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Rock and run
La emoción de correr los 42k en una ciudad maravillosa. Bandera argentina, amigos y bandas de rock a la vera del camino.
Madrid es parte de las Zurich Rock and Roll Marathon Series que también se corren en Las Vegas, San Diego, Washington y Los Ángeles, por citar algunas ciudades. La característica que tienen estas carreras es que hay unas 20 bandas de rock a lo largo del recorrido. Rock and Run en su máxima expresión.
La preparación para esta carrera, en realidad, fue una recuperación de la anterior. Había corrido los 42k de Paris tres semanas antes, así que me focalicé en recuperar el cuerpo, mantener el entrenamiento y preparar la cabeza. Si bien había corrido esta maratón en 2014, estaba entusiasmado como si fuese mi primera vez ahí. Y mi primera maratón. Durante años leí la revista Runners edición española que siempre hablaba de esta carrera y me inspiraba mucho seguir las historias de Martín Fiz y Chema Martínez, dos maratonistas españoles que eran mis ídolos y fuente de inspiración.
La carrera empieza en Paseo de la Castellana, en plaza Gregorio de Marañón, donde están los restaurantes Bibo y Fanático. Como mi hotel estaba a unas veinte cuadras me levanté a las 7 de la mañana, me bañé, desayuné y caminé hasta la salida.
Madrid es una carrera que, por ser de ciudad, tiene mucho desnivel. Habitualmente una maratón de ciudad tiene entre 100 y 150 metros de desnivel. Madrid tiene 350. Así que hay que cuidar las piernas y la cabeza. Por suerte había hecho varios entrenamientos en esta ciudad antes y me sabía los desniveles de cada calle y sector de memoria. Eso me permitía planificar mejor cada parte de la carrera.
La salida estaba repleta de gente: unas 50.000 personas. Esta carrera tiene una particularidad: largan la maratón y la media maratón juntas y se comparte el recorrido hasta el km 20. Al maratón íbamos solo unos 9.000 corredores. El resto hacía la media. El día estaba soleado, espectacular y la tem- peratura en unos 14 grados. “Al mediodía nos vamos a cocinar”, pensé. La remera oficial de la carrera era violeta. Y yo había decidido correr con la remera violeta de Argentina. “La mía tiene una pequeña diferencia –pensé- ¡las tres estrellas!” y me reí solo entre los corredores.
La gente arrancó la carrera con mucho entusiasmo. ¡Cómo no hacerlo si la banda que estaba en la salida tocaba “Highway to Hell” al palo! Yo sabía que los primeros 2km eran una fuerte subida así que los hice muy tranquilo. Pasamos por el Bernabeu, Plaza de Castilla (donde están las dos torres inclinadas de Bankia) y fuimos hasta las Cuatro Torres, donde está mi querido PwC. Ahí giramos y volvimos por Castellana hasta doblar en Bravo Murillo que es una calle llena de bares con una buena bajada para acelerar un poco y recuperarse. Ahí cruzamos hacia Salamanca por el puente de Villaverde y empezamos a ver las calles llenas de gente. Los gritos de aliento son fríos: “¡Animo!” “Ya la tienes” “¡Tu puedes!”. Faltaba un “vamos carajo” y otras cosas más fuertes y pasionales que gritamos nosotros.
En el km11 veo una bandera argentina y una peluca mitad celeste y mitad blanca: Belu y Fede mis amigos “madrileños” que me estaban esperando. Nos saludamos y sacamos un selfie. Y a seguir metiéndole duro por Salamanca, la zona más linda de la ciudad. En el km 17 volvimos a cruzar Castellana y entramos en Chamberí, donde están las famosas tascas de la canción de Sabina. Y de ahí encaramos para el centro histórico, entrando por Gran Vía hasta Plaza Callao y de ahí para la Puerta del Sol donde estaba el desvío entre la media y la maratón. Al doblar en la calle Mayor quedaba ya mucha menos gente y mucho espacio para correr. Y a los pocos metros nos encontramos con un gran premio: la Catedral de Almudena. El sol brilla intenso y hace que la catedral se vea más linda que nunca. Sin salir del asombro de la Catedral, pasamos el Palacio Real, imponente como siempre y luego la Plaza España. Y ahí, en el km24, empezamos una bajada brusca hacia el río Manzanares por el Parque del Oeste. “¡Mamita! –pienso-. Lo que va a ser subir esto.”
Bordeamos el río entrando por la zona del puente de los franceses y pasamos por toda la zona de Madrid Río y de ahí, en el km26, ya nos metimos en Casa de Campo, donde empezaba la carrera en serio. Porque el primer kilómetro era simple: llano, rodeando el lago de María Teresa, pero luego empezaba una subida de 2km de largo… interminable. Miraba mi GPS y los metros subían de dos en dos. “¿Cuándo termina esta mierda?”, pensé. Mucha gente empezó a caminar, agotada. En ese momento la temperatura estaba en 21 grados y el sol pegaba fuerte. Yo, debajo de mi remera violeta, tenía una primera piel Under Armour empapada, pero no me la quería sacar porque luego tendríamos viento en el cruce del rio y sombra en el casco histórico de la ciudad. La bendita subida se termina un poco antes del km30. La gente que corre cerca mío está agotada y camina. Una banda de rock toca “You shook me all night long” de AC/DC, pero ni eso les puede levantar el ánimo.
Salimos de Casa de Campo y bordeamos otra vez el río para cruzarlo por última vez para volver a la ciudad. Y la marca del km35 nos trae una sorpresa: una cuesta empinada de unos 300 o 400 metros de largo. Eterna. Los corredores parecen como pequeñas hormigas que avanzan caminando, porque nadie puede correr semejante subida. Así que no queda otra que caminarla. Al llegar a la cima tenemos una pequeña bajada que todos usamos para impulsarnos y tratar de retomar el paso. Pero ya hay mucho agotamiento y es difícil volver a tomar el ritmo. Por delante nos quedan aún 100 metros más de desnivel, así que ahora… ¡a correr con el alma… a ver de qué estamos hechos! Se avanza por paso, por centímetro. Y los kilómetros se estiran y se hacen eternos. “Nunca más me apunto a un maratón!”, dice un gallego al lado mío. “¡Ánimo!”, le digo. “Yo pensé lo mismo en la primera que hice… Y esta es mi 18”. Me sonríe y empieza otra vez a trotar “baby steps” para avanzar.
Las bandas de rock ayudan un montón en esta parte. Escucho “Somebody put something in my drink” de los Ramones y mi cuerpo se llena de adrenalina. No da para pogo, así que al menos paro a sacarme una foto. Mi lengua punk está violeta de Gatorade y hace un juego perfecto con la remera argentina.
El sol brilla aún más fuerte y la temperatura sigue subiendo, también los metros y el cansancio. Las bandas de rock ayudan menos, por más que la que está en el km37 esté tocando “Don´t look back in anger” de Oasis. La cabeza me estalla pero le tiro toda la experiencia que tengo de mis carreras anteriores y paso a los buenos pensamientos. Es verdad que estoy agotado, pero estoy feliz de poder estar ahí, disfrutando cada paso que doy (aunque estos cuesten mucho más). Ya estamos por el km 38 y empiezo a pensar en la llegada. Me imagino la entrada triunfal por Castellana y pasando por la Cibeles. Eso me anima, apuro un poco el paso.
La estación de Atocha, nos recibe, imponente, con el cartel del km 40. Y una banda tocando “Huyendo de la realidad” de Farga. ¡Cómo no emocionarse y acelerar el paso! Y entramos ya de lleno a Recoletos para pasar por el Museo del Prado y la parte más arbolada de la avenida que está llena de gente grande de ambos lados que se protege del sol. Increíblemente elegantes con sus trajes, vestidos y algún que otros sombrero de bombín. “¡Ánimo! ¡Ánimo!”, nos gritan. “¡Que ya la tienes coño!” y ¡si falta poco! Veo las banderas de España y Ucrania flameando en la Plaza de Cibeles y la marca del km 42. La avenida explota y el globo esta imponente esperándome a pocos metros.
Estiro los brazos para volar como un avión mientras corro y cierro los ojos. Estoy feliz disfrutando estos últimos metros. Y a la izquierda escucho gritos: “¡Dale Campeooooon! Dale Campeooooon!” y mis amigos Fede y Belu a los saltos con la bandera argentina. Paro frente a ellos, en el medio de la pista, a unos 5 o 6 metros. Agito los brazos como si hubiese metido un gol en la final del mundial. Miro al cielo. No lo puedo creer. Me acerco y le doy un abrazo a Fede. Se me escapan unas lágrimas de felicidad. Fede me mira y me dice: “¡Llevate la bandera!” Estoy tan emocionado que no entiendo. Me mira a los ojos y me grita: “Entrá con la bandera argentina Galgo!” Me emociono… nunca entré con la bandera argentina. Y la agarro y la pongo arriba de mi cabeza y corro con todo lo que puedo para tener velocidad para que flamee alto, bien alto. ¡Lo más alto que pueda! ¡Y cruzo la meta! ¡Locura total! Dos maratones en 3 semanas. ¡Demencial! Contra todos los libros, contra todas las estadísticas. Estoy súper feliz. ¡Cómo disfruté esto! Inolvidable, grandioso, increíble, eterno. Miro mi remera argentina, la beso y me pongo a llorar… me agarro la cabeza… lo hice otra vez… sí lo hice otra vez… ¡que feliz que soy! Imposible de explicar… solo lo podrían entender si me ven la cara en ese momento.
Recibo la medalla. Es hermosa. La más linda que recibí. Es una púa de guitarra con el 42 arriba. Me saco fotos en Plaza Colón. Y lo chateo a Fede: “¡Necesito un Aperol!”, le digo. “Mi estómago ya no aguanta más el Gatorade ni el agua”. “Ya tenemos una mesa en un bar”, me contesta y me comparte ubicación. Brindamos. Felices. “Nunca pensé que estar en la llegada fuera tan emocionante”, me dice. Y me cuenta historias de la gente que fue llegando. Nos sacamos fotos. Disfrutamos ese momento que es único… uno de esos regalos que te da la vida. Pero tenemos que levantar campamento. Fede se va a ver al Atleti con Barcelona y yo tengo mi avión que sale a Luxemburgo en 4 horas porque mañana a las 9 ya tengo que estar allá laburando.
Entro al hotel, me baño y me preparo para salir. Miro la cama con nostalgia. Estoy agotado y me quiero tirar un ratito, pero no puedo. Si me tiro un minuto no me levanta nadie. Así que llamo al UBER y me voy al aeropuerto de Barajas a tomar mi vuelo. Cansado, muerto, pero feliz. Porque Madrid es una carrera increíble. Porque pude disfrutarla de punta a punta. Disfruté cada paso, cada respiración, cada lugar que ví, cada espectador, cada grito de aliento, cada puño apretado y todo lo que sentí en todo el recorrido. ¿Y qué sentí? Felicidad. Adrenalina. Inspiración. Grandeza. Eternidad. Porque amo correr. Porque me hace feliz. Simplemente eso. FELIZ.