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Platón y la caverna
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Platón y la caverna
Varias veces en los últimos años nos hemos encontrado con Platón durante nuestras conversaciones. Uno de los aspectos más recurrentes suele ser el mito de la caverna.
En este mito, Platón nos presenta a los prisioneros más antiguos de la fabulación humana, inmovilizados desde su nacimiento y privados de toda sensación salvo de la visión de unas sombras inertes que recorren una pared ante ellos. Esta escenografía me origina una pregunta: ¿podrían llegar a alcanzar algún conocimiento estos hombres? Respondo, sin dudar, que sí. ¿Limitado por uno de sus sentidos? Sin duda. ¿Condicionado por los guardianes que mueven a su antojo las figuras que se proyectan sobre la pared? También. Aun así, los prisioneros, al no disponer de otras percepciones que puedan hacerles dudar de que las sombras inertes que ven no sean la realidad, considerarán éstas su realidad; incluso podríamos decir que serán su verdad. El relato da un giro cuando uno de los prisioneros es liberado y llevado al mundo exterior. Ahí percibe cosas que nunca había sospechado existieran: materia sensible al tacto, sonidos y olores de la naturaleza, sombras y color, un firmamento inconmensurable y, finalmente, la fuente de todo ello, el sol que produce la vida. Lo que aparece ante él ahora es la complejidad del mundo, la realidad de la vida, la belleza, la razón, la decisión. En cuatro palabras: el mundo del hombre. De este aparecer de un nuevo mundo, el liberado concluye lo ficticio de aquello que había considerado como realidad y verdad, porque ahora conoce que la inmediatez de su primera verdad sólo se sostenía en una limitación de las facetas percibidas de lo real. El mundo para el hombre presenta infinitas facetas. Por ello, su captación exige, además de múltiples percepciones sensoriales, de innumerables relaciones entre sí y de la experiencia transmitida por aquellos que nos antecedieron en esta navegación. Ambas, captación y transmisión, son los activadores de nuestra capacidad de integrarlos: la inteligencia. Platón inauguró una filosofía para ejercitar la captación y creó una escuela filosófica para su transmisión. Nos enseñó cómo liberarnos de la caverna. Coincidamos con él: filosofar es liberar. Pero afirmemos también, como corolario, que todos aquellos que participan en la liberación de un prisionero –familiares, amigos, profesores– merecen el nombre de filósofos aunque debido al academicismo de nuestra sociedad nunca hayan sido reconocidos con este título.