Julio, mes de la identidad
y la soberanía nacional S
i septiembre es el mes de la independencia de Honduras de la colonia española, julio es el mes con mayor número de efemérides dedicadas a conmemorar las luchas por la soberanía nacional. Destacan el 14 de julio, declarado por decreto del Congreso Nacional “Día de la Hondureñidad”, en recuerdo de la guerra de 1969 entre Honduras y El Salvador; y el 20, decretado “Día de Lempira” también por decreto legislativo. Coincidentemente, el 14 de julio es una fecha trascendental en la historia moderna, ya que un día como ese, pero en 1789, las huestes revolucionarias tomaron La Bastilla, con lo cual simbólicamente se puso fin a la monarquía francesa y se inauguró una nueva etapa en la historia de la humanidad. Poco más de una década atrás, el 4 de julio de 1776, delegaciones de las entonces trece colonias británicas aprobaron su declaración de independencia en lo que hoy son los Estados Unidos de América. En el caso de Honduras, aún hay más coincidencias relacionadas con compatriotas ilustres que dedicaron sus vidas a construir un país con sentido de identidad. Ramón Rosa, ideólogo de la Reforma Liberal, nació en Tegucigalpa el 14 de julio de 1848; el educador y periodista Ventura Ramos Alvarado en San Francisco de Lempira, el 14 de julio de 1908; y el historiador Ramón Oquelí Garay en Comayagüela, el 10 de julio de 1934.
Monumento en La Campa, Lempira. Foto: Rubén Darío Paz.
Más allá de las palabras rimbombantes y los discursos de ocasión, es importante como universitarios estudiar la obra y el pensamiento de quienes desde diferentes campos han contribuido a forjar nuestra nacionalidad, como insumos esenciales para que la sociedad hondureña llegue a trazar su propio rumbo.
A Ramos Alvarado y Oquelí Garay, destacados pensadores de la Honduras de la segunda mitad del siglo XX, les unió una amistad basada en el respeto intelectual, como lo demuestra el prólogo que con fecha 14 de julio de 1987 Ramón Oquelí escribió para el libro de Ventura Ramos, Honduras, guerra y antinacionalidad.
Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año II, No. 10 • Julio de 2013 Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo elect.: editorialuniversitaria.unah@gmail.com editorialUNAH
En este número: La identidad nacional en el contexto de la crisis actual / Marvin Barahona / 2
Aníbal Cruz: la experimentación del arte como realidad / Ramón Caballero / 5
El aporte de Ramón Rosa a la educación universitaria hondureña / 8
Honduras, guerra y antinacionalidad: análisis, testimonio y reto / Ramón Oquelí Garay / 11
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La identidad nacional
en el contexto de la crisis actual Marvin Barahona*
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a identidad nacional es un tema recurrente en la historia contemporánea de Honduras, no es el pan de cada día, pero está siempre en la mesa. Para no ir más lejos, en la década de 1980 la preocupación por la identidad nacional afloró, como ahora, en el contexto de una crisis multidimensional, cuando también –igual que hoy- se cerraba un ciclo histórico. En aquel decenio, en presencia de fuerzas armadas regulares y de fuerzas contrainsurgentes irregulares en el territorio nacional, que concretaban el compromiso político y militar asumido por Honduras a favor de la contrarrevolución centroamericana y la belicosa política exterior de los Estados Unidos, muchos hondureños de todos los estratos sociales, medios de comunicación, iglesias, gremios y otros componentes de la sociedad hondureña formularon preguntas inquietantes y provocadoras sobre la identidad nacional. ¿Podía tener identidad nacional propia un país cuyas autoridades anunciaban, desde una base militar estadounidense recién inaugurada en Palmerola, su hostilidad contra una nación vecina cuyo pueblo había derrocado (1979) una dictadura condenada internacionalmente, amenazando además a su propio pueblo con proclamas guerreristas derivadas de una doctrina de seguridad nacional prefabricada por una potencia extranjera? Aquellos eran, como los de hoy, tiempos de crisis, de preguntas sin respuestas y
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de hondas inquietudes ante una situación cuyo dramatismo parecía amenazar el presente y el futuro de nuestra sociedad. En el centro de dicha crisis resurgió el tema de la identidad nacional; como en las dos primeras décadas del siglo XX cuando se agitó la protesta contra el proyecto estadounidense de construir un canal interoceánico en Nicaragua y se levantó el clamor contra la voracidad de las compañías bananeras de la Costa Norte. Décadas más tarde, en 1954, la misma preocupación por la identidad nacional transformó el sentimiento patriótico hondureño en simpatía hacia los miles de trabajadores en huelga en las plantaciones bananeras, herederas de las excesivas concesiones condenadas públicamente en las primeras décadas del siglo XX. En nuestro tiempo, el interés por la identidad nacional ha ido resurgiendo, lenta pero sostenidamente, desde fines de la década de 1990, en la medida que se han presentado nuevas crisis. El establecimiento de la industria maquiladora en la Costa Norte, desde 1985, cuyo crecimiento sembró en la atmósfera la desagradable impresión de que Honduras había dejado de ser una “república bananera” y una “república alquilada”, para convertirse en una “república maquiladora”. Pero lo peor estaba aún por llegar. A fines de la década de 1990, la estampida de hondureños hacia los Estados Unidos y otras naciones desarrolladas
comenzó a incrementarse, hasta alcanzar actualmente casi un millón de connacionales residiendo fuera de su patria. El huracán Mitch (octubre, 1998) contribuyó mucho a la migración al extranjero, así como el desequilibrio de la economía nacional, que siguió fluctuando entre lo malo y lo peor. Era ya evidente que no habría “república maquiladora” para todos, así como la “república bananera” había sido insuficiente para generar la prosperidad invocada por el Estado para justificar la generosidad de las concesiones desde 1899. Cada uno de estos momentos críticos aportó un ingrediente propio a la nueva crisis de la identidad nacional, o tal vez debiéramos decir que ahondó la vieja crisis de identidad que Honduras nunca logró superar. Y no se trata solo de las nuevas etiquetas descalificadoras, sino más bien de nuevas grietas cuyo amplio radio de acción remueve actualmente los cimientos de la nacionalidad y precariza la existencia del Estado nacional. Y no debiéramos sorprendernos. Estos momentos sucesivos de crisis develan el rostro de un Estado dispuesto a renunciar a su soberanía nacional; a comportarse como un mendigo internacional; a expulsar su población hacia un sueño incierto pero con efectos contables en divisas extranjeras; y, como ocurre actualmente, a parcelar el territorio nacional para concesionar sus fragmentos a entidades extranjeras que prometen, como en el pasado, desarrollo, empleo,
* Historiador, doctor en Ciencias Sociales, autor de Evolución histórica de la identidad nacional (Tegucigalpa, Guaymuras, 1991) y Honduras en el siglo XX. Una síntesis histórica (Tegucigalpa, Guaymuras, 2004), entre otras obras de contenido histórico y social.
Marcha de la humanidad, óleo de autor desconocido que se encuentra en una radioemisora de Olanchito, Yoro (detalle). Fuente: Blog Olanchito, ciudad cívica de Honduras, http://olanchito.wordpress.com/
derrame de riquezas y exportaciones al mundo entero. Entre el sueño americano de los migrantes y el sueño de los grupos de poder de “americanizar” a Honduras, la identidad nacional sufre poderosas presiones sobre sus bases constitutivas: población, territorio y gobernabilidad. Porque de eso se trata cuando hablamos de la identidad nacional, de la constitución del ser nacional a través de un Estado-nación fundado en sus diversidades sociales y culturales, en un largo proceso de sedimentación y continuidad histórica. La pregunta obligada salta a la vista: ¿Existe una relación estricta entre las crisis multidimensionales mencionadas al inicio y la crisis de identidad nacional? Más claro: ¿Está en crisis la identidad nacional? Los fenómenos ya señalados no dejan lugar a dudas. La multitudinaria migración a los Estados Unidos, para solo mencionar un ejemplo relevante, provoca ciertamente una creciente expansión de las comunidades hondureñas radicadas en aquel país, trasladando con ellas su fuerza de trabajo, cultura y modo particular de ser para reconstituirse como comunidad expatriada. A la vez, su expatriación deshila los tejidos comunitarios locales
al reconfigurar de un modo sui géneris la parentela del migrante y la estructura comunal, a cambio de remesas económicas y culturales originadas en el extranjero. Así se ha comenzado a reinventar lo que podemos considerar una identidad nacional expatriada, construida a través de un proceso forzado de migración que echa sus raíces fuera del territorial nacional, sin romper el cordón umbilical que la mantiene unida al terruño natal. Como remesa cultural de signo negativo se recibió el concepto y las prácticas de las maras o pandillas. Pretender disociar este fenómeno, de consecuencias tan devastadoras para la sociedad hondureña, de sus efectos sobre la identidad nacional, equivaldría a desconocer la obligada correspondencia de los fenómenos sociales y de su impacto en la estructura socioeconómica que los generó. La violencia generada por las maras o pandillas, inserta en su antecedente más próximo en el pasado, la crisis regional centroamericana y la aplicación de la doctrina de seguridad nacional, sumada a la violencia provocada por la delincuencia común y el crimen organizado,
la colusión institucional y la impunidad del delito, están conduciendo a que en Honduras y fuera de sus fronteras corra el rumor de que este es un Estado fallido, constituyéndose así el momento más agudo de crisis de la identidad nacional. Un Estado fallido es aquel cuyas instituciones han colapsado, donde la ley y el orden son reemplazados por la violencia, la anarquía y el caos, donde no hay mando ni obediencia que aseguren el cumplimiento de la ley y la vida social regulada institucionalmente. El conjunto de estos fenómenos y su estrecha interrelación, permiten vincular la crisis actual en su dimensión política, económica, social e institucional con una crisis no menos profunda en la identidad nacional. ¿Hablaríamos hoy de crisis en la identidad nacional, si la situación fuese de paz, equidad, justicia y bienestar? Desde esta perspectiva, el único medio para fortalecer la identidad nacional es erradicar el origen de sus males reconstruyendo sus estructuras sociales, económicas, políticas, institucionales y culturales, fuentes indispensables para la existencia de una identidad nacional estable y duradera.
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Aníbal Cruz:
la experimentación del arte como realidad*
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Ramón Caballero Crítico de arte * Este artículo fue escrito especialmente por su autor para Página al viento. Las fotografías son de Hispano Durón y pertenecen al catálogo Aníbal Cruz, publicado en 2011 por SCAD, CCET, Embajada de España, AECID y Fundarte.
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arlos Aníbal Cruz Martínez nace el 28 de enero de 1943 en San Juancito, antigua zona minera del Distrito Central, siendo sus padres Juan Cruz y Luisa Martínez; realiza la educación primaria en la Escuela Lempira de Comayagüela y la secundaria en el Instituto Central Vicente Cáceres, entonces en Tegucigalpa. Ingresa en 1964 a la Escuela Nacional de Bellas Artes, cuando tiene 21 años y luego el mérito de ganar una mención honorífica en el concurso Esso de Centroamérica; en 1966 obtiene el cuarto premio en el III Salón de Pintura del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI); en 1967 concluye su profesorado en dibujo y modelado, al tiempo que gana el segundo premio del salón del IHCI y participa en la Bienal de Sao Paulo. En 1968 sale para Barcelona con Virgilio Guardiola y reside allí hasta 1973, para incorporarse el año siguiente al Taller de La Merced (1974-1976). En 1996 fallece en un hospital cercano a su alma mater co-
El artista en su estudio.
mayagüelense, donde es recordado por su oficio de pintor y el ejercicio de la docencia. En la vida artística de Cruz se pueden distinguir seis etapas relativamente claras, a las que denominaremos la etapa «académica”, de 1964 a 1969; la «barcelonesa», de 1970 a 1973; la «mercedaria», de 1974 a 1976, la «posmercedaria», de 1977 a 1979; la «ochentera», de 1980 a 1987; y la final, «noventera», de 1988 a 1996. Su etapa académica coincide con el paso del arte latinoamericano hacia la nueva figuración, con un discurso expresionista protagonizado por José Luis Cuevas en México y por el grupo «La Otra Figuración» en Argentina. Son los años internacionales de Roberto Matta y Julio Le Parc, ambos preocupados por el rol del artista en la sociedad, los de «El pueblo tiene arte con Allende» en Chile y de «Tucumán arde» en la misma Argentina, fenómenos que inciden a distintos niveles en el subcontinente.
Para caracterizar su etapa académica, leamos lo que el dramaturgo Francisco Salvador escribe en 1968: «Aníbal Cruz, con sus pequeños veinte años a cuestas sufre y transmite inocentemente ese instante de agonía e insatisfacción. El hambre se le transforma en objetos y composiciones sublimadas, y el vigor de su mestizaje se sale del lienzo para entregarse como espíritu permanente. Aníbal Cruz, con sus pobres tres años de trabajo —prosigue—, agranda el tiempo como si fuera un siglo, y busca temiblemente el hallazgo, como el perro cariñoso el alimento escondido». Al finalizar la década de los sesenta, y a causa de su condición trashumante, pasa a otro nivel visual caracterizado por un ensanchamiento semiótico, con nuevos significantes basados en la escritura fonética y el grafismo infantil. Para entender esto en la obra cruceña hay que imaginarse muchas influencias y mediaciones, pero con seguridad debemos relacionarlo con el informalismo de Jean Dubuffet, que por medio
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de la inocencia primigenia intenta hallar un nuevo vocabulario figurativo. En su etapa barcelonesa, Cruz debe enfrentar tanto la novedad como el hecho paradójico de que muchos de los artistas importantes se entregaban a las formas públicas de expresión, dependientes de los museos y de otros espacios oficiales —a diferencia de los vanguardistas «originales», que eran hostiles a todo aquello que los asociara a la oficialidad—. Con este enfoque socioestético, la pintura «barcelonesa» de Cruz se vuelve segura, crítica y espontánea, sin más alternativa que aferrarse a una propuesta heterogénea, con asiento en lo colectivo más que en lo objetivo. En el primer tercio de los años setenta Cruz regresa de Barcelona y se incorpora al Taller de La Merced. Para este momento casi todos los artistas correspondientes a este grupo, surgido en los años setenta, están consolidados en sus respectivos aprendizajes académicos. Si en la etapa anterior este creador se basa en la dicotomía lenguaje/realidad, ahora cuenta con una heterorreferencialidad que comprende lo objetivo, colectivo y subjetivo. De esta forma obtiene la carta de ciudadanía para experimentar a todo nivel la obra de arte, cargando el lienzo de formas misteriosas. El grito, óleo sobre tela (s. f.). 22 x 27 cm. Colección privada, Tegucigalpa.
Con el tiempo, y antes de entrar a la década de los ochenta, la radicalidad «mercedaria» de Cruz es modificada a favor de un discurso más neofigurativo, que recuerda la etapa académica por lo menos en el tratamiento del color, más texturado y bajo, aunque igualmente severo. En lo temático, busca avalarse en la práctica de los años barceloneses, con un concepto más antropológico que ideológico, entregando sencillas narraciones de lo cotidiano, tamizadas por el recuerdo y la lectura histórica, en franca sintonía con el trabajo coetáneo de Miguel Ruiz Matute, Dante Lazzaroni y Moisés Becerra. En los ochenta, aquella sensación de zozobra, renuncia o clandestinidad que se destila en el ambiente sociopolítico, se convierte en la obra de Cruz en silenciosos umbrales con imágenes de hombres y mujeres que huyen, que suspiran, que se arrullan, como si después del mundo sólo quedara el amor y las miradas; todo esto tratado con un color traslúcido, que borra y hace desaparecer. Con ello regresa a la figuración más nítidamente, pero el tema que aborda no es la exterioridad, sino la participación interior, entendida como una corriente de impotencia que sólo es reposo y espera.
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Los amantes, 1995, técnica mixta sobre tela. 183 x 138 cm. Colección privada, Tegucigalpa.
Está claro que la preocupación por la colectividad ha dejado de ser el tema central, ahora sustituido por una referencia subjetiva; por lo mismo, ya no ofrece escenas abiertas, firmes bajo la luz del sol, sino encuentros nocturnos, donde los cuerpos se amalgaman entre sí y con el ambiente. Si en la pintura posmercedaria observamos formas corpóreas, aquí todas parecen existencias irrealizadas, esencias tratando de huir de la profanación.
Después de 1988 empiezan a surgir los grandes fondos, conseguidos con aplicaciones lechosas de blancos, grises y amarillos tiernos; y también los conglomerados figurativos azulados, por lo general ricos en apariencias gráficas y relaciones sensitivas. Hablamos de su etapa final, que termina con su muerte. Podemos decir, al final, que esta «incompletud existencial» de los noventa se halla por encima de la dureza morfológica de sus años académicos, de la carga irónica y expresiva de las etapas siguientes, y de la melancólica obra ochentera, aunque ha sabido valerse de aquellas imágenes y ensayos, tratándolos con novedad. Es por esto que tiene sentido recordar la dialéctica entre comprensión e innovación. Cruz es novedoso porque mira de frente a la tradición, produciendo una nueva forma de pintar —nueva en los términos de Ricardo Aguilar, que trae símbolos que solo pueden andarse con verdadera emoción—.
Sin título, acuarela sobre papel, 28 x 21.5 cm. 1970-1972. Colección de Mario Felipe Martínez.
Aníbal Rigoberto Paredes*
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níbal, no el cartaginés, púnico impune; digo, invoco aquí al indio, aquel perito del color que tramaba en el lienzo sus campos de batallas. Lengua adversa y tajante, como pocas la de aquel indio Aníbal. (Dómine de la sátira, te nombro, sátiro de ti, tú mismo, juez y parte). Pincel en ristre, pocos como él para sacar de la nada
ese rostro no visto, vivo como la luz que espejeaba en sus manos. ¿Dónde estará este inmortal desaparecido? Oigo aún el rechinido de sus dedos de todos los colores sobre el ya abatido bastidor, apersogado contra la pared o contra el suelo raso. Andará en eso, en lo suyo. Pintando, pintándole una carcajada amorosa a la puta muerte.
* Poeta y ensayista (Trinidad, Santa Bárbara, 1948). Perteneció a los grupos literarios Tauanka de Tegucigalpa y Punto Rojo de Colombia. Es premio Itzamná de Literatura, otorgado en 1983 por la Escuela Nacional de Bellas Artes, y Premio Nacional de Arte 2005. El poema "Aníbal" pertenece a su libro Lengua adversa.
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El aporte de Ramón Rosa
a la educación universitaria hondureña* Oscar Zelaya Garay Jorge Alberto Amaya
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a reforma liberal de 1876 constituyó para Honduras una serie de cambios que son considerados –por muchos historiadores– como los ingredientes que posibilitaron la consolidación del Estado-nación en el país. La reforma fue liderada por Marco Aurelio Soto (18461908), quien a la postre se convirtió en presidente y por su primo, Ramón Rosa1 (1848-1893), quien se erigió en el ideólogo de dicho proceso cuando fue nombrado como secretario general del gobierno. La reforma liberal tuvo como objetivos crear un Estado nacional e insertar a Honduras en la economía mundial. Bajo estos objetivos, se pretendió contrarrestar la tendencia de aislamiento que había tenido la sociedad hondureña hasta ese entonces, mediante la búsqueda de una integración. El Estado se vio fortalecido institucionalmente por una actividad económica de exportación, especialmente a través de la minería y luego del banano, así como por la promulgación de nuevas leyes de inspiración liberal y por el intento articulador de la educación de los diversos sectores del país, favoreciendo el fortalecimiento institucional, jurídico, de capacidad humana y organizativo, que lentamente se fue incrementado a lo largo del siglo XX. En este contexto, Ramón Rosa fue uno de los hondureños de mayor representatividad del liberalismo positivista hon-
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dureño, y a la vez fue el ideólogo de la reforma liberal en el XIX, además de ser un escritor y crítico, polémico sobre la sociedad, la política, el gobierno, sobre el liberalismo y expositor de innovadoras políticas e ideas relacionadas a la reforma educativa hondureña. La sociedad en que se desarrolló Rosa abarcó una etapa muy importante para la historia hondureña que inicia en la segunda mitad del siglo XIX. Esta etapa se encontró delimitada entre la anarquía y la desestabilización política causada por las contradicciones de las tendencias liberales, que en la mayoría de las ocasiones se traducían o desembocaban en guerras civiles constantes. Estos enfrentamientos armados se fueron reduciendo o aplacando con la llegada a Honduras de los reformadores: Marco Aurelio Soto, Ramón Rosa y Adolfo Zúniga. La reforma liberal de 1876 introdujo a Honduras al mundo capitalista y en sí a toda una serie de políticas con el ánimo de desarrollar las condiciones propicias que permitieran al país establecer una infraestructura sólida capaz de producir materias primas para el mercado mundial y una superestructura acorde a la ideología liberal, en especial el punto básico de la educación. En esos momentos Honduras solamente contaba con la existencia de la Universidad Estatal, que había tenido sus orígenes en 1845 con
la fundación de la Sociedad del Genio Emprendedor y del Buen Gusto. La Universidad Estatal había funcionado como un establecimiento de educación superior que había llenado un vacio en la formación intelectual del momento, aunque esa formación se había estancado en profesiones como las de licenciados en jurisprudencia y clérigos. Rosa, conocedor del ámbito político y social centroamericano expresaba en 1879 en torno a la educación: […] Instruir es formar buenos ciudadanos para la República y es crear elementos de progreso para los pueblos. La instrucción es el alma de las sociedades que revelan, en las esferas de los hechos, las instituciones de los países libres: la instrucción es también la fuente impalpable pero viva, de la prosperidad y cultura de las naciones. El reflejo del pensamiento de Rosa es claro en el sentido de apoyar el progreso y la instrucción del ciudadano, para que este fuera apto y afrontase los retos de una nueva sociedad; era, que en definitiva, se iniciaba con la reforma. La educación universitaria, se encontraba supeditada a las directrices del Misterio de Instrucción Pública, aunque existía la Dirección de Estudios, que era
* Fragmento de un estudio sobre los hombres y mujeres forjadores de la universidad hondureña entre los siglos XIX y XX, realizado por el Instituto de Investigación y Evaluación Educativa de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM) de Tegucigalpa, Honduras, para la colección “Forjadores de la universidad en América Latina”. Disponible en Pensamiento latinoamericano, http://unesco.org.ve ** Historiadores, investigadores y docentes universitarios.
la encargada de la enseñanza superior, una enseñanza que había sido cuestionada desde 1865. El cuestionamiento de los estudios superiores se debía a que estos no se encontraban actualizados; en ese momento no tenía diferencia con los iniciados en 1847, impartiéndose las mismas cátedras: Latinidad, Filosofía, Derecho Civil y Sagrados Cánones. Faltaban cátedras de idiomas vivos, matemáticas y otras ciencias prácticas. De estos cuestionamientos es que surgirá la atención del supremo gobierno para impulsar el desarrollo concerniente a una verdadera enseñanza científica. Cumplir el deseado anhelo de la formación de ciudadanos representados en una juventud deseosa y capaz de dar vida a la república, solamente sería posible mediante un cambio en los planes y programas de estudios, abriendo nuevas cátedras y estudios prácticos. Estas inquietudes no solamente partían de la Dirección de Estudios y algunos catedráticos, a ellas se sumaban las de los estudiantes, quienes a través de panfletos y representaciones teatrales hacían sentir su posición crítica y la exigencia de reforma de los planes de estudio. Estos hechos ocurrían hacia 1869, durante el gobierno de José María Medina, quien tomó las iniciales acciones para transformar totalmente la estructura académica y administrativa de la universidad, impulsando la reforma a sus estatutos y suprimiendo el claustro y la Dirección de Estudios. De esta manera, la elección del rector, vicerrector y el cuerpo de catedráticos que anteriormente eran electos mediante una votación directa por los involucrados en el quehacer académico universitario, ahora serían nombrados directamente por el poder ejecutivo. Estas fueron algunas de las situaciones que atravesó la universidad en los años previos a la reforma; su funcionamiento
se encontraba muy vinculado a los desenlaces de la sociedad hondureña entre guerras civiles ocurridas entre 1875 y 1876.
la industria, el comercio, el libre juego de las ideas. Así, consideraba que el gobierno era una ciencia y la administración experiencia científica.
Esta situación prevaleció hasta la implementación del código de Instrucción Pública, sancionado el 31 de diciembre de 1881, emitido por el gobierno reformador. Los máximos exponentes de la reforma educativa fueron Ramón Rosa y Adolfo Zúniga, no solamente por ser los ideólogos, sino por la experiencia de ambos.
Las reflexiones de Rosa conducen a afirmar que la situación encontrada en la sociedad hondureña en 1876, no permitiría impulsar los cambios de esa sociedad anhelada e idealizada por los reformadores, y en especial en la educación pública en sus diversos niveles, por lo que debía de existir un punto armónico y de inicio coherente; es por ello que en 1878, Rosa como secretario de Instrucción Pública, decía:
En su ideario, Rosa nos habla de las ciencias y la enseñanza, donde manifestaba: La ciencia nos dará riqueza, bienestar para nuestros pueblos. La ciencia es un agente invisible, pero es el más necesario y poderoso elemento de producción. Los pueblos que saben tienen que ser muy productores y ricos. […] Pero la época de la metafísica ha pasado; cumplió su destino; su sistema no puede resucitar, como no pueden resucitar los hombres, cuando después de haber cumplido su fin, la muerte les señala su término fatal. […] El aprendizaje superior de la filosofía y de las letras corresponde a países cuyo desarrollo material e intelectual reclama grandes estudios clásicos. […] Honduras no está en este caso. Rosa era práctico y consecuente con el positivismo clásico, el cual practicaba y predicaba constantemente; su ideal era el combate contra el legado colonial y las luchas estériles en que había caído la sociedad. Urgía para Rosa la llegada de «grandes corrientes de inmigración que traigan, con sus nuevos pobladores, el espíritu de empresa y el espíritu de libertad que han formado ese pueblo pródigo que se llama Estados Unidos de América». Para Rosa, el progreso de las naciones giraba en torno al papel del Estado en la formación de ciudadanos útiles, la descentralización, el progreso, las ciencias,
La Universidad Nacional que tiene el mérito indisputable de haber formado en sus aulas a muchos hondureños distinguidos en el Foro y en la Iglesia, requiere que se introduzcan en su sistema de enseñanza radicales innovaciones. […] Es indispensable que la enseñanza universitaria sea más amplia, más variada, más práctica: es indispensable que en la Universidad se aprendan las Ciencias Sociales […] las Ciencias Médicas y las Ciencias Prácticas aplicables a la industria que tienen por base los conocimientos físico-matemáticos. El objetivo era la creación de un nuevo profesional acorde a los propósitos positivistas del gobierno, en la dirección de colocar a la sociedad en las cimas de la cultura, la libertad y la paz, para convertirla en una nación a la altura y prosperidad de otras «Repúblicas Latinoamericanas». Cuando se inició la reforma educativa, el rector universitario era el licenciado y presbítero Yanuario Girón, uno de los fundadores de la Sociedad del Genio Emprendedor y del Buen Gusto. El aporte de Rosa a la universidad fue precisamente la elaboración y la implementación de la reforma universitaria de 1882. Dos piezas clásicas de la oratoria de Ramón Rosa: en primer lugar el discurso Conciencia del
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pasado, pronunciado el 27 de agosto de 1880, en la Universidad Central, al inaugurarse el Archivo Nacional y en una segunda ocasión cuando se produjo la apertura de la Universidad Central, el 26 de febrero de 1882. En el primer discurso, Conciencia del pasado, expresaba: Se inaugura el Archivo Nacional: Honduras recobra la memoria de su pasado, salva las dispersas páginas de su historia. […] Se abre la primera biblioteca pública; Honduras entra de lleno en las espaciosas vías del porvenir, reservado al libro, a la ciencia. […] El siglo XIX, este gran siglo, es el siglo de la Ciencia positiva, de la Ciencia que sustituye la razón al dogma, el saber a la fe que no sabe; de la Ciencia positiva que eleva al hombre a sus altísimos destinos, y que revela la naturaleza con todos los esplendores de su magnificencia. Los reformadores dieron paso a la creación del Archivo y Biblioteca Nacional y en palabras de Rosa se comprendía que todo pueblo que carece de archivos no puede reconstruir ni saber de su historia como nación, y precisamente a través de su conciencia se podía conocer el pasado, que en la actualidad correspondería a la memoria colectiva de los pueblos. Además enfatiza contundentemente su posición férrea hacia las verdades que él consideraba a través de la ciencia positiva. Sin embargo, en el plano educativo, la pretensión más ambiciosa fue impulsar y modernizar la educación universitaria. En este sentido, el logro más sonado de la reforma fue la reapertura y reorganización de la «Universidad Central», en 1882, y en la que se empezó a cultivar el sistema positivista, el cual hacía énfasis en la formación de cuadros técnicos y científicos. La rectoría de la universidad fue encomendada al Dr. Adolfo Zúniga –egresado de la misma universidad fundada por el padre Reyes–, desde luego cercano colabo-
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rador del régimen y uno de los liberales más reconocidos y emblemáticos de fines del siglo XIX. Una vez nombrado Zúniga en la máxima casa de estudios, la universidad se dividió en facultades, formándose las de Jurisprudencia, Ciencias Políticas, Medicina y Cirugía y la de Ciencias. La nueva organización universitaria estableció que al término de los estudios se otorgarían los títulos de licenciado y también quedó reglamentado el sistema para la obtención de doctorados. En general, el pensamiento ideológico detrás de estas reformas educativas se puede visualizar en el Discurso en la apertura de la universidad por parte de Ramón Rosa, pronunciado en 1882. Ese texto contiene aspectos que nos interesa particularmente subrayar: la defensa de las ciencias experimentales y del positivismo frente a la teología y la metafísica, argumentando que […] La metafísica se funda primordialmente en lo que está más allá de la experiencia; la ciencia positiva se funda primordialmente en los hechos que están bajo el dominio de la observación; la metafísica plantea problemas que no puede resolver porque carece de medios analíticos; la ciencia positiva plantea problemas que resuelve porque tiene medios para el análisis… es concreta y da conclusiones prácticas […] De igual manera, se advierte en el discurso el sentido de la educación pública y obligatoria; su fe en que el único medio para combatir la «barbarie» era la educación; su visión de futuro y del progreso2. Igualmente, es importante señalar que en dicho discurso se aprecian claramente las influencias ideológicas que Rosa había adquirido a través de las lecturas del padre del positivismo, Augusto Comte, y de Emilio Litreé, y de los latinoamericanos Lastarria y Montalvo. Además, se reflejan en el discurso las amplias lecturas que había hecho de los autores clásicos de la antigüedad, el medioevo y desde luego de los inte-
lectuales de la edad moderna: Tales de Mileto, Sócrates, Aristóteles, Platón, Cicerón, Séneca, Tomás de Aquino, Abelardo, Malebranche, Leibnitz, Spinoza, Kant, Rousseau y otros3. En síntesis, Rosa es el primer gran reformador de la universidad hondureña en el siglo XIX, y el que introduce la corriente positivista en el país.
Notas 1 Ramón Rosa nació y falleció en Tegucigalpa (1848-1893). Sus padres fueron Juan José Soto e Isidora Rosa. Aprendió sus primeras letras con una famosa profesora, que más tarde personificó en su obra «La maestra escolástica». Se graduó de bachiller en la Universidad Nacional de Tegucigalpa, y luego partió a Guatemala, donde realizó estudios universitarios. Tras triunfar la revolución liberal de 1871 en ese país, fue nombrado subdirector de Hacienda y más tarde ministro de Relaciones Exteriores. Ahí se empapó de la filosofía positivista, la cual aplicó al llegar al poder en su tierra natal. Destacó en el campo periodístico, siendo fundador del periódico El Centroamericano y de la revista Guacerique. Escribió artículos y ensayos sobre política, economía y cultura en general, además de algunas biografías sobre personajes sobresalientes en los procesos independentistas, como la de José Cecilio del Valle y Francisco Morazán, entre otras. Con el apoyo de Justo Rufino Barrios, su primo –Marco Aurelio Soto–, ascendió a la presidencia de la república de Honduras en 1876, y éste lo nombró secretario general del gobierno, con lo cual, emprendieron el proceso conocido como reforma liberal en el país. En 1948, los historiadores Rafael Heliodoro Valle y Juan Bautista Valladares, recogieron gran parte de la obra de Rosa en un libro titulado Oro de Honduras. 2 Véase: Pérez Brignoli, Héctor, «La Reforma Liberal en Honduras» en: Cuadernos de Ciencias Sociales, Tegucigalpa, Nº 2, Editorial Nuevo Continente, 1973, pp. 8-19. Sobre la obra y discursos de Ramón Rosa, especialmente el discurso en la apertura de la Universidad, es importante consultar: Carías, Marcos (compilador), Ramón Rosa. Obra escogida, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 1980 y: Valle, Rafael Heliodoro y Valladares, Juan Bautista (antólogos), Oro de Honduras. Antología de Ramón Rosa, Tegucigalpa, Ariston, 1948, tomo I. 3 Véase: Zelaya, Gustavo, El legado de la reforma liberal, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, Colección Códices de Ciencias Sociales, 2ª. edición, 2001, p. 32.
A 26 años de la publicación de Honduras, guerra y antinacionalidad, de Ventura Ramos
Análisis, testimonio y reto
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Ramón Oquelí Garay
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or lo general, los escritores hondureños más afamados han muerto jóvenes, o dejaron de escribir al llegar a cierta edad, o se retractaron en la madurez de su existencia biológica de las actitudes de avanzada que habían anunciado en su juventud. Don Ventura Ramos Alvarado, originario de la tierra de Lempira, es, en este y en otros aspectos, una de las excepciones dentro del no excesivamente frondoso campo del pensamiento y las letras hondureñas. A sus 79 años, que hoy 14 de julio acaba de cumplir (nacer en esta fecha es coincidir con las conmemoraciones del ataque victorioso a La Bastilla y el día inicial del visionario Ramón Rosa), y pese a haber sufrido una amplia gama de persecuciones, presidio, exilio y en la actualidad un fuerte golpe a la salud física, se sigue manteniendo lúcido mentalmente, firme en sus viejas convicciones y consecuentemente digno e indignado por la lamentable situación económica, moral y política en que se encuentran atrapados su gente, su terruño. Hace medio siglo, al estallar la guerra civil española, el profesor egresado de la Escuela Normal (excelente semillero de algunos maestros que, sin ascender a los escaños universitarios, dieron muestras de haber adquirido mejor formación que muchos de los egresados de la máxima casa de estudios), tomó conciencia de que dentro y fuera de las fronteras nacionales se mantiene una lucha cuyo final no parece estar cercano, entre quienes defienden primordialmente sus intereses particulares, inseparables del mantenimiento de la situación predominante, y los que pretenden transformar las instituciones existentes para construir una existencia auténticamente humana. El profesor Ramos se dedicó a la enseñanza del idioma, y desde órganos periodísticos como Vanguardia Revolucionaria, El Cronista y Tiempo, a la divulgación de ideas transformadoras, a denunciar injusticias y a proponer soluciones. Y hoy, en una de las horas más graves de la patria, cuando estamos al borde de la desnacionalización total, nos brinda este vigoroso ensayo, que es a la vez denuncia, análisis, testimonio y reto. El maestro Ramos se lamenta al ver a sus compatriotas “humillados, degradados y abyectos, además de aterrorizados y hambrientos”, ciegos al momento de concurrir a las urnas, incapaces hasta ahora de ejercer la fuerza potencial popular para organizarse y desarrollarse, carentes de identidad nacional por falta de autenticidad,
en protectorado de hecho, en plataforma de agresión que “apunta hacia adentro, al norte, al sur, el este y al oeste”. “El poder nacional de decisión está perdido y el gobierno de turno no hace otra cosa que adaptarse más y más a las consecuencias que derivan de la dependencia total”.
por no haberse resistido a la absorción y ocupación por parte de los intereses norteamericanos, viviendo una parálisis moral, con la moral desgarrada por falta de entereza. Sin una burguesía propia, porque el capitalismo periférico impidió su crecimiento, y la cual, al carecer de poder político, ha sido incapaz de formular un proyecto nacional que incorporara “a todos los sectores de la producción y de la política, así como a instituciones de gran poder de convocatoria como la Iglesia Católica”. En el otro extremo, el minifundio define la “vida frustrada de los campesinos”. Dentro de tanta miseria material y moral, lo único que practicamos con alegría son las elecciones en las que el pueblo elige gobernantes que dependen de los militares. “Pasadas las elecciones el pueblo estorba en Honduras”, se convierte en enemigo potencial dentro de la doctrina de seguridad nacional. Siguiendo la lógica de la fuerza en contra de la lógica de la historia, se desarticulan las organizaciones sindicales, estudiantiles, magisteriales, campesinas; son objeto de presión y asalto “para imponerles juntas directivas apoyadas y asistidas por los cuerpos represivos de la política de seguridad”. La democracia liberal, “tradicional y endeble, desapareció con la militarización del gobierno”. Se produce el terror como definición política, el estado de sitio permanente, “bajo el paraguas económico y militar del imperialismo norteamericano”, que nos ha convertido
Al concurrir todo lo contrario de lo que postularon Valle, Morazán, Rosa, Froylán Turcios, Visitación Padilla y muchos más, necesitamos reiniciar el proceso histórico, librar “la batalla decisiva por la segunda liberación nacional”. “La mentira, el engaño y el cinismo oficiales deben ser sustituidos por la verdad y la dignidad que la patria reclama como puntos de partida para recobrar el prestigio perdido en la escala internacional”. Avanzar, “sin servidumbre alguna, por la amplia vía de la cultura humanística, la única que nos puede permitir evolucionar del vasallaje a la cooperación internacional, cuya base es la igualdad de derechos y el beneficio mutuo”. No podemos aceptar seguir siendo víctimas de un anticomunismo desesperado, que ha alcanzado un carácter patológico y se ha “inflado hasta el salvajismo”. Donde la verdad es vista como subversiva, nuestra defensa estará asentada en “nuestra capacidad de imponer la verdad sobre la falsificación de nuestra escala de valores nacionales”. Aunque no es tarea fácil la de construir una nación, ni “llegar a la profundidad de una revolución”, don Ventura no ha perdido la esperanza de que los hondureños asumamos nuestra responsabilidad, pese a toda la campaña para norteamericanizarnos irremediablemente. “El proceso avanza hacia la toma de conciencia y por tanto, el ideal de convertirse en pueblo para sí, es decir, en sujeto consciente de su soberanía y su derecho a autodeterminarse, no está lejano”. Soberanía y democracia, que vienen a ser en la presente crisis “categorías idénticas. Los pueblos no pueden luchar por una de ellas en particular. Las dos se refuerzan mutuamente y se desarrollan juntas”. Muchas más reflexiones y denuncias nos ofrece este testimonio de quien, profundamente indignado por la miseria, la desorientación y el sometimiento, sintetiza, a manera de un manual de patriotismo, pensamientos que parten de una actitud consecuente. Queda por ver la respuesta que demos a este reto los amigos y admiradores de don Ventura Ramos, los hondureños todos. Tegucigalpa, 14 de julio de 1987.
*Prólogo a la primera edición de Honduras, guerra y antinacionalidad, de Ventura Ramos Alvarado, Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 1987.
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Editorial Universitaria se proyecta Editorial y Librería Universitaria dentro y fuera de la UNAH
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umerosos aportes ha brindado la Editorial Universitaria en el marco de la cooperación con otras dependencias de nuestra alma mater. Además de participar permanentemente en las actividades de promoción de la cultura, se ha estado apoyando puntualmente a la Dirección de Vinculación Universidad-Sociedad con la diagramación de su boletín informativo, del cual se han producido ya tres números.
presentan Poesía completa de Clementina Suárez
Las capacidades de la Editorial en el área de edición y diseño se han puesto a la orden de los centros regionales universitarios que estén interesados en publicar sus propios boletines informativos. El Centro Universitario Regional de Occidente (CUROC) ha sido el primero en manifestar su interés en contar con su propio órgano de divulgación, por lo cual se espera que muy pronto estará en circulación el primer número. Asimismo, se han hecho importantes donaciones de libros, entre ellas, un lote que se entregó recientemente al proyecto sin fines de lucro “Little Free Library” (Pequeña Biblioteca Gratuita), que consiste en instalar un pequeño estante empotrado en un lugar público, en el cual se colocan libros obtenidos mediante donaciones. Cualquier persona puede ir, tomar un libro, llevarlo y leerlo para después devolverlo o dejar otro libro en su lugar.
Niña tolupán. Foto: Rubén Darío Paz.
Mención especial merece el proyecto Libros para las Etnias, iniciativa conjunta de la Rectoría de la UNAH y la Editorial Universitaria, orientada a fortalecer los vínculos educativos y culturales de la máxima casa de estudios del país con los municipios de población mayoritariamente étnica del país. El proyecto consiste en la donación de 100 libros a las distintas alcaldías donde estén funcionando bibliotecas públicas, o donde las autoridades locales, con la participación de los sectores organizados, tengan interés en echar a andar un proyecto de esta naturaleza. La Editorial Universitaria dará el seguimiento respectivo sobre el aprovechamiento del material bibliográfico, como también asesoramiento oportuno para el fortalecimiento de proyectos orientados a fomentar la cultura local.
Tomando en consideración que estamos en el mes de la identidad nacional, el proyecto se inaugurará en la ciudad de Gracias, donde el próximo 21 de julio, en un acto especial y con presencia de las autoridades universitarias, departamentales y locales, se hará la entrega de 100 libros a los municipios de San Sebastián, Belén, La Campa, San Manuel Colohete, San Marcos Caiquín y Gracias, todos del departamento de Lempira. La iniciativa continuará desarrollándose en otras comunidades de población mayoritariamente indígena o afrohondureña que manifiesten interés en participar, para lo cual pueden comunicarse al 2232-4772 de 8:00 a.m. a 3:30 p.m.
E
n presencia de autoridades, personal administrativo, docentes y estudiantes de la UNAH, familiares de la autora y público en general, se presentó en la Librería Universitaria la obra Poesía completa de Clementina Suárez, recopilación de los once libros que la gran poeta hondureña dejó publicados: Corazón sangrante, Iniciales, De mis sábados el último, Los templos de fuego, Engranajes, Veleros, De la desilusión a la esperanza, Creciendo con la hierba, Canto a la encontrada patria y a su héroe, El poeta y sus señales y Con mis versos saludo a las generaciones futuras. La presentación del libro estuvo a cargo de Rubén Darío Paz, director de la Editorial Universitaria, y el escritor Eduardo Bähr, quienes destacaron la significación de Clementina Suárez en la cultura hondureña y su proyección continental.