Cenizas que dan vida.

Page 1


Paolo Scquizzato

Cenizas que dan vida Un camino de fe y felicidad plena


Título original: Dalla cenere la vita Traducción: Ezequiel Varona Valdivielso © PAULINAS 2020 Carril del Conde, 62 - 28043 Madrid Tel.: 91 721 89 84 - Fax: 91 759 02 04 E-mail: editorial@paulinas.es www.paulinas.es PAOLINE Editoriale libri. © FIGLIE DI SAN PAOLO Via Francesco Albani, 21- 20140 Milano (Italia) ISBN: 978-84-17398-43-9 Depósito Legal: M-454-2020 Impreso por Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) Printed in Spain. Impreso en España Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicenza.com; 91 702 19 70 /93 272 04 45).


A manera de premisa

Un camino… pero no uno cualquiera No hay necesidad de desmantelar el cielo en busca de secretos. (Chandra Livia Candiani)

Seamos sinceros, basta oír la palabra «cuaresma» para sentirnos invadidos por la tristeza. Es un tiempo caracterizado por el luto, como ocurre en gran parte del mundo católico, donde muchas de las cosas son obligatorias y lo demás está prohibido. Sacrificio, florecillas, ayuno, abstinencia, pecado, confesión, mortificación… son solo algunas de las expresiones que suelen oírse en ciertos ambientes eclesiales, sobre todo parroquiales, promovidas para prepararse de un modo «serio» para la gran fiesta de la Pascua. Por no hablar del símbolo de la ceniza, con el que se marca al que participa en la liturgia del Miércoles de Ceniza, tal vez acompañado de la fórmula lacrimógena –lamentablemente todavía en vigor–: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». Es un periodo de buenos propósitos, destinados a desaparecer unas horas o unos días más tarde dejando, al fin, un sabor amargo en la boca, retrogusto del 5


bien conocido sentimiento de culpa; sentimiento que sigue acompañando y marcando, desde la más tierna edad, a generaciones de fieles con más o menos insoportables consecuencias psicológicas. Se ha sufrido un fracaso personal y la enésima debacle con relación a Dios. Pero entonces, ¿sigue siendo sensato vivir estos cuarenta días como preparación a la Pascua, si todo se resuelve en un mero acto voluntarioso de mejorar espiritualmente y lo que importa es «conseguir a toda costa» mantener la fidelidad a los propósitos hechos, privándonos por ejemplo de comer golosinas, esforzándonos por ir a misa en las fiestas «de guardar» o, a través de una penitencia social, desapareciendo durante algún tiempo de Facebook, Twitter o Instagram? La respuesta es ciertamente positiva: sigue teniendo sentido. La Cuaresma sigue siendo un momento privilegiado y al mismo tiempo fundamental, para nuestro camino espiritual y de comportamiento humano, a condición de que tengamos el valor de tener presentes, de un modo maduro y serio, sus motivaciones profundas y de recuperar su auténtico significado. En cualquier caso, de lo que podemos estar seguros es de que la Cuaresma no es un tiempo de «mejoramiento». La idea de llegar a ser mejores no es cristiana, sencillamente porque tampoco es evangélica. No hay un solo pasaje del Evangelio en el que Jesús invite a emprender el camino del perfeccionismo moral. Invita, es verdad, a ser perfectos (cf. Mt 5,48), pero no en el 6


sentido de realización del ser, llevando a sus últimas consecuencias la propia humanidad; invita a ser plenamente mujeres u hombres a través de la singularidad del amor. Dios no desea mujeres u hombres mejores, sino hijos que se sientan amados y realizados. Tampoco forman parte del vocabulario evangélico términos como sacrificio, florecillas, ayuno o abstinencia y, menos aún, mortificación: el Dios de Jesús de Nazaret no es un Dios de muertos, sino de la vida (cf. Mc 12,27), y Jesús mismo ha venido al mundo para que el hombre y la mujer tuvieran vida y la tuvieran abundante, es decir, plena, auténtica y completa (cf. Jn 10,10). Nuestro Dios no es el juez inflexible que se complace en los hombres y las mujeres que consiguen mantenerse fieles a los propósitos hechos, obedeciendo a prescripciones impuestas por los guardianes del templo de turno. Nuestros sacrificios, renuncias, ayunos y florecillas no le afectan, no le dan gloria y menos aún le hacen feliz. El profeta ya escribió en su tiempo al respecto: ¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? –dice el Señor–. Dejad de hollar mis atrios para traerme ofrendas vanas. (…) Vuestros novilunios y solemnidades me son aborrecibles: se me han vuelto un peso, y estoy harto de aguantarlas. Cuando extendéis las manos, 7


aparto mis ojos de vosotros; aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos; dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda. (Is 1,11.13-17)

Palabras duras, que más tarde sintetizará Jesús en un pasaje claro y directo: «Quiero misericordia y no sacrificios» (Mt 12,7). Para comprender el significado profundo de la Cuaresma es necesario, por tanto, salir del contexto religioso e introducirse en el de la fe. La religión ha estado desde siempre centrada no tanto en Dios sino en el propio ombligo. Todo lo que atañe a la religión lleva al creyente (y no al hombre o la mujer de fe) a centrarse en sí mismo, en su perfección espiritual, en su éxito respecto a las prácticas con el ídolo que se ha fabricado, para esperar –del mismo ídolo– la aprobación, el aplauso y la benevolencia correspondientes, como el hermano mayor en la parábola de Lucas: «Hace ya tantos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos» (15,29). 8


La persona religiosa se imagina que la relación con Dios se resuelve en definitiva en un servicio, en un debe y haber de sabor comercial, en una estéril observancia de normas para poderse presentar al final en su presencia como vencedora y, por lo tanto, merecedora de su aprobación. Pero Jesús no ha invitado nunca a nadie a mantener una relación de tipo religioso con el Padre, y él mismo trata de mantenerse alejado de los lugares y del establishment religioso. Jesús es un hombre de fe y sabe que solo la fe puede llevar a una comunión con Dios, que es amor, porque el amor solo se puede dar en una relación. Por este motivo, la fe, lejos de ser obra de la voluntad, es simplemente apertura al otro, a lo indecible, a lo indefinible, desligando al ser humano de sí mismo para reconducirlo, por fin, al cuidado del otro. Pablo de Tarso, tras un largo camino, comprendió que lo que salva no es la relación religiosa con Dios, sino una relación íntima con la divinidad, una transformación realizada por unión directa, como el hierro que, introducido en el fuego, se transforma en fuego sin diferenciarse del mismo. El apóstol, estricto observante durante años de leyes y preceptos –llegando incluso a aprobar la muerte de aquellos que consideraba enemigos de Dios–, cuando hizo una experiencia interior de Jesús y de su Evangelio, llegó a escribir a la Iglesia de Colosas:

9


Que nadie os juzgue por las comidas o bebidas o por la participación en las fiestas, lunas nuevas o sábados. Si estáis incorporados a Cristo en su muerte y ya no cuentan para vosotros las potencias cósmicas, ¿por qué os sometéis, como si todavía fueseis del mundo a preceptos como: no tomes, no gustes, no toques? ¿No os dais cuenta de que se destruyen por el uso, pues son prescripciones y enseñanzas humanas? Estas cosas pueden tener un aspecto de sabiduría, porque manifiestan cierta religiosidad, cierta humildad y un desprecio por el cuerpo; pero, en realidad, no tienen valor alguno, pues solo buscan satisfacer el propio egoísmo. (Col 2,16.20-23)

Una Cuaresma, por lo tanto, no como camino de perfeccionismo, con el intento de contentar a Dios. Porque el único sueño que Dios puede alimentar sobre la humanidad –si podemos expresarnos así– no está en que cumpla las cosas a la perfección, sin volver a pecar, sino en que llegue a su realización, a su plenitud, experimentando continuamente la fuerza del amor. El primer mandato que Dios hace al hombre y a la mujer, recogido por el Génesis, es muy bello: «Sed fecundos» (Gén 1,28). «Fecundidad» es el imperativo categórico del ser humano maduro. Florecer, venir a la luz, realización del ser. La Cuaresma será, pues, este camino de sensibilización para aquello a lo que estamos llamados, un periodo de entrenamiento, donde recuperar nuestro 10


cometido existencial de llevarnos a la luz y volver a florecer. Cuarenta días de atención a lo divino que nos habita e inhabita a cada persona, con su fragilidad y debilidad. Un estar expuestos al Dios, gran seductor, porque el amor transmite vida y fecundidad mediante la atracción, y por tanto la fascinación. Un camino hacia la propia interioridad, para descubrir en ella el fuego y la luz que ilumina a todos los seres humanos y es capaz de infundir la fuerza suficiente y necesaria para impulsarnos hacia un mundo en espera. Fuego que ilumina, transforma y da fuerza, al que algunos llaman Dios y otros conciencia. Es muy difícil ser fieles a la propia conciencia antes que a las leyes externas, por el simple hecho de que la conciencia es la más exigente de todas las leyes. Tampoco se puede uno mofar de ella, como se puede hacer con las leyes. Es más severa; es la parte más profunda de ti, que te dice con claridad y plena autenticidad cuándo eres infiel a lo mejor de ti mismo. (Juan Arias, El Dios en quien no creo) La ceniza, elemento de fecundidad

Me gusta mucho esta página del conocido y buen biblista italiano Alberto Maggi, utilizada para introducir al significado auténtico de la Cuaresma: La Cuaresma no es tiempo de mortificaciones, sino de vivificaciones. Por eso la acción de Jesús no es talar el árbol que no produce fruto, sino abonarlo para que adquiera nuevo vigor (cf. Lc 13,8), 11


porque no ha venido a romper la caña cascada ni a apagar la mecha humeante (cf. Mt 12,20), sino a liberar en el hombre las energías de amor que están adormecidas y hacerle descubrir formas inéditas, originales y creativas de perdón, de generosidad y de servicio, que elevan la calidad del propio amor para ponerlo en sintonía con el amor del Viviente, y así experimentar la Pascua no solo como plenitud de la vida del Resucitado sino también de la propia vida. Así como los campesinos, al finalizar el invierno, esparcen por el campo las cenizas acumuladas en el tiempo frío para dar nuevo vigor a la tierra, la Palabra del Señor es capaz de infundir nuevas energías a los hombres. (Alberto Maggi, En estos tiempos)

La Cuaresma, por lo tanto –con el signo de la ceniza– como camino de maduración; deflagración de la energía que llevamos dentro, para llegar a la plenitud de sí mismo y, por lo tanto, a ser divinos. Porque nuestra vocación última es llegar a ser Dios, una sola cosa con él –como nos recuerdan a menudo los Padres de la Iglesia–, como el metal introducido en el fuego, que al final difumina la distinción entre uno y otro. Camino que Jesús, el primogénito, recorrió en su vida y que ahora nos toca hacerlo a cada uno de nosotros. …Hecho hombre

«Dios se hizo hombre». Es una verdad de fe incontestable de la revelación cristiana. El hombre Jesús, a través de su humanidad llevada a la plenitud, dejó traslucir la divinidad que lo habitaba. 12


Él, con su exquisita humanidad, es transparencia de lo divino, hasta poder afirmar: «El que me ve a mí, ve al que me ha enviado» (Jn 12,45). Eso es la fe: apertura a lo divino que nos inhabita. Jesús quebró así la escala apuntada hacia el cielo y usada por las personas piadosas, empeñadas en escalarla mediante esfuerzos y actos exclusivamente religiosos. Con Jesús de Nazaret, Dios deja de hecho de ser la meta que se debe alcanzar a toda costa, mostrándose a la vez fuente y don que se ofrece. Lo que llamamos Dios es la fuerza interior de la semilla, la luz para la flor, la energía que mueve el universo. Porque la divinidad no habita en un cielo transformado en objeto de culto y de conquista, sino mi parte más íntima. No es la meta que alcanzar, sino la fuente interior con la que entrar en contacto y de la que ocuparse para que podamos volver a florecer. Dios no como meta de los buenos, sino como fuego en donde caen todos –buenos y malos– para ser transformados. Ya no el Dios que apaciguar para amansarlo y vencerlo, sino amor del que gozar para vivir. Por lo que la expresión «Dios se hizo hombre» creemos que se debe entender no tanto como un Dios que, dejando su cielo, se apresura a intervenir en la historia de esta humanidad desquiciada, tomando en préstamo un cuerpo, sino como un Dios dispuesto a emerger del hombre y la mujer a través de su capacidad de amar. No un Dios «de fuera» y «de arriba» que viene a la tierra, sino una tierra-carne que hace emerger lo divino

13


a través del lento y largo recorrido de la humanidad, del bien y del amor. Hasta Jesús de Nazaret, el mandamiento de Dios era: «Sed santos porque yo soy santo» (Lev 19,2). En el Evangelio, Jesús no hace suya esta imposición. Él no invita a nadie a la santidad, porque podría entenderse una vez más como una escalada hacia lo alto, una conquista o, peor aún, algo que merecer. En efecto, la conquista es típica de la religión, obtenida mediante el respeto de las reglas o la observancia de la Ley, por lo que quien se equivoca comete pecado, entendiéndose por pecado una infracción de la ley de Dios. Jesús invita no a una observancia, sino más bien a la transformación del ser: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). La vía del cumplimiento es imitar al Padre, o sea, amar a la manera de Dios, vivir la misericordia para con todos, incluidos los últimos y más detestables, «los desagradecidos y los malvados» (Lc 6,35). Dios no es para Jesús de Nazaret una entidad a la que obedecer, sino más bien el ser en que transformarse para poder vivir de la misma vida. Al final, el Dios de Jesús no nos preguntará si hemos creído en él o si hemos sido buenos observantes de sus mandamientos, sino si hemos amado como él (cf. Mt 25,31ss). La salvación –lo veremos más adelante– no puede resolverse en un creer o no creer en Dios. La discriminación entre el ateo y el creyente no será nunca un asentimiento o una negación inte14


lectual a una verdad o a una divinidad, sino más bien el estilo de vida que nos jugamos en lo cotidiano y manifestado en el bien. Jesús ha puesto todo esto como centro neurálgico de su mensaje. Cuando envía a sus discípulos al mundo no les dice: «Id a convertir a los pecadores», sino «Id a curar a los enfermos» (cf. Lc 10,9), dándoles la fuerza necesaria para hacerlo (cf. Mc 6,7). Si leemos con atención, veremos que en el Evangelio son más las veces en que Jesús aparece curando y devolviendo la serenidad a las personas, que aquellas en las que perdona los pecados. Así es. Con Jesús cambia totalmente la perspectiva: ya no es la humanidad la que se dirige a Dios sino el ser humano, quien, con la fuerza de Dios –con la que ha entrado en contacto dentro de sí mismo–, se dirige al prójimo, y de este modo llega a su culminación.

15


Índice A manera de premisa

Un camino… pero no uno cualquiera.................. 5

Salvación y redención 1. A propósito del pecado....................................... 19 ¿Culpa o fragilidad?............................................ 26 La genialidad del Evangelio................................ 33 2. A propósito de la salvación................................ 41 Transparencia de Dios......................................... 50 3. Un camino hacia la plenitud…......................... 57 Placer, felicidad y bienaventuranza. Una diferencia..................................................... 66 Una apertura........................................................ 70 Camino de fe, vía de expropiación...................... 74

Tres lucecillas en el camino La pecadora. Una lectura de Jn 8,1-11.................. 79 El perdón de Dios como acto creativo................ 84 En casa de Simón. Una lectura de Lc 7,36-50....................................... 89 Un padre bueno. Una lectura de Lc 15,11-32..................................... 101 111



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.