Boletín Página al viento-N°20

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Miguel Ángel Asturias, a cuarenta años de su viaje a Xibalbá

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n días pasados Centroamérica vivió una de sus efemérides más significativas dentro del mundo de la literatura: el cuarenta aniversario de la muerte de Miguel Ángel Asturias. El nobel guatemalteco, una gloria latinoamericana y de todo el mundo, cumplió cuatro décadas de haber fallecido y si bien en su país natal y también en el nuestro no se le rindieron los honores debidos, Página al viento ha querido dedicar, a manera de apología por este grave descuido, el boletín de este mes a su nombre, festejando que hemos alcanzado nuestra publicación número veinte. Incluimos un par de artículos muy interesantes, el primero es un ensayo del reconocido escritor español Carlos Murciano, una joya literaria que constituye una visión muy acertada de la obra —narrativa y poética— de Asturias; y el segundo, una breve reseña del arqueólogo Leonardo López Luján sobre los elementos míticos alrededor de la tumba del escritor guatemalteco. Como es sabido, Miguel Ángel Asturias obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1967, fue la segunda vez que esta distinción se otorgó a un latinoamericano —ya antes Gabriela Mistral lo había ganado en 1945—. A través de un bonito recorrido fotográfico, presentamos las impresiones que causó la obtención de este premio en la prensa hondureña de esa época y en algunos medio latinoamericanos —un hecho que se dio en medio un fuerte contexto político, dado que en días anteriores había ocurrido la muerte de Ernesto “Ché” Guevara—. Miguel Ángel Asturias fue un escritor siempre comprometido con las causas indígenas y populares, rasgos que dejó claramente marcados en su obra, y debió vivir —junto a Latinoamérica entera— un momento de fuerte convulsión y En este número: éxtasis por este evento al momento de recibir el premio.  Asturias, con la luciérnaga más sola / Carlos En algunas partes del mundo se olvidó esta fecha, en otras se recuerda. Honduras y La Editorial Universitaria se une a ese vaivén de pensamiento con este número especial sobre su obra y trayectoria.

Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año III, No. 20 • Junio de 2014

Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo: editorial.univ@unah.edu.hn editorialUNAH @editorialUNAH

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 La tumba de Miguel Ángel Asturias en París / Leonardo López Luján / 5  Honduras celebró el Nobel de Asturias / 6  Latinoamérica también hizo eco / 8

Director: Rubén Darío Paz Edición: Suny del Carmen Arrazola Néstor Ulloa Diseño gráfico: Rony Amaya Hernández Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú Apoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría


Asturias, con la luciérnaga más sola

Carlos Murciano*

“L

eo en la palma de mi mano, / Patria, tu dulce geografía”, escribió Miguel Ángel Asturias en unos de sus más bellos poemas, “Autoquiromancia”; e insistía en tal extremo en hacer mapa de su mano, en ver a un palmo de sus ojos, en su palma, la sierra de Cuchumatanes —derramada entre Quiché y Huehuetenango—, el dedo gigante del Tacaná, los volcanes, los ríos aquietados o rápidos, suicidas, y hasta las campanas y las estrellas. Y pedía: Al desposarme con mi tierra haced, amigos, mi sortija con la luciérnaga más sola. La inmensa noche de mi muerte duerma mi sien de mi mano con la luciérnaga más sola. ¿Sabía el poeta, el hombretón indio, nostálgico y apasionado, que sería solo esa tierra que en su mano llevaba la que le acunaría el último sueño, lejos de su Guatemala natal? Calla ahora la lengua del Gran Lengua, del Gran Jefe Maya que fue, pero sigue hablando su escritura: “Tenemos las llaves del futuro/ donde comienza el tiempo”, oímos. “La eternidad en plumas de quetzales” es ya corredor largo y vacío por el que se adentra. Sigue el corazón golpeándole los amores suyos, la tierra entrañable, la miel oscura de sus ancestros. “Le dolía su país como si se le hubiera podrido la sangre. Le dolía afuera y en la médula, en la raíz del pelo, bajo las uñas, entre los dientes.” La frase es de El señor presidente, esa novela dura, chocante, entrechocante, consagradora, guste o no. Oí decir al escritor, en una entrevista televisada: “Una novela es como un hijo:

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Miguel Ángel Asturias y su eterna compañera: la máquina de escribir.

hay que tenerla en el vientre.” Bien que la llevó él en sus centros, en sus dentros, hasta alumbrarla. Vivió Asturias la dictadura de Estrada Cabrera, vivió, pues, su novela, y la expuso “con leguaje muy directo al pueblo”; Hombres de maíz, en cambio, la escribió “como un mensaje propio mío sin concesiones al lector”, mas, entre una y otra, cuánto dolor, cuánto sentimiento sacudido a testarazos rabiosos, como el león enfurecido sacude su melena. ¿Poema épico El señor presidente, según se ha dicho? Novela y basta. Es frecuente, en el caso del escritor que cultiva la prosa y la poesía, ensayar el elogio diciendo de una narración que es un verdadero poema, cuando en realidad, si ello es cierto, el narrador no ha hecho otra cosa que errar. Novela intensa, denunciadora, el señor presidente, por dictador está magistralmente retratado, con el mínimo de

palabras y conceptos, y que de varios capítulos emana su personalidad psicológica, madre de veintidós años de tiranía y despotismo. Es curioso que hasta el capítulo XXXII, en la tercera parte de la novela, no aparezca el señor presidente, sobra hasta entonces. Y lo hace de manera ridícula, esperpéntica, dibujado con el mismo pincel con que el mexicano Rivera trazara sobre los muros del Palacio Constitucional de su país la figura jorobeta y cojitranca de Cortés. “Y carcajeándole continuó persiguiendo la mosca que iba y venía de un punto a otro, la falda de la camisa al aire, la bragueta abierta, los zapatos sin abrochar, la boca untada de babas y los ojos de excrecencias color de yema de huevo.” Este es el personaje y este es su hacer: “…la regla de conducta del señor presidente es no dar esperanzas y pisotearlos y zurrarse en todos porque sí.” No mejoraría nuestro Cela, por otra parte, muertes como

* Poeta y crítico español. Autor de más de ochenta libros, entre poesía, narrativa y ensayo. Ganador, entre otros, del Premio Adonáis (1954), Premio Nacional de Poesía (1970), el Premio Internacional Antonio Machado (1997) y el Premio Internacional Atlántida (2000) por el conjunto de su obra.


por solo Torotumbo, bien que lo merecía. Pero ahora quizá más que cuando escribiera su gran ensayo, el recordado malagueño, el Diablo pesa y manda. “La semilla del Diablo” y “El exorcista” han marcado puntos cruciales en el cine y la novela del momento. Ahí está también el Demontres, diantres y cachidiablos, de Izquierdo, como un sonriente desafío, junto a Los diablos de Blázquez, puestos de moda por el Nadal. De “Las vueltas del demonio” escribía no ha mucho Alfaro en las páginas de A B C, convencido de que el tal no iba a andar desatento ante el fácil botín y los calientes despojos. ¿A

la del Pelele, la de la Nana Chabela, la de la criatura de Fedina Rodas, tristes guiñapos ensangrentados, pisoteados, mera basura. “¡Somos un pueblo maldito!” grita una voz encarcelada. La injusticia, la rapacidad, la traición, la adulación, el engaño, imponen su ley. Sobran razones para la protesta, a la que tantas veces se enreda la sierpe de lo mágico. Véase en esta misma novela “El baile de Tohil”: “Cuatro sombras sacerdotales señalaban las esquinas del patio, las cuatro vestidas de musgo de adivinaciones fluviales, las cuatro con las manos de piel de rana más verde que amarilla, las cuatro con un ojo cerrado en parte de la cara sin tiznar y un ojo abierto, terminado en chichita de lima, en parte de la cara comida de oscuridad. De pronto, se oyó el sonar de un tún, un tún, un tún, un tún, y muchos hombres untados de animales entraron saltando en filas de maíz.” ¿Y qué es el Torotumbo sino el baile de exorcismo que libra al pueblo del castigo que le espera por la virgen que violó el Diablo? Cuando José María Souvirón dio a la luz La literatura moderna y el demonio o, si se quiere, El príncipe de este siglo, Miguel Ángel Asturias obtenía el Nobel (1967). No está Asturias, empero, en el índice onomástico de este libro y,

rría al juego onomatopéyico, a la aliteración, a la anáfora, a la epanadiplosis, por igual en su prosa que en su verso. Cuando en su poema “Tecún-Umán” escribe de Quetzalumán, el de las alas verdes y larga cola verde, verde, verde verdes flechas verdes desde las torres verdes, tatuado de tatuajes verdes, Nos recuerda un pasaje de Torotumbo, en el que habla de un “baile de montañas, árboles y gentes verdes, pintados de verde, caras y cabellos verdes, verdes las vestimentas y las calzas verdes…”; y el “tún-bo del lago, tún-bo del monte, tún-bo del verde, tún-bo del cielo”, del mismo poema, ¿no es hermano de ese “compás del tún, del retumbo y el tún de los tumbos y el tún de las tumbas” de El señor presidente? Pero hay ocasiones en que su intención va más allá, como cuando al hablar del “tijereteo del reloj” que hacía pedazos las horas, lo oye decir “tijeretic, tijeretac” o “tijeretic-tac”, o cuando describe el pre-sueño del viajero que se aleja en el tren, triste y presagiador, con este párrafo sorprendente: “Seguía la tierra baja, plana, caliente, inalterable de la costa con los ojos perdidos de sueño y la sensación confusa de ir en el tren, de no ir en el tren, de irse quedando atrás

quién le sorprendería que cualquiera arriesgara la sugerencia de un homenaje al “Ángel caído” de Bellver, sito en el madrileño Retiro? Pues bien, el Tamagás de Asturias, viejuco desmedrado y temblón, dialogando con su Diablo, con Carne Cruda, y el Torotumbo que como un río rumoroso se avecina, con sus perros, sus colas de zorras, sus testuces de toro, su retumbante tarantán, reclaman paso, sitio de honor. Escribiendo Asturias en otro lugar, urgido por su muerte, destacaba yo cómo el guatemalteco iba a la intensidad por la acumulación y cómo recu-

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en el tren, cada vez más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, cada vez más atrás, cada vez más atrás, cada vez más atrás, más y más cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada ver cada ver cada ver cada ver…” ¿Qué pretende Asturias al levantar de su prosa tal murmulleo, tal son?, ¿qué al entregarse a barroquismos, exornos, juegos y fuegos verbales, traviesos fraseos? ¿El simple hermoseo de la palabra castellana? ¿O el hondo magicismo que todo ello le confiere y que le nace de sus raíces indígenas? Lera ha visto a Asturias “como un viejo brujo indio que nos contara, entre sahumerios y ritos complicados, la historia e historias de su gente en el verbo de la vieja Castilla”. Sí, hay mucho de eso, pero también un desborde de vitalidad creadora que no en vano le hizo puente entre un Gallegos y un Estasio Rivera, por ejemplo, y las más claras plumas del tan cacareado boom. Gerardo Diego se lo ha explicado y nos lo ha explicado así: “El autor de El señor presidente y de Hombres de maíz ha podido escribir esos otros libros gracias a su pasión por la belleza del idioma, por la música del ritmo, por su sensibilidad de pura índole piadosa ante el humilde, colérica de justicia y maleable ante las maravillas de la naturaleza”. Ahora, ¿vencido? Por la muerte, cuando la luciérnaga más sola se ha posado en su sortija, vuelven los versos de su “Sabiduría indígena”: “Ya caído miras sin ojos, /oyes sin oídos, sientes sin tacto, /hablas sin lengua, /condenado a silencio / sin más alarido que la sangre en las heridas.” Pero el tan-tan de las campanas que sollozan por su Capitán –poeta de

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ancho aliento, prosista de auténtica garra-, por su Gavilán de Guatemala, es esperanzador, anunciador de un mañana iluminado, que el espejo de sus propias estrofas refleja: El sol volverá a tu garganta, a tu frente, a tu pecho, antes que anochezca definitivamente sobre tu raza, sobre tus pueblos, y qué humanos serán el grito, el salto, el sueño, el amor y la comida.

Estás hoy tú y mañana otro igual a ti seguirá en la espera. No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban. Aquí había un valle, ahora se alza un monte. Allá había un cerro, ahora hay un barranco. El mar petrificado se convirtió en montaña y se cristalizaron relámpagos en lagos. Sobrevivir a todos los cambios es tu sino. No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban.

Monumento a Miguel Ángel Asturias erigido con ocasión del centenario de su nacimiento, Ciudad de Guatemala. Foto: Elisa Alemán.


La tumba de Miguel Ángel Asturias en París E

l cementerio Père-Lachaise es, sin duda alguna, el más célebre de la capital francesa. Fue inaugurado en 1804 sobre una colina oriental de la ciudad y, tiempo después, bautizado con el nombre de quien fuera confesor de Luis XIV. Sus cuarenta y cuatro hectáreas arboladas lo convierten en la mayor de las necrópolis parisinas. Sin embargo, más que por su tamaño, la fama del Père-Lachaise se deriva de las personalidades que allí han sido enterradas. A lo largo de sus ondulados paseos reposan los restos de decenas de hombres y mujeres de talla universal, entre los que podemos citar a Molière, Jean de la Fontaine, Honoré de Balzac, Frédéric Chopin, Eugène Delacroix, Marcel Proust, Oscar Wilde, Amadeo Modigliani, Isadora Duncan, Maria Callas, Édit Piaf, Yves Montand y Jim Morrison. Para los amantes de la historia del arte, el Père-Lachaise ofrece un atractivo adicional: sus monumentos funerarios conforman un variadísimo catálogo de los gustos y estilos en boga durante los últimos doscientos años. Más aún, un número significativo de sus tumbas se inspiran en estilos pretéritos como el egipcio, el clásico greco-latino, el románico y el gótico, a veces, reproducidos con fidelidad y en ocasiones reinterpretados libremente. Por doquier, aparecen elementos de la iconografía mortuoria de la antigüedad, tales como coronas de laurel, ánforas, urnas, esfinges, seres alados, columnas y pirámides, comúnmente elaborados con mármol blanco, lava negra de Volvic o granito de diversas tonalidades. Forman parte de este excepcional acervo arcaizante la septultura gótica de Eloísa y Abelardo, la capilla bizantina de Anna Noailles, el monumento griego de la princesa Deminoff, el obelisco egipcio de Jean-François Champollion y el dolmen de Allan Kardec.

Leonardo López Luján*

Aun en este contexto plástico tan disímbolo, resulta inusitada la presencia de una estela maya en la décima división del cementerio. Su creación data de 1976, dos años después de la muerte en Madrid del ilustrísimo escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. En aquel entonces se decidió trasladar el cuerpo del premio nobel a París e inhumarlo merecidamente en el Père-Lachaise. Tras la ceremonia fúnebre, sus restos quedaron sepultados bajo una pesada lápida de concreto que tiene una lámina metálica en la que están inscritos el nombre del autor de Hombres de maíz, las fechas de su nacimiento y de su muerte, y los principales reconocimientos que recibió en vida. Dicha lápida fue coronada con una réplica de la Estela 14 de Ceibal, la cual había sido descubierta quince años antes sobre la estructura C-18 de este conocido sitio del río de la Pasión. Pese a carecer de fechas calendáricas, se sabe que la estela original data del siglo IX d.C. Pertenece al grupo de monumentos definidos como “no clásicos” y muestra en su cara principal a un gobernante de rasgos étnicos no mayas, que sujeta un palo curvo y un escudo con líneas horizontales. Es sencillo entender el motivo del enterramiento de Asturias en suelo francés. Desde 1923 vivió prolongados y fructíferos periodos de su existencia en París. Allí fue estudiante, agregado cultural, exiliado político y embajador de su país. En esa ciudad, Asturias escribió Leyendas de Guatemala, comenzó la redacción de El señor presidente y tradujo al francés el Popol Vuh. Organizó también una magna exposición de arte maya precolombino en el Gran Palais y, en gratitud a su tierra de elección, donó el conjunto de sus manuscritos a la Biblioteca Nacional de Francia.

Por el contrario, resulta paradójico que la piedra tumbal sea la copia de un monumento dedicado a la exaltación de un belicoso gobernante de Ceibal, sobre todo si tomamos en cuenta que Asturias dedicó su vida entera a luchar por la paz y contra la terrible opresión del campesino indígena de Guatemala por parte de dictadores, caciques y compañías bananeras. La elección de la Estela 14 solo se explica desde una perspectiva en que las expresiones culturales prehispánicas —despojadas ya de su contenido y su significado originales— suelen ser valoradas simplemente por sus cualidades estéticas, que transmiten la imagen idealizada de un pasado nacional glorioso. En este mismo sentido habría que recordar el uso de la imagen de Xipe-Tótec —divinidad vestida con la piel de un desollado— para “decorar” las postales infantiles del Unicef.

Tumba de Asturias en París.

* Doctor en Arqueología por la Universidad de París. Investigador del Museo del Templo Mayor, INAH, en México.

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Honduras celebró el Nobel * de Asturias El poeta Óscar Acosta preparó una nota para diario El Día donde, entre otras cosas, comparte el dictamen del jurado sobre la concesión del premio a Asturias y comenta que: “Un cablegrama de UPI llegado desde París al teletipo de El Día informa que, preguntado por los periodistas (sobre) cuáles, en su opinión, deben ser la forma y misión de la novela moderna, Asturias respondió: ‘El novelista debe ser testigo de sus tiempos. Debe cosechar las realidades de su país, sus aspiraciones, y luego sublimarse al grado de que los personajes y situaciones hablen por sí mismos. Mi obra seguirá reflejando la voz del pueblo…”

Diario La Prensa publicó una entrevista a Miguel Ángel Asturias y le dedicó el editorial del 24 de octubre: “Por primera vez y es una de las mayores honras de toda nación, Guatemala suena en el mundo de (las) letras con nombre de orgullo. Se ha conferido a su digno hijo Miguel Ángel Asturias el Premio Nobel de Literatura de 1967. Se ha dicho que América es una novela sin novelistas, pero gracias al gran Asturias podemos responder que América es una novela con grandes novelistas”.

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* Todos los periódicos y revistas tienen fecha de octubre de 1967.


El Cronista, el diario fundado por don Paulino Valladares, dedicó toda una sección a Miguel Ángel Asturias cuando obtuvo su premio Nobel, un logro para toda Centroamérica.

Extra, una revista de acontecer nacional de aquella época, publicó la entrevista que el hondureño García Marrder le realizó al escritor Miguel Ángel Asturias en París.

La Revista Ariel, dirigida por don Medardo Mejía, publicó una opinión muy firme en contra de la Academia: “Hoy la Academia sueca le da el Premio Nobel a Miguel Ángel Asturias de Guatemala, Centroamérica. Objetivamente, apreciada la crisis porque atraviesa ese premio después de los escándalos anteriores, nuestro compatriota ha recibido el regalo de una papa (…). De otra parte, Asturias es un escritor de primera línea en la América Latina, sus novelas denuncian la explotación de los monopolios en esta zona continental. Y que entienda —antes de que se le suba la vanidad sin razón— que la verdadera gloria e inmortalidad la dan los pueblos…”

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Latinoamérica también hizo eco

“La batalla ha sido ganada. Ha triunfado la América que habla en español. Día de fiesta grande. Se habrán regocijado con la noticia los pobres, los desheredados, los mitos de los bosques, los dioses de la Guatemala antigua. Miguel Ángel Asturias es hoy representante de todo un mundo menor del que no se habla o se habla para compadecerlo y no ayudarlo.” María Teresa León Revista La palabra y el hombre, México.

“Se trata de un auténtico ‘poeta narrador’, tanto por su poderosa fantasía como por su inigualable don de creación verbal (…) Felicitémonos, pues, y alegrémonos, de que una vez más, aunque en forma tardía y regateada se le

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haga justicia de este insigne creador que es Miguel Ángel Asturias.”

Ángel Luis Morales Revista Extramuros, Puerto Rico.

“Para referirse a Miguel Ángel Asturias hay que estar enterado de sus grandes y miserias, de su origen y vocación, su desenvolvimiento intelectual y superación que principiando normalmente, se aceleran y culminan en una arrolladora eclosión que abarca actitudes febriles (…)Es una gran sencillez lo que lo distingue. Nunca adoptó actitudes impertinentes ni hizo alarde suficiencia. Ha sido un trabajador infatigable.” Alfonso Orantes Cultura, Revista del Ministerio de Educación, El Salvador.


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