Boletín Mal de Ojo

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Número 3

Marzo 2013

O J O E D L M HAU I R O L U C H A R

BOLETÍN LITERARIO

CONTENIDO - Huir o luchar

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- Vaquero, Juan Aguila - El soldado, Facundo Ferozzi

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- Jardín de lo que fue, Jardín de lo que viene. Andrés Díaz 3 - Lucero, Oscar Castro

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- Para que no me olvides, Oscar Castro

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- Oráculo de poemas, ábralo en la página que desee, Ypdea 8

El ser humano durante el transcurso de su exis- Carta abierta a mi amigo huerto, José Hogas 9 tencia, tanto en su forma individual y colectiva, ha - Marcha fúnebre, Isabel Guerrero. tenido que enfrentarse a variadas situaciones límites, impuestas por su entorno o por sí mismo, y que lo han hecho condicionarse para poder sobrevivir. Escenarios que involucran necesaENLACES ARTISTAS VISUALES riamente una decisión oportuna y segura y que, - JUAN AGUILA probablemente permiten (fotografía) que el sujeto se sienta www.flickr.com/photos/jaguilap/ libre en ese actuar. Bien es sabido, que la libertad - WEYEHUINCA (fotografía) implica dos acciones en www.flickr.com/photos/86737962@ su conjunto, la voluntad N02/ y la conciencia. Ambos procesos mentales hacen -INSOMNIOVISION que podamos resolver la (ilustración) www.insomniovision.blogspot.com/ realidad de manera tal que nuestros actos se ade-

cuen para llevar una vida conforme a nuestros valores y principios. Ahora bien, de alguna u otra forma decidimos frente a los temores, a las angustias, evaluando los pro y contra. Inevitablemente elegiremos entre algo o algo más, frente a eso no hay cuestionamiento. El problema, al parecer no está en la resolución a la que se llegue, sino más bien, en aquellos pensamientos que vacilan de un lado a otro cuando estamos frente a una circunstancia que amerite una solución correcta y a tiempo, en cómo nuestra cabeza comienza a elaborar procesos de salvataje frente a la realidad estableciendo valoraciones de su entorno, de sus relaciones interpersonales, de la sociedad y su cultura, etc. Como seres humanos pensantes nos encontramos constantemente en este ejercicio de reflexión, de voluntad y conciencia. Animalescamente, y en su forma biológica, nuestro cuerpo también se modifica bajo esta misma lógica. Huida o Lucha. Culturalmente,

llevadas a la dualidad de la cobardía y la valentía. La lucha como primera opción se centra en levantar la vista y hacer frente a la problemática, y con un grito desgarrado levantar el puño y asumir las consecuencias que esto pueda traer. Grandes pueblos se han levantado bajo esta consigna, permitiendo que la sociedad se concrete de manera más justa e igualitaria. La huida en cambio, responde al mayor de los temores, y a mi parecer el peso más grande. Es posible escapar del miedo, sortear las circunstancias, abrirse camino, dar vuelta la página y recomenzar sin memoria, pero es imposible huir de sí mismo. El agobio que nos puede hacer evadir un camino, estará siempre resguardando nuestro sueño y de alguna u otra forma impedirá que podamos llegar a ser sujetos libres. En esta edición Mal de Ojo los invita a detener el tiempo, ajustar las manillas del reloj y observar la reflexión artística cuando de decidir se trata. Ilustración de Insomniovision


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Vaquero - Salgo, corro y disparo. La mamá de Cristian lo llama a comer. Da lo mismo, el chico nunca ha sido bueno para jugar a los vaqueros. Siempre termina muerto y se queja el muy niñita. Sigo corriendo, disparo al Alfredo que se esconde detrás del poste, a mi prima Antonia, al Marco, al Ismael, el hermano del Marco. El Ismael fue el más fácil de reconocer porque anda con su traje de la primera comunión y se le nota a la legua. Arranco del Juan, me tiro al suelo, me echo tierra encima como los soldados de las películas, esos con camuflaje. Me levanto rápido y enfilo hacia la cancha, así, bien agachado, para que no me pillen. Reviso mi arsenal y mi botín. Tengo la pistola de palo del Cristian y la mía a fogueo, las bolitas del niño de la otra cuadra, un par de fichas de los Diana del centro y unas tapas de yogurt que si uno envía por correo se puede ganar una bicicleta Caloi, esas con los cambios al medio, esas con una palanquita que subes o bajas si quieres ir más rápido o quieres más potencia, como para ir soplado y volar por arriba de los asientos de la plaza. Una vez vi una en el programa del canal 7 y son rojas y altas y pueden hacer acrobacias los que andan en ellas. Yo quiero ganarme una, así que guardo todo en los bolsillos, pero las tapas me las meto dentro de los calzoncillos para que no las encuentren por si me pillan. Mi hermano me enseño ese truco, cuando la mamá lo revisa por si anda con cigarros, él se los esconde encima del pirulín y nunca lo han pillado. Escucho que el Mauricio anda buscándome y me quedo callado, desde que jugamos al sol y le pegue la mensa ni que patada que anda con pica conmigo, además la cancha está casi sola y si me encuentra capaz que me pegue un mangazo, a lo mejor si le regalo mi pato de hule, el amarillo que le gusta con mi buzo que nada solito nos pongamos en la buena. Si el Mauro igual es buena onda, antes me regalaba pastillas pololos y tomábamos leche con Nesquick de frutilla. El Mauricio es mi amigo, pero si quiero ser el campeón de la cuadra tengo que quedarme callado y esperar. Cuando se va, ya se está haciendo de tarde y debo ser el último hombre en pie. Si alcanzo a sacar la bandera con el arcoíris que tienen como tesoro en el patio del Juan seré el ganador, el mejor vaquero. El mejor. Salgo de mi escondite y veo que hay un montón de gente que corre hacia los pasajes por la cancha, me meto entre medio, los chiquillos nunca me van a encontrar, la gente se grita, se busca, yo paso por el medio y continúo mirando hacia atrás, por si el Mauro todavía está buscándome, no lo veo, avanzo, me escabullo, salgo del mar de personas que corre, escucho ruidos de autos, veo luces, hay carabineros y perros, ahora me gritan a mí, me ladran, que suelte el arma, que me detenga, pero yo soy un vaquero, de esos que salen, corren y disparan y estoy tan cerca de ganar. Oigo un trueno, me caigo, se me acercan, hay niebla, me intento parar pero no puedo, me duele, me toco, ya no veo, sólo siento, escucho a lo lejos a mi mamá, le digo que gané, que nadie me encontró, que estoy aquí, que me busque, que estoy mojado, que tirito, que me guarde las tapitas. Le grito. No me encuentra.

Por Juan Aguila

el soldado Faltaron 8 millones al sepelio, no hubo cámaras, discursos de ningún tipo ni nada parecido. Sólo un metro veinte de tierra agusanada, un bulto en saco de lona, dos vaivenes y el arrojo. Los soldados no supieron como concluir aquel cortejo; ni siquiera era tal, no había nada. Se miraron entre ellos inquiriendo la secuencia. Nada. El sargento balbuceo la orden de acción y los siete hombres caminaron a la fosa que seguía... Faltaron más de ocho millones a aquel sepelio. El soldado entró en su barracón a las 7 y 34 de la tarde, sacudió las botas, el polvo gravitó en la entrada y la rejilla metálica se apoderó de aquel rastro de la historia. Fue al camarote de la esquina, dejó sus cosas contra la pared y se sentó disimulando una oración por las acciones de aquel día... Perdona nuestras ofensas, no como nosotros que no perdonamos a quienes ofendemos... Encendió un cigarrillo, aspiró con fuerza. No fue suficiente. Le arrancó el filtro con los dientes aun temblando y aspiró nuevamente. El amargo calor del humo le reconfortó la conciencia en las arengas y en el miedo sometido. Se tumbó en la cama e intentó conciliar el sueño entre el conflicto entre la sangre, el estampido y la tierra que se amontonaba en la entrada... Durmió a sobresaltos y la evidencia en pesadillas no se disolvió en el toque de diana y la fila en formación de caravana. Otro día comenzaba

Por Facundo Ferozzi Amorín


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Fotografía de Weyehuinca

No me olvido

Ilustración de Insomniovision

JARDÍN DE LO QUE FUE

JARDÍN DE LO QUE VIENE

Debí haber vuelto al mismo lugar debí haber vuelto al jardín oscuro donde el tiempo no pasaba donde los sueños eran prosa y los pájaros del desierto rozaban los abismos aunque la luna de medio día coronase mis temores, para retornar a esos lugares al jardín de lo que fue tendría que arder en llamas tendría que volver sobre mis pasos como alguien que pierde algo en el camino tendría que nacer de nuevo al jardín soñado encerrarme ahí aislado de los necios testarudos debí apropiarme y enarbolar mi bandera ¿para que fingir y seguir esperando volver al jardín cuadrado para correr descalzo para subir por los cordeles con ropa sobre torres ladrilladas sobre espumas flotantes sobre las gentes pudorosas?

Voy a olvidar cosas simples y cotidianas por ejemplo Voy a olvidar ir al trabajo olvidaré donde queda, que hago y cuanto gano ignoraré por completo el horario no me lavaré jamás el pelo, lo olvidaré, mi cara no tendrá contacto nunca mas con la Gillette olvidaré que hacer, entiéndase esto último por lavar estilar mover limpiar barrer trapear voy a olvidar el ánimo para levantarme como una luciérnaga encandilada penetraré en una nebulosa, poco a poco olvidaré el camino a casa peor aún olvidaré tu pelo tus ojos y tu olor seré un ánima una persona diluida dentro de un ser llevaré mis cien kilos de humanidad a cuestas dolorosamente trazando con los pies la pendiente que tiene el universo, se pondrá peor la cosa, te olvidaré, olvidaré las frases que decíamos antes de dormir y olvidaré el idioma que solíamos hablar.

Poemas de Andrés Díaz


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L u c e r oC A S T R O

CAR S O E D O T N E CU Recortadas unas sobre otras, las cresterías de la cordillera barajan sus naipes pétreos hasta donde la mirada de Rubén Olmos puede alcanzar. Cumbres albísimas, azules hondonadas, contrafuertes dentados, enhiestas puntillas van surgiendo ante su vista siempre cambiantes, cada vez más difíciles al paso a medida que asciende. Antes de iniciar un repecho demasiado fatigoso, el viajero decide conceder un descanso a su cabalgura, que resopla ya como un fuelle. Y cuando se ha detenido, cruza su pierna izquierda por encima de la montura y despeña su mirada hacia el valle. Primero le salta a la pupila el espejeo del río, que alarga con desgano su caprichoso serpenteo por entre pastizales y sembrados. Pasan luego sus ojos por sobre los cuadriláteros de unos cuantos potreros y busca el pueblo de donde partiera en la mañana. Allí está, escaparate de juguetería, con sus casas enanas y los tajos oscuros de sus valles. Algunas planchas de zinc devuelven el reflejo solar, tajeando el aire con plateado y violento resplandor. Con un aleteo de párpados, Rubén Olmos borra la imagen del valle y examina a su cabalgadura, cuyos mojados ijares se contraen y elevan en rítmico movimiento. -¿T’estay poniendo viejo, Lucero? -interroga con tono cariñoso. Y el animal gira su cabeza negra, que tiene una mancha blanca -plagio de una estrella- en la frente, como si comprendiera. -Güeno, también es cierto que harto habís trabajao; pero te quean años de viajes, toavía. Por lo menos, mientras la cordillera no se bote a mairastra... Torna a mirar la mole andina, familiar y amiga para él y Lucero; no en balde la han atravesado durante once años. Rubén Olmos, encandilado un poco por la llamarada blanca del sol en la nieve, piensa en sus compañeros de viaje y en la ventaja que le llevan. Pero no le concede importancia al detalle: está cierto de darles alcance antes de que anochezca. -Siempre que vos me acompañís; la’e no vamos a tener que alojar solitos -manifiesta al caballo, completando su pensamiento. Rubén Olmos es baqueano antiguo. Aprendió la difícil ciencia junto a su padre, que desde niño lo llevó tras él por entre

peñascales y barrancos, pese a sus rebeliones y a la desconfianza que le inspiró al comienzo la cordillera. Cuando el viejo murió -tranquilamente en su cama-, el patrón de la hacienda lo designó a él como reemplazante. Cruzó por lo menos cien veces esta barrera, que al principio se le antojara inexpugnable, y trajo arreos numerosos de ganado cuyano, siempre en buenas relaciones con la fortuna. Eligió a Lucero cuando éste era todavía un potrillo retozón y él mismo tuvo a su cargo la tarea de domarlo. Desde entonces nunca quiso aceptar otra cabalgadura, a pesar de que su patrón le regaló dos bestias más, de mayor empuje al parecer, y de superiores condiciones. Este caballo ha sido para él una especie de mascota a la que se aferró la superstición de su vida siempre jugada al azar. El baqueano, habituado a la lucha épica contra los elementos, antes que por las hembras se apasionó por el peligro. Con instintiva sabiduría puso su devoción en un bruto, presintiendo quizás que de él no podía esperar desaires ni traiciones. Si un día le dieran a elegir entre la vida de su hermano y la de Lucero, vacilaría un rato antes de decidirse. Porque el animal, más que un vehículo, significó desde el comienzo un amigo para él. Fue algo así como la prolongación de sí mismo, como la vibración de sus músculos continuando en los tendones de Lucero. Rubén Olmos nació con la carne tallada en dura sustancia. Sintió la vida en oleadas galopándole las rutas de su ser. Arriba de un caballo fue siempre el que conduce, no el que se deja llevar. Y esta fuerza pidió espacio para vaciarse; ninguno pudo resultarle más propicio ni más adaptado a sus medios que la tumultuosa crestería de los Andes. Mirado sin atención, el baqueano es un hombre como todos. A lo sumo, da sensación de confianza en sí mismo. Debajo de su piel cobriza y de su nariz achatada asoma la evocación de algún indio, su antepasado. Su risa no tiene resplandores; se le oscurece en los ojos y, a lo más, blanquea en la punta de sus dientes. Apacentador de soledades, aprendió de ellas el silencio y la profundidad. Con Lucero se entiende mejor que con los humanos. Será porque el caballo no responde. O porque dice siempre que sí con


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sus ojos tiernos y húmedos. ¡Vaya uno a saber...! -Güeno, ahora vamos andando. Asentados sus cascos en cualquier hendedura, el caballo enfila en dirección al cielo. El jinete, inclinado hacia adelante, lleva el compás del balanceo. Ruedan piedrecillas hacia las profundidades y tintinean las argollas del freno. Y Lucero, tac–tac–tac, arriba, por fin, a la cima, tras caminar un cuarto de hora. En la altura, el viento es más persistente, más cargado de agujas frías. Resbala por la cara del baqueano. Busca cualquier hueco de la manta para clavar su diente. Sin embargo, la costumbre inmuniza al hombre de su ataque. Y por más que el soplo insiste, no consigue inmutarlo. Traspuestas unas cuantas cadenas de montañas, ya no se divisa el valle. Hay cerros hacia donde se vuelve la mirada. Y arriba, un cielo frágil, puro, más azul que el frío del viento, manchado apenas por el vuelo de un águila, señora de ese predio inabarcable. La soledad de la altura es tan ancha, tan diáfanamente desamparada, que el viajero siente a veces la leve sensación de ahogarse en el viento, como si se hallara en el fondo de un agua infinitamente liviana. Pero el hombre no tiene tiempo de admirar las perspectivas magníficas del paisaje. Ni esta atmósfera que parece una burbuja translúcida; ni el verde rotundo y orquestal de las plantas; sin la sinfonía de pájaros e insectos que ascienden en flechas finas hacia la altura, dicen nada a su espíritu tallado en oscuras sustancias de esfuerzo y decisión. Desde una puntilla que resalta por sobre sus vecinas, Rubén Olmos explora el sendero con la esperanza de divisar a quienes lo preceden. Pero la mirada vuelve vacía de este peregrinaje. El hombre arruga la boca. Sus cuatro compañeros, que partieron de la hacienda una hora antes que él, le han tomado mucha ventaja. Tendrá que forzar a su pingo. A su paso van surgiendo lugares conocidos: La Cueva del León, la Puntilla del Cóndor; la Quebrada Negra. «-Mis compañeros pueen tar esperándome en el Refugio ‘el Arriero» -piensa, y aprieta las espuelas en las costillas de Lucero. El sendero es apenas una huella imprecisa, en la cual podrían extraviarse otros ojos menos experimentados que los suyos. Pero Rubén Olmos no puede engañarse. Este surco anémico por donde transita, es una calle abierta y ancha que conduce a un fin: la tierra cuyana. A medida que asciende, la vegetación cambia de tono. Se hace más dura y retorcida para resistir los

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embates de las tormentas. Espinos, romerillos, quiscos filudos, ponen brochazos nocturnos en el albor de la nieve. La soledad comienza a tornarse cada vez más blanca y honda, revistiéndose de una majestuosa serenidad. El sol, ya soslayado hacia Occidente, forcejea por tamizar su calor a través del viento. Cambia de pronto el decorado, y el caballo del baqueano desemboca en un inmenso estadio de piedra. Dos montañas enormes enfrentan sus paréntesis, encerrando un tajo cuyo fondo no se divisa. Parece que un inmenso cataclismo hubiera hendido allí la cordillera, separándola de golpe en dos. El jinete detiene a Lucero. El Paso del Buitre ejerce una extraña fascinación en su mente. A los quince años, cuando lo atravesó por vez primera, se le ocurrió mirar hacia abajo, pese a las advertencias de su padre, y al cabo de un momento, vio que la hondonada empezaba a girar semejante a un embudo azul. Algo como una garra invisible lo tiraba hacia el abismo, y él se dejaba ir. Por fortuna, el taita advirtió el peligro y destruyó la fascinación con un grito imperioso: «-¡Güelve la cabeza, baulaque!» Desde entonces, a pesar de toda su serenidad, no se atreve a descolgar sus ojos hacia aquella profundidad insondable. Además, el Paso del Buitre tiene su leyenda. No puede ser atravesado en Viernes Santo por un arreo de ganado sin que ocurran terribles desgracias. También su padre le advirtió este detalle, contándole, como ilustración, diversos casos en que la sima se había tragado reses y caballos de modo inexplicable. En verdad, el paso es uno de los más impresionantes que puede presentar la cordillera. El sendero tiene allí unos ochenta centímetros de ancho: lo justo para que pueda pasar un animal entre el muro de piedra y el abismo. Un paso en falso... y hasta el Juicio Final. Antes de aventurarse por aquella repisa suspendida quién sabe a cuántos metros del fondo, Rubén Olmos cumple escrupulosamente la consigna establecida entre los transeúntes de la cordillera: desenfunda su revólver y dispara dos tiros al aire para advertir a cualquier posible viajero que la ruta está ocupada y debe aguardar. Los estampidos expanden sus ondas por el aire diáfano. Rebotan en las peñas y vuelven, multiplicados, hasta los oídos del baqueano. Tras un momento de espera, el jinete se decide a reanudar su viaje. Lucero, asentando con precisión sus cascos en la roca, prosigue la marcha, sin notar, al parecer, el cambio de fisonomía en la ruta.


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-¡Caballo lindo! -musita el hombre, resumiendo en esas palabras todo su cariño hacia el bruto. Lo que ocurre enseguida nunca podrá olvidarlo Rubén Olmos. Al salir de un recodo cerrado, el corazón le da un vuelco enorme. En dirección contraria, a menos de veinte pasos, viene otro hombre, cabalgando un alazán tostado. El estupor, el desconcierto y la ira se barajan en el rostro de los viajeros. Ambos, con impulso maquinal, sofrenan sus caballos. El primero en romper el angustioso silencio es el jinete del alazán. Tras una gruesa interjección, añade a gritos: -¿Y cómo se le ocurre metes’en el camino sin avisar?... Rubén Olmos sabe que con palabras nada remediará. Prosigue su avance hasta que las cabezas de los caballos casi se tocan. Enseguida, saca una voz tranquila y segura del fondo de su pecho: -El que no disparó jue usté, amigo. El otro desenfunda su revólver, y Rubén hace lo mismo con rapidez insospechada en él. Se miran un momento fijamente, y hay un chispazo de desafío en sus ojos. El desconocido tiene unas pupilas aceradas, frías, y unas facciones acusadoras de voluntad y decisión. Por su exterior, por su seguridad, parece hombre de monte, habituado al peligro. Ambos comprenden que son dignos adversarios. Rubén Olmos se decide por fin a establecer que la razón está de su parte. Empuñando su arma con el cañón hacia el abismo, para no infundir desconfianza, extrae las balas, presentando un par de vainillas vacías. -Aquí’stán mis dos tiros -expresa. El desconocido lo imita, y presenta, igualmente, dos cápsulas sin plomo. -Mala suerte, amigo; disparamos al mismo tiempo -expresa el baqueano. -Así es, compañero. ¿Y qué hacimos ahora? -Lo qu’es golver, no hay que pensarlo siquiera. -Entonces, uno tiene que quearse de a pie. -Sí, pero... ¿Cuál de los dos? -El que la suerte diga. Y sin mayores comentarios, el jinete del alazán extrae una moneda de su bolsillo y, colocándola sin mirarla entre sus manos unidas, dice a Rubén Olmos. -Pida. Hay una vacilación inmensa en el espíritu de Rubén. Aquellas dos manos unidas que tiene ante los ojos guardan el secreto de un veredicto inapelable. Poseen mayor fuerza que todas las leyes escritas por los hombres. El destino hablará por ellas con su voz inflexible y escueta. Y, como

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Rubén Olmos nunca se rebeló ante el mandato de lo desconocido, dice la palabra que alguien moduló en su cerebro: -¡Cara! El otro descubre, entonces, lentamente, la moneda, y el sol oblicuo de la tarde brilla sobre un ramo de laureles con una hoz y un martillo debajo: el baqueano ha perdido. Ni un gesto, sin embargo, acusa su derrumbe interior. Su mirada se torna dulce y lenta sobre la cabeza y el cuello de Lucero. Su mano, después, materializa la caricia que brota de su corazón. Y, finalmente, como sacudiendo la fatalidad, se deja deslizar hacia el sendero por la grupa lustrosa del caballo. Desata el fusil y el morral con provisiones que van amarrados a la montura. Quita después el envoltorio de mantas que reposa sobre el anca. Y todo ello va abriendo entre los dos hombres un silencio más hondo que el de la soledad andina. Durante estos preparativos, el desconocido parece sufrir tanto como el perdedor. Aparentando no ver nada, trenza y destrenza los correones del rebenque. Rubén Olmos, desde el fondo de su ser, le da las gracias por tan bien mentida indiferencia. Cuando su penosa labor ha finalizado, dice al otro, con voz que conserva una indefinible y desesperada firmeza: -¿Encontró en el camino a cuatro arrieros con dos mulas, por casualidad? -Sí, en el Refugio’staban descansando. ¿Son compañeros? -Sí, por suerte. Lucero, sorprendido tal vez de que se le quite la silla en tan intempestivo lugar, vuelve la cabeza y Rubén contempla por un momento sus ojos de agua mansa y nocturna. La estrella de la frente. Las orejas erguidas. Las narices nerviosas... Para decidirse de una vez, echa al aire su voz cargada de secreta pesadumbre. -Sujete bien su bestia, amigo-el otro afirma las riendas, desviando la cabeza de su alazán hacia el cerro. Entonces, Rubén Olmos, como quien se descuaja el corazón, palmotea nuevamente a Lucero en el cuello, y de un empellón inmenso, lo hace rodar al abismo.

Oscar Castro

Textos autorizados por la Familia Castro Pradel para su publicación en el Boletín Mal de Ojo.


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oSCAR CASTRO,

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POETA CUENTISTA

Óscar Castro Zúñiga nace en Rancagua el 25 de marzo de 1910 y fallece en Santiago en 1947 a causa de una tuberculosis. Poeta, cuentista y novelista chileno, una de las figuras más importantes de la literatura nacional. De extracción humilde, se desempeñó como profesor de liceo, empleado de banco, periodista y bibliotecario. Destacado poeta y cuentista, perteneció a la Generación del 27, caracterizada, más que por una corriente literaria común, por tratarse de autores que desarrollaron lo esencial de su obra entre 1935 y 1949. Publicó varios libros de poesía, Camino en el alba (1938), prologado por Augusto D'Halmar, Viaje del alba a la noche (1941) y Reconquista del hombre (1944). Póstumamente aparecieron Glosario gongorino (1948) y Rocío en el trébol (1950). En cuanto a sus títulos narrativos se encuentra su primer libro de cuentos, Huellas en la tierra(1940), mostrando el lirismo y la emotividad que caracterizaron el conjunto de su prosa. En sus escritos se aprecia el cariño especial por su terruño provinciano. La siguiente recopilación de relatos es La sombra de las cumbres (1944). La última de las obras que el autor publicó en vida fue su primera novela, Comarca del jazmín (1945), a la que siguieron las póstumas Llampo de sangre (1950), que ha sido calificada como la mejor novela chilena de ambiente minero, La vida simplemente (1951), autobiográfica, de ambiente prostibulario, y Lina y su sombra (1958), en la que narra la historia de una mujer víctima de las vejaciones de su amante. Fue uno de los organizadores del grupo literario rancagüino Los Inútiles. En 1952 apareció una Antología de sus versos, y al año siguiente, una selección de su obra en prosa, Comarca del jazmín y sus mejores cuentos. Recibió el Premio Municipal de Santiago y el Atenea de Concepción.

PARA QUE NO ME OLVIDES Yo me pondré a vivir en cada rosa y en cada lirio que tus ojos miren y en cada trino cantaré tu nombre para que no me olvides. Si contemplas llorando las estrellas y se te llena el alma de imposibles es que mi soledad viene a besarte para que no me olvides. Yo pintaré de rosa el horizonte y pintaré de azul los alelíes y doraré de luna tus cabellos para que no me olvides. Si dormida caminas dulcemente por un mundo de diáfanos jardines, piensa en mi corazón que por ti sueña para que no me olvides. Y si una tarde, en un altar lejano, de otra mano cogida te bendicen, cuando te pongan el anillo de oro, mi alma será una lágrima invisible en los ojos de Cristo moribundo… Para que no me olvides.


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Oráculo de poemas, ábralo en la página que desee CRITICA LITERARIA El deseo se aplaca contra la muerte, en el cálido suspiro de (…) aquel encuentro sin reencuentro (…) sin expectativas del beso errático de un mundo infinito.

AnaKarina, Ejes Imaginarios.

Ana Karina nos presenta su obra poética, yo presento la obra poética de Ana Karina, usted se presenta ante este texto y traduce, he ahí la identidad de cada texto y la magia de abrir un libro justo en el blanco, todas las palabras darán en el centro de nuestro inconciente, siempre, pues orbitan esta desesperada certidumbre: “necesitamos de las palabras y son todas un oráculo, el inmenso oráculo de las combinaciones”, justamente el azar nos llevó a este poema, y es más bien el poema quien llega a nosotros, como si hubiese estado esperando por siglos que nos sintiéramos así como ahora, para aparecer y decirnos, “te sientes así, mi designio es que no hay salida ni entrada, estás en mí, tú eres todos los poemas del mundo”.

Presento los poemas de Ana Karina: un devaneo por las aristas de lo que configura hoy su estilo: “la incertidumbre esperada” la esperanza de que pase algo, como si ya todo hubiera sucedido y mirara el mundo a través de la calma luego de su catástrofe emocional. Esperanza en las erratas: las erratas que constituyen lo esencial de la vida, aquellas que no son simplemente “errores” (los habrá) sino que configuran aquello que está funcionando, operando en el texto y que finalmente lo hacen aparecer, y esto viene a parejas con la aparición del fantasma, del doble silencioso, el Jekyll de todos los Hydes. Vuelvo a recordarte, esto me sucede a mí, te sucede a ti. No estamos sino encarnando en los poemas de Ana Karina. Poemario de soledades, un grito de libertad, de amor, de las cosas inconclusas de la vida. De la esperanza de que existan cosas inconclusas, del saber que todo ocurrió ya. Ana Karina nos regala su intelecto, su mejor forma de amar, se grita a sí misma que es un poema, sólo para convencerse de que está viva nos retuerce de realidad. Leyendo Ejes Imaginarios completamos la parte que nos falta, sin terminar de completar nada. Juego ineludible de la pérdida, pérdida hasta de su propio nombre, exuda el amor infinito que ella es. Pero ¡está viva! Se siente en cada frase la potencia ineludible del poemario: calcina miedos, suprime pánicos. Un inicio constante de amores incompletos, de vidas que sobrevuelan la vida. Aparece la flaca, queriendo convencernos de que realmente siente aquello que escribe. Sabemos: la escritura le sobrevivirá y renacerá como de costumbre, cada vez que a alguien le llegue un verso. Y yo la amo, la amo como quien está enamorado de sus poemas, amiga infinita, de los pasos desde niño, hasta hoy, presente en cada uno de mis poemas, este es mi poema, es tu poema lector, son los poemas que escribimos para Ana Karina, son nuestros poemas de amor. por Ypdea

Ejes Imaginarios

Ana Karina, 2012 ISBN 9789569250002 n° de páginas: 77 págs. Editorial: E-Lit. Precio: $3.500 contacto: elit.correo@gmail.com


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carta abierta a mi amigo huerto Entonces, antes que todo acabe, Tiraré desde una ofrenda que parta de dos en dos Los ojos ciego del jefe, Y su melodía será una olla, Una olla común donde Juanito meta su dedo Para tocar la sangre viva del novillo, La carne púrpura del chancho, El cogote blandito del pollo... Entonces, todos juntos nos levantaremos Con las armas de asesinar Y cocinaremos a fuego lento una mirada de conciencia. De seguro habrá pescados, De seguro habrá políticos, De seguro habrá estados... Til Til se levantará como pueblo, Yumbel se levantará como pueblo Y caminaremos limpios hacia todas partes, Donde la paz sea un lienzo gigante que diga Mar, Cobre, Litio, Pobres muertos de hambre nunca más.

Ilustración de Insomniovision

marcha fúnebre

Por José Hogas

Regresé en una marcha fúnebre, caminado al paso de los muertos, Regresé de una muerte súbita, de una mala suerte de broma, Retorné con fantasmas en mi sombra, con miedos y dudas con escalofríos y mareos. Volví como de un sueño perdido, confundida, aletargada, adormecida, blanca. Mis pies se perdieron por la ruta negra esperando que alguien me diera una mano. Me desvié de las calles imprevistas aparentando ser causa perdida. Encontré entonces a la veleidosa circunstancia impregnada en un mural, sentada en una calle con sus colmillos fuera, gritó mi nombre. No pude moverme.

Por Isabel Guerrero Fotografía de Weyehuinca


M A L DE OJ O Lente de lector Derechos exclusivos de © Editorial E-Lit. Santiago de Chile http://editorialelit.blog.com Correo electrónico: elit.correo@gmail.com Teléfonos: 9-74883948 9-78247700 Agradecemos a todas las personas que colaboraron en este número: Familia Castro Pradel, Ypdea, Juan Águila, Andrés Diaz, Facundo Ferozzi, José Hogas, Nelson Carrizo, Weyehuinca, Insomniovision Envíanos tus colaboraciones a elit. correo@gmail.com Edición general: Isabel Guerrero Ana Karina Diagramación: Isabel Guerrero

En el ojo del huracan Difusion cultural Encuentro Literario «Chile País de Poetas». En apoyo y colaboración con el evento Chile, país de poetas Editorial ELit. tiene el agrado de invitarlos a la actividad que se desarrollará en Santiago, en representación de la Región Metropolitana. El día 25 de marzo del presente año los esperaremos en la plaza Brasil (metro cumming) a partir de las 17:30 hrs para que disfruten de una jornada poética y musical. En esta ocasión nos acompañarán en la música Claudia González, Bartolo Machuca, Serkimono, Trayenko y José Cerpa, Transhumantes. Recuerda que puedes participar activamente de esta jornada recitando tu poema el día del evento. Para esto, es importante que envíes un poema, más tu fotografía y datos personales al correo electrónico de los organizadores oficiales chilepaisdepoetas@hotmail.com. Editorial E-Lit. junto a un equipo de escritores citará a una reunión previa para coordinar el evento que se llevará a cabo en la Región. Para cualquier consulta contactarse al correo electrónico elit.correo@gmail.com

Fotografía de Juan Aguila


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