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Párroco de Cebreros

Saluda del párroco

Estamos de lleno en el verano de este año un tanto especial, un año en el que parece que vamos aprendiendo a convivir con el virus de la Covid, y en el que vamos recuperando celebraciones y costumbres de antes de esta larga pandemia que hemos sufrido, con la esperanza de poder celebrar nuestras fiestas como lo hacíamos habitualmente. Desde aquí, un recuerdo para los que más lo habéis sufrido en vuestras familias o vosotros mismos, los que habéis perdido alguna persona querida, los que sufrís aún las secuelas, los que habéis perdido el trabajo u os habéis visto afectados de cualquier forma.

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Cuando escribo estas palabras, están a punto de comenzar las vacaciones escolares de nuestros niños y jóvenes. El tiempo de verano es un tiempo en el que la mayoría de nosotros, aunque no tengamos vacaciones, cambiamos de actividades. Nuestro pueblo cambia, con los cebrereños que durante el curso vivís fuera y volvéis a pasar estos días. Cambia la vida de los niños y jóvenes y de los que podéis disfrutar de un tiempo de vacaciones y descanso. Cambia la vida de muchos de los negocios y comercios de nuestro pueblo. Cambian las actividades y trabajos del campo. También cambia la vida parroquial, se interrumpe la catequesis y otras actividades, nos llenamos de bodas bautizos, fiestas...

El verano es una oportunidad: una oportunidad para descansar un poco de nuestras actividades cotidianas; una oportunidad para reencontrarnos con amigos y familiares, o para visitarlos unos días; una oportunidad para disfrutar de la naturaleza, en nuestro pueblo y nuestro entorno, o en lugares un poco más lejanos; una oportunidad para la lectura tranquila o para estudiar o dedicar tiempo a nuestras aficiones; una oportunidad para disfrutar de actividades culturales: cine, teatro, conciertos…; también es una oportunidad para rezar un poco más, en el frescor de nuestra iglesia (que durante el verano está abierta todo el día) o dando un paseo hasta la ermita…

El verano en nuestro pueblo, no cabe duda, está especialmente marcado por nuestra devoción y nuestro cariño a la Virgen de Valsordo. Basta con acercarnos a la iglesia en cualquier momento del día de la temporada que la tenemos entre nosotros, especialmente en la celebración de la misa de cada día, para darnos cuenta de ello. Nos acercamos a la Virgen para darle gracias por todo lo que nos concede cada día, o para pedirle su ayuda para el camino de nuestra vida, o para aprender de ella a ser mejores, mejores cristianos y mejores personas.

Ojalá que al terminar el verano podamos decir que no hemos desaprovechado estas oportunidades. Que hemos podido descansar, y también cansarnos en estas otras oportunidades que este tiempo nos ofrece. Que, sobre todo, nos haya ayudado a acercarnos un poco más a nuestra madre la Virgen de Valsordo y hayamos aprendido de Ella a acercarnos un poco más a los demás. Que cuando la despidamos, en septiembre, lo hagamos sintiendo que ha sido como todos los veranos, pero no ha sido un verano más, sino que hemos renovado nuestro amor por Ella, pero, sobre todo, hemos vuelto a sentir su amor por nosotros, que es, seguro, mucho más, y mucho más importante. No solo que nosotros la queremos a Ella, sino que Ella nos quiere a nosotros. Y, como dice san Pablo, nada nos podrá quitar, nunca, el amor que Ella nos tiene.

¡¡Felices fiestas para todos!!

José Luis

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