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Una escuela de baile en el barrio
MIREIA RIDAURA
¿Una escuela de baile, mamá? Sí, hija: una escuela de baile.
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¿Qué tendrán las madres que nos conocen tanto? Estas son las sabias palabras que me dijo mi madre en su día y que cambiaron por completo mi vida. Todo empezó con la decisión de dejar de trabajar para poder cuidar de mi bebé. En el primer embarazo ya lo tuve clarísimo. Gracias al consenso con el que era en aquel entonces mi marido, decidimos que yo me encargaría de los niños y él seguiría trabajando para “mantener” a la familia. Así fue como, a los 29 años, dejé mi vida laboral completamente de lado. En aquel entonces me dedicaba a la Medicina Tradicional China. Trabajaba para varios centros en los que atendía a mis propios pacientes. En la Universidad había estudiado Filosofía y Ciencias de la educación, pero estaba dedicada en cuerpo y alma a mis queridos pacientes. ¡La medicina me apasionaba! La verdad es que me sentía plena y feliz de poder dedicarme a esto. Mis pacientes, mis congresos… Era una mujer realizada profesionalmente. Pero llegó mi primer bebé, luego otro más. Dediqué siete años de mi vida a cuidar, criar y educar a mis dos hijos. Tengo que decir que, a pesar de lo sola que me sentí en aquel entonces (claro, mis amigas todas trabajaban; para algo habíamos estudiado, ¿no?), no lo cambiaría por nada del mundo. Quedarse en casa y renunciar a un sueldo suponía tener que prescindir de un nivel más elevado de vida. La crianza de un hijo lo merece, absolutamente. No me puedo sentir más orgullosa y feliz de haber renunciado a mi independencia económica durante unos años para poder estar con mis hijos. Por supuesto que fui una madre afortunada al poder hacerlo. Los años pasaron y después de muchas tardes sola en el parque, de muchas mañanas sola en casa… decidí que debía volver a trabajar para el bien de mi salud mental. No trabajar fuera de casa implica estar muchas horas sola con tus hijos y sin ninguna compañía adulta. No es fácil. De verdad que muchas veces NO es fácil. Llegados a este punto mi marido y yo decidimos que volvería a trabajar. Pero, ¿en qué?, ¿dónde? Después de tanto tiempo, ¿por dónde podía empezar?
Por motivos personales no quería volver a la medicina, así que me sentí muy perdida. ¿Por dónde empezar con 36 años?, me preguntaba. La sociedad te aparta completamente. Una mujer con casi 40 años ya no tiene sitio, ni oportunidades. Y con hijos pequeños, aun menos…Es un problema real. Entendí perfectamente porque mis amigas no habían querido dejar sus trabajos por la maternidad. Al cabo de un tiempo dándole mil vueltas, fue mi madre quien me dio la idea y me empujó. Sí o sí tenía que montar una escuela de baile. “Hija mía, tú has nacido para esto. Seguro. ¡Hazme caso y lánzate!” Le hice caso. 12 años después tengo que decir que mi madre estaba en lo cierto. Esto es lo mío. Abrí mi academia al cabo de tan solo dos meses de haberlo decidido. Volver a la vida laboral fue un camino difícil. Me sentía fuera de sitio. No sabía por dónde empezar. Gracias al apoyo incondicional de mi familia, en un tiempo récord abrí las puertas de “Bailamos…?”, escuela de baile. Un entresuelo en la calle Capitán Arenas. Sin experiencia en el mundo de la danza, ya que yo no era bailarina y nunca me había dedicado a este mundo profesionalmente, solo de forma amateur, no dudé en contratar a profesionales, ponerme un maillot y empezar con las clases. Los comienzos fueron duros. Para conseguirlo no dudé en involucrarme totalmente y yo misma repartí folletos por el barrio, hablé con las dependientas de todas las tiendas de la zona…. No paré hasta que conseguí mis primeras alumnas. Nadie me conocía; no había sido bailarina, no me había dedicado nunca a esto, no había trabajado para nadie anteriormente. Lo que se dice empezar de CERO. Pero poquito a poco la escuela se fue llenando de vida. Fue una etapa preciosa en la que día a día contaba de uno en uno los alumnos que se apuntaban. La ilusión mueve montañas y las alumnas sentían que estaban en un sitio donde las cosas se hacían con amor y entusiasmo. Los meses fueron pasando y al cabo de dos años ya tenía la escuela en pleno funcionamiento. Había llegado el momento de cambiar de local. Empecé a buscar y rebuscar por todo el barrio. El problema era evidente: para poder conseguir la licencia oficial de la actividad de escuela de baile necesitaba tantos requisitos que parecía misión imposible. Hubo gente que me aconsejó prescindir de la licencia; Pero yo no quería empezar mal. Y, finalmente, encontré el lugar perfecto. En cuanto hice le traslado, el número de alumnos empezó a subir y subir y subir. Hasta el día de hoy. Llevo 10 años y ha sido un acierto. Me siento muy orgullosa de haber logrado todo esto sola, aunque somos una gran familia y cuento con un equipo de profesores maravillosos. En el barrio me conoce todo el mundo, voy por la calle y las niñas me saludan con esa mezcla de timidez y admiración que me emociona. Tenemos alumnos de todas las edades. ¡Desde niñas de tres años hasta señoras de 86! Lo que más me gusta de mi escuela no es haber logrado fundar una empresa rentable, sino haber logrado una familia. Una gran familia del barrio. Aquí se conocen todos: mamis jóvenes que traen a sus niños, que a su vez tienen una abuelita marchosa que viene a bailar por las mañanas. Adolescentes que asisten a clase con sus mejores amigas del cole y que a su vez crean nuevos lazos de amistad con chicas del barrio. Maridos valientes que se han atrevido con las sevillanas y que ahora se llevan a sus esposas a la Feria de Sevilla… En fin, todo un mundo de relaciones de amistad, compañerismo y buena energía. Esto es lo que me enorgullece y me da felicidad. Gracias, mami, por esas palabras tan sabias que cambiaron mi vida. Y gracias a todos los alumnos que día a día confían en mi trabajo. ¡Hemos formado una gran familia! Gracias a todos. ■
Escuela STUDI DANCE by Mireia Ridaura
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