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Historia

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Asociación Qué

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No hay mayor ilusión para mí que poder escribir para Guadalix. Hacerlo en el libro de las fiestas me genera todavía mayor satisfacción. Todos los vecinos conocemos el subidón de adrenalina que nos despierta cuando corre de boca en boca que el libro ha llegado a los buzones. Es un misterio hojearlo y descubrir sus páginas sabiendo que las fiestas se acercan.

Antes de ponerme delante del papel ya sabía la trama de texto. Iba a hablar de la grandeza del pueblo, de nuestras calles, de nuestra gente y de nuestras fiestas y tradiciones. Tenía el texto en mi cabeza ya estructurado pero todo cambió. ¿Acaso no conocemos ya lo suficiente sobre ello? “Nacho sé original”, me dije.

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Comencé de nuevo a darle vueltas a la cabeza y ante la falta de ideas me puse a investigar. Rebusqué entre los libros sobre el pueblo pero no saqué nada en claro. En un impulso de locura me puse a buscar en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y acerté, allí estaba esperándome. Resulta que allá por mil ochocientos los guadaliseños de entonces se vieron involucrados en las andanzas de un bandolero de la época y los periódicos del momento hicieron historia de ello. Basada en datos totalmente reales, pongo a su disposición esta historia de mi puño y letra que bien podría haber nacido de la boca del famoso bandolero.

Mi nombre es Francisco de Villena, aunque en esta villa de embusteros que es Madrid todos me conocen como Paco el Sastre. Ahora espero que me cuelguen como a un cerdo en el patíbulo de la Puerta de Toledo. No tengo miedo ni lo he tenido nunca. Voy a morir con una sonrisa de saber que el dinero de ese malnacido del marqués de Gaviria lo va a gastar gente de buena fe. Pero antes de todo y con el respetado permiso de vuestra merced, voy a contar mi lamento.

Lo que pasara antes no vale un maravedí. Acabé por infortunio pudriéndome en la cárcel de Saladero. Allí nos llevan a todos los que nos ganamos la vida haciendo manchar pantalones a duques y usureros de bolsillos pesados. Antes de que me pasaran por garrote me escapé. Me quedé en una mancebía de la que el dueño me debía favores que prefiero callar. Tales eran que me compró vestimenta y una navaja que blandía como un rayo.

Pero la gracia del posadero no iba a ser eterna. El alguacil de la villa ya había preguntado a algún conocido mío de hacía años como era mi cara. Quería dibujarla en la primera página de la Gaceta de Madrid y en El Diario de Avisos. En 1837 cualquier hijo de mala fe me vendería por cuatro reales. El plan era perfecto y de no ser por los gaznápiros de la Villa de Manzanares ahora estaría cruzando los Pirineos con un saco de tres mil onzas de oro. Sé bien que los cebolleros se tomarán su castigo.

Aunque a regañadientes: “ya pueden ser adúlteros todos los hombres de Madrid que no hay arca en la villa que pague esto”, el dueño de la

mancebía accedió al último favor. Me financió el ropaje de cochero del marquesado. No fue difícil hacerse con el carruaje y menos con el baldragas que se echó a llorar cuando le puse la navaja al cuello. Si hubiera pestañeado le habría despachado como a una mosca. El plan no falló. Recogí a los niños en Valdemoro donde acudían a escuchar cátedra. Sé que se llamaban Pedro y Manuel. Para no despertar sospechas, cruce Madrid como sabía que su cochero lo hacía. No fue difícil perder a los guardias en la calle Hortaleza. Lloraban los niños y lloraría el marqués de Gaviria cuando se enterara que la vida de sus hijos costaba tres mil onzas de oro.

El destino era seguro y sabía que allí no me tocarían un pelo. Desde que los Reyes Católicos pusieron bandera, los caminos reales del valle del Guadalix ha sido refugio de bandoleros hasta la llegada a la sierra. Sus vecinos nos han protegido como los protegimos cuando hacían de la suyas los franceses. Eran todo lo contrario a los fementidos de Chozas y Porquerizas que no tienen palabra ni honor.

Durante los tres meses de calor pasé a regocijo en el pueblo serrano. Me pusieron cama y me dejaron cultivar en una huerta a lo alto del pueblo en las orillas del río. Ahora creo que la han puesto mi nombre. Llegó septiembre y el creador que ahora me espera sabe que no he vivido mejores días de verbena. Enseñé a los niños en esta época más cosas que lo que los acomplejados de la corte los enseñarán en su vida.

Pero fueron las fiestas las que acercaron a Guadalix aldeanos de toda la sierra, pronto dieron cuenta de mi persona. En tres días el ejército de la regente María Cristina revisaba cada uno de los rincones en mi búsqueda. Valiente simpleza de pensar que ahí me iba a quedar yo. Mi siguiente destino fue La Pedriza. Y en mala hora.

Mi paciencia se acababa. Envié a un pastor de la Villa de Manzanares con una carta y al marqués no le quedó otra que pagar si quería que su palacio tuviera descendencia. Fue el mismo pastor el que me trajo la suma, aunque no directamente a mí. La escondió en Guadalix como bien le mandé, pronto sabría que después no eran esos sus planes.

Le obligué a quedarse conmigo, porque de tretas no hay mayor sabedor en este reino que mi persona. Ante la presión no pudo con otra que confesar. Le contó a Gaviria mi escondrijo el malnacido, así se quedaría después con las tres mil onzas. Caliente yo y el creador que me perdone, que le hice un colador a aquel hombre de mala saña. No me dio tiempo y aun poniendo pies en pólvora los esbirros de la reina me echaron mano.

Le regalé a Manuel mi navaja, pues aprecio superior le cogí al hijo del marqués. Ahora aquí me veo esperando muerte un año después, si mi ingenio no supera el de estos malnacidos. El único deseo que me quita el sueño es que los de Guadalix encuentren la bolsa que le hemos arrebatado a nuestra usurera realeza española. Seguro que es suyo y hacen gasto de ello en sus fiestas de la Virgen del Espinar de este 1839. O quizá para 1840 o vaya vuestra merced a saber. Si la tinta no se me acaba creo que el pastor lo escondió en…

Francisco Villena fue ejecutado en el patíbulo levantado en la Puerta de Toledo el 20 de julio de 1839.

Nacho Márquez

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