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Semana Santa

Cristo de Andrés Seoane (capilla de Santo Martino – Basílica de San Isidoro)

San Isidoro y la Semana Santa

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La vieja Semana Santa de León siempre estuvo muy unida a San Isidoro y su románica y bendecida Basílica. Y, también, la nueva y más reciente semana de aflicción –que se iniciara en la última década del pasado siglo-, como así lo atestigua la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestra Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad desde su instauración, allá por marzo de 1994, que, con gran acierto, la tomó como sede. Entre una y otra semana, la antigua y la cercana, más de cuatro siglos de historia.

Cabe señalar que el destacado templo leonés ha sido por costumbre refugio de papones. Antes, desde tiempos pretéritos, de los de la sarga negra de Santa Nonia y de San Martín, que lo tuvieron como punto irrenunciable de sus procesiones. Ahora, desde finales de la pasada centuria, de los de la túnica azul y sus inalterables silencios, que en el Sábado de Pasión, desde el patio de Santo Martino, trasladan a la calle su espíritu fundacional y sus anhelos, arropados por el Santísimo Sacramento “y la devoción a su bendita Madre en su dolor junto a la Cruz del Hijo”.

La cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno bien sabe lo que representa la Basílica isidoriana para el conjunto de las jornadas santas. Y lo que alarga su Cabildo, tan apegado a la tierra y tan comprometido por naturaleza y convencimiento con la ciudad de León, como lo rubricara en vida el inolvidable y sabio don Antonio Viñayo, que, aparte de su ministerio sacerdotal, nunca dejó de ejercer de leonés en do mayor. El vivo ejemplo de la persona capaz, infatigable, brillante y humilde. Irrepetible. Sus buenos oficios han dejado una relevante y marcada huella en la capital leonesa. Un rastro imperecedero. Y como la historia da fe de los aconteceres y sucedidos de toda índole y motivo, San Isidoro, a veces, se enmarca en esas páginas

que, sin estar extraviadas, acaso pasan un tanto desapercibidas. Y puede que este sea el supuesto. No hay que olvidar que la actual pujanza de las agrupaciones penitenciales era algo impensable en unos tiempos, no tan lejanos, donde la justeza marcaba las conmemoraciones evangélicas, escenificadas en las calles y en las plazas. Faltaban posibilidades. Flotaba la penuria.

Y dígase que la cofradía de Jesús, que ahora luce otros galones, debió recurrir a San Isidoro y sus buenos moradores en solicitud de ayuda para que la procesión de Los Pasos, en la mañana de Viernes Santo, continuara manteniendo la incorporación del Santo Cristo de la Agonía en el desfile. Era 1971. Los antecedentes de esta iconografía se remontaban a 1957 en que, por primera vez, se acordaba la inclusión de un crucificado a punto de expirar en la enlutada y piadosa comitiva.

Por aquella se pensó en el conocido Cristo de los Balderas, atendido en la parroquia de San Marcelo, obra de Gregorio Fernández y modelo de expresión. Una extraordinaria pieza escultórica que a nadie deja indiferente cuando la contempla. La magnífica talla se sumó a la procesión -conocida en su tiempo como del Calvario- de forma ininterrumpida hasta 1968, es decir, once años. Pero surgieron contratiempos.

La cofradía de Las Siete Palabras de Jesús en La Cruz, erigida precisamente en la iglesia de San Marcelo en 1962, entendió que le asistían plenos derechos para alegar que el famoso Cristo sólo debía figurar en su procesión en la tarde de Viernes Santo. La concordia que una y otra –Jesús y Las Siete Palabras- habían firmado con el asentimiento del Obispado para que la efigie participara en los dos cortejos pasionales estaba punto de romperse. Y se rompió. Al final, ni para una, ni para otra. 1968, hace ahora cincuenta dos años, supuso el punto final al original del Cristo de los Balderas en la Semana Santa leonesa. Ahora, Las Siete Palabras saca una réplica casi perfecta, obra del entallador el leonés Amado Fernández, que fallecería a últimos del pasado año.

La primera solución para paliar el problema se encontró en la propia iglesia de Santa Nonia gracias a la cofradía hermana de Angustias y Soledad, quien cedió, en 1969, su Santo Cristo. Pero no era algo definitivo. Y el siguiente remedio se halló, en 1970, en el monasterio de las Madres Benedictinas de San Pedro de las Dueñas, localidad próxima a Sahagún, donde se custodiaba –y allí sigue, naturalmente- un maravilloso y agónico Cristo –obra de Gregorio Fernández- un tanto desconocido para el gran público. Sus formas y policromía impresionan por su verosimilitud. Pero el problema subyacía. Había que encontrar, de nuevo, un crucificado para la procesión de 1971. ¿Y dónde acudir? La junta de seises de Jesús Nazareno puso los ojos en San Isidoro. Y en don Antonio Viñayo, un inequívoco valedor de la Semana Santa en todos sus aspectos. Y para allí, hacia los muros de la sagrada Basílica, encaminaron sus pasos. Y antes de que llegaran ya tenían las puertas abiertas. De par en par. La intención era solicitar la cesión del Cristo Gótico que se exponía en el Panteón de los Reyes, copia del que se venera en Los Barrios de Luna y pieza reproducida fidedignamente por Andrés Seoane Otero en 1964, “un cantero, tallista, escultor y restaurador español” que, aunque nacido en Santiago de Compostela en 1912, se consideraba leonés de derecho y honra contrastada, pues no en vano se establecería definitivamente en la ciudad para seguir con su carrera profesional, lugar en el que moriría un 10 de mayo de 1978. Y la intención de la cofradía de Jesús se convirtió en una feliz realidad. Efectivamente, el ‘préstamo’ del Cristo confirmó la generosidad de los custodios del santo de Sevilla, a quienes les pareció muy acertado que la escultura saliera a la calle y fuera un poco más conocida. En cualquier caso, era una talla reciente –poco más de seis años en poder del Cabildo- y eso también pudo ser una de las claves determinantes para que abandonara por unas horas su enclave habitual y darle con ello difusión. “El ‘Cristo Gótico’, que por primera vez figuraba en este cortejo penitencial del Viernes Santo, causó gran admiración, ya que apenas era conocido del público. Con el nombre ‘cofradero’ de ‘Santo Cristo de la Agonía’ fue portado por más de cuarenta braceros y volvió a salir otra vez en la procesión de los ‘Pasos’ en el año 1972”. Son palabras de Máximo Cayón Waldaliso, cronista oficial de la ciudad de León, recogidas en la página 229 de su libro ‘Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno’.

De modo, que San Isidoro, bastión y santo y seña de esta antigua Corte de Reyes, a la forma de cómo lo dicen los historiadores, dio buena prueba de su solidaridad para con los papones y sus postulados con aquel gesto altruista de la cesión del magnífico Cristo. Hoy, expande especialmente ese respaldo con los ‘del Sacramentado’, que de esta manera popular se conoce a la cofradía allí radicada. Todo un piadoso lujo y un sencillo orgullo. Y una gracia impagable y para los restos a favor de los hermanos de añil.

D. Julio Cayón

Papón y columnista de La Nueva Crónica de León

EL Alhamar de los Suenos

(Una hipótesis sobre la autoría del manto isabelino de la Virgen del Mercado)

A la memoria de N.H.D. Enrique Val Cayón, hijo de la Morenica

Cuando la Virgen de León se muestra en su camarín con el manto encarnado que le regaló Isabel II, el leonés de paladar sabe que el tiempo está a punto de cumplirse y que en breve la nostalgia hecha presente le asaeteará los adentros.

Nadie sabe gran cosa de ese elegantísimo atuendo, la más valiosa pieza de bordado de cuantas integran los ajuares de nuestras imágenes sagradas y que, cuando de la noche a la mañana aparece sobre los hombros de la Señora para glorificarla en su novena, se convierte en el pregonero íntimo de lo que ha de venir. El propio manto nos habla de su origen en una cartela bordada: “SS.MM. Los Reyes Católicos, Doña Isabel y Don Francisco de Asís, a nuestra Señora del Mercado, Antigua del Camino, de la Ciudad de León. Año 1857.” Se sabe que llegó al alcázar del Grano unos meses antes que el alfiler y los pendientes de diamantes que la mismísima Reina entregó a la Virgen el 28 de julio de 1858, como precisa don Julio Cayón –hijo también de la Morenica- en su artículo publicado en La Crónica de León el 8 de febrero de 2019.

¿Pero quién bordó el alhamar de los sueños? Conocemos que Isabel II regaló por aquellos años numerosos mantos a imágenes devocionales marianas representativas de distintas regiones de España. Así, por ejemplo, en 1852, a la Virgen de Atocha de Madrid; en 1853, a la Virgen de los Reyes de Sevilla; en 1855, a la Nuestra Señora de las Angustias de Granada; en 1856, a Nuestra Señora de la Almudena de Madrid; en 1858, a Nuestra Señora de Belén de Mallorca (éste, con idéntica dedicatoria bordada que el manto leonés, salvo en la advocación de la Virgen y la fecha); en 1862, a la Virgen de los Dolores de Puerto Real (en este caso, una toca de sobremanto), a la Virgen del Carmen de Murcia, a Nuestra Señora de las Huertas de Lorca y a la Purísima de la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid. Y todos estos presentes regios tienen un elemento acreditado en común: fueron realizados por las bordadoras de cámara de la Reina, las hermanas mallorquinas Margarita y Rosa Gilart Jiménez, según confirma el profesor Calamardo Murat en el número 2 de la revista “Arte y Patrimonio” de 2017.

No existe por ahora ninguna constancia documental sobre la autoría del manto leonés, pero lógico es pensar que muy probablemente las hermanas Gilart bordaron también para la Reina Castiza el alhamar de nuestros sueños en su obrador de la calle Fuencarral número 20 de Madrid. La semejanza de su cenefa gótica con la del manto de la Virgen de Atocha así parece ratificarlo, por lo que la pieza habría sido ideada también por el artista Manuel González Salgado, diseñador de todos los trabajos de “las Mallorquinas”, como se conocía en la corte a las hermanas Gilart, fallecidas en Madrid en 1880 (Rosa) y 1893 (Margarita).

Nunca he entendido por qué la Virgen del Mercado no viste el glorioso manto isabelino en su paso, mucho más bello, valioso y adecuado por sus dimensiones para una Piedad que los mantos de cola modernos que le colocan. Quizás el motivo sea que León es la única ciudad de España que retira de sus procesiones las imágenes y los enseres no por ser malos, sino por ser buenos (recuérdese si no lo ocurrido con el Cristo de los Balderas de Gregorio Fernández).

Sea como fuere, cuando la Morenica se vista como cada año con el alhamar de nuestros sueños y recuerde en su corazón de Madre a sus muchos hijos que ya no la acompañarán en su paso –ay, querido Enrique-, sentirá que, a pesar del oro y el terciopelo regios, sigue estando “sola y pequeña y triste, como una madre campesina”, que diría su hijo Victoriano Crémer. Y yo sentiré, con nostalgia montesinesca, que la memoria del amigo escoge el camino más corto para herirme.

Hno. Mario Díez-Ordás

Pregonero de la Semana Santa de León 2012

Esperanza

Es tarde y hace frío, un frío incómodo pero tenaz. Incluso dentro de la iglesia se siente el rigor de este invierno tan nuestro y los feligreses se acomodan en las zonas más cálidas del transepto. No hay demasiados; se podría decir que, más bien demasiados pocos, pero no importa porque yo he venido a verte a ti, Madre. He venido a hablarte de mis cosas, de las nuestras. A buscar, una vez más, tu nombre en el silencio que lo envuelve todo, como una bufanda de suspiros. A encontrarme con el vacío que han dejado en los bancos desnudos los que ya no están, para llenarlo con mis recuerdos.

Te he buscado en la capilla de siempre y no estás, pero al volverme, te he visto en el lugar que seguramente habrías elegido si hubieses tenido la oportunidad de hacerlo, al lado de Tu Hijo. Atravieso la nave muy despacio, deleitándome con la maravillosa visión que el destino nos ha brindado, empapándome el alma con esa ternura fresca que parece desmayarse entre Tus manos, como la bambalina de un palio de tul. Estás hermosa, pero eso no es ninguna novedad. Siempre lo estás, incluso en la soledad de tu aflicción irradias la belleza de las flores y la luz del sol de primavera. Parece que, incluso Tu mirada, perdida en la inmensidad del erial resembrado de tristezas de las madres que han perdido a su hijo, ha encontrado semillas nuevas en los ojos de Jesús, que, con las manos atadas y el rostro magullado, aún sostiene su dignidad de Dios y hombre. He venido a verte de nuevo, como tantas veces y, sin embargo, es como si te viese por primera vez, como cuando te vi un Sábado de Pasión cualquiera y me enamoré de Ti como un quinceañero imberbe…

No hace ni un segundo que has atravesado el arco de Santo Martino y la calle ya bulle como un salterio de saetas contenidas y el aire huele a rosas frescas. Los niños, que creen presentir en sus manos el tacto de la primera palma de un nuevo Domingo de Ramos, se yerguen sobre las puntas de sus pies para intentar alcanzar con su mirada el rostrillo que enmarca tu cara y tu belleza serena. Ahí viene la Esperanza. Y aunque no la puedan ver, la sienten en el murmullo del raseo de sus pies, que hoy son los de sus braceras y en el campanilleo de los varales del palio, que la cubre como una nube de incienso. Ahí, viene, miradla, es Ella. La que nos sostiene en el pozo insondable de la tristeza. La que nos abriga en la fría noche de los tiempos oscuros. La que nos habla cuando nadie nos escucha y la que nos escucha cuando, sin decirle nada, se lo decimos todo. La que es sonrisa en nuestras alegrías y lágrima en nuestras penas. La que nos espera sin esperar nada a cambio. La que dejó de llamarse Madre y María para darnos lo único que necesitamos para no perdernos en este valle de lágrimas…Esperanza. Por eso siempre te esperamos como Tú nos esperas a nosotros y salimos a recibirte con el corazón teñido de azul, anhelantes y emocionados. Arrastras tras de Ti, tras de Tu manto, manolas plañideras que sueñan despiertas que, durante una tarde, serán los ángeles que escoltan tu estela de dulzura. Y en las calles estrechas, donde las paredes quieren abrazarte sin mesura, se asoman a los balcones los recuerdos de los que ya no están, pero seguirán estando para velarte, Esperanza. Y cuando vuelvas de recogida, la noche se quitará la túnica de estrellas y la luna cubrirá su tez blanca con una mantilla de nubes, esperando de nuevo un año más en su Esperanza…

D. Manuel Jáñez Gallego

Pregonero de la Semana Santa de León 2016

En las calles de León hay cortinas de añoranza que descorre la Esperanza el Sábado de Pasión. Bracera, ponle pasión y mécela con templanza que Ella es la honesta balanza que nos pesa el corazón. No hace falta otra razón para salir a buscarla que la dicha de encontrarla esa noche en procesión. No me mueve otra ilusión que poder agasajarla con lo que hoy voy a entregarla, Esperanza… mi oración.

No cambiaria nada de la Virgen de la Esperanza que realice marca una etapa de mi vida y de mi obra

ENTREVISTA A MIGUEL BEJARANO MORENO (ESCULTOR-IMAGINERO)

Miguel Bejarano Moreno (Sevilla 1967), consagrado escultor-imaginero, discípulo de maestros como Natividad Reichardt Muns, su admirada maestra de la cual aprendió a amar la escultura en todas sus dimensiones. También del maestro de talla en madera y piedra Jesús Santos Calero y de Francisco Fatuarte su profesor de vaciado y moldeado. Además, durante cinco años asistió al taller del imaginero Luis Álvarez Duarte. El estilo de Miguel Bejarano Moreno se inscribe dentro del Neobarroco Sevillano.

Quienes bien le conocen no han dudado en señalar que en su obra se percibe "el eco inconfundible de los grandes maestros del Siglo de Oro, la espléndida fuerza expresiva del barroco sevillano, y también se hace notar el acento personal que aporta a sus creaciones”.

Para conocer mejor la trayectoria y proyectos actuales de este artista, que abrió su propio estudio en el año 1993, y que cultiva indistintamente la escultura civil y religiosa, hemos charlado con él.

Desde el año 1993 en que abre su propio estudio hasta la actualidad ¿el mundo de la escultura e imaginería ha llegado a colmar todas esas ilusiones o expectativas que tenía antes de adentrarte en él? ¿Cómo describiría estos 27 años de profesión? ¿En qué sentido o aspectos le ha podido desilusionar, y en cuáles le ha sorprendido?

Con muchas ilusiones y muchas obras realizadas y repartidas por muchos lugares, tanto nacionales como fuera. Citar algunas de mis obras que están fuera de España, como por ejemplo el busto retrato de Mary Word fundadora del Instituto de la Bienaventurada Virgen Maria, que entregué personalmente a San Juan Pablo II, y mi Virgen de la Esperanza Macarena en Miami (EE. UU).

Háblenos un poco de sus comienzos ¿cómo fueron sus primeros pasos en el mundo de la escultura e imaginería? Desde pequeño siempre me fascinaba el mundo del dibujo y modelado y en el colegio las monjas me encauzaron para

Miguel Bejarano en su estudio-taller dando los últimos retoques a su obra Ntra. Sra. De la Esperanza Macarena de Miami (EE. UU).

que fuera por ese camino. Ellas veían las cualidades innatas en mí. Me llevaron al taller de Álvarez Duarte y allí inicié mi actividad de aprendizaje combinándolo con la asistencia a la Escuela de Artes de Sevilla.

Se dice que su obra está inspirada en los postulados manieristas, barrocos, academicistas y románticos. Para los que somos profanos en esta materia, ¿podría explicarnos brevemente en qué consisten estos postulados y en qué detalles o aspectos de su escultura cristífera y mariana podemos apreciarlos?

Es a groso modo una manera de decir que se siguen los parámetros señalados por los maestros anteriores, que dedicaron su vida y obra a enriquecer nuestro patrimonio artístico dentro de la imaginería.

¿En qué consisten las recientes y benéficas aportaciones a su obra de Sebastián Santos Rojas, máximo exponente de la estatutaria religiosa sevillana en la segunda mitad del Novecientos?

Mi maestro de talla en madera y piedra fue Jesús Santos Calero, hijo de Sebastián Santos Rojas. Después colaboré trabajando con Jesús en su taller y por su influencia en el estilo marcado del padre, me aportó y tuvo en mí ciertas características que se reflejan aún en mi obra, amén de mi estilo personal.

A la hora de acometer un proyecto, ya sea la talla de un Cristo o de una Virgen ¿qué requisitos o mínimos debe reunir para que acepte llevarlo a cabo, si es que los hay? Una vez cumplidos esos requisitos, ¿en qué se inspira a la hora de darles forma? Porque tenemos entendido que los escultores-imagineros utilizáis vuestros propios “modelos”, ya sea hombre o mujer, para un Cristo o para una Virgen….

Siempre suelo tener una entrevista con el cliente para saber qué es lo que desean y cómo poder plasmarlo. Siempre les realizo un boceto en arcilla para así mantener una conversación posterior y llegar a la aprobación de dicho boceto. Nunca empleo modelos, mi obra de imaginería está enmarcada por mi inspiración, creo que es lo mejor para llevar a cabo una obra devocional. Sin tomar ninguna referencia del natural, más bien idealizando las formas para así tener una obra más sublime.

Centrémonos ahora en la Virgen de la Esperanza, talla que realizó para la Cofradía en 2004. ¿De dónde nace la iniciativa para llevar a cabo esta imagen?

Tras una llamada de teléfono y concretar una cita en mi estudio-taller de Sevilla, llegaron Mario Torices y Telvi Ramos y me plantearon la realización de una imagen de la Virgen con la advocación de la Esperanza. Una vez realizado el encargo, preparé un boceto en arcilla, el cual fue aprobado y realizado en material definitivo.

Cuando se lo propusieron ¿estableció algún tipo de criterio o requisito mínimo para aceptar el encargo? ¿Tuvo plena libertad para concebir y ejecutar la imagen o partió de algunas pautas que se le habían dado previamente? Un aspecto que resalta de la talla es su altura, 1,80m…

Ellos plantearon la advocación y el tamaño de la imagen, pues habían tenido otra titular de esas dimensiones y querían utilizar las vestimentas bordadas de la anterior. He ahí la explicación de la altura de la imagen, pues yo no suelo hacer las imágenes marianas tan altas. También que la imagen tenía que tener un rostro sereno y dulce, sin mostrar dolor alguno, pues la advocación así lo requería.

¿Por qué una Dolorosa y no una Soledad? Una vez decidido que tenía que ser una Dolorosa, descríbanos qué características quería que reflejara la imagen.

Es una decisión tomada por el cliente, yo no intervine en esa cuestión. Como ya he comentado nunca me baso en modelo alguno, solo por lo que me viene a la mente y lo materializo. Eso sí, que lleve a la devoción y transmita al fiel que le reza.

Una cuestión que siempre suscita interés: la vestimenta de la Virgen. ¿Cuánto tiene de realidad esa especie de “halo de misterio” que parece rodear la tarea de vestir una Virgen de palio? ¿Resulta tan “difícil” más allá de la práctica habitual de vestir y desvestir este tipo de imágenes?

La vestimenta es el 50% de una imagen realizada para vestir. Hay que dar con un buen vestidor para que la escultura resalte su belleza, pues no todo el mundo está

Virgen Ntra. Sra. De la Esperanza

Del conjunto de su obra cristífera y mariana, ¿cuáles son las obras de las que se siente más orgulloso y por qué?

Todas tienen su importancia. Son mi vida y momentos que están plasmados en material. Amo a cada una de mis obras por lo que son, lo que me han enseñado y lo que representan.

¿Qué proyectos tiene para el futuro?

Actualmente estoy concluyendo el misterio del calvario para Almería, y también restaurando varias imágenes, que es otra faceta de mi trabajo como imaginero, la restauración de imágenes sagradas.

¿Hay algún reto profesional que le quede por cumplir?

Siempre hay retos, cada encargo, cada obra representa un nuevo reto y una nueva ilusión. Con ellos se ayuda uno a mejorar y a evolucionar.

Por último, para todos aquellos que somos amantes de la escultura e imaginería de Semana Santa, recomiéndenos un libro para leer y una obra o exposición que deberíamos visitar.

La exposición de Martínez Montañés, maestro de maestros que ha tenido lugar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, ha sido espectacular, y si queréis tener una visión más amplia de mi obra y conocer mi trayectoria artística podéis visitar mi web www.

miguelbejaranomoreno.com

capacitado para realizarla. Es un oficio como cualquier otro, por eso una Cofradía o Hermandad debe tener mucho cuidado con elegir bien, pues se puede desprestigiar una buena escultura sagrada por tener un mal vestidor, el cual no saca todo el partido a la imagen.

Siendo así y de acuerdo con sus conocimientos y su experiencia, ¿qué aspectos fundamentales hay que tener en cuenta a la hora de vestir una Virgen?

El vestidor tiene que estudiar bien la imagen y hacer distintas pruebas hasta dar con la manera más ideal de resaltar las virtudes de la talla, lo cual no es tarea fácil pues todo tiene su tiempo y su estudio.

Transcurridos ya dieciséis años desde el estreno de la Virgen de la Esperanza, ¿hay algo que cambiaría en la imagen o que ejecutaría de manera distinta? ¿Por qué?

No cambiaría nada de la talla que realicé, marca una etapa de mi vida y de mi obra, todo va evolucionando y sin esas obras en los cuales están sentimientos y conocimiento, no hubiera llegado a lo que realizo en la actualidad. Todo es aprendizaje, como la vida misma.

La Fe a traves del trabajo de un artista

Esculpir el rostro de Dios, mientras se reza con las manos…

In memoriam: En homenaje a mi maestro y mentor, el imaginero hispalense D. Antonio Dubé de Luque.

Para la presente edición de la revista ABBA que edita la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad Amparo de los Leoneses, con sede en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro de León, me pide la redacción de la misma que haga una reflexión sobre mis sentimientos, como creyente y escultor, de cuáles son las sensaciones que un artista experimenta cuando está plasmando alguna representación de Cristo, su Divina Madre o algún pasaje hagiográfico, como testigos que son los santos no solo del poder de Dios, sino también del mensaje de redención para la humanidad que contenían sus hechos, palabras o acciones. Y aunque pueda parecer que este tipo de culto tiene algún componente pagano e idolátrico, recordemos la encendida defensa que San Juan Damasceno, tras la disputa iconoclasta, hará de las imágenes devocionales: “Cuando no tengo ganas de estudiar y dispongo de tiempo libre, me voy de buena gana a la iglesia y contemplo las imágenes (…). Acarician mis ojos como las flores del campo y la gracia de Dios desciende en mi alma. Porque en estas imágenes no solo veo el esplendor decorativo, sino la constancia de los

mártires y adoro a Dios en los que dan testimonio de Él”1 .

Compleja diatriba ésta, pues no en vano, son muchas las ocasiones en las que se afirma, desde el más rotundo desconocimiento de los rudimentos de este oficio, que lo que hacemos es un arte anquilosado en el pasado, con poca o escasa evolución en las formas, para una muy restringida clientela que gustan, aún hoy en día, de las formas neobarrocas. Esta afirmación es del todo inexacta de parte a parte, pues asumir tal sentencia sería afirmar que no ha habido una evolución en la representación de Dios desde el románico hasta nuestros días, y aunque no es menos cierto que el nacionalcatolicismo imperante tras la cruenta e incivil Guerra Civil impuso el gusto por las formas neobarrocas, al encontrar en ellas el modo de representación que se ajustaban al sentir del pueblo en ese momento, lo cierto es que en gran medida cortó la renovación plástica de la imaginería que, como forma de expresión escultórica propia, se había producido en las tres primeras décadas de la pasada centuria. Ahí está la obra de escultores como Joaquín Bilbao, Agustín Sánchez Cid, Enrique Pérez Comendador, Lorenzo Coullaut Valera, Antonio Castillo Lastrucci, José Palma García, Mateo de Inurria, Antonio León Ortega, Luis Ortega Bru, Juan Luis Vasallo o Mariano Benlliure, entre otros, quienes ahondaron en esa búsqueda de nuevas formas plásticas de representación, viéndose en muchos casos avocados a asumir lo que la clientela demandaba, para poder garantizarse su sustento económico, en detrimento de la libertad creadora.

Pero para poder comprender lo que deseo exponerles en estas reflexiones, lo primero que debemos asumir es que escultor e imaginero, pese a estar íntimamente ligados, no son exactamente el mismo oficio. Es claro que el escultor es cualquier “persona que se dedica a la escultura”2 . Pero, como afirma el Dr. Jesús Miguel Palomero Páramo, Catedrático de Hª del Arte por la Universidad de Sevilla, aunque vallisoletano de nacimiento, escultor e imaginero deben ser consideradas profesiones distintas, relacionadas y compatibles, pues no en vano ambas persiguen la belleza pero, mientras el escultor solo abordaría la cuestión estética, el imaginero debe, además, buscar la devoción del fiel3. Por este mismo motivo el escultor griego Fidias, nacido en Atenas en torno al 490 a.C., es considerado el primer imaginero de la historia, al conseguir plasmar en sus creaciones relativas a la divinidad las características que se consideran que debe reunir una imagen destinada a mover a la devoción de un pueblo, como son “hermosura en el rostro, honesto ademán y gallarda postura”4 . Fidias consiguió dotar a sus plasmaciones escultóricas devotas del denominado “nous”, que en palabras del filósofo Anaxágoras sería como dotarlas de espíritu5. Esa expresión, adaptada a la religiosidad popular de mi tierra, podría traducirse en esa afirmación aplicada a la Virgen de la Esperanza Macarena cuando el pueblo llano afirma “parece que respira…”.

Los diferentes modelos que el ingenio de Fidias fue capaz de “imaginar” para plasmar las distintas deidades del panteón del Olimpo griego causará tal admiración en la Iglesia Católica que muchas de las iconografías paganas fueron cristianizadas6. Así Zeus, dios máximo del Olimpo, fue cristianizado como Dios Padre; Apolo, se convirtió en Cristo; Palas Atenea, ideal de la belleza femenina, en la Virgen María; Hermes con el niño Dionisos, en San José con el Niño Jesús o San Cristóbal con el Niño, en tanto que la representación exenta de Hermes, en solitario, como mensajero que era de los dioses, en el arcángel San Gabriel, por citar solo algunos ejemplos claros7 .

He creído oportuno hacer todas estas aclaraciones históricas previas porque, aunque pudiese parecer lo contrario, en todo imaginero se encierra un escultor, pero no a la inversa. Tenemos casos de destacadísimos escultores que, a pesar de su gran valía técnica, fracasa-

1 SUSPICHIATTI BACARREZA, Clara Mª: “San Juan Damasceno, teólogo de las imágenes. Su importancia e injerencia en la defensa iconódula durante la primera Querella Iconoclasta en

Bizancio (726-787) y su aporte a las definiciones conciliares de Nicea” en Historia del Orbis Terrarum. Santiago de Compostela, 2010, pp. 95-97. 2 Definición recogida en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua en su vigésimo tercera edición, año 2019. 3 PALOMERO PÁRAMO, Jesús Miguel: “Historia del Arte”. Ed. Algaida. Sevilla, 2001, p. 43. 4 Ibídem. 5Ibídem. 6 Ibídem. 7 Ibídem.

ron cuando abordaron la realización de obras de corte devocional, que no religiosa, dos conceptos cercanos, pero diametralmente opuestos. En el primero de los casos, podemos citar los casos del sevillano José Lemus, el santanderino Víctor de los Ríos, del emeritense Juan de Ávalos o el pacense Gabino Amaya, todos ellos grandes autores, que sin embargo no terminaron de triunfar plenamente como imagineros, al ser tachadas sus obras de “frías y carentes de espíritu” o, dicho de otro modo, sin la unción sagrada necesaria que moviera a la devoción. En el segundo, religiosas son obras como el “Cristo de San Juan de la Cruz” o “La Última Cena” del universal Salvador Dalí, “El Profeta” de Pablo Gargallo, “El San Juan Bautista” de Rodin o la decoración pictórica que Henry Matisse concibió para la Capilla del Rosario en Niza, obras todas ellas de gran simbología y valía artística pero escasamente devocionales, lo cual no está reñido con que puedan conmover al espectador que las contempla.

Y es que ciertamente ahí es donde radica la dificultad y a la vez el triunfo del imaginero. Idear, imaginar, plasmar en un trozo de madera el rostro de Cristo o la Virgen María que con el paso del tiempo se convertirá en el referente devocional de una persona. El triunfo del imaginero pasa por creer fervientemente en aquello que está haciendo. Yo mismo soy cristiano, cofrade desde mi más tierna infancia. Mi primera formación como artista la recibí en mi ciudad natal, Sevilla, precisamente contemplando y orando ante los grandes referentes devocionales de mi familia, el Cristo del Amor de Juan de Mesa y el Señor de Pasión de Martínez Montañés. Fue ante dichas imágenes, a las que rezaba con devoción como intermediarias del Dios vivo y verdadero, que es el que permanentemente nos aguarda en el Sagrario, cuando supe que quería ser imaginero, para ser escultor de Dios.

Dice el “Libro del Génesis”, contenido en la Biblia, que Dios modeló al primer hombre de la historia de agua y arcilla, a su imagen y semejanza. Del mismo modo, así se inicia cualquier proyecto escultórico, plasmando en la arcilla húmeda la idea que uno concibe en su cabeza de cómo sería el rostro de Dios o de su Bendita Madre. Cuando, tras una dura jornada de trabajo, procedo a cubrir el barro modelado con un paño húmedo, para evitar que éste se resquebraje, es como si el mismo Dios fuese el que nos cubre con su primoroso manto de amor, para evitar que sea nuestra alma la que se fracture. No es la primera ocasión que, ensimismado en mi trabajo, he sentido que no era yo quien dirigía las trazas o golpes de las gubias, sintiendo como si una fuerza suprema fuese quien guiara mis manos.

Es en la soledad de mi estudio, como le gustaba decir a mi maestro, el añorado D. Antonio Dubé de Luque, donde reflexiono sobre el acertado proceder en la construcción de una imagen. Decía Dubé de Luque, “El lugar de trabajo es el estudio, no el taller. Un taller es propio de los mecánicos, que son los que arreglan los coches. En un estudio, no solo se trabaja, también se estudia, se reflexiona, en definitiva, se piensa en aquello que estamos haciendo. Porque debemos ser conscientes que no estamos trabajando para nosotros, a pesar del ego personal por la realización de una obra, sino para conmover el alma del devoto que la contemplará terminada”. Cuenta una preciosa leyenda vallisoletana que cuando en 1619 el escultor lucense Gregorio Fernández había culminado la imagen del Cristo atado a la Columna, de la Cofradía del Azotamiento, el propio Jesucristo bajó a su taller para preguntar al escultor en dónde se había inspirado, siendo su respuesta: “Señor, en mi corazón”8. Y aunque la leyenda no deja de ser eso, una leyenda, la frase atribuida a Gregorio Fernández no puede ser más acertada. Recuerdo que, precisamente, una leyenda similar fue la que mandé grabar en el corazón atravesado por un puñal ofrendado al grupo escultórico de la Piedad que tallé para la localidad gaditana de Tarifa: “Para concebirte, Madre mía, puse, todo mi corazón”. En cada una de las obras los imagineros volcamos nuestro corazón puesto que, de no ser así, el resultado sería un trasunto de arte ñoño y relamido, como el que popularizaron las fábricas de arte religioso seriado a finales del s. XIX.

Otra leyenda, relacionada igualmente con la labor de Gregorio Fernández, nos cuenta que el escultor habría afirmado, en relación a la imagen del Cristo Yacente venerado en el Convento de los Capuchinos de El Pardo (Madrid): “El cuerpo lo he hecho yo; pero la cabeza solo la ha podido hacer Dios”9 . Este tipo de leyendas nos ponen de manifiesto que la obra del imaginero deja de ser de su paternidad desde el preciso instante en que el pueblo las hace suyas.

No es inusual que, estando aún una imagen en su proceso de labra o gestación, reciba las primeras visitas emocionadas de sus fervorosos cofrades. Es esa misma talla que, al abandonar el estudio, en la cual el imaginero habrá depositado un trozo de su alma mientras la tallaba, provocará una amalgama de sentimientos enfrentados. Por un lado, cual progenitor que ve marchar del hogar paterno a uno de sus hijos, se producirá un sentimiento de melancolía por la ausencia, tras tantos momentos compartidos en la intimidad, y por otro, el gozo por el trabajo bien realizado.

Recuerdo también como, en otra ocasión, mientras procedía a restaurar al titular de una cofradía de la diócesis de Jaén, eran muchos los devotos que acudían semanalmente al estudio, para depositar a los pies de su Cristo humildes ramos de claveles rojos. Es en esos momentos, cuando la escultura sobrepasa su corporeidad material para convertirse en el referente devocional de una comunidad, cuando el imaginero alcanza su triunfo pleno. Sentir que con su trabajo ha sabido darle forma al rostro de Dios.

D. Jaime Babío Núñez

Escultor-imaginero

8Ibídem, p. 311. 9 Ibídem.

Julio Morillo Lopez Y Antonio Jesus Morillo Lopez

MAESTROS-ARTESANOS TALLISTAS PARA LA CANASTILLA DE “LA BOFETÁ” DEL SACRAMENTADO

“Cuando hablamos de artesanía, como la mano del hombre y la materia gris, no hay nada”.

Julio Morillo comenzó en el año 1963 trabajando como aprendiz para su maestro, Pepe Cáceres, en un taller de 19 metros cuadrados, con hasta 17 personas más entre oficiales, aprendices y ayudantes donde estuvo hasta los dieciocho años, momento en el que, motivado por su deseo de aprender el oficio, se incorpora a otro taller en el que, según sus propias palabras, todo se hacía en “directo”, es decir, del dibujo en la madera y el trabajo sin máquinas de ninguna clase, como se ha hecho desde hace siglos.

Es a los veinticuatro años cuando, en la calle Cardenal Lluch del sevillano barrio de Nervión, monta su propio taller, cedido por su maestro, y a partir de entonces comienza a trabajar con grandes maestros como Antonio Martín, Luis Jiménez, Antonio Diaz o Manuel Guzmán. Hoy, con 69 años, es un consagrado artesano tallista que lleva más de cincuenta ejerciendo su oficio, ahora ya en un taller en el parque de Arte Sacro, en Nuevo Torneo, con más de 70 metros. Desde hace más de dos décadas trabaja, codo con codo, con su hijo Antonio Jesús. Antonio es un amante de Caravaggio, Leonardo y el Neoclasicismo. Le gusta la escultura y la pintura, pero para él lo primero es la talla. Tanto a él como a su padre les gusta trabajar la madera tanto para el arte sacro como para el arte decorativo.

Además de esta formación en el taller, Antonio posee los títulos de los cursos de Ebanistería y Talla en Piedra de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Sevilla, y ha obtenido la carta de artesano de tallista en madera, expedida por la Junta de Andalucía. Aunque durante muchos años han trabajado para otros, es a partir del año 2008, gracias a diversas ferias de arte cofrade a las que han acudido, en que empezaron a darse a conocer. Entre sus numerosos trabajos han intervenido en varios pasos de Sevilla como San Benito, San Gonzalo, La Sed o la Exaltación y fuera de Sevilla, así para Jaén, Granada, Huelva, Almería, Lugo y, por supuesto, León.

También en restauración, como el caso de las sobrepuertas del Palacio de los Villapanes (Sevilla), hoy convertido en hotel; el mobiliario del Hotel Inglaterra (Sevilla); la ampliación de mobiliario de Hotel Alfonso XIII (Sevilla); la restauración de un artesonado en la Plaza de España (Sevilla); la restauración del edificio histórico (talla y carpintería) Antiguo Ciudad de Londres (Sevilla); o el retablo de Santa Escolástica (Cáceres).

En la actualidad se encuentran trabajando para la Hermandad de la Humildad y Paz (Baleares), Hermandad de la Borriquita, y para el Cautivo de Cazalla de la Sierra, quedando pendiente el que ellos denominan “ilusionante proyecto de la canastilla de la Bofetá del Sacramentado de León”.

Es precisamente este último proyecto el que, por motivos obvios, más nos interesa y sobre el que hemos estado hablando con ellos para que nos lo expliquen con detalle,

¿Cómo surge la posibilidad de poder trabajar para nuestra Cofradía?

Surge la posibilidad de un encuentro a través del imaginero Jaime Babío en su taller. Iniciamos conversaciones y quedamos en nuestro taller para desarrollar la idea del proyecto. Hablamos de la posibilidad de hacer un trono con unas características especiales, todo ello encabezado por distintos miembros de la Hermandad, entre otros Orlando Ferreras, José Miguel, David Arias, Jorge Pérez, Gonzalo Crespo y la hermana mayor Loli. Una de las características más singulares es que el trono llevara siete capillas, es decir frente, esquinas y laterales, incorporando una cartela en la parte trasera, todo ello portando un tipo de mesa o parihuela distinta para nosotros.

Desde la perspectiva de sus conocimientos y experiencia como maestros artesanos tallistas ¿qué pautas o recomendaciones a seguir disteis a la hora de acometer el proyecto?

El deseo de estos cofrades es que querían un trono de estilo barroco sevillano o similar. A partir de ahí pusimos en marcha dicho proyecto.

Nos gustaría que nos explicaseis cuál fue el planteamiento a la hora de diseñar el trono del Cautivo y la posterior talla de su canastilla, es decir materiales a utilizar, formas, técnicas, motivos ornamentales del trono (capillas, columnas), plazos o fases de ejecución etc. y el por qué.

En cuanto a los materiales a emplear, para el trono o canastilla se ha utilizado madera de cedro real de Brasil, porque tanto las características como las garantías que te proporciona esta madera son ideales para este tipo de trabajo. Las cualidades que ofrece son muchas, por ejemplo, resiste la torsión, la comprensión, la humedad o frío según las condiciones climatológicas de la zona donde esté expuesto o resguardado; su menor peso con referencia a otras maderas; no se agrieta con los cambios estacionales por ejemplo verano o invierno; y su característico olor amargo es un repelente natural a las polillas, termitas o xilófagos. Es una madera ideal para el barnizado o dorado-policromado, con los años no sufre deterioro, tan solo su peor enemigo que es el fuego. Como toda madera tiene que tener un tanto por ciento

de humedad, por lo que solamente es necesario colocar debajo de la parihuela barreños o cubos de agua en estaciones de verano y así conserva dicha humedad. Si se mojara por lluvia o accidente, simplemente dejar que seque sola, nunca emplear aires térmicos o algún artefacto de secado, ella sola hace su trabajo. Respecto de las formas técnicas y motivos ornamentales, como ya comentamos anteriormente, fue petición de la Hermandad que el trono tuviera siete capillas, cuatro de esquinas para los evangelistas, dos laterales para Santo Martino y San Isidoro, una al frente con la custodia del Santísimo Sacramento, y en la parte posterior, al no llevar capilla, se incorpora en su lugar una cartela con el emblema de la Cofradía. El diseño del proyecto fue realizado para la carpintería y la talla por nosotros. En su diseño hemos tratado de recoger distintos tipos de detalles y elementos ornamentales típicos de los pasos más característicos de Sevilla, como a continuación vamos a describir. El tallado del trono será de estilo neobarroco, de forma rectangular ochavada. En la parte alta de la canastilla las molduras llevan talladas hojas de acanto, volutas, tulipanes y óvalos con roseta interior; debajo una moldura con un emperlado; a continuación el bombo con una cabeza de ángel en el centro, cabezas que irían en el frente, trasero y laterales del trono. La siguiente moldura a modo de pictolin en dos formas de talla; la siguiente escocia lleva hojas de acanto y van hermanadas. Finalmente, la última moldura, es decir, la que apoya sobre la mesa, lleva cinta con bolas, hoja en el centro y barra en el interior. Por debajo, es decir en el plano de la mesa, apliques sobrepuestos en todo el perímetro. Muchos de estos detalles, que son un clásico en muchos pasos, están inspirados, entre otros, en el Cristo de las Penas de la Hermandad de La Estrella, en la Hermandad de San Gonzalo y en la de las Tres Caídas de Triana. Lo mismo ocurre con las perillas y cresterías que son, aparte de los candelabros, la terminación de la canastilla y que indiscutiblemente están presentes en la gran mayoría de los pasos. Las capillas son estriadas con capiteles al estilo de la Hermandad de la Exaltación, y abajo, en el frontal, distintos apliques de hojas de acanto haciendo juego con el resto de la talla.

Como espectadores de la calle nos gustaría saber, por un lado, qué es lo que con dicho diseño se pretende plasmar y, por otro, cuál es la mayor singularidad que aportaría.

Pretende plasmar la belleza del Señor Cautivo, acompasando la belleza y bondad de ese rostro, así como realzar la custodia y las distintas imágenes del resto de las capillas. La mayor singularidad, sin duda, es la presencia de las siete capillas.

Una vez tallado y, atendiendo al diseño proyectado, ¿cuáles serían las siguientes actuaciones a acometer por orden de importancia?

La importancia que requiera la Hermandad. Nuestro consejo es, o bien el frontal o bien los candelabros. Normalmente suelen ser los candelabros. Desde nuestra experiencia y conocimientos, para este estilo de trono lo más aconsejable sería candelabros de guardabrisas de siete luces en las esquinas y de cinco luces en los laterales, puesto que los faroles son más propios de crucificados o nazarenos.

El sillón de Anás, ¿cuáles van a ser sus principales características?

También va a ser realizado en madera de cedro real de Brasil. Va a llevar decoración típica de los sumos sacerdotes sanedritas, con muchos detalles de las Hermandades del Dulce Nombre (La Bofetá) y San Gonzalo entre otras. La talla será realizada en el mismo sillón. Va tallado a dos caras, es decir, bajorrelieve frente y trasera, y por supuesto laterales, patas y peinazos. Todas las tallas son desmontables para su posterior dorado o barnizado. La estrella de David irá en el frente y el menorá o candelabro judío de siete brazos en la parte de atrás, siendo este último un elemento muy importante para los rituales hebreos y símbolo del judaísmo desde la Antigüedad. Por las características de la imagen de Anás que va de pie, tendrá una altura aproximada de 100cm más zapata para su fijación en el suelo.

Por último, y no por ello menos importante, lo relativo a su mantenimiento y conservación, ¿qué requisitos o condiciones se deben tener en cuenta para garantizar un correcto estado de conservación?

Las condiciones para garantizar un correcto estado de conservación son, fundamentalmente, no emplear ningún producto de limpieza a la madera sin consultarlo antes con el tallista; en caso de lluvia o de que se moje por alguna circunstancia no tocarlo, que se seque por sí sólo; y en verano colocar debajo de la parihuela algún que otro cubo de agua para mantener así la humedad que precisa la madera. Esta madera es tan noble que prácticamente no necesita más cuidados.

¿Alguna sugerencia o apunte más que queráis añadir?

La sugerencia es que algún día nos gustaría verlo tallado. Nuestra ilusión es máxima y contad con nuestra colaboración en todos los sentidos. Sin más, un abrazo muy fuerte a todos y esperamos veros pronto.

¡Nos hemos quedado huerfanos!

A la memoria de Quique -Enrique Val Cayón (06/05/1951-16/2/2019) y de Kiko –Francisco Trascasas Rubín (7/6/1942-7/11/2019).

Banda de cornetas y tambores de San Cayetano, León, década de 1960. El emblema de su mantolín es una reproducción del escudo episcopal del obispo Cayetano Cuadrillero y Mota, fundador de esta institución.

El Hospicio de San Cayetano, cuyos orígenes se remontan al “siglo XVIII”, acogió a niños desamparados hasta su disolución en la década de los ochenta del siglo XX. Tras la Guerra Civil española se toma la iniciativa de crear una banda de cornetas y tambores integrada por niños y jóvenes con la fi nalidad de completar su enseñanza y formación católica. Sus integrantes serán unos pobres huérfanos o abandonados, necesitados de cariño y trato familiar. Esta banda no tenía local de ensayo, con lo cual debían ensayar a la intemperie. La institución contaba con una gran huerta y, en esos terrenos, que abarcaban lo que es hoy la Biblioteca Pública y el teatro Emperador, tenía lugar la preparación de las marchas para sus salidas procesionales, cabalgatas y demás festejos. Al lado de la iglesia de Santa Nonia, justo donde está el garaje y los terrenos aledaños de la avenida República Argentina, estaba ubicado el cementerio del hospicio. Finalmente, estas instalaciones se trasladarían en 1955 a la carretera de Carvajal, pasándose a denominar “Hospicio “nuevo”.

Uno de los rasgos que singulariza esta banda durante los años 50 hasta su disolución es su uniformidad. Como cualquier banda de las actuales, la de San Cayetano también ha contado con varios uniformes, en función de la climatología o la moda de la época. El más habitual tenía pantalón largo de color beige, chaquetilla en color azul marino y una boina del mismo color que remataba en una borla dorada. La corbata era negra y se ataba con una goma para fi jarla al cuello más efi cazmente. De este modo era sencilla de poner para los niños ya que evitaban hacerse mal la lazada del nudo. Los hospicianos lo denominaban “el uniforme de gala”. La chaquetilla a veces era sustituida por un jersey de punto azul marino con guantes blancos.

Fue un auténtico placer haber escuchado las vivencias de nuestro amigo Kiko –Francisco Trascasas. Con sus palabras rememoraba tiempos pasados y yo, ensimismado, aprendía de cuanto

aconteció en la Semana Santa leonesa en su época de niñez… Asimismo, resulta chocante, al menos para el espectador del siglo XXI, escuchar atentamente el testimonio vivo de alguno de sus integrantes. Es el caso de Fernando Pintor, un ex componente de la banda de San Cayetano, quien recuerda sus salidas en la procesión del Corpus Christi así como en otras procesiones de Semana Santa leonesa, entre ellas la procesión de los Pasos. Mi amigo Fernando, que pertenece a una tradición anterior a la de “la túnica y el capillo”, nos rememora la uniformidad de su banda de cornetas en los años 40: pantalón y guerrera con gorra y el paso marcial tras el majestuoso paso de la Oración del Huerto, del imaginero Víctor de los Ríos. Paradojas de la vida, podríamos afi rmar que -durante la Dictadura- la cofradía del Dulce Nombre fue la primera en disfrutar de una banda de cornetas y tambores de componentes civiles y uniformados; y sin embargo lo tienen totalmente prohibido en el estado democrático actual, alegando que la tradición leonesa es que las bandas vistan de túnica. Probablemente muchos no recuerden o quieran olvidar que hubo un tiempo atrás a la fundación de la ya desaparecida banda de cornetas y tambores de Jesús Divino Obrero en el que los músicos iban uniformados.

Precisamente, recuerdo a Enrique Val Cayón, titular de este hermoso paso en las décadas de los 70 y 80, y tocar para las imágenes y sus braceros las primeras marchas de Alberto Escámez, que llegaban por primera vez no solo a nuestra ciudad de León sino a las procesiones de Castilla y León. Sonaban por aquel entonces Evocación, La Virgen de la Paloma y La Virgen Llora. Enrique disfrutaba enormemente con estos nuevos sones y auguraba la imparable evolución que tendría la música cofrade en León, como así se lo demostró su banda de la Victoria para los pasos del que era titular cada Sábado de Pasión: Jesús de la Esperanza y de Nuestro Padre Jesús Cautivo ante Anás.

Volviendo a la banda de San Cayetano, Fray Salvador Merino García fue el responsable de formar a los niños en el difícil arte de la corneta y el tambor. Le encomiendan renovar la plantilla con niños nuevos porque con más de 16 años no podían permanecer en ella. De esta manera, mi amigo Vicente Vidal (ex hospiciado) se incorpora a la misma en 1960 con tan solo siete años de edad; quien tocará la corneta y su hermano, el tambor. Recuerda que entre sus funciones estaba la de difundir la actividad musical entre los niños y adolescentes huérfanos de la provincia de León. Se les preparaba para la vida adulta, para ser personas de bien; pero podían estar acogidos solo hasta los 16 años y excepcio-

De izquierda a derecha antiguos componentes de la banda de cornetas de San Cayetano: Vicente Vidal, Fernando Pintor y Lucio; junto a Miguel Á. Morán González.

nalmente hasta los 21, que era cuando cumplían la mayoría de edad y debían abandonar la banda y su categoría de hospiciados. Además, debían incorporarse al ejército para cumplir con el obligatorio servicio militar.

Los ensayos se realizaban detrás de los talleres de San Cayetano y desfi laban por el recinto residencial cuando se acercaba alguna actuación. Las clases para estos instrumentos las recibían los martes y los jueves. Aunque Fray Salvador no hablaba en lenguaje musical, se expresaba con “puntos”: del primero al quinto. De manera que los niños podían comprender la altura musical referida. No había cornetas de llave sino que eran las antiguas cornetas militares en Do, siendo su escala musical Do-So-Do-MiSol. Trabajaban con cornetas doradas muy viejas y abolladas, señal de que habían sido utilizadas por la banda del Hospicio viejo de San Cayetano. Su durez complicaba la ejecución limpia de las notas o puntos musicales. El número de componentes de la banda de San Cayetano era de unos 35 o 40. En los años 60, el primero de la formación era el corneta Tabuyo, cuyos compañeros lo apodaban “el Capitán”, porque era la cabeza visible de la banda y quien marcaba las marchas procesionales. El Jefe de tambores en esos años fue Antonio Baz Pérez, que perdió un ojo el día de San Cayetano al explotarle un petardo. Posteriormente se hizo cargo de los tambores Marcos Pérez Pascual, quien redoblaba las marchas con una caja. Aparte de los ya citados, otros componentes fueron Agustín Madero, Suso (Jesús Vizcaíno), Vicente Vidal, el Marujo, Francisco Viloria, Samuel, los hermanos Alberto y Antonio Puente, Domingo “el Titi”, Jesús Bazurco y Alfonsín, considerado por muchos el alma de la banda de San Cayetano. Era un niño que profesaba el arte de tocar su corneta con gran potencia y maestría (homólogo de nuestro actual “Richar” en la banda de la Victoria).

Cada ensayo tenía una duración de unas dos horas aproximadamente con un pequeño descanso hacia la mitad. También durante ese tiempo de ensayo se dedicaban unos quince minutos a la limpieza y mantenimiento óptimo de los instrumentos. Los domingos, tras fi nalizar la misa, se interpretaba la Marcha Real para izar la bandera de España. Muchas de sus actuaciones tenían lugar en el propio recinto. Fue memorable el entierro de la monja Sor Julia Muro, donde la banda desfi ló a paso lento.

La banda sobrevivió hasta principios de los años 80. Fueron más de treinta años de andaduras por la ciudad de León y sus comarcas. Una vez disuelta la banda su cultura cayó en el olvido, pero en parte continúa vigente en bandas actuales, pues después de setenta años mantenemos su tradición de vestir uniforme o, como hiciera Fray Salvador, difundir la música a través de la Escuela Infantil. Habiendo fi nalizado una quinta parte del siglo XXI uno se pregunta que quizá no hemos cambiado tanto.

D. Miguel Ángel Morán González

Doctor en Filología Hispánica y Máster en Literatura Universal y Comparada

Recuerdos de un Sabado de Pasion

El Sábado de Pasión siempre fue un día extraño en el calendario leonés cofrade. Había empezado la Semana Santa en León sin dar comienzo. A caballo entre el repicar de campanas de la Iglesia del Mercado el Viernes de Dolores, y el solemne “Dainos Señor Buena Muerte” del Domingo de Ramos.

El Sábado de Pasión era un día de “corrillos”, de ansiada espera de lo que estaba por venir, de una ciudad que vestiría de túnica, de olor a incienso, que sabía de Cristos agonizando y de Vírgenes Dolorosas con lágrimas de desconsuelo y, por qué no, de “matar algún que otro judío” mientras se comentaba qué habría de nuevo.

El Sábado de Pasión, en resumidas cuentas, para muchos de nosotros era en cierto modo un día hueco, un día de vísperas que no hacía más que acrecentar los nervios de todos aquellos que, durante un año entero, esperábamos impacientes la llegada de una nueva Semana Santa a la capital del Viejo Reino.

Hace veinticinco años la espera abrió paso a la ilusión, la ilusión que acarrea todo lo nuevo, la ilusión de ver cumplido un sueño, un sueño teñido de azul, azul de capirote, de uniforme, azul de anhelo. Se entrelazaron la Esperanza en Jesús Sacramentado con la imagen de un Cristo, que después de mil Batallas reposaba en la pequeña capilla. Dos sentimientos distintos sí, pero unidos en un mismo gusto, el gusto por romper con viejas cadenas que amarraban con fuerza todo aquello que pudiera representar una ventana de aire fresco. El rachear sereno dejó paso a un andar nuevo, las viejas notas cobraron nueva forma y apostaron por un aire más flamenco. El Sábado de Pasión pasó a ser “nuestro”, cambió ese punto de indiferencia por un revuelo de nervios, de capirotes que rasgaban con su punta el azul del cielo, de gorras que desterraban el capillo y de emociones que se agolpaban inquietas ante ese horizonte nuevo. El Sábado de Pasión, desde entonces, siempre representará ese sentimiento nuevo: El recuerdo de ver junto a mi uniforme una túnica que se fundían en el Camino que conducían los sueños.

Aquel Sábado de Pasión, cuando se abrió la puerta de los deseos, no había el gentío que hoy se agolpa y que con su presencia refrenda la rebeldía de aquellos que se empeñaron en traer un sentimiento nuevo. Veinticinco años atrás era un cortejo más austero, pero con una fe inquebrantable sin cuya fuerza seríamos testigos de lo que hoy vemos.

Este año, cuando el viejo portón se abra de nuevo, todos esos sentimientos se volverán a agolpar y mis recuerdos cobrarán, como todos los años, mágica vida, y volveré a verte con tu túnica azul y el capirote cubriendo tu rostro, pero con el brillo que desprendía tu mirada cuando orgulloso contemplabas cómo Jesús de la Esperanza era escoltado por un torbellino de notas cargadas de fe y de anhelo. Muchos como tú ya no estarán, pero nos seguirá recorriendo el escalofrío de notar vuestra presencia de nuevo. El Sábado de Pasión ya no es un sábado hueco, es un sábado de fe, de ilusión, de Jesús Cautivo ante Anás, de revuelo de gorras blancas, de braceros que se arrancan con un izquierdo, de notas de consuelo que brotarán de nuevo de una corneta, y del redoble surgido del tambor de los sueños. El Sábado de Pasión es ahora un puente azul y blanco que une dos sentimientos: Jesús Cautivo de su Esperanza y mi “Cristo Viejo”.

D. Carlos Javier Blanco Rodríguez

(Subdirector Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo de la Victoria)

Identidad

Escribir desde León sobre la Semana Santa Leonesa para alguien que nunca ha vestido túnica siempre me ha parecido osado y es algo a lo que jamás aspiré. Es una cuestión principalmente de respeto. Respeto en primer lugar hacia lo que esta manifestación representa en esta tierra para miles de personas, y que se complica además porque no representa lo mismo para todos ellos. Y respeto también para decenas de nombres conocidos por todos que derrochan pasión, estudio y talento a la hora de diseccionar cada instante, cada trazo cincelado en las tallas, cada sonido, cada olor y cada sentimiento a lo largo de cada instante de esta semana de diez días. ¿O es quizás de 365 días en realidad? Para muchos, todos sabemos que lo es.

Me ruborizo solo con imaginar frente a este texto a los Jorge Revenga, Aurora García, los hermanos Cayón, a mis colegas Susana Vergara, Susana Peña, Javi Motorines o Luis Cañón, a mi vecino José Antonio Fresno, a mi amigo de la infancia y desde entonces admirado Mario Díez-Ordás o a tantos y tantos otros.

Visualizo en mi mente esa gran foto en la que Mauricio Peña captó el recogimiento de mi compañero de trabajo Emilio Morán postrado en oración ante su Nazareno y se me quita cualquier tentación de impostura para mentar sentimientos.

Vuelvo a mi infancia, al barrio, y veo a Ballesteros y a Manolo Nistal con su banda de cornetas y tambores cada gélida tarde de invierno, resguardados tras la tapia de la azucarera.

FOTOS: Marta Cayón

Recuerdo a la señora Sabina como un elemento más de la capilla en su reclinatorio ante el Cristo del Perdón y pienso que quién soy yo para hablar de fe y religiosidad.

La tentación me pide pues bajar a la tierra, porque la Semana Santa es también historia, y arte, y simbolismo, y entonces me tiemblan las rodillas solo de pensar en artistas y estudiosos como Gonzalo Márquez, Manuel López Becker, Javier Caballero Chica o Xuasús González, por no citar toda la procesión que desfi la ante mi mente. Cualquier intento de dar una simple pincelada sobre los siglos de historia de hermandades como las de Jesús, Angustias o Minerva, o de abstraerme al milagro terreno de arrancar vida, dolor o agonía a un pedazo de madera en tallas como las del Cristo de los Balderas, la Dolorosa o la Virgen del Mercado me parecería un atrevimiento imperdonable por mi parte.

¿Y qué hago entonces yo aquí?, se preguntará con razón más de uno al igual que me lo pregunté cien veces yo mismo. ¿Cómo ha llegado a estas páginas la dudosa aportación de un intruso reconocido como yo? Con fe o sin fe, hay caminos inescrutables. Los que a mí me condujeron hasta aquí fueron el relámpago de un premio literario por una novela que me cataloga de repente como escritor leonés -de nuevo las comparaciones pueden producir sonrojo- y una invitación de esas que se defi nen en la más famosa frase escrita por el célebre novelista Mario Puzzo: es una propuesta que no podría rechazar.

¿Y por qué no? Cuál es la razón, ya que hablamos de Semana Santa, para recurrir a la frase de don Vito Corleone en ‘El Padrino’ y no a la oración de Jesús de Nazaret en el Huerto de los Olivos: ‘Si es posible, que pase de mí este cáliz’. Parece más ajustada al tema, de eso no hay duda. Pero de nuevo tenemos que hablar de respeto. Como aspirante a escritor, debo un gran respeto a una invitación para estar presente en la esperada vuelta de una revista como ‘Abba’, y también como leonés, o como aspirante a leonés. Porque yo no soy un LTV (Leonés de Toda la Vida). Aunque me salieron los dientes en esta querida ciudad y todo lo que tengo y lo que más amo está en ella, lo cierto es que mis cepas son asturianas. No me bautizaron en la Iglesia del Mercado ante la Morenica, no puedo presumir de seises de alguna de las tres negras entre mis ascendientes. Ni siquiera a mí mismo me ha cubierto jamás un capillo. A lo más que llego es a papón de acera.

¡Pero si ni carnet de la Venatoria tengo, por no tener! ¿Qué me afi anza a mí simbólicamente como leonés aparte de comer Ronchitos? Precisamente por eso jamás podría rechazar esta invitación, por respeto y por agradecimiento. Porque sé que es muy posible que nada de lo que pueda escribir jamás me consagre como escritor, pero este breve texto sí que me consagra como leonés. Son los oleos de mi confi rmación.

Por eso quiero hablaros de lo único que yo conozco sobre Semana Santa. De esas largas vísperas a la espera de la primera luna llena del equinocio con los tambores y los metales que suenan cada noche desde el otro lado del río o tras el portón de la cochera de Santa Nonia, del olor a sarga en las tintorerías, de miradas al cielo, de oraciones ante las nubes grises y ante las isobaras apretadas, de concejales con banda escoltados por los maceros. ¡Hay limonada! Y escabeche. Y amigos. Todos los amigos, incluidos esos que se tuvieron que ir pero que esta semana vuelven. No la perdonan por nada, aunque algunos tengan que cruzar medio mundo; es el otro Encuentro. Mantillas negras, trajes y corbatas negras sobre camisas blancas. Luto, sí, pero también fi esta, porque es tiempo de celebrar: la tradición unos, otros la resurrección que es la base misma de su fe. Cada uno lo suyo, pero todos con lo que los une, con lo que los identifi ca.

Niños de estreno, endomingados. Zapatos nuevos, palmas, globos y obleas para ver a la Borriquilla, La Virgen del Camino que sale del Mercado, raseos de suelas sobre el silencio de las callejuelas, fl ores, incienso, el arte y la fe que bailan al son de las baquetas sobre el cuero y de los golpes sordos de la horqueta en los adoquines. Martes de Perdón y de faroles ferroviarios ante el Locus Apellationis, hermandades ancestrales y recientes creadas en torno a barrios, a ofi cios. Hosteleros, estudiantes, abogados, ferroviarios, obreros. Cada uno con la suya y todos a una.

Silencio que convive con el estruendo de las cornetas y los tambores.

Y mil tradiciones, ancestrales unas y otras que se unen, porque hay vida, hay evolución. Pregones, mil carteles en los escaparates, monedas de plata en el aire y dinero tirado en el suelo, viacrucis, la saca, la Ronda. ‘Levantaos hermanitos, que ya es hora’ y ya es hora para otros de dormir, o de dormirla. No pasa nada. Ellos también hacen distinta a esta semana grande.

Porque hay otras Semanas Santas. Con más dorados y colores unas, con silencios atronadores otras. Las hay donde se fl agelan hasta el alma y donde la tamborrada aturde durante veinticuatro horas. Algunas son auténticos museos que sacan a la calle obras de artistas hace siglos consagrados mientras que aquí tenemos imágenes con el último toque del cincel aún reciente; las disfrutamos en la calle mientras les llega el momento de entrar en los manuales de Historia del Arte.

Hay otras, hay muchas, pero la Semana Santa de León tiene algo especial. Un “je ne sais pas quoi”, que dicen los franceses y que la diferencia. Es carácter, individualidad en lo colectivo, contrastes, contradicciones, cohesión, personalidad, fi esta ruidosa y recogimiento, personalidad, particularidades, singularidad, distinción, idiosincrasia. Quizás sea porque es de todos, aunque algunos ni siquiera lo sepan. Todos la hacen y ella nos hace. La Semana Santa es León y es parte de nuestra identidad. Mi identidad.

D. Juan Carlos Vázquez

Periodista y escritor XXXVII Premio de Novela Felipe Trigo

Jesus Ante Anas en San Lorenzo

CIEN AÑOS DE LA REORGANIZACIÓN DE LA BOFETÁ

INTRODUCCIÓN

Se cumple en este año de 2020 el centenario de la primera salida de la hermandad sevillana del Dulce Nombre tras su reorganización, en noviembre de 1919, por un grupo de estudiantes y de empleados del Banco Hispano Americano.

Sucesos como la invasión francesa o las desamortizaciones propiciaron que muchas hermandades de Sevilla pasaran por largos periodos de decadencia durante el siglo XIX, lo que motivó incluso que algunas de ellas llegaran a desaparecer tras siglos de bonanza. “En 1882, José Bermejo y Carballo publica su obra GLORIAS RELIGIOSAS DE SEVILLA. Noticia histórico descriptiva de todas las Cofradías de Penitencia, Sangre y Luz, fundadas en la ciudad de Sevilla”, primer tratado de las Cofradías de Sevilla, donde se da cumplida información y se recoge información de las cuarenta y una cofradías de penitencia de Sevilla y doce de Triana fundadas hasta entonces de las que había conocimiento de su existencia.

F u e precisamente la lectura de dicho libro la que incitaría al joven Alfredo Estrada de la Roza, a interesarse por la antigua Cofradía de la Bofetada que le dieron a Nuestro Divino Redentor y Dulce Nombre de María, que Bermejo situaba en el Beaterio de la Santísima Trinidad y junto a su compañero en la Facultad de Derecho, Juan Pérez Calvo, sería otro de los promotores en la revitalización de la Hermandad, cuyo germen estaría, según contaban ambos protagonistas, en 1918 en las reuniones que cada domingo, en torno a las siete de la mañana, congregaban a un grupo de muchachos, estudiantes y empleados del Banco Hispano Americano en un café de la sevillana Puerta de Jerez, antes de encaminar sus pasos hasta el Beaterio de la Santísima Trinidad donde escuchaban misa ante las imágenes de la olvidada corporación.

LA COFRADÍA DE LA BOFETADA

Esta antigua Cofradía de la Bofetada que le dieron a Nuestro Divino Redentor, que llevaba extinguida desde fi nales del siglo XVIII, era el resultado de la fusión de tres antiguas corporaciones, la más antigua, la de La del Niño Perdido y la Gloriosa Santa Ana, de origen caritativo fundada en 1584 por Fray Diego Calahorrano, en el convento dominico de Montesión, cuyo fi n primordial era atender, amparar y socorrer a niñas huérfanas, tomando el patrocinio y tutela del Ayuntamiento de Sevilla, en 1587. Por otro lado, la del Dulcísimo Nombre de María y Mayor Dolor de Cristo, fundada a fi nales del siglo XVI en el barrio de San Bartolomé, y que en 1634 residía en Santa María La Blanca, y a la que perteneció el insigne pintor Francisco de Zurbarán, si bien en su nómina de cofrades destacaban por su número los escribanos públicos y ministros de la plaza. Y por último la de la Bofetada que dieron a Cristo en Casa de Anás que tenía su origen a fi nales del XVI o principios del siglo XVII. Las dos últimas se fusionaron en el Convento Casa Grande de la Merced, pasando posteriormente a la capilla del Hospicio de las Niñas Huérfanas de la calle del Naranjo, donde se fusionarían con la del Niño Perdido.

La Cofradía de la Bofetada hacía su estación de penitencia en la tarde del Jueves Santo como detallan las reglas de 1696, que fueron descubiertas en el archivo de la Biblioteca Nacional de Madrid por el investigador Enrique Guevara Pérez en 2008. Si bien hay noticia de que ya la realizaba en 1632 y 1633, se tiene constancia de la última estación de penitencia en 1745. Apenas hay noticia de cómo sería el misterio de la Bofetada, si bien de aquella época se conservan los cuatro ángeles-virtud, atribuidos al utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón -autor de la portentosa imagen del Stmo. Cristo de la Expiración, (El Cachorro)- que formarían parte del paso diseñado por dicho escultor y ejecutado por éste junto con Bernardo Simón de Pineda, y que la Hermandad de la Bofetada adquirió a la corporación de los Sagrados Clavos, hoy Las Siete Palabras, en 1739.

Tras la clausura del Hospicio de las Niñas Huérfanas en 1795 y el traslado de éstas al Beaterio de la Santísima Trinidad, Bartolomé Cabello, párroco de Santa María la Blanca, reclamó para el Beaterio las imágenes y enseres de la Cofradía que permanecían en el antiguo Hospicio adonde llegarían en 1803.

LA REORGANIZACIÓN

Aquellas entusiastas reuniones de las mañanas de los domingos van a germinar en un proyecto que en junio de 1919 solicitará formalmente la reorganización de la Hermandad y, de la mano del párroco de San Román D. Antonio Ruiz de Vargas Muñoz, que no sólo les abrirá las puertas del templo -sino que será el primer Hermano Mayor y Director Espiritual-, conseguirán que el 3 de noviembre se conceda provisionalmente la erección canónica, si bien antes, y en un penúltimo golpe de efecto, el joven Alfredo Estrada que estaba de vacaciones en Cantabria, enterado de que el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Enrique Almaraz y Santos pasaba unos días de descanso en el Balneario de Cestona, se desplazó hasta dicha villa guipuzcoana, con el plan de entrevistarse con el prelado.

Cuentan que el joven, tras besar el anillo, sacó un pequeño envoltorio con papeles y le dijo: -Eminencia, aquí viene un cofrade de Sevilla para que le fi rme V.E. las reglas de su Hermandad. A lo que el Cardenal sorprendido ante la situación exclamó con humor: ¡Cómo no iba a ser un cofrade de Sevilla a quien se le ocurriera esto!-. Finalmente, el 8 de noviembre de 1919, la autoridad eclesiástica devolvió las reglas aprobadas “ad experimentum” por un plazo de tres años de la “Fervorosa Hermandad de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús ante Anás, Santísimo Cristo del Mayor Dolor y María Santísima del Dulce Nombre”, fi jándose su sede canónica en la Parroquia de San Román.

El 30 de marzo de 1920, Martes Santo, su primera Estación de Penitencia, con dos pasos con las primitivas imágenes, en el primero iba el Señor de la Bofetada y en el segundo, la Virgen del Dulce Nombre bajo palio. Sus nazarenos vestían en el paso del Señor, túnicas de cola de ruán morado y en el paso de la Virgen, túnicas de cola de ruán negro; en ambos casos con cinturón de esparto ancho. El paso del Señor fue cedido por la Hermandad de las Siete Palabras, y los enseres del paso de palio eran pertenecientes a la Hermandad de Los Gitanos.

Al año siguiente los nazarenos estrenan las características túnicas blancas de cola con la cruz trinitaria de hilo gallego, sacando el primer misterio de la Bofetada obra de Miguel Ángel Rodríguez Magaña, con la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Humildad ante Anás obra del mismo autor.

En 1922, empezaría a dotarse a la cofradía de sus señas de identidad, lleno del sabor

regionalista que impera en aquellos años en la ciudad en vísperas de la Exposición Iberoamericana de 1929, con la ejecución del nuevo palio bordado en oro obra de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, que se complementaría en 1923, con el estreno del manto azul bordado y con el gran estreno del nuevo misterio del pasaje de Jesús ante Anás obra de Antonio Castillo Lastrucci, así como el palio y el manto de la Virgen del Dulce Nombre obras ambas de Juan Manuel Rodríguez Ojeda.

Al año siguiente saldrían por primera vez bajo palio las actuales imágenes de María Santísima del Dulce Nombre y de San Juan Evangelista, conjunto denominado popularmente “la Gracia de Sevilla bajo palio”, obras también de Castillo Lastrucci, quedando fijado así, el canon de la Cofradía que ha llegado hasta nuestros días. En este año de 1924, pasa a residir canónicamente en el templo Franciscano de San Antonio de Padua, sito en la calle San Vicente, dentro de la collación y feligresía de la Parroquia de San Lorenzo, donde permanecerá hasta 1968, en que se traslada a la mencionada Parroquia de San Lorenzo Mártir, donde fija su sede canónica y pasa a ocupar la Capilla propiedad de la Hermandad del Gran Poder, en donde durante casi tres siglos recibió culto el Señor de Sevilla.

La Hermandad da culto al Crucificado del Mayor Dolor, obra anónima del siglo XVII, que procede de la cofradía primitiva y que se encuentra en San Lorenzo. Las imágenes primitivas se encuentran depositadas en el Beaterio de la Santísima Trinidad.

LA BOFETÁ

El Martes Santo de 1923 se produce un cambio en el concepto de la Semana Santa de Sevilla, al procesionar por primera vez la imagen actual de Nuestro Padre Jesús ante Anás y el misterio de “la Bofetá”. Las imágenes, tanto del Señor como las que componen el misterio, son obra del imaginero Antonio Castillo Lastrucci; las primeras de su autor para la Semana Santa Sevillana, e impactaron profundamente por su innovadora y acertada composición, así como por su belleza plástica, pasando a ser un referente para posteriores composiciones. No hay contrato escrito pero sabemos que, a mediados de 1922, Antonio Castillo Lastrucci ya trabajaba en el misterio de Jesús ante Anás. El 25 de octubre de aquel año, en la calle Federico de Castro nº 16, actual Cuna, domicilio del Hermano Mayor, un nutrido grupo de hermanos encargaron a Castillo la imagen del Señor y el grupo escultórico representativo de la comparecencia de Cristo ante Anás y la bofetada recibida en su interrogatorio. Junto al Señor y Anás, forma parte de la escena dos sanedritas, un sayón en actitud de abofetear a Cristo, un soldado romano y un falso acusador. La imagen del Señor, realizada en madera de cedro y de pino policromada, fue valorada por su autor en 3.500 pesetas de la época. El resto del misterio fue valorado en 6.725 pesetas. El primer pago se efectuó el 14 de octubre de 1922 y el último el 26 de marzo de 1923 por igual cantidad, el importe de ambos fue de 500 pesetas. Excepto la imagen titular, todas fueron concebidas en técnica mixta con encarnaduras talladas y ropajes modelados con telas encoladas, que fueron retiradas por Juan Pérez Calvo en 1961.

La imagen del Señor fue bendecida en la parroquia de San Román el 11 de marzo de 1923. Una semana después, Castillo Lastrucci entregó las seis imágenes que acompañan a su primera imagen para una cofradía sevillana.

Jesús ante Anás alterna dos túnicas bordadas, una en color granate, obra de Victoria Caro del taller de José Caro en 1945, y otra en color blanco por el taller de bordados de las Hijas de la Caridad del Colegio de San Martín de Cádiz siguiendo dibujo y diseño de Juan Pérez Calvo de 1963.

El paso de misterio, diseñado por Juan Pérez Calvo y tallado por Rafael Fernández del Toro en 1945, de dorado en estilo neobarroco, elaborado en madera de pino de Flandes. Es de líneas rectas, y tiene perfiles y bombo en su canasto. Porta en la actualidad respiraderos y maniguetas ejecutados por Antonio Vega Sánchez en 1977. Lleva cartelas del escultor Luis Ortega Bru y ángeles querubines obra del escultor Manuel Lara (2016). El paso se complementa con seis ángeles virtud, cuatro atribuidos a Francisco Antonio Ruiz Gijón (Siglo XVII) y dos copias de los anteriores de Manuel Echegoyan (1945). El pebetero actual, así como las banquetas de los sanedritas, son obra de Francisco Verdugo en 2016. El suelo, ejecutado en óleo sobre tabla, imitando mármol verde, por Manuel Mazuecos en 2016.

Porta faldones de terciopelo granate con broches bordados en oro, diseño de Juan

Pérez Calvo y obra del taller de las Hijas de la Caridad del Colegio de San Martín de Cádiz en 1962. Su llamador tiene forma de calabrote, en simbología y recuerdo del cordel, cuerda o soga con que se cuenta que Cristo fue llevado cautivo ante la presencia de Anás. Es de metal y fue donado por la Fundición de San Antonio, y refundido en bronce por Adolfo Escacena en 1939.

La Hermandad celebra Misa de Hermandad todos los martes del año y tiene un marcado proyecto social en su Bolsa de Caridad.

Este año, con motivo del centenario de la Reorganización se ha celebrado un extenso calendario de actos y cultos, destacando la exposición “1919, pasado y futuro” en el Real Circulo de Labradores, recorriendo la historia de la Cofradía, exponiendo las imágenes primitivas, así como diferentes enseres, un ciclo de conferencias, la publicación de un libro sobre la historia de la Hermandad, así como varios conciertos. Todos estos actos concluirán el próximo Martes Santo con la salida de la Cofradía que tendrá este año una significación especial.

D. José Luis Trujillo del Real

Colaborador en el Boletín de las Cofradías de Sevilla y en los Boletines de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús ante Anás, Sto. Cristo del Mayor Dolor, María Stma. del Dulce Nombre y San Juan Evangelista (Hermano de “La Bofetá”)

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