Serafín y sus maravillosos inventos de Philippe Fix

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Philippe Fix

y sus maravillosos inventos



A partir de entonces, Serafín dedicó la mayor parte de su tiempo a pensar en las flores, en los pájaros y en el sol. Los agujeros que antes se esmeraba en hacer en el centro de los billetes para marcarlos bien, pronto comenzaron a acercarse a los lados. A veces, solo hacía medios agujeros en el borde del tique. Sin embargo, cuando llegaba la hora de la salida y Serafín se quitaba el uniforme, recuperaba la sonrisa. Después de un largo día en su prisión subterránea, estaba ansioso por regresar a su buhardilla de la vieja ciudad. Vivía en una pequeña habitación de un gran inmueble. Llegar a un séptimo piso representaba subir un considerable número de escalones. A Serafín le gustaba sobre todo el escalón ciento veintiséis. Crujía un poco, y eso le distinguía de los otros. Además, le avisaba de que solo le quedaban dos pisos por subir. No obstante, su escalón preferido era el último. Desde arriba, Pluma espiaba el ruido de los pasos de la escalera. Serafín era un buen amigo; siempre lo esperaba con impaciencia.


Una buena mañana la obra quedó terminada.

¡MIRADLA!


Serafín podía estar orgulloso de ella. Aquella era una casa de ensueño. No podía haber otra igual. Por fin pudo instalar su cama con dosel. Cuando la madera y los paños que la componían recuperaron su antiguo esplendor, Serafín se puso su pijama de los domingos y se metió entre las sábanas. Los ángeles de madera dorada apenas tuvieron necesidad de acunarlo aquella noche: se durmió con una sonrisa en los labios, totalmente feliz.


—¿Eres tú, Pluma? ¡Hola! Te estaba esperando. Vivir en casa de Serafín era genial. Cuando venía a hacer una visita a su amigo, Pluma siempre tenía la impresión de entrar en un granero. Un granero inmenso, con sus rincones misteriosos, sus escondrijos insospechados, sus sorpresas siempre nuevas. La verdad es que allí se estaba a gusto. A uno le entraban ganas de ponerse a cantar. Como Pluma no cantaba muy bien que digamos, un día le comentó a su amigo: —Serafín, una casa sin música no es una auténtica casa. Habría que hacer... Serafín le interrumpió con un gesto. También él había notado aquella lagunilla. —Vamos a arreglarlo ahora mismo, Pluma. Tengo una idea. Pon en marcha el coche. La tienda está abierta por las mañanas. —¿La tienda de aparatos de radio? —preguntó Pluma. ¡Nada de radios! La idea de Serafín era mucho mejor.


Necesitaron una semana para adquirir el material indispensable, en casa del chatarrero. Después, Serafín se encerró y trabajó sin descanso dos días y dos noches. Cuando Pluma pudo contemplar la obra, la sorpresa le dejó como clavado en el suelo. —¿Qué te gustaría? —preguntó el inventor, instalado frente al cuadro de mandos—. ¿Una suite de Bach? Botones A, X, 23, Z... ¡Ya está! ¿Una polca? Botones B, M, 39, K... ¡Así! El efecto era sobrecogedor. La más completa de las orquestas no habría tocado mejor ni habría hecho mayor ruido. Además (rara proeza que una orquesta de virtuosos solo consigue por muy poco tiempo), un botón especial permitía producir a voluntad... el silencio.


Serafín es un soñador. Cree en la libertad y en la belleza. Vive en las nubes y tiene ideas descabelladas. Pero también se pone manos a la obra y trabaja duro para hacer realidad sus fascinantes proyectos y fantasías.

ISBN 978-84-17749-16-3

9 788417 749163

www.editorialflamboyant.com


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