Guadalix de la Sierra Fiestas 2021

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Guadalix de la Sierra

Historia

N

o hay mayor ilusión para mí que poder escribir para Guadalix. Hacerlo en el libro de las fiestas me genera todavía mayor satisfacción. Todos los vecinos conocemos el subidón de adrenalina que nos despierta cuando corre de boca en boca que el libro ha llegado a los buzones. Es un misterio hojearlo y descubrir sus páginas sabiendo que las fiestas se acercan. Antes de ponerme delante del papel ya sabía la trama de texto. Iba a hablar de la grandeza del pueblo, de nuestras calles, de nuestra gente y de nuestras fiestas y tradiciones. Tenía el texto en mi cabeza ya estructurado pero todo cambió. ¿Acaso no conocemos ya lo suficiente sobre ello? “Nacho sé original”, me dije. Comencé de nuevo a darle vueltas a la cabeza y ante la falta de ideas me puse a investigar. Rebusqué entre los libros sobre el pueblo pero no saqué nada en claro. En un impulso de locura me puse a buscar en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y acerté, allí estaba esperándome. Resulta que allá por mil ochocientos los guadaliseños de entonces se vieron involucrados en las andanzas de un bandolero de la época y los periódicos del momento hicieron historia de ello. Basada en datos totalmente reales, pongo a su disposición esta historia de mi puño y letra que bien podría haber nacido de la boca del famoso bandolero. Mi nombre es Francisco de Villena, aunque en esta villa de embusteros que es Madrid todos me conocen como Paco el Sastre. Ahora espero que me cuelguen como a un cerdo en el patíbulo de la Puerta de Toledo. No tengo miedo ni lo he tenido nunca. Voy a morir con una sonrisa de saber que

el dinero de ese malnacido del marqués de Gaviria lo va a gastar gente de buena fe. Pero antes de todo y con el respetado permiso de vuestra merced, voy a contar mi lamento. Lo que pasara antes no vale un maravedí. Acabé por infortunio pudriéndome en la cárcel de Saladero. Allí nos llevan a todos los que nos ganamos la vida haciendo manchar pantalones a duques y usureros de bolsillos pesados. Antes de que me pasaran por garrote me escapé. Me quedé en una mancebía de la que el dueño me debía favores que prefiero callar. Tales eran que me compró vestimenta y una navaja que blandía como un rayo. Pero la gracia del posadero no iba a ser eterna. El alguacil de la villa ya había preguntado a algún conocido mío de hacía años como era mi cara. Quería dibujarla en la primera página de la Gaceta de Madrid y en El Diario de Avisos. En 1837 cualquier hijo de mala fe me vendería por cuatro reales. El plan era perfecto y de no ser por los gaznápiros de la Villa de Manzanares ahora estaría cruzando los Pirineos con un saco de tres mil onzas de oro. Sé bien que los cebolleros se tomarán su castigo. Aunque a regañadientes: “ya pueden ser adúlteros todos los hombres de Madrid que no hay arca en la villa que pague esto”, el dueño de la


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