Facundo R. Soto - El cielo en la mesa - Parte 2

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FACUNDO R. SOTO

EL CIELO EN LA MESA

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Subpoesía





Facundo R. Soto

El cielo en la mesa parte II : Viril

SubpoesĂ­a


El cielo en la mesa - Parte II: Viril Facundo R. Soto Editorial Subpoesía Buenos Aires, octubre 2014 Edición y diagramación: León Pereyra Tapa por: Aldana Antoni www.subpoesía.com.ar editorialsubpoesia@gmail.com


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PARTE

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VIRIL



pizza casera

A vos te gustaba estar sentado, mirando la nada, la línea donde el pasto gira hacia abajo y nos recuerda que la tierra es redonda. Te gustaba que te pusiera las zapatillas, como si fueras un inválido; y te enojabas cuando no te las ataba. Te gustaba que me concentrara para adivinar qué música querías escuchar. Entonces yo ponía a Manu Chao, Morcheeba o a Melero. Eras fino para la música, pero antes de conocerme escuchabas cumbia. Ahora no querés escuchar cumbia, ni la música que escuchabas antes de conocerme. Te gustaba que preparara el té, el de bergamota. Te hacías buches, inflándo la boca como un barril de petróleo. Lo licuabas. Hacías que el té viajara de un lado para el otro, que chocara contra el paladar, que se sacudiera, que te tiñera los dientes. Después, te acercabas, cuando el té ya estaba tibio y adquiría el olor de tu saliva, para echármelo en la boca como una catarata rabiosa, llena de espuma. Mis labios crecían. Tu pecho se inflaba. Me pedías que te lo golpeara. 9


Era tu forma de hacerme recordar que eras fuerte, duro, macho, hombrecito, varón, viril; mi compañero. Si yo te decía que eras un gil, me corrías por la casa. Te encantaba subir las escaleras como un galgo y trepar por la medianera hasta el techo. Dejabas una pierna colgando, hasta que yo te agarraba. A veces lograba sacarte una zapa y otras vos zafabas. Pero siempre salías disparando, para esconderte en el tanque de agua. Parecías el Chavo del 8, y a mí me deprimía el Chavo del 8. Entonces bajabas y caíamos en la cuenta que hacíamos siempre lo mismo. Todo terminaba y volvía a empezar. Nos peleábamos. Vos corrías. Yo te perseguía. Cuando dejaba de correrte y perseguirte te dabas cuenta que estabas solo, y te agarraba miedo. Entonces volvías. Y cuando me encontrabas, sentado en el sillón, desnudo, fumando porro, nos dábamos cuenta que estábamos locos y que hacíamos siempre lo mismo. Siempre lo mismo: Nos peleábamos. Vos corrías. Yo te perseguía. Cuando dejaba de correrte y perseguirte te dabas cuenta que estabas solo, y te agarraba miedo. Entonces volvías. Y cuando me encontrabas sentado en el sillón, desnudo, fumando porro, nos dábamos 10


cuenta que estábamos locos y que hacíamos siempre lo mismo. Siempre lo mismo. Después perdíamos la memoria, o jugábamos a olvidarnos lo que había pasado, y poníamos una película. Cualquiera, en el cable. Nos divertía salir al patio y conjeturar cómo iba a seguir la peli. Discutíamos. Nos escupíamos. Fumábamos y volvíamos a tirarnos en el sillón a ver cómo seguía la peli. A veces me hacías masajes en los pies. A veces me recostaba en tus piernas. Pero casi siempre pasábamos los días juntos, todo el día, sentado entre mis piernas y yo te abrazaba como a un bebe. O vos a mí. Que era, más o menos, lo mismo. Te encantaba ver el reflejo de la tele en mi cara y en mi cuerpo, porque andábamos desnudos, en casa. Pero lo que más te gustaba era acarrear leña del fondo. Y hacer pizza casera. Levantar el repasador, llamarme para que espiásemos cómo se elevaba la masa. Después te ayudaba a meterla en el horno. Al sacarla la decorábamos con hongos frescos, hojas de albahaca que arrancábamos de la planta. Si le poníamos cebollas, antes de agarrar el cuchillo para picarla, te ponías las antiparras celestes con la que yo iba a nadar. A veces me mandabas a comprar cervezas. Y yo 11


iba, como un perro, porque me encantaba que nos pusiésemos de la cabeza. Cuando tenía ganas de escribir me sentaba arriba tuyo y escuchaba tus historias, que eran un delirio. Después escribía otra cosa; total, vos nunca leías lo que yo escribía. Te gustaba que te pelara los camarones y los tirara a tu boca como si fueses una foca. Después te acariciaba la cabeza, jugábamos que eras un perro. Sacabas la lengua y caminabas por la casa, en cuatro patas. Pero cuando te montaba ladrabas y te enojabas. Te quejabas si los caramelos no eran ácidos y se pegaban en tus dientes. Tenías los dientes como un ejército. Todos blancos, parejos y brillantes. Cuando salíamos a andar en bici, de noche, la noche nos abrazaba como una campera, y soñábamos que Avenida de Mayo era la principal de Córdoba y el Pasaje del Progreso una cortada de la luna. Terminábamos en la cama, cansados de tanto andar. Bajo las sábanas. Bajo la lluvia. Quizás eso era lo que más nos gustaba. Terminar así. Cansados de tanto andar. Bajo las sábanas. Bajo la lluvia. Cansado de tanto andar. Bajo las sábanas.

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cuántos chicos

Muchos chicos veo. Bajo la autopista. En el patio. Bajo los reflectores. En la canchita. En el kiosco. En el vestuario. En la parrilla. Vuelvo con el bolso a cuestas. En la canchita. Qué rico olor a mandarina que tiene el que ataja. Me mira cuando agarra la pelota plateada y salta, como un tigre. ¿Quién mostrará sus garras primero?

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como si fuese et

Después de andar en bici me paro frente al tren que pasa. Lo dejo que se vaya y cuando levantan las barreras cruzo al otro lado. Apenas llego me siento y miro cómo la basura se quema. La huelo. Cuando el cielo se pone naranja M me toca el hombro con el dedo, como si fuese ET. Ya está, ya se fue mi viejo, ya podés venir, me dice. Caminamos con la bici, sin decir nada. M vive con la mamá y 5 hermanos. Me esperan con pizza casera. Comemos. Miramos la tele y nos reímos. Me gusta lo que dicen, me gusta cómo se mueven: piden permiso antes de ir a dormir. Cuando ya no queda nadie en la cocina, M y yo nos vamos a su cuarto; desalojaron a sus hermanitos, por esta noche dormirán en el living, y el más grande en el galón del fondo, el que tiene techo de chapa, el que está al lado de la cucha de Fiaca, el que tiene un alero que lo tapa con las hojas de la higuera. Cuando el sol empieza a salir, y entra por la ventana, me agarra sueño. Me doy cuenta que me estoy durmiendo, abrazado a M como 14


si fuese un muĂąeco de peluche. Con M no cogemos, ni nos chupamos. Dormimos abrazados como si los dos fuĂŠsemos uno. Eso es todo. Eso es el todo.

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panqueque

Salgo del trabajo y camino hasta el subte. Salgo del subte y tomo el tren. Camino por la avenida hasta la calle que desemboca en mi casa. Pienso si estarán los grillos en el fondo, por la enredadera, adentro de las flores del jardín del Paraguay, o entre el sauce. ¿Cantarán cuando llegue? Camino y pienso en mi notebook como si fuese una lámpara de noche. Pienso si andará el microondas que me regaló mi papá, que a veces anda y otras no. Pienso en el chop suey que voy a preparar y a freezar si es que M no viene a cenar conmigo. Pienso en el silencio que va a haber entre los muebles cuando ponga la llave en la puerta. Pero, al girar el picaporte encuentro a M de espaldas, con la sartén en la mano y un delantal negro. No tiene nada abajo. Lo agarro de atrás. Se da vuelta y me dice que puede quedarse a dormir conmigo. Su mamá lo dejó. ¿Y la noche siguiente?, le pregunto. También, me dice. ¿Y el domingo? Le vuelvo a preguntar como si estuviese adentro de un dibujito animado. Me voy a casa, me dice, y me quedo con el panqueque en la mano. 16


temporada de lluvia

Cuando llenaste la olla con duraznos maduros, el olor, como una nube naranja, invadió la casa. Esa tarde dejamos el sol afuera, y florecimos como si nosotros fuésemos la primavera. Después te fuiste, cuando oscureció. Empezó a hacer frío y a la noche cayeron las primeras gotas de una lluvia que duró tres meses. Dormí solo durante todo ese tiempo, que no pude salir de la isla. Estaba en Japón.

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afeitadora

Nos levantamos. Salimos de la cama. El parque estaba atrás. Y te afeité. Te vestí como si fueses un muñeco. Te puse el pulóver al revés, y nos reímos, como si estuviésemos de faso. “¿Te imaginás estar de faso de la noche a la mañana? ¿Seríamos felices?”, te pregunté. Y me respondiste: “Facu, fumamos para olvidarnos que estamos juntos, porque cuando estamos juntos somos felices”. Y no supe qué decir. Tus palabras cayeron como gotas de mercurio en la cama. La cama era mi mente. Mi mente estaba dentro de la tuya. Y se movía. Se movía con un vaivén que nos hacía ver y entender todo, como si estuviésemos sentados en el borde del universo, como si estuviésemos de faso.

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los olores de mis chicos

A tostadas quemadas en los dedos. A laverap en la ropa. A panadería en los ojos. A naranja en la boca. A kétchup en la lengua. A taller mecánico en la piel. A obra en construcción en las manos. A sudor en su sexo.

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revolcada

Se acuesta en la cama oliendo las s谩banas, la almohada, tratando de recuperar el olor de su padre, que muri贸 hace unas horas.

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buscando la pelota

Está lleno de pibes, hombres y muchachos. En calzoncillos. Desnudos o con la toalla en la mano. Descalzos, en ojotas, otros con zapatillas. Con olor a sudor. Después de haber corrido cincuenta minutos en el pasto, buscando la pelota. Buscando la pelota. Con olor a Axe, a bolas. Miro al adolescente que mira a su amigo como a un dios, y quiere, desea, ser hombre. Macho. “Capo” le dice al amigo, queriendo ser el otro. Algunos tienen pelos en las piernas. Otros son lampiños, pero todos mueven su sexo, lo sacuden bajo la ducha, y se fijan si han desarrollado algún músculo nuevo en el entrenamiento. Entrenamiento para ser hombres. Viriles.

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gustar

Ser más hombre, más macho de lo que quieren. Esa es la idea que sobrevuela sus mentes mientras levantan y bajan ladrillos pesados. Hacerse de amigos nuevos, del que le cuelga la pija como una anguila. Del que tiene los huevos peludos, pero que se los acaricia como a un dios. De vez en cuando aparece alguien con los huevos suaves, depilados. Tomando un helado o una birra surge la fantasía que despejan a manotazos, como si fuesen mosquitos que se transforman en moscardones que crecen hasta ser King Kong. De vez en cuando se cruzan las miradas, un apretón de manos, un beso o una apoyada. Y a veces, también, deja de andar el agua caliente. Aparecemos en bolas, tapándonos la pija con la mano, esperando que vuelva el agua. Alguien putea. Alguien te mira a los ojos. Alguien cruza una palabra. Vos le agregás otra. Se forma una oración. Aparece un sentido. Una carcajada. Algo misterioso como una pompa de jabón que navega entre los cuerpos, entre las duchas. 22


Terminรกs saludรกndolo con la mano, como se saludan los surfers y preguntรกndole si quiere ser tu amigo. Tu amigo eterno.

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milhouse y bart

Se reĂ­a mientras Milhouse le pegaba chotazos en la cara. “Me lo merezco, me lo merezcoâ€?, gritaba Bart, que estaba en el piso, mientras se friccionaba la salchicha con la mano.

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leche

Le saqué la ficha: le gusta que le regalen libros, porque nunca compra libros, ni cds. Para él, eso es una rareza; por eso le gusta. También que le chupe los pies y las axilas, pero que no baje con la lengua hasta su entrepierna, porque eso lo hace hervir. “¿Y la leche? La leche, es para la patrona”, me dice subiéndose la bragueta.

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mi maestro budista es punk

Parado, con el esternón abierto. Salgo al espacio. Conecto. Y vuelvo a entrar, al cuerpo. Algún cambio. La música me construye. El aire me da forma. Me muevo para que circule la energía. Es temprano. Tengo un nuevo amigo. Su remera dice Todos fuimos. Todos somos. Todos podemos ser. Yo no tengo tatuajes, le digo. Me ofrecen MD. ¿Qué hago? Facu, controlate, me digo. No quiero derrapar, le digo mientras le miro el dedo y me imagino cómo tendrá la verga. Salir. Aunque sea a la fuerza. No hay otra salida que salir, me dice la voz interior. Volver a vos. Cierro los ojos. Veo a mi maestro budista, que es punk. Me escupe y mientras la saliva se seca lo escucho: En oriente es re común que la gente crea en la reencarnación. Ven a la muerte de frente, y recuerdan hasta cuando fueron mosquitos. Las cosas vivas cambian de color. Mente clara. Las flores escuchan. Trato de entender cómo funciona mi mente para que ella no sea mi 26


amo; sino ella hace lo que quiere conmigo. El MD brilla. Mi cabeza se agita como un árbol. El recuerdo de estar perdido en el parque, embarrado, pasa como un viajero. Mi maestro budista me dice que uno cree cuando está desesperado. Le creo. No le creo. ¿Dónde está el sufrimiento?, le pregunto. En nuestra mente, cuando algo no entendemos, me responde y desaparece. Miro a mi amigo nuevo. Está concentrado escuchando música con sus auriculares. Tiene zapas Converse negras. Me mira. Lo miro. Nos encontramos. Alivio. Alivio. Abro la boca y bailo. Festejo la maravilla de haberte encontrado. Gracias. Qué alivio.

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Subpoesía

Este pliego se terminó de armar e imprimir en Taller Ambulante Subpoesía en el año 2015





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