Logros de los niños merecen atención

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VIERNES, 26 DE JUNIO DE 2009 ❙ ÚLTIMAS NOTICIAS

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Logros de los niños merecen atención Sobrevalorar sus acciones es acostumbrarlos a no exigirse más

✒ Visión

Compartida Lisbeth Canga García

Recompensas, premios o castigos

HABLAN LOS CHAMOS

María Verónica

Julie Medina

(6 años) “Cuando salgo bien me gusta que mi mamá me de muchos abrazos”.

(11 años) “Me gusta que me feliciten y me brinden un helado”

Georgery Prato

Fabiana Hernández

MARTHA RODRÍGUEZ

Caracas. Que los adultos significativos (papá, mamá, tíos, abuelos etc.) reconozcan el esfuerzo, la capacitación y el aprendizaje en los niños, es de gran valor para reforzar sus fortalezas, desarrollar una autoestima adecuada y propiciar la acción reflexiva de lo que emprenden. Los logros de fin de año escolar son ejemplo claro del acompañamiento que pueden proporcionar familia y escuela, para reconocer una meta que durante muchos meses es objeto de presión. La psicóloga Silvia Rosales señala que “actualmente se compensa más a través motivadores externos tales como juegos de avanzada, un celular, objetos de moda, pero no cultivamos, por desconocimiento, el afecto, tan necesario para fortalecer a los niños y adolescentes”. Sistema de recompensas. La motivación únicamente con factores externos, puede hacer que los niños y adolescentes se vuelvan más exigentes en cuanto a lo que pueden obtener y menos con referencia a sus avances, logros y aprendizajes. No obstante, los obsequios materiales no tienen por qué descartar-

(7 años) “Cuando salgo bien me gusta que me lleven a la playa”. se. La doctora Rosales hace hincapié en que los adultos tomen consciencia del tipo de “premio” que se le va a dar al niño. En principio, porque algunos no consultan lo que realmente necesitan sus hijos sino que suponen. Si los niños son quienes piden, hay que revisar para qué lo quieren, por qué lo hacen y enseñarles el valor que tiene. Sin extremos. “Estamos viendo en las consultas una carencia afectiva a todos los niveles, desde el niño hasta el adulto. Todos buscamos ese reconocimiento, el estar presente, el sentido de la compañía, pero estamos perdiendo los encuentros, el contacto visual, el frente a frente, debido al mundo tan agitado que estamos llevando”, expresa la psicóloga. Asimismo, indica la doctora que el adulto debe cuidar la forma en que se dirige a su hijo cuando no cumple con las metas, porque puede reflejar sus frustraciones personales y no busca entender lo que siente el niño o la niña, no conver-

PARA NO PASAR POR ALTO ■ Cuando se dirija al niño, baje a su tamaño, busque el contacto visual y use términos sencillos. No de explicaciones rebuscadas. A veces sólo necesitan una respuesta simple. ■ Aprenda

a pedir disculpas cuando se equivoque.

■ No

tema pedir afecto o demostrarlo. Para cualquiera es un regalo. Cuidado con los mensajes que da. La descalificación se arraiga en su mente y cubrirles todo limita sus defensas ante la sociedad, porque el mensaje no es que te quiero mucho, sino que no puedes vivir sin mí.

■ “Siempre”, “Nunca” y “Jamás” son palabras que debe emplearse con cuidado.

(10 años) “Yo sólo quiero que me feliciten”. san de lo que quiere o por qué le cuesta aprender determinada materia... “Los padres somos los primeros hechiceros de los niños. Cuando un adulto significativo manda mensajes de descalificación queda grabado como una etiqueta en el niño” expresa Rosales. Del otro lado, se encuentra la sobrevaloración. Cuando cualquier tarea o actividad es perfecta para el niño porque el adulto así se lo demuestra, se le está poniendo un techo, un tope del cual no le interesa pasar porque así satisface a los adultos. Por otra parte, el adulto quejón, (siempre hay un pero) que no valora al niño porque todo está incompleto, regular o malo, le refuerza la imagen de víctima y lo hace conformista, “para qué va a intentar hacerlo mejor o para qué hacer las cosas, si igual estará malo”. Como facilitadores, los padres y maestros, deben estar claros en su rol y que lo primero que deben enseñar es a descubrir esos recursos propios. ■

i apruebas el examen, te compro un regalo”; “iremos a la playa o de paseo, si te portas bien”; “Esta tarde no verás la tele porque estas castigado”. Quizás te suenen familiares alguna de estas frases, y es que los padres, maestros o adultos significativos solemos acudir con frecuencia al premio o recompensa como mecanismo de motivación o reconocimiento cuando nuestros hijos realizan una acción que consideramos digna. Otras veces utilizamos el castigo (no físico, pues éste es inaceptable), cuando queremos desaprobar una conducta que creemos no es correcta. Muchos estudiosos afirman que se fomenta el compromiso y la responsabilidad por medio de la recompensa y que se refuerza la conducta incorrecta cuando hacemos uso indiscriminado del castigo o sanción. Lo cierto es que con frecuencia, los niños son manipulados con estos dos recursos. Seguramente más de uno haya hecho uso de premios o castigos ante alguna conducta de sus hijos y se habrá preguntado si hizo lo correcto. Lo primero que debemos preguntarnos es qué buscamos cuando premiamos o castigamos a nuestros hijos. En todo caso, se trata de recursos que debemos emplear con prudencia para que den los resultados que se esperan, y deben estar acompañados de una reflexión acerca de la conducta que se está premiando o castigando. Debemos estar conscientes de que los premios y los castigos no son más que situaciones críticas cuando el tratamiento habitual que se suministra en el proceso educativo, como son las buenas dosis de ejemplos, persuasión y reflexión, no están surtiendo efecto y entonces es necesario restablecer un cierto equilibrio. De allí que no deben ser una respuesta automática a todas las conductas buenas o malas, pues esto provocaría que los niños se muevan sólo a cambio de premios y castigos y seguramente pronto dejarán de valorarlos. Sabemos que es muy positivo reforzar las conductas de los niños que queremos que se repitan. Pero los premios no deben ser sólo cosas materiales. El reconocimiento puede mostrarse mediante el afecto: un abrazo, una caricia, felicitarle con palabras, colgar en casa un bonito dibujo que ha hecho en clase, hacer algo que le guste, como por ejemplo, jugar, ver su programa preferido, prepararle su comida favorita. Los maestros de preescolar suelen utilizar stickers, estrellas, puntos, u otras recompensas tangibles inmediatamente después de observar en sus alumnos el comportamiento apropiado. Pero, ¿qué ocurre cuando el niño es más grandecito y las recompensas se suelen convertir en regalos costosos? El niño aprende a asociar la buena conducta con un resultado externo que le da placer, que dista del placer interno de hacer lo correcto. En fin, los premios y castigos son recomendables y adecuados si se usan como medios temporales de obtención de logros. Lo más recomendado es insistir en las posibilidades del proceso educativo, en estimular la motivación intrínseca, en la reflexión permanente acerca de sus conductas. ■

“S

Gerente General de la Editorial Cadena Capriles


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