Alejandro Vรกzquez Ortiz
Artefactos
Editorial
An.alfa.beta
El cuidado de esta edición estuvo a cargo de Sara Luz Sánchez Chávez, Carlos Lejaim Gómez Hernández y Daniel H. Kanó. Diseño de la portada: Ed. An.alfa.beta, basándose en el grabado anónimo de 1738 sobre el interior de Canard digérateur, autómata de Jaques de Vaucanson.
Primera edición © Alejandro Vázquez Ortiz © Editorial An.alfa.beta Av. Alfonso Reyes, 106 pte. Col. Prados de la Sierra, San Pedro Garza García, N.L. ISBN: Pendiente Contacto: ed.an.alfa.beta@gmail.com @ed_an_alfa_beta http://ed-analfabeta.tumblr.com Impreso en Monterrey, 2012
Para Sara Luz
O que yo pueda asesinar un dĂa en mi alma, al despertar, esa persona que me hizo el mundo mientras yo dormĂa. Antonio Machado
Nota
L
as palabras son máquinas. Incluso diría más: son las máquinas más poderosas que existen. Desde aquí alzamos nuestra objeción al pensamiento común de que hablar no sirve para nada. La palabra hace a la Realidad y desprendido queda el silogismo contrario: únicamente la palabra puede deshacerla. No hay mayor ambición de estos cuentos que convertirse en máquinas que hagan justo lo mismo de la palabra. ¿Qué sea eso y cuál sea su alcance? Eso no lo puede saber nadie. Pero si en algo cambian aquello que tocan, el propósito de este libro queda de sobra justificado. Suponer un autor detrás de esto es poco inexacto. Baste con puntualizar que esto que escribe quiere agradecer a los que voluntaria e involuntariamente han ayudado a pulir estas máquinas: Especialmente a Sara L. Sánchez, que se enfrentó en desigual combate con galimatías sintácticos y ortográficos y que, amable y llena de paciencia, me volvió a enseñar a escribir. Una vez más. Sin olvidar la insustituible labor desinteresada de Elsa Garza y Enrique Vázquez Carlos. Gracias por ayudar a hacerlo posible.
La mariposa
S
hen Kuo, teniendo únicamente un pincel y tinta para conversar, intentó saber lo que era la mariposa cabeza de serpiente. El geólogo, astrónomo, agrónomo, embajador, general, matemático, cartógrafo, ingeniero, meteorólogo, farmacólogo, burócrata y entomólogo de la dinastía Song, decidió, sin tener nada mejor en qué gastar su tiempo, estudiar a un lepidóptero que en la moderna zoología está ubicado en la familia de las saturniidae y cuyo latinajo es attacus atlas, pero que es mejor conocido con su nombre popular: mariposa cabeza de serpiente. Vistosa nomenclatura que se debe a que en sus alas, gracias acaso a los siglos de trabajo de la evolución natural —o tal vez por un mero capricho estético—, se dibuja la silueta y perfil de una víbora moteada, rubia y en aparente posición ofensiva. El severo erudito no tenía idea del riguroso problema teórico al que se enfrentaba. Pensó —en la leve juventud optimista que lleva a los hombres de mediana edad a las aficiones y pasatiempos— que la tarea sencilla de describir a un animal podría llenarle las tardes desocupadas y aburridas en el jardín, mientras supervisaba las obras para el astillero naval que diseñó para las barcas palaciegas del emperador Hsi-Ning. Así que, junto al agudo canto de una concubina y la melancólica melodía de un erhu, sentado en un escritorio en el claustro de su hogar, ante el frondoso espectáculo de la naturaleza contenida en un cerco botánico, sacó un pincel, tinta y un pergamino de papel. Trazó solemnemente:
蝶
Y, con un pulso ágil y férreo en su caligraf ía, comenzó la descripción sobre la blanca superficie: La mariposa cabeza de serpiente es tan grande como dos palmas de manos abiertas. El color ocre despintado que adorna su envergadura es sumamente bello, ideal para refugiarse entre el deshojamiento de los arces en otoño. En mi propio jardín tengo la fortuna de poder contemplar un ejemplar que hace un par de días nació bajo una ramita de aralia. El cuerpo, gordo y en tonalidades rojizas, resulta sumamente nítido debido a su gran tamaño; todas sus zonas están bien delimitadas por una fina capa de vello que alrededor de la cabeza se espesa como una especie de abrigo, exactamente igual que las mariposas de la seda, cuya diferencia yace únicamente del lado de los cromatismos dorados. La mariposa cabeza de serpiente es llamada así por quienes la conocen por motivo de que en el extremo de sus alas tiene una mancha que semeja, a cualquiera que la observe sin prevención, la cabeza de una serpiente ambarina que silba, erguida y desafiante, preparándose para el ataque. Dentro de las membranas, amplias y gruesas, suele tener entre cuatro y seis triángulos blancos que se alternan en simetría. Son altamente valoradas por los campesinos debido a la seda de sus capullos, aunque no sea de tan buena calidad como la de las mariposas domésticas. Los huevos alcanzan la anchura de media uña de un campesino adulto. Son semejantes a semillas de mandarinas y se colocan en las hojas de ciertos árboles frutales, donde nacen las diminutas orugas que pasan a alimentarse con viveza y avidez hasta conseguir el aspecto de un saludable cipo verdecillo con algunos ribetes de colores en el extremo anterior. La mariposa […] Diecisiete lunas se cumplieron el día en que terminó. Para entonces había rellenado, con una caligraf ía precisa y apretada, tres largos pliegos de papiro amarillento con los comportamientos sexuales, la tardanza de cría, grabados y dibujos sobre el lepidóptero. Con una sonrisa de satisfacción y a punto de moverse a otros asuntos, puso el punto 12
final a su descripción. Sin embargo, con la cabeza sostenida de su puño, frente al delicado son de un hulusi en los labios de una de sus mujeres, descubrió algo que le inquietó. Comenzó a sospechar, como una corazonada en el fondo de su cuerpo, de lo inacabado de su obra. En efecto, si quería dar una descripción exacta de la mariposa cabeza de serpiente de tal manera que lo que dijera se ajustara —palabra a palabra— con la Realidad del mundo, tendría que escribir un retrato detallado sobre la serpiente que en sus alas se dibujaba. Por tanto, sacó otro volumen de pergamino, escribió solemnemente en él:
蛇 La víbora punteada o moteada, según los campesinos del norte, es una serpiente no venenosa que […] Otros cuatro rollos de papel enteros fueron rellenados con las pacientes notas sobre las conductas de estos reptiles, leyendas, la manera en que había que prevenirse de las mordeduras, la época de cría y una receta de cocina que, aseguraban quienes se la transmitieron, era muy buena para la limpieza estomacal en ciertos casos de envenenamiento o intoxicación. Cuando hubo terminado, con los documentos ante él, se sintió satisfecho. Cogió el total de manuscritos, los puso en la mesa y sonrió. Para entonces ya habían pasado tres largos años desde que emprendiera aquella tarea aparentemente tan sencilla. Y en medio de aquel ritual de merecida autosatisfacción de ver cómo los libros, bien enrollados, bien colocados y con una etiqueta en cada extremo colgada de un hilo, estaban listos para entrar a la biblioteca, se dijo: «He aquí lo doble de aquello, he aquí que quien quiera conocer la naturaleza irá a la sala de estudio a hojear mis palabras». No obstante, poco le duró la mueca de agrado en la cara. Durante el breve momento que observaba con detenimiento el vergel, tupido de toda clase de taxones botánicos, empezó a percibir de nuevo una especie de molesta sensación que
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pronto se convirtió en desasosiego. De súbito, al mirar con tranquilidad y serenidad el patio y ver toda la clase de árboles en los que la mariposa cabeza de serpiente solía gastar las tardes, no pudo menos que darse cuenta de que su descripción seguía siendo incompleta. Con los ojos cansados pero asombrados, tomó nota de que había una sustancial diferencia en muchas de las características del lepidóptero ya sea que estuviera en un arce o en una aralia o acaso bordeando los nenúfares del estanque de las carpas: la mariposa nunca parecía ser la misma según estuviera aquí o estuviera allá, acomodándose y transformándose cuando las manchas de sus colores contrastaban con el vivo lila del áster de un arbusto o jugueteando entre los cetrinos naranjos maduros. Y sus dudas eran ciertas: los colores herrumbrosos de las alas parecían modificarse sensiblemente si se escondía bajo la sombra de un laurel frutal o si acaso se posaba bajo el potente sol de la primavera en un ramillete de orquídeas de hábito terrestre. «No», concluyó el sabio, «no son la misma mariposa». Un poco contrariado mandó apartar los pergaminos, recogiendo el tintero, sosteniendo el pincel carraspeó cabizbajo, para ahuyentar a los músicos y cortesanas, y pidió más papel a su secretario.
木 El laurel frutal es muy valorado entre los habitantes del imperio, ya que el aceite que se extrae de sus hojas, así como la madera, resultan muy útiles en […] Noventa y siete rollos de cinco codos cada uno fueron rellenados, uno tras otro, con la caligraf ía cuidadosa y apelmazada de Shen Kuo, anotando las exposiciones exhaustivas de distintas especies botánicas, todas ellas de su jardín y de los alrededores. Sin embargo, le resultaba evidente que aquella descripción no tenía la capacidad de resultar total si no hacía también un registro de las observaciones de la natura y el cielo y del resto de especies herbolarias del imperio.
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De ahí que se concentrara en escribir todos sus conocimientos geológicos y meteorológicos, así como completar los taxones florales, en otros 342 volúmenes más. Desde una descripción de las islas del sudeste, hasta grabados e ilustraciones de las montañas selváticas de la China, así como registro de lluvias, climas, sequías, ecosistemas y un cuidadoso horóscopo astronómico donde detallaba las constelaciones, estrellas, movimientos zodiacales y la retrogradación planetaria. Para cuando finalizó esa tarea habían pasado otros cuarenta años; sus libros se habían ido publicando, su fama recorría todos los rincones y bibliotecas del oriente, el Emperador había mandado fundar junto con Wei Pu el Buró Oficial de Astronomía del Imperio. Sus textos eran copiados, celebrados y distribuidos con celeridad y voracidad. Sin embargo, el límpido sentido de pureza teórica que alimentaba a aquel sabio le hizo darse cuenta —a pesar de que la gran mayoría habría dado el trabajo por terminado— de que la descripción de la tierra y el cielo no podía decirse terminada sin haber descrito con detalle a los habitantes, así como ciertas artes agropecuarias, arquitectónicas y de ingeniería que permitieran utilizar ese conocimiento como un bien económico. Tratados de agronomía y predicción climatológica, usos y costumbres del imperio, arte de la guerra, pedagogía, método científico, construcción de puentes, presas, filosof ía, etcétera, todo iba pasando por la punta del pincel de aquel hombre. Al terminar, exhausto, prácticamente ciego, con los dedos preñados de artritis retorcida, habían pasado 30 años más. El Emperador Shenzong estaba emocionado por contar con semejante erudito en la corte, le había nombrado sabio del Imperio, entregado concubinas, pavorreales, haciendas, instrumentos de medición, talleres, maestres, escuelas a su cargo y solía tomarlo como confidente para asuntos de vital importancia. Pero Shen Kuo seguía sentado en su escritorio, avejentado, luchando por la seguridad de que su exposición por fin había agotado todas las posibles notas de la mariposa. 15
Y al poner el último ideograma sobre el papiro de un tratado de sociología de Quiantang, esbozó la sonrisa de un triunfo, declaró el fin de aquella batalla. ¡Había por fin encerrado a aquella mariposa en la palabra! Y ocurrió entonces lo inesperado… Casi como una mensajera, la flor alada salió desde el vergel, aleteando, jugueteando con la brisa límpida de la tarde y llegando hasta su escritorio, con asombrosa docilidad, se posó sobre la mano pálida, flaca y retorcida del anciano. El sabio quedó por un momento sorprendido, agradecido de aquella emisaria de buen agüero; pero, de pronto, percibió algo que le golpeó con la fuerza de una revelación. Una fulminante mueca le torció el gesto, dando signos de terror y fatiga, un fulgor divino le invadió y sus ojos cansados se crisparon, su boca se abrió como si intentara coger aire. Un secretario afirmó que el viejo sabio se quedó petrificado, con la vista nublada, con las manos temblando en la orilla invisible de algún límite. Aseguró que en aquel mismo momento estuvo seguro de que Shen Kuo iba a morir. La respiración del anciano se quebró en mil resoplidos y levantó su mano como si quisiera que aquella mariposa volviera al jardín del que salió pero sin atreverse a tocarla. Ante él, todos los rollos de papiros cuales blancos tubos dispuestos en pirámides, fueron barridos con el brazo y arrojados al suelo se desperdigaron entre la hierba. La mariposa salió volando y se alejó hasta confundirse con los colores vivos de frutas y flores. Shen Kuo, con mano temblorosa, hizo un ademán para que todos abandonaran el patio, apartó a las concubinas y ordenó callar a los músicos. Llamó a sus escribas. Pidió más tinta y más papel. Un ayudante sugirió que no debía hacer ningún esfuerzo, pero el viejo erudito fue inflexible. Cuando llegó el material de escritura, sus manos crispadas apenas podían sujetar el pincel, temblando, con una caligrafía impropia de su pericia, aún consiguió escribir:
沈括 Shen Kuo, teniendo sólo un pincel y tinta para conversar, intentó saber lo que era la mariposa cabeza de serpiente. […] 16
La oración se vio interrumpida en este punto. Shen Kuo, con 117 años, falleció en su escritorio. Cuando le encontraron tenía la cabeza girada hacia el frente con la mirada vidriosa apuntando al vergel amurallado de su casa, como si aún después de muerto siguiera observando la naturaleza, pero sin tocarla… siempre desde su pupitre. Una de sus mujeres aseguró, y esto ya se ha vuelto leyenda popular entre los habitantes de la provincia de Kiangsu, la China austral y la virginal Indonesia, aseguró que un montón de mariposas cabeza de serpiente volaron desde los rincones ocultos del jardín hasta posarse sobre el cuerpo del anciano, agitándose a su alrededor, moviendo las alas tan grandes como la palma de una mano, como si le acariciaran.
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