Editor: Rael Salvador l Diseño: Arturo Corpus l raelart@hotmail.com / palabra@elvigia.net
DOMINGO 15 de febrero de 2015 / Núm. 202
A UN AÑO DE SU PARTIDA
Carmen Gaitán Myriam Moscona Martín Solares Daniel Salinas Eduardo Cruz Rael Salvador
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DOMINGO 15 de febrero de 2015
Suplemento Cultural de
No. 202/ 15 de febrero / 2015 Dirección General Jorge Camargo Director Editorial Ariel Montoya
Editor de Fotografía Jorge Calderón Críticos / Colaboradores Héctor García Mejía, Marcela Danemann, Ruth Gámez, Arnulfo Estrada, Federico Campbell (†), Olga Aragón, Javier Cruz, Jorge L. Osiris Fernández, Gerardo Sánchez, Montserrat Buendía, Sergio Gómez Montero, Elia Cárdenas, Jesús López Gorosave, Patrick Liotta, Paúl Nazar, Renata Sández Oseguera, Lauro Acevedo, Benjamín Pacheco, Heberto J. Peterson L., Iliana Hernández P., María Eugenia Bonifaz de Novelo, Enrique A. Velasco Santana, Mélida ojeda López, Kepa Murua, Dr. David Rodríguez de la Peña, Ana M. Mora, Herandy Rojas, Manuel Guillén, Alina I. Gallardo, Ramiro Padilla, Daniel Salinas, Óscar Ángeles Reyes, Gerardo Ortega, Deÿ López, Aldo Calderoni Etcheverri, Elba Jordán S., Gabriel Ríos C., Diana Venegas, Fernando Macillas T., Jaime E. Delfín V., Manuel Quintero, Martín Caparrós, Eduardo Cruz Vázquez, Norma Herrera, Jorge Valenzuela, Miguel Lozano, Jhonnatan Curiel, Gustavo Dessal, Óscar Villarino Ruiz, Alberto Manguel, Alicia González, Carmen Gaitán, Myriam Moscona y Martín Solares. Corresponsal en Francia Cony Singüenza Corresponsal en Italia Ferdinando Scianna Corresponsal en Chile Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” Fotografía Enrique Botello Correo electrónico raelart@hotmail.com palabra@elvigia.net Teléfonos para publicidad 120.55.55, ext. 1023 Ensenada, B.C. México.
POR MYRIAM MOSCONA*
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ingún discurso, por interesante que se suponga, debe sobrepasar los ocho minutos, pues tal es el tiempo que tarda la luz en llegar del Sol a la Tierra. Después de ocho minutos todo lo estamos viendo bajo una luz diferente. Esto lo escribe el poeta venezolano Eugenio Montejo en El Cuaderno de Blas Coll y no recuerdo si agrega algo más o si yo, enseguida, se lo endilgo con mis propias palabras: Lo que haya que decir después de ocho minutos vale más callarlo. Si la luz del Sol tarda ocho minutos en alumbrarnos, lo que digamos más allá de este tiempo pareciera condenarse al terreno de la retórica, una zona que Federico Campbell no cultivó ni en sus escritos ni en su trabajo periodístico. La retórica y Federico no son líneas que se crucen. Ni su obra, ni su vida ni su muerte rozan esos márgenes en que, a veces, por alevosía o por pretensión, solemos ser más envoltura que sustancia. Federico Campbell, y cualquiera que lo niegue estará �ngiendo, vivía en una mente locuaz –estás tocata y fuga, admítelo, Federico, aunque más fuga que tocata–. Solía hablar con un ánimo contagioso, aunque siempre con voz serena, y en medio de la conversación o en el momento álgido del diálogo podía desaparecer sin aviso, esfumarse. ¿Y Federico? Ah, no está, se fue… Supongo que alumbrar en ocho minutos la mente compleja y hasta engañosa de un escritor admirado, pareja de una aliada, mi amiga Carmen Gaitán, resulta un desafío que comienza por obligarme a elegir sólo una zona de in�uencia, de un registro, a pesar de que Federico gozara de tantos, incluso de naturaleza distinta. Mientras avanzo en mi escrito, voy dándome por vencida mientras trato de aislar una franja de su trabajo, un aspecto de su esquiva pero admirable capacidad de estar en dos mundos simultáneos: Uno, el de la realidad, y el otro, el de su propia mente en constante y envidiable fuga. “El arte es una mentira que nos hace darnos cuenta de la realidad”, decía Picasso. Godard, el cineasta francés, comienza su nueva película, Adiós al lenguaje, con una sentencia que vale la pena recoger frente a un fabulador como Campbell y que parece contradecir a Picasso: “La realidad es el refugio de quienes carecen de imaginación”. Digo esto cuando la luz
que emitía el Sol al comienzo de este escrito, lleva apenas la mitad de su viaje hacia la Tierra, y esto me permite continuar con una observación: la realidad y la �cción, ambas coordenadas, son las dos vías de Federico Campbell y no todo escritor puede señalarse el mismo rasgo. Los novelistas suelen pertenecer, o a los grandes fabuladores imaginativos, o a los que organizan el texto a partir de una investigación, mismo si se trata de una novela. En el primer grupo está García Márquez. En el segundo, por hablar de dos ejemplos cercanos, Vicente Leñero. Campbell se sitúa en la frontera. Siempre los supo: “Soy un escritor fronterizo”. Aunque no se lo planteara como una directriz de trabajo, en su obra hallamos con frecuencia un pie metido en el ensayo. Ese ente locuaz, fugado, investigador nato, abría más puertas de las que solía reconocer. Su atormentada conciencia, su mundo encajado en lecturas cotidianas de �cción y no �cción, revisaba con voracidad cada mañana tres o cuatro diarios, también era un �âneur de las mesas de novedades de toda librería visitada y rara vez volvía a casa con las manos vacías. En la primera página de los libros que iba comprando, anotaba la fecha de lectura. Al morir, mientras un joven estudiante le ayudaba a Carmen a ordenar y �char la biblioteca, apareció un detalle conmovedor. En el
Foto: Ferdinando Scianna
Editor Rael Salvador
libro La voz del violín, de Andrea Camilleri, Campbell cometió un error, un equívoco campbelliano. En la portadilla consignó como fecha de inicio de lectura el 18 de marzo de 2013. Es decir, un mes y tres días después de su muerte. En las primeras líneas de ese libro se lee lo siguiente: “En cuanto abrió las persianas del dormitorio, el comisario Salvo Montalbano comprendió que el día no iba a ser gran cosa (…) Se puso de peor humor al recordar la desagradable tarea que tenía por delante aquella mañana: ir a un entierro”. Esta especie de broma póstuma, como otras encontradas en los eternos libros que rodearon la vida, la casa y, sobre todo, la mente de Federico, lo hallamos nuevamente en El aliento, libro biográ�co de omas Bernhard. Aparece allí una viñeta del autor austriaco, admirado por Campbell. Con delicadeza y hasta perfección técnica, Federico recortó de su ejemplar el rostro de Bernhard de esa caricatura y pegó el suyo propio. Allí está Campbell ocupando el lugar de otro rostro, de ese enorme escritor que cuenta allí nada menos que su afección pulmonar contraída en su juventud. Imposible entonces no pensar en la muerte de Campbell producto de una gripa mal diagnosticada que afectó sus pulmones
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EL CRUCE DE FRONTERAS MARCÓ SU FORMA DE VIVIR
MI HOMENAJE POR CARMEN GAITÁN*
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Martín Solares, Myriam Moscona, Carmen Gaitán y Humberto Musacchio, en el homenaje a Campbell, FIL 2014.
“Me seguía sorprendiendo su ser enigmático y dulce tras casi tres décadas de vivir juntos”
carmenparralgaitan@gmail.com
*Esposa de a Federico Campbell. Palabras dichas en el homenaje al autor de Pretexta en la FIL de Guadalajara (diciembre 1 de 2014).
Foto: Archivo Campbell
Foto: Archivo FIL
y acabó con su vida terrena tras una larga estancia de libros como éste, mantenía viva la urgencia de leer la hospital. Guardar la memoria de Federico Campbell es realidad. Como si al ejercer esa lectura crítica a través guardar su identidad personal en Pretexta, en Post scrip- del periodismo, se activara otra parte de su cerebro. Por tum triste, en Máscara negra, en Padre y memoria, libro, ello puede decirse, o puedo decirlo yo en mi derecho éste último, como ningún otro, en que el acento se encaja subjetivo, como su amiga y su lectora, que Federico en la memoria como identidad. Campbell fue un escritor de dos mundos a la vez. Y su Federico Campbell se personalidad, como el caquejaba de ser un hombre maleón que se adapta a disperso, de tener periodos “Se quejaba de ser un hombre los colores del entorno de concentración cada vez disperso, de tener periodos de por sobrevivencia, jamás más breves, de leer la prenuna entrega, jamás concentración cada vez más falló sa en forma desordenada, se cuestionó si podía conmuchas veces de atrás para breves, de leer la prensa en centrarse. Siempre fue un adelante, de estar en proceso puntual. Era forma desordenada, muchas columnista de lectura con media docena algo que hacía con una de libros a la vez, de escribir veces de atrás para adelante, disciplina distinta. poco, de no ser lo su�cienAl Federico de los dos temente productivo. Padre y de estar en proceso de lectura mundos que hoy tanta memoria se fue escribiendo con media docena de libros a falta le hace al país en a lo largo de quince años. momentos de vergonzosa la vez, de escribir poco…” Y uno, como lector, nota el decadencia, al artista que tiempo concentrado en la sase fugaba en sus tretas inbiduría que contiene, en la elección de las lecturas que conscientes, a ese hombre que admiraba la imaginación suscitan su perturbador interés por la neurobiología y como a la loca de la casa y que tan bien encarnó en sus la memoria, sobre los puentes invisibles entre la ciencia procesos sufrientes y gozosos de escritor, le hacemos y el arte, sobre la estructura del inconsciente con el que conversación en este momento, mientras la luz del Sol uno debiera siempre escribir cuando se trata de una obra que salió al inicio de este escrito hace ocho minutos está de creación, sobre nuestra necesidad de historias, de pa- llegando ya. Hablamos bajo la sombra de su sonrisa merábolas, de cuento. La búsqueda de la �gura paterna es lancólica, mientras bebe café negro en taza blanca en un la búsqueda de la memoria. Como Rulfo, que perdió a estanquillo de la colonia Condesa, su colonia, y, en lo más su padre a tan temprana edad y que al concluir sus dos álgido de la conversación, Federico se nos ha fugado, con obras magistrales, las más altas obras concebidas en el su eterna treta campbelliana. siglo XX mexicano, se retiró de la escena escritural tan pronto materializó la �gura del padre perdido. Creo que Federico sabía reconocer el trabajo depura*Documento leído en el homenaje a Federico Campbell en la FIL de Guadalajara do de Padre y memoria, pero él, escribiera o no otros (diciembre 1 de 2014).
mpezaré por decir que Federico un erudito sin jamás pretender serlo. Nadie más alejado de la estridencia de la fama y los reflectores. De ahí el encanto de su personalidad: asombrado siempre ante el mundo y en permanente júbilo frente a los novedosos descubrimientos de la neurociencia, encontrar a un nuevo autor en los estantes de las librerías, toparse con un intérprete de música desconocido; la alegría sincera con el triunfo de cualquiera de su gremio, la primera taza de café express por la mañana. Federico era un niño dentro de un hombre. Tenía una inteligencia formidable y muy original, así como su forma de vestir. Le gustaba tanto el silencio como las discusiones. Escribía muy bien y era un estupendo periodista. Pausado, con su voz baja y roquita, hacía que los días fueran siempre diferentes; relataba anécdotas originales, historias raras; era culto como pocos, y muy buen conversador, hasta que de pronto interrum-
pía súbitamente el encuentro o la llamada telefónica y se subía a las ramas inexpugnables de su cabeza. El cruce de fronteras marcó su forma de vivir. Los componentes y enigmas de la memoria, la identidad y el ser fronterizo, la descomposición y “sicilianización” del Estado mexicano, el teatro, el cine y la música fueron instrumentos que poblaron la orquesta de su vida. Me seguía sorprendiendo su ser enigmático y dulce tras casi tres décadas de vivir juntos. A pesar de que convirtió en un himno repetido la queja de no alcanzar la meta de escribir la gran novela, hoy más de 20 libros publicados le llevan la contraria; no se podrá quejar, y estará muerto de risa, atisbando de reojo y con satisfacción, los homenajes, las notas, los artículos y comentarios que suscitó el ocultamiento de su vida.
Federico y Carmen, siempre en compañia.
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H O M E N A J E A F E D E R I C O C A M P B E LL : 1 9 4 1 - 2 0 1 4
Hace un año que el autor de Pretexta y Transpeninsular abandonó su lugar físico entre nosotros, ahora Palabra se da a la tarea de traer hasta ustedes, lectores fieles de La hora del lobo (columna que se publicó en estas páginas hasta el día de su partida), los comentario vertidos con sensibilidad y acierto en la FIL de Guadalajara 2014
P M S*
Fotos: Ferdinando Scianna
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veces los maestros que tienen la in�uencia más compleja en nuestras vidas llegan de las maneras más sencillas. Este fue el caso para mí del gran Federico Campbell. Quizás lo que creo recordar lo estoy imaginando, pero con permiso de ustedes voy a contar dos mañanas de agosto de 1995, el año que conocía a Federico Campbell, en un café de la calle Vicente Suárez. La primera fue una mañana feliz y rodeada de libros, como feliz y rodeada de libros fue la vida de Federico Campbell... Dicen que lo que ocurre en el mundo editorial debería conservarse como un secreto profesional, pero hoy voy a quebrar esa regla de honor de Federico. Yo soy uno de los miles de lectores que lo conocieron gracias a su columna Máscara negra. No me la perdía cada �n de semana en la última página de la Jornada semanal, que para mí era la primera. Allí un señor de apellido “warholiano” se aventuraba a hacer algo que entonces me parecía inaudito y ahora estoy convencido de que es urgente: crear una ruta aérea que nos permita ir de los libros a la realidad y de la realidad a los libros, a �n de acostumbrarnos a examinar el país con los ojos de los escritores que llegaron antes y lo vieron todo con un punto de vista particular. Eso era lo que hacía el gran Federico: analizar con astucia los escabrosos pro-
cesos políticos que se vivieron bajo el México de Carlos Salinas de Gortari, y comparar las novelas más emblemáticas del género policiaco con la atroz realidad nacional, donde abundan crímenes sin resolver, tal como vuelve a suceder ahora. A quien no ha leído Máscara negra no sé qué está esperando, y menos ahora que, como opera magna, se reeditó en La era de la criminalidad. Yo atesoré cada uno de los artículos en Tampico, Morelia y Guadalajara, las ciudades en que viví, y no cesaba de recomendarlos ni de prestarlos con entusiasmo. Porque eso tienen mucho de los ensayos de Federico: generan nuestro entusiasmo, nos invitan a compartirlos, no podemos dejar de asombrarnos o sonreír ante las conexiones que hace, tampoco podemos dejar de indignarnos con su denuncia de la impunidad hasta que transmitimos esa denuncia, o ese ensayo a otro lector. Dice Julio Cortázar que esta transmisión literaria de un lector a otro es la prueba de fuego de la calidad. En el caso de Federico, sus ensayos pasan esta prueba de fuego ampliamente: nos invitan a una conversación literaria y de inmediato advertimos que ese interlocutor es de una sabiduría y una autenticidad inusual. Sus ensayos provienen de su entusiasmo un 90 %, y cuando las cosas en nuestro país empezaron a torcerse de modo visible, a mediados de los años noventa, también de la indignación en un 10 %, pero era una indignación meditada, sobria, que nos invitaba a pensar, a ir más allá de la irritación momentánea. Libros como Post scriptum triste, La invención del poder o
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Padre y memoria encienden nuestra devoción por la mejor literatura, ese fuego que una vez encendido no se puede apagar. Para muchos lectores suyos, de Tamaulipas a Tijuana, la prosa de Federico funcionó como esa mecha inicial y ese faro de cada ocho días que, en un país de telenovelas y boletines o�ciales, nos invitaban a entender que la literatura no es sólo un divertimento y que la realidad no debe ser patrimonio de los políticos.
Piloto aviador
Cuando el editor Andrés Ramírez me dijo que Joaquín Mortiz iba a publicar una recopilación de los ensayos de Máscara negra, le pedí que me dejara participar en el proceso editorial. Le pedí que por lo menos me dejara ser el corrector, y corrector fui. El libro venía más que limpio: impoluto. Apenas me atreví a sugerir que el autor eliminara uno de los textos, a �n de evitar un parra�to que se repetía, que desarrollara la conclusión en otro, que era delicioso, en �n: lo que habría sugerido cualquier lector de la columna, deseoso de verla cristalizar en un libro. Al día siguiente me llamó Andrés Ramírez para decirme que el maestro Campbell preguntó quién había osado hacer tales sugerencias y exigía verme de inmediato. Así que de inmediato y temblando fui a un café de Vicente Suárez. Campbell salió de la calle Jojutla con los brazos cargados de libros, revistas y periódicos. Yo lo había visto en fotos, así que lo reconocía a una cuadra, y me llamó la atención su chamarra de piloto aviador. La �gura de piloto aviador siempre estuvo muy presente en la imaginación de Federico. En sus cuentos y ensayos nunca dejo de sobrevolar la geografía de Sonora y, de Sinaloa, de su Baja California querida. Si entraba un sujeto de aspecto sospechoso al café en el que estábamos platicando, Federico decía: “Mira quien llegó a las cuatro”. “Oye”, decía yo, “pero si son las diez de la mañana”. “A las cuatro, es decir, atrás a mi derecha, como los aviadores de antes, que se orientaban con las manecillas del reloj: las doce, al frente; las tres, a tu derecha; las seis, detrás; las nueve, a tu izquierda, etcétera: es un diputado priísta, hablando con el Niño Verde, ¿en qué andarán esos tipos? ¿Te digo una cosa? No quisiera ser un �amingo para que no me de�enda esa tipo”. Con ese sistema de clasi�cación aérea, con esa inteligencia que le permitía poner la realidad en orden dentro
de sus ensayos, Federico ordenó los pueblos que rodean al Pueblo natal de Juan Rulfo. Si examinan ese libro rico y monumental que es La �cción de la memoria, una magní�ca compilación de ensayos sobre Pedro Páramo y El llano en llamas, otra gran aportación de Federico, tan nutritiva como realizar una maestría y un doctorado en literatura. Verán que en su ensayo inicial, Federico clasi�có como piloto aviador a los pueblos que podrían ser Comala: Sayula a las doce, Zapotlán a la una, Apulco a las dos. Creo que así también organizaba, como las manecillas del reloj, sus intereses en la vida: el periodismo, la mente humana, la neurología, el derecho, la nostalgia por el estado de derecho, Sicilia, la obra sobre Leonardo Sciascia, el cine y el teatro, el trabajo de los grandes autores, y en el centro, por supuesto, la literatura. Por eso imagínense mi sorpresa cuando Federico llegó a aquel café a las doce en punto y me preguntó: “¿Tú eres el corrector? Dice Andrés Ramírez que estás escribiendo una novela, aquí tienes para darte las gracias”. Y Campbell me regaló una novela de Rubem Fonseca, de Paul Auster, de Eric Ambler, de Raymond Chandler. Luego, como sabemos sus amigos, a todos nos siguió nutriendo con otros libros, otras revistas y suplementos, o por los menos con recortes de periódicos que en su opinión deberíamos de leer.
Nuestros orígenes
Federico Campbell jugó un papel muy importante no sólo en la difusión de la obra de Leonardo Sciascia o en la difusión de autores extranjeros, recientemente traducidos al castellano, sino también en el descubrimiento y publicación de diversos escritores mexicanos en su propio país. El boom de los narradores del Norte de los años noventa no se habría producido sin el entusiasmo de Federico. Fue el primero en apoyar la publicación de las novelas de Élmer Mendoza y reseñar y difundir la monumental obra de Daniel Sada, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Su lectura y apoyo representaron una ayuda extraordinaria que permitió conocer las virtudes de estos narradores tan grati�cantes. Federico todo el tiempo estaba impulsando a sus amigos a hacer cosas grandes. Con la claridad que tenía para los buenos artículos periodísticos, para los libros de ensayos, para las novelas, nos recordaba que el mejor tema de la literatura siempre somos nosotros mismos: la búsqueda sincera de nuestros orígenes, la pregunta por el padre y la madre, por el lugar en donde nacimos, por nuestro estado de ánimo, por las relaciones demasiado estrechas entre los crímenes que ocurren en la realidad y los que leemos en alguna novela policiaca o de espionaje. Tenía la convicción
de que la literatura no es una forma de diversión que se aleja de la realidad, sino una especie de nave que funciona como una forma de encantamiento, una ecuación hecha con personajes e historias, y aunque no contiene tesis, no antítesis, síntesis, algo nos dice sobre cómo está hecho este mundo. Hay una palabra central en sus libros: la memoria humana, que intentó comprender como pocos escritores mexicanos, y llegó a la conclusión de que esto no funciona como un cassett o un CD que registra algo y lo deja listo para ser reproducido, sino que se parece a los ingredientes que usamos para cocinar: hasta cierto punto el resultado es el mismo cada vez que recordamos el pasado, pero siempre hay variaciones que dependen dl momento presente. Cada vez que alguien recuerda, como decía Federico, se convierte en un escritor de �cción. A mí, meses después de ese primer encuentro, me invitó a tomar otro café y me pregunto: “¿Ya supiste? Dicen que el Subcomandante Marcos es tampiqueño, y tú eres de allá. Deja todo lo que tengas y vete a escribir algo, a investigar quién es él”. Antes de que yo pudiera darme cuenta, estaba a bordo de un autobús con rumbo a Tampico y me había convertido en corresponsal de Federico Campbell. Tres meses después lo cité en el café de la primera vez. Federico me preguntó dónde andaba, porque no había pasado a saludar a su casa. “Averigüé cosas interesantes”, le dije en voz baja. “¿Todo de qué?”. “Del Subcomandante, no te acuerdas que me mandaste a averiguar”. “Ah, sí. ¿A poco te fuiste? ¿Y qué encontraste?”. En lugar de responderle puse sobre la mesa unas cuantas fotos de un joven de barba, de unos treinta años, bastante simpático. Federico tomó las fotos y dijo: “¿Y este maestro quién es?”. Cuando le dije que era Rafael Guillén Vicente, y que las fotos me las había dado su papá, Federico cubrió todo con ambas manos y miró con inmensa preocupación a los comensales de las mesas contiguas. Entonces me reclamó en voz baja:
Fotos: Ferdinando Scianna
“Dice Julio Cortázar que esta transmisión literaria de un lector a otro es la prueba de fuego de la calidad. En el caso de Federico Campbell, sus ensayos pasan esta prueba de fuego ampliamente”
“¿Cómo se te ocurre traer esto aquí? ¿Qué no sabes que la cosa se ha puesto muy dura? Seguro que ya te �charon y te están siguiendo los de Gobernación. ¿No has notado ruidos raros al alzar el teléfono? ¿Coches extraños que te siguen por las noches? ¿Objetos fuera de lugar en tu escritorio?”. Le dije que sí, y nos pusimos nerviosos. “Te van a detener en cualquier momento: van a decir que eres de la dos-tres”. “¿De la qué?”. “De la liga 23 de septiembre”. “¡Federico –le dije–, yo no soy ningún terrorista!”. En eso entré un grupo de policías armados a toda prisa y Federico y yo, para decirlo con un eufemismo, revisamos si no se nos había caído algo debajo de la mesa. Cuando comprobamos que los policías iban a recoger las ventas del día respiramos, nos fuimos a otro café y no volvimos a hablar del asunto. Como pude comprobar esa segunda mañana, con su claridad aérea las obras de Federico Campbell nos invitan a establecer puentes intensos entre literatura y realidad. Porque su literatura y su vida nos enriqueció con un punto de vista único, y estarán de acuerdo Humberto Musacchio, a las tres, Myriam Moscona y Carmen Gaitán, a las doce de ustedes, Federico Campbell tiene nuestra admiración, toda nuestra gratitud. Martinsolares70@gmail.com *Palabras del editor de Océano referidas en la FIL de Guadalajara 2014, en el homenaje realizado al escritor Federico Campbell, en compañía de Carmen Gaitán, Myriam Moscona y Humberto Musacchio.
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DANIEL ALEJANDRO BOSSIO
¿AMENAZA VELADA O NECESIDAD?
P H J. P L
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Foto: Daniel Alejandro Bossio
Río Ceballos, Córdoba, Argentina. Ocupación: Área de Medios, Universidad Nacional de Córdoba.
La Foto de la Semana es un reconocimiento que se otorga por el mayor número de votos, avalando el dominio del tema, en el sitio de Facebook Fotografía Diaria.
CUENTO
ransitando por una avenida principal, en una esquina Fausto torció hacia la derecha y, a unos cuantos metros, encontró un espacio para estacionar su vehículo. Apenas se bajaron Rosario y él, cuando se acercó un sujeto y, dirigiéndoles la palabra, les dijo: “Yo les cuidaré el carro”. Fausto vio a aquel hombre, le iba a decir que no había necesidad, pero prefirió decirle que sí pensando en la posibilidad de que una negativa lo motivara para hacer algún daño. A unos cuantos pasos más se aproximó otro sujeto y le dice: “Déjeme limpiar su carro, hay que cooperar”. El “Ustedes pueden” iba implícito en el comentario. Fausto se encendió y sacando un papel del bolsillo de su camisa le contestó con voz alta y molesto: “¡Acabó de pagar mil pesos a un laboratorio, Usted cree que nado en dinero!”, y el sujeto le contestó: “Está bien, pero no se enoje”. Entraron a un café y, ya sentados, le dice Fausto a Rosario: “¡Caray, no es usual en mí esta clase de reacciones! No sé qué me paso”. Rosario le dijo: “Has andado algo nervioso estos días y de alguna manera explotaste”. Pidieron un chai de vainilla y una dona con manzana que compartieron entre los dos y se pusieron a conversar. Fausto, molesto consigo mismo, le dice a Rosario. “Me siento mal por mi actitud, en el fondo no sé qué necesidades tendrá ese hombre que se portó más decente que yo”. “Ya, olvídalo, no des demasiada importancia.
Sin embargo, te diré que hoy día a donde quiera que vayamos pareciera que tenemos la obligación de traer algunas monedas con nosotros, porque donde quiera que te estaciones te piden... ya sea por limpiar, cuidar o ayudarte a estacionar el vehículo”. “Estaremos a veces, de manera inconsciente, cooperando con vicios o, caso contrario, la necesidad obliga a mucha gente a buscar un ingreso por esos medios?”, se interroga Fausto. “¿Tantos pedigüeños será signo de algo?”, seguía reflexionando. “No será reflejo de un país que está en crisis y, en lugar de impulsar los trabajos formales, está no sólo fomentando los informales, sino orillando a muchos a valerse de mil mañas, por necesidad, para hacerse de alguna entrada?”. Llegó otra pareja amiga y ya la plática tomó otro sesgo. La conversación fue más relajante, divertida, influyendo en su estado de ánimo, donde las risas, las bromas y chistes estuvieron presentes, y al llegar una tercera pareja, aquella tertulia se puso aún de mejor ambiente y el par de horas que estuvieron reunidos pasaron inadvertidas. Después de las despedidas regresaron a su vehículo y Fausto, sin decirle a Rosario, volteaba para todos lados para localizar al segundo sujeto y excusarse por su exabrupto, pero… ya no estaba. Dentro de la imagen que proyecta cada sujeto está un ser humano, cuyas necesidades reales desconocemos, cuyos sentimientos de esperanzas y anhelos ignoramos. A veces las apariencias son como los espejismos: engañosos...
«Entraron a un café y, ya sentados, le dice Fausto a Rosario: “¡Caray, no es usual en mí esta clase de reacciones!”»
petersonheberto@live.com
Foto: Cortesía
FOTO DE LA SEMANA: TEMA LIBRE (EN BLANCO Y NEGRO)
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ECONOMÍA CULTURAL: DOMINIOS
ALEATORIEDES
EL FEDERICO DE LA UAM XOCHIMILCO Por Eduardo Cruz Vázquez
LOS VIENTOS CUARESMALES se adelantaron a la ceniza y con ellos llega puntual la saudade. El tiempo tiene caprichosas formas de correr. Hace un año se fue Federico Campbell y esta ventosa tarde, mientras releo al azar páginas de Post scriptum triste, cedo a la nostalgia por lo no ocurrido y al �agelo de los hubiera. La vida me llevó a compartir tres momentos con Federico Campbell. El primero fue en la primavera de 2002, cuando me inscribí como alumno a un taller de periodismo narrativo que impartió en la Universidad de Tijuana. El segundo sucedió en la primavera de 2009, cuando yo impartía un diplomado de periodismo en la Universidad Iberoamericana y, gracias a la gestión de su sobrino Eduardo Flores Campbell, accedió Federico a ir como expositor invitado a mi clase. El tercer momento se dio en el verano de 2011, cuando en una lluviosa tarde de agosto Federico me reci- profundidades de la memoria y las �ccionabió en su casa de La Condesa, a donde acudí les traiciones de los recuerdos. Releo La clave a hacerle una entrevista. Recuerdo la furia de Morse y reparo en que más allá de la nostalgia la tormenta retumbando en los tragaluces de por el telégrafo y la atmósfera de una ciudad su casa y la atmósfera de santuario reinante que se ha ido para siempre, en esos párraen su biblioteca, una buhardilla ubicada en la fos yace una herida abierta y una búsqueda parte más alta. constante que tienen mucho que ver con Me siento afortunado de haber podido cono- mi existencia. “La frontera entre la vida y la cer a Federico Campbell, muerte, entre la madrupero ahora me sucede gada y el amanecer, entre “Me siento que con cada relectura el atardecer y la noche. Ni pienso en las cosas que afortunado de haber siquiera el umbral habrá me hubiera gustado de redimirnos”. podido conocer a preguntarle, las dudas Nunca le enseñé a Feno planteadas, esa larga Federico Campbell, derico un cuento mío. charla que hubiera de“Península Jano”, el repero ahora me seado tener, más allá de lato que cierra el sexteto sucede que con cada de Dispárenme como a clases o entrevistas. está dediDebo admitir que relectura pienso en Blancornelas me tardé en descubrir cado a él, pues está inslas cosas que me la esencia profunda de pirado en su obra. Campbell, el centro Cada cierto tiempo hubiera gustado neurálgico de su narravuelvo a abrevar en sus tiva. En un principio lo libros y cada que siento preguntarle” valoré como una pluma el vértigo de caer al vacío capaz de deslizarse por sin paracaídas después de la frontera del periodismo y la literatura y haber dado el salto del periodismo a la narracomo un explorador de nostalgias peninsula- tiva o cuando intuyo la sombra de la locura res. Tardé en darme cuenta que la frontera de o la fragmentación de la memoria, pienso en Campbell va más allá de una línea cartográ�ca Federico y en su viaje eterno al corazón de las o del umbral que divide lo periodístico de lo tinieblas peninsulares, a la búsqueda obsesiva y dispersa de esa gran entropía que es la crealiterario. Su frontera es mucho más profunda y acaso ción literaria. tenga que ver con lo apolíneo y lo dionisiaco, con la cordura y el delirio, con las abruptas danibasave@hotmail.com
EN 1980, AL POCO TIEMPO de ingresar como estudiante de la Licenciatura en Comunicación, en la Unidad Xochimilco de la UAM, comencé a editar la revista literaria Hojas sueltas. Tanto el Rector Luis Felipe Bojalil, como el Secretario de la Unidad, Sergio Reyes Luján, como el Coordinador de Extensión Universitaria, Raúl Hernández, facilitaron las gestiones y los recursos para la modesta edición. Vino entonces el rectorado de Francisco José Paoli Bolio. Vio con simpatía el empeño y me pidió entenderme con Federico Campbell, quien era el secretario del Comité Editorial. Tengo muy claro ese primer diálogo, ya que si bien afable, me dio miedo. Pánico de que hiciera pedazos unos cuántos pliegos, tamaño carta, en blanco y negro. Sabía de su severidad literaria y de la garra periodística que tanto prestigio le confería. Desde entonces, Campbell fue una �gura recurrente en mi vida. Uno de mis compañeros de grupo, estupendo redactor y fotógrafo, Juan Raúl Barreiro, fungía como jefe de Redacción de Hojas sueltas. Fue así que con motivo de la aparición de su novela Todo lo de las focas (UNAM, 1982), entrevistó a Federico para la edición de septiembre de 1983. Un breve diálogo, pues era sabido que el escritor no gustaba de ser el objeto de la noticia. La cabeza dice: “Federico Campbell: de la ambigüedad signi�cativa de la literatura a las zonas oscuras de la conciencia”. En ese entonces, dijo que Tijuana era una tierra de nadie “ni norteamericana, ni mexicana, ni tampoco chicana”. Le comentó a Raúl que Todo lo de las focas la había escrito antes que Pretexta, entre 1967 y 1968: “Venía haciendo una serie de cuentos y quise hacer un libro con ellos, pero me di cuenta que todos estaban emparentados con una atmósfera común y personajes similares. Los supuestos cuentos eran capítulos de una misma historia, la de un personaje muy solitario, con una psicología de adolescente y una edad intencionalmente ambigua. En algunos tramos de la novela el personaje es en realidad, mental y emocionalmente, un niño, un adulto que reacciona como retrasado mental”. En otro momento, Federico expresó que “con la novela traté de mostrar esa zona de la realidad en la que participan
Foto: Daniel Salinas B.
Por Daniel Salinas Basave
Foto: Cortesía
POST FEDERICO TRISTE
dos dimensiones, la del sueño y la de la vigilia. Más bien la situación intermedia entre las dos: aquél instante entre el dormir y el despertar, esa tierra de nadie de la conciencia, en la que no se sabe dónde está uno. Por ejemplo, otra situación intermedia se da en la playa, cuando la foca se mueve entre la tierra y el mar, de alguna manera es medio pez y medio mamífero terrestre. Igual sucede en la frontera: digamos que la condición del tijuanense es la de un ser desarraigado cultural, social y políticamente”. “Un tema colateral es la negación de la vida, que se muestra tanto en el aborto como en el escenario: los personajes se mueven en terrenos muy áridos donde nada �orece, ni �ores ni pasto, sólo rocas y arena. Toda la historia transcurre en el terreno de la esterilidad”, añadió Campbell. La breve entrevista culmina con esta declaración: “No quisiera hacer teoría sobre esto, ni la estoy haciendo. Pero no faltará alguien que diga que el tijuanense está muy identi�cado con México. Sólo traté de indagar el mundo de una adolescencia tijuanense. Si tuviera muy claras estas ideas no hubiera hecho una novela sino un ensayo. Escogí el terreno de la ambigüedad signi�cativa para entrar a la indagación de este mundo, como cuando te asomas al mundo de los sueños, a esas zonas oscuras de la conciencia”. Honores al amigo Federico. asesoresencultura@yahoo.com.mx
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DOMINGO 15 de febrero de 2015
NUMERALIA
EL MANDATO MAGISTRAL DE UNA CONFERENCIA*
FEDERICO Y MEMORIA
iene a Tijuana porque le dijeron V que acá El mandato del padre daría gusto.
Así se lo dijeron, y él prometió que vendría: “Encantado de estar en casa, de donde no debí haber salido”, esgrime, a modo de salutación, el escritor y periodista Federico Campbell. Padre y memoria (UAM / Ediciones sin nombre, 2009), es un libro que �nca la relación entre la memoria y la �gura del padre, en una amplia constelación de escritores que van de Franz Kaa a Juan Rulfo, de Raymond Carver a Ricardo Garivay, donde también se encuentran las �guras emblemáticas de Sartre, Camus, Borges, Hanif Kureishi, Paul Auster, V. S. Naipaul, Philip Roth, Orahn Pamuk, Eliseo Alberto, Héctor Abad Faciolince, una saga de autores en franca pulsión con el referente de autoridad, así se enmascare éste de jefe de la tribu, presidente o líder guerrillero. Necesaria para saber quiénes somos, la memoria necesita del olvido para poder pensar. A partir de esta premisa, el autor de La invención del poder revindica la idea medianamente recurrente de Carta al padre padre, “tópicos de Kaa en la tesitura generacional”, otorgando el dato clínico: los escritores “somos lo que hacemos en la medida que nos interpretan y nos leen”, así la literatura se convierte en una mentira para llegar a una verdad profunda. Es decir, la verdad de las mentiras (como en el título de Vargas Llosa): encrucijada en el territorio de la existencia, lugar físico donde la �cción proclama la nobleza de espíritu. Nada es del todo fantasía, nada es del todo realidad. Así, la obra es una confesión en busca de su testigo principal: su autor. No sin pasión impersonal, el ensayo toma el instrumento de la cátedra para, en viva voz del escritor –por instantes metido a analista–, analista
tenían cuarenta. El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él”. Luego vendrá una ola de ternura acompañada en el calor de su compasión y nosotros, lectores sublimados por la muerte real, preguntamos qué tan jóvenes son los muertos, la inabarcable humanidad que nos precede. Entonces, lo muertos no mandan más. Manda en el sueño literario la mujer de Pedro Páramo: “Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Muerte y Rulfo: capitulación de todo sueño en la memoria. El caso de Orahn Pamuk implica una responsabilidad emblemática: la genialidad de hijos de escritores frustrados. Recibido el Nobel en 2006, la ocasión le ofreció la oportunidad de hablar sobre el padre: «Dos años antes de su muerte, mi padre me entregó un maletín lleno de sus textos manuscritos y sus cuadernos de notas. Con su habitual aire bromista me dijo, como al pasar, que esperaba que yo los leyera después, es decir, después de su muerte. “Échales una mirada”, dijo con algún embarazo, “ve si sirve de algo, tal vez puedas hacer una selección y publicarlo”». Ya lo pre�guraba en Mi oído en su corazón Hanif Kureishi, escritor inglés de origen pakistaní, vástago también de un escritor malogrado: “A veces, creo que me voy a mi mesa de trabajo sólo para obedecer a mi padre”. Si para Pamuk escribir resulta como dicta el refrán turco: “cavar un pozo
con una aguja”, la insustancialidad del padre advierte que para ser escritor y no heredar el baúl de los papeles, “ve si sirve de algo”, resulta necesario lo que advierte Federico: “Lo que sucedió es que su padre no se atrevió a ponerse a escribir diez horas diarias como su hijo, por no renunciar a la alegría y las carcajadas que le proporcionaba la compañía de sus amigos”. Aquí la cita a Luigi Pirandello: “La vida, o se vive, o se escribe”. Magistral, la conferencia va: bienavanza. Campbell insiste en la importancia de la revisitación al padre y los referentes circundantes: «Para juzgar una obra literaria no basta limitarse a lo que “consta en actas”, es decir, a lo que está encerrado en el libro sin tomar en cuenta la vida personal del autor. Unos creen que sí, que lo único importante es el texto. Otros, como Edmund Wilson, creen que para lograr una comprensión más profunda y cabal de una novela, por ejemplo, es necesario considerar tres aspectos: la obra misma, la biografía del escritor y el contexto histórico en el que le tocó vivir». El tema danza sus diamantes entre las sombras y da para ampliar de novedosos ensayos la segunda edición de Padre y memoria (asunto saldado, gracias a Martín Soler, que hace de su reciente edición en Océano una obra complementada y de�nitiva). De momento, entre la progenie y el olvido, queda el fantasma del padre, pluma en mano, recorriendo el mundo de las letras en el elucidado y satisfactorio mandato del recuerdo: volver a pasar nuestros asuntos por el tamiz del corazón.
1971, Infame turba (Editorial Lumen). 1972, Conversaciones con escritores (Editorial SepSetentas). 1979, Pretexta o el cronista enmascarado (Fondo de Cultura Económica). 1982, Todo lo de las focas (Publicado por la UNAM). 1984, Los Brothers (Publicado por la UAM). 1989, Tijuanenses (Editorial Joaquín Mortiz). 1989, La memoria de Sciascia (FCE). 1994, Post scriptum triste
raelart@hotmail.com *Ofrecida el 26 de julio de 2013, en el Centro Estatal de las Artes de Tijuana.
Foto: Herandy Rojas
Por Rael Salvador
condescender al padre por la vía de la literatura y esclarecer momentos sublimes de la realidad. Freud como Lacan, citas obligadas: el impasse psicoanalítico del complejo de Edipo y su teórico ojo de huracán. ¿Neurobiología? Tanto en los textos de Antonio Damasio como en los de Jorge Luis Borges. Dos visiones sobre la literatura, desde la perspectiva del análisis clínico y el estructural: “Al escritor le interesa mantener los misterios, los enigmas… A los �lósofos y cientí�cos les importa más la revelación de la verdad”, inter�ere Campbell. Sentir lo que sucede: no se puede pensar antes de ser. Lo remarcaba Proust: “Sólo de los recuerdos involuntarios debería extraer el artista la materia prima de su obra”. ¿De ese modo, en su liberación y en su redención, la literatura salvó la vida de Kaa? Mas si la ética está en el padre, la herencia de un escritor igualmente se puede encontrar en una maleta o en una tumba. La referencia anterior, del legado de la valija y el sepulcro en relieve, derivan de Orahn Pamuk y Albert Camus. Si la madre es la reivindicación super�ua en El extranjero, en relación al padre el escritor argelino expone en El primer hombre: “Cormery se acercó a la lápida (…) el tintineo de un cubo contra el mármol de una tumba lo sacó de sus ensoñaciones. Fue en ese momento cuando leyó sobre la lápida la fecha de nacimiento de sus padre, percatándose entonces de haberla ignorado. Después leyó las dos fechas, «1885-1914», e hizo maquinalmente el cálculo: veintinueve años. De pronto le asaltó un pensamiento que lo sacudió incluso físicamente. Él
El legado bibliográfico de Federico Campbell:
(Editorial del Equilibrista y UNAM). 1995, Máscara negra. Crimen y poder (Joaquín Mortiz) / La invención del poder (Aguilar). 1997, La máquina de escribir (Cecut). 2000, Traspeninsular (Joaquín Mortiz). 2001, La clave Morse (Alfaguara). 2003, La ficción de la memoria (Sobre Juan Rulfo, Editorial EraUNAM) / El imperio del adiós (Antología de textos narrativos, Aldus editorial y La Centena). 2009, Padre y memoria (Ediciones sin Nombre). 2014, Padre y memoria (Edición complementada y definitiva, Editorial Océano) / La era de la criminalidad (FCE) / Regreso a casa (Conaculta y Cecut).