La sorpresa del papa
Francisco
Š SAN PABLO 2014
Andrea Riccardi
La sorpresa del papa
Francisco Crisis y futuro de la Iglesia
Prefacio
© SAN PABLO 2014 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es © Arnaldo Mondadori Editore S.p.A., Milán 2013 Título original: La sorpresa di Papa Francesco Traducido por: Roberto Heraldo Bernet Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050 E-mail: ventas@sanpablo.es ISBN: 978-84-285-4446-7 Depósito legal: M. 13.028-2014 Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) Printed in Spain. Impreso en España © SAN PABLO 2014
La crisis de la Iglesia católica, ¿es irreversible? Esta es la pregunta de muchos católicos, pero también de muchas otras personas preocupadas por el empañamiento de una presencia histórica destacada. Muchas cosas se han dicho al respecto. Diversas son las respuestas que se han dado. Sobre todo se ha extendido la convicción de que la antigua Iglesia católica casi no cuenta ya con recursos para enfrentar la crisis. En este clima de incertidumbre se produce, inesperada, la renuncia del papa Benedicto, que inicialmente dio lugar a las más variadas interpretaciones, pareciendo ser la confirmación de la gravedad de la crisis. Muchos han explicado la renuncia del papa como un retroceso personal frente a problemas insolubles. En suma, una demostración de la seriedad de la situación, que motivaba de manera creíble el pesimismo acerca del futuro de la Iglesia católica. Una crisis que no venía del exterior (persecución, medidas discriminatorias), como muchas veces en el pasado, sino que tenía raíces en la vida interna de la Iglesia misma. A la renuncia siguió la elección del primer papa latinoamericano de la historia, el cardenal Jorge Bergoglio, que escogió el nombre de Francisco. Una verdadera sorpresa: no solo por la elección de la persona, sino por el © SAN PABLO 2014
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impacto feliz e inmediato de su personalidad entre católicos y no católicos. Se percibió de inmediato un cambio importante. Se trata de hechos conocidos. Pero muchas preguntas siguen abiertas. ¿Se han terminado los motivos de la crisis? ¿Qué ha sucedido en un período tan crucial para el catolicismo? Son interrogantes que merecen una indagación y una reflexión, si no todavía una investigación histórica. Es un período sumamente delicado este de los años 20122013, de la inédita renuncia de un papa y, por último, de la que parece ser una nueva «primavera» del catolicismo. No es demasiado pronto para intentar comprender qué ha sucedido en lo profundo del acontecer de la Iglesia. Tenemos los instrumentos para hacerlo. Es un acontecer hecho de elementos que a menudo no se tienen en cuenta más allá de las percepciones, de las impresiones y de las voces. ¿Cuáles son las dimensiones de la crisis y cómo está respondiendo a ella el papa Francisco? El paso del tiempo de la crisis al de la sorpresa revela la particularidad de la vida del catolicismo (no siempre atentamente considerada), de sus recursos, de los diversos mundos que lo componen, de su peculiar enfoque del futuro. Me parece particularmente importante intentar comprender la «propuesta» del papa Bergoglio siguiendo también su pensamiento y su historia antes de su elección. Esto es lo que quisiera hacer en estas páginas. La «propuesta» del nuevo papa no se encuentra todavía en un documento programático. Es más, Francisco ha recibido, con algunas modificaciones, la encíclica sobre la fe previamente preparada por Benedicto XVI. Su propuesta está representada por la calidad de la comunicación establecida con la Iglesia y, en general, con la gente. Frente al pensamiento y la personalidad de Francisco se desvirtúan
los mitos simplificadores de un papa populista o sentimental. La «propuesta» de Francisco viene de lejos. Esto se capta cuando se estudia su historia y su pensamiento. Jorge Bergoglio fue madurando con el correr de los años una reflexión articulada en torno a temas centrales de la vida de la Iglesia y de su posición en la sociedad contemporánea. Siguió con particular atención el cambio de las últimas dos décadas con la afirmación indiscutida de la globalización y sus consecuencias en la vida económica y social. Se preguntó cuál era hoy el espacio y la misión de la Iglesia en un mundo transformado, plural, habitado por grandes ciudades. Lo hizo teniendo como referencia el concilio Vaticano II y los años posconciliares, los de Pablo VI y del papa Wojtyła. El «laboratorio» de esta reflexión del papa Francisco fue Argentina, con sus dificultades y contradicciones, un país que está conectado –y no solo desde el punto de vista religioso– con toda América Latina. El nuevo papa no es un académico: es un hombre apasionado y fuertemente comunicativo. Pero tiene una visión articulada y meditada del mundo global, de sus vicisitudes humanas y, sobre todo, de los problemas y desafíos de la Iglesia católica en la actualidad. ¿Eran conscientes de ello los cardenales que lo eligieron papa de Roma en marzo de 2013? Tal vez no todos ni tampoco de manera puntualizada. Tal vez también ellos, como tantos, fueron sorprendidos por este colega suyo convertido en papa Francisco. Es verdad que muchos, también antes de su elección, habían percibido la carga interior de Bergoglio: un creyente auténtico que no cede al pesimismo y que se nutre de una fuerte expectativa orientada hacia el futuro. En efecto, en el marco de extendido pesimismo, su elección y su personalidad han representado como la
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irrupción del futuro. Elegido papa a los 76 años, este hombre manifestó de inmediato una fuerte esperanza, más aún: podría decirse, un «sueño» sobre su Iglesia. Es un sueño madurado en una vida caracterizada por el gusto del encuentro con los otros y del diálogo con ellos, pero también por una dimensión reflexiva e interior, marcada en particular por la oración y por la confrontación con la Biblia. Pero su diversificada experiencia de humanidad y las ideas que maduró acerca de la Iglesia no lo llevan a una actitud negativa hacia el mundo contemporáneo: aun sin ignorar los límites y contradicciones de ese mundo (más aún: poniéndolos de relieve), su relación con la realidad de hoy está marcada por una profunda simpatía que se traduce en una atención personal a las historias de las mujeres y de los hombres, sobre todo a los más pobres. Es la simpatía que caracteriza en profundidad el modo en que el papa va encarando los diversos ambientes y problemas que se abren frente a él. Al recorrer la historia y la reflexión de Francisco, tal como se intenta en estas páginas, se ve cómo la sorpresa no ha sido solo su elección, la de un papa que viene del fin del mundo, como él mismo dijera. Francisco seguirá todavía sorprendiendo, midiéndose con los nuevos escenarios a los que lo conduce su responsabilidad. Aun sin forjar planes detallados o cultivar una cultura del proyecto, el nuevo papa ha mostrado justamente tener un sueño sobre la Iglesia y querer conducirla por los caminos del futuro. Una Iglesia a la altura de su misión es, para él, la verdadera aportación para cambiar el mundo contemporáneo y hacerlo más humano. La Iglesia del papa Francisco no es solamente la de las estructuras (aun reconociendo claramente el valor de las
instituciones): es un «pueblo» extendido en muchos países del mundo. Es un pueblo que el papa quiere guiar, pero también acompañar e incluso seguir. El nuevo papa tiene el sentido del «pueblo», convencido como está de que este tiene recursos humanos y espirituales para expresar, itinerarios para indicar, energías para ofrecer. No se siente un reformador aislado o un líder aplastado por los problemas. No es un hombre solo al mando de la Iglesia, sino un obispo en medio de un pueblo complejo. La opinión pública lo está descubriendo como un interlocutor destacado para el futuro y como un líder en este complicado comienzo del siglo XXI. En este sentido, la «sorpresa» del papa Francisco no es una emoción del momento.
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ANDREA RICCARDI
I La renuncia de Benedicto XVI La noticia shock En la mañana del 11 de febrero de 2013 la agencia informativa italiana ANSA transmitía una noticia casi increíble, que fue retransmitida inmediatamente en todo el mundo. En un consistorio con total apariencia de rutina y convocado para ratificar tres canonizaciones, Benedicto XVI comunicaba en latín una decisión inédita: «Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino»1. El anuncio no fue comprendido de inmediato por todos, entre otras razones porque fue hecho en latín. Esa mañana, muchos lo consideraban un error periodístico. Había quien esperaba que fuese justamente así. Aunque había habido anteriormente alguna alusión del papa 1 Declaratio, 11 de febrero de 2013. Aquí y en lo que sigue, los documentos y otros textos pontificios se citan y titulan según la versión publicada por la Santa Sede en su página de Internet <http://www.vatican.va>. En caso contrario, se indica expresamente la fuente.
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Ratzinger, nadie se esperaba una decisión semejante. Cuando la noticia se confirmó, la sorpresa se entrelazó con un desconcierto generalizado. El hecho era clamoroso. Muchos se preguntaban: ¿Qué está sucediendo en la Iglesia como para impulsar al papa a renunciar? Desde siempre se estaba habituado a recibir la noticia de que el papa había muerto, no de que había renunciado. Los de más edad habían asistido a la agonía dolorosa de Pío XII, el papa de la guerra, a la muerte del papa Juan, acompañada por la comunidad en oración en la plaza de San Pedro, a la muerte silenciosa de Pablo VI, apartado en Castelgandolfo, a la repentina desaparición del papa Luciani, que solo llevaba en su ministerio treinta y tres días. Pero sobre todos estos recuerdos dominaba la imagen reciente y dramática de la agonía y muerte de Juan Pablo II. Este había encarnado al papa para más de una generación2. El papa Wojtyła había considerado su extinguirse sobre la cátedra de Pedro como la cruz de su vida, convencido de que un papa no puede descender de la cruz. Con este espíritu, Juan Pablo II había querido permanecer hasta el fin en su puesto para dar testimonio de aquello que él llamaba el evangelio del sufrimiento. Uno de los motivos que lo habían convencido de no retirarse había sido también la voluntad de no dar lugar a un peligroso precedente: «teme crear –confió el secretario de Wojtyła, Stanisław Dziwisz, al cardenal que había estudiado el informe de la posible renuncia, Julián Herranz– un precedente peligroso para sus sucesores, porque alguno podría quedar expuesto a maniobras y presiones sutiles de parte de quien desease deponerlo»3. 2
2008. 3
Cf M. POLITI, El adiós del papa Wojtyła, PPC, Boadilla del Monte (Madrid) J. HERRANZ, En las afueras de Jericó: Recuerdos de los años con san Josemaría © SAN PABLO 2014
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Pero el motivo más profundo de la elección hecha por Juan Pablo II lo reveló él mismo a otro cardenal: «Porque Jesús no descendió de la cruz»4. Para Wojtyła, el papado era un martirio en el sentido profundo de la palabra: un testimonio evangélico que no se detiene ni siquiera frente al dolor y la muerte. Los acontecimientos del atentado de 1981, que habrían podido llevarlo fácilmente a la muerte, no le habían hecho cambiar su costumbre de ofrecerse de forma abierta y amistosa a la gente sin una protección real. Por lo demás, Juan Pablo II era el papa que había hecho redescubrir a los católicos del mundo entero la memoria de los nuevos mártires, los del siglo XX, numerosos como los de los primeros siglos. Durante la ocupación alemana en Polonia, el papa Wojtyła había visto de cerca la muerte y se había preguntado por qué él había escapado de esa suerte, a diferencia de tantos otros coetáneos suyos. Joseph Ratzinger había vivido de cerca los últimos y dolorosos tiempos del papa Wojtyła; había admirado su valentía; tal vez, no había compartido del todo la gestión y exposición de su enfermedad, entre otras cosas por su propio carácter púdico y reservado. Pero siempre habló de su predecesor con inmenso respeto, como de una figura superior a él: se trata de una humildad que es preciso señalar5. Ya siendo papa se preguntaba a menudo cómo se había comportado Juan Pablo II en las diversas circunstancias, midiéndose con su ejemplo. Así, Benedicto XVI no tenía la intención de distanciarse de su «amado» prey Juan Pablo II, Rialp, Madrid 2007, 432. Cf también A. TORNIELLI, Francisco: la vida, las ideas, las palabras del Papa que cambiará la Iglesia, Plaza y Janés, Barcelona 2013, 42. 4 A. RICCARDI, Juan Pablo II. La biografía, San Pablo, Madrid 2011, 632. Cf también ID, Il secolo del martirio. I cristiani nel Novecento, Mondadori, Milán 2009. 5 Cf Homilía del Santo Padre Benedicto XVI con ocasión de la beatificación del siervo de Dios Juan Pablo II, 1 de mayo de 2011. © SAN PABLO 2014
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decesor, aun cuando su gesto parecía una ruptura con la tradición encarnada por Juan Pablo II con gran sacrificio en los últimos años de su vida. Para él, la larga enfermedad de Wojtyła había sido una «catequesis del dolor», significativa en un mundo donde «se esconde el sufrimiento», cuando, en realidad, este forma «parte del ser humano» y, sobre todo, del cristianismo, que es «la religión de Crucificado»6. Sin embargo, esta reflexión sobre el aspecto testimonial de los últimos tiempos del papa Wojtyła no eliminaba la pregunta de si se podía gobernar la Iglesia en esas condiciones. Una pregunta que, evidentemente, Ratzinger se había planteado, y que había abordado también en una entrevista que me había concedido. No obstante, me dijo que era preciso considerar la opción de su predecesor «en una visión retrospectiva». También yo estoy convencido de que muchas opciones de la Iglesia y de los cristianos, justamente porque no están hechas con la mirada puesta solamente en la eficacia inmediata, es preciso considerarlas de una forma más distanciada. En esta perspectiva se movió el papa Ratzinger, que me dijo a propósito de su predecesor: «se puede gobernar también con el sufrimiento»7. Pero introdujo algunas distinciones que, después de su renuncia, me hicieron reflexionar. Dijo el papa que se puede gobernar con el sufrimiento, pero no siempre: «Después de un largo pontificado y después de tanta vida activa del papa, era significativo y elocuente un tiempo de sufrimiento»8. Este sufrimiento «devino casi en una forma de gobierno». Son expresiones que, repensadas en la perspectiva de la opción de 6 7 8
Conversación del autor con Benedicto XVI. A. RICCARDI, Juan Pablo II. La biografía, 635. Ib. © SAN PABLO 2014
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Ratzinger, adquieren una gran claridad. Él ya introducía –estamos en el año 2011– algunas distinciones importantes entre el prolongado y activísimo pontificado de Juan Pablo II y otros pontificados, como el suyo. Para Wojtyła, permanecer en el papado como enfermo tenía un sentido justamente por todo lo sucedido en los años precedentes. En cambio, en la entrevista a Peter Seewald, Benedicto XVI había hablado con mucha franqueza del derecho y hasta del deber del papa de renunciar si llegara «a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio»9. Aun existiendo estos antecedentes, nadie esperaba la renuncia de Benedicto XVI, que llegó como una verdadera bomba mediática. El papa explicó a los cardenales su decisión no como una subestimación del testimonio de vida de un papa anciano ni como enfatización de la eficiencia del gobierno: «Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado»10. 9 BENEDICTO XVI, Luz del mundo. El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, Herder, Barcelona 2010, 43. 10 Declaratio, 11 de febrero de 2013.
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Nótese que el término «incapacidad» utilizado por el papa Ratzinger aparece también en la renuncia de Celestino V, leída a los cardenales en 1294. Pero mucha historia había pasado desde el lejano siglo XIII. En los siglos subsiguientes, la abdicación papal ha estado conectada más bien con la recomposición de los cismas en la Iglesia de Occidente que habían llevado a la elección de varios papas al mismo tiempo. Las renuncias no son una opción practicada en la historia de los papas modernos. El confesor de Pablo VI, padre Dezza, recordaba: «Pablo VI habría renunciado, pero me decía: “Sería un trauma para la Iglesia” y, por tanto, no tuvo el coraje de hacerlo». La palabra es acertada: también la renuncia del papa Ratzinger fue un «trauma»11. Benedicto XVI tenía bien presente el ejemplo de Juan Pablo II y de sus predecesores. No es su intención negarlo. Pero su opción fue diferente, sin que esto implique una crítica o una desmentida respecto de quienes lo precedieron. El papa Ratzinger sabía bien que el ministerio del papa es gobierno pastoral pero también testimonio personal. Pero siente que le está faltando el vigor para gobernar la Iglesia y para anunciar el evangelio, sobre todo para realizar los viajes por el mundo que ya parecen formar parte de la misión del papa (a las puertas se encuentra la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil). Había regresado sumamente cansado del viaje a México y Cuba. Lo mismo había sucedido también después de su valiente viaje al Líbano, que había dado esperanza a cristianos y musulmanes. Más aún, hay que recordar que los mayores servicios secretos del mundo habían desaconsejado el viaje
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11 R. RUSCONI, Il gran rifiuto. Perché un papa si dimette, Morcelliana, Brescia 2013, 114.
al Líbano, considerándolo lleno de incógnitas, cuando no de peligros. Pero Benedicto XVI había reafirmado su decisión de ir. Respecto de los viajes, el papa Benedicto sentía que debía continuar, por lo menos en una buena medida, el ejemplo de su predecesor, que había convertido ya las visitas a los fieles del mundo entero en uno de los rasgos característicos del papado contemporáneo. Muchas eran las dificultades para llegar a la decisión. Pero quien conoce a Benedicto XVI de cerca sabe que este papa quiso la abdicación con todas sus fuerzas. El anuncio llegó de improviso, como una explosión, en un momento ordinario, mientras se celebraba el año de la fe convocado justamente por el mismo Benedicto XVI. El papa es un hombre «manso», pero la firmeza de los mansos se manifiesta a pleno en él justamente en la intransigencia con la que llevó a cabo su decisión. La opinión pública llegó a conocer y a estimar su mansedumbre. Incluso la acusación que le fue dirigida en los ambientes eclesiásticos es justamente la de haber sido demasiado indulgente con sus colaboradores curiales. Es una paradoja, porque, durante años, Ratzinger había sido considerado por la prensa como el panzerkardinal, el alma inquisitorial del pontificado de Juan Pablo II. Su elección había sido vista como la de un «duro», también por quienes lo habían apoyado en el cónclave del año 2005. Un ejemplo es el del cardenal López Trujillo, que había combatido contra la teología de la liberación en los años de Wojtyła y que había sido un gran elector de Ratzinger en el 2005. Después de algunos años del pontificado de Benedicto XVI, el cardenal colombiano no escondía su desilusión por un papa demasiado manso. La mansedumbre de Ratzinger como papa ha sido una paradoja a la que la opinión pública tuvo que habituarse.
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Había sido también la revelación de lo caricaturesco de muchas representaciones de los medios, algo sobre lo que conviene reflexionar. Benedicto XVI fue cualquier otra cosa menos el «inquisidor» que algunos presentaron12. Y, sin embargo, en 2005 –sea con satisfacción o contrariedad– se lo había considerado justamente como un papa que había puesto de nuevo con firmeza la vida de la Iglesia en su lugar después de los «excesos» de Wojtyła. Este papa manso tomó con firmeza la decisión de dejar el papado varios meses antes de manifestarla. Como es comprensible, pocos allegados íntimos lo sabían. Tal vez el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, el secretario particular, Georg Gänswein, o su hermano Georg. Las tentativas de disuadirlo fueron inútiles. Es así como se llegó a la noticia bomba anunciada en latín en una reunión de rutina del Colegio Cardenalicio. «He de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado», declaraba el papa: le faltaba «el vigor tanto del cuerpo como del espíritu», que habían disminuido tanto como para obligarlo a este gesto. Había tomado su decisión en «conciencia», obedeciendo a la verdad de su situación. Después de este parco anuncio, se abría un período de interrogantes y preguntas sobre los motivos de semejante decisión. ¿Por qué esta decisión? Benedicto XVI profundizó los hilos de la tradición con la obra de su magisterio de ocho años. Él precisó la herme12 Cf, por ejemplo, P. FLORES D’ARCAIS, Il Papa inquisitore, Micromega 6 (2009) 5-22.
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néutica según la cual debe leerse el concilio Vaticano II, no como ruptura, sino precisamente en la continuidad de la tradición. Desde el punto de vista exterior, restableció también alguna pequeña usanza tradicional en el mundo vaticano que Juan Pablo II, siguiendo las huellas de Pablo VI, había hecho caer. El mismo sitial desde el que habla el papa se hizo con frecuencia más semejante a un trono antiguo que a una silla noble. Sobre todas las cosas, Benedicto XVI procuró restaurar el sentido de la liturgia católica en línea con la tradición, dando acceso al uso del latín. Él atribuye en buena parte a los abusos de la reforma litúrgica posconciliar la fractura ocurrida con los tradicionalistas de monseñor Lefebvre (a quien en vano procuró volver a unir). Además, que Benedicto XVI sea un hombre de la tradición es un hecho muy apreciado en los ambientes ortodoxos. Especialmente los rusos ortodoxos han tenido simpatía por este papa que recibió como una de las primeras personas después de su elección al metropolita Cirilo, más tarde patriarca13. En cambio, la renuncia del papa es una elección fuertemente innovadora, verdaderamente poco tradicional. El papa es consciente de realizar una elección nueva, incluso excepcional, justamente él, que quiso restaurar algunos aspectos tradicionales. Todos sus predecesores del siglo XX se enfrentaron al debilitamiento físico, planteándose, tal vez, el problema de la renuncia; pero, finalmente, decidieron no renunciar. También Pío XII se había planteado la pregunta. Ratzinger decidió de manera diferente respecto de sus predecesores, demostrando que, aun siendo un hombre de la tradición, tiene un sentido muy personal de la responsabilidad, a tal punto de realizar cambios de gran alcance. 13
Cf BENEDICTO XVI, Luz del mundo, 100. © SAN PABLO 2014
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En el imaginario católico, el papa renunciante por excelencia es Celestino V, el santo eremita Pier da Morrone, de fines del siglo XIII. Incluso en el clima de las profecías de Joaquín de Fiore, Celestino había sido considerado como el «papa angélico», elegido al término de un cónclave sumamente difícil en el cual se habían revelado las divisiones de la Iglesia. El eremita devenido pontífice había encarnado el sueño de un papa que recondujera la Iglesia a la pobreza y al evangelio, liberándola de las incrustaciones del poder. El desafío era inmenso en aquella difícil sociedad medieval. Tanto que el poeta franciscano Jacopone da Todi había apostrofado con estos versos al «papa campesino», elegido a una cátedra ocupada generalmente por vástagos de familias nobles, por hombres de curia o personalidades doctas. «¿Qué vas a hacer, Pier da Morrone? Has llegado a la piedra de toque. Veremos lo que has trabajado, lo que en la celda has contemplado»14.
«¿Qué vas a hacer, Pier da Morrone?»: el papa angélico no tenía derecho a los golpes de conducción, a las intrigas de la curia, al entrelazamiento con la política. Tolomeo dei Fiadoni da Lucca, un contemporáneo suyo, escribe que el papa Celestino era un santo: «no obstante, era engañado por sus funcionarios en orden a los privilegios que concedía, de los que no podía tener conocimiento fuese por la debilidad de la vejez, fuese por la inexperiencia de
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gobierno con respecto a los fraudes y las malicias humanas en las que los curiales son particularmente expertos»15. Tras pocas semanas, el desafío de su elección parecía perdido. Celestino V vivió una lucha interna (que, tal vez con demasiada maldad, fue atribuida a las presiones de su sucesor, Bonifacio VIII) hasta que llegó a la decisión. Así nos la relatan: «Entró en el consistorio dispuesto a dar su paso. Y, sentándose en el trono, impuso silencio a los cardenales, que no se opusieron a lo que estaba por hacer. Tomó el pergamino y comenzó a leer aquella sentencia tan triste, y renunció al papado. Después, bajó del trono, y depuso en tierra el anillo, la mitra o corona, y el manto pontifical, y él mismo se sentó en tierra»16.
La escena de la renuncia de Celestino (que se revistió del hábito de eremita) es mucho más fuerte, en el plano simbólico, que la del papa Ratzinger, que siguió gobernando durante un período después del anuncio de su renuncia y, finalizado su pontificado, conservó el hábito blanco papal (sin la esclavina), como también el nombre papal, y asumió el inusual título de «papa emérito». Se sabe que, después de la abdicación de Celestino, hubo intensos debates: algún sector de la Iglesia no reconoció la elección del nuevo papa. Para Ubertino da Casale, franciscano espiritual (cercano a la sensibilidad de Joaquín de Fiore), la renuncia del papa era una horrenda novitas17.
«Che farai, Pier da Morrone? / Éi venuto al paragone. / Vederimo êl lavorato / Che en cell’ái contemplato»: JACOPONE DA TODI, Epistola a Celestino papa quinto, chiamato prima Pietro da Morrone, en L. FALLACARA (ed.), Le laude Libreria Editrice Fiorentina, Florencia 1955, 182-183.
15 P. GOLINELLI, Il Papa contadino. Celestino V e il suo tempo, Camunia, Florencia 1996, 161. Cf también A. MARINI, La rinuncia di Celestino V, en Eurostudium 3w, octubre-diciembre 2012, 13-25. 16 P. GOLINELLI, Il Papa contadino, 166. 17 Ib.
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Índice
Índice
Págs.
Págs. Prefacio.............................................................................
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I. La renuncia de Benedicto XVI ................................ La noticia shock .......................................................... ¿Por qué esta decisión?................................................ La humildad de Ratzinger ........................................... Una Iglesia en crisis ....................................................
11 11 18 23 26
II. La sorpresa ................................................................. La necesidad de la profecía ......................................... El grito y la invocación de un poeta ........................... La juventud espiritual de un papa anciano ................ ¿Qué sucedió? ............................................................. La simpatía del Concilio ............................................. Libres para esperar ......................................................
31 31 37 41 47 54 61
III. La cultura del encuentro .......................................... 69 Esperar es encontrar ................................................... 69 Mansos y audaces en el encuentro ............................. 77 Un «horizonte utópico» .............................................. 86 Pintar la vida de color amor y esperanza .................... 93 Amistad y judaísmo .................................................... 98 El encuentro entre las religiones ................................ 104 La diplomacia de un papa no diplomático .................. 112 El papa del encuentro ................................................. 117 © SAN PABLO 2014
IV. La Iglesia de los pobres ............................................. «¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!»....................................................................... Liberar a los pobres ..................................................... Una Iglesia amiga de los pobres .................................. La cultura del volquete ............................................... Un hombre como todos .............................................. Francisco, o cambiar el mundo ................................... Iglesia pobre y madre ..................................................
123 123 131 141 148 155 161 170
V. Globalización, ciudad e historia ............................... Crítica a la mundialización ......................................... Habitar la tierra con esperanza ................................... Los cristianos y la ciudad global ................................. ¿Ciudad del hombre o de muchos dioses? .................. Ver lo que sucede lejos ................................................ Visión e historia ..........................................................
175 175 181 188 203 216 219
VI. Un papa del fin del mundo ....................................... Fuera de la autorreferencialidad ................................. Cómo salir de la crisis de la Iglesia ............................. ¿Profecía o gobierno? .................................................. Por la salvación y la felicidad ...................................... El desafío de un cristianismo espiritual....................... La revuelta del Espíritu ...............................................
227 227 235 241 256 260 269
Índice onomástico ........................................................... 278
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