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Fe y Religiosidad

Das Leiden Jesu

“Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, Amparo de los Leoneses” La Virgen Maria recorria a diario el Via Crucis

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Cuando se visita Tierra Santa, el llamado “5º Evangelio”, pues las piedras y la geografía hablan, es habitual para todos los peregrinos hacer el “Vía Crucis” recorriendo la Vía Dolorosa. El Directorio sobre la Piedad Popular y la liturgia, publicado por la Congregación del Culto Divino y la disciplina de los sacramentos (ciudad del Vaticano 2002); señala en relación al “Vía Crucis”: Nos 131-135.

“Entre los ejercicios de piedad con los que los fi eles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los fi eles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena…”

“Su forma actual, que está ya atestiguada en la 1ª mitad del siglo XVII, el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751).”

Pero remontándome a la antigüedad cristiana, encontramos a la Peregrina Egeria; originaria del Bierzo o de Galicia. Dama hispano-romana que a fi nales del siglo IV, llena de piedad se aventuró en un viaje de varios años por el medio oriente. Su famoso diario donde plasmó la peregrinación fue encontrado en 1884 por el investigador Gian Francesco Gamurrini, en la biblioteca de la Confraternita dei Laici en Arezzo (Italia). Dicho diario atestigua como los peregrinos y fi eles de Jerusalén recorrían la vía dolorosa desde el Monte de los olivos, hasta el Calvario (Itinerarium Egeriae XXXVI, 3. CCL 175, 80).

Pero fue la Virgen María misma quien inició la sacramental piedad de recorrer la vía dolorosa. Así lo atestigua un apócrifo siriaco del siglo V, “De transitus Mariae” y las visiones de la monja Alemana, la Beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824) que con sus visiones certifi ca esta antiquísima Tradición.

Según “De transitus Mariae” se narra que la Virgen María caminaba habitualmente por los sitios donde su amado hijo había sufrido y derramado su sangre, llegando hasta el Gólgota y el sepulcro. “y los guardias veían a la Virgen María llegar cada día al sepulcro y sobre el Gólgota, y llorar y decir, con las manos en alto y el rostro en tierra: ¡Oh Señor y Dios mío sácame de este mundo perverso, pues temo que los judíos, mis enemigos me den muerte!” (cf. Dictionnaire de Spiritualité, II, col. 2577). Y continúa diciendo el apócrifo siriaco que las autoridades estaban molestas e incómodas con este gesto de la Virgen y que querían prohibirle ir a rezar.

Añado a lo anterior las palabras del Papa Francisco en su viaje a Tierra Santa en Mayo de 2014.

“Imitemos a la Virgen María y a San Juan, y permanezcamos junto a las muchas cruces en las que Jesús está todavía crucifi cado. Este es el camino en el que el Redentor nos llama a seguirlo. No hay otro, es este.” (Iglesia de la Agonía en Getsemaní, 26-V-2014). La Tradición de la Iglesia y la vida de Fe de los cristianos se ha movido entre la Mímesis-imitación y Anámnesis-memorial, entre Epíclesis-invocación del Espíritu y Doxología-glorifi cación.

En este sentido la Virgen María, primera cristiana, ha celebrado el misterio de su hijo recorriendo los lugares donde ha derramado su sangre, que era igualmente de la Virgen María, pues de ella procedía, si se puede expresar así, todo lo genético de su hijo.”

Que mejor argumento para celebrar el Vía Crucis, si ella, la primera cristiana lo ha iniciado para que sigamos nosotros. Siempre se ha dicho de María, “que lo que se diga de ella, paralelamente se puede afi rmar de la Iglesia”, pues ella es la imagen perfecta de la Iglesia. María es sin lugar a dudas “Socia Passionis”.

Otro dato que, como apuntaba antes, justifi ca el título de este artículo, lo aporta la Beata Ana Catalina Emmerich en sus visiones. Una de estas visiones referidas a la vida de la Virgen en Éfeso dice:

“Detrás de la casa, alejándome un poco por el camino hacia el monte, la Santísima Virgen se había preparado una especie de Vía Crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén, después de la muerte del Señor, María nunca dejó de hacer allí su vía crucis, con lágrimas y compartiendo la Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares del camino donde Jesús había padecido y su amor no podía vivir sin la permanente contemplación del Vía Crucis”.

En las visiones la Beata Ana Catalina decía que la Virgen había marcado con piedras o con señales en algún árbol, los lugares más signifi cativos de su Anámnesis (memoria) de amor a la Pasión de su hijo. Ella lo había guardado todo en su corazón. Afi rma en otra de las visiones que la Virgen en un bosque cercano a su casa de Éfeso había situado el Calvario.

Es impresionante confi rmar hoy que la piedad popular a lo largo de los siglos ha hecho lo mismo y lo curioso del caso es que no se tenían las anteriores noticias. Cuántos pueblos, monasterios y ciudades medievales y de siglos posteriores, conservan el Vía Crucis en una montaña o incluso urbanos. Todo esto lo ha iniciado el amor de la Madre afl igidísima María. Que este misterio de Piedad Sacramental nos mueva a amar a Jesucristo y su Misterio Pascual.

¡Feliz Pascua!

D. Manuel Santos Fláker Labanda

Delegado Episcopal para la Junta Mayor de la Semana Santa

Las Procesiones y la Semana Santa

Estamos preparando los actos de la semana litúrgica más importante del año, la Semana Santa, en la que los católicos celebramos, recordamos y conmemoramos los principales misterios de nuestra fe: la Pasión, Muerte de Nuestro Señor y su gloriosa Resurrección. En estas fechas, es común ver en diferentes países, diversas procesiones, como muestra de religiosidad popular y de piedad hacia nuestro Señor Jesucristo, la Virgen. Dichas celebraciones nos ofrecen una nueva oportunidad a los hermanos y hermanas, para revisar los motivos profundos que nos llevan a vivir estas jornadas procesionales.

El Catecismo de la Santa Iglesia Católica nos habla de las procesiones en su número 1674: Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fi eles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf. Concilio de Nicea DS 601;603; Concilio de Trento.

El catecismo considera las procesiones una forma de expresión de piedad del pueblo cristiano, lo que se conoce como “religiosidad popular”, similar a visitar santuarios, peregrinaciones, etc. Pues bien, durante todo el tiempo que dura la Semana Santa, es muy frecuente encontrarnos con pasos, y personas que van en procesión, con imágenes de Cristo, y los momentos más importantes de su vida: La Santa Cena, la Flagelación, Cristo cargando la Cruz, la Crucifi xión, Santo entierro, Resurrección, etc. Digamos es una manera de evangelizar por medio de las imágenes y recordar al pueblo el tiempo que están viviendo en estas fechas memorables de la Semana Santa. El Código de Derecho Canónico también nos defi ne lo que es una procesión: ‘Bajo el nombre de sagradas procesiones se da a entender las solemnes rogativas que hace el pueblo fi el, conducido por el clero, yendo ordenadamente de un lugar sagrado a otro lugar sagrado, para promover la devoción de los fi eles, para conmemorar los benefi cios de Dios y darle gracias por ello, o para implorar el auxilio divino’ (canon 1290,1)

¿Pero dónde surge esta práctica? El hombre es un ser en camino. “Somos un pueblo que camina”, hemos cantado muchas veces en nuestras celebraciones. Se va haciendo mientras camina. No puede permanecer quieto; necesita metas que pongan en movimiento todas sus capacidades.

Y no es posible la aventura de la vida caminando en solitario. Vamos todos en el mismo barco y nuestra suerte está vinculada a la de los demás. Por eso, la fi esta y la procesión, son un fuerte correctivo al individualismo insolidario. No hay fi esta popular que se precie sin su correspondiente procesión. La gente acude masivamente a las fi estas y a las procesiones porque: hay en ellas un rito que cumplir, un camino que recorrer, una música que disfrutar, una belleza que admi-

rar, un santo a quien implorar, una memoria que acoger, una identidad que reconocer, un futuro que labrar...

Cada fi esta y cada procesión es como una respuesta a la pregunta del salmista: «Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?» ¡Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!

Procesiones, ¿para qué? Quien las observa desde fuera, y los que participamos en ellas, debemos preguntarnos para qué sirve mover una imagen de un sitio a otro o hacer con ella un recorrido por la calle. Nos convendrá explicar un poco el signifi cado de la palabra “procesión”.

La palabra “procesión” viene del verbo latino “procedére”, que signifi ca marchar, ir hacia delante. Cuando esta marcha se realiza con otros, en grupo, suele manifestar el deseo de ir hacia el mismo sitio, la misma meta, alcanzar el mismo objetivo. La procesión es una expresión de culto de carácter universal en la que la piedad y la liturgia establecen una relación muy peculiar. Crea en el grupo lazos de unión de uno otro tipo, y se convierte en un lenguaje común de mucha expresividad.

La Eucaristía y la Procesión. La Eucaristía arroja una luz potente sobre el sentido de la procesión: toda procesión parte y al mismo tiempo nos conduce al encuentro de Cristo Salvador, salvación que se hace real y efi caz en la Eucaristía.

De hecho, dentro de la celebración de la Eucaristía tienen lugar una serie de procesiones que son necesarias para el desarrollo de la misma:

* la procesión de entrada del ministro y los celebrantes; * la procesión hacia el ambón para proclamar el Evangelio; * la procesión para presentar las ofrendas; * el momento de recibir la comunión, que también se considera procesión.

De la Eucaristía parten todas las procesiones y hacia ella tienen que dirigirse. La Procesión tiene su culmen en la Eucaristía

Variedad de procesiones. En los primeros siglos de la era cristiana fue muy común ver reunidos a los cristianos, aun en tiempo de persecución, para llevar en procesión a los cuerpos de los mártires hasta el lugar de su sepulcro.

Las procesiones cristianas se inician llevando al recién bautizado desde la pila bautismal hasta el altar, signo de que la vida que ha comenzado en el Bautismo ha de ser alimentada en la Eucaristía y en la que encontrará su plenitud.

La piedad popular amplió con el tiempo el número de procesiones, tanto para honrar a la Virgen y a los santos, como para meditar los aspectos de la pasión. Pronto los fi eles comenzaron a acudir en peregrinación a visitar los Lugares Santos: Belén, Jerusalén, en Roma, los sepulcros de S. Pedro y S. Pablo, la Tumba del Apóstol Santiago en Compostela. En Jerusalén, la peregrina Eteria habla de cómo toda la comunidad, los días señalados (como el Domingo de Ramos, por ejemplo), marchaban en procesión a uno de los Lugares Santos (Calvario, Monte de los Olivos, etc.) para conmemorar un acontecimiento de la salvación, terminado con la celebración de la Eucaristía.

RIESGOS

Pero las procesiones pueden conllevar también, si no se cuidan, ciertos riesgos, como pueden ser:

Que estas manifestaciones religiosas prevalezcan sobre los sacramentos. Considerar la procesión como el acto principal de la fi esta. Convertirla en un acto folclórico o cultural. Convertirla en mero espectáculo. Convertirla en manifestación de lujo y ostentación. Se hace necesaria una catequesis adecuada sobre su sentido sagrado y esta es la fi nalidad de esta breve aportación a la revista de la Cofradía Sacramental y Penitencial Sugerencias. La procesión no es una marcha sin rumbo. Nos convoca, a través de una imagen, alguien que nos conecta con algo que hemos oído, leído o celebrado en la Eucaristía. Ese alguien vive, no es un icono sin vida. Por eso, algo tan simple como * el respeto a la imagen y lo que representa, * los adornos y todo el entorno * las joyas que porta y la forma de colocarlas, * la devoción y el silencio en el recorrido, * la dignidad en el vestir y en las palabras, * la música o los cantos que suenan, * los movimientos... tienen que ser acordes con el Misterio de Dios, de la Virgen o de los Santos a los que se recuerdan, y a la dignidad de la persona que lo porta sobre sus hombros o lo acompaña.

Así, pues, las procesiones tienen el alto signifi cado de anticipar simbólicamente el misterio último de la Iglesia, que es la entrada en el Reino Celestial; las procesiones ponen de manifi esto el gran misterio de la Iglesia en constante peregrinación hacia el cielo.

Además de esto, son un acto de culto público a Dios, que al mismo tiempo lleva consigo un carácter de proclamación y manifestación externa y pública de la fe.

D. Francisco Rodríguez Llamazares

Abad de la Real Colegiata Basílica de San Isidoro

Tiempo de Salvacion

La Cuaresma, unos años madrugadora y otros años más atrasada, es la antesala de la Semana Mayor para un buen Hermano cofrade. La Iglesia nos ofrece este tiempo de preparación con el fi n de que celebremos como conviene los días grandes de la Semana Santa. En todas las Cofradías se nota una mayor actividad, y la nuestra no podía ser una excepción. Como en tantas otras cosas, es muy importante que tengamos siempre presente el fi n por el que realizamos aquello. En nuestro caso, como bien sabemos, la fi nalidad de todos los preparativos, los desvelos e incluso los nervios de estos días, es celebrar que Dios Padre nos ha salvado en Jesús.

A Jesús le contemplamos cuando nace en Belén, cuando predica por los caminos de Palestina, y sobre todo cuando ofrece su vida por nosotros muriendo en la Cruz. Desde ella nos da la mejor lección de entrega y amor, sublimando el dolor y dando un nuevo sentido a la vida y a todas las realidades. Cada vez que miramos al Jesús que llevamos en el paso sobre nuestros hombros o al que acompañamos en silencio durante la procesión, deberíamos descubrir en él un libro abierto que nos habla del amor, y que nos invita a seguir su ejemplo, poniendo nuestra vida al servicio de los demás.

Pero no nos quedamos en el Viernes Santo, sino que celebramos también la Pascua de Resurrección, porque nuestra vida unida a la de Jesús, gozará de una felicidad que, aquí, siempre es efímera.

Un buen hermano cofrade, como todo cristiano, ha de aprovechar estas fechas para renovar su vida. Y, si anda un poco perdido o le falla la fe, ha de saber que Dios lo busca, y lo recibirá con misericordia y con gran alegría, como hijo suyo que es. En cualquier caso, nos conviene recordar que cuando hacemos algo, no sólo hemos de ver el resultado, sino también cuidar y purifi car las motivaciones. Y aquí es donde, quizás, hayamos de incidir más, porque esas motivaciones dan la calidad a aquello que hacemos.

“Sería hermoso que”

- al mismo tiempo que preparamos y soñamos con procesionar el Sábado de Pasión y el Sábado Santo, vayamos rezando un poco más en algún momento, leyendo algún pasaje del Evangelio y, ¿por qué no?, preparándonos para el encuentro con Dios que nos ofrece su perdón y su ayuda para ser mejores hijos. (Recordemos: ¡somos Hermanos de la Sacramental y Penitencial Cofradía…!, y la Penitencia nos invita a esto).

“Sería hermoso que”

- con la ayuda que hemos pedido a Dios al rezar, tratásemos de cumplir mejor con el deber de cada día en el Penitentes durante la procesión del Sábado de Pasión

trabajo que traemos entre manos, y que, además, vivamos abiertos a las necesidades de los demás, poniendo el Amor en nuestras relaciones con ellos. Que no tengamos miedo a presentarnos como cristianos, dando la cara por ese Jesús a quien procesionamos a hombros por las calles.

“Sería hermoso que”

- colaborásemos con los demás Hermanos de nuestra Cofradía, y de aquellas otras a las que pertenezcamos, nunca como competidores o críticos despiadados, sino sumando esfuerzos para que todo salga bien. También esto dará calidad al entusiasmo, al afecto y tantos desvelos como derrochamos preparando los tronos y poniendo con mimo todo lo necesario para que “mi Cristo” o “mi Virgen” vayan preciosos.

“Sería hermoso que”

- acudiéramos al templo a las celebraciones litúrgicas, en las que se realiza sacramentalmente aquello que, luego, tratamos de transmitir en nuestras procesiones.

Tenemos en nuestras manos conservar el alma de la Semana Santa, no dejando que ese nombre se vaya vaciando de contenido. Nadie aceptaría que se adornasen los tronos con fl ores de plástico por muy perfectas que fueran esas fl ores. De la misma manera, hemos de cuidar de la Semana Santa para que no se convierta en algo, más o menos perfecto, pero sin alma, y sin vida. Nosotros, los hermanos cofrades, tenemos en nuestras manos la posibilidad de que la Semana Santa sea algo vivo que alimente nuestra fe y la de quienes contemplen nuestros desfi les procesionales. Merece la pena intentarlo. Jesús y María, a quienes miramos con especial fervor estos días, nos ayudarán. Todos saldremos ganando.

D. Teodomiro Álvarez García.

Consiliario de la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, Amparo de los Leoneses

Canto de la Salve en la misa conventual de los sábados

Las Novenas

Desde hace ya mucho tiempo, León vive pendiente de su Semana Santa, que, a decir de los visitantes entendidos, es una de las más hermosas de España, siempre dentro del cauce riguroso de la tradición y de la liturgia. Así pues, con motivo de esta cercana Semana Santa 2020, tiempo de preparación que nos dispone a recibir las gracias divinas, tanto las Cofradías como otras instituciones, sienten la necesidad apremiante de acercar al pueblo esa costumbre ‘sobrenatural’ de experiencia religiosa, como son las Novenas. En este aspecto, es para mí un honor participar en este proyecto, haciendo un dibujo breve de lo que signifi can las novenas en la Iglesia Católica. En primer lugar, hay que manifestar, que la palabra ‘Novena’ viene del vocablo latino “novem”, que signifi ca nueve. Dicho lo cual, es conveniente resaltar, que la Iglesia, aunque tome prestadas muchas palabras y actuaciones de otras culturas y civilizaciones, no se identifi ca con ninguna, aunque no es menos verdad, que su contacto con ellas constituye para la Iglesia un cúmulo de grandes aportaciones, que enriquecen nuestra cultura religiosa. Sin duda, en este planteamiento se da, pues, un intercambio de bienes al estar las raíces entrelazadas. No olvidemos, que la Iglesia empezó hablado arameo, hebreo, griego, latín. En este sentido, la cultura griega y la primitiva cultura romana, anteriores al cristianismo, ya tenían en su acerbo religioso las prácticas novenarias para pedir la intercesión de sus dioses. Sabían ya montar sus dispositivos de defensa contra el infortunio. Para ello, tenían multitud de dioses celestes especializados en proteger ganados, curar enfermedades, procurar éxito en la batalla o negociar la salvación del alma. En los tiempos primitivos había una comunicación extraordinaria entre lo natural de la vida y lo sobrenatural; un intercambio normalizado entre las miserias de la tierra y el poder de los dioses del Olimpo griego o del Panteón romano, porque la presencia y acción de lo sobrenatural era aplastante.

La Novena en nuestra Iglesia es una devoción religiosa que nace sustancialmente, como en la antigüedad, debido a esta debilidad humana, cercada desde siempre por infi nidad de peligros y mil miedos. El hombre es como un mendigo que pide sin cesar. Pide, porque es el ser de la esperanza, de las esperanzas infi nitas. Una de estas formas de pedir es la novena. Como su nombre indica, esta petición u oración intensiva se hace generalmente durante nueve días consecutivos y van dirigidas fundamentalmente a los Santos, a la Virgen o al mismo Dios, al que a veces, no nos atrevemos a pedirle que nos asegure el bien, solo que nos libre del mal, sin pensar que, “solo Dios basta” como decía Santa Teresa. La novena es, pues, una oración intensiva, humilde, confi ada y perseverante. Es remar mar adentro y echar las redes para pescar (Lc 5,4). Sí, para pescar. Entonces, lo que hasta ahora había sido imposible, por medio de una novena, se vuelve asombrosamente posible. Entre las innúmeras novenas que abarca el santoral, es posible que la más extendi-

Indulgencia del siglo XVIII concedida por el papa Clemente XIII De Ecelan - Trabajo propio, Dominio público, https:// commons.wikimedia.org/w/ index.php?curid=5216545

da sea la que se hace en honor a la Virgen, porque la confianza y el amor hacia Ella han gozado desde siempre de un seguidismo asombroso y entusiasmado. Desde el inicio del cristianismo, la Virgen, ha sido, para el pueblo, un faro de atracción deslumbrante. Y a sus santuarios acuden en multitud las gentes aquejadas por los dolores del alma y del cuerpo. Uno puede ser ateo, anticlerical, etc., pero, según donde viva, que nadie se meta con su Pilarica, su Santina, su Virgen del Carmen, su Virgen del Rosario, su Virgen Blanca, su Montserrat o nuestra Virgen del Camino, como registros orientativos.

Una novena bien dirigida es capaz de inquietar a la sociedad y envolverla en un caudal espiritual miraculoso. En todo caso, la novena siempre da frutos, su viento, con más o menos intensidad, acabará acariciando nuestro ramaje. Para comprenderlo hay que estar atentos a mensajes entreverados: una mirada, un suave movimiento, un pensamiento, un cambio casi imperceptible, etc. Estas cosas minúsculas pueden traer alguna respuesta.

Las novenas no forman parte de la liturgia habitual, pero son como una mina escondida que nos pone en longitud de onda con el cielo. Cuando se hace una novena se busca la fuente de agua limpia. “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre/ aunque es de noche”, escribía san Juan de la Cruz.

El auge más notorio de las novenas aparece en los siglos XVI y, sobre todo, XVII, aparejadas al hundimiento de los Austrias, tras la paz de Westfalia. A partir de ahí, España presenta una cara triste y resentida. El hambre sube de Andalucía y se enlaza con la peste que baja de Castilla. Todo ello, coincidiendo también con la Contrarreforma, que fue la respuesta de la Iglesia Católica a la Reforma de Lutero. Ello, no obstante, hizo de motor de empuje a un florecimiento asombroso de una religiosidad frondosa, una religiosidad que desborda las iglesias de gente, las llenas de retablos barrocos y empieza a volcarse en el espacio público con manifestaciones, procesiones, etc. Las gentes rezaban, asistían a los oficios divinos. Se “hablaba cristiano”. “En España todo es fe”, aseguraba un viajero francés.

En este Siglo de Oro, donde se enhebra un enorme éxito en el campo literario, del arte, de la fe, que sigue fascinando a toda Europa y donde, además, “el español se habla en Paris, Viena, Milán”, -aseguraba Voltaire-, surgen con fuerza las cofradías, las procesiones, los sermones encendidos y, sobre todo, las novenas. Éstas adquieren rango de consideración especial en este siglo XVII, cuando el Papa Alejandro VII concede la primera indulgencia a una de ellas en honor a San Francisco Javier. A partir de aquí, las novenas se popularizaron enormemente, siendo acompañadas por ayunos, sacramento de la reconciliación, eucaristía, misas y nuevos propósitos de mejora en la comunicación con Dios, porque en definitiva novena es igual a oración.

No olvidemos, para terminar, que las novenas deben cumplir cinco importantes premisas: humildad, confianza, perseverancia, oración y esperanza. Esperanza en la perfecta confianza en Dios. Y, esa esperanza es la que nos puede meter de lleno en la historia de la salvación//

D. Ovidio Álvarez Suárez

Párroco de Santa Marina la Real y canónigo de San Isidoro

¿Estamos para dar una respuesta?

¿Te resulta fácil dar una respuesta?¿Tienes respuestas que dar en tu vida? ¿Es posible que, por todas las preguntas que te haces tú, o de las que te vienen de fuera, puedas sentirte abrumado? ¿Qué campo elegirías para dar una respuesta más confortable? ¿Nunca te lo has preguntado? ¿Desde donde pueden llegarte esas preguntas?

En ellas has de dar una respuesta de tu identidad, de lo cual debes de tener una conciencia muy clara, para poder complacer y convencer. Tantas preguntas se nos acercan o adivinamos en el amanecer de cada día, que uno termina por convencerse que nos es completamente necesario el conocer todo aquello de lo cual tengamos que dar una respuesta a quién nos la solicite, o a quiénes, por nuestras formas de hacer, busquen en nosotros una correspondencia que nos manifi este una cara con una identifi cación determinada. Todos, mientras vivimos, estamos en esa etapa tan prolongada de nuestra vida en que tenemos que dedicar el tiempo “para conocer más” y así “poder decir mejor.”. Puede ser un eslogan muy interesante para todos: “CONOCER PARA DECIR”. ¿Nos creemos con un mensaje concreto y sufi ciente, capaz de ser transmitido para aquellos que nos miran y esperan de nosotros algo que llame la atención? ¿Te crees que, como hermano de la Cofradía, tienes la capacidad para llamar la atención y atraer a todos cuantos te miren? ¿Qué tienes que ofrecer? Quienes tienen la suerte, porque así lo han elegido, de mantener una referencia que encierra dentro de sí una gran profundidad, no suelen despistarse en su camino y su mirada refl eja lo que han querido llevar en su corazón. En un mundo que avanza, técnica y racionalmente a un ritmo de vértigo, los católicos, ponte tú en el hueco o espacio que tu querida Cofradía te concede, bajo esa condición, hemos de dar respuesta, no tanto a los interrogantes que la ciencia nos plantea (aunque también) sino, todavía más y mejor, dar un verdadero testimonio de lo que creemos y deseamos vivir. No nos conformemos con ser o pertenecer sino con vivir. Esa puede ser la mejor forma de responder y dar una imagen bella de tu Cofradía. Es aquí donde, a muchos católicos, hermanos de la Sacramental, nos ganan por goleada -no tanto porque no sepamos responder a muchos retos que la sociedad nos plantea- sino porque, en realidad, existe un desconocimiento o desinterés por aquello en lo que creemos o en Aquel que hemos tomado como rostro preferente y atractivo, o en Ella, Virgen de la Esperanza, que cautiva nuestras miradas y engendra tanto amor. Quédate con esta última pregunta. Si para la vida tenemos tantas respuestas... ¿qué ocurriría si te preguntasen ¿qué es para ti Jesús, nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, amparo de los leoneses? ¿Te da miedo tener que responder y confesar que el silencio, la timidez o el bloqueo mental y verbal sería tu única respuesta? Estamos para responder mejor. ¡INTÉNTALO!

D. José Luis Olivares

Canónigo Emérito del Cabildo de San Isidoro

1. La Semana Santa es la mejor manifestación pública de la piedad popular, transparencia del amor de un pueblo que vive con un hondo fervor religioso la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. El Sábado de Pasión quitará el precinto y se abrirán las puertas del Cielo para ver a Jesucristo y a la Virgen Santa María recorriendo solemnemente las calles y plazas de nuestra ciudad leonesa durante ocho días. La Semana de Pasión la llevamos en lo más profundo de nuestras almas, así nos la transmitieron gozosamente nuestros padres y nuestros abuelos, movidos por la fe y el amor a Cristo y a su bendita Madre. Ese amor a Dios y a nuestra Madre de la Piedad quiero compartir especialmente con todos los actores que con esfuerzo generoso habéis recogido la antorcha encendida y año tras año fortalecéis la llama con piadosa dedicación.

Yo quisiera que estas palabras movidas por el amor y esperanza, puedan repercutir a través de vuestro testimonio de cofrades en todos los rincones de nuestro pueblo cristiano; desde la más alta clase social hasta los más desfavorecidos, en los creyentes y en los que no lo son, en los marginados, en los privados de libertad, en los que conviven con la lacra de la droga, en los enfermos, en los que se sienten en soledad; también son nuestros hermanos. A todos ellos quisiera que llegara vuestro testimonio, para que fortaleciendo nuestra fe podamos tener la esperanza de conseguir un mundo más justo, más fraterno y más festivo. Que a nadie dejemos solo en la cuneta de la vida. Entre todos hemos de poder hacer un mundo más acorde con el Proyecto de Dios.

2. Sólo pretendo “acentuar” dos grandes experiencias: la alegría de la Pascua y el silencio ante la Cruz, que despierten con fuerza en quienes se acercan, con limpia mirada, a los bellos tronos que reproducen aquellos importantes acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

2. 1. LA SEMANA SANTA ES FUENTE INAGOTABLE DE ALEGRÍA.

No puede haber una alegría mayor y más profunda que la que brota de la vivencia personal de lo que signifi ca para uno mismo y para la humanidad la Pasión y Resurrección del Señor. Alegría es una palabra que puede parecer extraña en el contexto de la Semana Santa; pero alegría es lo que san Juan nos dice que llenó el corazón de los discípulos cuando Jesús se apareció en medio de ellos enseñándoles sus manos taladradas y su costado traspasado. “Gran alegría” es lo que, afi rma san Mateo, sentían las dos Marías cuando corrían a llevar a los discípulos la noticia de la resurrección que el ángel acababa de manifestarles junto al sepulcro. Alegría es lo que sustituyó a la tristeza que vivían aquellos caminantes de Emaús la tarde de Pascua cuando Jesús se hace presente en el Camino. Todo ha cambiado ya para siempre. La tristeza se ha transformado en alegría. En una alegría nueva que nunca se había producido hasta ese momento.

Una alegría distinta de todas las demás. Cuando san Lucas concluye su evangelio relatando la ascensión de Jesús, después de afi rmar: “Él se separó de los discípulos” y añade que éstos, pese a esa ausencia del Maestro, “se volvieron a Jerusalén llenos de alegría”.

Alegría es la gran palabra que corona todo Evangelio y que corona la Semana Santa. Una alegría profunda, inagotable; una alegría que ha llegado hasta nosotros porque la Iglesia nos la ha traído y que mana para siempre y para todos desde el sepulcro de Cristo vacío.

 Es la alegría plena del creyente que vive la honda convicción de que Jesús verdaderamente ha resucitado, que está vivo, que está aquí, que está ahora mismo con nosotros. Camina con nosotros.

 Es también la alegría de poder anunciar la redención de la humanidad, unida y vinculada a la resurrección de Jesús. Recordemos el Vía Crucis: “por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

 Alegría porque la muerte de Jesús abre el perdón, la vida eterna, la felicidad plena, la puerta del

Cielo para todo el que quiere entrar ¡Cómo no van a ser razones para nuestra autentica alegría, que contrasta con las falsas alegrías en las que tantas veces nos refugiamos! La historia de la humanidad tiene un antes y un después de Cristo.

La historia cambió para siempre cuando hace dos mil veinte años, Jesús murió en la cruz por cada uno de nosotros y resucitó al tercer día, inaugurando una vida nueva, distinta, completa; una vida

Alegria de la Pascua y Silencio ante la Cruz

que Dios ha querido que sea también la nuestra. Lo ha querido sin que lo merezcamos, lo ha querido como un don, por pura bondad para con nosotros. ¡Amigos! os recuerdo, tenemos abierto el camino de la alegría. Tomarlo depende de nosotros

2.2. ELOCUENTE SILENCIO DE CRISTO EN LA CRUZ.

Con frecuencia la alegría del cristiano parece chocar con la realidad de las cosas. Con la realidad del sufrimiento e incluso de la muerte. Con la realidad de la injusticia de tantos y tantos hechos cotidianos en los que no parece existir modo alguno de reconocer la presencia de Dios vivo:  ¿Dónde está Dios cuando la vida humana es tratada con desprecio, hasta el punto de reconocer como un derecho la decisión de poner fi n a la vida propia y a la vida de los demás? ¿Dónde, cuando la mentira parece triunfar sobre la verdad?  ¿Dónde está Dios cuando la vida de un niño se pierde sin que ni siquiera se llegue a percibir su valor?  ¿Dónde, cuándo las familias se rompen, cuando incluso se las ataca desde las instancias que debieran protegerlas?  ¿Dónde está Dios cuando se le echa de menos, cuando se humilla al débil, cuando se pisotea la dignidad humana? ¿Dónde está cuando la historia escoge el camino equivocado, cuando hasta Él parece habernos abandonado?

*Todas estas preguntas y otras muchas pueden concentrarse en el interrogante que formuló el Papa Benedicto XVI ante las puertas del campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, hace unos años: “¿Por qué, Señor, permaneciste callado?” ¿Por qué, Señor, permaneces en silencio cuando tu obra se aparta de Ti?

La respuesta a la pregunta sobre dónde está Dios mientras el hombre sufre, nos la proporciona la Semana Santa. Dios está en la cruz. Dios está donde lo pusimos los hombres, donde Él aceptó humildemente que lo pusiéramos.

Dios está en la cruz. El Dios encarnado, nacido de María. Dios está sufriendo en su piel, en su carne, en su propio cuerpo cada uno de los golpes que el mal asesta a la humanidad en cualquier lugar del mundo, atrayendo hacia sí todo el pecado del mundo. Dios está en cada vida truncada. En cada niño maltratado, en cada lugar donde el mal impone su poder, en cada violencia, en cada injusticia, en cada humillación de toda persona humana.

¿Por qué, Señor, permaneces callado?, preguntamos. Dios se nos ha acercado tanto que incluso hemos podido matarlo. Dios no calla porque esté lejos, Dios calla porque agoniza por nosotros.

Dios guarda silencio por respeto a la libertad del hombre, y porque está muriendo por nosotros, para resucitar por nosotros. Nuestra libertad permanece intacta al precio de su vida, entregada libremente para la salvación de los hombres.

Dios habla por medio de su silencio. En

el silencio de la cruz habla la elo-

cuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. La experiencia de la lejanía del Dios Omnipotente y Padre, que vive Jesús colgado del leño de la Cruz, le llevó a exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos” (cf. Ofi cio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

Si Dios habla al hombre en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. “Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación silenciosa que nos sumerge en la fuente del Amor y nos conduce hacia nuestros hermanos, para sentir su dolor y ofrecer la Luz de Cristo, su Mensaje de Vida, su Don de un amor infi nito.

Ojalá la Semana Santa del año 2020 nos ayude a vivir las dos grandes experiencias de la Alegría de la Pascua y el elocuente Silencio ante la Cruz Gloriosa de Jesucristo y comunicarla a los demás.

D. Pascual Díez Escanciano

Canónigo Emérito del Cabildo de San Isidoro

Si Dios Quiere

Se dice que murió un señor que era muy rico y poderoso, pero también bueno y caritativo. Dios se lo llevó al Cielo. Apenas había echado un vistazo a tantas maravillas, en las que ni siquiera había soñado, se encontró con un amigo que había muerto un mes antes. Después de un fortísimo abrazo, el recién llegado preguntó a su amigo: Oye, Manolo, ¿Ya has visto a Dios? Sí, le contestó éste. Verás: anda por ahí entre la gente y comparte con todos. Ayer estábamos un grupo sentados a una mesa preciosa comentando nuestras cosas y cada vez que se levantaba uno se despedía diciendo: hasta mañana si Dios quiere. Ya quedábamos sólo tres cuando se levantó uno y dijo: hasta mañana si yo quiero. ¿Entendido? ¡Pues claro!

Es una pena que una fórmula de despedida como esta vaya desapareciendo de entre nosotros a medida que el secularismo, paso previo al agnosticismo y ateísmo, vaya abriéndose camino en nuestro mundo. Soy un poco pesimista, lo reconozco, pero también soy providencialista y creo fi rmemente que pasará este aluvión de apatía e indiferencia religiosa, como pasa una tormenta de verano y las aguas limpias de la fe volverán a su cauce de tiempos pasados y mejores.

Y ya que de chascarrillo anda la cosa, vengamos a otro del mismo tenor, que también este género literario tiene su valor didáctico y su moraleja.

Para que nadie me tache de plagio, tengo que decir que la historieta que viene a continuación la he tomado de un librito de bolsillo, sólo 47 páginas, que escribió un sacerdote, párroco de un pueblo llamada Vedra en la provincia de A Coruña. Vamos allá. Un marido le dijo a su mujer a la hora de la cena: “ Mañana iré a la feria y compraré un burro”. La mujer le contestó: “ Mañana, si Dios quiere”. El marido insistió: “ Quiera Dios o no quiera, mañana iré a la feria y traeré un burro”. (Como el librito aludido es un alegato contra la blasfemia, aprovecho la ocasión para decir que la expresión del marido también entra en el catálogo de las blasfemias).

Pero ocurrió que cuando nuestro hombrecito iba camino de la feria tropezó en una piedra y cayó en un pequeño pozo que unos obreros habían hecho el día anterior para sacar arena para una obra. El resultado, una pierna rota. A un vecino suyo que también iba a la feria le rogó: “ Si Dios quiere, vuelve a mi casa, si Dios quiere, y dile a mi mujer, si Dios quiere, que venga a buscarme, si Dios quiere”. Pues claro, claro. ¿Dónde podemos ir o qué podemos hacer sin contar con el beneplácito divino?

Una visión cristiana de la vida nos hace ver y entender que todo en la vida de cada uno está subordinado a la voluntad de Dios, que hasta tiene contados los cabellos de nuestra cabeza y no deja que caiga una hoja de un árbol sin su consentimiento. Qué bien encaja aquí aquello que se dice que dijo San Francisco de Asís: “Dos cosas hay en el mundo que no te abandonarán jamás; el ojo de Dios, que siempre te ve, y el corazón de la madre que a todas partes te sigue”.

¿No es cierto que todo esto vale para todos, incluso para los miembros de una cofradía penitencial de Semana Santa y también para el que esto deja escrito?

D. Telmo Díez Villarroel

“Presidente de la Comisión de control del Instituto para la Sustentación del Clero”

Ser Papon ser Laico y ser Misionero

LAICOS COMPROMETIDOS

El fi n de semana del 14 al 16 de febrero se celebró en Madrid un congreso organizado por la Comisión de Apostolado Seglar de la Conferencia Episcopal. Para muchos no tuvo ningún eco y nunca oirán hablar de ello, pero bajo el lema «Pueblo de Dios en salida» se reunieron más de dos mil personas laicas para hablar de su misión en la iglesia.

A veces se dice que los laicos son los segundones de la Iglesia, pero eso no es así. La labor de los laicos no solo se reconoce ahora en este congreso, ya en la constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II se afi rma que los laicos «ejercen en la iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde», «el carácter secular es propio y peculiar de los laicos», «están llamados para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangelizador, contribuyan a la santifi cación del mundo desde dentro a modo de fermento» (LG 31) y concluye «lo que el alma es en el cuerpo, eso han de ser los cristianos en el mundo» (LG 38).

Hoy la Iglesia se hace más consciente de esta fuerza que somos los laicos y que debe volver a la pureza de los orígenes, que se caracterizó por la presencia de los laicos en la evangelización de los pueblos y en la extensión del cristianismo.

Pero esto no es algo casual, no es un accidente en nuestra vida. Dios nos ha llamado. El laicado es pues una vocación, somos llamados a trabajar, desde nuestro día a día, en la misión evangelizadora de la Iglesia. La misión «no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivifi car, levantar, sanar, liberar» (EG 273).

El papa Francisco nos dice que la fuente de esta misión es nuestra memoria agradecida de Cristo que queremos compartir. Es absurdo que queramos conservar para nosotros esa alegría que procede del Evangelio. Como también es absurdo que queramos comunicar algo que no hemos sentido. El propio papa reconoce que solo se comienza a ser cristiano a través de un encuentro que da un nuevo horizonte a nuestra vida. Recibimos el don de la fe, pero si no se cuida, si no hay un discernimiento o una conversión personal, ese don se aletarga en nuestro corazón.

Ese encuentro, ese despertar podemos hallarlo en la contemplación de la naturaleza. O podemos descubrirlo en el esfuerzo comunitario de pujar un trono por las calles. Incluso rezando al paso de la Virgen de la Piedad y del Milagro.

UN NUEVO PENTECOSTÉS

Es el momento de poner en juego nuestros talentos, de volver a hacer brillar la vocación de los laicos, de hacer que los laicos seamos protagonistas de la misión salvadora de la Iglesia, no sólo los actores de reparto.

Pero hemos de estar atentos a algunas distorsiones que pueden ensombrecer nuestro mensaje. Son “virus” que nos afectan a todos. El “virus” del clericalismo; que nos hace creer que toda la vida de la iglesia está solo a cargo de los sacerdotes. El “virus” de la autoreferencialidad; que es como aquella cofradía que solo admite la contemplación de sus pasos por los hermanos y en su capilla, que no sale de la comodidad de su entorno. El “virus” de la mundalidad; de dejarnos convencer por la sociedad a la que le puede gustar que nuestros tronos procesionen junto a la carroza de los reyes magos, perdiendo toda trascen-

dencia, todo mensaje, procesionando por procesionar.

Este renovado pentecostés es el impulso de una iglesia nueva, lista para salir, atenta a las necesidades de todos. Una Iglesia misionera basada en la sinodalidad, la corresponsabilidad y la comunión.

La sinodalidad que implica caminar juntos, atentos siempre a lo que dicen todos, a la participación y el discernimiento. Una iglesia corresponsable en la que se valore el papel que cada uno —hombre o mujer, laico o consagrado— desarrolla. Una iglesia en comunión, que integra cada carisma y en la diversidad se fortalece.

LAS ACTITUDES

El Espíritu Santo es el que nos mueve a la conversión y nos envía a la misión, el que nos acompaña y mantiene viva nuestra fe. Si queremos ser sal y luz de nuestro entorno debemos saber que es importante:

• Anunciar el evangelio sin descanso recordando a todos las tres verdades: Dios te ama, Cristo te salva, el Espíritu da la vida y te acompaña en esa vida.

• Estar cerca de la gente. «La misión es una pasión por Jesús, pero al mismo tiempo por su pueblo» (EG 268). • Dialogar y encontrar para conocernos y amarnos. No podemos transformar la vida de nadie si no nos acercamos y hablamos con él.

• Ser una iglesia de puertas abiertas y puentes tendidos, siempre atenta a los que buscan. Nosotros ofrecemos nuestra luz, estímulo y aliento.

• Vivir desde la oración y los sacramentos. No seremos capaces de afrontar este reto sin la fuerza de la oración y la energía de los sacramentos.

• Salir a las periferias, poniéndonos en camino con actitud humilde para acoger y caminar juntos.

• Tener como prioridad a los pobres, con nuestra cercanía y alimento.

• Cuidar lo pequeño. Para llegar a lo grande hay que ir a pequeños pasos.

Y para conseguirlo todo hace falta alegría, escucha y empatía

UN CAMINO DE CUATRO CARRILES

El congreso ha marcado cuatro propuestas, cuatro caminos para el futuro: el primer anuncio, el acompañamiento, los procesos formativos y la presencia en la vida pública. Representan el camino natural de nuestro proceso de fe y son a la vez la tarea que se nos encomienda. El primer anuncio. El primer anuncio somos nosotros mismos: nuestro testimonio de vida. Hacernos presentes en nuestro entorno, disponibles para escuchar y acompañar anunciando con lenguaje adecuado y con creatividad. Nuestra parroquia, nuestro trabajo, nuestra cofradía como elementos principales de este anuncio gracias a nuestro testimonio diario de vida.

Acompañamiento. Una actitud pastoral básica. Todos debemos ser acompañados en el proceso de nuestra fe, especialmente los jóvenes y los matrimonios, favoreciendo el discernimiento de nuestra propia vocación. El acompañamiento requiere comunidades de acogida cercanas y de trato personal. Nuestra cofradía puede ser uno de los cauces que nos ayude a integrar en nuestra vida el mensaje del evangelio si permanece abierta, atenta y acogedora.

Procesos formativos. La formación como elemento básico del cristiano, desde la infancia hasta la madurez, con el laico como protagonista. Formación permanente sobre los sacramentos y la doctrina social de la iglesia. Para la correcta vivencia y cimentación de nuestra fe es importante que nuestra cofradía, como grupo de referencia, nos aporte esa formación constante.

Presencia en la vida pública. Si el laico se realiza en el mundo, esta presencia en la vida pública es connatural a su misión. Es importante establecer y normalizar procesos de diálogo con la sociedad civil y con la ciencia. Debemos fomentar, formar y cultivar nuestra presencia en la calle, nuestra participación en la vida pública y política, aprovechándonos de nuestra riqueza asociativa.

SOMOS LOS ELEGIDOS

En este momento somos conscientes de nuestra vocación de laicos. Alegres por haber sido elegidos, valiéndonos de nuestras virtudes y nuestras debilidades, adecuadamente formados, reforzados por la oración y guiados por el Espíritu, debemos ser capaces de descubrir nuestro papel, nuestra misión y llevarla a fi n con alegría y en comunión con todos.

Pero al fi nal nos quedará una conclusión:

este nuevo Pentecostés, o lo hacemos los laicos, o no se hará.

D. Luis Miguel Álvarez Domínguez

Presidente del Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna de León

Diez sugerencias a un adorador eucaristico a un adorador eucaristico

Como uno ya es un poco mayor, o viejo, como queráis, tiene que aligerar el baúl de recuerdos y de papeles guardados en otros momentos, con mucho cariño, me topé con este decálogo, que ofrecí a los hermanos del turno 30, en la vigilia del mes de julio del año 2004, y ahora que, después de 40 años de adorador nocturno, se ve uno obligado a arriar velas, los ofrezco a la revista ABBA con la sana ilusión de que puedan hacer mucho bien a los futuros jóvenes adoradores. Un abrazo y una oración, Carlos Santos.

1. ¡MOTÍVATE!

Ten muy claro un motivo para tu momento de adoración: «El Señor está ahí y te llama». La Biblia nos dice que Dios tiene sus delicias tratando con nosotros. San Juan de la Cruz asegura que, aún esos ratos de oración débil, «los tiene Dios en mucho». No busques mejor motivo...

2. ¡DESCÁLZATE!

Cuando uno visita «Tierra Santa» te dicen: Aquí nació Jesús, aquí hizo tal o cual cosa, aquí murió... desde aquí subió a los Cielos... Ante el Sagrario o la Custodia tu fe te dice: «Él está aquí...». Por eso recuerda lo que Dios dijo a Moisés al entrar en su presencia: «Descálzate porque el lugar que pisas es santo», Ante la Eucaristía... Descalza tu cuerpo: Cuida tu postura, relaja tus músculos, aquieta tu respirar. Descalza tu mente: Recoge tus sentidos, recuerdos, afectos, etc. Descalza tu espíritu: «Sólo los limpios de corazón verán a Dios» ...

3. ¡ESCUCHA!

Eres orante en la medida que eres buscador y escucha de tu Dios. Está en cada criatura. Está en cada acontecimiento. Está en su Palabra. Está, sustancialmente, en su Eucaristía. Tu escucha ha de ser... «contemplativa». Esto es, todo lo has de buscar, con «paz», con «amor» y con «espíritu de fe». Reconociendo que sólo descubrimos lo que el Espíritu nos muestra.

4. ¡DIALOGA! (Comulgas)

Con un Dios «cercano». Nunca como en la Eucaristía Dios es Emmanuel. Con un Dios «alimento». Tu camino es duro y largo. En más de una ocasión dices que «no puedes más».

Ten muy claro un motivo para tu momento de adoración: «El Con un Dios «compartido». Por todos cuantos comemos ese mismo Pan o bebemos esa misma Sangre. Si Él se partió y repartió por el bien de todos, también tú debes partirte y entregarte por los demás... Con un Dios «oculto». Pese a su «real Presencia», la Eucaristía sigue siendo «Misterio de Fe». Sólo en la medida en que -con la fuerza del Espíritu-logres contemplar a Dios tras de esas apariencias de pan y vino, lo contemplarás al trasluz de cada hecho de vida. Es, en fi n, el Dios «que vino» y el Dios «que vendrá». Y por ello, no puede haber recuerdo ni esperanza que no puedas proyectar en la blanca pantalla de una Hostia consagrada.

5. ¡ADORA!

La «adoración» es la cima de toda modulación orante. Tanto, que sólo a Dios podemos y debemos... «adorar». La actitud adoradora parte de una radical y sincera «humildad». Se manifi esta en una inefable sensación de «asombro». Esto es, en una especie de estremecimiento del alma ante la grandeza de Dios y las maravillas que ha hecho y hace sobre todos y sobre mí. Se polariza en un tipo de oración que es: teocéntrica, entusiasta, desinteresada y por lo mismo, pura alabanza divina. Y puede proyectarse en determinados gestos (genufl exiones, postraciones, brazos y manos recogidos o elevados a lo alto, etc.)

6. ¡CALLA!

(importancia del silencio) ... “yo le miro y Él me mira...

Con un do». Por todos cuantos comemos ese mismo Pan o bebemos esa misma Sangre. Si Él se partió y repartió por el bien de todos, también tú debes partirte y entregarte por los demás... Con un Dios «oculto». Pese a su «real Presencia», la Eucaristía sigue siendo «Misterio de Fe». Sólo en la medida en que -con la fuerza del Espíritu-logres contemplar a Dios tras de esas apariencias de pan y vino, lo contemplarás al trasluz de cada hecho Es, en fi n, el Dios «que vino» y el Dios «que vendrá». Y por ello, no puede haber recuerdo ni esperanza que no puedas proyectar en la blanca pantalla de una Hostia consagrada.

7. ¡AGRADECE!

Tras de una experiencia adoradora, sólo puede saltarte una palabra entre el corazón y labios: ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Señor! Gracias por... No olvides que el coefi ciente de tu gratitud marcará el de tu «saberte amado de Dios»: Base de toda vida de fe. Agradece, sobre todo, su don de la Eucaristía.

8.¡INTERCEDE!

Como Moisés un día; como el mismo Cristo más tarde; todo adorador tiene que asumir ante el Señor un rol sacerdotal ineludible. Y unas veces harás de altar. Y otras te tocará ofrecerte como víctima. Y siempre como puente entre Dios y los hombres.

Por todo ello, no fi nalices nunca tu momento de adoración sin presentar al Señor las intenciones de su Vicario, las de quienes se han acogido explícitamente a tu oración, las de tu prelado diocesano, las de todos los hombres de buena voluntad. Pide, en fi n, sintonizando con las alegrías y dolores de toda la Humanidad.

9.¡ENTRÉGATE!

Si toda oración ha de concluir en compromiso, mucho más la «adoración». En efecto, «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad», dice san Juan.

En espíritu, esto es, ofreciéndose por entero a Aquel a quien adoras. En verdad. Sin quedarse mirando al cielo; embobados ante la grandeza y maravillas divinas.

10. ¡VIVE!

¡Salta continuamente de la adoración a la vida y de ésta a aquélla! Lo conseguirás si... Ves a Dios en. todas partes... Lo estimas sobre todas las cosas... Lo ves como meta de todos tus caminos y objeto de todos tus deseos... Lo sientes como algo muy cercano y... Concibes tu vida como un ir gritando: «¡Qué admirable, Señor, es tu nombre en toda la Tierra»!

D. Carlos Santos Vega

Consiliario desde el 30 de noviembre de 1997 hasta el 30 de octubre de 2019, del turno 30 de la Adoración Nocturna de León organizado por la Cofradía bajo la advocación “Nuestro Padre Jesús Sacramentado”

Las Cuatro Semanas Santas

Podríamos dedicar, en este artículo para nuestra revista, un tiempo para hablar, de que hay cuatro 'Semanas Santas'. Dejando aparte la Semana de quien contempla estos días como jornadas de vacaciones, para viajar y para descansar, la de los espléndidos folletos de turismo que todos conocemos.

ESTÁ ANTE TODO LA SEMANA SANTA DE JESUS: LA PRIMERA DE

TODAS, la última Semana de Jesús en la tierra de los hombres. Es la Semana Santa de verdad, la que nunca perderá su fuerza y su sentido, sino que será y es la fuerza y el sentido de todas las demás. Aquellas procesiones, las primeras de todas, aquellos pasos de aquellos pies, y aquella sangre de aquellos días, han enderezado para siempre los caminos y los pasos de la Humanidad, y han lavado y ahogado las culpas de los hombres. A ella se referirán todas las demás Semanas Santas de todos los lugares y de todos los tiempos. Y si de ella no viven y si su fuego no alienta, malos pasos seguirán. Junto a esta Semana Santa de Jerusalén, está LA SEMANA SANTA DE LOS TEMPLOS. La de todos los templos, las de nuestras parroquias. Es la Semana Santa de las celebraciones litúrgicas, la que se hace memoria viva en el corazón de los cristianos, Palabra y ceremonia. Palma y grito de júbilo, oraciones y celebraciones de los labios, del corazón, y de la vida. Ésta es la Semana Santa de los templos que puede quedarse en rito de cantos repetidos, en simple eco de cosas olvidadas, puede ser lamento o aleluya de los labios, y no del corazón y de la vida. Puede quedarse en cumplimiento sin hermandad y sin compromiso. Pero aquellos que recuerden y acojan a Jesús, no podrán pasar sin ella, no podrán vivir sin caminar de la Palma, al Jueves Santo de la Eucaristía o al Viernes Santo del dolor y la entrega, para llegar al Aleluya de la Resurrección. Será el mismo Señor quien nos recuerde que no es bueno quedarse tras los bancos, que hay que salir, que hay que dejar el amparo del templo para llevar a la calle, al hogar, a la escuela, al hospital, al taller, o la ofi cina, el Amor y la Paz que son su gesto. Y siempre con la mano en la mano del hermano, para saber, sentir y recordar que todos somos hijos de Dios y que Cristo ha entregado su vida por todos nosotros.

Y ESTÁ LA SEMANA SANTA DE LAS CALLES. La de los penitentes anónimos, los nazarenos del capirote y la túnica, la de los tronos, las luces, las fl ores, las fi las en la acera, la del costalero de paso acompasado al vecino. Es la Semana Santa de las Imágenes sangrantes o dolidas, compasivas y condolientes, es el Cristo crucifi cado, el Nazareno, y la Virgen de los Dolores, o Virgen del Amor y de la Esperanza, y la de la Piedad. Es la Semana Santa de las bandas de cornetas y tambores, y de las agru-

paciones musicales, que con sus músicas ayudan a llevar el paso fi rme. Es la Semana Santa de los cirios encendidos y los pasos bailando. La de las emociones de anónimos viandantes, que al pasar cruzan sus ojos con el mirar de los ojos que miran de lo alto, los ojos de Jesús y de María que desde arriba del 'paso', nos buscan a cada uno. Es la Semana de los Pasos y el Sermón de la Siete Palabras, de la procesión de Ramos o la del encuentro del día de la Resurrección. Ésta es la Semana Santa de las Cofradías en sus calles. Y nadie debería buscar con tanta pasión como el ser por estas calles una catequesis viva, un anuncio del Evangelio en imágenes y de personas creyentes.

PERO ESTÁ ADEMÁS LA SEMANA SAN-

TA DEL MUNDO, con sus Procesiones y sus itinerarios, los que marca el hambre, la enfermedad, la guerra, la persecución, la falta de trabajo, la explotación, la violencia de género, la injusticia. Sus vestidos no son sedas, ni rasos ni brocados. Sus bocamangas no lucen calados, ni encajes. Sus colores son sólo el rojo de la sangre y el negro del cansancio, y a veces, muchas veces, el negro de la muerte. Los títulos son los mismos que los de las Imágenes que surcan nuestras calles: Traición y Prendimiento, Negación y Caída, Agonía y Sepulcro, Angustias y Dolor, Amargura y Soledad. Y hay también Misericordia y Esperanza, Paz, Hermandad, Encuentro y Consuelo. Y no sabremos nunca -a veces ni queremos ni hacemos por saber- los 'pasos' de otros 'Cristos' que sufren a nuestro lado. Hay muchas Semanas así, son Semanas Santas de más de siete días, de más de 365, de todos los días, de todas las semanas, de todos los años. Hay muchas Semanas Santas, muchas Procesiones y muchos itinerarios de dolor y amargura, que se nos invita a tratar con acogida, con cariño y con misericordia.

No quiero separar ninguna de las cuatro. La Semana Santa de las calles, la de las Procesiones, no puede tener otra referencia que la Semana Santa de Jesús en Jerusalén, y no puede prescindir de la Semana Santa de los templos, la de las celebraciones, que es la que realmente hace presente hoy aquella de Jesús. Pero tampoco puede olvidar la Semana Santa de los sufrimientos de los hombres y mujeres de hoy, sino para ganar en sensibilidad y en iniciativas de solidaridad, cercanía y ayuda. He creído que mi palabra y mi aliento no debía hacer otra cosa que animar a buscar la verdad de cuanto hacemos, animar a ser protagonistas, testigos, no mirones que ni entienden ni quieren entender. He querido ayudarles a recordar, a mirar, a oír, a leer, a orar: en la historia, en el culto, en la calle, y en el suelo. Yo no he dicho nada nuevo. Oigamos todos juntos el Pregón, el anuncio que nos hace el mejor Pregonero, Jesucristo: "Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los Profetas escribieron del Hijo del Hombre: será entregado en manos de gentiles, se burlarán de él, será insultado; después de azotarle le matarán. Pero Al tercer día resucitará para darnos Vida y Esperanza".

D. Juan Jesús Fernández Corral

Párroco de La Robla y Canónigo de San Isidoro

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