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Isla Cristina
CARNAVAL Isla Cristina
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iSla criStina carnaVal de la Sal
En la esencia de sal de Isla Cristina, hubo un momento en el que su ritmo carnavalero, traído por la mar desde horizontes lejanos, adquirió el frenesí y la sensualidad de las olas. Y loca de alegría, esparció las perlas de su risa y bailó, sin pudor ni sonrojos, la danza que Neptuno y Apolo le enseñaran bajo la complacida mirada de Venus.
Y cuentan como algunos marineros, los cuales en aquellos momentos atracaban en el muelle, se dirigieron apresuradamente a sus casas y, una vez allí, cambiaron sus canastas por bolsos de palmas, sus alpargatas por zapatos de tacones, sus camisas y pantalones azules por el desgarro negro o multicolor del vestido de sus respectivas mujeres…, saliendo a la calle entre risas, chistes y ocurrencias, seguidos por toda la chiquillería del pueblo.
Era la gracia del improvisado “mamarracho”, en el que, por encima de premios y reconocimientos, procuraba, sin segundas intenciones, el divertimento de todas las edades y clases sociales. Y, junto a los ocurrentes “mamarrachos”, el arte creativo y la capacidad de sorprender inundaron las calles isleñas con el ingenio más divertido y ocurrente, haciendo de nuestro carnaval referencia obligada en los festejos de toda la provincia dedicados al dios Momo y su personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica.
Año tras año, las máscaras fueron aumentando extraordinariamente, dándose la circunstancia, curiosa y comprensible dada la época de represión total para la mujer, que el número de féminas disfrazadas era superior al de los hombres, reflejándose en la famosa jotilla isleña “Ya vienen los carnavales/ la fiesta de las mujeres,/ y la que no tenga novio,/ que espere al año que viene./ Ala jota, la jota,/ que te la pegué,/yo me fui con otro/y a ti te dejé”.
Y aparecieron “los príncipes del carnaval”, ingeniosos personajes cuya identificación con las carnestolendas marcaron época y estilo, imprimiendo originalidad e identidad al carnaval isleño, como “La Vieja”, hombre muy serio, que recorría el pueblo cargado con cadenas. Dionisio y Guillermo, caracterizados de mujeres célebres, que causaban la envidia de todas las mujeres. Chalé, que interpretaba en sus mínimos detalles al personaje elegido, como Popea. Martiño, al que le chiflaban los personajes reales… Isla Cristina, febril, danzaba por las calles y, junto al baile, la música.
Y los isleños, conscientes de su innata capacidad musical, expresaban, en sentimentales comparsas, coros y graciosas y desenfadas murgas, la realidad más cercana y cotidiana, alcanzando merecida fama los coros dirigidos por El Zoilo, Jerónimo y Tomás López Gonzáles, Juan Figuereo… Y las comparsas de Clemente y El Mellizo… Y las murgas de Ramón Martínez, Pepe Alemán, Alfonso El Patita, Gildo Barrera, Francisco Guarchs, Rita Arnau…
Al estallar la guerra civil, el carnaval fue prohibido y su ritual perseguido. Y los inviernos isleños se hicieron más crudos e interminables. Pero un día, el coraje isleño, incapaz de sostener por más tiempo el yugo de la prohibición y la intransigencia, se disfrazó de máscara y corrió, entre carcajadas, perseguido por las autoridades locales.
En 1968, supo, eufórica, que su herencia le era reconocida en “Fiestas Típicas de Invierno” que los papeles
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penales se rompieron, que el aplauso de reconocimiento había despertado la admiración de los señores del poder, y que los isleños podían, sin ninguna clase de temor, lucir sus disfraces en completa libertad.
Y volvió la danza, el frenesí, el ingenio, la alegría desbordada, la elegancia del gesto, el gusto interpretativo, la inspiración en letras, música y canciones… Y el carnaval isleño volvió a escribir en su Libro de Honor el nombre de sus” príncipes”: El Patita, Cristina, La Paquita, Manolo Milá, El Ciego, El Choquito, Manolo Rabasa, La Currita, El Hormiga…, junto a soberbios directores de grupos como Enrique Jabares, El Chupito, Eduardo Álvarez, Luis Garrido, Teresa Jiménez, Paquito Bueno, Custodio, José María Rivero, Uve Ríos, Juan Carlos Casado, María de la Cruz, Enrique Jabares Barrera, Manuel Rodríguez Mascareña, José María Prieto, Carmelo Suarez, Juan Ramos… Y las luces y sombras de Horacio Noguera, capaz de escribir, cantar y transformar un almacén en el más sorpresivo, ingenioso y extraordinario Palacio del Carnaval. Hoy, en estos últimos años, la identidad de nuestro carnaval se ha desteñido, como pañuelo arrojado a la ría, extraviándose entre las múltiples manifestaciones carnavaleras de otros pueblos, confundiéndose con máscaras de escaparates sin gracia ni alma, olvidándose de la intención de su jotilla, de sus anónimos “mamarrachos” de cara cubierta, del doble sentido del equívoco, de sus enlutadas viudas buscando el consuelo de prohibidos besos, procurando aplausos no auténticos ni espontáneos…
Entre todos debemos procurar que la esencia de sal y ritmo carnavalero de Isla Cristina, sean fieles al frenesí y sensualidad traídas por olas desde horizontes lejanos, en claro privilegio otorgado por Neptuno y Apolo, bajo la complacida mirada de Venus, para que bailemos, sin pudor ni sonrojo, la mágica danza de la máscara y la festiva liberación de prohibiciones con olor a carne palpitante. Somos esencia de nuestro peculiar carnaval. Mantengámosla intacta.