Mapas literarios

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T i e r r a s i m a g i n a r i a s d e l o s e s c r i t o r e sTierras imaginarias de los escritores
MAPAS LITERARIOS
EDICIÓN DE HUW LEWIS-JONES

EL BOSQUE Y MÁS ALLÁ

Adentrarse en los bosques PIERS TORDAY

REAL EN MI MENTE Aventuras en Castle Key HELEN MOSS

DETRÁS DE LA PUERTA AZUL Rutas por Narnia ABI ELPHINSTONE

TERCERA PARTE – CREAR MAPAS

GESTIÓN DEL CAOS El Mapa del Merodeador MIRAPHORA MINA

TERRITORIO INEXPLORADO Un cartógrafo de la Tierra Media DANIEL REEVE

CONECTANDO CURVAS DE NIVEL Carta Marina y más REIF LARSEN

UN FÁRRAGO DESCABELLADO

Fantasías en tierras lejanas RUSS NICHOLSON

CICLO DE HISTORIAS

La Tierra Temprana y el País de las Hadas ISABEL GREENBERG

EL FIN DEL BOY SCOUT Con Swallows and Amazons ROLAND CHAMBERS

SÍMBOLOS Y SEÑALES

Acerca de Robinson Crusoe y otros

BICKFORD-SMITH

IDEAS PRELIMINARES Clangers y Noggin PETER FIRMIN

CUARTA PARTE – LEER MAPAS

FANTASÍA EXTRANJERA Dragones y mazmorras LEV GROSSMAN

MANOS FEMENINAS Curiosidad cartográfica

SANDI TOKSVIG 214

EL PAISAJE DEL CUERPO Viajes interiores

BRIAN SELZNICK 220

EXPLORANDO LO DESCONOCIDO Terra Incognita

HUW LEWIS-JONES

EPÍLOGO

NUNCA OLVIDARÉ

La belleza de los libros CHRIS RIDDELL

adicionales

de las citas

de las ilustraciones

índice

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CORALIE
192 colaboradores 246 agradecimientos 247 lecturas
248 fuentes
249 fuentes
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LAS PEQUEÑAS COSAS Mapas de recuerdos

Mi mente es un mapa. Un capitán loco lo dibujó bajo una luna fluida hasta que lo supo; sopla con trompetas, de mejillas infladas como jarras, y se manifiesta con motivos brillantes como alfombras de Arabia.

«Aquí hay tigres». «Aquí enterramos a Jim».

Aquí está el estrecho donde los peces ciegos nadan en torno a su ídolo enterrado, ahogado y frío que llora sal y oro.

Un país como la cara oscura de la luna, un país de sidra de manzana, duro y bendito, un país salvaje como una cáscara de castaña, una tierra de hechiceros hambrientos.

STEPHEN VINCENT BENÉT, 1931

LA PRIMERA VEZ QUE ME PERDÍ estaba en el zoo de Londres. Y no fue porque no tuviese mapa, sino todo lo contrario: porque tenía uno. De hecho, en la mochila llevaba varios que había recogido junto a la entrada. Tenía cinco años. Ahora recuerdo el mapa, sus márgenes llenos de todo tipo de criaturas de las que nunca había oído hablar, cosas nuevas por descubrir y nombres impronunciables: el mejor mapa posible.

Entre la multitud, cerca de los monos, conseguí zafarme de mi padre. Él estaba distraído, persiguiendo a mi hermano (que había hecho más o menos lo mismo que yo), y salí corriendo. No recuerdo todos los animales que fui dejando atrás (un orangután peludo, tal vez; un árbol con loros de colores vivos) en mi carrera, mapa en mano. Cuando pasé junto a los rinocerontes empecé a pensar que debería buscar a mi padre; cuando llegué a los leones, supe con total seguridad que prefería que mi hermano estuviese conmigo. Nunca olvidaré la expresión de mi padre cuando finalmente me encontró: yo tenía la cabeza hundida en el mapa y estaba sentado en el suelo, cerca de los pingüinos. Estaba muy enfadado:

—Ahora yo me encargo de eso—, vociferó mientras me arrancaba el mapa de las manos. Tampoco fue para tanto. Tenía otro mapa listo, perfectamente seguro en un bolsillo.

Sin duda, esa es la primera vez que recuerdo haberme perdido por la maravilla de un mapa. Los mapas nos transportan: están llenos de sorpresas, posibilidades, aventuras. Ocurre lo mismo con un buen libro. Nos permiten huir a otro lugar, a donde queramos. Los libros, como los mapas, están repletos de magia.

Treinta años más tarde me encuentro en un barco de propulsión nuclear, atravesando un océano de hielo, en dirección al Polo Norte. De nuevo llevo una mochila llena de mapas, como cualquier buen explorador, pero allí a donde vamos no me servirán para nada. Los mapas que me he llevado forman parte de los libros que estoy decidido a leer en el mes, más

16 . FANTASÍA

o menos, que durará esta expedición, desconectado del mundo. Un puñado de libros procedentes de las enormes pilas que he acumulado en casa a lo largo de los años. Los japoneses tienen una palabra para ese «problema»: tsundoku, que hace referencia a esas pilas de libros que compramos pero que no hemos tenido tiempo de leer, esos libros sin los que no podemos vivir y que acaban amontonados, un mes tras otro.

¿Qué había en el montón de libros que me llevé para aquel viaje al Polo Norte? De todo. Algunos volúmenes académicos, un par de guías de naturaleza, un manuscrito de un libro en marcha, y algunas auténticas maravillas: un volumen en rústica ajado de El mundo perdido de Arthur Conan Doyle; una reimpresión de Aterrizaje en la luna (de Tintín); La cabina mágica de Norton Juster; mi querida copia de Arctic Adventure, un libro de Willard Price que atesoraba desde pequeño; Winter Holiday, el cuarto libro de la serie Swallows and Amazons de Arthur Ransome; una nueva edición de La gran inundación, de Tove Jansson, y una copia prestada de La caza del snark, de Lewis Carroll, con su magnético y tentador mapa en blanco (del que hablaremos más tarde; véase pág. 75).

Aquel mapa en blanco en La caza del snark suponía un buen tótem para el lugar al que nos dirigíamos, el Polo Norte: un lugar invisible en la parte más

PÁGINAS 14-15

The Land of Make Believe dibujada por Jaro Hess en 1930. Nacido en Praga, Hess se trasladó a América en busca de una vida mejor. Creó este mapa cuando trabajaba como diseñador de jardines en Michigan.

El Zoo de Londres de J. P. Sayer se publicó originalmente en The Strand Magazine, en 1949. En primer plano, Winston Churchill pasea a un león llamado Rota mientras fuma un puro, por supuesto.

PÁGINAS 18-19

Hergé (Georges Remi) dibujó este mapa en 1932 para la revista semanal en la que se publicaron por primera vez sus tiras de Tintín El protagonista y su perro Milú navegan por el océano Índico.

HUW LEWIS JONES . 17

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