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Presentación la cata vertical
Saber beber es saber vivir, dicen los franceses.
Quería compartir con todos ustedes este tramo de mi camino en el que pongo fin a una bellísima etapa de mi vida y empiezo otra.
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Ha sido como una cata vertical de casi 20 años.
Es algo tan fascinante como mi primera cata del Tokay por el Danubio, en el barco, viendo el Budapest nocturno, o cuando uno distrae las horas sentado en una mesa y comienza con un vino del año 68, luego continúa con otro del 77 y así hasta llegar a nuestros días. ¡Qué cosas! Algo así ocurrió el día que hicimos la primera cata vertical en Georgia, rodeada de amigos, ver los kveri, los viñedos, ver la pasión de todas aquellas personas implicadas en este mundo, a las cuales no les importaba hacer kilómetros, pasar horas en los aeropuertos, dormir en los aviones, pero estar ahí, sentir la magia.
Siempre he vivido en tierra de buenos vinos, rodeada de viñedos que varían de color en cada estación del año. Y sin saber por qué, me vengo a una de las zonas con los vinos más afamados de España, a la milla de Oro. Cosas del destino.
Vengo de Moldavia, tierra de gladiadores y donde está la bodega más grande del mundo. Se llama “Mileștii Mici”, situada en las cercanías de Chisinau, la capital de Moldavia. Allí se almacenan más de dos millones de botellas. Es una antigua cantera de piedra caliza realizada hace varios siglos. Se trata de una bodega con un subterráneo de 200 kilómetros, de los cuales 55 están en uso. La reina Isabel de Inglaterra, conoce bien nuestros vinos, le encantan. ¡Y de momento es la reina más longeva!
Mi infancia ha estado rodeada de viñedos de más de 50–80 años, mis abuelos, mis padres, toda mi familia ha hecho vino durante su vida. Para el consumo propio, para los amigos, para las fiestas. De pequeña me tocaba ir con la garrafa a buscar el vino a la bodega, abría el grifo y esperaba hasta que
se llenaba. Ahora se llama decantador y antes todos tenían una garrafa de cristal o de barro.
Me gustaba el olor y, sobre todo, cuando mi padre me daba a probar el mosto, cuando picaba en la lengua.
Todavía veo el color y percibo aquel aroma a ciruela, higos, frutos del bosque, arándanos, moras. Un rojo intenso, color granate. La vendimia y la elaboración eran un reencuentro con toda la familia. Durante la vendimia en Moldavia, por supuesto siempre manual, los hombres traían y prensaban la uva, las mujeres cocinaban. Luego se hacía una gran mesa, se hablaba, se reía, se contaban cosas, chistes.
Se comían productos típicos: bors, sarmale, placinte1. De igual manera se hacían las casas, se reunía toda la familia, se hacían los ladrillos de adobe y participaban todos. Después una fiesta, comida, buen vino, se hacían muchas bromas. Y por supuesto no hay mesa sin un brindis, sin un deseo, sin un cuento o algo para celebrar o agradecer la hospitalidad y el esfuerzo de los anfitriones, de la gente que ha vendimiado, que ha preparado los platos y la mesa, que ha mimado cada detalle.
Me gusta mucho esta tradición. Espero que no se pierda. Quizás sea por esta mezcla de las tres culturas que llevamos en la sangre: la griega, la turca y la eslava.
Durante los años de estudio en la Universidad de Chisinau, dos meses, septiembre y octubre, los pasábamos en el campo recogiendo uvas, hasta que se nos congelaban las manos, pero había que apoyar al Estado, formábamos parte de la URSS y estábamos construyendo el comunismo.
Septiembre era algo especial, y cuando llegué a España, me faltaba aquel septiembre, aquella agitación y magia, me faltaban las viñas, la agitación y las risas durante la vendimia, el primer mosto.
Hasta que volví a mi mundo.
Tardé casi 20 años. Esta pasión por ver y sentir cómo se hace este elixir de los dioses, volver a recoger la uva, pisarla, tocarla, catar el primer mosto.
Lo importante es volver, no importa si es tarde.
1Platos típicos de Moldavia parecidos a empanada, sopa con carne y repollo, rollitos de parra rellenos de carne y arroz, platos que no faltan en ninguna fiesta.
Mi primera cata por el Danubio, mi primera bodega, la primera feria, la primera experiencia, presentar la actividad “Enólogo por un día” en el stand de Castilla y León. Tenía nervios y muchos… Llegué a pensar... ¿quién soy yo para hacer esto, si cualquiera podría hacerlo mejor que yo…? Hasta hoy me acuerdo. Un compañero, Martín, me preguntó: ¿Qué vas a presentar? –Le dije: La actividad “Enólogo por un día” y es la primera vez, tengo muchos nervios. –Lo vas a hacer muy bien –me dijo.
Así fue. Salí eufórica. La gente se iba feliz, es lo que más me gusta, ver a la gente cómo disfruta y que se vaya radiante después de cada visita. Me pasa lo mismo hoy día, mirar la cara de la gente, sentir la felicidad y el agradecimiento en sus miradas, me emociona y me reconforta.
También me acordé de las palabras de mi amiga, Sonia, la gallega: “¡Éste es tu mundo Tati!”.
Me acordé de todos, de todos los otoños en la vendimia, de mi tierra llena de viñedos de mi casa rodeada de hermosas viñas.
Es curioso, el primer borrador de mi pequeña obra lo he impreso en septiembre, justo con la vendimia, así que es de la añada 2019, intensa y potente.
Yo creo que es realmente la piel... la piel de la uva que me hace ser quien soy. ¿Sabéis cuál es el mejor vino? El que se comparte. Yo os invito a empezar a catar... estos brindis juntos. ¡Salud!