Andrea Axel Alfaro Asad Tapa por Aldana Antoni (basado en una fotografía de Alessandra Sanguinetti) Editorial Subpoesía Buenos Aires, 2014 www.subpoesía.com.ar editorialsubpoesia@gmail.com
Andrea nació en una familia disfuncional de clase media. Andrea nació en una familia funcional de cualquier clase. A los 2 años sus padres la miraron gatear e intentar pararse en el patiecito del fondo exactamente a las 7 y cuarto de la tarde. Era verano. A las 12 de la noche de un verano, años después, la hermana mayor de Andrea entró en la casa borracha y se acostó sin desvestirse en su cama, en el cuarto que compartía con Andrea. Andrea estaba despierta pero no dijo nada, aunque no supo si su hermana roncaba o lloraba.
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A los 3 años de edad Andrea caminaba por la casa sin parar. A los 3 años de la edad de Andrea su madre moría. A los 2 años de la muerte de su madre, Andrea caminaba de la mano con su hermana por un parque desierto e introspectivo. Era otoño. A sus 15 años Andrea se enamoró de un chico del colegio llamado Damián. Un día a sus 15 años Andrea se quedó absorta mirando el humo del cigarrillo quieto que dejó su padre en el cenicero de madera que compró su abuelo de parte materna el siglo pasado en un mercado fronterizo en el crepúsculo de una primavera tardía pero agobiante. A los 30 años de la edad de su hermana, Andrea estaba de novia con Germán; un muchacho silencioso y huraño que por momentos tenía raptos de ternura, que por momentos la miraba con miedo y que en los momentos menos pensados, menos correctos le decía cosas como te quiero mucho o no nos
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separemos nunca, para sumergirse de nuevo en su silencio de argamasa, en su felicidad angustiosa. El día que Andrea cumplió 18 años se quedó hablando con su hermana hasta la madrugada sin dejar de fumar cigarrillos, salteándolos con algún porro, algunos vasos de vino, algunas porciones de pizza. Hablaron de su madre muchas horas y cuando se pusieron a hablar de su padre seguían hablando de su madre, y cuando se callaron, entre las imágenes del pasado inmediato que conformaban su presente, entre los recuerdos dispersos de obligaciones y placeres que las esperaban en los días venideros, podían ver el rostro de su madre acariciado o golpeado por las estaciones y el azar; invierno invierno invierno invierno invierno invierno. Cuando empezaba a amanecer Andrea ya había oído de labios de su hermana los diversos encuentros sexuales de ésta con mujeres y su monólogo ronco y atonal en el que básicamente decía que le gustaban las mujeres
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pero no quería ser mujer. Andrea se recibió de odontóloga cuando su padre tenía 60 años. Vivía en un departamento escasamente amueblado y con cierto vértigo que ella torcía hacia la pasión escuchando siempre CDs de flamenco que la hacían llorar y abrir las ventanas. Su mejor amiga era Rocío y seguiría siéndolo cuando ambas hubieran pasado los 60. Andrea se casó con uno de sus pacientes, por una caries y una limpieza. Un hombre impulsivo y con dinero con el que en unos años remodelaron y agrandaron el consultorio, contrataron empleados, otros odontólogos y empezaron a vivir cada vez más holgadamente. Tuvieron 3 hijos, dos varones y una nena, Ludmila. Se separaron cuando Ludmila entraba al jardín de infantes. En uno de esos días Andrea estaba charlando con su amiga, Rocío, en su casa cuando tocó el timbre su hermana que desde hacía algunos años se vestía como varón y tomaba hormonas.
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Rocío tenía 36. Andrea no veía a su hermana desde hacía un invierno, un otoño y medio verano. El reencuentro fue feliz, y fueron las tres juntas a buscar a Ludmila al jardín. A sus 17 años Ludmila recordaría esa tarde como la más feliz de su primera infancia. Y a sus 70 años aun la recordaría y recordaría que la recordaba como la más feliz, aunque a esa altura sólo recordaría la luz, las risas, y su infinito extrañamiento. Andrea tuvo sexo con algunas mujeres y en una ocasión creyó que estaba enamorada de la amante de uno de sus novios. Fue sólo un instante, muy liberador y apasionado ciertamente, en el que sintió que su cuerpo se reducía a su sexo y que toda conciencia dentro de su sexo se convertiría inevitablemente en enamoramiento. Sintió que si prestaba atención suficiente podría enamorarse de las paredes, e incluso de la transparencia del aire que mediaba entre ella y las paredes.
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Entre ella y las moscas que sorbían la mugre de las paredes. Cuando murió su padre Andrea caminaba por la calle acompañada por un joven veinteañero o treintañero que le preguntó dónde quedaba una calle y después si podía caminar con ella. Andrea siempre fue una mujer hermosa, y su padre siempre fue mortal. Andrea conoció la soledad primero y luego el amor y el dolor, y después la soledad otra vez. Y la soledad era hermosa en ella, mientras su padre moría de una larga enfermedad que lo hizo más bueno. Andrea y su hermana fueron al funeral de la mano. La hermana de Andrea estaba vestida de traje y tenía una gran espalda de físico culturista. Andrea tenía los ojos grises. Dejaron a Ludmila con Rocío y se fueron en un taxi. Ludmila se enamoró a los 12 años de su maestro. Uno de los hijos de Andrea se hizo astronauta
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y el otro se volvió loco. Ludmila caminó de la mano con su madre por calles sin asfaltar en tardes perfectas. Ludmila se rompió el dedo gordo al intentar clavar un clavo de un solo martillazo . Rocío y la hermana de Andrea se fueron a vivir juntas en el tiempo que tardó Ludmila en mirarse la vagina y el ano con un espejito de mano en el baño y después lavarse todos los dientes de abajo. Cuando Rocío y la hermana de Andrea cerraron la puerta del departamento con llave y se miraron sonriendo, Ludmila ya estaba lavándose los dientes de arriba. Andrea fumaba porro escuchando boleros, Paco de Lucía, blues viejo, un solo CD de Michael Jackson, mientras hacía cuentas y ordenaba la casa. Cuando su hija cumplió 19 Andrea se puso a llorar; su hermana y Rocío la abrazaron riéndose y Ludmila rodeada de amigos se sintió avergonzada y orgullosa a la vez. Cuando Andrea tenía 3 años y caminaba por
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la calle de la mano de su padre, un jovencito que quería ser poeta pero que nunca lo sería, la miró pasar y se puso a llorar de ternura. Cuando el hijo de Andrea que era astronauta fue a visitar a su hermano al manicomio, el que estaba loco le dijo al otro que no creía en los extraterrestres mientras el astronauta prendía un cigarrillo pensando en Ludmila. Los tres hermanos se encontraron algunas veces en las alucinaciones naturales del hermano loco, en los movimientos imprevisibles de las constelaciones que el astronauta vigilaba con resentimiento, en las manos femeninas de los novios pasajeros, que se sucedieron como días, como hebras, ante los ojos marrón claro de Ludmila. Los ojos que se formaron en el vientre de Andrea. Así como sus pechos y su vagina. Así como su ano y su lengua. A los 50 años de la edad de Andrea, Ludmila conoció el amor. A los 10 años de la edad de Ludmila, Rocío y la hermana de Andrea adoptaron un bebé.
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A los 12 años de la edad del bebé, Ludmila se compró una antología de poesía Italiana. A sus 90 años Jimeno (el bebé) sólo recordaría a Ludmila. Los 2 hermanos de Ludmila, el astronauta y el loco, eran una misma persona. Andrea no tuvo 3 hijos, sino 2. Y no tuvo 2, sino una hija y el presentimiento de que lo que no existe, básicamente sí existe, aunque sin saber cómo. Diríase, terriblemente. Andrea conoció a un tipo cuando Ludmila tenía 30 años, y no se enamoró pero fue feliz durante un tiempo. Jimeno se escapó de su casa cuando Ludmila leía los versos de Sandro Penna, y vagó por el barrio hasta que cayó la noche. De algún modo Andrea, su hermana, Rocío y Ludmila, eran una misma mujer derritiéndose en el medio de un baño público, y cada célula de su cuerpo lloraba y cada átomo de la célula era feliz y cada lágrima de llanto quemaba como el buen humor de los sábados nublados.
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La segunda vez que Jimeno se escapó de su casa, Ludmila estaba leyendo Las mil y una noches mientras intentaba cagar. Jimeno fue al cine y vio una película de terror; Ludmila dijo guau mientras se paraba sin haber cagado y apagaba la luz del baño. Cuando Ludmila era adolescente Jimeno vio a sus madres hacer el amor. Cuando Jimeno tenía 1 año, sus madres vieron a un policía pegarle a una puta. Cuando trascendió la noticia de que la luna era una ilusión óptica Ludmila y Jimeno se besaron con una lentitud inaudita. Cuando los científicos dijeron que a la Tierra le quedaban 30 años de vida, Ludmila y Jimeno comieron fideos con manteca, lavaron los platos, hicieron el amor, y se durmieron abrazados. Cuando Jimeno tenía 0 años Rocío y la hermana de Andrea lloraron por algo que no sabremos. La hermana de Andrea se llamaba Laura.
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Laura, la machona de ojos claros. Laura la musculosa. Laura la peluda. Laura la necia de ojos oscuros. Laura la mujer de Rocío. Ambas, las madres de Jimeno. Cuando Andrea tenía 1.000 años, un millón, Jimeno dijo en la oscuridad, Laura y Rocío fueron mis madres. Cuando la oscuridad los devoró a todos, Jimeno dijo en voz baja, mis madres. Cuando Ludmila murió Jimeno preguntó al boletero del tren, a qué hora salía el ultimo. Cuando Jimeno nació Ludmila tuvo las primeras pesadillas románticas registradas en la historia de los sueños. Cuando la Tierra estalló Ludmila y Jimeno sintieron un poco de nostalgia en el planeta en el que estaban con la mayoría de la población. No mucha. Andrea murió al mismo tiempo que su hermana y que Rocío. Todas de un ataque al corazón.
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Jimeno contempló el pasado con lágrimas en los ojos mientras del cuarto de al lado le llegaba el sonido de una cumbia paraguaya. Ludmila estaba embarazada. El planeta en el que vivían era igual a la Tierra. Era la Tierra. Jimeno tocaba la armónica durante todo el día. Jimeno tocaba la armónica sentado a los pies de la cama mientras Ludmila miraba el techo. Jimeno tocaba blues y chacarera con su armónica oxidada mientras Ludmila se afeitaba las piernas lentamente. Ludmila parió un niño al que le faltaba un dedo. Jimeno lloró y se rió de su propio llanto. El bebé era precioso y le faltaba el dedo meñique de la mano derecha. Jimeno lo amó. Ludmila amó a Jimeno. Y el niño murió poco después por algo que no sabremos. Aunque Ludmila y Jimeno sí lo supieron; sin mirarse a los ojos lo supieron, haciendo el
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amor a través de los años lo supieron. Haciendo el amor sin mirarse a los ojos supieron lo que intuyó Andrea. Madre de Ludmila. Y cagando, ella en el inodoro y él en el bidet, se rieron, mientras ella intentaba leer poesía. Los poemas de Sandro Penna, y se reían. El maniático de Quevedo, el putañero de Baudelaire, y se caían de la risa, manchándose de mierda las piernas y el piso. Bukowski mirándose a los ojos con Virgilio. Borges totalmente ciego ante Rimbaud. Rimbaud con los ojos cerrados. Ambos avanzando a través de la mierda y la risa del tiempo, mientras Jimeno y Ludmila se limpiaban. Mientras Jimeno y Ludmila ya no se reían. Una tarde, después de que Jimeno penetrara a Ludmila por el culo, salieron a comer afuera. Jimeno tenía el pelo enrulado y negro. Una tarde fueron a comer mono asado. Ludmila tenía el pelo color mostaza, lacio y sucio. Y si me lo permiten, unos ojos preciosos,
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una mirada que ahora me hace dudar de todo y querer llorar. Pero yo no lloro. Escribo. Ambos caminaron por las calles del centro desenfadados como músicos de funk. El cielo estaba rojo y calmo como la bandera comunista. Cuando Jimeno murió Ludmila orinó en la boca de un niño. Cuando Jimeno y Ludmila murieron, Jimeno lloró y se limpió los mocos con las páginas de un libro de poesía skinhead. Ambos amaban las películas de Woody Allen. Ambos vieron hipnotizados el nacimiento de una nueva guerra.
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Este pliego se terminó de armar e imprimir en Taller Subpoesía en el año 2014.