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CAMINANDO ENTRE UVAS
Los vinos de Castilla y León transportan el peso de los siglos. Son el resultado de unos terrenos hoscos pero generosos, de un clima severo pero que sabe mimar sus cultivos y otorgarles unos dones indiscutibles. Nos adentramos en los dominios de los vinos castellanos y leoneses. Emprendemos una ruta donde el arte y la historia nos acompañarán a cada paso.
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Hablar de Ribera del Duero es hablar de calidad. Es hablar de historia, de buenas tierras, de un río que recorre pausadamente las esplendorosas llanuras castellanas, tan fértiles como austeras. Si se cita la palabra Ribera del Duero es para presumir de una de las Denominaciones de Origen con más peso a nivel nacional e internacional. La ruta se desparrama por el corazón del gran corredor del río Duero, abrazando cuatro provincias: Soria, Burgos, Segovia y Valladolid. Las principales localidades que atraviesa son San Esteban de Gormaz, en Soria, las villas burgalesas de Aranda de Duero y Roa, y Peñafiel, en Valladolid, bastión de los vinos de la Ribera del Duero. Su recorrido no solo nos transporta a un mundo de caldos prodigiosos que hablan de historia, tierra y clima. También es un viaje de cultura, patrimonio y riqueza artística por la cuna de la historia castellana.
El trazado de Cigales nos permite ahondar en los Campos de Castilla que recorren las provincias de Palencia y Valladolid, auténtica matriz de cultura, historia, patrimonio, tradición y gastronomía ineludibles. Es una ruta adornada por grandes legados humanísticos, por la historia de casas señoriales y raíces de abolengo y por un envidiable patrimonio de iglesias, monasterios y castillos. Pasear por los viñedos de Cigales, las sirgas del Canal de Castilla, los cortados de Cabezón o las Riberas del Pisuerga constituyen una experiencia inolvidable. Recorreremos la vida de los Reyes Católicos, Felipe II o Napoleón, seguiremos los pasos de familias nobles y órdenes cistercenses o trapenses. Estos vinos, que transportan en su regusto el peso de la historia, se elaboraban ya desde el siglo X, instaurándose en la Corte de Felipe III en Valladolid (s. XVII) como un producto cotidiano.
Los castillos de Fuensaldaña y Trigueros del Valle (s. XV), el monasterio de Santa María de Palazuelos (S. XIII), el monasterio de San Isidro de Dueñas (S. XI) o la iglesia de Cigales, conocida popularmente como “la catedral del vino” serán algunas de las paradas de este viaje. Sobre la margen del río Duero fluye el vino de Rueda, vía que se extiende por las provincias de Valladolid, colindando con Ávila y Segovia. La ruta atraviesa las localidades de Villaverde de Medina, Tordesillas, Serrada, La Seca, Rueda, Pozaldez, Olmedo, Nava del Rey, Medina del Campo y Matapozuelos. Los orígenes de estos legendarios caldos se remontan al siglo XI, auspiciados por unas condiciones climáticas y orográficas privilegiadas. Este viaje propone un recorrido por el patrimonio, la historia y gastronomía, siempre con el trasfondo de los vinos a nuestro paso.
Pintia:
El vino más viejo de la Ribera del Duero
El vino se consume en la Península Ibérica desde fechas muy tempranas, tan remotas, al menos, como la presencia de navegantes procedentes del Mediterráneo Oriental en este territorio. Así lo atestiguan, por ejemplo, las ánforas que sirven para trasladarle desde su lugar de producción hasta el de su consumo. Pero también desde momentos tempranos se comienza a producir vino en los centros fenicios y en sus áreas de influencia.
Para el ámbito de la Cultura Ibérica, en contacto más directo con los pueblos colonizadores mediterráneos, las cantidades de vino disponibles podían ser importantes desde época antigua (siglo VI a.C.) gracias a la producción local (Benimaquía, La Quéjola). Sabemos además que la bebida se asociaba a banquetes en contextos ritualizados (Cancho Roano), especialmente en situaciones excepcionales (de guerra, en Capote y Numancia), y que el vino se consumía, libaba o ambas cosas en los funerales (Los Villares). Por último sabemos que se conocía e importaba buena parte de la vajilla estándar griega especializada para la bebida de vino.
Los relatos de autores como Apiano, para los propios vacceos, o Estrabón, de forma más general para los pueblos del norte peninsular, justifican que tradicionalmente la extensión de esta bebida a los usos de las poblaciones del interior se haya puesto en relación con la presencia romana en el territorio: “No tenían vino, sal, vinagre ni aceite y, al comer trigo, cebada, gran cantidad de carne de venado, y de liebre cocida y sin sal, enfermaban del vientre y muchos incluso morían” (Apiano, Iber., 54); o igualmente “el vino lo beben en raras ocasiones, pero el que tienen lo consumen pronto en festines con los parientes” (Estrabón, III, 3, 7).
Las investigaciones desarrolladas en el yacimiento de Pintia han venido a poner en su lugar esta historia contada por los vencedores, ya que la presencia del vino en esbeltas copas cerámicas se ha podido atestiguar desde el siglo IV a.C. —esto es, mucho antes de que los romanos se asentaran en la península Ibérica—, en forma de tartratos obtenidos del fondo de los cálices de esos bellos recipientes.
El Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (CEVFW) de la Universidad de Valladolid, muestra en sus instalaciones de la Plaza Mayor de Padilla de Duero, algunos de los materiales y sus contextos referidos a la Arqueología del Vino en Pintia.