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Cáritas Puerto de Mazarrón

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“Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”

Esta frase, atribuida a San Juan de la Cruz, reconozco que es una de las que han marcado mi vida. Desde niño me hacía pensar en el momento en el que me presentaría delante de Dios y Él comenzaría a preguntarme: “¿has amado?, ¿cómo? No te pregunto cuánto, porque por tus obras mediré tu amor a Mí y al prójimo, al prójimo y a mí…”. Me invitaba al “temor de Dios”, que “no signifi ca tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confi anza en sus manos. El temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho” (Papa Francisco, Catequesis, 11/06/2014). Me invitaba, por tanto, a intentar hacerme pequeño para descubrir la inmensidad del Amor de Dios y poder responderle cada día amándolo sobre todas las cosas y amando al prójimo como a uno mismo.

Hace poco leí un artículo que indicaba que esta frase no la pronunció jamás San Juan de la Cruz, sino, más bien: “A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”. No soy un estudioso del Santo, pero no me quita nada esta afi rmación sino todo lo contrario. Me invitaba a pensar que el “Amor” debe ser examinado a la “tarde” de cada día (quizás en un breve examen de conciencia al acabar la jornada) para que, al atardecer de la vida, podamos estar preparados para entrar en la presencia del Señor y disfrutar de ella por toda la eternidad. Hagamos pues ese examen.

Lo primero de todo es darse cuenta de lo que el “Amor” es. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno. (Santa Teresa del Niño Jesús. De la narración de la Vida, escrita por ella misma. Manuscrits autobiografi ques, Lisieux 1957, 227-229).

Acto seguido, le pediré al Señor, que, como miembro de la Iglesia, como bautizado en el que se ha derramado el Amor de Dios por medio del Espíritu Santo, me dé ese “corazón” lleno de amor y me permita trabajar en ese “cuerpo místico” con tesón y ahínco. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fi n he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado» (ib).

En tercer lugar, me preguntaré cómo vivo ese “Amor”, si he descubierto el Amor de Dios y su presencia allí donde Él se esconde, en los más necesitados. Dios ama a todos sin excepción, es cierto, pero siempre ha mostrado predilección por los pobres y los enfermos. “Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres (San Vicente de Paul).

Siempre he pensado que una Parroquia tenía tres Sagrarios: el primero, Aquel donde está la presencia real de Cristo, su Cuerpo, su Alma, su divinidad y, cuidándolo, “viviéndolo” y frecuentándolo, descubriremos los otros dos: los pobres y los enfermos. Y no sólo lo descubriremos, sino que le pediremos al Señor, continuamente: sus ojos para descubrir, en el corazón del “próximo”, la verdadera necesidad; su corazón misericordioso para tener esos sentimientos propios de “Él”, de verdadero amor a los demás, amor “paciente, afable, no envidioso, no presuntuoso, no egoísta… que goza con la verdad, disculpa sin límites…” (1Cor 13, 4-8); sus labios para que nuestras palabras sean fruto de su Amor y no ofendan, no hieran, no juzguen; sus manos para que todo lo que podamos realizar sea siempre motivado y empujado por un amor sincero; y unos pies ágiles que, como los suyos, siempre estén disponibles para la acción luchando contra las injusticias de este mundo que tanto mal y sufrimiento, tanta miseria y soledad provocan en el ser humano.

Desde Cáritas intentamos cuidar este Amor en nosotros para que verdaderamente sea un “corazón ardiente de amor” en nuestra Parroquia. No siempre podemos, es cierto, y nos equivocamos y no hacemos las cosas del todo bien. Pero deseamos con todo el corazón que no sea nuestro sentimiento el que mueva nuestros actos sino la fuerza del Amor de Dios. Es ardua la tarea y a veces nos desborda (somos tan pocos colaboradores), aparece el cansancio (nos faltan “manos”) y, a veces desfallecemos frustrados (nuestra labor no es comprendida por muchos y hasta es vilmente criticada). Pero seguiremos adelante, esforzándonos por cuidar del pobre y del desvalido, compartiendo sus sentimientos… porque entendemos “qué es el Amor”, nos mueve “el Amor” y, más aún, con nuestra virtudes y defectos, entendemos que “nuestra vocación es el Amor” y por eso, desde Cáritas Parroquial, nos esforzamos cada día con mucha alegría por atender las inquietudes y miserias del prójimo sin importarnos nada más, porque al fi nal de cada jornada escrutamos “el Amor” sabiendo que, “al atardecer de la vida, nos examinarán del Amor”.

Juan José Noguera Rubio. Cura-Párroco de San José en Puerto de Mazarrón y Ntra. Sra. del Carmen en Isla Plana.

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