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LA LITURGIA
LA LITURGIA… ¡CUESTIÓN DE SENTIDOS!
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Lino Emilio Díez Valladares, SSS Párroco de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, Madrid.
La bondad del Señor no es solo una idea abstracta. La expresión del salmo 33,9 nos invita a vivir la experiencia: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». En una celebración, todos nuestros sentidos han de estar en vela: ¡estamos llamados a escuchar, ver, oler, tocar y gustar! Es toda nuestra persona la que ha de responder a la llamada del Señor. También nuestro cuerpo se abre a la iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro y, con nuestro corazón, manifiesta nuestra respuesta, nuestro agradecimiento. Es todo nuestro ser, cuerpo y alma, el que está llamado a orar y a unirse a la asamblea para formar un cuerpo con ella. La asamblea, orando con todo su ser, puede dejarse transformar por el Espíritu que hace de ella la Iglesia de Cristo.
Orar «con todo mi ser»: todo el cuerpo ora
Nuestras celebraciones son con frecuencia demasiado «cerebrales», cuando la liturgia es cuestión de sentidos, de signos, de símbolos. Por timidez, rigidez o desconocimiento de su naturaleza, tenemos, en este campo, un gran retraso a superar.
Nuestros hermanos de África han sabido, mejor que nosotros, europeos, mantener una expresión vivaz de su fe, de su alabanza. Oran con todo su ser, incluidas la música y la danza. Su acción de gracias se traduce espontáneamente mediante actitudes y movimientos del cuerpo que expresan su gozo, su confianza, su súplica. Definitivamente, la liturgia pasa por el cuerpo.
La liturgia, materia «sensible»
La liturgia es a menudo una materia sensible, capaz de provocar acaloradas discusiones. Pero es «sensible» también porque afecta a nuestros «sentidos». Y la experiencia lo dice: «durante tal celebración nos impresionó la buena sonorización de la iglesia -es agradable oír bien-, la adecuada iluminación, la calidad de los cantos»; o bien, al contrario, nos hemos podido sentir a disgusto un día por el exceso de incienso, o porque hemos sentido que las hostias del tabernáculo no eran demasiado recientes, o quizá nos hemos emocionado con la dulce compasión de un sacerdote al administrar el sacramento de los enfermos. Sí, la liturgia pasa a través de nues-
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Dado que ella nos une a Cristo resucitado, la liturgia es simbólica. Pone en juego todo nuestro ser y tomando elementos materiales que asumen un nuevo significado. Así, mediante los gestos y actitudes del cuerpo participamos en la celebración. Pero también por la calidad de nuestra presencia en el misterio celebrado, de nuestro silencio, de nuestro canto, mediante nuestro modo de adherirnos a las plegarias, etc. El color litúrgico dice enseguida a nuestra vista, y por tanto a nuestro corazón, en qué tiempo litúrgico estamos, y qué aspecto del misterio de Cristo es celebrado particularmente. La Palabra es proclamada en nombre del mismo Señor. Gestos fuertes, realizados en su nombre, tienen fuerza profética: por ejemplo, el gesto de la paz, prefigurando el Reino. Partir el pan, en memoria del Señor, es proclamar su muerte y su resurrección hasta que él vuelva: es importante, entonces, dar a estos gestos toda su fuerza. Y, por ejemplo, imitando al Resucitado (Lc 24,30-31), el de partir bien el único pan que hace de nosotros su Cuerpo (1Cor 10,17).
tra sensibilidad. Oído, vista, olfato, gusto y tacto son mediaciones a través de las cuales Dios nos alcanza: ya en el siglo XIII, el gran santo Tomás de Aquino explicaba que es a través de lo «sensible» como llegamos a lo «inteligible».
Las mediaciones sensibles prolongan las palabras y los gestos salvíficos del mismo Jesús: a lo largo de los evangelios le vemos hablar, predicar, encontrase con los enfermos y tocarles para curarlos, o también extender su mano para manifestar su poder sobre los espíritus malignos o los elementos de la naturaleza. Del mismo modo, en la Iglesia su Palabra es proclamada y sus gestos renovados.
Los practicantes ocasionales, por otro lado, nos interpelan. A quienes quisieran recuperar el camino de la Iglesia, ¿qué les dejamos ver en nuestras celebraciones? Un visitante de paso que entra en una iglesia durante una celebración, ¿se sentirá «tocado» por la belleza del espacio, el perfume del santo Crisma o del incienso, la frescura del agua viva, la armonía de las voces, la verdad de los gestos, la calidad del silencio, la comunión de los corazones?
Nacidos para formar un solo Cuerpo
El primado de la sensibilidad en la liturgia, dado que la celebración se dirige a nuestros cinco sentidos, excluye cualquier forma de replegarse en sí mismo: la liturgia es comunitaria, debe manifestar a la Iglesia, es decir la asamblea de todos los que responden a la llamada de su Señor. El verdadero desafío consiste por tanto en tocar el corazón de cada uno, de manera que se ponga verdaderamente en relación con el Señor, para fortalecer la comunión con sus hermanos: Cristo hace nuestra unidad. La participación de todos y cada uno es indispensable.
San Pablo desarrolló largamente cómo cada miembro enriquece el Cuerpo entero: bautizados en el mismo Espíritu, formamos «un solo Cuerpo» (1Cor 12,13) rico con los dones de cada uno. Y es este Cuerpo, la Iglesia, quien celebra a su Señor, acogiendo el don de su Palabra y de su Pan.
Si, de entrada, nacemos hermanos los unos de los otros en Jesucristo, celebrar debe permitirnos «hacer cuerpo», ser cuerpo, ser comunidad, es decir orar juntos, al mismo ritmo, etc. Preparar una celebración supondrá ponerse realmente al servicio de este «cuerpo», querer favorecer el bienestar y la oración de todos.
Participar mediante los sentidos
Ser cuerpo en oración, llegar a ser Cuerpo de Cristo, supone en efecto cuidar especialmente todo lo que, litúrgicamente, se refiere a los sentidos. Así, los gestos que consisten en mostrar (vista: que todos vean, para ver y participar): elevación del Evangeliario, elevación de la hostia y el cáliz. Los momentos de proclamación de la Palabra o de dirigir la oración al Señor (oído: que todos oigan bien). Las raras ocasiones de tocar han de cuidarse también: cuando el ministro se toma el tiempo de hacer bien una unción o una imposición de manos, ¿la persona implicada y toda la asamblea no se conmueven? Sin duda, el olfato tiene que entrar más en juego: san Pablo nos exhorta a «llevar el buen olor de Cristo», y es deseable sentirlo juntos previamente. ¿Conocemos bien el santo Crisma que el Obispo prepara y consagra durante la misa crismal? Por otro lado, el incienso que utilizamos, ¿tiene calidad?, ¿se percibe bien su utilización -sin abusar- como significativa para todos? Nos queda la cuestión del «gusto», en particular la elección del pan y el vino para la Eucaristía: “el pan para la celebración de la Eucaristía debe ser exclusivamente de trigo, confeccionado recientemente y, según una antigua tradición de la Iglesia latina, ázimo” (OGMR 320); “el vino para la celebración eucarística debe ser «del fruto de la vid» (cf. Lc 22, 18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias extrañas” (OGMR 322). Y conseguir que la comunión al cáliz no sea excepcional…
De este modo, si todos experimentan y sienten las mismas emociones litúrgicas (mismo eco de la Palabra, mismo soplo de la belleza, mismo entusiasmo de la voz que elevan a Dios…), forman uno en aquel que les dona su vida.
PÍAS DISCÍPULAS DEL DIVINO MAESTRO
«La Pascua de Jesús no es un evento del pasado: Por el poder del Espíritu Santo, es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en muchas personas que sufren». Papa Francisco
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Victoria Luque LA ORACIÓN DE LAS MADRES
La primera vez que oí hablar de ellas fue hace unos meses; una amiga me comentó que semanalmente iba a una casa donde unas madres rezaban por sus hijos…
Aquello
me extrañó, nunca había oído que tal cosa existiera… Ese fue el primer contacto. Más tarde comprobé por mí misma que aquello tenía mucha más enjundia de lo que parecía en un principio. Pero no podía ser de otra manera, porque: ¿qué madre no tiene necesidad de orar por sus hijos?
«Deja de llorar y enjúgate las lágrimas. Todo lo que has hecho por tus hijos te será recompensado/ Volverán de la tierra del enemigo. Hay esperanza en tu porvenir. Tus hijos volverán al hogar. Lo digo Yo, El Señor». Esta cita del profeta Jeremías que salió al azar en la primera reunión de Oración de Madres, expresa el verdadero
sentido de cada uno de estos encuentros. Esta es la Palabra a la que las madres se aferran, ésta la promesa de un Padre que se ocupa de sus hijos, éste el combate que están resueltas a librar, con la ayuda de Dios.
Orar y confiar
Verónica Williams, su fundadora, inglesa, sintió un día que debía entregar al Señor todo el dolor y las preocupaciones que sentía por sus hijos, y confiar en su Palabra. Abandonarlo todo en sus manos. Entregarle todo aquello que no entendía y confiar. De esta manera nació el germen de lo que hoy es Oración de las Madres, y de esta forma las madres vuelven a gestar de nuevo a sus hijos, pero esta vez, para su nacimiento espiritual. Verónica añade: «¿Sientes alguna vez, como madre, que no logras hacer las cosas tal como hubieras querido o planeado? Anímate. No existe la madre perfecta, tampoco el hijo perfecto. Le agradecemos a Dios, por aquel Hijo perfecto que es Jesús, y que nos urge a entregarle todos nuestros problemas y cargas. Él los llevará sobre sus hombros. Jesús ya pagó el precio por todas nuestras imperfecciones y pecados, y nos ha transformado en una obra nue
va. Él compensará nuestros fracasos y nos pondrá de pie una vez más, para continuar nuestro camino hacia Él».
El movimiento Oración de las Madres (mothersprayers. org) está extendido actualmente en 130 países, comenzó en Inglaterra hace 25 años y sin ningún tipo de publicidad se ha ido propagando rápida y silenciosamente; el boca a boca ha sido la llave para que en cuestión de pocos años la Oración de las Madres sea una realidad en varios continentes: Europa, América, África, y recientemente Asia; en concreto, Oración de las Madres ha llegado a Tierra Santa de la mano de unos franciscanos que estuvieron en España las navidades pasadas y que «ya han editado el librito de oraciones que las madres usan, en árabe», comenta Mavi Allende, Coordinadora de Oración de Madres en España y países de habla hispana. Por cierto, cada dos años se organiza un Congreso Mundial de Oración de Madres, el último, en septiembre pasado, fue en Cracovia.
Madres agradecidas con Dios
Así que un día, yo misma decidí dar el paso. Quería rezar por mis hijos, dejarlos en las mejores manos, y fui. La reunión se celebró en una capilla de una casa particular, en los alrededores de Madrid. Mavi Allende me abrió su casa y pude sentirme acogida, fue una reunión sencilla, donde se invocó al Espíritu Santo y donde cada madre oró por sus hijos, por cada uno en particular, y los puso ante Jesús, así como las intenciones de las demás madres del mundo. Por cierto, en Madrid se está propiciando que las madres se reúnan en parroquias, o en capillas donde esté Jesús Eucaristía presente, aunque también hay grupos que siguen reuniéndose en casas particulares.
Ellas se sienten consoladas y fortalecidas, agradecidas a Dios y con paz. Los grupos son pequeños, de 2 a 8 madres. Y hay dos cuestiones que siguen escrupulosamente: Lo que se dice en cada reunión es confidencial, porque las madres en su oración sacan a la luz sus tribulaciones, y eso lógicamente hay que respetarlo; y la segunda cuestión, nadie da consejos sobre lo que oye… «La madre habla con el Señor sobre sus hijos, y nosotras la apoyamos con nuestra oración, es una relación entre ella y Él, exclusivamente. Nosotras nos damos cuenta de que es el Señor el que ha de llevar las riendas, es la entrega absoluta de nuestros hijos en sus manos», señala Mavi Allende.
Los frutos son impresionantes: Hijos que abandonan las drogas o que vuelven después de haber abandonado el hogar, reconciliaciones familiares, sanaciones espirituales, conversiones, hay quienes recobran la salud después de una enfermedad grave… un sinfín de situaciones por las que estas mujeres comprueban fehacientemente que el Señor es Señor y que ama a sus hijos más que ellas mismas. Más información: Mavi Allende. Telef. 609 16 40 64
Lecturas
Mª Ángeles López Romero Directora Editorial de San Pablo
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para la esperanza
Las extraordinarias memorias del biógrafo y escritor austriaco Stefan Zweig narran los graves acontecimientos que sacudieron Europa y tambalearon los cimientos del mundo durante la primera mitad del siglo XX. Zweig las tituló El mundo de ayer, porque vio cómo desaparecían una a una todas las certezas éticas, económicas, políticas y culturales de su mundo, lo que lo sumió en una insondable angustia y depresión acentuada por la persecución nazi y el exilio de su adorado continente europeo.
Son muchos los que hoy están asimilando la grave crisis mundial generada por un minúsculo virus con la guerra que nos toca librar a esta generación. Una crisis que tiene varias claves.
La primera y más evidente tiene que ver con el confinamiento dictado por el Estado de alarma. Los humanos somos seres sociales, y casi podríamos decir que, si tuviéramos que fijar una escala, los españoles nos encontraríamos a buen seguro en los primeros puestos. Nos gusta salir a la calle, llenar los parques, los museos, las terrazas, las iglesias, y los centros comerciales. Nos encanta abrazarnos, citarnos con la familia y los amigos en lugares privados y públicos. Y nada de eso lo podemos hacer ahora. Así que estamos inquietos, confusos y en algunos casos incluso verdaderamente angustiados. Para resolverlo podemos acudir a algunos libros que nos ayudarán en nuestro autoconocimiento, la
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mejora de algunas actitudes que favorecerán la convivencia en nuestros hogares o contribuirán al cuidado de nuestro mundo interior. Los títulos Convivir y Gestiona lo mejor de ti, de Consuelo Junquera, y las populares obras de Salvo Noé Antes de juzgar ¡piensa! y Prohibido quejarse nos pueden ayudar en lo primero. Y los numerosos títulos de la colección Adentro favorecerán lo segundo.
La segunda clave de esta crisis tiene que ver con la incertidumbre: no entendemos muy bien qué está pasando, no esperábamos que nada pudiera poner patas arribas nuestro modo de vida, nadie sabe calcular la dimensión ni el tiempo que nos resta para volver a salir de nuestras casas, volver a vernos las caras o abrazarnos. Ni siquiera sabemos si podremos volver a hacerlo como hasta ahora. Son muchas las preguntas sin respuestas. Pero sí empezamos a extraer algunas conclusiones claras: la escala de prioridades ha cambiado. La familia, lo colectivo, la solidaridad, la dimensión espiritual… están recuperando el centro del que las habíamos desplazado por el estrés, la prisa, el egocentrismo, el individualismo o el materialismo. Los creyentes acudimos a Dios y a la Palabra para encontrar respuestas. Y lo hacemos por medio de la Teología y la Espiritualidad. La fe en tiempos de incertidumbre, La salvación, Las matemáticas de Dios, Mi tiempo en tus manos o La luz de la
Olga Cebrián de sier to
La aventura del silencio interior
200 págs. • 12,95 €
Adentrarse en la aventura espiritual del desierto (soledad, silencio, vaciamiento…) es como ponerse ante una hoja en blanco para reescribir la propia historia.
Con epílogo de Pablo d’Ors
esperanza pueden ofrecernos iluminación, consuelo y paz.
No podemos obviar que la muerte en soledad, sin oportunidades para la despedida o el duelo, es uno de los aspectos más crueles y dramáticos de la COVID 19. Muchas personas están teniendo que gestionar ese profundo dolor causado por la pérdida de seres queridos a los que no han podido decirles adiós como se merecían y les hubiera gustado. Para ayudarles en esa tarea contamos con la colección Vida Plena, pero hay dos títulos que pueden ayudar especialmente: Vivir el duelo y El poder del dolor. Dos obras nacidas de experiencias personales que ofrecen pautas terapéuticas para transitar la pérdida, acoger y dar sentido al dolor y «que caminemos todos juntos por la brecha abierta del duelo con palabras capaces de suscitar un poco de paz interior, provocar un arranque de vida, alimentar la compañía o abrirse al silencio de la meditación», en palabras de Philippe Baudassé.
Pero no todo es duelo en esta experiencia de confinamiento y parón absolutamente inédita para nosotros. El coronavirus nos está permitiendo pasar más tiempo con nuestros hijos, conocerles mejor, ofrecerles un acompañamiento que no siempre podemos proporcionarles.
Es tiempo de jugar juntos, enseñarles cosas nuevas y dejarnos enseñar por ellos, escucharlos y atender sus necesidades afectivas, educativas, lúdicas. Para aquellos a los que les esté costando seguir el ritmo de las tareas escolares desde casa, el libro Técnicas de estudio puede aportarles un método de trabajo que garantiza resultados, sobre todo si se aplica desde que son pequeños. Para jugar con ellos, enseñarles buenas actitudes o fomentarles la imaginación y el hábito de lectura cuando aún son pequeños, Minijuegos para compartir, Cuentos clásicos para buenos hábitos, o Soy un monstruo cuando aprendo pueden ser una buena ayuda.
No olvidemos, eso sí, que lo más importante para todos es conservar la esperanza y la fe. El libro ilustrado Mi Padre del cielo les enseñará a experimentar a Dios como un padre amoroso y protector que se hace presente en nuestras vidas y nos ofrece su calor y su consuelo.
Stefan Zweig terminó suicidándose en el exilio porque creyó que Hitler y su régimen del horror habían triunfado. Nosotros creemos que el amor vence a la muerte y, confiados en la Buena Noticia, estamos llamados a conservar la esperanza y construir juntos un mañana mejor para todos.
Salud.
La pastoral juvenil VOCACIONAL, ¿O VACACIONAL? Alejandro Fernández Barrajón, Mercedario
El mejor método vocacional y la mejor estrategia es la de Jesús. «Venid y lo veréis». Permitidme una recreación de la Palabra de Jn, 1,26-29: «Los dos discípulos al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?”. Ellos le dijeron: “Maestro, ¿dónde vives?”. Y Jesús les respondió: “Id y haced un cursillo vocacional, inscribíos en el campamento de verano y en la Pascua juvenil, traed un informe del Bautista, pasaos por la CONFER y que os hagan una batería de tests en el Departamento de Psicología. Hablad con Pedro para que os haga un seguimiento personal”. Y vieron, y no se quedaron».
Creo que estamos haciendo un esfuerzo ingente y con muy pocos resultados y hemos de formularnos algunas cuestiones de interés y tomar algunas decisiones más adecuadas, si tenemos la valentía de hacerlo. Porque si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora, los resultados seguirán siendo los mismos. ¿No os parece?
Yo he sido también un entusiasta pastoralista de la pastoral «vacacional» (de vacaciones) durante muchos años. Solo para eso saqué mi título de jefe de campamentos, para poder dirigir estas actividades durante muchos años. Pero la sequía vocacional que padecemos me ha llevado a cuestionarme muchas cosas y no todas políticamente correctas. Os regalo mis reflexiones, aunque sé que no serán del agrado de todos.
En el proyecto vocacional hay dos etapas: Venid y veréis. Le hemos dado una importancia extrema a la primera (venid) y casi nada a la se-
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gunda: (veréis). Precisamente la primera es la que depende de Dios y no de nosotros. Porque solo es Él quien llama. Y no deja de llamar como ha llamado siempre. Las vocaciones son un don de Dios, no fruto de nuestro esfuerzo. Si no tenemos vocaciones en algunas congregaciones, y sí hay en otras, es porque no las merecemos. Pedimos muchas veces para que Dios envíe vocaciones a nuestras congregaciones. ¿Cuántas veces pedimos para que sepamos merecerlas? El Espíritu Santo no es torpe para enviar vocaciones a quien puede malgastarlas o estropearlas
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por su falta de coherencia. Porque Dios sigue llamando como lo ha hecho siempre. «Venid». Y si no cuajan es porque nosotros no hacemos nuestra parte.
Me explico. Lo voy a hacer con una anécdota real que es muy ilustrativa de lo que quiero decir. En una comunidad de las mías que regenta una iglesia de culto y un colegio, ya con sus bodas de oro a cuestas, se preguntaban algunos miembros de la comunidad cómo era posible que después de tantos años trabajando en esa ciudad no hubiera apenas vocaciones de allí para la congregación. Lo escuchaba un hermano laico, sin apenas formación teológica, y respondió de repente como si fuera una inspiración profética: «Porque nos conocen». El asunto quedó zanjado. Este hermano se estaba refiriendo a esa segunda etapa de la promoción vocacional: «Veréis».
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Los jóvenes ven y no les gusta lo que ven. Como cuando vamos al mercado a comprar pescado y vemos que no está en buenas condiciones. Nadie invierte su vida en un proyecto que no tiene esperanza. Y hoy nuestras comunidades, sin generalizar, son lugares sin esperanza, sin perspectivas de futuro. Aquí está el meollo de la cuestión vocacional: en el veréis, en lo que lo jóvenes ven cuando se acercan a nuestras comunidades. Percibo una tremenda deshumanización, religiosos instalados, individualistas, con poco mordiente evangélico y mucha mundaneidad.
Las nuevas vocaciones tienen que integrarse cuanto antes en las comunidades y en la misión carismática con sus derechos y obligaciones y no marearlos tanto en campamentos y actividades vacacionales, en mil cursillos de preparación y seguimiento. Si a andar se aprende andando,
a ser consagrados se aprende siéndolo desde dentro y con todas las consecuencias.
Y, además, tienen que ver apuestas de riesgo y de novedad para que se sientan atraídos e interpelados. Y nuestras comunidades no se destacan precisamente por el riesgo evangélico. «Aquí siempre se ha hecho así». Acabo de conocer a un grupo de religiosas, lanzadas y valientes, que han querido hacer una experiencia nueva en su congregación, alarmadas porque hace más de veinte años que no entra una nueva vocación, ¡veinte años! e inmediatamente
las superioras han prohibido esa experiencia, las han dispersado y han acudido a Roma para que estén atentos. Efectivamente, cuando ellas han acudido a Roma para solicitar permiso para esta nueva experiencia la respuesta ha sido tajante. «¡No! Pónganse bajo la obediencia de sus legítimos superiores». Podemos imaginar qué sucederá en la congregación, si aún subsiste, cuando pasen otros veinte años.
No es que no haya esperanza porque no tenemos vocaciones, ¡no! Es que no tenemos vocaciones porque no hay en nosotros esperanza. Y los jóvenes lo ven.
Siempre digo lo mismo: Cuando notamos una fuga de agua y la humedad correspondiente en las paredes de nuestra casa, nos ponemos en alerta, llamamos a un fontanero y a un albañil, picamos la pared con gran dolor porque estaba en buenas condiciones, buscamos el origen, tapamos la fuga en la cañería, volvemos a cerrar con el yeso y pintamos la pared y, claro, pagamos religiosamente los gastos y a los obreros sus honorarios. Es de cajón.
Pues bien, en la vida consagrada de nuestras comunidades tenemos una fuga alarmante de vocaciones, unas que no entran y otras, que es peor aún, salen. Y, con frecuencia, muy pocos nos alarmamos y nos preguntamos qué está pasando como si fuera muy normal. Como mucho, nos justificamos diciendo: «Es que los jóvenes
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de hoy son muy flojos, hijos de la abundancia», o decimos también: «Es que son muchos los llamados y pocos los elegidos», y nos quedamos tan tranquilos. ¡Es inaudito! Y la gotera sigue creciendo hasta dejarnos toda la pared llena de humedad y de moho. Creo que nos hace falta un profundo discernimiento que nos ponga cara a cara con la Palabra divina y nos contrastemos con ella desde la sinceridad y el deseo de renovarnos. La crisis de vocaciones no se va a solucionar con parches y jaculatorias equivocadas, sino con discernimiento y cambios sustanciales en la línea del Evangelio y del carisma propio.
La crisis de la vida consagrada comenzará a remitir cuando los jóvenes y adultos puedan ver y sentirse impresionados de que haya gente así. Irán, lo verán y se quedarán. Porque algo parece claro, nuestro Dios es un Dios llamador por excelencia, le encanta dar la vara y llamar a unos y a otros. No es problema de llamar, es problema de escuchar. Y, digo yo: ¿por qué no llamamos a los albañiles?