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Pito de
CARNAVAL Isla Cristina
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pito de cana 2019
Juan VenegaS colume -
He nacido varias veces, lo cual le proporciona menos vidas a este misterioso corazón de gato.
Sin embargo, mis muertes y resurrecciones han hecho de mí al hombre que ahora soy; sereno, reflexivo, alegre, fantasioso… yo, el que se mira en el espejo y le pregunta al de enfrente - ¿Cuándo naciste? - Un lunes santo, el 8 de abril de 1963 Me contaron que llovía mucho aquella mañana y que no le costó demasiado a mi madre traerme al mundo. Le dije al que veía en el espejo - Te pareces a mi padre Y me contestó - Claro, es que te estás haciendo mayor Entonces comprendí que la vida es un puñado de vivencias y que hay un día en el que te miras al espejo y ves a tu padre.
Es el momento de saber que tienes que recuperar los mejores momentos, de largarte al extraordinario planeta de los recuerdos y respirar su atmósfera celeste. Y en ese estado me encuentro, mirando desde mi ventana interior a un domingo de piñatas disfrazado de Charlot en el Paseo de las Palmeras, abriendo los pies, haciendo malabares con un bastón y cubriendo mi cabeza con el bombín del ilustre actor francés ante la mirada de sorpresa de paisanos y forasteros.
Ese fue mi segundo nacimiento, el de mi yo carnavalero.
Gracias madre mía por alumbrarme otra vez ungido por papelillos y serpentinas, por regalarme un trocito de coca en la tienda de Teresita, la mujer de Portana, ellos me consiguieron el sombrero de mi disfraz, y parecerá sencillo en estos tiempos, pero en aquellos, proporcionar una prenda singular era muy complicado.
Una mujer; otra mujer, María Cárdenas con sus “Chicas de Hoy”, cuando yo tenía apenas nueve año quiso darme la alternativa, renacerme otra vez, pero al no ser muy diestro con la caja me cambió por un chavalillo mayor que yo llamado Felipe Escobar. Genio de los genios, para mí el mejor percusionista de todos los tiempos, o por lo menos el mejor amigo que he tenido, o por lo más el cajista más sencillo y certero con las baquetas.
Otra vez nací cuando un hombre conquistó mi sonrisa de niño carnavalero. Se llamaba Alonso Rodríguez Hachero, él y Manoli, su mujer, me regalaron el primer aplauso del Gran Vía.
Un bocadillo de mortadela y un refresco de Casera de naranja me llevaron a la magia de un teatro puesto en pie con “Heidi, Pedrito y sus amiguitos”, y aquellos “Navarricos”. Mis amigos de entonces eran Mateo, José Sebastián, Emilio Camacho, Fernando Parra, José Miguel “el caja” (bueno, “el ojo”), Juan Carlos “el Pintaíto”, Juan José Martín Pardo, mi sempiterno primo Luís (“el chinche”) y tantos y tantos más, compartieron conmigo la deliciosa experiencia de una niñez de draga, bicho luz y huerto del gato, en una Isla Cristina no tan moderna pero más feliz.
De septiembre a febrero, cada noche era una gloria el ensayo, ya fuera en el Pepete o en el Economato de Alonso, aquellos ratos se convirtieron en la esencia de mi felicidad de niño.
CARNAVAL Isla Cristina
Y adolescente fui con tono grave en la voz, como casi todos, pero con Alonso descubrí sin darme cuenta una extraña acepción de la palabra “segunda”: variación armónica de la melodía musical por debajo del tono principal, o sea, Luís Cueto. Después tuve paciencia, mesura, calma, espacio, silencio.
Esperé el momento preciso para renacer.
Y llegó.
José María Rivero Lagarejo me dio la oportunidad de escribirle a su comparsa “Cantes de Taberna”.
Y así nació el letrista Juan Venegas, a la sombra de Don Antonio Cárdenas Cárdenas, que al verme aparecer dio un paso atrás y me señaló el camino de los versos a Isla Cristina, orgulloso me siento de recibir tan hermosa herencia, gracias querido y recordado Antonio.
Después llegaron otros directores, amigos todos, compañeros que me regalaron sus composiciones musicales para que yo las disfrazara de letras: Miguel Gómez, Yordi Salomón, Emilio Camacho, Juan Carlos Casado, Carmelo González, Uve Ríos, Cochero, Jesús Martín Biedma, Manuel Carrasco, Francisco García Correa, Domi Pena, José Vázquez Cruz, Carmelo Vázquez Sacramento, Fran Sosa.
Canté, viví, Disfruté, escribí. Carnaval soy, de su sangre escribo. Confieso que sentí, confieso que he vivido, que febrero soy por ti, que disfrazarme siempre mi pasión ha sido, y todo lo confieso, y pido mi condena: escribirte eternamente, aunque cansen las letras, no importa, mi musa Isla Cristina, aquí está tu poeta.