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Fe y Religiosidad
“Legione in Hispania, sancti Martini de Sancta Cruce, presbyteri et canonici regularis, Sacrarum Scripturarum viri vere periti”.
Martirologio Romano, del papa Juan Pablo II (2001)
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REDESCUBRIR LA LITURGIA PARA Perder La Calle NO
Manuel S. Flaker Labanda Delegado Episcopal para la Junta Mayor de la Semana Santa
En estos últimos meses se ha escuchado mucho “Este año tampoco tendremos semana Santa...” esto no es así. La Semana Santa es el marco litúrgico para el gran Misterio Pascual, centro del año litúrgico y su fuente.
La situación sanitaria que padecemos nos obliga a retornar a lo esencial, a redescubrir las esencias, es decir el misterio celebrado en la liturgia; sin duda es providencial a pesar de todo. Decía el sacerdote y escritor argentino de origen italiano Leonardo Castellani: “A medida que se va perdiendo el sentimiento de lo sacro, se han ido multiplicando las fiestas seudosacras sin contenido sacro; a causa de la ley biológica que dice: «a medida que disminuye lo vivo aumenta lo automático». Toda fiesta verdadera se basa en una necesidad y se cumple en la recepción de un don espiritual, el cual por el hecho de recibirse aúna y unifica todas las voluntades”
Estas palabras escritas hace décadas describen muy bien la situación que se percibe en la sociedad y en muchos de nuestros cofrades. De manera que esta semana Santa y Pascua se nos invita a ir a lo esencial a la fuente donde han nacido las procesiones, que son esa puesta en escena, necesaria, que nos ayuda a contemplar el Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Según relata la Peregrina Egeria (año 381-384), los cristianos de la Tierra Santa vivían como una única realidad litúrgica y procesiones.
A esto hay que retornar. Es verdad que, por otro lado, en el siglo IV la participación de los fieles era plena en la liturgia y en las procesiones. Mientras que la herencia que ha llegado hasta nosotros, de origen medieval, se desconecta de la participación litúrgica, porque los fieles no comprendían el misterio celebrado y ni siquiera se les daba participación plena y consciente. Por lo tanto, la piedad popular fue el ámbito donde los fieles podían expresar ese deseo de vivir el misterio. Hay que matizar que la Piedad Popular es sacramental, es decir imita el sacramento y aunque contiene dones espirituales, no alcanza la potencia salvadora y vivificante de Gracia de los Sacramentos.
Los sacramentales tienen que nutrirse de los Sacramentos. Estoy plenamente convencido que las procesiones si no se nutren en la vida sacramental de la Iglesia, se desacralizarán y perderán su sentido originario y genuino. Estas afirmaciones mías no quieren ni mucho menos cerrar las puertas a la creatividad y a la riqueza de expresiones populares. Reconozco que hay una necesidad Antropológica y Espiritual de participar en el misterio de Cristo y de escenificar, la Pasión, muerte, sepultura y Resurrección del Señor. En toda la Tradición de la Iglesia ha estado presente un componente “la Mímesis” es decir la imitación, las procesiones son la puesta en escena plástica y existencial de esa “Mímesis”. De hecho, la Semana Santa y su centro “El Triduo Pascual” contienen la “sacramentalidad” y la “Mímesis”. Es necesario redescubrir la liturgia, regresar a lo fundamental, a lo esencial para que cobre esplendor espiritual las procesiones y los cofrades. El Papa Francisco decía en la audiencia general de 3 febrero de este año “Necesitamos retornar a la liturgia, un cristiano sin liturgia es un cristianismo sin Cristo”. Una semana Santa sin liturgia es un cadáver. Sigue diciendo el Papa “La espiritualidad cristiana tiene sus raíces en la celebración de los Santos misterios…” “Ha habido en la historia de la Iglesia la tentación de practicar un cristianismo intimista, es decir una religiosidad que no reconocía a la liturgia su importancia espiritual”.
Da pena constatar que hay cofrades que jamás han participado en el Triduo Pascual, es decir en la Eucaristía de la “Cena del Señor” el Jueves Santo, en la liturgia de la “Pasión del Señor” el Viernes Santo y ni en la Solemne Vigilia Pascual, que son las celebraciones centrales del Año litúrgico.
Esta es la oportunidad para impregnarnos de la liturgia, conocer su eficacia, su belleza, su fuerza deslumbrante, ella es fuente de inspiración de la piedad popular y de la renovación constante de la vida cristiana.
Veamos la situación provocada por el Covid 19 como una oportunidad para redescubrir el origen de nuestras cofradías y procesiones. Que sea un retorno a lo Sagrado, a las fuentes, al misterio. Vivamos una “Semana Santa interior” llevemos la calle a nuestras Iglesias y Capillas, para hacer “memorial” y celebrar los acontecimientos centrales de nuestra fe. La vuelta a lo espiritual y religioso, redundara en la verdad y autenticidad de las cofradías y a su testimonio de fe. Ya que los procesiones son manifestaciones públicas de la fe.
“Señor sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos mira si mi camino se desvía, y guíame por el camino eterno.” Salmo 138
Feliz Pascua de Resurrección.
Y LLEGÓ EL DÍA TAN ESPERADO: La Procesion
Francisco Rodríguez Llamazares Abad-presidente del Cabildo de la Real Colegiata Basílica de san Isidoro
La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, amparo de los leoneses (Sacramental y Penitencial)… “tiene por finalidad la adoración al Santísimo Sacramento y la devoción a su bendita Madre en su dolor junto a la Cruz del Hijo…” (Art. 3)
“Establecemos como titulares a Nuestro padre Jesús Sacramentado y a su madre, maría Santísima de la Piedad, Amparo de los leoneses”. (Art. 4)
1.-Historia
El 17 de septiembre de 1993 se aprobó una comisión que se encargase de redactar los estatutos de la nueva cofradía, cuya fundación se produjo el 8 de marzo de 1994, decretada por el obispo Antonio Villaplana Molina. Procesionó por primera vez el sábado de Pasión de 1995, con la imagen de Nuestro padre Jesús de la Esperanza, obra de Melchor Gutiérrez San Martín.
Tras esa primera etapa, se incorporó una imagen propiedad de la Basílica de San Isidoro, la Virgen de la Piedad y del Milagro, que se convirtió en cotitular de la cofradía. Posteriormente, el cortejo se completó con la imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Esperanza, de Miguel Bejarano, y Nuestro Padre Jesús de la Esperanza Cautivo ante Anás, de Jaime Babio.
2.-Sede
La cofradía tiene su sede en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro de León, templo eucarístico que goza del privilegio inmemorial de la exposición permanente de Jesús Sacramentado, para la adoración de los fieles, y donde se venera la imagen de la santísima Virgen de la Piedad y del Milagro, cotitular de la cofradía.
3.-Emblema
El emblema de la cofradía, según el Art. 7 de los actuales estatutos, está compuesto por escudo ovalado partido en dos campos: en el superior, el cordero eucarístico del tímpano de la portada principal de san Isidoro; y en el inferior, la santísima Virgen besando la mano del Hijo al ser descendido de la cruz, según se efigia en el tímpano de la puerta del perdón de San Isidoro.
4.-Descripción del hábito
Según el Art. 8 de los vigentes estatutos, aprobados con fecha 25 de octubre de 2004: “El hábito de la cofradía se compone de túnica de color azul marino sencilla, sin tablas ni adornos, y con manga ancha. El capirote tendrá un metro de alto, también de color azul marino, en cuyo babero se incorporará el emblema de la cofradía en el centro. Los pantalones, calcetines, zapatos, corbata y guantes serán de color negro, en tanto que el de la camisa, será blanco. Las hermanas utilizarán zapato bajo y pelo recogido”.
5.-Nombre
La cofradía es una asociación integrada por un grupo de personas que se juntan bajo el mismo nombre y con objetivos específicos. En este sentido, existen diversos tipos de cofradías: las penitenciales, que son aquellas que se realizan durante la Semana Santa y que implica la práctica de penitencia.
Las cofradías sacramentales tienen como finalidad el culto o devoción al Santísimo Sacramento. Muchas de estas cofradías suelen organizar, por lo menos una vez al año, procesiones ya sea solas, o en unión con otras cofradías. En todas ellas existen aspectos relacionados con obras de caridad y de actividades vinculadas a la advocación.
6.-La Cruz de Guía
Todas las cofradías inician sus desfiles con la Cruz de Guía, la cual es llevada por un hermano vestido con la túnica de penitente al que se suele llamar crucero. Simboliza el carácter cristiano de la procesión, representando además la cruz que todo cristiano debe seguir. La Cruz de Guía siempre va flanqueada por una o dos parejas de faroles (llamados faroles de guía), que suelen ser los más grandes de todo el cortejo.
7.-Otras banderas e insignias
Por el carácter “sacramental” de la cofradía, en la procesión, desfilan las banderas representativas de: La Adoración Nocturna masculina y femenina (A.N.E Y A.N.F.E) respectivamente, la bandera de Guardia y Oración ante el Santísimo Sacramento y la del Apostolado de la Oración, asociaciones íntimamente vinculadas a la Basílica isidoriana y que cumplen, según Estatutos propios, con el compromiso de adorar día y noche a Jesús Sacramentado.
Al estar tan arraigada en la Real Colegiata de san Isidoro la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que fomenta y promueve el apostolado de la Oración, en la procesión desfilan las promesas del Sagrado Corazón de Jesús bellamente bordadas en unos respectivos banderines y que dicen:
1. A las almas consagradas a mi corazón, les daré las gracias necesarias para su estado. 2. Daré paz a las familias. 3. Las consolaré en todas sus aficiones. 4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida y, principalmente, en la hora de la muerte. 5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas. 6. Los pecadores hallarán en mi corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia. 7. Las almas tibias se harán fervorosas. 8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección. 9. Bendeciré las casas en las que la imagen de mi
Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada. 10. Daré a los sacerdotes la gracia para mover los corazones empedernidos. 11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán escrito su nombre en mi corazón y jamás será borrado de él. 12. A todos los que comulguen los primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.
8.-Insignias de las basílicas menores
Uno de los elementos más singulares de cuantos forman parte del cortejo de la Cofradía Sacramental y Penitencial durante su estación de penitencia es la llamada insignia basilical. Se trata de aquella que la Santa Sede concede a los templos a los que eleva a la dignidad de basílica, y que hacen suyas las corporaciones que en ellos residen. En su conjunto está compuesta por tres elementos diferentes: el tintinábulo (del latín tintinabulum, que significa campanilla), el canopeo (del latín canopeum) -también conocido como umbraculum – y la pareja de ciriales que escoltan a este último.
Origen. La primera referencia del uso de insignias basilicales se retrotrae a 1391, a la canonización de Santa Brígida, en la que se narra que los canónigos de San Pedro salieron a recibir al Papa con cruz, umbela y tintinábulo. Estas insignias se extendieron a los colegiales insignes de Roma, y, de éstas, a las basílicas menores. Este fue su uso ratificado en 1817 y 1836. Los decretos de 1968 y 1989 no mencionan ni umbela ni tintinábulo, por lo que se deduce, al no ser abolidos, que pueden seguir usándolos, aunque no sean ya prescritos.
El portador del tintinábulo sigue a la cruz procesional y, detrás de éste, va el portador de la umbela. Como estas insignias no son emblemas litúrgicos, son asimilados a los estandartes y son, por ello, portados por laicos, preferentemente personas vinculadas a la Basílica.
Umbrela basilical. Es una umbela semi abierta. En ella se usan los colores rojo y amarillo, heredados del Senado Romano, y que fueron adoptados para la umbela como insignia del gobierno papal. Está semi abierto esperando al Pontífice, y solamente se abre del todo para recibirlo.
Tintinábulo. Es un ornamento procesional que acompaña a la umbela. Su origen parece que tenía una finalidad práctica, avisar de la procesión. Es una pequeña campana de metal, de unas cuatro pulgadas de alto, montada en un campanario de sobre seis pies de largo, sobre un astil. La campana de una basílica menor no puede incorporar en su diseño ningún ornamento o inscripción, pues esto es exclusivo de las basílicas mayores.
La Semana Santa del año 2021 pasará a la historia como un tiempo en el que el miedo está muy activo entre nosotros; en el que la economía amenaza ruina: nuestro modo de vivir se tambalea, y el virus afecta a todos, ricos y pobres, jóvenes y ancianos.
Todo esto que nos está sucediendo ha de ser una lección de “humildad” que pone en evidencia la fragilidad de la condición humana. No vale pensar o creer que “somos como dioses”, que fue la sutil y nefasta tentación en la que cayó el hombre al comienzo de su historia en esta tierra.
En medio de todo lo que nos conmociona, tenemos una gran ocasión para dejar que la tremenda crisis que nos está tocando vivir provoque una búsqueda existencial y espiritual de la que salgamos más humanos y dispuestos a buscar caminos de reconciliación con nosotros mismos, con los demás, con la creación, con Dios: más abiertos a la sencillez, a la gratuidad, a la sorpresa y a la pequeña tarea de reconstruir lo esencial, donde se halla el sentido de la vida.
“Salvemos la Semana Santa”, es una frase que se oye decir con mucha frecuencia en ese tiempo nuestro. Este deseo puede referirse fundamentalmente a la posibilidad de recuperarse de las enormes pérdidas económicas, especialmente en el campo del turismo y la hostelería. O también a restablecer algo tan arraigado en España como son las procesiones en su doble versión de religiosidad popular sincera o de mero turismo religioso.
¿Todo esto y solo esto se quiere decir con la repetida expresión: salvemos la Semana Santa? Salvar la Semana Santa es recuperar su verdadera dimensión espiritual, una auténtica celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús que es mucho más que la asistencia a unas procesiones, olvidando el encuentro personal con el Resucitado y no dando más importancia a las celebraciones litúrgicas. Lo cual no indica que se minusvaloren los otros aspectos arriba indicados.
MANTENER El Aliento
Teodomiro Álvarez García Consiliario de la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, Amparo de los leoneses
La situación que estamos padeciendo como consecuencia de esta pandemia, ha influido en casi todos los aspectos de nuestra vida. Entre otros, nos ha privado por dos años consecutivos de compartir con otros muchos hermanos esa experiencia agridulce pero siempre gratificante de las procesiones de Semana Santa. No es consuelo el pensar que ninguna Cofradía ha tenido mejor suerte en toda España. También hay que decir que se nos han ofrecido actos especiales para que el espíritu y la llama cofrade no se apague o debilite. Mientras dure esta situación, es necesario mantener el aliento para poder seguir adelante, una vez superada la prueba.
Como en la vida es muy importante para seguir creciendo, preguntar y preguntarse, se me ocurre hacerte algunas preguntas que quizás otros te han hecho antes: ¿Cuál es el motivo por el que tú solicitaste el entrar a formar parte de esta Cofradía Sacramental y Penitencial?. No es ocioso, ni mucho menos, plantearte tú mismo esta cuestión de vez en cuando para renovar aquel primer fervor que te llevó a inscribirte en ella y, de paso, comprobar cómo cumples los compromisos que con generosidad aceptaste en aquellos primeros momentos, y que conoces por los Estatutos. Las razones y motivos serán muy variados: sentimentales, familiares, devocionales… con un fondo que tiene que ver con la FE, virtud que siempre deberíamos valorar y cuidar porque da un sentido nuevo y más profundo a nuestra vida. Y una fe que se desea vivir en compañía de otros cristianos-hermanos, poniéndole así alma a unas manifestaciones de piedad popular expresadas, sobre todo, aunque no únicamente, en las Procesiones de la Semana Santa. Me parece pertinente recordar algo que recoge el papa Francisco sobre la piedad popular: «una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros». (Cf. E.G.124) ¡Para pensárselo!.
Una segunda pregunta sería por qué pujas esa imagen concreta de Cristo o de María, o por qué tienes tanta devoción a esa imagen, qué te hace llevar su fotografía en la cartera o tenerla en casa en un portarretratos, y a la que rezas en tus apuros, y, quién sabe, si no has derramado ante ella algunas lágrimas. Aquí probablemente tu corazón tenga unos motivos que la razón no acaba de comprender, y que en todo caso afecta a algo muy hondo. Tampoco está mal que te lo preguntes, porque siempre se puede purificar la devoción, que tiende a enfriarse o a irse adornando de formas que no dejan ver lo fundamental.
Una tercera pregunta vendría a continuación: ¿Qué aporta a tu vida familiar y social el ser un cristiano o una cristiana que forma parte de la Cofradía?. Fácilmente se puede comprender que no se pertenece a una Cofradía solamente para procesionar un paso en Semana Santa. Eso es importante y, como muestra de ello, ahí está esa ilusión que cada año se aviva cuando comienza la Cuaresma. Pero hay muchos hermanos que no pueden llevar un paso por su salud o por la edad, y nadie se pregunta qué hacen en la Cofradía. Y es que hay otras muchas cosas que aparecen en los Estatutos y que ayudan a ser mejores hermanos-cristianos dentro de la Cofradía, “a vivir la fe, a sentirse Iglesia y a ser misioneros”.
Las preguntas para el buscador siempre han de tener un sentido positivo. Uno se pregunta, busca…, para mejorar, para abrir horizontes, para crecer en conocimientos o encauzar unas inquietudes y unas ilusiones legítimas, y también para cambiar, si fuera necesario. Estas preguntas que ahora te animo a hacerte no pretenden afear conductas, sino ayudarnos a descubrir la riqueza de ser cristiano, y serlo dentro de la Cofradía con el fin de poner manos a la obra cada día, recuperando el aliento, venciendo la rutina y esa apatía e indiferencia que apolilla nuestra vida cristiana. Mirando a las imágenes a las que profesamos tanto cariño, deberían nacer en nosotros al menos dos deseos. Uno de ellos, que será seguramente el primero, es rezarles, encomendarles nuestra necesidades y problemas. Nos lo dice Jesús: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”. (Mt. 7, 7 ) “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo.” (Mt. 18, 19). Y hacerlo habitualmente, no sólo “cuando truena” en nuestra vida. Porque cada día necesitamos de la ayuda que nos viene por Cristo nuestro Maestro y Señor, y por María, que por algo Jesús nos la dio como madre en la Cruz. Orar, rezar, para pedir…, pero también dar gracias, y pedir perdón. Nunca olvidemos estas dos últimas dimensiones de la oración. Y recordar que la fe es fundamental para que la oración sea eficaz. “Todo es posible para el que tiene fe”. (Mt. 9, 23).
Pero nuestra mirada a las imágenes no se puede quedar en un sentimiento estéril, ni siquiera sólo en una oración fervorosa. Hemos de ver qué nos están diciendo. Y ninguna imagen más elocuente que las de Jesús y María. Nos hablan de amor al Padre y a los hermanos, de fidelidad, de sencillez y humildad, de perdón, de paz, de donación y entrega generosa a los demás, comenzando por los más necesitados, de amor a la verdad y a la vida, de confianza en la Providencia de Dios, de la construcción de una sociedad nueva y mejor de la que ellos pusieron – ¡son!- los cimientos más sólidos. Nuestra devoción nos ha de llevar a seguir el ejemplo de su vida, que tenemos reflejada y por escrito en los Evangelios, siendo “misioneros”, llevando todos esos valores a nuestra sociedad tan necesitada de ellos.
Mantengamos el aliento. La pandemia pasará y seguiremos teniendo mucha tarea por delante. El Señor y María, nuestra madre, nos ayudarán a llevarla a cabo.
SEMANA SANTA DISTINTA, PERO no distante
Ovidio Álvarez Suárez Párroco de santa Marina y Canónigo de san Isidoro
Un año más la pandemia del COVID-19 transforma nuestras celebraciones litúrgicas y procesiones de Semana Santa, replegándonos a nuestros hogares y, de acuerdo, con las normas sanitarias a nuestros templos. Ahora han aparecido liturgias vía streaming donde los sacerdotes bendicen a sus comunidades que los siguen por este medio en tiempo real. Incluso desde la misma Iglesia nos viene la indicación que, frente a la imposibilidad de asistir a la misa comunitaria, las eucaristías transmitidas en vivo y directo son de gran ayuda para los fieles imposibilitados de ir al templo. Por ello, esta pandemia nos ha hecho capacitarnos rápidamente en cómo vivir los misterios de Semana Santa y actuar, de manera urgente pero novedosa, con lo que la misma tradición eclesial nos enseña. Esta contingencia no ha suprimido esta importante conmemoración cristiana anual, sino que nos invita a reflexionar y celebrar en otro contexto - en familia - a la espera de volver a encontrarnos. Y respetando las normas sanitarias también podemos acudir a nuestros templos para celebrar los oficios propios de estos días Santos, y aquellos actos que cada Cofradía programa.
Por cierto, esta Semana Mayor para el cristianismo marcará un antes y un después en nuestra cultura como también en la experiencia religiosa. De una experiencia comunitaria y pública pasamos a una confinada en nuestros hogares y mediada ahora por transmisiones digitales. Y unas celebraciones litúrgicas con un número limitado de asistencia. Esto se convierte en un hito del quehacer pastoral como también en los modos de ser Iglesia.
Cierto es que la distancia con la comunidad y la imposibilidad de participar de los bellos gestos y oraciones presentes en los sacramentos y festividades religiosas provocan cierta nostalgia. No obstante, una esperanza nos anima: permanecer en nuestras casas nos revela otra dimensión de nuestra fe: “la familia como Iglesia Doméstica”.
El año pasado circuló en estos días un “meme” en las redes sociales con un dibujo de Cristo resucitado saliendo de la tumba y uno de los guardias que lo cuida le dice: “por favor volver adentro, tiene que respetar la cuarentena”.
En resumidas cuentas, este es el anuncio de Pascua que recibimos en la fe para estos días: Cristo vivo y resucitado se queda unos días más en la tumba enseñándonos que, al quedarnos en nuestros hogares, compartiremos con Él de todas formas la alegría pascual al enseñarnos ser responsables en el cuidado.
El cuidado de nosotros mismos pero, sobre todo, el cuidado de los demás. Y esto nos urge que el cuidado lo asumamos todos juntos. Como humanidad y, en palabras de san Ignacio, urge mirar los deseos de nuestro corazón, lo que nos motiva a soñar, emprender, elegir.
Cuidar nuestra salud y vida corporal respetando todas las normas que las autoridades políticas y sanitarias nos ofrecen.
Cuidar nuestra vida espiritual. Cuidar los deseos de nuestro corazón implica en primer lugar que esto nos ayuda a no perder el rumbo, a afianzarnos en la Roca, a ser Luz y testimonio de encuentro con Jesús para muchos otros que buscan un sentido a sus vidas.
Cuidar las relaciones con los otros. Cuidar los vínculos, empezando por las relaciones con la pareja, la familia, el vecindario, la comunidad.
Cuidar la niñez, acompañar a jóvenes y ancianos, aprender de ellos, caminar con ellos, cuidar el presente emocional, físico, social y espiritual de ellos, que implica el futuro de nuestro mundo.
Cuidar nuestro testimonio de Iglesia en salida. Sentirnos Iglesia que experimenta la alegría del Evangelio y, por ello, es inclusiva, respetuosa y diversa. Una comunidad Iglesia que cuida a los otros, especialmente a los más vulnerables.
Contracorriente
José Luis Olivares Canónigo Emérito del Cabildo de san Isidoro
Tantas veces se ha dicho: "se hace camino al andar". Son palabras que de alguna forma vienen a estabilizar nuestros pasos y las buenas intenciones que todos tenemos. Pero, ¿es suficiente que todos tengamos buenas intenciones y que con ellas nos dispongamos a hacer camino?, Si vemos bien y estamos convencidos de hacia dónde nos dirigimos, todo puede resultar menos malo. Pero, si cuando te dispones a hacer camino, compruebas que, junto a ti, mejor dicho, a tu lado, van los que han entendido que la dirección contraria es la más lógica y aparentemente la más fácil de seguir, ¿a que conclusión puedes llegar? ¿Merecerá la pena luchar y convencerte de que, actuando con una gran personalidad, no podemos ceder ante quienes, de una forma muy fácil y frágil, ven muy asequible el camino y muy sencilla la meta?
La lección de vida que nos va dando, cuando nos empeñamos en ello, es que no podemos perder el ánimo cuando nos disponemos a caminar, porque hay algo mejor, hay alguien que hace camino con nosotros y lo convierte en "un camino de favor".
Hemos de tener en cuenta, desde el medio que tenemos a nuestro alcance, y me estoy refiriendo al espacio lleno de favor de nuestra Cofradía Sacramental y Penitencial, que no podemos llegar a dudar de que cuando el camino se hace a "contracorriente", Calvario lo llamaría Él, eso mimo y Él con nosotros, convierte lo difícil en algo al alcance de nuestra voluntad y contando con su presencia, todo se suaviza.
Viendo así las cosas y contando con quien lo hacemos, ¿hemos de tener miedo por los que junto a nosotros caminan a contracorriente? No nos dejemos contagiar de sus razones. No conducen a una meta que merezca la pena. Cofrade…, ¡adelante!, que tienes razones más que suficientes para decir que SI. Mira siempre de frente. Y eso lo vamos a hacer subiendo, aunque los del a CONTRACORRIENTE solo piensen en bajar. ¡Ánimo! "Estaré con vosotros".
VIVIR Y CELEBRAR LA SEMANA SANTA EN TIEMPOS DE Pandemia
Pascual Díez Escanciano Canónigo Emérito del Cabildo de san Isidoro
El centro y sentido último de la celebración cristiana de la Semana Santa es hacer memoria de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo
La dura experiencia de la Pandemia que está viviendo nuestra sociedad afecta directamente a las celebraciones religiosas de nuestra Semana Santa. Esta dolorosa situación produce un hondo vacío para la vivencia de la piedad popular al verse privada de las tradicionales procesiones que llenaban las calles y plazas de nuestra ciudad.
La supresión de estas manifestaciones religiosas lleva también consigo el empobrecimiento de una cultura secular repleta de muchos y ricos valores humanos, religiosos y culturales. Baste citar la riqueza que encierra una Catequesis viviente impartida con el lenguaje elocuente y significativo de bellas imágenes que transmiten la bondad y el sentido de los acontecimientos que representan; la calidad de bellísimos grupos escultóricos; la nobleza solemne de los tronos; el silencio orante de la multitud que contempla con mirada limpia los pasos, que reza, llora y aplaude; es digno de reconocer el testimonio de los braceros por su sacrificio callado y a veces dolorido; la exultante alegría que despiertan las bandas musicales; sin olvidar la entrega y esfuerzo ejemplar de las Cofradías, Cofrades y Braceros que velan celosamente por el orden y armonía de los desfiles procesionales.
Todas estas manifestaciones de la piedad popular, que recuerdan los acontecimientos vividos por Jesús en los últimos días de su vida terrena, despiertan la memoria y avivan el fervor agradecido del pueblo creyente, y hasta suscitan interrogantes en muchos bautizados a través de los desfiles procesionales de la Semana Grande.
Este año de pandemia son muchas las restricciones que impiden la puesta en escena de ese inmenso caudal religioso y cultural.
Sin embargo, más allá de los recortes que nos imponen las circunstancias actuales, la Semana Santa encierra una vida perdurable y un poder invencible, sencillamente porque la Semana Santa no es iniciativa de los hombres, ni creación de la sabiduría humana, ni producto de una tradición cultural, sino que es una Iniciativa divina, el Proyecto de Salvación instituido por Dios que alcanza su momento culminante en
las celebraciones sacramentales. Celebraciones instituidas por Jesús en los momentos supremos de su vida, que perpetúan y actualizan las mismas palabras y gestos del Señor Jesús, y que ha confiado solemnemente a sus discípulos para que sean repetidas hasta el final de los tiempos: “Haced esto en memoria mía”. Mandato de Jesús que cumple con fidelidad la Comunidad cristiana.
Quiero afirmar, sin embargo, que a pesar de las restricciones que impone la pandemia y el dolor y sufrimiento de una sociedad malherida por tan mortal enfermedad, los creyentes podemos vivir y celebrar con toda la riqueza salvadora de la Semana Santa en los acontecimientos centrales de la vida cristiana que constituyen el corazón de la Semana Santa o Triduo Pascual.
JUEVES SANTO. LA CENA DEL SEÑOR. “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 14)
Tarde de amor. Asistimos a uno de los momentos más intensos del amor de Jesús a favor de la humanidad. Él mismo lo declara con entrañables palabras:
“Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”
Tarde de entrega. Jesús, para mantener vivo el fuego que arde en su corazón, decide perpetuar su presencia entre nosotros en la Eucaristía: Banquete de amor, Mesa de hermandad, manantial de vida divina. Las palabras del apóstol san Pablo nos descubren con claridad y belleza los sentimientos de su corazón: “El Señor Jesús, en la tarde en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía”
Jesús dirige su mirada a los discípulos y a todos los que a lo largo de los siglos le reconocerán como Maestro, y añade: “Amaos como Yo os he amado” Este será el distintivo de los hijos de Dios: por el amor os reconocerán como discípulos míos. Los hombres de hoy ¿reconocerán a los cristianos por nuestro amor a todos?
VIERNES SANTO: ¡OH CRUZ, TE ADORAMOS! “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”
Nuestra mirada queda clavada el Viernes Santo en la Cruz de Cristo, suprema expresión del amor de Dios a los hombres y signo de victoria sobre el poder del mal en el mundo y en corazón humano.
Miramos con los ojos del corazón y contemplamos el Rostro del crucificado.
En esta Cruz están clavados nuestros pecados: de esta Cruz brotan las aguas que purifican los corazones, manan ríos de misericordia y de perdón, nacen manantiales que apagan los odios y llenan de vida y de paz las palabras de los hombres, las actitudes de los hombres, las obras de los hombres. Por eso “hay cantos de victoria en las tiendas de los justos”, que cantan y rezan: ¡Oh Cruz, tú nos salvarás! Al celebrar este día la Pasión y Muerte de Cristo, con mirada de fe descubrimos que es una Cruz Gloriosa: el Signo de Victoria sobre el mal del mundo, Señal de Perdón para el pecado del hombre.
Los cristianos exaltamos y adoramos la Cruz no como instrumento de suplicio.
Los creyentes celebramos y adoramos la Cruz como la suprema expresión del amor de Dios, llevado hasta el extremo en la muerte de Jesús.
Al adorar la Cruz de Cristo nuestra mirada se extiende a tantas mujeres y hombres y niños torturados y marginados de la historia, y nos urge a ser solidarios con tantos hermanos que viven enfermedad, violencia, exclusión, abandono, pobreza, agonía y muerte en la más dura soledad.
Por eso ante la Cruz elevamos nuestra plegaria suplicante a favor de todos los hombres, para que los frutos que nacen de la Cruz de Cristo lleguen a todos los hombres. Y escuchamos las SIETE palabras pronunciadas por Cristo desde el trono de la Cruz que abren horizontes de Victoria, de Vida y Libertad para la humanidad.
SÁBADO SANTO: MARÍA JUNTO A LA CRUZ “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre” (Jon. 19, 26)
Sábado Santo, día del gran silencio: la Iglesia contemplando la soledad y sufrimientos de la Virgen María espera en oración vigilante y esperanzada.
Los creyentes escuchamos con religioso silencio, la tercera palabra de Cristo moribundo en la Cruz:
• El Signo supremo es el mismo Jesús Resucitado que se hace presente de forma privilegiada en la Eucaristía “partiendo el Pan”,
“compartiendo la Copa”, signos de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada: “Banquete sagrado en el que se celebra el Memorial de la Pascua de Jesús”
“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. Esta es la “Hora” en la que María vive con indecible intensidad la profecía de Simeón: “una espada de dolor traspasará tu corazón”.
Esta es la “hora” en la que Jesús nos confía al cuidado de su Madre cuando le dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Y este hijo somos cada uno de nosotros.
Esta es la “hora” en la que María acepta la misión de recibir ser Madre de todos los renacidos como hijos de Dios por la muerte y resurrección de su Hijo.
Desde aquel instante María “con amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada”.
María, que vivió con Jesús el misterio de la Pascua, acompaña ahora a la comunidad cristiana. Así lo canta y lo vive la Iglesia en cada Eucaristía: “En comunión con la Virgen María, la Madre de Dios celebramos el memorial de la Pascua de Jesús”.
Ojalá al revivir en silencio este acontecimiento dejemos que los ojos misericordiosos de nuestra Madre nos miren siempre con cariño, y clamemos con plena confianza: “Muéstranos a Jesús vivo y glorioso, que herencia es”. VIGILIA PASCUAL: ¡ RESUCITÓ! Y ESTÁ CON NOSOTROS “Alégrese nuestra madre la Iglesia, revestida de brillante claridad”
Con estas palabras abre el Pregón pascual la celebración más Solemne de todas la Vigilias para anunciar la Resurrección de Jesús, que es nuestra Pascua.
• Cuatro son los signos de esta Solemne Vigilia con que los bautizados celebramos y participamos de la Pascua de Jesús: El Cirio Pascual: Es el
Gran Signo de Cristo resucitado y glorioso.
En la luz del Cirio Pascual, signo de la vida nueva y gloriosa, ganada por la muerte y resurrección de Cristo renovamos nuestro Bautismo. • Otro signo: la Palabra, con la que esta Noche proclamamos las maravillas realizadas por Dios en la historia de los hombres y en nuestra vida personal. Por su Palabra, el Resucitado se hace presente en medio de la Comunidad y entra en comunión con cada uno de nosotros.
• El tercer Gran signo de esta Vigilia somos nosotros: “los bautizados”. Incorporados a Cristo por el Bautismo nos despojamos de los harapos del mal y nos revestimos de sus sentimientos. Así lo afirmamos al renovar las promesas de nuestro
Bautismo: somos criaturas nuevas, “signos vivos” de Jesús muerto y resucitado en medio de la comunidad y en el mundo.
Atentos a estas señales, somos invitados a celebrar y vivir la Semana Santa en toda su riqueza, aunque estemos en Pandemia.
El Sábado de Pasión quitará el precinto y se abrirán las puertas del Cielo para ver a Jesucristo y a la Virgen Santa María recorriendo solemnemente las calles y plazas de nuestra ciudad leonesa durante ocho días. La Semana de Pasión la llevamos en lo más profundo de nuestras almas, así nos la transmitieron gozosamente nuestros padres y nuestros abuelos, movidos por la fe y el amor a Cristo y a su bendita Madre.
Ese amor a Dios y a nuestra Madre de la Piedad quiero compartir especialmente con todos los actores que, con esfuerzo generoso, habéis recogido la antorcha encendida y, año tras año, fortalecéis la llama con piadosa dedicación.
Que es la verdad (Jn. 18,38)
Telmo Díez Villarroel Presidente de la Comisión de control del Instituto para la Sustentación del Clero
Hacer una pregunta es fácil; no así contestarla. Se pregunta para conocer lo que se ignora, lo que se desconoce. Se pregunta porque se quiere saber.
El deseo de saber es legítimo; en ocasiones sano y a veces morboso. El deseo de saber es el apetito de la inteligencia, como el deseo de comer es el apetito del estómago. Uno y otro no satisfechos producen a la larga la pérdida de vitalidad y más a la larga, la muerte. Satisfacer ambos apetitos es vitalizar la mente y el cuerpo.
Mi apetito intelectual me acucia a buscar las verdades y, en último término, la Verdad. Y, como todas las verdades se sustentan en la Verdad, es lógico y natural que yo, que esto escribo, empiece por preguntar y preguntarme: ¿Qué o quién es la Verdad?
La teología cristiana y la revelación me responden que Dios es la Verdad. La Verdad con mayúscula, como su nombre personal. Y que toda otra verdad nace de esta y en ella se sustenta y adquiere consistencia y validez. Estoy de acuerdo. Pero ahora me pregunto: ¿Quién es Dios? ¿Qué método o camino tengo que seguir para llegar a Él y en Él a la Verdad? Aquí me encuentro con mi primera pregunta, origen de mi principal ignorancia. ¿Es posible al hombre llegar al conocimiento de Dios, de la Verdad? ¿Me sirven las vías inductivas y deductivas de que me sirvo para conocer las verdades? ¿Estas mismas, conocidas, desembocan en el conocimiento de la Verdad-Dios?
Dios es un nombre propio, propio y exclusivo. Una persona que en su exclusividad no puede tener otra igual. Recibo la primera respuesta que de alguna manera engloba todos los interrogantes hasta aquí formulados, y que son muchos. La respuesta me viene de la Revelación. Dios mismo ha dicho quién es y cómo es, pero a Dios nadie lo ha visto ni lo verá jamás mientras mantengamos esta vida temporal y peregrinemos por este valle de lágrimas.
Un hombre de hace miles de años, por nombre Moisés, hablaba con Dios cara a cara, a decir de la revelación, y, en nombre del pueblo que capitaneaba, le preguntó: ¿Tú, quién eres? Y esta fue su respuesta: «Yo soy el que soy» Y añadió: «Esto dirás a tu gente, a tu pueblo: «Yo soy» me envía a vosotros». Ya tenemos una respuesta. Dios es «YO SOY». Me atreveré a dar mi interpretación personal a una respuesta de Dios a primera vista un tanto evasiva y desconcertante. Yo soy es primera persona del singular del verbo sustantivo Ser. Si Dios se identifica con esta primera persona y, como ya he dicho, Dios es uno solo, sin otro que lo iguale o lo desplace, se queda en el SOY que no tiene otro tiempo ni pasado ni futuro; es decir, Dios es eterno. Así entendidas las cosas, Dios es el Absoluto, el Yo sustancial y eterno, el que está fuera de todo cómputo y, en consecuencia, el que no envejece porque en Él nada es antes ni después. Dios es un «ahora» inmanente y eterno.
Las fuentes de conocimiento para el hombre son sus propios sentidos corporales: lo que ve, lo que oye, lo que toca, lo que gusta y lo que huele. Para el conocimiento de Dios solo sirve al hombre el oído. Dios es invisible, no se le puede tocar ni gustar ni oler.
En el sagrado libro Éxodo, cap.33. 18 y ss. Leo: «Moisés dijo al Señor: “déjame ver tu gloria”. El señor le respondió: “mi rostro no puedes verlo. Nadie puede verme y quedar con vida”».
Esto dijo Dios a Moisés. San Juan por su parte nos dice en el primer capítulo de su evangelio con expresión enfática: «A Dios nadie lo ha visto jamás». Está claro: donde no llegan los sentidos corporales allí empieza el campo de la fe, la que nos viene, esta sí, por el oído. La fe se hace así fuerte y camino para llegar al conocimiento de Dios, no a la visión: esto queda para más allá de nuestra vida temporal. El que «a Dios nadie lo ha visto jamás» no niega su existencia, más bien la afirma en su unicidad y aseidad.
Y aquí entra la fe no como remedio de nuestra incapacidad para ver a Dios sino como subsidio de la propia incapacidad para abrirnos el paso a otro camino de conocimiento llevados de la mano de la revelación y de Jesucristo que en el texto arriba indicado «nos lo ha dado a conocer». Él, Jesucristo, es el camino seguro para llegar al conocimiento de Dios. San Lucas en el capítulo 10 de su evangelio afirma: «Nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y para que todo quede bien claro y despeje todo sentimiento de duda, San Juan en el capítulo 10 de su evangelio nos dice, poniendo las palabras en la boca de Jesús: «Yo y el padre somos uno». Y casi a renglón seguido, en el capítulo 12, pone de nuevo en boca de Jesús: «El que me ve a mí, ve al Padre». Jesús se proclama así imagen viviente del Padre invisible. Esto no me cuesta mucho entenderlo y, por supuesto, creerlo. El camino, pues, queda despejado. Del conocimiento de Jesús pasamos al conocimiento del Padre, y de ahí, al amor; y del amor, a la visión, como en un espejo en el tiempo, y cara a cara en la eternidad.
Habrá que añadir aquí a todo esto que Dios se hizo corporalmente visible al hombre en la persona de su Hijo, Dios con Él y como Él, encarnado y humanado en las purísimas entrañas de una jovencita virgen, tan virgen, que, por un privilegio singular, fue preservada de pecado original para que la carne y la sangre que iba a dar al niño Dios no mancillaran la divinidad purísima y santísima que le era consustancial. Todo esto sucede al margen de todas las leyes naturales bajo las cuales se rige y gobierna toda vida sobre el planeta Tierra; y nos introduce en un orden nuevo y sobrenatural regido y gobernado por la omnipotencia y omnipresencia de un Ser en el que todo tiene origen y al que todo está sometido. Este Ser se autodefine como «Yo soy», según hemos visto.
De nuevo la fe se impone aquí al hombre, al buscador de la Verdad, al tener que admitir que este Ser lo es en sí mismo, sin procedencia de otro, sin principio ni fin, eterna vida sin etapas vitales, sin pasado ni futuro, sino presencia inmanente. Toda vida orgánica y material viene de otra, y esta de otra, en una cadena sucesiva que se remonta a las edades sin tiempos. La Vida, que es Dios, Vida y Verdad sustancial, es Vida y Verdad al margen de toda contingencia de tiempo y lugar, de presente y de futuro, de antes y después.
Después de todo esto vuelvo sobre la pregunta que me hice al principio y que me ha traído hasta aquí en su seguimiento: ¿Qué o quién es la verdad? Esta misma pregunta se la hizo Pilato a Jesús a punto de dar sentencia de condenación a muerte contra Él. La pregunta quedó sin respuesta. ¿Cómo iba a comprender Pilato que la verdad era la propia persona que tenía ante él, en la que no encontró delito alguno, a pesar de lo cual lo entrega al pueblo para que lo lleve a la Cruz?
Por Que Bendecir
Luis García Gutiérrez Canónigo archivero y director del Museo de san Isidoro Delegado Diocesano de Liturgia
«Bendecid…; bendecid, sí, no maldigáis» Rom 12, 14
INTRODUCCIÓN «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel!». Éstas son las primeras palabras del hermoso cántico que el evangelista san Lucas (1, 68-79) pone en labios de Zacarías, el Padre de san Juan Bautista, y que la Iglesia recita cada mañana en la oración litúrgica de las Laudes. Dios es el objeto de la bendición de los hombres, que reconocemos las abundantes intervenciones maravillosas a favor de cada uno: en este caso la bendición es sinónima de alabanza.
A su vez, estas acciones divinas son también bendiciones. Así, por ejemplo, el Señor promete a Abrán una tierra y una descendencia, y lo hace en forma de bendición que se extenderá a todos los pueblos: «Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gén 12, 2-3).
Con estos dos significativos ejemplos se explicita que la bendición en la Sagrada Escritura es una realidad compleja y profunda, y que tiene una doble dirección: ascendente y descendente. De esta forma se delinea una circularidad, pues Dios, que es la fuente de toda bendición, bendice al hombre y éste a su vez bendice (alaba) a Dios. En este sentido podemos traer a la memoria la fórmula de bendición de la mesa que resume de forma concisa y exacta esta reflexión en sólo dos palabras latinas: «Benedictus benedicat» (que el Bendito [nos] bendiga).
Ahora bien, partiendo de estas no poco importantes consideraciones bíblico-teológicas, hay que considerar igualmente que las bendiciones forman parte del complejo entramado litúrgico de la Iglesia. Son verdaderas celebraciones litúrgicas, cuya ritualidad está regulada en orden a su correcta celebración: el ministro competente, el libro litúrgico para su celebración (el Bendicional), la eucología y la Palabra de Dios que ha de ser proclamada, etc. Estas particularidades litúrgicas ofrecen una rica reflexión sobre el significado, valor y alcance de las bendiciones, como veremos más adelante.
LOS SACRAMENTALES Además, es conveniente encuadrar las bendiciones en el conjunto de los sacramentales, muchos de ellos, quizá, desconocidos o, en algunos casos, mal interpretados. Las bendiciones ocupan su lugar propio entre el resto de los sacramentales: la dedicación de Iglesias y altares, la profesión religiosa, los exorcismos, la consagración de vírgenes o las exequias. Todos ellos constituyen el grupo de los sacramentales de la Iglesia, por ella instituidos y destinados a santificar las realidades de los hombres, como si de una extensión de los sacramentos se tratara. Merece la pena que los cristianos adquiramos un mayor conocimiento sobre ellos y sepamos valorarlos convenientemente.
El Concilio Vaticano II ofrece esta descripción de los sacramentales: «La santa madre Iglesia instituyó los sacramentales. Estos son signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los
sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida» (Constitución Sacrosanctum Concilium, nº 60).
De esta manera tan sintética se recogen magistralmente las principales características de los sacramentales, los cuales se entienden mejor cuando son puestos en relación con los sacramentos: • los sacramentales son «creados» por la Iglesia, mientras que los sacramentos son instituidos por Cristo mismo. • por esta razón, el número de los primeros puede variar; en cambio, el septenario sacramental no está sometido a cambio: «son siete los sacramentos, ni más ni menos» (Dz 1601). • El efecto de los primeros se produce por la intercesión de los creyentes y es de tipo espiritual, dependen de la fe o de la santidad del ministro o del sujeto (en lenguaje clásico diríamos: «ex opere operantis»); en cambio, los sacramentos actúan «ex opere operato»; es decir, producen su efecto objetivamente por propia e íntima eficacia. • Los siete sacramentos «corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1210); por su parte, los sacramentales, como girando en las órbitas de los sacramentos y tomando la fuerza de ellos por medio de una «sacramentalidad difusa», llegan a las realidades más cotidianas de los hombres para santificarlas y llenarlas de la óptica de la fe y la vida de la Iglesia.
Todo lo dicho referido a los sacramentales puede aplicarse, y en ocasiones de manera eminente, a las bendiciones. Además, claro está, tienen sus particularidades específicas que describiremos seguidamente.
BREVE HISTORIA DE LAS BENDICIONES Las bendiciones no han estado exentas de la evolución de la reflexión teológica de la Iglesia y de los avatares históricos en lo que a la acción sacramental y litúrgica se refiere.
En los primeros siglos cristianos el sentido de la bendición es una alabanza y glorificación a Dios y él, a su vez, llena de su bendición a la persona o la cosa para una acción buena o para un uso justo o salvador. Estaban vinculadas directamente con la gran bendición por excelencia que es la Eucaristía: baste citar, por ejemplo, la bendición de la leche, la miel y el agua para la celebración bautismal que tenía lugar durante la noche de la Pascua en el contexto de la celebración eucarística; en otros casos, las bendiciones tenían lugar después de la plegaria eucarística. Las cosas que se bendecían estaban relacionadas fundamentalmente con los alimentos pues se entendía que todos los bienes de la creación estaban también afectados por la redención de Jesucristo y que, en su uso, por los creyentes participan también o colaboran en la gracia y la bondad de la creación. Finalmente hay que hacer notar que la bendición no implicaba una «separación» o «sacralización» de la persona u objeto bendecido sino un signo de la protección y del amor de Dios hacia los hombres.
Durante la Edad Media se produjo un desarrollo grandísimo en lo que se refiere a las bendiciones, pero, al mismo tiempo, se cayó en un progresivo olvido de su sentido más primitivo. Su multiplicación fue inmensa: todo debía ser bendecido para liberar a los hombres, animales y cosas del influjo del pecado o para cambiar su naturaleza corrompida. Ello es fruto de la muy pobre y negativa concepción sobre el hombre y sobre la creación que subyacía en la reflexión teológica, trasladada así a la piedad de los fieles. El concepto de alabanza y acción de gracias a Dios está totalmente ausente; se olvidan las referencias bíblicas en las plegarias de bendición y aparece con fuerza la petición de mediación de los santos, que tanta devoción tuvieron en la Edad Media. Este empobrecimiento fue exigiendo progresivamente una renovación y purificación de los ritos para bendecir, cosa que fue realizándose a lo largo de los siglos y que llegó a su culminación con la publicación del actual Bendicional en el año 1984, actuándose así la reforma litúrgica auspiciada por el Concilio Vaticano II.
VISIÓN ACTUAL DE LAS BENDICIONES Las Orientaciones Generales del libro litúrgico para las bendiciones, el Bendicional, ofrecen una preciosa síntesis de la visión actual de este sacramental en la vida
de la Iglesia. Allí se destacan los siguientes principios:
1. Dios, que es bendito, es la fuente de toda bendición. Además, con la encarnación del
Hijo de Dios, que asume la condición humana en sí, todas las realidades de las personas son bendecidas; al mismo tiempo, los hombres también bendicen a Dios. Se subraya así la doble direccionalidad de la bendición, que ya hemos valorado siguiendo la tradición bíblica: «Cuando es Dios quien bendice, ya sea por sí mismo, ya sea por otros, se promete siempre la ayuda del Señor, se anuncia su gracia, se proclama su fidelidad a la alianza.
Cuando son los hombres los que bendicen, lo alaban proclamando su bondad y su misericordia» (nº 6). 2. En consonancia con el punto anterior, las orientaciones establecen en el magnífico número siete, una interesante jerarquía de las bendiciones: Dios, los hombres, las cosas. Dice así: «Las bendiciones miran primaria y principalmente a Dios, cuya grandeza y bondad ensalzan; pero, en cuanto que comunican los beneficios de Dios, miran también a los hombres, a los que Dios rige y protege con su providencia; pero también se dirigen a las cosas creadas, con cuya abundancia y variedad Dios bendice al hombre». En efecto, la organización del
Bendicional sigue esta distribución, dando prioridad a las bendiciones que se refieren directamente a las personas por encima de los lugares y las cosas. Más aún, incluso en las bendiciones de los animales, lugares y cosas, se tiene presente y mira ante todo a las personas que los usarán. Baste citar como ejemplo la plegaria de bendición de un vehículo: «Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que, en tu gran sabiduría, encomendaste al hombre hacer cosas grandes y bellas, te pedimos por los que usen este vehículo: que recorran su camino con precaución y seguridad, eviten todo imprudencia peligrosa para los otros, y, tanto si viajan por placer o por necesidad, experimenten siempre la compañía de Cristo». 3. En la Eucaristía la Iglesia recibe toda bendición de Dios y, desde el Misterio Pascual celebrado, la misma Iglesia se convierte en sacramento universal de salvación y por ello en una bendición para el mundo. Como se ve, este principio recoge la práctica más antigua en la que la Eucaristía era el «lugar natural» de las bendiciones; en la actualidad no tanto en cuanto su celebración ritual (que ciertamente es posible en casi todas) sino más bien en cuanto a su fuente, por ser este sacramento central en la vida de la Iglesia. 4. Las bendiciones se apoyan en la Palabra de Dios, se celebran en la fe y prolongan la vida nueva que se inicia y perfecciona con los sacramentos (nº 10). Al relacionar las bendiciones con la fe, la palabra de Dios y los sacramentos, el Bendicional inserta el acontecimiento de las bendiciones en el conjunto y contexto más amplio de la vida cristiana y no al margen de ella. Esto tiene unas consecuencias pastorales muy importantes: habría que preguntarse por la utilidad, provecho y conveniencia de las bendiciones que se solicitan por tradición familiar o social o, mucho peor, por superstición. En este último sentido, el número 19 advierte del peligro de la superstición y ofrece el remedio para ella: «Es muy importante que el pueblo de Dios sea instruido acerca del verdadero significado de los ritos y preces que emplea la Iglesia en las
bendiciones, para que en la celebración sagrada no se introduzca ningún elemento de tipo supersticioso o devana credulidad que pueda lesionar la pureza de la fe». Así mismo, el número 27, recogiendo el espíritu de la reforma litúrgica que impide la existencia de rito alguno sin palabra de Dios proclamada, expresa la prohibición de separar los signos de las bendiciones (generalmente la señal de la cruz) de la palabra de Dios o de las plegarias correspondientes. En efecto, en todo rito, la palabra y los gestos se necesitan y se explican e interpretan mutuamente, y esto es más necesario aun en las bendiciones en orden a evitar la superstición: «Aunque los signos empleados en las bendiciones, y principalmente el signo de la cruz, expresan una cierta evangelización y comunicación de la fe, para hacer más activa la participación y
evitar el peligro de superstición, normalmente no está permitido dar la bendición de cosas y lugares con el solo signo externo, sin ningún acompañamiento de la palabra de Dios o de alguna plegaria». 5. Es importante considerar el efecto que producen las bendiciones. Ya hemos afirmado anteriormente que las bendiciones producen su efecto por la intercesión de los creyentes; por lo tanto, este efecto depende de la fe o de la santidad del ministro o del sujeto. Entonces el objeto de este sacramental es el conducir la realidad del hombre (en todos sus momentos y en todas sus expresiones) a Dios y a su salvación en Cristo, a través de la alabanza y en orden a la santificación de todo el hombre y de toda cosa creada: «la Iglesia trata de que la celebración de la bendición redunde verdaderamente en alabanza y glorificación de Dios y se ordena el provecho espiritual de su pueblo… las fórmulas de bendición tienden como objetivo principal a glorificar a Dios por sus dones, impetrar sus beneficios y alejar del mundo el poder del maligno» (nº 11). Así pues, las bendiciones no pueden presentarse como un intento casi mágico de una transformación de las personas o cosas bendecidas en orden a elevarlas por encima de la no bendecida.
Por el contrario, la bendición exige al hombre vivir santamente: «El hombre, en cuyo favor
Dios lo quiso y lo hizo todo bien, es el receptáculo de su sabiduría y por eso, con los ritos de la bendición, el hombre trata de manifestar que utiliza de tal manera las cosas creadas que, con su uso, busca Dios, ama a Dios y le sirve con fidelidad como único ser supremo» (nº 12). Es muy significativa la bendición de una imagen de nuestro Señor Jesucristo que, después de recorrer algunos episodios de la vida terrena de Cristo, pide: «Que tus hijos, al venerar esta imagen de Cristo, tengan los sentimientos propios de Cristo Jesús y, ya que son imagen del hombre terreno, sean un día también imagen del hombre celestial. Que tu
Hijo sea para ellos, Padre, el camino por el que vayan hacia ti; la verdad que ilumine sus corazones, la vida de que se alimenten y vivan; que él sea para ellos la luz que disipe las tinieblas del camino, la piedra en la que descansen al fatigarse, la puerta por la que sean admitidos en la nueva Jerusalén».
Sería necesario e interesante ahora un estudio más pormenorizado del contenido completo del Bendicional, sin embargo, excede nuestro espacio y propósito. Concluyo deseando para todos los cristianos el mensaje que el Catecismo de la Iglesia Católica nos deja en un perdido número cuando aborda el tema de los sacramentales: «Todo bautizado es llamado a ser una bendición y a bendecir» (nº 1669).
Hablar a Dios
Luis Miguel Álvarez Domínguez Presidente del Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna de León
«Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te lo recompensará.» (Mt. 6,6)
El hombre es un ser sociable que se desarrolla, en gran parte, gracias al contacto y la relación que establece con los demás y con su entorno. En este tiempo nuevo, tiempo de cambios, tiempo de confinamientos, de restricciones y limitaciones hemos tenido que normalizar muchas cosas que antes eran extraordinarias. Para poder paliar esa necesidad de contacto y proximidad todos nos hemos lanzado a las videollamadas, a las redes sociales, …
Con estas nuevas tecnologías podemos mermar nuestra necesidad de contacto social. Pero hay otra necesidad del hombre, interior y más arraigada, es esa necesidad de trascender, es la necesidad de Dios. En estos momentos cada vez apartamos más a Dios de nuestro mundo. La gran mayoría sólo se acuerdan de Él en momentos difíciles. No se siente esa necesidad de Dios porque se ha guardado en lo más profundo o porque no queremos mirar en nuestro interior no sea que nos disguste lo que veamos. Pero esto no significa que no tengamos necesidad de Dios.
Hemos de despertar ese deseo de encontrar a Dios y para ello tenemos la oración. Porque la oración es «un lugar santo en el que Dios acoge al hombre para hablarle al corazón y estrecharle con su amor tierno y fuerte a la vez» (Henri Caffarel).
ORAR Muchos son los que han intentado explicar qué es la oración. La oración no es un simple medio de conseguir algo, más bien es un “hecho” importante en la vida del cristiano. Una parte importante del testimonio cristiano es rezar o, mejor expresado por Miguel Estradé: «La oración crea un clima de atención a Dios, a su Palabra, que va reduciendo nuestro egoísmo y nos hace más aptos para la atención a los demás. La oración nos enseña los caminos de la comunión con Dios y nos dispone para la comunión con los hombres. El diálogo con Dios, que se desarrolla en lo más íntimo de nuestro corazón, nos dispone para el auténtico diálogo con los demás».
Pila bautismal – Basílica de San Isidoro
Pero tampoco pensemos en la oración como algo extraordinario, no hace falta salirse del mundo; basta con dialogar con Dios desde nuestro mundo ordinario, desde nuestra vida sencilla. Teresa de Jesús escribe: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Es importante saber que, a través de la oración, el cristiano es capaz de experimentar personalmente esa presencia de Dios. Encontrar a Dios es el objetivo de la verdadera oración. Cada uno debemos buscar/recordar los momentos en los que hemos sido conscientes de esa presencia: arrodillados en silencio, con la música de Taizé, recitando los salmos, … o bien hay que probar algo nuevo.
CÓMO HACERLO No hay una forma mejor que otra. La Iglesia identifica varios modos de orar tradicionales por los que podemos empezar para sentirnos cómodos. La oración vocal que se expresa como el hablar con un amigo. La meditación nos pide detenernos en el tiempo, buscar el recogimiento, el silencio y la reflexión. La contemplación busca orar desde lo ordinario, observando la creación en nuestro paseo diario. La mejor escuela de oración es la práctica, quitar el miedo y arrancar. Todos somos capaces de orar porque Dios está cerca de nosotros, nos conoce y nos espera. No hacen falta grandes discursos, basta con hablarle sencillamente, «las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor» (CIC 2717).
Pero no debemos olvidar dos aspectos. Hay que conocerle bien, ser testigos, ser mensajeros del mensaje de Cristo, porque conocer a Dios suscita el amor a Dios: «como en el amor el conocimiento juega un papel esencial en nuestras relaciones con Dios, y singularmente en la oración. Hay que conocer para amar y conocer mejor para amar mejor» (H. Caffarel). Y tampoco debemos dejar de lado que la oración no deja de ser un don que hay que pedir. Para H. Caffarel «la oración no es un asunto de especialistas. Todos los cristianos deben vivir este anhelo, esta relación con Dios, a lo largo de su vida. Aunque no somos capaces por nosotros mismos. La práctica de la oración es un trabajo de Dios, un don de Dios. Pero también es una obra del hombre. El hombre debe cooperar con perseverancia. Es una ciencia que por lo tanto tiene leyes y técnicas. Es un arte, como la pintura, como tocar el piano. Y como en todas las artes, no podemos contentarnos con solo aprender la teoría, debemos aprender haciendo».
Custodia Basílica de San Isidoro
Algunos consejos nos pueden venir bien.
• Para rezar “hay que querer rezar”, es importante la voluntad, al igual que es importante estar atentos a
Dios, dirigir a Él nuestros pensamientos. A veces, a pesar de nuestra buena voluntad, la oración no es como la esperamos, pero si es sincera, con nuestras facultades puestas hacia Él, será verdadera oración. • Es mejor fijarse un tiempo, es como una cita con
Dios, Él me espera y yo salgo a su encuentro. Hay que ser disciplinado, buscar un tiempo fijo, un momento de calma. Decía Manuel Iceta «es importante el principio porque es difícil pasar de repente del juego, del estudio, del trabajo a la oración. Suelo decir que para orar hay que saber empezar. Dejar de lado lo demás y decirle al Dios presente: ¡Aquí está tu Juan!». • Busca un lugar adecuado que te permita estar tranquilo. No tiene que ser una iglesia; tu habitación u otro lugar de la casa también son perfectos. Puedes prepararlo con una vela, un icono, un crucifijo, … • Para comenzar puede ser mejor una organización o rito concretos, una manera fija de orar. Esto nos facilita las cosas y nos ayuda a “coger ritmo”. Las oraciones ya hechas, las rituales, nos ayudan a que, más tarde, podamos hacer una oración vocal expresada con nuestras propias palabras. Apóyate en la lectura de la Palabra: léela, reflexiona lo leído y piensa en qué te dice hoy a ti. • El cuerpo también forma parte de nuestra oración.
Arrodíllate, junta las manos, cierra los ojos, o ábrelos al cielo, … Puedes orar con un baile, con los movimientos de los brazos… • Usa el silencio para poder escuchar a Dios que nos habla. Abre el corazón para que pueda moldearlo a su imagen. • Dios nos mira y piensa en nosotros, se siente responsable de nosotros, cuéntale tus problemas. Pídele por ti o por tu familia, por los amigos o por los desconocidos. Ora por otros y entra en esa comunión de personas que junto a ti oran también. • Ora solo y ora en grupo, comparte tu oración, súmate a la oración parroquial.
ADORAR Escribe Luis de Trelles, «si todas las acciones del hombre se rigen por el amor, ¿Qué será la adoración a Dios? Fácilmente adivinamos que es un acto de amor por excelencia». Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y reconocerle con respeto y sumisión. Adorar es postrarse y entregarse a Dios, dejarse irradiar por su presencia. Estamos abiertos a extender la oración en la adoración. La adoración es una actitud que compromete más a la persona, exige aunar nuestro corazón para sentir con Él.
La adoración eucarística, ante la custodia, expresa la creencia en la presencia permanente de Cristo con nosotros. Adorar es disfrutar del regalo que supone la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento, es acercarse a Él, conversar personalmente con Él, mirándonos los dos a los ojos.
Si esa adoración es durante la noche, diría Luis de Trelles «¿a quién se le ocurre que haya de dejar el hombre su descanso para un asunto ligero o superficial? En proporción del sacrificio, es preciso que se produzca la utilidad práctica y que sea agradable a Dios y útil al prójimo». El que experimenta esa oración convertida en adoración, el que conversa con Él personalmente durante el silencio de la noche, en el interior de la Basílica, ante la luz que irradia esa custodia, no puede, a poco que ponga de su parte, más que sentir esa presencia de Dios.