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Perros de Revista

Perros de Revista

EL COVID-19 Y EL RESORTÍN

Por: Dr. Raúl García Miranda M.V.Z. Luis Arturo García Domínguez M.V.Z. Beatriz Figueroa Andrade

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La pandemia del Covid-19 alteró la vida del mundo, por supuesto la de México y hasta de las entidades federativas. Pero no paró allí, trastornó también la vida de las ciudades, de las colonias, de las calles y de nuestros hogares. Alteró la vida de cada uno de nosotros. No todos nos vimos afectados de la misma forma ni en la misma intensidad, pero no hubo nadie ajeno a esta pandemia.

Es claro que en la “Academia de la lengua humana y canina de Pénjamo” con sede en la ciudad de León, Guanajuato, frecuentemente tratamos temas que sólo nos interesan a nosotros los miembros. Sin embargo, esta vez en el mundo hay un tema que interesa a cada ser vivo en lo general y en lo particular, el nuevo coronavirus.

En este momento soy el único ser humano miembro de la citada Academia, misma que cuenta con cinco miembros caninos: “Vivo” – un Malinois macho – , “Lola” – una Malinois hembra –, “Genoveva” – una criolla hembra – , “Zam” – una Fox Terrier – y el filósofo del grupo, “Resortín”, – un macho Pastor de Shetland – .

Convoqué a junta para tratar el asunto de la pandemia por Covid-19 y desde luego sólo asistió Resortín, porque los demás llegaron, vieron el tema del día y dijeron: «Eso es cosa de humanos, provocada por humanos, que la resuelvan los humanos» y se fueron.

Bajo la higuera donde solemos platicar, nos acomodamos con dificultad por las reumas y nos ponemos a pensar. Tengo un sillón mecedor donde me coloco y subo mis hinchados pies; entre la vejez, la hipertensión y las reumas cada vez valoro más el descanso. Ahí me acomodé a la sombra de la higuera. Noté claramente que Resortín tenía problemas para echarse en el pasto, donde siempre lo hace. Hasta parecía quejarse. Finalmente se echó y se quedó quieto.

«Estamos viejos, amigo», le dije; «tengo 65 años de edad y tú 16, la vida que hemos llevado ha sido muy intensa, así es que ahora pagamos tributo por ello. Sin embargo, Resortín, amigo mío, lo que quiero platicar contigo es tu opinión sobre la pandemia del Covid-19».

Sereno, con la mirada francamente triste y sin ningún ademán de alegría (tenía dos días que ni la cola movía y eso era realmente raro en él), me dijo: «Para qué quieres mi opinión, la conoces, nos conocemos y sabemos cómo pensamos, pero te la daré como muestra de mi educación y cariño «No entiendo», le contesté, «¿es simple pedagogía y ya, qué significa eso?» El perro me vio y me dijo: «Seré breve, estoy muy ocupado, estoy muy ocupado porque estoy muriendo. Los seres humanos aprenden en forma lenta, muy lenta, son la parte de la creación, o de la naturaleza si lo prefieres, que aprenden más despacio. Ese lento aprendizaje está combinado con una enorme rapidez para olvidar. Olvidan rápido, de modo vertiginoso. Olvidan tan pronto que no son capaces de abrevar en la historia. Desde luego, quien no abreva en la historia y la desdeña, está condenado a repetirla. Y los seres humanos olvidan tan aceleradamente que descuidan pasajes de su historia como humanidad, por lo que repiten los mismos errores varias veces a través del tiempo».

Con los ojos y la boca abierta le contesté: «Oye, explícame dos cosas. Una, ¿cómo es eso de que te estás muriendo? Te refieres que el tiempo pasa y de manera natural nos acercamos al final de nuestra vida o insinúas que te estás muriendo porque supones sucederá pronto. Dos, eso del aprendizaje y los olvidos de los seres humanos ¿qué tienen que ver con la pandemia actual?».

El perro me vio a los ojos y me dijo; «me estoy muriendo porque va a suceder pronto, en máximo de dos días estaré muerto, lo siento muy bien y muy claro, así es que moriré en estos días. Estoy lleno de paz con mi creador, estoy lleno de amor de mis amigos caninos y de mis amigos humanos, sobre todo de Paty, tu esposa, ella siempre me quiso más que tú. Así es que moriré amado y en paz ¡no hay mejor forma de morir!»

«Del aprendizaje y olvido de los seres humanos – abundó –, te digo lo siguiente: La humanidad, no la creación en su conjunto, sino los seres humanos, han pasado por muchas pandemias

en su historia. De algunas no entendieron la causa porque su nivel de conocimiento no se los permitía en ese momento, pero tampoco entendieron que eran momentos de oportunidad para vivir en armonía con la creación o la naturaleza».

«De las últimas pandemias de la humanidad – prosiguió –, digamos de los últimos 100 años, sí han entendido la causa, pero han seguido sin comprender que son momentos de oportunidad para vivir en armonía con la naturaleza. En lugar de eso, en la última centuria han organizado una gran cantidad de guerras, con las que no cambia nada, pues los que ganan son tan malos como los que perdieron».

«En los 100 años más recientes – continuó Resortín –, han contaminado el mundo de manera impresionante, tanto que ahora invierten recursos morales, económicos, filosóficos, sanitarios, etc., para tratar de descontaminarlo pero… sin dejar de intoxicarlo, ¡qué absurdo tan torpe!». «En los últimos 100 años – insistió el canino de la Academia –, la tecnología, los avances científicos y la economía, se han vuelto unos dioses, pero con un demonio dentro y eso es imposible en teología, que un dios y un demonio estén juntos y en armonía. Pero los seres humanos así lo han diseñado. En dicho centenar de años han cometido el error más grande que cualquier miembro de la creación puede cometer, alterar la naturaleza. Iniciaron creando nuevas especies vegetales. Granos como el maíz, trigo y arroz a los que llamaron transgénicos, es decir, habían modificado su genética original y se enorgullecían de que ahora eran el alimento de la humanidad. Pero el cáncer aumentó, las enfermedades degenerativas crecieron y la cronología de la salud se alteró. Empero, no pararon ahí, empezaron a modificar el microcosmos, ese que se ve sólo con microscopio electrónico. Bacterias nuevas, virus mutados, bacilos resistentes y ¿qué pasó? perdieron el control, porque eso es algo que no corresponde a los seres humanos controlar, pero no aprenden y si acaso captan algo lo olvidan rápidamente, por eso esta nueva pandemia es un asunto de pedagogía y ya. Oootra vez la naturaleza les está diciendo – remarcó –, ustedes los seres humanos no son los dueños del mundo, son mis invitados. El mundo no necesita a los humanos para existir, pero los humanos sí necesitan al mundo para existir».

Realmente impresionado de lo que el perro me estaba diciendo, lo interrumpí. «Vamos por partes, viejo amigo. Primero, vamos con el veterinario a que te revise y vea por qué te sientes mal o de qué estás enfermo, para que se te quite esa idea de morir».

«¡Nooo! – dijo Resortín –, ¿ves que no lo entiendes? Dice la palabra de Dios en la Biblia, en el libro del Eclesiastés, capítulo 3, versículos 1 al 8, que todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el sol; tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempo de construir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras y tiempo de recogerlas; tiempo de abrazar y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de odiar; tiempo de guerra y tiempo de paz».

«Es mi tiempo de morir, dijo el Resortín, estoy conforme y en paz. Yo no tengo ningún problema. He sido un buen perro y seguro iré al cielo y estaré con Dios. No me he comportado ni bien ni mal como humano porque no soy humano, pero he jugado mi rol de perro y ese lo he hecho bien, con defectos y perfectible, pero bien».

«Los que tienen un problema y grande son los humanos – advirtió Resortín –, ¿De qué es tiempo ahora?, ¿realmente la pandemia les ha dejado alguna enseñanza trascendente?, ¿durante la pandemia es tiempo de nacer o tiempo de morir? Tal vez de nacer a un estilo de vida distinto y de morir al estilo anterior. ¿Es tiempo de plantar o de arrancar lo plantado?, ¿qué plantarías y que arrancarías, Raúl? – interrogó Resortín –. Plantarías más cosas buenas y arrancarías cosas malas, ¿cuáles? ponles nombre. ¿Es tiempo de matar o tiempo de sanar?, ¿qué matarías y qué sanarías? ¿Es tiempo de destruir o tiempo de construir? Dios escogió la evolución como método para su mejora continua, destruyendo y construyendo al mismo tiempo. ¿Para ti, es tiempo de qué?, ¿es tiempo de llorar o de reír, de hacer duelo o de bailar? ¿Por qué o por quién deberías llorar o hacer duelo?, ¿por los que murieron o por la necedad humana? El perseverante permanece en la verdad, el necio persiste en el error y no son lo mismo perseverancia que necedad. ¿Por qué o por quién reirías o bailarías?, ¿por los que sí entendieron el mensaje y cambiaron?»

Continuó el perro; «así podría preguntarte por cada uno de los momentos oportunos del libro del Eclesiastés. Pero preguntarte por cada uno de los momentos oportunos y esperar que me des una respuesta de unos segundos no serviría de nada. Para que la pedagogía de la pandemia te enseñe, debes meditar cada tiempo de oportunidad y entender qué significa para la humanidad y qué para ti en lo personal. Los últimos momentos oportunos mencionados en el libro del Eclesiastés son el tiempo de guerra y el tiempo de paz. Siguió Resortín: ¿De qué es tiempo hoy?, ¿de guerra… de paz… o de ambas? Tal vez de guerra contra la desigualdad entre mujeres y hombres, entre negros y blancos, entre indígenas y otros, entre viejos y jóvenes, entre ricos y pobres, que no tuvieron la misma oportunidad de salir con bien de la pandemia. Tal vez de guerra contra la ceguera de que un enemigo más pequeño que una célula nos puede vencer, matar y cambiar y no le podemos ganar. Tal vez sea tiempo de paz interior porque me he comprometido con la naturaleza a respetarla y amarla como a mí mismo. Entender que soy parte del mundo natural y no el dueño de él». El perro bostezó, se calló, se levantó y se fue.

Al día siguiente en la mañana fui rápidamente a ver si Resortín estaba con vida y lo vi bien; caminando un poco, él me vio a mí de reojo y sonrió. Al terminar de comer fui a llevarle un bocadillo de lo que habíamos comido y estaba muerto. Como echado, con su cara sonriente de siempre. Me senté y lloré. Era mi amigo y me hacía pensar, siempre me hizo pensar. Lo voy a extrañar. Y cuando pienso en la pandemia, pienso en él y sus preguntas tomadas de la Biblia. ¿De qué es tiempo ahora?

Organización Canófila TRIACA León, Gto. Mail: drraulgarciamiranda@outlook.com Facebook: triacavet

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