Colaboraciones
Imagen de la Academia Miverva en los años 50.
Cartas desde el destierro
Academia Minerva
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icen los doctos en conducta humana que cuando dedicamos más tiempo a evocar la juventud o lejana adolescencia que a los afanes futuros es que iniciamos el declinar de nuestra vida. No sé si será verdad, pero hay ratos en los que ya me siento viejuno. Viene a cuento porque días atrás, ordenando libros, rescaté en un viejo diccionario de francés mis notas de 2º de bachiller -1964-65-, año que cursé en la solanera academia Minerva, el año anterior a la apertura del oficial y flamante “Modesto Navarro”. Uno, que necesita poco para que su imaginación vuele, recordó aquel año de horarios descabalados en viejas aulas de escuela nacional -entre desvencijadas y roñosas- al elenco de maestros que se ocupaban de culturizarnos... amén de evocar la foto del grupo de ignaros adolescentes que ellos intentaban desasnar. Hablo de la academia Minerva, dirigida por docentes que, a deshoras de su labor oficial, palia-
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ban en lo posible la carencia de enseñanza media en La Solana; preparando muchachos para que aprobasen los exámenes del bachillerato libre en Ciudad Real. Supongo que desempolvar, casi sesenta años después, las vivencias de esos días ya es, de por sí, el ejercicio de memoria histórica que merecen aquellos maestros: Don Agustín -geografía-, Don Alfredo -matemáticas-, Don José Antonio -lengua-... los tres tan serios y circunspectos. Teníamos, además, a Don Alejandro -y su vespaque nos daba francés y dibujo -lucía bigote rubio con brillo de zaragatona-, Don Francisco Puga -biblia/religión-; acudía también, trillando clases, Antonio García-Cervigón, que era, por su talante y dinamismo, el más joven y colega; el que estaba más cercano a nosotros. Conformábamos tan ignara troupe la cuadrilla de los “trece de la fama”, a saber: Jesús R. de Ávila; Gabriel Mateos; los primos Miguel Pérez y Miguel A. Fdez.; Alfonso gª-Cervigón; P.A. Ocaña; Luis gª.
de Mora; Fco. Simón; Jesús Onsurbe; Juan Manuel Padilla; Ricardo Serrano de la Cruz; Modesto Navarro y el menda. En suma, una pléyade de gazmoños chavalotes -alguno de pantalón corto- aspirantes a zangolotino. Me costó hacerme con la dinámica del pueblo; llegaba del Valle de Arán -en pleno Pirineo, raya de Francia- donde había cursado el ingreso y 1º de bachiller y aquello era otro mundo; no sólo por el radical cambio de horizonte -de vertical a llano- sino también por la forma de vida: el esquí, el turismo francés y el respirar un aire liberal, más dinámico. Con todo, las clases con mis colegas me pusieron al día y empecé pronto a sentirme solanero. Y es que, en mi caso -como opinaba Max Aub-, fui más del pueblo por haber hecho aquí el bachiller que por decirlo mi partida de nacimiento. -Se ve que esto de ser de un sitio tiene su aquel. En ese malecón de las Españas que es Madrid, entendí, mientras estudiaba la carrera, que era manchego, y en Cataluña Gaceta de La Solana