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Q 1 kasa · Francisco Cobos Cobo

Francisco Cobos Cobo

Economista. Asesor Económico del COA Málaga

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Q 1 kasa

Una historia del siglo XXI contada en el siglo XX

La distopía se ha convertido en una constante de nuestro tiempo, en una forma de pensamiento, sin base ideológica, pero con los fundamentos matemáticos que, inexorablemente, conducirá nuestro mundo dominado por neuronas, a estar dirigido por los algoritmos de la inteligencia artificial. Ha muerto la utopía.

Escribir mal, o no escribir siquiera, que para eso está un audio, deriva en no leer, en no cuestionar por no pensar. Al menos ésa podría ser una conclusión válida para describir a una parte muy importante de la sociedad que admite sin vergüenza alguna, que Q 1 kasa, lo que traducido a mi castellano antiguo significa: quiero una casa, como si fuese un derecho, no porque lo haya leído en la Constitución, sino porque un colega lo ha oído, que no escuchado. La ironía no pasa por ridiculizar, sino por la escasez de angustia por sus utopías y la candidez de sus distopías. Siendo un joven imberbe, recuerdo el impacto que me produjo la película Fahrenheit 451, una sociedad en la que no se escribía, no se leía, en la que los bomberos quemaban, provocaban incendios. Mientras observaba la biblioteca de libros que rodeaba el televisor, me propuse ser uno de esos hombres-libro de la película, esas personas que, para no cometer los graves delitos de leer y escribir, se aprendían de memoria un libro, pasándose a llamar como su título y autor. Imaginen por un momento qué hombre-libro quisieran ser para luego compartirlo con los demás.

En 2016, cincuenta años después del estreno de la película Fahrenheit 451, el nuevo programa de gestión interna colegial fue bautizado con ese nombre: Fahrenheit. La utopía de eliminar todo papel era una realidad, gracias a tener todo el conocimiento del mundo a través de una pantalla, la paradoja de eliminar el papel, para condensar la lectura, la escritura, el saber, el razonamiento, el pensamiento, en un solo dispositivo. Y cuando esa distopía que reflejaba la película parecía haberse desvanecido superada por la utopía de llevar en mi bolsillo mi biblioteca, llegamos a estos bomberos Q 1 kasa, que queman cualquier atisbo de ilustración, acercándonos cada día más a esa realidad decadente que se describía tan magistralmente en Blade Runner.

El futuro es una lucha constante de utopías y distopías, que se construyen día a día, que evolucionan por sí mismas y que no están sujetas a ningún

«El futuro es una lucha constante de utopías y distopías, que se construyen día a día, que evolucionan por sí mismas y que no están sujetas a ningún orden preestablecido»

orden preestablecido, adaptándose de forma inexorable a una simple cuestión de supervivencia. Y como diría el surrealista Forrest Gump: «eso es todo lo que tengo que decir al respecto».

En este año «distolímpico», que ha protagonizado una triste Tokio, con competiciones sin público y horarios intempestivos, se cumple también el trigésimo aniversario de la crisis del mercado inmobiliario japonés, que dejó el país del sol naciente a las puertas del ocaso. El ser humano, como animal territorial que es, valora mucho los bienes raíces, y si vives en una isla supongo que esta cuestión te la tomas más en serio, así que los japoneses comenzaron una desaforada carrera que multiplicó por más de setenta y cinco veces el valor de las propiedades inmobiliarias entre 1955 y 1989. Una locura que no tardó en trasladarse a la bolsa de valores, creando una fórmula mágica de valores artificiales con bienes raíces, una espiral de riqueza financiera, un círculo vicioso sin final, una orgía especulativa incongruente con un país que fundamentaba su riqueza económica en el trabajo duro y la recompensa del esfuerzo constante. La ingeniería financiera entró a formar parte de las empresas, así empresas como Toyota, Nissan o Sony, generaban más del 60% de sus beneficios en 1988 a través de estas operaciones especulativas, espoleadas por un sistema bancario que se sumó a la fiesta. Los efectos sociales fueron traumáticos, pues poco importaba si el coche funcionaba, se vendía o era un hito tecnológico, los ingenieros

industriales habían perdido la guerra de la cuenta de resultados que ahora dominaban los ingenieros financieros. El crack de la bolsa nipona en 1989 fue el preámbulo, la crisis de 1991, la trama, y el desenlace, el big bang del sistema bancario en 1998.

El prestigioso economista estadounidense, Burton Malkiel, afirma en su famoso libro Un paseo aleatorio por Wall Street, que el valor de las propiedades inmobiliarias japonesas en 1990 era cinco veces más que las de Estados Unidos, o lo que es lo mismo, que el entorno metropolitano de Tokio, equivalía a todo el valor de las propiedades de Estados Unidos. Se podría haber comprado California con la venta del Palacio Imperial. Una moneda potente, un mercado en fuerte expansión y con disponibilidad de crédito a espuertas, llevan la situación al esperpento de que la región metropolitana de Tokio tenga un PIB más grande que el de Reino Unido, o que el valor de las oficinas del distrito de Ginza fuese superior a todo el valor inmobiliario de Canadá, provocado por un precio del metro cuadrado de 1,5 millones de dólares. La alineación especulativa entre la bolsa y los valores inmobiliarios provocó una burbuja de un tamaño absolutamente descomunal. Y como es normal, después de semejante fiesta de desenfreno, vienen muchos amaneceres de ibuprofeno. Muchos.

El 29 de diciembre de 1989 el índice Nikkei alcanzó su máximo histórico de 38.957 puntos y veinte años después estaba en 7.568 puntos. Japón representaba un 47% en el índice bursátil mundial MSCI World, y hoy está algo por encima del 7%. De los diez mayores bancos del mundo, nueve eran japoneses, hoy solamente hay uno. El batacazo deslumbra en cifras, mucho más que lo sucedido en Wall Street en 1929. Mientras los norteamericanos tardaron menos de una década en recuperarse, los hijos e hijas del punto rojo llevan treinta años sin despuntar.

Dejando este exótico viaje al Lejano Oriente y regresando a nuestras costasoleñas tierras, ¿cuántos países nos podríamos comprar con el valor inmobiliario que se atesora en Málaga? ¿Somos la Florida bursátil de algo, como el economista John K. Galbraith apunta como antecedente directo del Crash de 1929? Las preguntas, analogías e imaginación fluyen incontenibles. Comprar un piso en una torre del paseo marítimo es cuestión de tiempo que valga más que la isla de Chipre, y que la socimi que la cotice lleve a máximos históricos el índice bursátil, atrayendo más dinero, más valoración, más y más y… ¿Entienden ahora eso de Q 1 kasa? Es una forma de hacerse rico sin ser ingeniero de nada, sin industria, sin tecnología, sin investigación ni nada, ¿para qué?

Confío en que esto no lo leerán, quizás se cuente algo que comentó alguien en una frugal conversación, y finalmente se quede todo en la anécdota de California o en el precio del metro cuadrado de Ginza. En Málaga no estamos en esa película, ¿o sí? ¿Cuánto se ha multiplicado el valor de los bienes raíces en los últimos treinta años? ¿Estamos en un proceso bursátilespeculativo con las inversiones inmobiliarias que se llevan haciendo en los últimos años? Es preocupante que cada día se analice menos lo que termina siempre ocurriendo de la misma forma, con los mismos componentes y con las mismas consecuencias. Estamos inmersos en una fiesta en la que no nos estamos divirtiendo, en la que la música es bacaladera y la bebida de garrafón. Lo sabemos, como que mañana ya tenemos preparado el ibuprofeno, pero nadie hace nada por evitarlo, es más, somos como esos bomberos de la película que queman cualquier foco de lucidez.

La inconmensurable belleza de dos momentos únicos del día, tan contradictorios como igualmente embelesadores: el amanecer y el atardecer, nunca habían sido tan fotografiados como ahora puede reconocerse a través de las redes sociales y las fotos de perfil. Esta licencia prosaica, es como esas machaconas canciones que se las lleva uno en la cabeza todo el día, para no olvidar cómo despertó el sol naciente un día y recordar que puedes ver el ocaso siempre.

Yo quería una casa, y la tengo, aunque hubo un momento en el que me pareció que eso era una utopía. Sigo acumulando libros, aunque el móvil se ha convertido en mi biblioteca particular. Espero que no llegue el momento que tenga que decir: «yo he visto cosas que no creeríais»… comprar una casa más allá de Almogía, he visto pisos con terraza cerca del Puerto de la Torre. Todos esos edificios se perderán en el tiempo como ladrillos en una cuba.

«Comprar un piso en una torre del paseo marítimo es cuestión de tiempo que valga más que la isla de Chipre»

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