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Miguel Gómez Martínez

LAS FIESTAS DE ANTAÑO

Por Miguel Gómez Martínez.

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La generación nacida entre la mitad de la década de los años cincuenta del siglo pasado y hasta si me apuran finales de los sesenta… albergaba una peculiar forma de esperar las Fiestas del Carmen. Desde el engorde de la hucha de los infantes para el gasto de los cacharritos, hasta las idas y venidas de las sufridas madres y abuelas para que aquellos insignes comercios del ramo textil… apresuraran sus géneros para los estrenos carmelitanos. Novedades Carmelita, Tejidos Vipe, Juanito López con su indumentaria a base de chaqueta de pijamas, El Pañerito, El Metrol, El Barato que aún subsiste con toda su solera, Calzados Rogelio, Doza y otros desaparecidos comercios, hacían los apartados de la indumentaria que los pequeños y grandes habría de estrenar en las consabidas fiestas del verano, “la ropa del Carmen”. Los diteros con sus brazos cargados de género. Zapatos, trajecitos a medidas, los quintos en la procesión de la Virgen del Carmen, escoltando el paso, la Caseta Municipal de Fiestas amenizada por la Orquesta Molero, Gino Font y Los Bombines… El Miramar con la Orquesta Brisas del Sur; isleños que se organizaban para cantar y hacer bailara a las parejas como Antonio Mata, Antonio el del [Yamba], Miguel Montera… gratos recuerdos que hicieron de esta magna fiesta un referente para conseguir situarse en la cofia del palo mayor en honor de la Patrona de los Marineros.

La Caseta Municipal de Fiestas tenía jornada matinal. Las tardes amenizadas en la Plaza de las Flores por la Banda de Música portuguesa de rigor determinaban la siguiente hora para asistir a la tal caseta de baile. La chiquillería se enfervorizaba con las atracciones mecánicas que moteamos como “los cacharritos”. Todo era predisposición para sacarle el jugo a unas fiestas que deseosas de llegar como los isleños de recibirlas, hacían de Isla Cristina la admiración de la comarca.

Otro de los atractivos esperados del Carmen, era la cucaña con el gallo colgando al final del palo encebado. El que fuera capaz de correr por encima y arrancarle una simple pluma a la gallinácea, (aparte de llevárselo para la cazuela) metía en sus bolsillos un premio en metálico de algunas pesetillas para gastar en las fiestas. Las regatas de botes con las busetas como orgullo de los patrones y los remeros al son de la cantinela marinera del “síguele, síguele”, se deslizaban por las aguas del Carreras. A los partidos de fútbol organizados por Manuel Silgado “El Melonero”, se sumaban las competiciones de atletismo que tenían como sede nuestro antiguo “juego pelota”.

Las calles se engalanaban al ritmo de las bandas de músicas venidas de Lusitania para que los cabezudos inundaran de algarabía a la chiquillería de los barrios de este terruño querido… los barcos y fábricas de conservas y salazones hacían sonar sus sirenas al paso de la Virgen Chiquita cuando hacía su aparición en el muelle; el tintineo de la campana de la lota; bengalas de colores para la Patrona de los marineros y barcos engalanados que recibían a una multitud ávida de fervor Mariano. Hoy, las Fiestas del Carmen se cultivan de otra manera por el devenir de otras fiestas que comparten el reparto de las arcas municipales. Podríamos decir que la majestuosidad de las fiestas esperadas añora un pasado de esplendor, pero, no hemos de equivocarnos; las fiestas serán como las queramos organizar y repartir. Otros pueblos tienen el equipo de fútbol y su fiesta patronal, aquí en Isla Cristina tenemos mucho para contentar de un erario público ya de por sí muy mermado. Sí. Nuestras Fiestas del Carmen añoran un pasado de esplendor donde había poco para repartir, pero a divertirse no le ganaba nadie. La religiosidad se mezclaba con la laicidad de un pueblo que trabajaba duro y tenía derecho a divertirse.

Hoy corren otros tiempos y el mundo va cambiando a marcha vertiginosa, pero, el afán por nuestras Fiestas Carmelitanas no debe mermarse. Hemos de guardar la tradición que nuestros ancestros se afanaron en dejarnos como legado. Por ellos y por nuestras cosas hemos de ser dignos merecedores de aquellos/as que una vez encauzaron una forma de honrar a la mar y a sus marineros.

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