Alma Isabelle Fougère Miquel Dewever-Plana
Título original: Alma Edición: Fabienne Pavia, Fabien Vidotto Traducción: Cristina Rodríguez Castillo Coordinación de la edición en lengua española: Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2012 © 2012 Art Blume, S.L. Av. Mare de Déu de Lorda, 20 08034 Barcelona Tel. 93 205 40 00 Fax 93 205 14 41 E-mail: info@blume.net © 2012 Le Bec en l'Air, Marsella (Francia)
ISBN: 978-84-9801-666-6 Impreso en Francia Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor. WWW.BLUME.NET Este libro se ha impreso sobre papel manufacturado con materia prima procedente de bosques sostenibles. En la producción de nuestros libros procuramos, con el máximo empeño, cumplir con los requisitos medioambientales que promueven la conservación y el uso sostenible de los bosques, en especial de los bosques primarios. Asimismo, en nuestra preocupación por el planeta, intentamos emplear al máximo materiales reciclados, y solicitamos a nuestros proveedores que usen materiales de manufactura cuya fabricación esté libre de cloro elemental (ECF) o de metales pesados, entre otros.
Alma Isabelle Fougère Miquel Dewever-Plana
Es increíble lo que el hombre inventa para estropear al hombre, y como todo eso pasa tranquilamente, el hombre cree vivir y, sin embargo, está casi muerto. Jacques Prévert, «Acontecimientos», Palabras, 1937
Alma
Primero, los pájaros. Los pájaros y este aire suave en el barrio. La alegría de mis quince años y las flores que cuelgan de las matas silvestres. Un estremecimiento entre las piernas, la banda que me espera en el cruce. Mi familia de chicos malos. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. La única chica entre tantos chicos. Mi alegría me da fuerza. Me han dicho que sí, y haría cualquier cosa por ese «sí». La banda, «hasta que la muerte nos separe», como en las telenovelas. Es un matrimonio: yo soy la prometida que se compromete. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y el momento que llevo esperando semanas: la misión que me convertirá en «marera». Nunca más sola, nunca más débil, nunca más víctima. La fuerza que bulle en mi interior va a encontrar su camino. Seré la más fuerte, la más hermosa, daré miedo y nunca más tendré miedo. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y luego mi misión: «Ven, ya lo verás cuando lleguemos». Caminamos por la calle. Me rodean cuatro, todo un batallón de músculos con tatuajes
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sobre una piel aún tierna. Una armada de bebés guerreros con paso bamboleante. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y luego mi misión. Y la casa. «Clac»: la puerta está cerrada. Los pájaros dejan de cantar. Mi corazón late a toda velocidad. Mis ojos se acostumbran a la penumbra. Una masa informe se mueve entre quejidos. Un débil grito: no soy la única chica. Un pie pasa por encima de la masa informe, que se revuelve hacia adelante y hacia atrás. Siento la boca seca y distingo el sonido de una bragueta que se abre. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y luego mi misión, la casa, y ella... Como un barco que se abre paso entre las olas, unos ocho o diez se abaten sobre ella. Perforada, deja de gritar y parece contar las manchas de óxido del techo. Aprieto los muslos: mi sexo está tan seco como mi boca. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y luego mi misión, la casa, y ella... Una chica del barrio algo mayor que yo. «Nos hemos divertido, pero nos denunciará. Tienes que matarla.» Mi misión. Primero, los pájaros. Después, los abrazos. Y luego la misión, y ella, a la que tengo que matar. «¡No, imposible!», grita mi náusea. «Sí, tienes que hacerlo para convertirte en una
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verdadera “marera”», le responde mi rencor. Mis ojos buscan ayuda entre los compañeros de escuela violadores. Un hombro sobre el que apoyarme, una mano que me guíe, una fuerza que me doblegue. Los pájaros, los abrazos, la casa, y ella, a la que tengo que matar. Matarla o morir. Morir o matarla. Voy a morir. No, no moriré. La banda aguarda a mi alrededor. En medio del silencio, su voz: «No diré nada, por favor. Por mis hijos, no me mates». Los pájaros, los abrazos, la casa, y ella, a la que tengo que matar. Sus ruegos en medio del silencio. Mis manos que tiemblan, desarmadas, pero dispuestas ya a obedecer. Estoy como ausente, la rabia se apodera de mi cuerpo y me veo a mí misma, actuando. Los pájaros, los abrazos, la casa, ella, a la que tengo que matar, sus ruegos en medio del silencio y mi rabia. En la casa maldita, una botella de cerveza a mis pies. La rompo. Una botella rota a modo de puñal, sus ojos me vuelven loca, el odio me guía. La botella rota en la mano,
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la botella rota en su cuello. Me corto, su sangre mezclada con la mía. Mi blusa blanca está roja. Su agonía, larga agonía, mi misión cumplida. Rojo sangre, venas abiertas, mi bautismo como «marera». Salgo de la casa. Me fumo un cigarrillo. Tiemblo. Estoy feliz. Nunca más tendré quince años.
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El desertor
Durante mucho tiempo he querido cuidar de ti, Almacita, hija mía. Aunque fuera desde la distancia, arrancado demasiado pronto de esta vida que no era vida. Durante mucho tiempo he estado dando vueltas a tu alrededor, invisible. Alma en pena, privado de reposo. Soy un desertor. El día de mi partida, al abandonar este cuerpo exhausto de amargura y ahogado en alcohol, lamenté haber malgastado hasta mi último aliento sin haberte trazado un camino. Sí, soy un desertor. Tenías once años cuando fallecí. Un alivio, para ser franco. Un velo sobre tus ojos inmensos, espejo de mis debilidades. Rebosantes de amor de buena mañana, cuando cepillaba tu largo cabello oscuro. Dilatados de temor por la noche, cuando, azuzado por mis demonios, clavaba mis puños en tu resignada madre. En el país de los hombres fuertes, hice lo que pude. Daros un techo de cartón donde cobijaros a ti, a tu madre y a tus
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hermanas. Ahorrar para cada bloque de hormigón y levantar los muros de nuestra casa. Una dignidad hecha de láminas con las que proteger tu sonrisa y tus primeras alegrías, tus cuadernos de escritura y tus ganas de aprender. Mi hija preferida. En el país de los hombres fuertes, abdiqué vengando mi falta de trabajo con la bebida y los golpes. Odiaba a tu madre por alimentaros mejor que yo. Cuando la estampaba contra la pared de la habitación, tú te arrastrabas bajo la cama con los puños cerrados. Apenas el alcohol desertaba de mis venas, aturdido y sin fuerzas, me asaltaba el remordimiento. Te acariciaba la cabeza y te llevaba al mercado. Mendigaba algo de verdura ya que todo el dinero que nos dejaba tu madre me lo gastaba en alcohol. Tú me sonreías, pero te quedabas rezagada detrás de mí. Amor, vergüenza y miedo. Querías admirarme, pero en lo más hondo de tu corazón te jurabas que, cuando fueras mayor, no dependerías jamás de un tipo como yo. Un tipo como yo... Todos éramos iguales en nuestro barrio. Todos perdidos. Brazos musculosos de pacotilla, hombres a la deriva que no reinaban sino sobre sus mujeres y sus hijos, pero no sobre su vida. La calle se iba convirtiendo poco a poco
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en un campo de batalla para los patojos de tu edad. Los chicos mayores se pavoneaban con sus tatuajes mientras las pandillas tendían sus tentáculos. Para nosotros, que veníamos del campo, resultaba dif ícil enfrentarse a esa violencia cada vez mayor. Hice las paredes de casa más altas y te prohibí salir para reunirte con tus compañeros. Tenías once años cuando morí. Y lo he visto todo desde donde yo fracasé, yo, que tendría que haber sido el que iluminase tu vida. Once años. Lloras porque te abandoné. Doce años. Acudes a tu madre cuando te conviertes en una mujer, pero trabaja de sol a sol. Trece años. Empiezas a callejear. Haces por fin amigos. La pandilla del barrio te fascina, sus miembros son guapos y fuertes. Sueñas con enamorarte. Ocultas tus senos incipientes para poder ir con la banda con total tranquilidad. Tú, que eres tan hermosa, has comprendido que en el mundo de los hombres fuertes es una desdicha ser una mujer. Eres buena en los estudios, te gusta aprender, sueñas con ir a la universidad. Catorce años. Tu madre te confiesa que no podrá pagarte los estudios. Te gustaría tenerme cerca. Te gustaría que te
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defendiera, que te ofreciera un porvenir. Me echas de menos y tu pobre madre no obtiene nada más de ti que gritos y desobediencia. Y ahí estás, en la calle. Se acabó la escuela. Ha llegado la hora de escoger. Grito en silencio: «¡No vayas!». Quince años. En la casa maldita está esa chica mayor que tú, tumbada en una cama. La botella rota en tu mano. La botella rota en su cuello. Mi hija criminal con sus grandes ojos negros. Tu blusa llena de sangre. He perdido tu sonrisa. Mientras te fumas un cigarrillo, piensas en mí. Almacita, quisiera poder desertar de nuevo.
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«La joven hizo estragos durante mucho tiempo antes de desaparecer. La única chica de la pandilla, la más dura. Se pavoneaba por la calle como una reina. Yo era más joven, fue hace diez años, antes de que esta existencia miserable me acartonara hasta los sentimientos. La había conocido cuando era pequeña, en los brazos de su padre, dulce y alegre. Una mariposa de primavera convertida en la araña negra del barrio.» De muy joven, Alma se unió a una mara, una de esas pandillas que llenan a diario de sangre la capital de Guatemala. En las calles del asentamiento de su infancia, se unió al clan de los más fuertes, llevada por un impulso vital que la convenció de que era mejor infligir violencia que padecerla. Mató, participó en violaciones y extorsiones. Conoció las palizas y la cárcel, se convirtió en una mujer en medio de un grupo de jóvenes guerreros armados hasta los dientes, tatuando su cuerpo con marcas indelebles y negando su feminidad. Cuando quiso abandonar la pandilla, sus compañeros intentaron asesinarla. Alma es el fruto de la obra fotográfica de Miquel DeweverPlana sobre la violencia en Guatemala. Haciendo eco de sus imágenes, Isabelle Fougère da voz, en un relato polifónico, a Alma y a los principales testigos de su vida. Su relato mezcla el realismo con la ficción para destacar la universalidad del destino de la joven, confrontada a la extrema brutalidad de un mundo en descomposición.
ISBN 978-84-9801-666-6
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788498 016666