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La Semana Santa vista desde fuera
Veníamos desde Elche sin saber muy bien qué nos encontraríamos. Hacía dos años que estudiaba en la Universidad de Murcia y todavía no había tenido la oportunidad de conocer en primera persona la Semana Santa de la ciudad. Pero la primavera de aquel año me concedió el regalo de vivir el Miércoles Santo murciano, el que muchos llaman la “Fe Colorá”. Su titular, el Cristo de la Sangre, ya había cautivado mis sentidos tiempo atrás, y siempre me decía a mí misma: “sí verlo en su capilla ya me conmueve, en la calle debe ser una experiencia única”. Y lo cierto es que no me equivocaba. Debo reconocer que llegué aquel día algo nerviosa, pero con la ilusión de un niño pequeño y, cámara en mano, dispuesta a disfrutar y retratar la que podría ser la tarde de Miércoles Santo más bonita de mi vida. Como así fue.
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La belleza de amplios planos del rostro del San Juan, la sensibilidad y gusto cortesano de La Samaritana, la renovación plástica del San Vicente, o la singularidad y variedad de acciones representadas en el Lavatorio son pinceladas de las características propias del patrimonio de los Coloraos.
Largas filas de penitentes de curiosas y variadas túnicas, de enaguas y medias con diversas decoraciones, los caramelos y las monas, las burlas, los exornos florales, la música, el andar de los pasos, el olor a incienso, a huertana y popular primavera murciana en la que el murmullo devoto de la multitud se extendía hacia el otro lado del puente de los Peligros. Instantes de una procesión particular y, hasta entonces para mí desconocida, y que me atrapó, me hizo partícipe de su tradición, de su singular identidad, de su fervor popular, pero sobre todo de su arte.
Porque en aquella procesión estaba representado en buena medida el desarrollo escultórico de la ciudad de Murcia a lo largo de tres siglos, materializado en madera por grandes artistas que mediante genio, gubia y cincel supieron dar corporeidad a la realidad devocional y artística propia de su época. Roque López, Dorado Brisa, González Moreno, Gregorio Molera o Hernández Navarro son varios de los escultores que pusieron al servicio de la Archicofradía sus habilidosas manos para acercar la fe, difundir el mensaje de la Pasión y conmover al pueblo. La belleza de amplios planos del rostro del San Juan, la sensibilidad y gusto cortesano de La Samaritana, la
renovación plástica del San Vicente, o la singularidad y variedad de acciones representadas en el Lavatorio son pinceladas de las características propias del patrimonio de los Coloraos. Pero sobre todos ellos destaca el expresionismo espiritual hecho madera: el arte de Nicolás de Bussy, reconocido por muchos como el punto de partida y referente indiscutible en la escuela escultórica murciana, cuya excelencia en tratar temas pasionales ha ejemplificado con el Cristo de la Sangre.
Pero Murcia no es sólo Miércoles Santo, ya que su Semana Santa puede presumir de una riqueza artística y tradicional como pocas, con unas procesiones llenas de color e identidad propia ligada a la historia de los murcianos, con grandes devociones de ámbito regional e incluso nacional, con un interesante despliegue de artes suntuarias e imágenes entre los que destacan, sin duda, los tan afamados y bellísimos pasos de la Cofradía de Jesús del maestro Francisco Salzillo, estandarte de la escultura barroca murciana incluso más allá de nuestras fronteras. Es por todo lo escrito anteriormente que me remito a una frase muy reveladora y que pronunció san Buenaventura: “lo que vemos, suscita nuestras emociones más que lo que oímos”. Cuánta razón tenía. •••
Marina Belso Delgado.
Historiadora del Arte