
1 minute read
OZLXONVODHFOZLXON5SHFX I MISIÓN IMPOSIBLE
Un comentario crítico pero simpático hizo ver que la «Impossible Mission Force», el equipo de agentes de la serie de televisión Mission: Impossible (1966-1973), creada por Bruce Geller, compartía las mismas iniciales y el mismo intervencionismo en los asuntos de terceros estados que el Fondo Monetario Internacional (IMF, en inglés). Es cierto, pero las maquinaciones de los agentes secretos de la serie tenían más chispa: desinformar, manipular a un espía enemigo detrás del telón de acero o desestabilizar a gobernantes de imaginarios países bananeros, y todo ello gracias únicamente a la minuciosa realización de un plan, estrella absoluta en cualquiera de los episodios. Mientras que la ficción de espionaje suele apoyarse en su protagonista, y a pesar de que las series de televisión exigen buenos personajes, en un episodio prototípico de Mission: Impossible solo hay ojos para la estratagema, para el cómo de esa maquinación. Cómo se las apañará el comando —que casi se parece más a una troupe de teatro (el jefe, la mujer fatal, el actor polimorfo, el manitas de la mecánica, el fortachón)— para embaucar a todo el mundo con sus juegos malabares, sus máscaras y sus artilugios. La única psicología aquí es la conductual, la que empuja al villano en la dirección que más le convenga al guion. Mission: Impossible seduce. Emociona por sus rituales (el mensaje de voz que, tras indicar cuál es la nueva misión —«si la aceptáis, vuestra misión es...»—, se autodestruye); por su sofisticación hitchcockniana (las mentiras de Vertigo [Vértigo] y la participación de Martin Landau, actor también en North by Northwest); por su energía pop (el montaje picado a ritmo con la música trepidante de Lalo Schifrin); por el encaje milimétrico de sus piezas, al estilo de Topkapi (1964), de Jules Dassin (inspiración confesa de la serie); y por su confianza en que la inteligencia del espectador descubrirá sobre la marcha las claves de la trama. Es como el cine de espías, donde la acción es vertiginosa y donde todo es posible: hacer creer en los fantasmas o en la existencia de un hermano gemelo desconocido; obtener la confesión del villano simulando su ejecución; o alterar un film o una obra de teatro de propaganda anti-estadounidense. Stanley Kallis, uno de los productores de Mission: Impossible, consideraba que la filosofía de la serie era «fascistoide»1 y que la «Impossible Mission Force» utilizaba métodos tan amorales como los de la CIA, así que trabajó para que fuera lo más cerebral posible (el equipo no dispara prácticamente nunca; sin embargo, incita a los enemigos a matarse entre sí).