Boletín Página al viento-N°6

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Roberto Castillo ha vuelto a casa En un emotivo acto, la espo-

sa e hijos del escritor y académico Roberto Castillo Iraheta hicieron entrega a la Biblioteca Central de la UNAH de la valiosa biblioteca del maestro, que a partir de marzo estará disponible al público como una colección especial que lleva su nombre. Castillo, además de escritor, fue académico y docente universitario durante 25 años en el Departamento de Filosofía de la UNAH. Falleció inesperadamente el 2 de enero de 2008 a los 57 años de edad, ya consolidado como uno de los grandes narradores hondureños contemporáneos. Dejó publicados tres libros de cuentos y dos novelas, además de ensayos, pero su obra inédita, de acuerdo con su colega y amigo personal el Dr. Ramón Romero, incluye más de 20 títulos. Estos méritos, unidos a su gran calidad humana y su compromiso con una sociedad más equitativa e independiente, nos hacen pensar que al inaugurar la Colección “Roberto Castillo”, la Biblioteca Central y con ella toda la UNAH estamos festejando el regreso a casa de uno de nuestros compañeros y amigos más queridos. Página al viento se une a la celebración con este número especial sobre su trayectoria y pensamiento.

Foto: Afiche de la I Conferencia Nacional de Filosofía “Roberto Castillo Iraheta”, 12 de agosto de 2012.

En este número:  Roberto Castillo Iraheta nos sigue sorprendiendo Gustavo Zelaya Herrera / 2

 Entrevista con Roberto Castillo

Edward Waters Hood / 3

 Autoridades universitarias inauguran oficialmente año académico “Roberto Sosa Murillo” / 8

 Actividades recientes de la Editorial Universitaria / 8 Agradecemos al ingeniero José Luis Barón la gentileza de proporcionarnos fotografías del álbum familiar para esta edición.

¡Bienvenido a casa, maestro! Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año II, No. 6 • Febrero de 2013 Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo elect.: editorialuniversitaria.UNAH@gmail.com editorialUNAH

Director: Rubén Darío Paz Editora en jefe: María Eugenia Ramos Diseño gráfico: Thomas Rivera Barahona Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú • Corrección: Néstor Ulloa Apoyo logístico: Maryori Chavarría

Página al viento / Edición y diseño: María Eugenia Ramos


Roberto Castillo Iraheta nos sigue sorprendiendo Gustavo Zelaya Herrera * nos proporcionaba el placer más excelso cuando nos sumergía en la cultura griega. Sabía instalarnos en la época y con sus críticas descripciones nos hacía caminar por los estrechos callejones de ese mundo; observábamos detalles y cosas gracias a la palabra de nuestro profesor de griego. Roberto Castillo se iluminaba y casi poseído nos transfería totalmente su emoción. Tal encantamiento solo era posible porque nos hacía creer que si nos sumergíamos en una lectura era para disfrutarla, casi digerirla y enfrentarla hasta llegar a conocer sus limitaciones.

Roberto Castillo en su biblioteca.

Al cumplirse cinco años de su muerte

y al conmemorar los 30 años de la publicación de “El corneta”, uno sus primeros libros, parece que Roberto Castillo seguirá sorprendiéndonos. Digo esto porque su familia decidió donar la biblioteca de nuestro amigo y así siguen honrando a nuestra Alma Mater con esos libros que vamos a disfrutar. Es decir, no es un homenaje a Roberto, sino que es él y su familia los que nos distinguen regalándonos uno de sus más hermosos tesoros. Creo que no estoy tan autorizado para hablar acerca de la obra de Roberto, no tengo la capacidad técnica de presentar el inventario completo de su producción ni el conocimiento psicológico para mostrar aspectos de su personalidad. Otros pueden hacerlo mejor. Pero sí podría manipular y llenarlo de virtudes imaginadas y

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de exagerar su capacidad intelectual. Eso no sería complicado, sobre todo porque fue mi amigo y una de las personas decisivas en mi formación, el principal animador para que escribiera algo y él se encargaba de divulgarlo. Pero en este momento ni voy a inventar nada para resaltar al literato ni voy a disminuir en nada su personalidad como filósofo. Solo quiero hablar de la especial relación que establecimos. En la Carrera de Filosofía nos impartió asignaturas muy exigentes como Raíces Griegas y Estética, Historia de las Ideas y otras más. Pero había algo que siempre puso a la par del rigor y la exigencia académica; nos hacía placentera la actividad en el salón de clases. Para mi gusto eso era de lo mejor: él esperaba estricto cumplimiento del trabajo de aula y a cambio

Pero el vínculo que establecimos se fortalecía mucho más cuando el encuentro trascendía lo puramente académico, disfrutando delicias culinarias y el licor adecuado, en ambientes menos formales. La plática se ponía más sabrosa cuando hablábamos de la ciudad y sus barrios, de la gente y sus dichos, de picantes anécdotas aderezadas con punzantes ironías. Sin haber practicado la cirugía, instalábamos nuestra mesa de disección y por ella pasaban ciertos personajes de la historia y de la calle, que parecían respetables en sus estatuas y en su andar, pero al develarlos capa por capa encontrábamos sus debilidades y sus virtudes. Con Roberto Castillo fortalecí una técnica extraordinaria que nos puede salvar de tantas amarguras que provoca la realidad nacional en estos tiempos de dolor y de crisis, y que sirve como un potente instrumento para desmitificar figurones: es el fino sarcasmo, el demoledor sentido del humor del barrio. Y todo ello sin ofensas hirientes pero si con mucha risa. Es que en Roberto habitaba un huraño y atrevido daimon, ese misterioso espíritu burlón inventado por los griegos y que nos impulsa a buscar, entre la desventura y el engaño,

* Docente del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. El texto que publicamos fue leído en el acto de inauguración de la colección especializada“Roberto Castillo” en la Biblioteca Central de la UNAH, el 13 de febrero de 2013.


“Ahora sus cuentos, novelas y ensayos filosóficos agrandan la Colección Hondureña de nuestro sistema bibliotecario.”

los elementos lúdicos, divertidos y esperanzadores de la vida. Como muestra de ese elemento juguetón recuerdo a Roberto con su estricta vestimenta, los gruesos aros de los anteojos y esa real formalidad que no podía ocultar la abierta sonrisa y el buen decir, agudo, corto, letal, que nos arrancaba divertidos comentarios. Y como si fuera accidente, en uno de sus más acabados libros de cuentos, casi biográfico, faltó muy poco para que apareciera el departamento de filosofía en pleno. Por ahí van y vienen distintas iniciales que se corresponden con muchos amigos y amigas, estudiantes y otros profesores y profesoras, más o menos retratados en el texto o al pie de página en “Traficantes de ángeles”. En cada uno de esos relatos están muchos y con ellos la palabra y la figura de Roberto, mirándonos y mostrando la burlona sonrisa de nuestro bien recordado daimon que tanto ayudó a que pudiéramos expresarnos de forma auténtica. Y eso que Roberto no era alguien que se entregara ingenuamente a las personas; antes tanteaba el terreno y si el lugar parecía sólido caminaba poco a poco y al fin

se daba, y no esperaba más que franqueza en el trato. Dentro de las ricas experiencias compartidas recuerdo una que se extendió durante casi cuatro meses, entre septiembre y diciembre de 2007. Fueron los últimos meses de vida de Roberto Castillo, fue cuando la frecuencia del trato se modificó radicalmente y me pareció mucho más humano y divertido que nunca, pero sufriendo con más intensidad, me tomaba la mano y el dolor era evidente. Le preguntaba si tenía claridad acerca de lo que vendría, y no tenía duda alguna. Según el escritor costarricense Carlos Cortés, nuestro amigo tuvo el delicado refinamiento de despedirse del mundo en enero, el mes que en la mitología romana estaba dedicaba a Jano, el dios que poseía dos caras, una mirando al pasado y la otra al futuro. El 2008 fue el año en que Roberto se marchó y fue con el que se estaba inaugurando para la perduración de su obra. Jano era el dios de las puertas del universo, siempre abiertas a la agricultura, a las leyes justas y a las buenas predicciones. Pero también es el de la puerta abierta de la ciudad y de la habitación para que

entrara o saliera el amigo y la otra cerrada para el que provocaba incomodidad en la casa del ciudadano, de este ciudadano del mundo que se movía cómodamente en Corralitos o en París. En esa doble funcionalidad de enero, de las caras de Jano y las puertas de la ciudad de los libros, esa ciudad condensada en Roberto, fue donde muchos supimos que leer consiste en un diálogo fecundo con el autor y con otros; y que si existe alguna finalidad en ese ejercicio no es más que aprender a conocer la realidad para cuestionarla y hacer algo para cambiarla. Pero tal actividad cobrará mayor sentido si lográbamos en otros el interés por acercarse a los libros, y así seguir por ese camino de conocimiento y transformación de nuestra realidad. Ese fue uno de los propósitos de Roberto Castillo, hacer que nosotros, sus alumnos, supiéramos movernos con libertad en ese denso bosque urbano de los libros. Y después de penetrar en su espesura y elegir lo más frondoso, el árbol de los mejores frutos, se debía pensar acerca de cada propuesta y encontrar puntos de encuentro realmente humanos.

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una cuidadosa mirada sobre nuestra particular tradición intelectual y sobre nuestras raíces culturales… para que los elementos del pensamiento contemporáneo puedan habitar libremente en nuestra cultura, enriqueciéndola”. Un vecino de Roberto Castillo aquí presente, Ramón Romero, dijo que su amigo: “cuya enorme calidad humana y vasta formación lo situaron entre los más cultos y mejor formados intelectuales de la Centroamérica actual, partió dejando una enorme y erudita obra, elaborada desde el silencio”.

Con su esposa Leslie, junto a la cabeza de mármol del prócer mexicano Miguel Hidalgo, durante un viaje a Guadalajara.

Puntos de encuentro, lugares de llegada, las grandes síntesis obtenidas a pesar de las diferencias, a pesar de las carencias bibliográficas y de las pobres políticas públicas que estimulan el estudio. Uno de esos elementos fundantes los encontró en temas como la identidad nacional y la incorporación de la cultura universal en lo nuestro. Esto tendría que lograrse con el esfuerzo continuo y ordenado de la investigación para llegar a desarrollar pensamiento propio. En palabras suyas: “Pensar es sentar las formas bajo las cuales los hombres participan del ser, y se apropian de él”. Y las formas por excelencia las encontró en la literatura y en la filosofía, concebida como “la culminación de un largo proceso de pensamiento y lenguaje… La síntesis activa de nuestra identidad cultural no al comienzo, sino al final de un largo proceso que ya está desatado”. Ese proceso de pensar la identidad nacional consiste en “recoger fragmentos y unirlos, no en torno a la nación que nunca fue sino a la que debería ser”; en perseguir el ideal, en el intento de conocer el movimiento dinámico del concepto. Por ello afirmó que “no terminan los hombres de buscar el perfeccionamiento del contrato social, sobre el que tantos ríos de tinta y sangre han caído, cuando se deja ver la necesidad de reformular y replantear aquel

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otro contrato anterior que casi nadie, fuera de unos pocos llamados salvajes, ha respetado a lo largo de la historia: el contrato con la madre naturaleza, a la que la racionalidad con que se despliega nuestra civilización amenaza en forma irracional y progresiva”. Ese ir edificando la identidad exigía, según Roberto Castillo, “un requisito y condición” que no es más que la renovación del entendimiento, cosa que hacía desde la literatura y la filosofía. Por ello afirmaba que si no hemos llegado a interesar a más personas en los asuntos filosóficos no era por culpa de la filosofía, sino por la forma en que ha sido enseñada. Lo mismo opinaba de los libros y de la biblioteca. Se tenía que saber mostrar a la filosofía y al libro, poner vida en la casa de los libros. Y por ello nos dejó como misión el intento de unificar los diferentes criterios en los programas de las asignaturas, señalando los distintos caminos que conducen a los libros. En uno de sus ensayos, titulado “¿Qué clase de filosofía queremos?”, propuso ideas acerca de la necesidad de incorporar en la filosofía preguntas nacidas de nuestra Honduras acerca “del problema del conocimiento, del hombre o del método”. El primer paso es “saber escuchar para poder hablar”. Decía: “La pregunta por la clase de filosofía que queremos debe conducir a

Pero Roberto Castillo, además de literato, filósofo, compañero, el mejor motivador que yo haya tenido, también supo anticipar elementos de la herencia que nos deja, al referirse a valiosos intelectuales hondureños como José Cecilio del Valle y Adolfo Zúñiga, diciendo que: “el desarrollo histórico posterior puso a nuestras sociedades en un estado de postración material y espiritual. En medio de él, siempre hubo individuos dignos que se impusieron a las adversidades y mantuvieron su apego ético y mental a unos modos de pensar que no por ser ensombrecidos habían dejado de pertenecer a la Patria. Supieron ser conscientes del enorme abismo que se abría entre unas naciones y otras, y confiaron en que las mejores armas para combatir las desigualdades se hallaban en el conocimiento”. Nos dejó, pues, cinco grandes temas que la filosofía universitaria puede debatir, sobre la base de la razón, el libro y a la sombra de esta biblioteca: - la recepción de la cultura universal; - el conocimiento y transformación de la realidad; - la formación de la identidad nacional; - los derechos de la naturaleza; - la necesidad de la ética en las relaciones sociales. En honor a la memoria de Roberto Castillo y gracias a su trabajo formador es que muchos podemos decir que con él nada ha concluido. Ahora sus cuentos, sus novelas y los ensayos filosóficos agrandan la Colección Hondureña de nuestro sistema bibliotecario, y esto sirve también de acicate para tratar de engrandecer nuestra empobrecida Honduras.


Edward Waters Hood *

Entrevista con Roberto Castillo1 Roberto, ¿dónde naciste?; ¿qué formación intelectual recibiste en Honduras?

ces, respirar un ambiente de libertad relativa era muy especial para mí.

Yo nací en San Salvador. Mucha gente creía, y todavía cree, que yo soy nacionalizado en Honduras; pero no, mis padres son hondureños, de una familia bastante conocida del lugar de donde vienen (en el departamento de Lempira, antiguo departamento de Gracias). Creo que lo que hay en esa zona tradicionalmente muy aislada, pero con un fuerte componente indígena, conformó bastante mi mundo de sentimientos, y aún de ideas.

La otra cosa que creo que se me desarrolló durante esos cinco años fue una fuerte religiosidad. Después me volví indiferente, aunque respetuoso hacia los creyentes. La mía fue una religiosidad fuertemente marcada por el catolicismo; y por el catolicismo hispánico, que así como tiene sus virtudes es autoritario y cerrado. Con los años yo me doy cuenta de que cobré un gran gusto por ciertos escritores anglosajones, especialmente por Melville y Hawthorne, porque contrastaba con ellos lo que me había formado. Es decir, el tradicional espíritu católico confrontado con el protestantismo puritano de Nueva Inglaterra. Para mí era como ver la otra cara de la moneda, y llegué a sentir una gran fascinación por esos autores.

Yo hice mi escuela primaria en el lugar de mi familia, que se llama Erandique, famoso por su producción de ópalos. Luego cursé toda la secundaria en San Pedro Sula, una ciudad completamente diferente. En Erandique privaba la presencia de lo arcaico español, mezclado con lo indígena lenca; mientras que San Pedro Sula era una ciudad que había enterrado todo eso y donde lo que se hacía sentir era la influencia norteamericana a través de las grandes corporaciones y compañías, sobre todo la bananera, así como la influencia de los comerciantes hondureños de origen árabe y de gente que iba y venía por todos lados. En San Pedro Sula transcurrió una parte muy importante de mi vida. Yo estudié con los hermanos de La Salle. Eran todos, con algunas excepciones, curas españoles. Viví en un internado y ahora, al hacer un balance de lo que fue mi vida, me sorprendo cuando mis amigos hablan mal de los internados como lugares de opresión o de infelicidad; para mí esos años fueron enormemente felices. San Pedro Sula tenía un montón de cosas que no existían en mi tierra de origen, y era una ventana mucho más amplia hacia el mundo. En esa ciudad se respiraba una atmósfera de espíritu crítico y de libertad de expresión, de poder decir lo que se quisiera. La atmósfera de mi zona de origen era terriblemente represiva en lo político y en lo mental. Yo creo que no solo no se podía decir muchas cosas: ni siquiera se podía pensarlas. Todavía es una región fuertemente marcada por la intolerancia política. Enton-

Después de mi secundaria me fui a Costa Rica, donde tuve la suerte de hacer estudios de filosofía. En realidad no sabía exactamente qué era lo que yo quería; solo intuía que buscaba un horizonte humanístico. Costa Rica tenía una excelente universidad, magnífica organización de estudios y era un buen lugar para ir. Además estaba muy cerca de Honduras y era barato. Allá me relacioné con una amplia variedad de estudiantes de otros países de Centroamérica; algunos tenían no solo conocimientos, sino verdadera pasión por la literatura. Al mismo tiempo que hacía mis estudios académicos y ganaba mis cursos, se desarrollaba en mí otra motivación no académica, pero sí viva, tal vez podría decir que creadora, y era la de la literatura. La empecé a compartir con gente que estaba, se preocupaba y vivía de eso. Agradezco a muchos amigos de esos años que me abrieron los ojos hacia la literatura. Costa Rica me dio una confianza muy grande en mí mismo; fue el último año que estuve allá, cuando la universidad abrió por primera vez unos juegos florales en las ramas del cuento, ensayo, teatro y poesía. Yo escribía algunos malos poemas, y tenía un volumen que afortunadamente quemé unos

años más tarde. Había mandado esos poemas al concurso. Y mis amigos decían que algún reconocimiento iba a conseguir con ellos. El caso es que los del jurado ni siquiera volvieron a ver los poemas y nadie dijo nada sobre ellos, pero sin decir nada a nadie yo envié un cuento que se llamaba “La casona inexpugnable”; y ese cuento sí que no pasó desapercibido y obtuvo un reconocimiento. Para mí fue una experiencia magnífica, porque me dio la seguridad en mí mismo que tanto necesitaba. Puedo decir que de ahí arranqué, empecé a ser yo mismo y a conformar mi mundo; estamos hablando del año 1974. ¿Podrías resumir tu actividad docente durante los últimos años y cómo ésta se ha relacionado con tu actividad literaria? Yo he sido docente de materias de filosofía, estudios que son recientes entre nosotros en forma sistemática; nuestra carrera arranca del año 1979. Al principio me ocupaba solo de cursos generales, pero después entré a impartir asignaturas especializadas. También me he interesado –y eso sí me hace vincularme de múltiples maneras con el trabajo de creación literaria– en un curso de pensamiento hondureño. Tal vez yo diría que lo más importante que he hecho como profesor es volcarme hacia este curso y hacia algunas investigaciones en ese terreno; mi actitud va contra cierta manera de decir que en Honduras (y en América Latina) no ha habido pensamiento porque no hay un Hegel, un Kant o un Descartes. Yo pienso que sí hay formas que se dan de manera desarticulada, que andan dispersas, que a veces quedan confundidas con la literatura o con otras expresiones, y que sería una labor justa y deseable recogerlas, porque esas formas constituyen mucho del ser nacional y de nuestra cultura. Yo creo que hay mucho de valioso en recuperarlas. Como decía antes, combino mi trabajo de dar clases de filosofía con mi trabajo de creación. La Universidad Nacional Autónoma de Honduras ha sido muy generosa, aunque yo no confundo nunca mi mundo como profe-

* Edward Waters Hood es docente de Northern Arizona University, EE.UU. Tomada de la Revista Istmo No. 16, 2008, edición homenaje a Roberto Castillo coordinada por Héctor M. Leyva, http://istmo.denison.edu/ n16/articulos/hood_entrevista.htm Originalmente fue publicada en Hispamérica [XXVI/76-77 (1997): 125-131] con el título "Roberto Castillo". 1

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sor de filosofía con mi mundo de narrador; creo que son dos ámbitos, y yo voy de uno a otro constantemente. Mi primer libro de relatos salió publicado por esta institución. Creo que mi proceso de narrador tiene exactamente veinte años. No es mucho, pero es algo; son veinte años de ejercicio continuo. Organizo el tiempo como yo quiero organizarlo; pero mi preocupación y mi actividad son constantes, nunca se interrumpen. Ha habido varias ediciones de El corneta desde su publicación en 1981. ¿Tiene un público lector fuera de las escuelas que lo tienen como libro de texto? El corneta ha sido un libro muy vendido y de una gran aceptación. Por supuesto que lo usan en las escuelas, pero el público se identifica espontáneamente con él. Por un lado, porque es una especie de viaje simbólico por Honduras; se recorre, en una rápida visión, una serie de elementos que son muy de este país. Por otro lado, su lenguaje es bastante directo; es también muy representativo del habla hondureña sin que por eso, creo yo, sea un lenguaje provincialista. Estudiantes norteamericanos que vienen a Honduras, por ejemplo, los miembros del Cuerpo de la Paz, han estado usando El corneta como una introducción a Honduras y a su español específico. Creo que es un libro que identifica fácilmente a cualquier lector, independientemente del nivel cultural que tenga, con lo narrado en él.

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¿Qué fue lo que te motivó a crear un personaje marginado como Tivo, el protagonista de El corneta? Esa es una buena pregunta y tiene que ver con mi procedencia. Yo te contaba que Lempira es una zona que combina cosas muy contradictorias. Por un lado hay un gran aprecio por los bienes culturales, y yo creo que en ninguna parte de Honduras son tan generalmente estimados como allá. Pero, por otro lado, es una zona que ha vivido en la intolerancia, en la represión, en la no expresión; el fenómeno del militarismo abunda en exhibir las formas más groseras. Yo crecí viendo como a los indígenas los reclutaban a la fuerza y los humillaban, se los llevaban a servir en el ejército. Era una especie de secuestro ejercido contra los más pobres. Pero también eso, que me parecía injusto, tenía otras dimensiones. Resulta que el ejército les daba botas a los reclutas que nunca se habían puesto zapatos; les proporcionaba ropa limpia; casi todos aprendían a leer en los cuarteles; muchos regresaban con aspecto saludable, porque, aunque dicen que es mala la comida de la tropa, siempre es mejor conseguir algo que no tener nada. Y algunos hasta ascendieron a posiciones sobresalientes en la sociedad. Hubo una persona que fue reclutada en su juventud de esa manera violenta y llegó a ser Jefe de Estado de Honduras. Posiblemente si no lo hubiesen reclutado a la fuerza nunca habría subido tan alto.

Durante la presentación de uno de sus libros, Roberto Castillo le autografía un ejemplar al también escritor y académico Marcos Carías. (Foto del álbum familiar.)

Para mí fue un contraste tremendo entre la injusticia, la brutalidad, la opresión y, por otro lado, cierta admiración que generaba ese mundo. Yo encontré que esos dos sentimientos encontrados solo podían tener una solución en el humor. Hay una burla de todo ese mundo militarista a la hondureña en El corneta. ¿Qué representa la aparición del hijo de Tivo al final de la novela? Significa el cierre de un mundo y la posibilidad de apertura de otro. Eso yo lo hice en varios relatos. Mi cuento “Anita la cazadora de insectos”, por ejemplo, es la historia trágica de una niña de la ciudad. Ella es destruida psíquicamente y también aniquilada físicamente, pero cuando termina su historia se abre la del hermano, que está entrando a la academia militar; posiblemente va a producir otro ciclo: igual, parecido, mejor o peor, pero otro ciclo. En un tiempo yo estaba muy inclinado hacia las visiones cíclicas. Admiraba demasiado la figura del círculo. Creo que hoy he salido un poco de la geometría. Me gusta tu cuentito “El ángel”, de Subida al cielo (1980). Son tres niños que llegan a la iglesia para ver el ángel, que es para ellos un ángel de verdad. Me hace recordar los cuentos con el tema del ángel caído de Joaquín Pasos, Amado Nervo y Gabriel García Márquez. Es interesante que lo notaras. Yo he vuelto al tema de los ángeles, y lo he enriquecido mucho. Este libro inédito que se publicará en Costa Rica –se llama precisamente Traficante de ángeles– combina la historia de un hombre de origen norteamericano, es mormón de Utah, que viene a dar a Centroamérica. Y lo que él hace para sobrevivir y amasar una cierta fortuna es traficar con estatuas coloniales de ángeles. Algunos de mis amigos que han leído el libro han creído que yo me refiero alegóricamente al tráfico de niños, pero no, no tiene nada que ver con eso. Ese tema de los ángeles me apasiona y lo he tratado en varios lugares. Con él rescato y me inserto en una veta cultural muy rica de esa cultura de Gracias, de la cual yo me siento muy orgulloso. Así como allí hay una gran riqueza de manifestaciones indígenas lencas, existe otra de expresión española, y especialmente plasmada en formas artísticas barrocas. Es sorprendente la cantidad de iglesias que hay en esa zona, con sus magníficos trabajos en pintura, en estatuas, en ornamentos. Hoy día es una zona olvidada, aislada, marginada. Y uno crece con esa conciencia, y esa conciencia se alimenta de las formas culturales y específicamente


artísticas que esa cultura dejó. Hoy es una cosa lamentable y bastante dolorosa por el saqueo de tesoros artísticos. Una de las tres iglesias de Erandique, por ejemplo, tenía una pintura colonial muy hermosa, muy descuidada; estaba llena de polvo. Y un día llegaron unos especialistas de muy alto nivel e hicieron una reproducción. La colocaron en el lugar y se llevaron el original. Uno de chico iba a meterse en las iglesias; había cosas que eran muy interesantes y muy asombrosas. Por ejemplo, para la semana santa en Erandique, había un cristo cuyos brazos eran plegables. Toda la comunidad participaba en el rito de clavarlo en la cruz, y después en el de hacerlo descender. Al mismo tiempo que yo de pequeño vivía la crucifixión y descendimiento de Cristo, y veía cómo sus brazos se replegaban, había un ángel impresionante cerca del lugar donde quedaba guardada la estatua de Cristo. Ese es el ángel del cuento. Tres o cuatro meses después me tocaba vivir otra pasión, no cristiana sino pagana y patriótica, que era la muerte de Lempira, el cacique lenca que se enfrentó a los españoles. Resulta que todo el pueblo participaba en revivir la muerte de Lempira, en levantar un extraño y sorprendente ritual. Yo me sentía entre una celebración cristiana y otra pagana. ¡Y las dos estaban vivas! Aunque se supone que el mestizaje busca la integración completa, eso es mentira en una sociedad mestiza. Sobre todo en el mundo hispanoamericano; el color de la piel sigue contando mucho en los prejuicios y las formas de ver a la gente. Lempira es el primer héroe de Honduras, y en la escuela nos decían que había que exaltar al héroe nacional, y muchos niños y gente mayor salían vestidos de indígenas, pero algo nos decía secretamente que era mejor ser español. Si eras español en la misma representación, ya estabas en una posición de privilegio. Yo mismo lo viví de una manera divertida. Mi padre se dedicaba a la ganadería, y por eso tenía caballos. Sabía mucho de armas de fuego, y me preparaba un arcabuz de mentira que echaba humo al dispararse. Con él había que matar a Lempira, y me tocó hacer este “trabajo” varias veces. Ya tenía ganado mi prestigio como matador oficial. Pero una vez hice algo malo en la escuela y me castigaron. Me obligaron a salir como indio y tuve que echarme pintura negra sobre la piel, para oscurecerla, andar corriendo a pie y no a caballo; fue una cosa muy divertida. Yo siempre viví ese contraste de mundos; mundos que poseían cada uno de ellos una gran identidad, variedad y ri-

Una de las tres iglesias de Erandique, situada en la entrada del pueblo. Foto: Rubén Darío Paz.

queza. Y creo que ése ha sido el filón que ha salido en todas mis narraciones. En los Estados Unidos y Europa se da el caso de escritores un tanto distantes de su medio y momento históricos; no parece ser ése el caso en Centroamérica. ¿Te sientes un poco cronista o historiador al escribir ficción? ¿Te interesa la relación entre el arte y este momento que viven Honduras y el resto de Centroamérica? Yo no me siento cronista; no me gusta esa palabra. En el libro Subida al cielo, el último cuento se llama precisamente “Crónica”, pero la palabra está usada con ironía. Yo nunca he sido cronista sino hacedor. Porque la generación nuestra –yo nací en 1950– siempre vivió con la idea de que tenemos un compromiso con la vida, con la sociedad y con nuestro tiempo. Claro, ahora uno ha llegado a los años noventa, donde muchos mitos han caído o muchos esquemas han cambiado; y como todo lo humano, las situaciones de toda la sociedad son como la misma vida individual de uno. Hay cosas que dejan de tener sentido, pero esto no quiere decir que dar respuesta a las situaciones y pensar sus problemas sea una labor inútil. Creo que en el pasado gastamos bastantes de nuestras energías en una serie de pleitos que solo terminaron agotando a los propios creadores. Si uno piensa en todo lo que se podría hacer con tantas energías, se da cuenta de que se ha perdido mucho tiempo. Pero también creo que lo que hemos sentido como un compromiso con el mun-

do, con la sociedad, con la vida y con nuestro tiempo obedecía a una exigencia real, y si volviera a nacer, no dudo que volvería a pasar por las mismas o parecidas etapas. Muchos escritores toman una actitud crítica ante la forma de vida de su sociedad, y a veces la sociedad censura a los escritores. Para tu generación, ¿ha sido difícil escribir en Honduras en el sentido de intimidación o represión política? En un tiempo vivimos la represión. Fue a comienzos de la década de los ochenta. Yo empecé a escribir en la década de los setenta. Como grupo de escritores éramos muy desafiantes, y el curso de los acontecimientos parecía darnos la razón. Nosotros desafiábamos y veíamos que ese desafío podía ir cada vez más lejos; y aquello contra lo cual estábamos, cedía. En la década de los ochenta la situación cambió totalmente. La atmósfera se volvió muy represiva. ¿Qué puede hacer el escritor en estas situaciones? Hay distintas opciones: unos emigran, otros simplemente se llaman a prudente silencio. Yo creo que cada discurso tiene sentido cuando hay un espacio adecuado para él. Respeto las diferentes opciones que la gente toma, para mí no hay una sola opción en la vida: hay varias. La mía consistió en replegarme a esperar tiempos mejores, seguir creciendo, seguir madurando literariamente sin renunciar a aquello por lo cual se vive. Pues si renuncias a aquello para lo cual te has hecho escritor, entonces sí es el colapso.

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Autoridades universitarias inauguran oficialmente año académico “Roberto Sosa Murillo” El 28 de febrero de 2013, con la presencia de la Al recordar la íntima amistad que le unió con el poeta rectora Julieta Castellanos, la vicerrectora de Asuntos Académicos, Rutilia Calderón, el director de Cultura, Óscar Armando Valladares, el director de la Editorial Universitaria, Rubén Darío Paz, otras autoridades y familiares del poeta homenajeado, se inauguró oficialmente el año académico “Roberto Sosa Murillo” en el Auditorio Juan Lindo de Ciudad Universitaria. En el evento participaron como expositores invitados el escritor Eduardo Bähr, director de la Biblioteca Nacional de Honduras, y el poeta Tulio Galeas, quienes compartieron con el público asistente su visión sobre la trayectoria intelectual y humana del autor, entre otros libros, de Los pobres y Un mundo para todos dividido.

Sosa, el escritor Eduardo Bähr confió que solo dos personas leyeron Los pobres (poemario que en 1968 obtuvo el premio Adonais de España) en su fase inicial, “todavía emborronado en cuartillas escritas a máquina y observaciones y correcciones en los márgenes: Andrés Morris, dramaturgo y catedrático de la Escuela Superior del Profesorado, y este servidor”. Por su parte, el poeta Tulio Galeas leyó una selección de poemas de Roberto Sosa, pertenecientes a diferentes libros. El acto finalizó con una interpretación magistral de guitarra clásica, a cargo de un estudiante de la carrera de Arte de la UNAH.

Actividades recientes de la Editorial Universitaria La Editorial Universitaria y la Librería Universitaria,

como parte de su contribución a la conmemoración del año académico “Roberto Sosa Murillo”, han decidido convocar en forma conjunta a un concurso nacional de ensayo sobre la vida y obra del poeta. El concurso estará abierto al público en general y el premio consistirá en una dotación en metálico, además de la publicación de la obra. Próximamente se publicarán las bases de participación. Asimismo, nos satisface informar que la Editorial Universitaria ha acordado colaborar con la Biblioteca Central en la edición y diseño de su boletín informativo, cuyo primer número saldrá próximamente. En cuanto a la producción de libros, además de los que se encuentran en trámite administrativo para su impresión, el Consejo Editorial está analizando algunas solicitudes recibidas, en el marco de los lineamientos generales acordados para los procesos de publicación en esta nueva etapa de la Editorial, que demandan la aplicación de criterios de calidad, imparcialidad y pertinencia.

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Por otra parte, la Editorial está realizando una campaña de promoción del catálogo de obras en

existencia, para lo cual se han visitado distintas facultades y departamentos de Ciudad Universitaria, así como otros centros educativos de nivel medio y universitario. Hacemos una cordial invitación a la comunidad universitaria, especialmente docentes y estudiantes, a visitar nuestras oficinas para conocer los textos disponibles en distintas áreas, sobre todo Ingeniería y Derecho. También se puede solicitar una copia electrónica del catálogo por correo, escribiendo a tania.arbizu@unah.edu.hn Esperamos que la aplicación del acuerdo especial tomado por el Consejo Universitario sobre el uso de libros y material didáctico en la UNAH posibilite que la Editorial Universitaria produzca los textos autorizados por los distintos departamentos y facultades. En otros temas, María Eugenia Ramos, Editora en Jefe de la Editorial Universitaria, participó como invitada, junto con el escritor Julio Escoto, en el I Encuentro de Narradores de Centroamérica “Centroamérica Cuenta”, realizado en Nicaragua del 16 al 20 de febrero de 2013. El evento fue organizado por la revista cultural Carátula, que dirige el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.


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