Peter Pan

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Peter Pan Y

Wendy

J. M. Barrie | Robert Ingpen Edición del Centenario



Peter Pan Y

Wendy



Peter Pan Y

Wendy

J. M. Barrie | Robert Ingpen Edición del Centenario


Título original: Peter Pan and Wendy Tr aducción : Carmen Gómez Aragón Coor dinación de la edición en lengua española: Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2004 Reimpresión 2006, 2008, 2010, 2011, 2012 © 2004 Art Blume S.L. Av. Mare de Déu de Lorda, 20 08034 Barcelona Tel. 93 205 40 00 Fax 93 205 14 41 E-mail: info@blume.net © 2004 del texto, J. M. Barrie © 2004 de las ilustraciones, Robert Ingpen I.S.B.N.: 978-84-89396-04-3 Impreso en China Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor. WWW.BLUME.NET Preservamos el medio ambiente. En la producción de nuestros libros procuramos, con el máximo empeño, cumplir con los requisitos medioambientales que promueven la conservación y el uso responsable de los bosques, en especial de los bosques primarios. Asimismo, en nuestra preocupación por el planeta, intentamos emplear al máximo materiales reciclados, y solicitamos a nuestros proveedores que usen materiales de manufactura cuya fabricación esté libre de cloro elemental (ECF) o de metales pesados, entre otros.


Prólogo Me pidieron que escribiera un breve prefacio a esta nueva edición ilustrada de Peter Pan y Wendy porque soy uno de los parientes vivos más cercanos de J. M. Barrie. Era el tío de mi abuelo, y, por tanto, mi tío bisabuelo. En el momento de su muerte, en 1937, Barrie era un hombre rico y famoso. Había escrito numerosas novelas y obras de teatro de muchísimo éxito, de las cuales Peter Pan –representada por primera vez en 1904– es y continuará siendo con mucho la más famosa. Barrie había sido nombrado baronet, le habían concedido la Orden de Mérito y había recibido muchos otros honores; para resumir, había logrado todas sus ambiciones mundanas. Y sin embargo, no era un hombre feliz: su matrimonio había sido un fracaso y no tenía hijos propios. Antes de que escribiera Peter Pan, Barrie había entablado amistad con la familia Llewellyn Davies, y más tarde, al morir los padres, se convertiría en el tutor de los cinco niños. Los niños Llewellyn Davies fueron la familia sucedánea de Barrie y les mostró una devoción absoluta. A cambio, ellos le inspiraron el personaje de Peter Pan, que fue creado, según Barrie, frotando muy fuerte a los cinco niños, «al modo en que los salvajes hacen fuego con dos palillos». Mientras fueron niños, los chicos correspondieron a su cariño, pero la estrecha relación de la que disfrutaban no podía perdurar. A medida que crecían, se alejaron inevitablemente de su padre adoptivo, y aún había de ser peor. Uno de los chicos murió en la primera guerra mundial, y luego otro se ahogó mientras estudiaba en Oxford. La muerte de mi abuelo en el Somme –su sobrino preferido– fue otro duro golpe. Estas pérdidas destrozaron a Barrie, quien ya no se recuperaría jamás completamente de ellas. No llegué a conocer a Barrie porque murió antes de que naciera yo, pero supe mucho acerca de él por mi difunto padre, Alexander Barrie, quien solía visitar a aquel gran hombre en su piso de Adelphi Terrace y jugó para su equipo privado de críquet, el Allahakberries. El piso era enorme, y tenía vistas magníficas que daban al río Támesis. Tenía una chimenea, y las paredes estaban revestidas con paneles de madera de árboles tropicales que su amigo (y héroe) Robert Louis Stevenson mandaba a Berrie desde Samoa. Esta amistad –aunque mantenida enteramente por correspondencia– fue muy importante. Stevenson, al igual que Barrie, fue un escritor escocés de éxito y un brillante creador de relatos infantiles, entre ellos esa otra gran historia de piratas que es La isla del tesoro. Pero en


cierto sentido Stevenson era muy distinto: además de escritor era un aventurero que había de acabar sus días en los mares del sur. Barrie era plenamente consciente de su pequeña estatura y sentía gran admiración por quienes, como Stevenson, tenían el valor de enfrentarse a riesgos físicos (Barrie se contó entre los que financiaron la funesta expedición de Scott al Polo Sur). La historia de Peter Pan es compleja, pero refleja claramente el deseo frustrado de Barrie por la aventura, deseo que naturalmente comparten todos los niños. En 1929 Barrie legó todos los derechos de Peter Pan al Great Ormond Street Hospital for Children, presente que después confirmaría en su testamento, con la condición de que su valor jamás debería revelarse en público. En una situación normal, los derechos de obras como ésta habrían expirado a los 50 años de la muerte del autor, que falleció en 1937. Sin embargo, una ley única aprobada por el Parlamento en 1987 concedió al Great Ormond Street Hospital los derechos de autor de Peter Pan y todos sus derivados en perpetuidad, y de este modo garantizó que el Hospital continuara beneficiándose de los derechos tanto tiempo como siguiera disfrutándose de la historia de Peter Pan. El propio Barrie guardó silencio acerca de sus razones para tal extraordinariamente generoso gesto. No obstante, la dedicatoria de la primera versión publicada de Peter Pan, que apareció en 1928, ofrece una pista. En ella, dirigiéndose a los cinco niños Llewellyn Davies –dos de los cuales habían muerto hacía ya mucho tiempo–, Barrie pregunta «si en memoria de lo que hemos sido los unos para los otros aceptaréis esta dedicatoria con el cariño de vuestro amigo». Yo creo que detrás del regalo al Great Ormond Street Hospital estaba su devoción a «los cinco».

J.M. Barrie

David Barrie


Contenido Aparece Peter La sombra ¡Vámonos, vámonos! El vuelo La isla se hace realidad La casita La casa subterránea La Laguna de las Sirenas El ave de Nunca Jamás El hogar feliz El cuento de Wendy El rapto de los niños ¿Creéis en las hadas? El barco pirata «Esta vez es Garfio o yo» La vuelta a casa Cuando Wendy creció

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CAPÍTULO 3

¡Vámonos, vámonos!

P

oco tiempo después de que el señor y la señora Darling abandonaran la casa, las lamparillas de noche que se encontraban junto a las camas de los niños continuaban encendidas. Eran unas lamparillas de noche estupendas, y no se

puede dejar de pensar que ojalá hubieran estado encendidas para ver a Peter, pero la lámpara de Wendy parpadeó y soltó un bostezo tal que las otras dos se vieron obligadas a bostezar también, y antes de que pudieran cerrar sus bocas se apagaron las tres. Pero en esos momentos había otra luz en la habitación, mil veces más brillante que las lamparillas de noche, y en el tiempo que nos ha llevado decir esto, ya se ha introducido en todos los cajones del cuarto de los niños para buscar la sombra de Peter. Además, ha rebuscado en el armario y ha vuelto del revés todos los bolsillos. En realidad, no era una luz, pero al moverse tan rápidamente por la habitación generaba luminosidad. Si descansaba un momento, se advertía que era una hada, de un palmo de altura como mucho, que todavía estaba en edad de crecimiento. Se llamaba Campanilla de Calderero. Lucía un exquisito vestido confeccionado con una hoja, escotado y cuadrado, a través del cual podía verse claramente su figura. Se veía que tenía una ligera tendencia a estar rellenita. Un momento después de entrar el hada, la ventana se abrió empujada por el aliento de las estrellas, y Peter saltó dentro de la habitación. Como había llevado consigo a Campanilla parte del camino, su mano estaba todavía manchada de polvillo de hada.

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LA LAGUNA DE LAS SIRENAS

Algunos de los más grandes héroes han confesado que justo antes de combatir experimentaron una sensación de debilidad. Si a Peter le hubiera pasado eso en aquel momento lo hubiera admitido. Al fin y al cabo, Garfio era el único hombre a quien temía el Cocinero. Pero Peter no se hundió y sólo experimentó un sentimiento, el de felicidad, así que rechinó sus preciosos dientes lleno de alegría. Tan rápido como el pensamiento, le quitó a Garfio un cuchillo de su cinturón y estaba a punto de clavárselo cuando se dio cuenta de que estaba a mayor altura de la roca que su enemigo. No habría sido una lucha justa. Así que le alargó una mano al pirata para ayudarlo a subir. Fue entonces cuando Garfio le hirió. A Peter no le aturdió el dolor, sino su injusticia. Lo dejó prácticamente indefenso. Sólo pudo quedarse mirando horrorizado. Todos los chicos reaccionan así la primera vez que son tratados injustamente. Todo cuanto creen que tienen derecho a recibir cuando se entregan es justicia. Después de que alguien los haya tratado injustamente lo seguirán queriendo, pero jamás volverán a ser los mismos. Nadie se recupera de la primera injusticia. Nadie excepto Peter. Solía encontrársela, pero la olvidaba. Supongo que ésa era la verdadera diferencia entre él y el resto. De modo que cuando encontró la injusticia fue como la primera vez, y sólo pudo quedarse mirando, indefenso. La mano de hierro lo arañó dos veces. Unos momentos después, los demás chicos vieron a Garfio en el agua abriéndose paso salvajemente hacia el barco. No había en su cara pestilente rastro de euforia, sólo un pálido miedo, pues el cocodrilo lo perseguía obstinado. En una ocasión normal los chicos habrían nadado junto a él armando alboroto, pero ahora estaban preocupados, pues habían perdido a Peter y a Wendy, y se hallaban registrando la laguna en su busca, llamándolos por sus nombres. Encontraron el bote y se fueron a casa en él, gritando «Peter», «Wendy» por el camino, pero no obtuvieron ninguna respuesta salvo la risa burlona de las sirenas. —Deben de estar regresando a nado o volando —concluyeron los chicos.

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«Todos los niños, menos uno, crecen. Muy pronto saben que crecerán, y Wendy no fue una excepción. Un día, cuando contaba con dos años de edad y jugaba en el jardín, arrancó otra flor y corrió con ella hacia su madre. Supongo que debía de estar encantadora, porque la señora Darling se llevó la mano al pecho y exclamó: “¡Ojalá pudieras quedarte así para siempre!”. Esto es todo lo que ocurrió entre ellas acerca del tema, aunque desde entonces Wendy supo que tenía que crecer. Siempre lo sabes después de cumplir dos años. Dos es el principio del fin.»

ISBN 978-84-89396-04-3

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788489 396043


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