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Los rodajes de cine en Mazarrón

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El cinematógrafo llegó a España al poco de su presentación por los hermanos Lumiére en el Gran Café del bulevar de los Capuchinos de París (patentado el 13 de febrero de 1895). El invento se difundió como novedad por todo el país desde su primera exhibición en plenas fi estas de San Isidro en Madrid (1896). En otoño de ese mismo año llegaría a la Región de Murcia, primero a Cartagena y luego a Murcia, aunque la fecha se toma como referencia y no sin cierta cautela. A partir de ahí, el llamado “invento del siglo” se iría extendiendo a otras poblaciones como Lorca (1899), Moratalla y Calasparra (1897), o Mazarrón (1900).

Los teatros integraron el cinematógrafo en sus programas, alternándose las proyecciones con las representaciones habituales de modo que las primeras películas se podían ver en los descansos e intermedios de las obras de teatro o espectáculos musicales. En los pueblos que no contaban con la infraestructura adecuada se instalaban barracones en los que se hacían aquellas proyecciones que consistían en pequeños cortometrajes cuya duración oscilaba desde unos pocos minutos hasta una hora. Los barracones eran estructuras itinerantes que se instalaban temporalmente con motivo de ferias y fi estas locales. Con el tiempo, se llegaron a construir barracones estables.

En la primera década del siglo XX, Águilas, La Unión, Portmán y Mazarrón eran las poblaciones donde las sesiones cinematográfi cas fueron más frecuentes. Todas ellas tenían el denominador común de la presencia de explotaciones mineras y, por ende, contaban con una situación de desarrollo superior al de otros centros de la Región de Murcia, cuya subsistencia dependía de las actividades agrícolas. El cine requería de luz eléctrica y la presencia de un nutrido número de personas con recursos sufi cientes como para mantener económicamente el espectáculo.

En Mazarrón serán los cartageneros, Hermanos García, los primeros en poner en marcha un establecimiento de este tipo. Se trataba de un barracón al que denominaron “Salón de Actualidades” que por entonces se ubicó en la Plaza del Circo, actual Jardín de la Purísima. Cine y espectáculo de varietés se combinaban en este espacio de cuyo éxito la prensa de la época daría cuenta y al que pronto se sumaría un nuevo local del que poco se conoce: “El Radium”.

Estos dos locales fueron los comienzos de una larga tradición cinematográfi ca en Mazarrón que, en la práctica, se traduciría en la presencia de varias salas como el Teatro Circo, el Teatro Circo Zamora, el Teatro Eureka o la Terraza Cinema, todos ellos de principios de siglo XX. A mediados de siglo habían aparecido el Cine Magda, el Cine Chaplin y el Teatro Circo se mostraba plenamente activo. También en Puerto de Mazarrón se llegó a contar con varias salas como el Salón Serrano, el Salón Sport, el Cine Avenida, el Cine Playasol, el Cine Mastia, el Cine Axial y el Cine Bahía. Finalmente cabe citar los cines que también llegaron a los campos de Mazarrón, instalándose en pedanías como Cañada de Gallego o la Majada y en otros puntos próximos como Ramonete y Morata.

De esto se deduce que el cine ha sido una constante en la diversión de los mazarroneros, tal y como hemos podido ver en una de las exposiciones que en este último trimestre se ha ofrecido desde la Universidad Popular, “Mazcine”, una aproximación a la historia del cine en el municipio a lo largo del siglo pasado, de la mano de la recopilación realizada por Antonio Rico y Eusebio García. En ella se ha puesto en evidencia la presencia habitual del cine en la vida social y cultural de los mazarroneros. El calado de esta actividad llegó a ser importante y ha quedado en la memoria de muchos de sus vecinos porque el entorno del municipio también fue protagonista en el rodaje de varias películas.

La primera referencia que encontramos donde podemos relacionar Mazarrón con la pantalla grande viene a raíz del famoso “crimen de las tres copas” y el hallazgo de los cadáveres de dos hermanos en la playa de Nares. El suceso fue califi cado en su momento como “el misterio del año” y dio pie a la realización de un largometraje dirigido por Fernando Fernán Gómez donde, bajo el título de “El extraño viaje” (1964), se lanzaba una hipótesis de lo que hubiera podido ocurrir en un crimen que no llegó a resolverse.

A continuación, el rodaje que más se recuerda es el de “La perla negra” (1977), una producción hispano-americana rodada en la costa de Mazarrón (Percheles y el Puerto) y que dejó memoria por la participación de pescadores del Puerto, gente de Cañada de Gallego, de Pastrana, y de Mazarrón. Según la tradición oral, por lo visto la historia comienza cuando solicitaron a un forestal de Percheles una casa para arreglarla para un rodaje. De resultas de esto primero acudió al lugar una cuadrilla de obreros que se pasó tres o cuatro meses allí haciendo los decorados. Cuando terminaron, vinieron los montadores. Se tiraron tabiques y ventanas y, cuando comenzó el rodaje propiamente dicho, las obras se intensifi caron “lo que se había hecho, a los quince días se volvía a romper y se hacía otra cosa”. Los que ayudaron dicen que “un día le tocaba con el albañil, otro día con el carpintero…”. Todo el complejo estaba ubicado a cierta distancia de la vivienda. Había decorados en las proximidades, bien hechos y reforzados. A la entrada

de Percheles se instalaron fachadas de viviendas falsas, que hacían la ilusión de que hubiera una fi la de casas. Se recuerda que “los del cine” traían mucho personal y rodaban de día y de noche; había instalaciones para maquillaje, iluminación, etc, y se grababa en toda la playa. Desde el centro de la playa hasta mitad del monte se rodó una escena como si fuera un entierro. Cuando fi nalizó el rodaje en Percheles se decía que “habían grabado material como para hacer tres películas” y se dijo que todas aquellas tomas de los alrededores probablemente se utilizarían también después en otra película, pero se desconoce si fi nalmente fue así.

“La perla negra” es una adaptación de la novela de Scott O’Dell y narra la historia de un pescador que encuentra una gran perla en una cueva marina, lo que provocará el enfado de la manta gigante que vive en ella. Los que asistieron al rodaje cuentan que “la perla estaba custodiada por un cóndor”, que era real, de hecho, hubo quien tuvo la responsabilidad de cuidar y dar de comer a los animales. Cuando se soltaba el cóndor, se le dejaba sin comer un par de días. Al rodar la escena, el dueño ponía comida en una piedra, lo soltaba y, cuando estaba en el aire, hacía gestos y tocaba un silbato, en ese momento el animal se tiraba en picado y venía disparado, justo el momento que aprovechaban para fi lmarlo. Se le grababa cerca de la cueva, porque se supone que en la historia custodiaba la perla. El dueño de todas las mascotas también estuvo presente y, en las inmediaciones, se llegó a instalar también un comedor portátil, además de tiendas de campaña y otras construcciones complementarias.

Uno de los momentos más llamativos del rodaje de “La perla negra” fue cuando en una de las escenas se colocó a 30 o 40 hombres agarrando la borda de una barca que movían cuando el cámara rodaba, agitando la embarcación. Cuando se proyectó la película, los que lo sabían se fi jaban en ese plano y afi rman que se veían los dedos de los que estaban ocultos detrás moviendo la barca. Al ver el montaje se mostraban asombrados porque cuando rodaron, la embarcación estaba fuera del agua, de fondo se veía el mar, pero luego en la película daba la impresión de que los protagonistas se están ahogando. Una fi la de hombres a cada lado moviendo el barco y otra fi la de hombres con cubos tirándoles agua. Esto fue todo lo necesario para que pareciera que “se estaban ahogando y, en realidad, le faltaban 25 metros al bote para llegar al agua”.

Como se ha dicho, también los pescadores del Puerto participaron en “La perla negra” y se da la circunstancia de que no se han podido recoger más datos sobre este tema porque ya no queda ninguno de los que estuvieron en la película. Sabemos que venían con el barco y se les pagaba un tanto por la embarcación y otro por venir ellos. De su presencia en el rodaje se recuerda un hecho donde uno de los extras estuvo a punto de ahogarse, cosa que no ocurrió gracias a la intervención de un pescador del Puerto. Además, no hacía ni una hora que el extra había dicho que “nadaba no sé cuánto y, cuando se vino a dar cuenta, estaban en la arena haciéndole las maniobras de reanimación”. Gracias a un pescador del Puerto, que era muy bajito pero que nadaba muy rápido, y que demostró tener una gran resistencia física “el extra y gran experto en natación no se ahogó”. Como curiosidad, los extranjeros que vinieron solían bajar a bañarse a la playa, casi todos los días, “eran los mismos y fueron durante todo el tiempo que estuvieron allí.

Exteriores de “La perla negra” también se rodaron en Puerto de Mazarrón, cerca del agua, y se recuerda que al equipo se le cayó una cámara y, aun siendo desde tierra fi rme, se dice que no la pudieron recuperar. Cuando volvieron a Percheles “iban por las nubes, renegando entre ellos”. De vez en cuando formaban también algún jaleo “porque había muchos directores y, en resumen en cuenta, eran todos los que mandaban”.

La siguiente referencia la tenemos en “Vacaciones sangrientas” (1974), película dirigida por Juan Jaime Bernos y protagonizada por Wal Davis, Ada Tauler y Ágata Lys, entre otros. La primera noticia nos sitúa en el Bar Luis, en Puerto de Mazarrón, cuando llegó un señor diciendo que iba a rodar una película y necesitaba muchachas como extras. Así vemos cómo un grupo de amigas llegó al rodaje, que se hizo en la playa, en algunas calles del Puerto, en la discoteca del hotel Dos Playas y en el hotel Bahía.

La escena del Dos Playas transcurría en la barra del bar. Las muchachas del Puerto fueron y, a la hora de pagar, les llamó la atención que se les pagaron a todas, aunque al fi nal solo aparecían en la película dos o tres. Una de ellas solo tenía que permanecer en la barra, como si estuviera tomando algo. En el otro extremo colocaron a un chico y el protagonista en el centro. En la acción, se abre la puerta del hotel y entra una mujer con un albornoz blanco y el aspecto de venir de bañarse. En la toma fi nal solo quedó un plano de la barra donde se ven todos para luego centrarse solo en los protagonistas. Luego se hizo otra escena en el Dos Playas, pero esta vez en la discoteca, donde sentaron en un lado a dos jóvenes del Puerto, que luego se les ve en la cinta hablando entre ellos.

De “Vacaciones sangrientas” también se recuerda una escena en la calle del “Sótano”, en la escalera que baja hasta el paseo. Allí se rodó de noche y un pescador, Juan “El meón”, hacía como que salía entre tinieblas y tiraba un puñal que, por aquello de la magia del cine, en realidad era un trozo de palmera. Al buen hombre lo hicieron repetir un montón de veces la escena y, como lo hacía fatal, pusieron a uno del equipo para que lo sustituyera.

Como la película se vino a rodar en invierno, las escenas de playa eran difíciles por la temperatura del agua que poco invitaba al baño. Y aquí se menciona un grupo de jóvenes de Mazarrón que accedió a meterse al agua y chapotear como si de pleno verano se tratase. A cada uno de ellos les pagaron mil pesetas por ello, cantidad más que respetable para la época. Estos fueron los únicos momentos de la película en los que fugazmente aparecen mazarroneros como extras.

En último lugar se recuerda confusamente el rodaje de un cortometraje relacionado con la agricultura del tomate. Se rodó en el campo y en el almacén del Pataleta, hoy ya cerrado. De lo poco que se recuerda se dice que las grabaciones en el almacén se hacían aprovechando la hora que la gente se iba a comer y que se emplearon buenos medios técnicos para la época.

Finalmente cabe citar la película “Los restos del naufragio” (1978) de la que el Cronista de Totana, Mateo García, hace referencia en uno de sus artículos, pero no hemos podido rastrear desde la tradición oral.

De todos estos rodajes, a los vecinos de la localidad les llamaba mucho la atención el dinero que se pagaba a los que asistieron en calidad de “extras” y la presteza y agilidad con la que se les pagaba. Y esto era tónica general en los que asistieron a los rodajes que se hicieron en Mazarrón. Incluso, como se ha visto, se pagaba a los que iban convocados al rodaje aunque luego no participaran en él. Es decir, que para que te dieran el dinero bastaba solamente con ir, aunque luego no te cogieran para rodar la escena. Eso sí, los trabajadores cobraban al punto, pero también se recuerda que había muchos directores y no se sabía quién era el jefe.

Algunos llegaban a los rodajes para trabajar, porque la producción necesitaba de operarios para cambiar los decorados, atender a los animales que, en su caso, pudieran aparecer en la película, etc. En algunos casos, los animales que aparecen en los rodajes eran propiedad de los vecinos de las proximidades, como las ocho o diez bestias de tiro que se contrataron para la película de “La perla negra”. Poco familiarizados con la producción cinematográfi ca, a los vecinos les llamaba la atención que se pasaran los días enteros con la misma escena, mientras ellos se dedicaban a cambiar las cosas de sitio.

En cualquier caso, este tipo de eventos llamaba mucho la atención y en torno a él se congregaban vecinos y curiosos, como en “Vacaciones sangrientas”, con el atractivo de Ágata Lys en el reparto. De ahí que haya quedado buena memoria de estos rodajes, salpicada de innumerables anécdotas que hoy aún se rememoran con facilidad, señal del buen recuerdo que dejaron entre los que las vivieron.

Juan Francisco Belmar

Bibliografía

Belmar González, J.F.: “El crimen de Mazarrón” en “Recordando el tiempo - Mazarrón y su historia, recopilación de artículos”, pp. 345-365. Ayuntamiento de Mazarrón, 2009. Cerón Gómez, J.F.: “La exhibición cinematográfi ca en la Región de Murcia (1896-1996)”. Muñoz Zielinski, M.: “ Las primeras proyecciones del cinematógrafo en Lorca. Anotaciones para una fecha controvertida”.

Asociación Española de Historiadores de Cine. 1998 Méndez España, G.: “El cine y el teatro en Mazarrón”, 2007.

Informantes:

Este artículo ha sido posible gracias a la colaboración de Antonio Noguera, Antonio Rico, Ana Tere y Francisco Belmar Valera.

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