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El drama de la emigración DANIEL GALLARDO ALBARRÁN

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JULIA AROCA CABEZA

JULIA AROCA CABEZA

EL DRAMA DE LA EMIGRACIÓN

La historia de Olvera, al igual que la de cualquier pueblo, es una crónica de lucha, sufrimiento y superación. Uno de los procesos históricos que mejor ilustra las dificultades que han atravesado nuestros conciudadanos a lo largo del tiempo tiene que ver con la emigración. Durante décadas, un gran número de olvereños han tenido que dejar el pueblo que los vio crecer para irse a trabajar a otros lugares con la esperanza de construir un futuro mejor. Este fenómeno está tan presente en nuestra memoria colectiva, que incluso hemos construido un monumento para conmemorar a los que se fueron: el Monumento al Emigrante. Desde el punto de vista económico, es fácil resaltar que la emigración ha tenido un efecto positivo de gran calado en nuestra localidad. Los más beneficiados fueron los que decidieron hacer las maletas, ya que obtuvieron niveles de ingreso más elevados que los que podían conseguir en el pueblo. A veces, y esto es algo que se daba con mucha frecuencia durante los años setenta y ochenta, parte de esos ingresos repercutían de forma directa en Olvera, ya que los emigrantes mandaban dinero de vuelta a sus familias. Otro aspecto que favorecía a los que se quedaban en el pueblo está relacionado con la competencia por los puestos de trabajo. Al reducirse el número de olvereños en edad de trabajar, la posibilidad de encontrar empleo era mayor. Sin embargo, estos beneficios hay que compararlos con los costes, también económicos, que supusieron para el pueblo la pérdida de mano de obra. El efecto más inmediato tiene que ver con la fuga de talento y de potencial para desarrollar nuevas ideas. Imagínense por un momento qué habría sido de nuestra localidad, si todos esos emprendedores que acabaron fundando múltiples cooperativas se hubiesen marchado. ¿Quién se habría beneficiado de sus ideas y su duro trabajo? Además, la caída de la población hace que perdamos poder de mercado y de producción en la provincia, lo que influye a su vez en nuestra capacidad de negociación con otras administraciones para mejorar las infraestructuras de transporte, educación y sanidad. En este sentido, llevamos desde 1970 de capa caída, ya que Olvera no deja de perder habitantes. La disminución de la población ha sido tan significativa, que nuestro pueblo tiene actualmente cerca de 3.000 habitantes menos que hace un siglo. Otra gran pérdida para la comunidad está relacionada con la inversión que se pierde cuando un trabajador emigra. En nuestro pueblo, tenemos la suerte de tener acceso libre y gratuito a la sanidad y la educación. Para obtener estos servicios básicos, todos tenemos que aportar a las arcas públicas con nuestros impuestos. Estas aportaciones son muy sustan-

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Resulta paradójico que hoy en día estas situaciones se sigan dando, a pesar de que hayamos experimentado una mejora en nuestro nivel de vida sin precedentes durante el siglo XX"

ciales a lo largo del tiempo, ya que tanto la educación como la sanidad son servicios muy caros, de gran importancia, que requieren mano de obra muy cualificada. Por este motivo, cuando alguien deja nuestra localidad después de haberse beneficiado de estos servicios durante años, perdemos una gran parte de lo invertido. Además de los costes económicos de la emigración, no podemos olvidar el impacto social de este fenómeno. Por un lado, el movimiento temporal de trabajadores que se produce durante unos meses, pero que se repite cada año, interrumpe las dinámicas familiares de forma dramática. ¿A qué olvereño no se le rompe el alma cuando tiene que dejar a sus seres queridos para trabajar en la Costa del Sol, o en Francia? Por otro lado, la emigración permanente supone un desmembramiento de la comunidad. De un día para otro, nuestros familiares y amigos dejan de formar parte de nuestro día a día, tal y como lo hicieron en el pasado. Resulta paradójico que hoy en día estas situaciones se sigan dando, a pesar de que hayamos experimentado una mejora en nuestro nivel de vida sin precedentes durante el siglo XX. De hecho, la situación se ha agravado en los últimos años, ya que el número de olvereños que han emigrado al extranjero no ha dejado de crecer desde 2012. Sin embargo, no hace falta usar estadísticas para demostrar esto, ya que estoy seguro de que cualquier lector conoce a alguien que ha tenido que dejar el pueblo hace poco, ya sea de forma temporal o permanente. Si hace unas décadas los olvereños hacían las maletas para irse a trabajar a Holanda, Francia, Alemania o Suiza, actualmente son sus hijos los que inician un camino similar. ¿Cómo es posible que la emigración siga siendo tan importante en nuestro pueblo durante la época de mayor opulencia de nuestra historia? Sin duda, la gran promesa de que la mejora del nivel de vida terminaría con este fenómeno ha acabado siendo mentira. Si sumamos los costes económicos y sociales de la emigración, creo que estarán de acuerdo conmigo en calificar este proceso como un drama, especialmente cuando perdura en el tiempo. La capacidad de lucha, sufrimiento y superación que ha caracterizado nuestro pasado, sigue estando muy vigente hoy en día. Por este motivo, creo firmemente que no es solo el emigrante el que se merece ser conmemorado con un monumento en nuestras calles, sino todo el pueblo de Olvera, que de forma directa o indirecta está sufriendo las consecuencias diarias del drama de la emigración.

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