripción N° 142.971 I.S.B.N.: 956-303-002-8 Diseño de portada: Patricio Andrade Diagramación: Andrea Meza Primera edición en Editorial Universidad de Santiago de Chile, 2004 Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna por ningún medio, ya sea eléctrico, químico o mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo de la editorial. Impreso en Chile
PRÓLOGO Efraín Barquero es uno de los poetas más relevantes de la poesía chilena “viva”. Nació en el poblado de Piedra Blanca, cerca de Constitución el 3 de mayo de 1931 con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré. Vivió una parte importante de su infancia en el ambiente campesino de su zona natal lejos del bullicio urbano, lo que ha sido una impronta que ha marcado su carácter y su obra. Posteriormente realizó estudios en el Liceo de Talca para proseguir una carrera de Leyes nunca concluida. En 1962 viaja a China invitado por el pintor José Venturelli y a su regreso al país trabaja como periodista y jefe de redacción en La Gaceta de Chile. Fue Agregado Cultural en Colombia durante el gobierno de Salvador Allende y desde el Golpe Militar de 1973 ha vivido en forma intermitente entre Francia y Chile. Obtuvo el Premio de Poesía de la Municipalidad de Santiago por La piedra del pueblo en 1954 y por La compañera en 1957, el Premio Atenea de la Universidad de Concepción el mismo año el Premio Pedro de Oña de la Municipalidad de Ñuñoa por El viento de los reinos en 1968. Con la publicación de La mesa de la tierra de 1998, obtuvo el Premio de la Academia de la Lengua, el Premio Atenea de la Universidad de Concepción, el Premio Altazor y el Premio Municipal de Santiago. A Efraín Barquero se le ha asimilado a la llamada “generación del 50”, dentro de la cual se mencionan también los nombres de Enrique Lihn, Armando Uribe, Alberto Rubio, Miguel Arteche, David Rosenmann Taub y Jorge Teillier. Frente a la modernidad en crisis, enfrentada por las vanguarEN BREVE
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dias en un primer trazo contestatario, los poetas de los cincuenta van a establecer dos posiciones rupturistas de distinto signo y con todos los matices que personifican su posición individual. La primera es la del poeta que critica la urbe moderna desde un sitial marginal y degradado y es la posición de Nicanor Parra, Enrique Lihn y Gonzalo Rojas entre otros. La segunda, es la del poeta que se hace cargo del mito del origen perdido a partir de la imposibilidad del retorno y es desde donde escriben Armando Rubio, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas y Efraín Barquero. La poesía de Barquero se articula a un contexto convulsivo de grandes cambios en Chile y Latinoamérica. A diferencia de Teillier, para quien la autodestrucción del amor, la belleza de una naturaleza impoluta, la casa de la inocencia o el recuerdo del paraíso irrecuperable, son símbolos de la amenaza del tiempo inexorable, en Barquero la naturaleza es el lugar de un encuentro, una comunión epifánica llena de misterio, que ilumina aunque sea por un instante la humanidad de los hombres. Su obra se inició en 1954 con La piedra del pueblo, en cuyo prólogo Pablo Neruda decía que “la naturaleza y el pueblo se mezclan en la poesía del joven Efraín, formando una unidad a menudo victoriosa. Poeta de clase, popular, campestre y campesino, pone su devoción en los oficios, en las luchas, en los desamparos del pueblo con la naturalidad y el orgullo de su origen”. La compañera de 1956 y Enjambre de 1959, acentúan enormemente la percepción de un mundo trascendente que busca en la naturaleza (el pan, la piedra, el pueblo, el agua, la tierra) la reconstrucción del momento 4
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genésico y el reencuentro con las raíces. El amor en La compañera y la solidaridad colectiva en Enjambre, representan la postulación de un orden humano avalado por la materia de lo natural que se opone a la contaminación deformadora del mundo urbano, alienante en su aceleración, su cosificación y su despertenencia. Como señala Federico Schopf en su introducción a La compañera, en Barquero “la tierra no es simplemente el lugar geográfico de la vida auténtica: es el ámbito cuya presencia posibilita la plenitud real de la vida y cuya pérdida de vista, cuyo olvido –en la ciudad o en el campo… conduce la vida a una deformación estéril y monstruosa, a un cambio decisivo de las relaciones consigo mismo, la naturaleza y el prójimo…” Su libro El pan del hombre de 1960, va a revitalizar algunos de los símbolos fundamentales del poeta. Jaime Concha señala la relevancia que Barquero le da a la separación y reencuentro, elementos esenciales de la trascendencia humana en el marco de la historia personal y colectiva. El color blanco adquiere una esencialidad que traspasa los alimentos y el hogar, el pan, la casa, la mesa, la noche y finalmente la reintegración con el río de la vida que renace en el hijo y vincula al origen. Desde la obra El regreso de 1961, se producen en la obra de Barquero dos movimientos que se extienden en direcciones opuestas para reintegrarse en el futuro: por un lado un despliegue arquetípico que apunta al ciclo de la vida como regeneración natural y por otro, un arraigo en el mundo del niño representado en el lenguaje infantil y el juego. Este segundo movimiento se intensifica en poemarios como Maula (1962) y Poemas infantiles (1965). Aquí, EN BREVE
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padre, madre, familia, hijo, amada, pasan a ser formas de vida, conductas ancestrales que traspasan la temporalidad del individuo. Un nuevo cambio surge a partir de 1967 con El viento de los reinos, pero siempre desde sus propios temas y obsesiones. El viaje a China lo pone en contacto con una cultura desconocida que el poeta decanta a partir de su proceso de escritura y que busca articular los símbolos-materias de su obra anterior con una visión histórica más cercana al Canto nerudiano. En Epifanías (1970), su siguiente libro, el retorno al origen se ejemplifica a través de la revelación del mundo humano por medio de los objetos materiales, que nos hablan de un orden cósmico cuyo centro es la casa, axis mundi del orden familiar y universal: “La casa es como un animal de la sombra… un lugar despoblado que uno viste con la ropa de los muertos” (Tema I). El ser humano se arraiga en la casa y en la mesa, porque vienen del mundo natural que une al individuo con la pluralidad de los otros hombres y con el cosmos que surge de la plenitud de la noche: “Mi boca posee todos los nombres de la tierra / mi casa, todos los lechos de los sueños / mi puerta, todos los rostros increados” (Cuantos seres llevo en mí). Después del Golpe de Estado de 1973 y a partir de las experiencias del exilio y el desarraigo, el poeta publica dos libros contingentes fuera del país en 1974. El poema negro de Chile, obra de fuerte compromiso político que metaforiza la represión con un tono que intensifica la estética peculiar de Barquero, con su carga trascendente y su visión distanciada, la forma narrativa, la carga ritual casi épica del canto y la descripción de un mundo opre6
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sivo que da cuenta del régimen de terror impuesto en Chile y del sufrimiento de los desvalidos. La fuerza de las imágenes se hace más compleja cuando Barquero intercala el tema del Doble, que forma parte de su visión panteísta del mundo donde lo individual se hace colectivo y el Uno está inmerso en el Todo: “Están desnudos los dos hombres / el uno de correr, el otro de perseguir. / Y desnudos, ambos parecen hermanos, / cuando fueron antes enemigos… / Ambos están sostenidos por un fiero abrazo, / el uno cayendo, el otro sosteniéndolo.” (El cazador). El otro poemario es Bandos marciales, una parodia de los bandos militares, cuya escritura se instala en forma irónica sobre el original: “Hemos encontrado la fórmula / para despolitizar las universidades: / expulsando la mitad del alumnado, / expulsando la mitad del profesorado / y acortando los estudios a la mitad. / Mens sana in corpore sano.” (Bando 103). Barquero no volverá a publicar hasta 18 años después (al menos en Chile), casi el mismo período que durará la dictadura militar. En 1992, aparecen en forma simultánea en Chile tres libros que pasaron casi desapercibidos: Mujeres de oscuro, A deshora y El viejo y el niño, con distintas temáticas y estilos. En Mujeres de oscuro, el tema central es el exilio, pero matizado por la descripción de la vida campesina de la infancia y de las mujeres condenadas a los quehaceres de la casa. A deshora, también incorpora el tema de la infancia a partir de los recuerdos del viajero exiliado que recupera el mundo desde la memoria. En cuanto a El viejo y el niño es un poema en prosa, casi un relato, con EN BREVE
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cierto carácter sentencioso, que enuncia verdades como en los cuentos infantiles. En los últimos años, Efraín Barquero ha publicado dos libros más, ambos de gran relevancia para la poesía chilena actual. El primero, La mesa de la tierra de 1998, que como ya señalamos obtuvo varios premios, plantea un retorno a los orígenes del arraigo lárico con las esencias de la tierra, una recuperación de los mitos primigenios, de la permanencia del ser humano en la naturaleza. Pero sobretodo es una poetización de la trascendencia de los actos y los gestos cotidianos, una búsqueda solitaria y solidaria de la esencia vital perdida en el universo, fragmentada en el “doble pliego de la muerte”. La mayoría de los poemas aluden a un ritual que hurga en los símbolos más ancestrales de los hombres, buscando las huellas de su humanidad que se preserva en contacto con la tierra, el aire, el agua, el fuego, la sangre o la piedra: “¿Quiénes son los que comen y beben a oscuras / volcando mesas y sillas, en qué lengua hablan, / y por qué se cubren con la mano la mitad de la cara? / ¿Por qué se ocultan de la sangre que no deja huellas / sino en el fuego cuando se vuelve blanco?” (Boca abajo). Su otro libro, El poema en el poema (2004), reitera los temas esenciales de obras anteriores, especialmente de La mesa de la tierra. Se retoman los símbolos del fuego, el agua, la piedra, el cuchillo, la casa, la tierra y la mesa, pero ahora vinculados a la mano con que se escribe el poema, esa ‘unidad perdida’, eslabón de una cadena humana que une a los seres humanos por medio de la palabra que dice y dialoga con las cosas. En este libro, Efraín Barquero logra resumir su deseo de integrar la 8
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creación humana con la creación del cosmos y del mundo natural: “La poesía es como hacer un gran fuego… La poesía es como aguardar la compañía de los otros” (El poema en el poema). O como se indica más adelante en el mismo poema: El poema y el poeta / uno tallado a golpes en la piedra / y el otro en la carne viva. / Y cuyos miembros aún sangran / recordando cómo se hizo el mundo”. El propio poeta ha intentado aclarar su intento estético inacabado: “Poetizar la trascendencia de los actos, de los vínculos, de los gestos, de los valores esenciales de la vida. Pero no sólo poetizar, sino también fundar un plano de existencia nueva donde se dé a luz un hombre nuevo capaz de recuperar una esencia vital perdida en el universo”. Para Barquero, la actividad creadora tiene también un sentido religioso de acercamiento entre los seres humanos y debe conllevar una actitud moral ante la poesía, la crítica y el lector. Presentamos en esta breve antología a uno de nuestros poetas más rigurosos frente al lenguaje creador y más auténtico en su compromiso con la colectividad humana. Escuchemos su palabra que, estoy seguro, perdurará por largo tiempo en el canon de nuestra historia literaria.
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ARTE POÉTICA Estoy lleno de símbolos de carne y hueso, y mi canto es una fábrica terrestre donde los versos padecen y se afanan con la misma intensidad que los hombres. Mi poesía nace de una dura jornada, y es un producto conmovido del tiempo que conoce el sinsabor de los pobres sometidos por una vida injusta. Mi voz no está suavizada por alfombras ni tiene la prosodia almidonada ni anda con el acento a la última moda. Más bien es la exclamación ofendida que se traga en un sollozo las últimas letras. Más bien es una construcción de madera golpeada con resoplidos y martillos. Más bien es la cacofonía molesta de un tísico ahogado en sangre machacada. Yo no escribo con drogas ni con plumas de cisne, ni resbalándome por pisos encerrados: casi siempre me dejo llevar a empellones por la inspiración rechazada de un mitín. Muchas veces es un obrero accidentado el que me hace pensar desordenadamente en lo esencial de la vida y de la muerte, mientras corro a su lado con mis páginas en blanco para estancar su sangre.
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En realidad mis palabras casi nunca sonríen, casi siempre andan apuradas, y no siempre huelen bien: pero mirad mi barrio lleno de estatuas de martirio, escuchad lo que le confiesa el trabajador a su esposa, preguntad de qué se alimenta el estudiante pobre, entrad en una mina o en cualquier parte donde el hombre domine la materia, y sabréis que no es su camisa la sucia sino que son sus pulmones desgarrados, los que ya no podrán lavarse ni con todo el oro del mundo. SÓLO QUIEREN RESCATAR EL CUERPO AMADO Sólo quieren rescatar el cuerpo amado y comer eternamente el pan del sacrificio: las desgarradas, en cuya sábana sangrienta el padre duerme, el hijo aún no ha despertado. Ellas son las quebrantadas por las armas de la tierra, y en la boca de las minas, ellas duermen abrazadas; y a sus pies de alfarera envejecida ellas enjugan en su pasta la pérdida del mundo.
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Amasanderas son, y junto al viejo horno, cuecen el pan en la memoria de sus muertos; y en la piedra donde paren su abandono vuelven a moler la harina de sus canas. Porque desposeídas fueron las que al árbol dieron vida, colgando sus entrañas de los ganchos; y en la puerta se anudaron, cuando el hombre no pudo ser ya más el cuchillo de su mesa. Tejieron y tejieron las grandes tejedoras, y en una noche entregaron el tejido, y en su rueda se quedaron esperando que el cordero de la muerte sus huesos abrigara. Con un herido se acostaron en su lecho, con una soledad de mares y de cumbres, vieron primero un hombre, y después vieron la vida; vieron primero un niño, y después vieron la muerte.
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GRANERO Quiero dormir en el granero; en el granero de vigas añosas y paredes de barro. Que estén cerca de mí las herramientas que conocen la tierra. Que duerman junto a mí las trenzas del verano, llenas de ajos y cebollas. Que el pasto seco y la leña cortada me despierten con su aliento en la noche. Quiero dormir sobre la piel de un puma muerto por un antepasado. Quiero dormir sobresaltado por sombras y miradas antiguas. Que mis perros me despierten ante cada fruto que caiga. Que el oído profundo de mi caballo, echado junto a mí, me lleve por todos los caminos como a un jinete dormido. Que los nudos de la madera me atisben en la sombra. Que las frutas puestas a secar me toquen entre sueños. Que aniden sobre mí las lechuzas centenarias, y sus ojos sean la única lámpara encendida para escudriñar en las tinieblas. Quiero acechar los cambios de la noche, no con miedo a la muerte, pero sí con asombro doloroso ante lo que brota misteriosamente o se transforma de súbito, EN BREVE
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o cambia de lugar en el otoño, como los frutos y los árboles que después de cortados siguen madurando y respirando en el granero. Porque en la noche se llenan los cántaros más anchos, se colorean los plumajes, los minerales se despiertan, las bestias se humanizan, los árboles se tocan. Y los ríos alargan sus manos infinitas, y la montaña abre sus puertas de oro, y los vientos golpean sus alas oceánicas para bajar a los que mueren y subir a los que nacen, del fuego al agua, del agua a la piedra, de la piedra a resonar y a encenderse nuevamente. FOGÓN Nunca apagaron el fogón, donde hervía un agua oscura. Nuevos leños fueron arrojados por dos manos ocultas en la sombra. Nuevos baldes se trajeron llenos de agua y de misterio. Un trozo de carne fue asado. Un pan surgió de las cenizas.
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Un rito de azúcar quemada hizo más antiguo el silencio. Pero nadie se movió de la orilla. Ni supe cuántos eran: el humo los envolvía como en sueños. No conocí sus rostros: el agua que hervía los hacía tan lejanos. Alguien irrumpió desde afuera, Pero nadie se movió de su asiento. Seguía ardiendo el fuego, bullía el agua. VASIJA Los emperadores agotaron la púrpura y el oro todas las bestias y las aves consumieron aún fulgura el trueno en su morada aún perfuman para ellos el cielo. El alfarero que aprendió su oficio del invierno mira con temor la vasija la vasija fúnebre, profunda porque sus padres que adoraron el mijo cuando moría un príncipe debían enterrarlo con sus telas de cáñamo en el corazón de sus hijas debían guardarle fidelidad eterna destinándole cada día una vasija de empobrecida tierra.
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Con ropas grises se alzaban un pan obscuro comían mirad estos rostros de vejez celestial prometidos al barro y al rey mirad estos hombres que en polvo del tiempo recogen las migajas de un dios seductor y sombrío. ESTÁ SOLO EL CULPABLE Solo ha de salir de su oscura madriguera y no buscaremos su carpeta con dólares sino ese brazo que ahogó, o que ordenó solamente: el nacimiento de ese brazo, su estuche de cuero, y cada nacimiento de sus extremidades. Nos sentiremos ese gran llamado misterioso al ver un rostro, al descubrir una sonrisa, y aquello que emparenta más que ningún lenguaje: la mirada, que obliga a perdonar a las bestias. Nada nos dirá esa parte indefensa de los hombres: la garganta, y su desnudez que la absuelve. Ni ese gran trozo de humanidad que oculta al asesino: su espalda, que nos recuerda el paño blanco donde se guarda el pan.
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Nada. Ni sus pies desnudos. Ni sus sienes donde alguien entreteje con mano dulce la ausencia. Nada nos hará sentir que estamos frente a un ser humano sino ante alguien que vertió la sangre para oler el caliente vaho que repugna hasta a las fieras. Solo estará frente a la mirada de sus hijos que ya habrán alcanzado el mismo porte suyo. Pero ellos estarán vestidos con la vergüenza de su padre. Llevarán como una piel chorreante en sus hombros y volverán la cabeza para no ver al creador castigar la semilla y el cuerpo de su madre. Solo entrará en su sangre sin orillas para bautizar la sangre vertida por sus manos.
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BANDOS MARCIALES BANDO 31 Cábenos el honor de haber entrado a la historia en el tiempo récord de algunas horas, ya que pensábamos batallar cinco días debido al gran arsenal existente en La Moneda, y a la resistencia que opuso el Presidente, vestido con casco y fusil automático, con lo que transgredió una vez más la Constitución. BANDO 103 Hemos encontrado la fórmula para despolitizar las universidades: expulsando la mitad del alumnado, expulsando la mitad del profesorado y acortando los estudios a la mitad. Mens sana in corpore sano. BANDO 118 Cúmplenos expresar nuestra sincera aflicción por el desaparecimiento de Pablo Neruda, autor este de varios libros sobre los pájaros y gran cultor de nuestras bellezas patrias.
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BANDO 188 Propiciaremos una gran revolución cultural. Sólo que no se publicará ningún libro de autor desaparecido o aquel que emplee palabras obscenas. Nuestra consigna es: ni autores viejos ni modernos. BANDO 203 Nosotros no somos gorilas como se ha dado en llamar a los hombres razonables. Nos distinguimos del hermano Gobierno de Brasil en una cosa muy importante: el clima. BANDO 331 Hay una serie de organismos internacionales que están metiendo mucho ruido con algo tan abstracto como los derechos humanos de gente que no conocen.
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BANDO 411 Se prohíbe terminantemente a los individuos tratarse entre ellos con la palabra “compañero”, y debe utilizarse “empleado manual” en lugar del subversivo nombre de “obrero”. BANDO 421 Nos cumple informar que el gran proceso empezó y terminó el mismo día 11 de septiembre. Por tanto, los presos políticos ya no son tales y serán juzgados como delincuentes. BANDO 528 Informamos que, ante la fuga de cerebros, el Gobierno dará la oportunidad a muchos coroneles en retiro para ocupar el cargo. BANDO 550 Noticias culturales. Un contingente de soldados está reparando el edificio, los cuadros y las estatuas del Museo Nacional de Bellas Artes.
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LA MESA SERVIDA Si arrancas el cuchillo del centro de la mesa y lo entierras en el muro a la altura del hombre, estás maldiciendo el pan con su semilla, estás profanando el cuchillo que usa tu padre para rebanarse la mano, para que la sangre sea más pura. Y los hijos se reconozcan. Y no se oculten de sus hermanos. Sólo el padre la recibe en su cabeza desnuda ensordecido por el trueno, encandilado por el relámpago. La recibe como el anuncio de un hijo tardío o como el signo de una pronta desgracia. No es una mesa, es una piedra. Tócala en la noche. Es helada como el espejo de la sangre donde nadie está solo sino juzgado por su rostro. Tócala y pídele que vuelva a ser ella misma porque si no existiera, no podríamos tocar el sol con una mano y la luna con la otra. Y comeríamos a oscuras como los ratones el grano. Es la vieja mesa que nadie pudo mover. Sólo la luz de la estación la cambia de sitio. O los nuevos convidados con su voz nunca oída. Y el ausente la encuentra siempre donde mismo. EN BREVE
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EL CUCHILLO ENTERRADO Su rostro se ha vuelto como una máscara hecha de agua y tierra que las lágrimas deshacen cuando se come solo el pan desenterrado. Abre de par en par todas las habitaciones, acuesta el reloj de pared, cubre los espejos. Qué hacer. Coge el viejo cuchillo ennegrecido por los años y roído por un gran remordimiento. El cuchillo desnudo como el mar en un pez, desnudo como la tierra en una sola semilla. Lo coge y lo entierra mirando a todos lados sobre un gran pan con un chasquido sordo como si atravesara la palma de una mano extendida. Lo empuña de nuevo y se hace un corte en el muslo que embebe con un trozo de ese mismo pan como si esta fuera su comida desde ahora. Y prueba la sangre de dos heridas abiertas -la suya y la que nunca se conoce en los otros. Ninguna respuesta. Dispone doce copas en la mesa y las llena de vino hasta los bordes. Después las quiebra contra el techo y los muros. Se produce un gran silencio. Y se queda inmóvil aguardando con los ojos cerrados.
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EL POEMA EN EL POEMA Si amé la poesía fue porque creí en ustedes porque quise hacer de lo disperso una sola unidad. Cuántas veces fui de la puerta al pozo con los ojos cerrados y jamás me equivoqué porque tenía sed. Y yo creí en los hombres cuando el animal abrevan. cuando duermen sentados la última parte de su vida. Creí en la mujer con su eterno niño en brazos cuya leche perdona a la madre, al padre y a su hijo. Creí en el cavador de pozos cuya vida transcurrió sin dejar huellas andando por debajo de la tierra buscando el cauce originario de un río. Creí en el eterno captador de venas ocultas en el nudo apretado de tinieblas que es el árbol. Pienso en el poder de mis pocos objetos que adquieren otro orden al comenzar un poema. Madera dispersa de un viejo y olvidado naufragio vaso desenterrado donde el agua es más fresca. Ellos son hechos con el polvo de todos los objetos EN BREVE
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donde han desaparecido los días anteriores menos este amanecido y enceguecido resplandor preso en la telaraña resinosa de un pino. Cuántas veces se cruzaron en mí dos o tres objetos haciéndome unir la primera con la última línea en una imagen indescifrable del lenguaje de las cosas. Que otros se dejen arrebatar por las cosas hechizas. Yo pienso en el trabajo hecho por el buen utensilio de mango suavizado por el amor más durable. La poesía es como hacer un gran fuego un soplido largo, muy largo en las tinieblas cuyo sonido cambia si es invierno o verano olvidando quiénes somos en la eterna llamarada. La poesía es como aguardar la compañía de los otros quienes brotan de nuevo de donde estaban esparcidos -de estas tres piedras dejadas por el mar al fondo de nosotros como un testimonio de que aquí está nuestra casa. Aquí donde respiramos un momento aquí el fuego arde. 24
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Y tú nunca olvidas quién estaba sentado al lado tuyo. El poema vive en la mente como un hijo. Y el poeta siente llegar la hora de celebrar la primera flor abierta sin mancillar el lecho puro ni el límpido espejo donde nadie se ha mirado. El poema nace antes de teñirse de nuevo las hojas envuelto en el mismo vaho de la tierra en invierno Si un niño entra sin ruido es porque es igual a todos los poetas quienes recuerdan un solo momento y hacen de todos los lugares uno solo. Cuánto se alegra de ver la rama florida en mi mesa porque toda flor se convierte en su mente en una fruta madura. Y el niño la olorosa como huele también mi mano. Así lo he visto hacer con el pan con el paño que lo cubre, con las cartas. Y cuánto se alegra de ver todo el jardín en esta sola flor abierta. Un poema es como beber en un agua profunda donde cada círculo es más grande que el anterior. Y el poeta envejece en una hora EN BREVE
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al descifrar su vida en unas líneas al tocarse la cara con la misma mano con que amó con que guardó lo más suyo -esos granos de polen ocultos en el viento. El poema y el poeta uno tallado a golpes en la piedra y el otro en la carne viva. Y cuyos miembros aún sangran recordando cómo se hizo el mundo. Los dos están hechos de la misma manera pero nadie sabe cuál es más verdadero que el otro. Un poeta y antes de él un árbol junto al cual sentimos toda la tierra bajo los pies. Porque existe una palabra para decirlo todo y es ver un aromo florido al mismo tiempo que nombrarlo. El poeta aguarda un año entero para decirnos esto. Los verdaderos poemas son los póstumos que se escriben a oscuras con la luz del relámpago. Busquemos la llave que el mismo poeta escondió en lo más visible del árbol su desnudez de invierno o en lo más oculto de su raíz su sombra cuando florece. 26
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Es bella una página como una mano abierta bajo la lámpara con que se alumbran las tinieblas del origen -la tierra que un niño al nacer hace nacer que un hombre al morir hace morir. Oigamos su acento más puro el de su propio silencio parecido al silencio del animal mirando el mundo y sabremos por qué se vive y se muere. El poeta no alcanzó a decirlo y este es su mérito mayor. Busco la compañía del agua y de la tierra y como ya no puedo confundirme con ellas las uno si desposarlas es coger el barro de que fuimos hechos amasándolo en mis manos hasta olvidar quién soy. Yo mezclé la tierra con el agua sin ser alfarero con una especie de goce doloroso como si después de darle forma debiera destruir todo lo hecho con esa pasta sagrada. Si el poema no es más que el silencio de todos los poemas -la balanza donde se pesan el aire y la luz con el alma de las piedras EN BREVE
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-la única mirada que se recobra. Si el poema no es más que eso quisiera ser escrito de nuevo por la misma mano que me alumbró en esta misma página en esta misma mesa y con mi lámpara de barro. barro. ESA EDAD MISTERIOSA Esa edad misteriosa con abuelos y penumbras eso mundo de cuero y de madera en que vivimos antes. Grande era la sombra del hombre subiéndose al caballo para llevar las mañanas más allá de los crepúsculos. Y las mujeres cruzando habitaciones con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes y como llevando un traje negro sobre un traje blanco. No era la misma mujer afuera que adentro de la casa. Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del tiempo. Jóvenes como son los lechos vestidos de blanco y las ahogadas con hojas de sauce en los cabellos. Esa edad misteriosa en que vivimos antes.
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DONDE LA NOCHE ES TAN GRANDE Allá en la tierra donde los hombres surgen de la sombra tan naturalmente como si fuera su casa y las mujeres, como los ojos de la sombra, miran a través de las ventanas el fulgurante verano y unos y otros se restriegan los ojos cuando llega alguien, cuando alguien se despide como si hubiera mucho humo o vapor en las cocinas y mucho sueño en la lluvia, mucho silencio en las cosas. Parece que uno fuera de la sombra a la luz muchas veces en una sola tarde y tuviera como el recuerdo de la vida. Porque todos se sientan a comer a la mesa donde aprendieron a leer y a escribir a la hora en que las mujeres se ocultan y los hombres se lavan recordando la tarde anterior. Esa es la hora en que brilla lo blanco del reloj de pared. Esa es la hora en que se fijan los rostros en la memoria y en que somos iguales a los retratos del salón.
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ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA Concha, Jaime. “La poesía de Efraín Barquero” en Poesía chilena (1960-1965). Santiago: Ediciones Trilce, 1966. ____________. Poesía chilena. Santiago: Quimantú, 1973. Díaz Arrieta, Hernán (Alone). “Epifanías” en El Mercurio (27 de septiembre de 1970). Ibañez Langlois, José Miguel. Poesía chilena e hispanoamericana actual. Santiago: Nascimento, 1975. Nómez, Naín. “Prólogo” a Antología de Efraín Barquero. Santiago: Lom Ediciones, 2000. Pérez, Floridor. “El viento de los reinos” en La Tribuna (25 de enero de 1969). Rafide, Matías. Diccionario de autores de la región del Maule. Talca: Imprenta Delta, 1984. _____________ y Enrique Villablanca. Nueva antología poética del Maule. Talca: Ediciones Mataquito, 2001. Rojas, Manuel. Historia breve de la literatura chilena. Santiago: Zig-zag, 1965. Santana, Francisco. Evolución de la poesía chilena. Santiago: Nascimento, 1976. 30
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Schopf, Federico. “Prólogo” a La compañera y otros poemas. Santiago: Nascimento, 1971. Solar, Claudio. Diccionario de autores de la literatura chilena. Santiago (En Viaje 420), 1968. Valle, Juvencio. Efraín Barquero. Santiago: Viento Sur, 1954. Varios. Historia ilustrada de la literatura chilena. Tomo II. Santiago: Editorial Zig-zag, 1985.
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ÍNDICE Prólogo Arte poética Sólo quieren rescatar el cuerpo amado Granero Fogón Vasija Está solo el culpable Bandos marciales La mesa servida El cuchillo enterrado El poema en el poema Esa edad misteriosa Donde la noche es tan grande Orientación Bibliográfica
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