Pettson se va de pesca Sven Nordqvist
Era otoño, el viejo Pettson estaba sentado en la cocina bebiendo el café de la mañana. Inmóvil, miraba el día gris por la ventana; no estaba nada contento. El gato Findus, por otro lado, se sentía de lo más enérgico. No podía quedarse quieto ni un momento, y tampoco quería estarlo. Saltó por la silla, se mordió la cola,
se subió a la mesa, tomó un sorbo de café, tiró un terrón de azúcar, lo siguió hasta el suelo, se subió al sofá, volvió a la mesa... —¡ESTATE QUIETO! —bufó Pettson, y suspiró profundamente—. Buf, vaya día. Hoy estoy de muy mal humor. No tengo ganas de hacer nada.
Findus se quedó mirando al viejo. Nunca había estado tan enfadado. Pettson suspiró profundamente y se derrumbó como un neumático desinflado en el rincón del sofá, parecía muy infeliz. —Perdóname, Findus —dijo cansado—. Ya sé que no hay que gritar de esta manera.
Pero hoy es un día de esos que debería acabar cuanto antes. Luego continuó mirando por la ventana. «Hoy está realmente triste —entendió Findus—. Tengo que inventarme algo que le haga estar feliz de nuevo».
Silencioso como un gato, Findus subió sigilosamente a la mesa de la cocina. Se colocó junto a Pettson y levantó una garra al aire. Eso significaba: «Solo diré una cosa más». —Y ahora qué quieres —murmuró Pettson. —Podemos ir a pescar. Eso te animará —susurró Findus. —No, bah, no quiero salir —dijo Pettson—. Hace frío y llueve, y los peces no pican. No me voy a mover de aquí hasta la noche, y entonces, me iré a la cama. «Vaya viejo más aburrido», pensó Findus suspirando casi tan profundo como Pettson. «Sé que, si vamos a pescar, se pondrá contento de nuevo. Siempre es así. Quizá pueda insistir un poco, si lo hago en voz baja».
—¡Eres peor que un pescado podrido! —musitó Findus—. Pero si lo he decidido, entonces lo he decidido. Y punto. Salió corriendo hacia el cobertizo y buscó un rutilo disecado colgado sobre un trozo de madera. Tenía una pequeña placa
donde ponía: «Rutilo grande. Pescado por Pettson en 1933». Era el rutilo más gordo que Pettson jamás había atrapado. Por eso lo había disecado y colgado en la pared. Findus ató una cuerda larga a la madera y lo metió todo en una maleta.
Llevó la maleta a la cocina y la puso junto a la mesa frente a Pettson. Tomó la cuerda, se subió a la mesa de un salto y esperó a que el viejo le preguntara qué tenía en la mano. Durante un buen rato, Pettson fingió no ver que el gato estaba allí sentado, con la
pata en el aire, mirándolo fijamente. Al final, no pudo seguir disimulando, y dijo, bastante molesto: —¿Y ahora qué quieres? Findus le dio la cuerda y susurró: —¡Sorpresa!
Pettson tiró de la cuerda y sacó el rutilo disecado. —¡Mira, han picado! —gritó Findus. Pettson sonrió un poco, pero seguía tan sombrío como antes. —No quiero —dijo sin dejar de mirar por la ventana. —Es que eres de plomo derretido, Pettson, —murmuró Findus—. CLARO que quieres ir a pescar, solo tienes que levantarte del sofá.
El gato Findus nunca había visto a Pettson tan enfadado. Tenía que inventarse algo que le hiciera feliz de nuevo. —¡Podemos ir a pescar! —sugirió el gato. Pero Pettson no quiso. Hacía frío y llovía, tenía que cavar en el huerto y cortar leña... Seguro que, al final, Findus encontrará la manera de animar al viejo Pettson. Porque Findus no es un gato cualquiera...
ISBN 978-84-17749-14-9
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