Corre, lee y dile - 2023 (primera parte)

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Corre, y dile LEE

El mensajero del lector

Boletín de la Dirección Editorial de la

La condición caribeña: una conversación con Leonardo Padura

Nacho López: la vida como un reportaje y experimentación fotográfica

Las empresas culturales de Sergio Galindo

Álvaro Mutis escribe sobre Eliseo Diego | Alberto Manguel y sus palabras preliminares al libro Biblioteca ajenas de Javier Vargas de Luna

De Luisa Josefina Hernández revisitamos Corazón trombón

Idus de marzo y abril

Recordamos a Ester Hernández

Palacios, Enrique Florescano y Raúl Padilla

Presentamos las obras ganadoras del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2023

Categorías Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Luis Arturo Ramos

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NUEVA ÉPOCA | PRIMAVERA, 2023
Nacho López, de la serie “La venus se fue de juerga por los barrios bajos”, colonia Santa Julia, 1953 | Museo del Estanquillo. Colecciones Carlos Monsiváis

Puerta de ENTRADA

Nos da mucho gusto que Corre, lee y dile, el boletín de la Editorial de la Universidad Veracruzana (uv), circule de nueva cuenta en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario (filu), oportunidad que nos permite estar cerca de nuestros lectores.

En la edición de este número conmemoramos los centenarios de los natalicios de personajes importantes de la cultura nacional e internacional, como Álvaro Mutis, Nacho López, Ricardo Garibay e Italo Calvino. Y homenajeamos con un texto de José Luis Martínez Suárez a Sergio Galindo en ocasión de su aniversario luctuoso.

También recordamos a personalidades que este año han fallecido y que dejaron huella por su paso en la Editorial uv, así como en las disciplinas en las que desarrollaron sus talentos, creatividades y sensibilidades, como son los casos de Luisa Josefina Hernández, Enrique Florescano y Ester Hernández Palacios. De manera particular también rememoramos a Raúl Padilla, fundador de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y de diversos proyectos culturales que trascendieron más allá del país.

Como tenemos aún fresco en la memoria, la pandemia ocasionada por la COVID-19 nos reinventó en la manera de realizar actividades, entre ellas, las propias ferias de libro. La filu 2021 se sumó a ese movimiento que unió a escritores y editores con sus lectores a través de la virtualidad desarrollada en los nuevos medios electrónicos. Justo al finalizar nuestra fiesta editorial de ese año, tuvimos una conversación con Leonardo Padura, el escritor cubano Premio

Princesa de Asturias de las Letras 2015, quien desde La Habana nos habló de literatura, música y del personaje de sus novelas policiacas, Mario Conde. En este número reproducimos la amena charla.

En las páginas de este boletín se incluyen textos de Álvaro Mutis, Alberto Manguel, Fina García Marruz, Aimé Césaire (en traducción de José Luis Rivas), Jorge Lobillo y Silvia Sigüenza, estos dos últimos poetas xalapeños que cumplieron 80 años. Incluimos también fragmentos de escritoras representativas de la región de Centroamérica y del Caribe.

Como parte de la propuesta de la Editorial uv presentamos fragmentos de siete libros de reciente aparición, así como de las novedades de la colección Biblioteca del Universitario.

A partir del año pasado, las páginas de Corre, lee y dile le dieron alojamiento a los textos ganadores del Premio Nacional al Estudiante Universitario en sus categorías Carlos Fuentes, ensayo; José Emilio Pacheco, poesía; y Luis Arturo Ramos, relato. De nueva cuenta tenemos el gusto de presentar los trabajos galardonados en nuestro boletín.

Informamos también de las actividades que hemos emprendido desde la Editorial uv para difundir nuestras publicaciones tanto en las diversas ferias del libro en el país y en el extranjero, como en el Festival de la Lectura, que ahora se llevó a cabo en la región Poza Rica-Tuxpan, una acción de descentralización que forma parte del proyecto de “Transformación integral” de la actual Rectoría de la uv, que viene creciendo y que se empieza a consolidar entre las comunidades universitarias del estado.

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Circula de nuevo El mensajero del lector. Es momento de Corre, lee y dile.

Para MÁS señas

Eliseo Diego

Por Álvaro Mutis

Celebramos el centenario del natalicio de Álvaro Mutis, con un texto que nos revela dos de sus más nobles facetas como escritor: la de lector y la de un sensible crítico literario.

Hace algunos días, por uno de esos recónditos misterios que nos depara el acto ceremonial en que se convierte la lectura, “ese vicio impune” del que hablaba Valery Larbaud, me fue dado “descubrir” en toda su luminosa plenitud, la obra de Eliseo Diego. Hasta ahora me había limitado a abrirle esos aposentos que permanecen en tinieblas dentro de nuestro ser, en los cuales suceden, de pronto, por obra de un azar indescifrable, los grandes hechos del espíritu. Pueden pasar años, podemos, durante los mismos, recorrer poemas y textos en prosa de un autor determinado; nos es dado, inclusive, juzgarlos en suvalor y disfrutar su frecuentación, pero la esencia de sus palabras, el ámbito entrañable en que han sido creados, ese secreto último que con tanto celo guardan las palabras, solo se nos

1 Cintio Vitier y José Lezama Lima han admirado y escrito sobre su obra poética. Prosista, poeta y traductor, Eliseo Diego (La Habana, 1920- 1994) formó parte de la revista Orígenes (1944- 1956), reeditada en España en forma facsimilar (seis tomos, Barcelona, 1992).

En 1983 la Editorial Letras de Cuba publicó en un tomo toda su poesía escrita hasta esa fecha, y un tomo de 300 páginas de Prosas recogidas. La Biblioteca Ayacucho (1981) de Caracas, el Fondo de Cultura Económica de México (1986) y la Editorial Siruela han publicado sendas antologías de su obra.

Sus libros de poesía y de prosa son: En las oscuras manos del olvido (1942), Divertimentos (1946), En la calzada de Jesús del Monte (1949), Por los extraños pueblos (1958), El oscuro esplendor (1966), Divertimentos y versiones (1967), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1968), Versiones (1970), Noticias de la quimera (1975), Los días de tu vida (1977), A través de mi espejo (1981 ), Inventario de asombros (1982), Soñar despierto (1988), Libro de quizás y de quién sabe (1989), Conversación con los difuntos (1991 ), Cuatro de oros (1992 ).

ofrece de repente, por virtud de un milagro que nunca acabaremos de agradecer.

Esto me ha sucedido con Eliseo Diego, poeta cubano, ahora entre nosotros. Manos amigas me habían hecho llegar algunos de sus breves libros en prosa y el Libro de las maravillas de Boloña, que reúne varios de sus poemas más hermosos. No acabo de agotar mi admiración ante esta obra singular, trabajada con esa transparente humildad, con esa luminosa certeza, con esa laboriosa sabiduría, que habían estado ausentes desde hace ya cincuenta años en la lírica española y también, con excepciones casi desconocidas, en nuestra América. Después del auge que significó la obra de los poetas del Homenaje a Góngora en 1930 —García Lorca, Cernuda, Aleixandre, Salinas, Prados, Alberti— la poesía peninsular cayó en uno de los periodos más oscuros y pobres de su historia. Esa vena tan esencialmente española hecha de claridad, de sabia sencillez, de transparencia intemporal y terrena a un tiempo, se agotó por completo en España y vino a continuarse, por secretos cauces y dentro de un reducido ámbito de lectores, en países como Cuba y Colombia. Pienso, en el primer caso, precisamente en Eliseo Diego, en Cintio Vitier, en Fina García Marruz y en Gastón Baquero; en el segundo, pienso en Aurelio Arturo, en el primer Jorge Rojas y en el más reciente Eduardo Carranza. Condición inexplicada de esta altísima poesía ha sido su reducida difusión, el ámbito casi privado y, en buena parte, secreto en que ha circulado. No es mi propósito ni dan mis talentos para indagar las razones de esa penumbra en que se mantiene aún la que es para mí, sin lugar a dudas, la más valiosa, la más imperecedera y bella obra lírica escrita en nuestro idioma en los últimos cuarenta años. Los nombres de Paz y Neruda brillan con luz propia en otros firmamentos y sujetos a otras

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Retrato: Jorge Cerón

leyes de gravitación y de pena. Hablo, ahora, de una savia que mana del manantial de Garcilaso y de Lope y que miró a Dios con los ojos de San Juan de la Cruz.

En la poesía de Eliseo Diego lo que con mayor fuerza me atrae y más hondamente despierta mi admiración es su poder acercarse a lo cotidiano y simple con palabras de una pureza inaugural, intemporal y originada en las más entrañables corrientes del idioma.

Queda para otra ocasión hablar de la prosa de Eliseo Diego cuya corriente de nostalgia y perdurable belleza

Nacho López: un fotógrafo de vanguardia

Nacho López recorría las calles de la Ciudad de México con su cámara Laica FII en la mano, siempre atento con su mirada profundamente observadora y su capacidad inagotable para asombrarse y asombrarnos con las imágenes que captaba para convertirlas en fotografías que se convertían en historias y testimonios de los habitantes de un país posrevolucionario que vivía entre lo rural y lo urbano, entre la marginación y el espejismo de la modernidad, entre lo lúdico y la cruda realidad.

Ignacio López Bocanegra, mejor conocido como Nacho López, nació en Tampico, Tamaulipas el 20 de noviembre de 1923 y falleció, aún en plenitud, en la Ciudad de México el 24 de octubre de 1986. Celebramos el centenario de su natalicio para tener siempre en la memoria al artista de la lente que en blanco y negro captó a los mexicanos comunes que finalmente son los que llevan el peso de la historia con sus vidas cotidianas.

El arte fotográfico de Nacho López se forjó en el Instituto de Artes y Ciencias Cinematográficas, en la Ciudad de México, y abrevó del talento del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, del cineasta Alejandro Galindo, del escritor Xavier Villaurrutia y de la vital cultura popular expresada en las calles, en las carpas, en los salones de baile, en la radio, en el cine, en el teatro, en la danza, en el trabajo, en la música de la calle, en el entramado mismo de la vida.

El trabajo de Nacho López fue innovador. No era el fotógrafo de las complacencias del poder, de la sonrisa de los políticos asegurando un país próspero y feliz, ni del paisaje encapsulado en la belleza ajena a la realidad. Fue más bien el creador de historias a ras de

no recuerdo que tenga par en castellano después de la aparición de Ocnos de Luis Cernuda. Allí está Noticias de la quimera para hacer patente nuestro aserto. Pero, ¿cuántos saben hoy de libro tan necesario?

Novedades, México, 27 de febrero de 1982

El texto forma parte de una cuidada compilación coeditada por El Equilibrista y la Editorial uv, de próxima aparición.

pueblo, de secuencias que adquirían movimiento en la idea fabricada en el cine, de reportajes nacidos en la calle, de ensayos visuales no ajenos a las propuestas en la pantalla que hacían Luis Buñuel, el Indio Fernández, Gabriel Figueroa, Mauricio Magdaleno, Ismael Rodríguez o Alejandro Galindo.

Nacho López fue el fotógrafo por excelencia de la vida cotidiana de la Ciudad de México en la década de los sesenta. Así como Chava Flores recreó con sus canciones el ser mexicano de la metrópoli y Carlos Monsiváis realizó las crónicas urbanas en un estilo inigualable, Nacho López registró la forma de ser de la vida de los barrios.

Su trabajo deslumbrante se publicó en las revistas Pulso, Mañana, Hoy, Rotofoto, Presente y Siempre! En esas publicaciones se pueden ver historias fantásticas como: “La Venus se fue de juerga por los barrios bajos”, secuencia de un joven de barrio que deambula por las calles, el billar, la pulquería o la cantina

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Autor no identificado, Nacho López filmando en Cuba, 1959 | 406961 Secretaría de Cultura-inah sinafo fn mx Colección Nacho López

acompañado de un maniquí desnudo con cuerpo de mujer; “México místico rendido con raigambre indígena y campesina ante la Virgen india en la Villa de Guadalupe”; “Prisión de sueños” con las imágenes del Palacio de Lecumberri con una mano que surge debajo de la pesada puerta metálica de un apando para pedir tal vez comida, tal vez limosna, tal vez clemencia; “Cuando una mujer guapa parte plaza por Madero” que llena de suspiros y piropos se enseñorea en la calle ante los hombres que la endiosan; “Pasos en el cielo”, con los albañiles que se juegan la vida caminando y trabajando entre andamios y vigas construidas a gran altura, y así entre otras tantas historias.

Bajo la mirada de Nacho López, la Ciudad de México queda inmortalizada. Es el progreso producto de la Revolución; es la vida intensa de los mercados y su multitud de imágenes; son las pulquerías reducto del México profundo que convive con amores platónicos; son las bodas de la clase media que muestran una felicidad que parece eterna; son las cárceles y sus habitantes involuntarios; son las marchantas felices en el mercado; son los niños que crecen al amparo de la brutal vida del barrio; es el vagabundo de surcos endurecidos en su rostro mientras fuma un cigarro; es la parejita que va al Tepeyac y se toma la foto del recuerdo con la Guadalupana de fondo; son los transeúntes que miran al cielo con curiosidad para dilucidar si es un pájaro, un avión o algo más que llama su atención; es un hombre haciendo un arte visual de una gigantesca pompa de jabón que parece encerrar al Palacio de Bellas Artes; es la experimentación de las luces y las sombras, del movimiento y el jugueteo con imágenes.

La mamá y la hermana (la recordada bailarina Rocío Sagaón) de Nacho López vivían en Xalapa. Sus constantes viajes a la capital veracruzana lo acercaron a la Universidad Veracruzana donde fue invita-

do por Carlos Jurado para ser parte de la plantilla de académicos de la Facultad de Artes Plásticas en 1975. Impartió el bloque Cine-Fotografía que se convertiría en el cimiento de la primera licenciatura de Fotografía en el país y dejaría profunda huella entre la comunidad de fotógrafos que se formaron bajo sus enseñanzas.

La Editorial de la Universidad Veracruzana impulsó sendos libros sobre el fotógrafo, uno es: Nacho López, ideas y visualidad, coordinado por José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín, quienes reunieron parte del incalculable archivo fotográfico para presentarnos esta obra con textos de Manuel Álvarez Bravo, John Mraz, Jesse Lerner, Carlos A. Córdova, Daniel Mendoza Alafita, Mayra Mendoza Avilés y el propio José Antonio Rodríguez. Esta publicación especial se realizó con apoyo de Paremetría, el Fondo de Cultura Económica, Conaculta y el Instituto Nacional de Antropología e Historia

El segundo libro es Nacho López. Fotógrafo de México, una coedición de la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Fundación Mary Street Jenkins, Museo del Palacio de Bellas Artes y la Universidad Veracruzana, también bajo la coordinación de José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín, en este tomo convertido en libro de arte, reúnen una amplia y significativa muestra del autor del foto ensayo y el foto reportaje. El libro se editó con el apoyo de Amigos del Museo del Palacio de Bellas Artes, la Fundación Mary Street Jenkins, la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Museo del Palacio de Bellas Artes.

Nacho López hizo escuela. Sus fotografías son historias visuales, su manejo del blanco y negro nos deja la impronta del México de la primera mitad del siglo XX. Entre lo popular y el arte, las imágenes de Nacho López son de vanguardia que, como decía Monsiváis, “creó una estética que va a tardar en ser asimilada”.

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Nacho López, de la serie “Un día cualquiera en la vida de la ciudad”, Ciudad de México, 1958 | 407015 Secretaría de Cultura-inah.sinafo.fn.mx. Colección Nacho López

La condición caribeña: una conversación con Leonardo Padura

Para Arleth Barradas, cuyo apoyo hizo posible esta plática que concitó a La Habana en Xalapa.

LaFeria Internacional del Libro Universitario, como la mayoría de los festejos editoriales, se desarrolló de manera virtual en medio de la pandemia de la COVID-19. Lo importante fue no perder los lazos de comunión entre el libro, sus autores y sus lectores. Una de las actividades que se realizaron en ese momento fue con el escritor cubano Leonardo Padura, el autor de El hombre que amaba a los perros (lp). El desde La Habana, y Raciel D. Martínez Gómez (rmg), Germán Martínez Aceves (gma) y Lino Daniel (ld), en la Rectoría de la Universidad Veracruzana, tuvieron una charla el 2 de julio de 2021, misma que ofrecemos para los lectores de Corre, lee y dile.

Raciel D. Martínez Gómez: Es un placer y un honor conversar con Leonardo Padura. Interesa muchísimo su obra, es vasta. Sobre todo, he leído la saga del detective Mario Conde que me entusiasma por diversas razones; entre ellas, porque parece ser que América Latina es el perfecto caldo de cultivo para hablar de la impunidad. Y este es el motivo principal por el que la novela negra crece, sobre todo, en este continente. Una primera pregunta, Leonardo. Tú, junto Paco Ignacio Taibo II, hicieron el documental Latin Noir dedicado a este género policiaco que se desarrolla en Latinoamérica. ¿Cómo dirías que se encuentra actualmente este género en nuestro continente?

Leonardo Padura: En principio, es un placer para mí estar esta tarde con ustedes. Saben que Veracruz y Cuba tienen nexos históricos y culturales muy fuertes,

así que nos sentimos muy cerca a pesar de la distancia geográfica. Raciel, le respondo la pregunta. Creo que a partir de los años setenta y ochenta del siglo XX se produce en el universo iberoamericano un fenómeno de aparición y consolidación de una novela policiaca, novela negra, novela detectivesca o novela de crímenes. Y digo iberoamericano porque hay autores españoles y brasileños que participan de este proceso. En España, el nombre más conocido, por supuesto, es Manuel Vázquez Montalbán; en Brasil, destaca el maestro Rubem Fonseca. Y comienzan a aparecer en México, Argentina y Cuba, fundamentalmente, algunos autores que cultivan este tipo de novela. Hacia la década de los noventa este es un movimiento que se ha consolidado. Es un tipo de literatura que tiene identidad y lenguaje propios, refleja contextos particulares que tienen que ver con realidades latinoamericanas y españolas. Hay un elemento que caracteriza este tipo de novelística: tiene una fuerte vocación social, un compromiso con el reflejo de realidades y de sociedades que están muy deformadas por la violencia, y poseen ese elemento de la inseguridad ciudadana. Por eso muchas veces es posible que podamos considerar novela policiaca a un tipo de literatura que ya no acude a las normas tradicionales, históricas del género, sino que se propone hacer una indagación en las sociedades que retrata; busca la raíz de esa violencia, de esa incertidumbre, de ese miedo, de esa inestabilidad social en que viven muchas mujeres y hombres en nuestros países. En el caso de México, hay dos nombres muy importantes en este periodo: Paco Ignacio Taibo II y Rafael Ramírez Heredia. En Argentina están Juan Pablo Feinmann, Guillermo Sacomano, Juan Sasturain, y van apareciendo otros. Algunos de los nombres que son de los más importantes en esta literatura, como es el caso de Ricardo Piglia y un poquitico antes, como una espe-

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Retrato: Jorge Cerón

cie de iniciador, está el caso de Oswaldo Soriano. En España crece y se produce un fenómeno también importante. Empiezan a aparecer colecciones dedicadas a la literatura policiaca en la que aparecen nombres de autores iberoamericanos con mucha frecuencia. En Cuba, el proceso tiene características diferentes. Se escribe una novela policiaca que, en vez de una crítica social, lo que se propone es una reafirmación social y política del sistema. Eso ocurre durante los años setenta y ochenta, y es precisamente una de las cuestiones contra las que trato de reaccionar a principio de los noventa cuando empiezo a escribir mis novelas con el personaje de Mario Conde, porque trato de incorporar esa crítica social, que es tan común en la novela latinoamericana, a la novela policiaca actual. Y es lo que he hecho desde entonces con este personaje.

A lo largo de los últimos veinte años, existe una gran cantidad de autores que escriben este tipo de literatura. En América Latina, puedo mencionar autores; por ejemplo, autores colombianos como es el caso de Santiago Gamboa o Juan Gabriel Vázquez, que se incorporan a escribir este tipo de novelas sin que sean propiamente escritores de novelas policiacas. Es estrecho el margen genérico, ya no abarca la amplitud de este fenómeno que es parte ya del mainstream de la narrativa latinoamericana de los últimos años. Pienso que está en un momento de crecimiento, en un momento de una presencia importante, incluso mereciendo reconocimientos no solamente de la crítica, sino premios internacionales y una mirada de la academia, que siempre va un poco por detrás de los procesos artísticos. Ahora ya se ha acercado a este tipo de novelas y las considera una parte importante de la creación literaria de nuestros países en estas últimas décadas.

Lino Daniel: Demos la oportunidad ahora a Germán Martínez Aceves. Vamos a ver, ¿qué has leído en torno a Leonardo Padura a propósito de esta conversación?

Germán Martínez Aceves: “Más que una pregunta, tengo un comentario”, como se dice. Primero, debo confesar que siento mucha emoción de estar aquí con Leonardo porque, antes, aquí en nuestra Xalapa vivía Sergio Pitol, y me sentía privilegiado de saludar a un Premio Cervantes cuando nos topábamos por la calle o coincidíamos en algún evento, ahora la emoción y el privilegio se repiten al saludar, de manera virtual, a un Premio Princesa de Asturias.

¡Cuántas cosas hay en nuestra educación sentimental en México que están ligadas con Cuba! Es más, estoy seguro que mis abuelos y mis padres se enamoraron con la música de Cuba y de México, y que somos parte de esa confluencia. A mí, por lo pronto, me encanta la música y disfruté mucho Los rostros de la salsa, este libro era para mí un mito; fue publicado por primera vez en 1997, y no lo había encontrado en su edición original. Ahora, afortunadamente, Tusquets lo volvió a publicar y es una maravilla encontrarme con esta publicación. Hasta ahora yo tenía mi biblia de la salsa: El libro de la sal-

sa. Crónica de la música del Caribe urbano de César Miguel Rondón. Con el tuyo ya completo el antiguo y nuevo testamento salsero; estos dos libros no pueden faltar en la biblioteca de todo aquel que le guste la salsa. En tu libro está toda la historia que reúne no solamente la anécdota o el acercamiento con los músicos, sino recoge, precisamente, la esencia de nuestras raíces que confluyen en la zona caribeña y que forman toda nuestra cultura; una cultura que a veces hacemos a un lado o que se ha ido degradando en los años recientes. Todos estos elementos que vengo mencionando me parecen fabulosos. Confieso que te tengo cierta envidia, envidia de lector, porque vives, a través de la literatura, muchas cosas y temas que guardo con afecto y afición; a mí me encantaría vivir como un personaje detectivesco al estilo caribeño, es decir no un James Bond, no un Dick Tracy, sino un caribeño, alguien que fuma, que toma, que sufre, uno al que le rompan el corazón y que sin embargo anda tras el crimen, uno que además le encante el béisbol… Un caribeño como tu Mario Conde, un caribeño como tú, Leonardo, con pasión por el béisbol. Como buenos cubanos, siempre andan en la búsqueda de la pelota, ¿no? Del ambiente de la pelota; un ambiente muy propio de Cuba. La historia de Cuba y el béisbol es interminable. Es también una parte histórica importantísima que cuando menos a los que les tocó vivir la década de los sesenta y setenta, influyó sobre su imaginario y su admiración por Cuba.

Destaco la respuesta que das a aquellos que te preguntan por qué vives en la isla; tú dices: “Yo vivo en Cuba porque a mí me encanta de aquí las conversaciones”. Sin duda alguna la conversación en Cuba es fundamental, lo es incluso como material literario. Pero no todo es romantización, también tienes un punto de vista crítico sobre la vida en la isla, lo dejas ver constantemente en tus artículos, en tus ensayos y en tus novelas. Ahí está por ejemplo El hombre que amaba a los perros, que es un novelón tremendo. Yo te pregunto, ¿de dónde sacas energía para abarcar tantos temas, y tantos mundos que, además, confluyen en Cuba?

lp: Bueno, antes de responder a tu pregunta, voy un poco a comentar. Esta apreciación que tú has dado, porque creo que es muy importante el tema de la música en el ámbito del mar Caribe; un mar al que pertenece por supuesto toda la costa este de México, pero fundamentalmente, la zona que va desde Veracruz hasta Quintana Roo, es una zona altamente caribeña en su cultura, en su historia. Étnicamente es una zona de un importante mestizaje, igual que Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, el norte de Venezuela, en fin, toda esta área de este Caribe hispano al que pertenecemos. Un Caribe que su signo de identidad más importante es, justamente, la música. Creo que la música es el lenguaje más universal que ha conseguido el Caribe. A veces digo que en Cuba si no existieran los escritores o pintores que ha tenido, la cultura cubana con los músicos que tiene, seguiría siendo igualmente importante y potente. Y es una música que tiene una enorme relación con México. Recuerden que desde México Dámaso Pérez

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Para MÁS señas

Prado lanza al mundo un ritmo que es universal: el mambo, y que ahí estuvo en esa época Benny Moré, el más grande de los soneros. Es decir, que México ha sido una tierra de acogida muy importante para los músicos cubanos. Desde la década del veinte, del siglo xix, había músicos cubanos en Veracruz, había una orquesta que he logrado localizar de unos tales hermanos Cuevas, cubanos, mulatos que se habían ido a Veracruz para hacer sus espectáculos musicales. Por lo tanto, es una historia de más de dos siglos que hace que confluyan las raíces del Caribe en torno a una manifestación cultural tan importante como es la música.

Ahora trato de responder tu pregunta. Yo siempre he dicho que no soy, posiblemente, el escritor de más talento de mi generación aquí en Cuba, pero seguramente, soy el más trabajador. Ya estoy trabajando en una nueva novela y hace unos días me entrevistaron y me preguntaron: “¿Qué número de novela es esta?”. Tuve que ponerme a pensar y sacar la cuenta, y dije: “Esta es la número catorce”. Me di cuenta que posiblemente no haya ningún escritor cubano que haya escrito catorce novelas, y ya estoy trabajando en ello. Y es que he mantenido una disciplina de trabajo a lo largo de todos estos años. Cuando estoy acá en Cuba, trabajo todos los días; me levanto muy temprano, me siento a trabajar, y cuando no estoy escribiendo una novela, estoy haciendo periodismo, cuando no estoy escribiendo un ensayo, estoy escribiendo un guion para el cine, pero siempre estoy trabajando. Este último año y medio, en el que hemos vivido un fenómeno médico-epidemiológico tan terrible, como ha sido esta pandemia de la COVID-19, estuve más de un año sin viajar fuera de Cuba, y lo

aproveché muchísimo trabajando. Es decir, que para mí no fue un encierro, sino fue una etapa mucho más productiva de mi trabajo. Cuando empezó este problema a hacerse grave estaba justamente en México y teníamos una presentación del libro Los rostros de la salsa, en Mérida, y se suspendió, porque ya había empezado el estado de alarma que se desarrolló alrededor de la COVID, pero a partir de ahí, terminé mi novela Como polvo en el viento y empecé a trabajar en una nueva novela. Es decir, siempre estoy trabajando. Ese es el único secreto que puedo decir que tengo porque no hay arte de magia, solamente hay dedicación. Alguien decía alguna vez que el talento es una larga paciencia y –en el caso del escritor– no solamente se manifiesta con la cabeza, se manifiesta también con las horas que le pega las nalgas a la silla para escribir y trabajar.

ld: Justo es uno de los valiosos consejos que puede dar un autor como Leonardo Padura a quien inicia en la escritura. A propósito de esto, para completar un poco el perfil del escritor con quien hablamos hoy, me gustaría destacar que además de las novelas, de su historia de la salsa, y de otros libros de cuentos, también en el ejercicio ensayístico, Leonardo Padura nos muestra que es uno con su tiempo, con su generación y con la tribu de la literatura latinoamericana. Destaco el libro Agua por todas partes, donde Padura rescata este bello verso de Virgilio Piñera para su título, y donde además, nos regala por momentos, parte de su privacidad, de su cotidianidad, incluso, de sus caminos como lector. A este libro sumo La memoria y el olvido, editado por la Universidad Veracruzana, donde Leonardo Padura ensaya sobre

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Nacho López, de la serie “Los mirones”, Ciudad de México, CA. 1951 | 375302 Secretaría de Cultura-inah.sinafo.fn.mx. Colección Nacho López

temas tan interesantes como el reggaetón entre las juventudes cubanas, hoy por hoy un género expandido y convertido en una boyante industria. Preciso destacar sobre todo esto, que Leonardo Padura es un autor, que antes y sobre todas las cosas, es un lector. Me gustaría que habláramos de lo importante que es en este sentido el conocimiento de una tradición, el conocimiento de la tribu literaria, sobre todo, la búsqueda de ser un autor vinculado con el mundo, desde la isla.

lp: Sí, Lino. Recuerdo que cuando ingresé en la universidad ,y como estamos en un recinto universitario, creo que es propicio esta evocación. Había dedicado mi infancia y mi adolescencia, fundamentalmente, a jugar al béisbol. No era un gran lector porque era un aficionado absoluto al juego del béisbol, pero cuando ingresé en la universidad siempre digo que tuve que hacer dos carreras; la carrera académica y la carrera de las lecturas que tenía pendiente. Fue muy importante para mí el descubrimiento de dos grandes tradiciones literarias con las que estoy muy conectado. Por una parte, la tradición de la novela norteamericana del siglo xx , donde encontré a los escritores que mejor saben contar una historia; la tradición de la novelística latinoamericana, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo xx, en la que encontré a los escritores que mejor saben escribir en la lengua que utilizo. Es el momento en que me familiarizo con la obra de autores cubanos tan importantes como Alejo Carpentier, Reynaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, pero también es la época en que leo a García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Rulfo. Descubro un poco después a un escritor que para mí fue una conmoción: Fernando del Paso. La utilización de la lengua española de Fernando del Paso es una lección de cómo uno puede manejar y puede valerse de una lengua para expresar lo que uno quiere expresar. Esa literatura en lengua española que leí en esos años, la del boom y la posterior al boom, en la que está un escritor como Fernando del Paso o Bryce Echenique, Ricardo Piglia y Sergio Pitol; bueno, fueron escritores con los cuales me he ido familiarizando, he ido aprendiendo. Creo que a veces se han puesto de moda en los últimos 15-20 años los talleres y las escuelas de escritura, y sí, son importantes, pero pienso que la principal escuela para aprender a escribir es leer a los autores que escriben bien en tu lengua; porque el único recurso que tiene un escritor para expresarse es la palabra, como el pintor tiene la imagen o el cineasta tiene la imagen y el sonido, nosotros, los escritores solo tenemos la palabra. Ese uso de la palabra en estos grandes autores que he mencionado, y en otros muchos que podría mencionar, me ha ayudado mucho y ha sido la gran escuela en la que me he nutrido como escritor, y de la que sigo aprendiendo porque es un aprendizaje que no acaba nunca. Hay un autor que, por ejemplo, cada vez que leo, y lo hago periódicamente, encuentro que es capaz de decirme cosas diferentes con la misma historia, que es el caso de Juan Rulfo. Soy un gran lector de Rulfo, y sobre todo de Pedro Páramo. Me resulta un libro que envidio profundamente, esa capacidad

que tuvo Rulfo de encerrar en doscientas páginas un mundo que es inabarcable, que en cada lectura nos muestra que no se agota en una sola experiencia. Se dice que El Quijote es una novela que hay que leer tres veces en la vida. Hay que leerla en la juventud, hay que leerla en la madurez y hay que leerla en la vejez, y en cada momento leeremos un Quijote distinto. Pues las doscientas páginas de Pedro Páramo son como un Quijote, en el que en cada lectura encontramos que Juan Rulfo es capaz de expresar y de decirnos cosas sobre esa esencia que trabaja el escritor, que es la condición humana. Somos sus indagadores y tenemos la necesidad o el deber de expresar esa condición, desde una perspectiva más social o menos social, más política o menos política, más lírica o menos lírica, pero expresar la profundidad de la condición humana.

rmg: Leo, ahora que nos cuentas cuál es el árbol genealógico literario al que perteneces, retomo que ya habías mencionado que uno de tus maestros es Vázquez Montalbán, también Chandler, y otro es Hammett. Tramas con tus lecturas e influencias las hebras de una amistad literaria, y justo deseo que hablemos de la amistad.

Si bien Mario Conde es un escéptico, es un nostálgico, dueño de una especie de resistencia moral, tú le imprimes siempre un sello que lo distingue y lo hace más cercano. Por supuesto es el sello tropical, eso me encanta y tiene que ver con esta idea melancólica que tú despliegas durante el periodo especial. Pero ni el escepticismo, la nostalgia o melancolía lo hacen un lobo solitario, como lo son varios de los detectives de la tradición policiaca. Tu personaje tiene un grupo de amigos que conforman una parte muy entrañable de tus novelas de la serie de Mario Conde; ellos son Carlos, Andrés, Conejo y Candito, que como bien dices en tus novelas, son los desheredados del privilegio.

Sus menciones o incidencias son de las partes que más me gustan; cuando los personajes se reúnen para comer una pizza y para escuchar a los Creedence… Te pregunto Leonardo, si tanto Carlos, Andrés, Conejo y Candito son como tus amigos en la realidad.

lp: Tengo un símil que puede resultar bastante feo, pero creo que es muy ajustado. Yo digo que el novelista es como una garrapata, que se alimenta de sangre ajena y entre más chupa más engorda. Somos incapaces de vivir todas las vidas que expresamos en nuestra literatura. En la serie de Mario Conde, en la novela El hombre que amaba a los perros, ahora en mi más reciente novela Como polvo en el viento, hay una galería de personajes que tienen una serie de vivencias que yo hubiera sido incapaz de haber vivido o de haber constatado personalmente. Me dedico mucho a escuchar. El maestro Germán lo mencionaba hace un momento: el arte de escuchar en Cuba es un arte que se da muy fácil. Eso es una condición caribeña, la gente es comunicativa, es expresiva. Y yo me dedico mucho, mucho, mucho a escuchar lo que habla la gente y de ahí salen, y de las experiencias personales por supuesto, esta galería de personajes que rodean a

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Para MÁS señas

Mario Conde. Él es un personaje de ficción, bastante cercano a mí en algunas de sus maneras de entender y de ver la vida, y los amigos de Mario Conde están inspirados en amigos que tengo, están recreados para la ficción, porque cada uno tiene que tener un espacio que a veces no es el de la realidad, sino el espacio necesario en la ficción. En la ficción y en la novela hay un elemento que es muy importante, Raciel, y tú lo sabes: uno tiene que conseguir un equilibrio dramático. Uno no puede reflejar la realidad como supone que es, uno tiene que reflejarla de acuerdo con ese desarrollo dramático que necesita la novela; por lo tanto, uno tiene que manipularla, porque, además, si uno cuenta algo exactamente tal y como ocurrió, posiblemente, aunque sea la historia más interesante, posiblemente esté escribiendo una mala historia. Uno tiene que manipular esa historia, moldearla, de acuerdo con los ritmos que necesita. Una novela es la creación de un mundo y ese mundo debe tener unas coordenadas muy específicas, muy propias, que están incluidas en este desarrollo dramático que a uno le da la victoria. Por lo tanto, estos personajes están inspirados en una realidad, en una vivencia, en un conocimiento a través de otros, de las maneras de pensar y de sentir de muchas personas y están recreados para que funcionen dentro de ese universo, que son estas novelas y estos personajes para mí muy entrañables, porque me han acompañado durante más de treinta años. Recuerden que publico la primera novela del personaje de Conde en el año 1990. Se publica precisamente en México, en una pequeña colección que dirigía Paco Ignacio Taibo II en la Universidad de Guadalajara. Allí salió en 1991 Pasado Perfecto. Han pasado treinta y un años desde que empecé a escribir esa novela, estos personajes me han acompañado y, sobre todo, me han servido incluso para entender cosas de mi propia vida. En la última novela de Conde, que está publicada en La transparencia del tiempo, el detective llega a los 60 años, y ese proceso de envejecimiento que uno va viviendo, esa entrada en la tercera edad, pues lo analizo a través de Conde, lo analizo también desde mi perspectiva, siempre voy haciendo este análisis de la relación entre las personas y ese núcleo tan importante de relaciones que es la amistad. En cualquier cultura la amistad es importante, pero pienso que en este mundo caribeño al que pertenecemos, tiene un peso específico mayor. No sé si los escandinavos practican de la misma manera la amistad, creo que no, estoy casi seguro que no, o los asiáticos. Nosotros somos invasivos, somos a veces impertinentemente promiscuos. Nos relacionamos y vivimos en una cercanía que yo he tratado también de expresar en estas novelas a través de estos personajes. Porque me decías algo que es muy importante: estas novelas son la expresión de una manera de entender el mundo, de una manera de vivirlo que es propia de nuestros países. Ha sido un interés mío reflejar esa realidad a través de este ciclo novelesco con Mario Conde y ese grupo de amigos.

ld: Germán, creo que tienes algo que aportar en torno a lo que viene diciendo el maestro Leonardo Padura, de cómo la ficción se nutre de la realidad. Sé

que es de tu interés ahondar en ello, hablar de cómo también encuentras elementos sociales que van nutriendo a la literatura, incluso como lo mencionabas hace rato: elementos musicales, deportivos e históricos.

gma: Efectivamente e incluso iría más allá. Hemos visto cómo en Cuba existe un bloqueo económico-político desde hace ya más de sesenta años. Sin embargo, la cultura trasciende las fronteras. La cultura cubana no está bloqueada. Y se debe gracias a muchos personajes que tienen que ver con la música y con el béisbol, por supuesto, que se han ido desparramando por el mundo. De México ni hablar, porque aquí hay una raíz fuertísima de la música en nuestro país, eso es innegable. Y bien lo dijo Leonardo hace un momento, Benny Moré, que por cierto me llamó muchísimo la atención en Los rostros de la salsa, que todos los músicos lo mencionan. Desde Cachao, Rubén Blades, Wilfrido Vargas, quien sea, Benny Moré es el dios, por la parte masculina y por la parte femenina, Celia Cruz. Todos la mencionan. Entonces estos elementos son muy importantes, de cómo Cuba está en México, cómo Cuba está en Nueva York, cómo Cuba está en Colombia, cómo Cuba está en la República Dominicana, y cómo esas ramas que van creciendo se transportan a Europa, el ambiente cubano se va a Europa también gracias a los salseros. Esa es una parte, y si hablamos del béisbol, pues últimamente, en los años recientes, hemos visto cómo afortunadamente muchos jugadores cubanos están ya en las Ligas Mayores rompiendo récords; desde picheo hasta bateo, lo que sea, ahí están. La cultura, el espíritu conformado en este crisol en Cuba, formado por África, por España, por las culturas antillanas, hace posible que la cultura cubana esté presente en el mundo, a pesar del bloqueo económico-político. Entonces yo te pregunto, Leonardo ¿qué significa para ti ser un ciudadano del mundo en estas condiciones?

lp: Creo que el hecho de ser cubano y de haber vivido la experiencia de Cuba durante estos años (nací en el año 55, la Revolución triunfa en el 59, el bloqueo comienza en el año 62), he vivido toda mi vida adulta consciente bajo la Revolución y bajo el bloqueo que es muy real. Incluso afectó, por ejemplo, en los años sesenta, en el desarrollo de la música cubana, porque todo el sistema de grabación y de promoción de la música que pasaba por los Estados Unidos se interrumpió en aquel momento y esa es una de las causas por las cuales surge este fenómeno de la salsa. En mi caso específico, tengo una fuerte conciencia de mi insularidad, tengo un fuerte sentido de pertenencia a la isla, pero creo y, he adoptado desde hace mucho tiempo, una frase de don Miguel de Unamuno, donde decía que “el arte debe hallar lo universal en las entrañas de lo local y, en lo circunscrito ilimitado, lo eterno”. Uno no puede vivir la insularidad y no expresarse como un insular. Uno tiene que vivir la insularidad, pero tiene que pretender alcanzar la universalidad. No sé si lo he logrado, ha sido un propósito que me he impuesto. Varias de mis novelas se desarrollan en ámbitos muy distintos. Mencionábamos El

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hombre que amaba a los perros, casi una tercera parte de la novela se desarrolla en México alrededor de la figura de Trotsky y de su asesino Ramón Mercader. Aparecen ahí algunos personajes importantísimos de la historia, de la cultura y de la política mexicana, desde el presidente Cárdenas hasta personajes como Diego Rivera y Frida Kahlo, y el propio David Alfaro Siqueiros; es decir, que ese universo que está más allá de las fronteras de la isla también nos pertenece. En una novela como Hereje, me voy a la Ámsterdam del siglo xvii y entro en el estudio de Rembrandt y escribo desde el estudio de Rembrandt. En mi novela más reciente, Como polvo en el viento, hay episodios que se desarrollan en el sur de la Florida, en el estado de Washington en el noroeste de los Estados Unidos, en San Juan de Puerto Rico, en Buenos Aires, en Madrid, en Barcelona, en Toulouse, en Nueva York, porque también ese es un elemento que caracteriza a la cultura cubana, como tú bien dices, que ha sido su expansión por el mundo. Los cubanos se han regado por el mundo, mi generación específicamente ha sufrido un proceso de diáspora muy intensa. Sobre esa diáspora quería hablar específicamente en una novela. Por eso escribí Como polvo en el viento, aunque no es una novela sobre la diáspora, sino más bien es una novela sobre las relaciones entre los individuos, de ese elemento que hablaba Raciel, la cercanía de las relaciones de amistad que se establecen en Cuba. Yo soy muy cubano, siempre digo que necesito a Cuba para poder escribir. Escribo en idioma cubano desde una perspectiva cubana, porque incluso en esos libros en que me muevo por otras partes del mundo, siempre la historia parte y regresa a Cuba, parte y regresa de una experiencia, de una vivencia, de una pertenencia cubana. Es un elemento que tiene mucho que ver con mi esencia como escritor, porque creo que un escritor pertenece a una cultura, es expresión de una cultura y tiene una relación con un territorio específico que va desde la ciudad hasta el país en el que vive. De esto hablo bastante en el libro que mencionaba Lino, Agua por todas partes. Los que quieran conocer un poco los secretos de ese proceso de creación y de pertenencia del que he estado hablando, lo explico ahí en ese libro. Es una reflexión desde la insularidad, por eso el libro se llama Agua por todas partes. La relación con lo universal nos pertenece a todos porque la cultura del hombre es un bien universal.

rma: No podemos concluir sin platicar con Leonardo sobre la serie que se filmó para Netflix, que se llama Cuatro estaciones en La Habana, que a mí me parece una muestra estupenda de la obra de Leonardo, sobre todo con la interpretación de Jorge Perugorría como Mario Conde, él es Diego en Fresa y chocolate, y también actúa en una película que destaco mucho que se llama Vestido de novia. Leonardo, aprovecho para hacerte dos preguntas: ¿Habrá una segunda temporada de la serie?, porque esta serie nada más abarcó cuatro novelas, te faltarían cinco... y de plano te pregunto la otra, ¿Mario Conde regresará con una historia del COVID?

lp: Sabes, como el mundo del cine tiene su propia experiencia, se está preparando una segunda temporada de Cuatro estaciones, pero no a partir de las novelas, curiosamente. Los productores nos pidieron una historia original a mi esposa Lucía López Coll y a mí; con ella escribí la primera temporada. A partir de ese argumento, se prepara una segunda temporada de seis capítulos. Es una historia que adelanta bastante en el tiempo, que sería protagonizado otra vez por Jorge Perugorría en el papel de Mario Conde, pero que depende todavía de muchos elementos de carácter, sobre todo económico, porque a diferencia de la literatura, el escritor cuando se sienta en su máquina de escribir con un papel, con una computadora, con el equipo que sea, hace su obra. En el caso del cine exige una producción y las producciones cinematográficas son muy caras y cuando entra la economía, pues las cosas se complican y más en el mundo actual donde las situaciones económicas andan bastante enrevesadas. Así que espero que el año próximo se pueda estar rodando esta segunda temporada, que tiene como título posiblemente definitivo I love you, Habana porque es el nombre de una especie de bar cabaret de nuevo tipo, en el que Conde hace una especie de papel de guardaespaldas ahí, buscándose el dinero para poder sobrevivir, porque el negocio de los libros que compra y vende está en decadencia. Respecto a escribir o no sobre la pandemia, pues no lo sé. Hace un tiempo unos productores brasileños me propusieron que escribiera un argumento sobre el tema y les dije no, prefiero dejar que pase un poquito el tiempo. No estoy seguro, Raciel, pero creo que se ha abusado de la literatura, del cine, del arte en general, de este catastrofismo, de estas sociedades distópicas que sufren, o invasiones o epidemias o rebeliones de las máquinas, y a veces un poco se olvida que detrás de todo eso está este fenómeno del que hablábamos antes, de la condición humana. Lo pensaré, posiblemente aparezca en alguno de mis libros. Por lo pronto, la nueva novela que estoy escribiendo se desarrolla fundamentalmente en dos tiempos históricos. Un tiempo que ocurre alrededor del año 1910 y una figura histórica, que es el proxeneta más famoso de la historia de Cuba, que se llamó Alberto Yarini y Ponce de León, que muere en el año 1910 con 28 años y se convirtió en un mito en la historia de Cuba. La historia de este personaje es contada por alguien que participa en el 2016 y tiene como centro al personaje de Mario Conde, por supuesto. Ocurre en los días anteriores y posteriores a la visita del presidente Barack Obama a Cuba; una visita “histórica” como se dijo muchas veces, que marcó un momento muy peculiar de la sociedad cubana. Ahí ocurre un crimen y toda la policía cubana está en función de la visita de Obama, de la llegada de los Rolling Stones, del desfile de Chanel, y por eso le piden a Conde que haga el favor de averiguar este crimen que tiene alguna relación con su personalidad que ya pasa más de sesenta años. Un Conde otoñal por decirlo de alguna forma, pero que no ha perdido sus características de buen investigador y de personaje apasionado, un personaje que entra en esa investigación, se mezcla en ella, se envuelve en ella y la va desarrollando en

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Para MÁS señas

este tiempo mucho más cercano, pero anterior a la pandemia; así que tal vez, la próxima novela ya caiga con Conde en la pandemia; sí o no, ya lo veremos después.

ld: Hay algo a lo que es inevitable llegar, que es al final. Hoy descubrimos lo que ya sospechábamos en los libros de Leonardo Padura, que es un escritor de trabajo, de investigación con seriedad, de talento, y con un compromiso ético-estético, que incluso borra las barreras geográficas y nos demuestra que solamente hay una patria para quienes hablamos español: el lenguaje. Entonces, maestro Leonardo Padura, las palabras finales son suyas, nos gustaría que usted cerrara esta conversación.

lp: Bueno, pues quiero, por supuesto, agradecer a los maestros Germán y Raciel su compañía, sus intervenciones. Hemos hablado en cincuenta minutos como de ochenta y cinco temas diferentes, y creo que eso demuestra –otra vez– por qué el Caribe es el Caribe, y por qué somos caribeños. Hemos tocado muchos pianos en este concierto. Quiero agradecer-

les a ellos su participación. Quiero agradecer a la Universidad Veracruzana, y a tu persona, Lino, por la coordinación de este evento. Lo único que quiero pedir es que, en cuanto las condiciones lo permitan, lo hagamos presencial, no virtual, y esté cerca de ustedes, porque como buenos caribeños, empezaremos dándonos la mano y terminaremos dándonos un abrazo –y posiblemente– en una cantina veracruzana tomándonos unos tequilas y comiendo unos buenos tacos. Así que espero que me inviten a Xalapa, que me inviten a Veracruz, para poder estar con ustedes y compartir la próxima Feria del Libro. Ha sido este un periodo terrible, hemos tenido que lamentar muchas pérdidas de muchas personas, a veces incluso cercanas, algunos escritores importantes como Luis Sepúlveda, el escritor chileno que murió en España a causa de la pandemia, pero creo que vamos a sobreponernos a eso y vamos a seguir escribiendo. Vamos a seguir leyendo, vamos a seguir haciendo la cultura y vamos a seguir siendo caribeños y nos vamos a encontrar, y como dije nos vamos a dar la mano y nos vamos a abrazar.

Agradecemos a Yuliana Rivera, por su apoyo con la transcripción de esta plática.

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Nacho López, de la serie “Globero” (Palacio de Bellas Artes), Ciudad de México, 1961. | Acervo Documental y Artístico Nacho López/ SV0013

Enla tierra veracruzana, la poesía y la canción suelen ser costeñas, mientras que el arte concentrado de la narración es de tierra adentro. Algunos de los más distinguidos narradores mexicanos vienen de estas tierras en que el trópico va ascendiendo a las mesetas centrales, y los nortes y huracanes del Golfo se convierten en lluvias y neblinas persistentes y en una vegetación suntuosa. Acaso de estos climas húmedos y tibios, que propician la interioridad, le viene a Sergio Galindo el gusto y la capacidad para las introspecciones psicológicas, su sensibilidad para escarbar en los móviles complejos de las acciones humanas y en la variedad infinita de los temperamentos. Así se trate de los primeros cuentos, de la novela acerca de una solterona sentimental, de las aventuras y tropelías de unos agentes de migración, de la historia de una familia engreída y trágica, de la visión carnavalesca de una nueva clase social o de la desolación y gratuidad de las relaciones entre personajes modernos, lo común a todas estas narraciones es el talento de su autor para interesarnos, para atraernos con un arte cada vez más seguro y una simpatía llena de calor humano hacia la comprensión de las complejidades y de los móviles que mueven las pasiones y la angustia de sus personajes.

Existen algunos novelistas que hoy compiten en desnudarse en todos los sentidos posibles y en describir la mecánica y los recursos de la “inquietud que el hombre llama placer”. A pesar de sus esfuerzos, muy poco han logrado añadir a la antigua literatura libertina, si no es su insistencia y su prolijidad, acaso porque el hombre de hoy no ha logrado ser ni más imaginativo ni más libre que el de épocas pasadas. En

Las empresas culturales de Sergio Galindo1

A 30 años de su ausencia, recordamos a Sergio Galindo con la memoria de su infatigable labor al servicio del humanismo y la cultura

Retrato: Jorge Cerón

el caso de Sergio Galindo (1926-1993), sin que haya en su obra nada parecido a la pudibundez y sin que sus personajes dejen de ejercer, cuando es el caso, todas sus facultades, hay algo como una visión más ancha de cuerpos y almas, algo como una capacidad de piedad, de ternura y de perdón, que es como su propia visión de la condición humana y como su propia condición personal.

Porque, además de su obra literaria, cabe recordar en esta ocasión, a treinta años de su partida, las tareas culturales realizadas por Sergio Galindo, que nos permiten apreciar más cabalmente su personalidad. Después de sus años de estudio en su ciudad natal y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), donde ya se desempeñaba como profesor de estética en la Facultad de Teatro, actividad que mantenía paralela a sus trabajos iniciales como escritor, volvió a Xalapa, respondiendo a la invitación que desde la Universidad Veracruzana le hicieron para encabezar la jefatura del Departamento Editorial, proyecto que inició el 20 de febrero de 1957 y que en nuestros días cuenta ya con una trayectoria que pronto alcanzará los setenta años de vida.

Cuando fueron sus rectores Gonzalo Aguirre Beltrán y Fernando Salmerón se creó en esta universidad un ambiente de altura académica; un ambiente verdaderamente universitario, que se manifestó en el mejoramiento de la formación intelectual y científica. Testimonios de los trabajos de Galindo en aquellos años son las colecciones Ficción y Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras y la revista La Palabra y el Hombre. La colección literaria dio a conocer nuevas voces jóvenes, recogió la obra de escritores ya conocidos y publicó buenas traducciones de obras modernas; y la revista llegó a ser una de las más importantes de su tiempo, por la amplitud humanista

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1 Una versión de este escrito fue publicado en 1986 por La Palabra y el Hombre, en su edición correspondiente a los núms. 59-60.

Para MÁS señas

de su contenido y la calidad de sus colaboradores. En estas empresas culturales, Sergio Galindo, como director de la Editorial de 1957 a 1964, fue uno de los animadores principales, dentro de aquel equipo académico que merece recordarse en la historia de las universidades de provincia.

El éxito de aquellas empresas culturales fue la causa de su desarraigo. En efecto, cuando en 1965 se buscaba, para constituir el equipo del Instituto Nacional de Bellas Artes, a la persona que hubiera mostrado mayor capacidad e imaginación para propagar la cultura en la provincia, se llamó a Sergio Galindo para ocupar el Departamento de la Coordinación. Después de aquel sexenio en el que parafraseando al “Pensador Mexicano”, cada uno “hizo lo que pudo por su patria”, Sergio Galindo después de dos años en la Dirección de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública, volvió a Bellas Artes como Subdirector y, de septiembre de 1974 a noviembre de 1976 dirigió el Instituto. Si en esa función no han existido periodos tranquilos, a él le tocó sobrellevar chubascos e internos remolinos. Mas a pesar de las inclemencias prosiguió imperturbable su tarea, y entre otras labores dignas de memoria, publicó treinta números de una hermosa Revista de Bellas Artes, en su nueva época.

Galindo comprendió, sin duda, que en tanto no se creen organismos y sistemas verdaderamente mejores, es preciso mantener, así sea en forma precaria, el estímulo a la creación, las labores de difusión, la educación artística y las múltiples tareas de conservación de los bienes culturales.

A mediados de 1975, Sergio Galindo ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, con la lectura de un fascinante relato de ambiente mágico, El hombre de los hongos. Y poco después del término de su ges-

tión en Bellas Artes comenzaron a agobiarlo graves dolencias que le impidieron proseguir su trabajo literario. Venciendo las adversidades, después de casi siete años de silencio, logró proseguir su tarea como escritor. Ese retorno, del que sus amigos y lectores nos alegramos, en su día, me hace recordar unas reflexiones de José María Luis Mora que me conmueven y me gusta repetirme a menudo:

El amor a las ciencias [–o digamos a los bienes del espíritu, escribía Mora en el primer tercio del siglo xix–] es casi en nosotros la sola pasión duradera; las demás nos abandonarán a medida que nuestra máquina comienza a decaer, y a medida que sus resortes se relajan.

Y añadía:

Es muy útil proporcionarnos goces que nos sigan en todas las edades; es un consuelo tener recursos que nos alivien en la adversidad. Las ciencias solas son las que nos sirven en todas las épocas de la vida, en todas las situaciones en que podamos encontrarnos.

Este amor a los bienes espirituales, que en el caso de Sergio lo es por la creación novelesca, ha sido no solo su alivio en la fatalidad sino el encuentro de una actividad más plena y fructífera.

Por todo lo evocado en estas líneas, recuento pertinente para justipreciar el legado de fortaleza a instituciones y bienes culturales, por sus libros, y por el reencuentro heroico con su vocación esencial, tras décadas dedicadas al servicio de la producción y promoción cultural, tiene sentido el homenaje que este año debemos rendir a la memoria de Sergio Galindo.

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Nacho López, de la serie "La calle lee", Ciudad de México, 1950 | Acervo Documental y Artístico Nacho López/SV0098

Hace unos meses sufrimos la pérdida de una las más destacadas dramaturgas y narradoras de la generación de medio siglo mexicano, protagonista indiscutible en la historia de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Para recordar a Luisa Josefina Hernández, reproducimos esta pieza teatral que dedicó a Emilio Carballido.

Corazón trombón1

personaJes:

fredo, payaso.

paloma, blanca, alas de pluma. fasia, muñeca, bailarina clásica. perro, bulldog.

gaTa, bailarina española.

gaTo, tenis y guantes blancos, traje negro con saco cruzado, sombrero de fieltro, ala ancha.

CaTalina, bulldog, emperatriz.

Tiempo y lugar: el circo.

Podría existir un octavo personaje, alimentado de las acotaciones o de algunas de ellas.

Un director, un coreógrafo, un musicólogo, un diseñador de vestuario. Pero de verdad; ellos son la obra.

Es la encantadora totalidad del circo. Primero, la música que sabe a dulces y tiene la reminiscencia de caballos, cascos, polvillo, luego una definitiva moción de orden que trae la atención y el silencio. Hay trapecios, voladoras, trucos de luz. Finalmente entra Fredo,

indescriptible, con un manojo de mil globos que sostiene en la mano levantada; los globos llenan el aire de la pista y Fredo vuela, da una vuelta completa por el aire multicolor de globos, ¡qué rojos, qué azules, qué blanco volador! Fredo, como los ángeles, recoge una pierna y estira la otra, pero su sonrisa desmiente el origen celeste, es mas bien originario del ensueño y en este instante, la criatura de las imaginaciones que lo miran.

Fredo encuentra pie en un trapecio y allí queda, tranquilo. Se distrae, suelta sus globos: ahora es una piedra preciosa azul turquesa con peluca amarilla. Su rostro impecablemente hermoso, sus manos enguantadas de fieltro se sospechan muy largas, sus zapatos largos, anchos también, por eso vuela Fredo. Los globos se amontonan en el centro puntiagudo del techo. Fredo se mece, aparece una Paloma, como si le saliera del pecho; la Paloma va al trapecio de enfrente. Van, vienen, se cruzan, por fin Fredo se queda quieto y Paloma viene hasta su hombro, sonrisa triunfal, dicha presente, música.

Muy pequeña, pegada al suelo, casi arrastrándose, aparece Fasia, una muñeca grande, desarticulada, quizá rota. Hay una fuerza que la hace dar vuelta al ruedo, como si fuera un desecho de circo romano, no este circo, como si un carro tirara de ella y no es verdad, aunque se escuchen los cascos de los caballos, casi alados, que mueven ese carro. Ahora entendemos que el movimiento es a la inversa: no la sacan al ruedo, la introducen, porque al terminar esta vuelta falsamente final, Fasia se ha recompuesto, se ha desdoblado y ha nacido: es una bailarina de zapatillas de raso: bella, bella muñeca de raso y aserrín, con bellas piernas, hermosa, vestido salpicado de brillantina, la sonrisa final de la belleza. Y baila. Baila la danza que la convierte de bailarina en mariposa, su música es ecléctica: Fasia no sabe si danza para bien o para mal y sabe que su esencia es de mariposa, ser alado, impermanente, frágil, polvo y polvo. Termina de bailar.

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Para Emilio Navidad del año 2000. Retrato: Jorge Cerón 1 El presente texto dramático fue publicado en 2001, en el núm. 67 de la revista Tramoya. Cuaderno de teatro.

Fredo y Paloma la ven con fascinación y desconfianza. Ella hace una caravana, el público aplaude. Fredo no. Fredo no aplaude. Una caravana más, la Paloma aplaude.

Fasia emite un sonido inesperado, tiene la voz fuerte, rasposa; parecería que sale de una bocina, no de su boca dulce apenas dibujada.

fasia: ¡Perro!

Fredo se sacude. ¿Perro él? ¿Perro ha dicho? Hace una pirueta en el trapecio imposible de imitar por algún perro. Está a punto de caerse, Paloma lo detiene. No importa, un perro jamás se atrevería, un perro…

FASIA: ¡Perro!

Fredo le dice un secreto a Paloma. Ella baja volando y cerca, no tan cerca de Fasia, se acomoda para hablar. El habla no le es cómoda, el pico no es tan apropiado instrumento.

PALOMA: Se llama Fredo.

Fasia se burla. Llamarse Fredo. Corre, brinca, grandes carcajadas con todo el cuerpo. Luego la voz, la fea voz rasposa.

fasia: Si eso fuera nombre.

Fredo lejos, arriba. Eso es nombre, lo ha sido, ¿tiene otro? No tenerlo es una pobreza desesperada. La Paloma, quizá… La llama a señas. Si no tiene nombre, ¿cómo va a tener voz?

Paloma está muy distraída, le da por arreglarse las plumas; hay momentos en que no puede ocuparse de otras cosas, las plumas tienen un orden secreto de textura y color. La limpieza, la inconsútil limpieza de las plumas. Música. Tanto ha hecho en su arreglo la Paloma que Fredo y Fasia la miran embobados. ¿Será absolutamente indispensable tener plumas? ¿Cuántas

horas del día se dedican al personal arreglo?

Por fin Paloma los percibe, mira a uno allá y a la otra acá; se hace de nuevas, ¿los reconoce?

Fasia ha perdido la paciencia. Vuela al trapecio con sus espléndidas alas amarillonegroblancoazules, se sienta junto a Fredo, su voz es siempre flor de desacuerdo.

fasia: Perro.

fredo: (Hace un gesto de silencio, con el dedo en los labios).

fasia: (Más fuerte). ¡Perro!

fredo: (De nuevo, serio, le pide silencio. Fasia ríe con el cuerpo, casi cae del trapecio, Fredo la ayuda, la sienta de nuevo).

fasia: Jaja-jaja-jajajá ¡Perro!

Y sí. Aparece el perro, con su música propia. La música de gladiador romano, que va al enfrentamiento. Lleva sombrero, un puro que no prende, guantes de cuero y un abrigo peludo. Los zapatos y los calcetines son de luchador, con agujetas los zapatos negros: cuidadosamente doblados los calcetines rojos. Máscara de perro.

Llega al centro de la pista. No mira hacia arriba. Es lástima, Fredo y Fasia se mecen dulcemente con los ojos en el aire.

Oh. Jamás se han enterado del suceder en esta pista casual, superada por los trapecios.

Perro ve a la Paloma. Paloma lo ve. Cuánta vibración en el aire. ¿Quién es esta señora? ¿Quién será este señor? La Paloma se muestra satisfecha, segura de sí misma: un ave bien peinada puede enfrentar al mundo.

Y el Perro viene con su mejor vestuario. El perro tiene voz melodiosa, alguna vez patética.

perro: Mi corazón, trombón.

PALOMA: Tengo una gran pechuga.

PERRO: Nunca ha formado parte de mi alimentación.

PALOMA: Ayer por la mañana vi una oruga.

PERRO: Pon atención.

El perro, con un solo enérgico ademán, se quita el abrigo y luce su cuerpo de luchador, Paloma lo contempla embobada. El Perro da vueltas sobre sí mismo. Sombrero, puro, músculos.

PALOMA: ¡Qué impresión! (Pausa. El Perro se engríe). Yo me comí la oruga.

PERRO: Seguramente te hizo digestión. ¿Quieres ver más de mí?

PALOMA: ¿Ver? Sí.

Fasia y Fredo se atreven a mirar, la cautela los preside. Fasia habla con emisión de voz tan baja como puede. No puede tanto.

FASIA: Es una bestia.

Fredo asiente, le hace señas de callar.

FASIA: Tú no eres un perro.

Fredo agradece sin hablar. Se mecen en gran armonía, en inmensa armonía, en una armonía inexplica-

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Ilustración: Leticia Tarragó

ble. Mientras, el Perro ha tomado distancia para mejor mostrarse.

PERRO: Mira.

Se quita el sombrero, se saca el puro de la boca; es un bulldog. La Paloma no da señales de agrado, mas bien de un profundo rechazo, pudiera no ser terror, más bien una incontrolable desconfianza, abre las alas, se levanta del suelo. El Perro la mira, él no tiene alas.

PERRO: ¡Alto allí! ¡Abajo! Una, dos, tres, ¡abajo!

PALOMA: (Vuela aquí y allá dejándose caer, luego elevándose y otra vez al suelo. Hace como si buscara una migaja) No te veo, Perro, busco un bocado de pan para alegría de mi pico amarillo; no, Perro, no te veo.

PERRO: Mírame. (La Paloma se hace tonta, o es tonta, no sabemos). Mírame, digo.

La Paloma lo ve convencida de que no lo ve. Lo ve por puro compromiso. No lo ve y sí lo ve. Fasia, desde el trapecio interrumpe sus vuelos, un paréntesis en la felicidad.

FASIA: ¡Estúpidos!

Fredo le tapa la boca con la mano. Paloma los ve, siente celos de Fasia.

PALOMA: (Al Perro). Estoy buscando una brizna de paja, una migaja, gaja, gaja. PERRO: Mírame.

El Perro se quita la máscara.

PERRO: Te doy la cara.

Paloma está desorbitada. El Perro es real y profundamente un bulldog, muy parecido a su máscara, quizá de un color más oscuro. Él flexiona los brazos y las piernas para mostrar los músculos.

PALOMA: No veo, eo, eo.

PERRO: ¿No? ¿Ni siquiera mi corazón trombón?

Paloma niega con la cabeza. ¿Qué dirá este ejemplar masculino, tan absurdo?

PALOMA: ¿Nunca has visto un palomo?

El Perro recuerda al fin una experiencia, pasada y no tan pasada; una hermosa experiencia digestiva, se toca el vientre grande e insaciable, barril sin fondo

PERRO: ¿Palomo, lomo, lomo? ¿Adobado el Palomo?

La Paloma huye aterrorizada. Pero ya no hay lugar en el trapecio. Fredo y Fasia se mecen discretamente. Perro se echa en el suelo. Se revuelca, sube las cuatro patas, hace coqueterías de perro.

PERRO: De niño me cortaron la cola.

FASIA: (Ronca e irreprimible). Tuviste suerte, suerte, mucha suerte, porque…

Fredo le tapa la boca a Fasia. Quiere que no se haga sentir: una relación después de todo, puede iniciarse con una sola frase.

PERRO: ¿A quién le mordieron la garganta?

Paloma aletea horrorizada. Ella quisiera un trapecio, porque aunque invisible, ella siempre tuvo un trapecio, momentáneamente inadvertido: un lejano trapecio en el recuerdo.

PALOMA: A nadie. Nadie, nunca, de nunca y de nunca muerde gargantas, lomos, pechugas.

FASIA: (A Paloma). Mentira, tira, tira. A mí me mordieron la garganta.

Silencio. Perro se rasca la espalda contra el suelo. También el trasero, por fin se acomoda con los brazos cruzados debajo de la cabeza. Ladra un poco para hacer buen ambiente.

PERRO: Lengua, diente, diente.

PALOMA: Cosa tan obscena. Algunas personas deberían vivir en su perrera.

FASIA: Y otras personas en su nido de agujeros en la pared, sin chiste alguno, calentando sus huevos y arrullando su sandia pareja. (A Fredo). Cucurrucú, cucurucú, cucu, cucu, cursi.

PALOMA: Y hay muñecas sin casa de muñecas.

PERRO: (Levantándose). Oigo como quien oye llover y no se moja. Gua…u….Gua…u. Voy a hacer ejercicio. Soy figura central, el héroe de los héroes, el gran perro de la canistería de la esquina.

Música para perros héroes. El Perro pega carreras, salta, sin mas motivo que su vitalidad. Paloma lo ve con desconfianza, los otros con desprecio porque están muy arriba, muy fuera de su alcance. Entra Gato, incapaz de caminar en línea recta. Negro, con tenis blancos y un tapa colas blanco, más bien extraño. Si hubiera guantes para guardar la cola… Pero no hay. Se pastorea junto a las paredes, las toca con los hombros, con el lomo. Es su placer sin duda. Silencio.

GATO: ¿Con qué objeto pegas tantas carreras?

Paloma se asusta en forma mucho más definitiva, cae del techo su trapecio invisible y personal. Se sube, ya en el aire, se sopla con una de sus blancas alas.

GATO: No sé qué puede haberle pasado a esa señora.

Perro deja sin terminar una carrera danza, cosa que él intentaba para no perder el centro escénico.

PERRO: Todo te sería perdonado si fueras una persona inteligente.

GATO: Y a ti nada te sería perdonado aunque fueras una persona inteligente. Y además…

· 17 · Para MÁS señas

Para MÁS señas

Perro ladra, ladra y ladra para que no se escuchen las palabras del Gato y este, finalmente obligado por las circunstancias, maúlla, largo y tendido. Se escucha un repique de tacones y castañuelas. Música flamenca. Aparece la Gata, bailando, envuelta en un mantón, con la cola enredada en la cintura.

PERRO: (Quizá contento). Eso faltaba. Canta animalerías, es muy culta.

Gata se sueña a sí misma: flor de gata, nata de gata, coquegata, gatártica, ártica, pelártica, gata fatal. Toca las castañuelas, retuerce los brazos, se desata la colagata: el Gato pierde la compostura

GATO: Gata, más decencia. Préndete la colagata con un alfiler. Si viene al caso, puedo prestarte uno.

GATA: Me he desnudado en todos los tejados de esta cuadra. Y de la que sigue.

PERRO: Es cierto. La dama no miente.

GATA: (Al Gato, sin dejar de bailar). Y tú estabas presente.

GATO: En la cuadra que sigue. Yo no estaba presente.

PERRO: Pero yo sí. Yo la vi. Es cierto.

Gato siente celos, frunce las cejas, levanta una cola frenética, arquea el lomo, silba.

FASIA: (Al Gato). Yo también la vi. Estúpido. Si no quieres testigos sean más discretos. Nunca he entendido por qué los gatos no tienen dormitorio.

Perro ve al Gato con escepticismo, se prepara para invitar a bailar a la Gata, se frota la cara, también las manos, se revisa el atavío de campeón Por fin le extiende la mano a la Gata, quien no ha dejado de bailar bulerías, animalerías y gantoterías.

PERRO: Trombón, Campeón bailón. GATA: En-gan-ta-da.

Se anuda la colagata en la cintura y se entrega en un gatopaso de tango, brillante y hermosísimo. Bailan profundamente concentrados, con la frente arrrugada, magníficos, sensuales, animales. Gato quiere interrumpir.

GATO: (Amenazador). Fffff-Ffff-Fff.

No le hacen aprecio y él pierde concentración con la música, de pronto baila con ellos un complicado tango de tres. Baila gato y no olvida, de vez en cuando recuerda que él es celoso; posesivo, manipulador, insincero y mañoso. Perro baila, con estoicismo, con la Gata profundamente abrazada como si fuera suya.

FASIA: Desde que llegó ella super que esto iba a acabar mal, ¿tú no bailas?

Fredo, sonríe.

PALOMA: Quizá sí. Me siento tan tranquila… Cuando se vayan podemos hacer una fiesta.

FASIA: Ilusiones tuyas. Cuando llegan éstos, llegan para quedarse.

Una trompeta. Atención. NO de cuartel, no de blues, no de jazz, una trompeta para anunciar el despertar de un rey… o de una reina. Aparece Catalina. De Rusia sin duda alguna. Todos callan, el baile se interrumpe. La Paloma baja a hacerle una caravana rapidísima.

FASIA: Tonta. Esa reina es un bulldog.

FREDO: (Bajo). Emperatriz, es una bulldog. Fíjate bien. Trae manto de armiño, el mundo en la pata, cetro de diamantes y corona.

PALOMA: (A Fasia). Seguí el protocolo y nada más. La Emperatriz no se mueve. Se oyen diversos toques reales. Corneta, clarinete.

CATALINA: (Con su aterciopelada voz). ¿Dónde está el padre de mis hijos?

GATO: (A la Gata). ¡Lo sabía! Corazón trombón es un traidor.

GATA: La traidora soy yo y no quiero competencia.

Gata repiquetea sus hermosas gatañuelas negras, encantadoras. Catalina la mira. Mira el aire Imperial que la rodea.

CATALINA: (Terciopelo en la voz). He tenido treintaséis hijos en cinco camadas.

PERRO: No estuve presente, no los conozco y no los conté.

GATA: ¡Bravo!

GATO: No es enteramente cierto. Hay un puntito, cinco minutitos de mentira.

CATALINA: Vivíamos en una perrera imperial. Y yo, diariamente, te lavaba la cara.

PALOMA: Qué asco. Solo es permitido rascarse la cabeza, matar un piojito y comer ese mismo piojito, no otro.

GATA: (Al Gato). Siempre he dicho que lavar así la cara no es de buen tono.

· 18 ·
Ilustración: Leticia Tarragó

GATO: Pero es Imperial. Me gusta.

Fasia hace trapeciosidades que Fredo copia minuciosamente.

FASIA: Jaja-jaja-jajajá. Qué porquería. (Ronca, fuerte la fasiosa voz). ¿Verdad, Fredo?

FREDO: ¿Para qué gritas? Aquí estoy.

FASIA: ¿No te has caído?

FREDO: (Cayéndose). No.

Cae dulcemente, llega al suelo sin maltratarse: se posa en el suelo.

CATALINA: ¿Cómo se llama el señor mi súbdito?

PALOMA Y FASIA: (Al unísono, a gritos). Es súbdito mío.

PERRO: ¡Y pensar que me habló de las camadas que nunca vi!

FASIA: (A Fredo). ¿Cómo te bajaste? No es fácil bajar de un trapecio imaginario.

PALOMA: El mío es invisible y nada más. Y nadie más. Es único e imaginario… también.

GATA: Feo, horrible, ¿quién puede bailar en esa porquería?

Fasia baja de prisa como en un telesférico. Va a agredir a la Gata, pero ella saca las uñas, las muchas, veinte uñas; Fasia las cuenta y regresa al trapecio invisible. Catalina acaricia su pecho enjoyado, sus aretes, se mira sus anillos de brillantes. Habla solo porque es condescendiente.

CATALINA: Vulgar, vulgaris, vulgarum, bulldoga.

FREDO: ¿En qué lengua se expresa su Alteza Imperial?

CATALINA: Las emperatrices y las madres de familia no contestan preguntas y son siempre respetadas. Decidme vuestro nombre.

FREDO: Fredo, su Alteza Imperial.

CATALINA: ¿Con una De o con dos?

Pregunta jamás hecha, un nombre es un nombre, ¿qué tiene que ver con las letras?

FREDO: (Por fin). Yo tengo varias cosas dobles, su Alteza Imperial, pero no la De.

CATALINA: Yo poseo el don de la palabra.

Fasia allá arriba, confusión en el alma, por mal camino el pensar, peor que el volar.

FASIA: Ja já – jajá-jajajá.

FREDO: Eso me ha parecido y os felicito.

De pronto se inspira. Fredo, inspirado, es irreprimible. Canta y baila una danza tropical.

FREDO: De la palabra el don.

De la palabra el don.

De la palabra tiene

su Alteza, de la palabra el don

GATA: Ese no es mi ritmo.

GATO: Envidia.

Catalina, sorprendentemente, pone en movimiento toda su majestuosidad de matrona y emperatriz y se lanza a bailar con Fredo. Es difícil, ella no suelta sus atributos, pero se los pasa a veces a Fredo y él los devuelve. Por fin quedan envueltos en el manto de armiño. Todos miran con desaprobación.

PALOMA: Perra tenía que ser. Perdidamente enamorada de un… pues de un… Nosotras, no.

FASIA: ¿Yo? No. La… esencia de un payaso es… (En voz que ella cree baja). …humana.

Todos se cubren la cara con las manos. Pero Fredo y Catalina bailan en una profundidad amorosa móvil, firme. De repente vemos la peluca de Fredo, de repente la cara sonriente, soñadora, de Catalina. Entre ellos siguen manejando el cetro, el mundo, la capa de armiño.

Pero en rigor, esta danza es la Danza de los Atributos Imperiales.

GATA: Bueno. Qué importa. Ya nos habíamos fijado, decirlo no empeora nada. Campeón, corazón, trombón, tú siempre has sido mío.

PERRO: Puede ser. Voy a regalarte una pandereta. Perro saca una pandegata de su abrigo y se la ofrece a la Gata. Bailan una danza gitana. Gato queda solo en primer término.

Fasia, desde arriba, susurra, no puede hacerse escuchar, gorgorea las palabras.

FASIA: Te quedamos la Paloma y yo.

El Gato se ríe a carcajadas, feamente. Se frota la panza. Se ha convertido en ganstergato. Saca de su bolsillo una boquilla, le acomoda el cigarro. Piensa en un sombrero de fieltro de ala ancha, se lo cala (siempre lo ha llevado). Se acomoda el saco de manera tal que se comprenda que viene armado.

GATO: Chicago 2000. Paloma para mi estómago siempre gánster digestivo y Fasia para que no se me malogre el intelecto, gansteractivo. (Con frialdad gansteril). Abajo. Dije abajo… ¡¡Bajen!!

Está a punto de sacar el revólver chicagoganster cuando Fredo deja de bailar y se le pone enfrente. Catalina, aparentemente asustada, junta las enjoyadas manos imperiales.

FREDO: Basta.

Gato saca el revólver y silba con los verdes gatiojos encendidos, pronto al ataque, tembloroso de furia.

· 19 · Para MÁS señas

Para MÁS señas

GATO: (Shakesperiano). No te interpongas entre el dragón y su ira.

Catalina se quita el manto con cierto método, lo dobla, lo pone en el suelo, coloca encima el mundo y el cetro. Con una forma de caminar precisa y doméstica se acerca al gato, lo desarma, lo rodea con un brazo y con el otro le da tres atroces nalgadas. El gato grita.

GATO: (Asustado). ¡La policía! ¡Las madres de familia! ¡La autoridad real! (Suplicante). ¡Qué me auxilien los ángeles!

FREDO: Ya déjalo, querida. Me has salvado la vida, como siempre. Un Gato sin pistola, no es nada. (Da dos palmadas en el aire). ¡Zape!

El Gato suelta la boquilla, la patea, pierde el sombrero, pega un salto mortal y cae en el trapecio de Fasia.

CATALINA: (A Fredo). ¡Mi héroe! ¡mi agilísimo héroe!

Fredo sonríe modestamente y la abraza.

FREDO: (Con voz de locutor). Vamos a mirar el paisaje. La ciudad de noche frente al balcón, las estrellas impávidas y hasta un dejo de luna como una huella digital.

FASIA: (Grita simultáneamente). Descarado. ¿Qué es esto? Este trapecio es para una persona.

GATO: Puedo sentarme en tus piernas.

Fredo y Catalina, abrazados, contemplan las luces de la ciudad.

FREDO: Nunca tendrás más hijos perros y en cambio voy a llevarte a patinar.

FASIA: (Luchando por el espacio). Vete de mi trapecio. Vete al de la Paloma.

PALOMA: Asesina. Eres una asesina. Con razón leí un libro que se llama La Muñeca Asesina. El gánster me quiere comer.

GATO: Ya no soy gánster. Soy prófugo.

PALOMA: A ver, Fasia, que te divierta con su intelecto.

FASIA: (Interesada a pesar suyo). Bueno… si es así…

PALOMA: (En nota aguda). Jaja-jaja-jajajá.

El Gato le habla al oído a Fasia, el rostro de ella muestra asombro. Catalina y Fredo se vuelven, luminosos. Fasia se tapa los oídos.

FREDO: Voy a enseñarte a patinar.

CATALINA: ¿Con manto o sin manto?

FREDO: Como quieras.

CATALINA: ¿A la rusa de Rusia?

FREDO: Te queda mejor. Vamos. Al agua.

Suena vals Sobre las olas. Catalina y Fredo se lanzan a patinar sobre un mar invisible con unos patines transparentes, pero con todos los movimientos del más olímpico concurso de patinaje. Catalina se cae, Fredo la levanta. A veces Catalina se cuelga de Fredo y lo tira, caen los dos, ella lo levanta. A veces enseña ella, a veces

él. Todos los miran.

PALOMA: Sadomasoquistas. No hay como volar.

El Perro y la Gata han respondido al vals. Entran bailando muy formalmente.

GATA: A la vienesa, Perrocan.

PERRO: ¿Por qué me dices así?

GATA: Para afirmar tu esencia canosa.

PERRO: Siempre he tenido canas.

GATAS: Yo solo en los bigotes.

PERRO: No vayas a pintártelas, te hacen gracia.

GATA: Eso me han dicho. Qué bueno que sabes bailar valses.

PERRO: Ni remedio. Es de mala educación escuchar dos músicas al mismo tiempo.

Gato desde arriba, se ha acomodado muy desacomodado, Fasia también.

GATO: Entonces, ¿para qué hablan? Es peor escuchar al mismo tiempo música y gemidos.

PERRO: (En la oreja de la Gata). Dijo gemidos. No es tan tonto.

GATA: Claro. Nos unen los gemidos, lo demás es ladrar y maullar.

PERRO: Yo gimo, tú gimes. Somos almas gimelas.

FASIA: (Con aquella voz). Im-bé-ci-les. (Mira a los patinadores). Y en cuanto a la otra parejita. No se puede patinar sin agua.

FREDO: ¿Qué dijo esa resentida?

CATALINA: (En una figura complicada). Que… no… se… puede… patinar… sin agua.

FASIA: Qué bien oyen. Maniáticos.

Fredo a Catalina en un evidente y supuesto secreto que se oye en todas partes.

FREDO: No se puede patinar en agua. Pero ella no lo sabe, nunca la invité a patinar.

CATALINA: Vamos a guardar este secreto. (Patinan maniáticamente).

FASIA: (Al Gato, de sorpresa). ¡Zape!

Fasia golpea las manos. Gato brinca y cae en sus cuatro patas, ve para todas partes.

GATO: Abusas de que tengo reflejos hechos.

FASIA: ¿Qué es eso?

GATO: Como cuando te dan cuerda. (Gato sube los hombros, da señales de desprecio). Estoy enojado contigo. Voy a bailar Sobre las olas con unos amigos terrestres. No puedo patinar en agua y soy invenciblemente… prófugo. Camino por los tejados, me oculto en las azoteas, siempre al acecho y cuando se acerca un pájaro descuidado…

PALOMA: Basta. Asesino confeso. (Triste, muy triste) No sé qué quiero en la vida. Todo me decepciona.

Gato va a bailar vals con la Gata y el Perro.

PERRO: Bailón, soplón, tentón.

GATA: ¿Te conozco?

· 20 ·

Gato no les hace caso y así como bailó el tango, baila el vals. Grotesco, claro. Perro y Gata no le ponen atención, como si solos estuvieran, porque Gato gatosea de todas las maneras posibles.

FASIA: (A la Paloma, despectiva). ¿No te convendría una pareja?

PALOMA: No. Los palomos son insistentes, pegajosos y solo saben dos sílabas. Curu. ¿Te imaginas eso? Todo el día ¡curucucú-curucucú! Es para enloquecer.

FASIA: Así tuve un amigo. Tenía cuerda. Le dabas cuerda y decía Pa Ma Pa Ma-Pa-Ma, hasta que se le acababa. Claro, después de oírlo nadie le daba cuerda.

PALOMA: ¿Y tú? ¿Qué haces cuando te dan cuerda?

Fasia le da la espalda a la Paloma. Es evidente que ésta tocó su cuerda más sensible. Acaba la música.

FREDO: Catalina Tercera recibe la medalla de oro de estos juegos olímpicos. (La saca y se la da).

GATA: (Rápida). Yo renuncio a la de plata.

CATALINA: Ésa es para Fredo. Ustedes han quedado fuera de concurso, no se admiten parejas de tres. (Le pone a Fredo su medalla).

GATO: Yo iba solo. Deben darme la de cobre.

CATALINA: Llegaste tarde, echaste a perder el futuro de la otra pareja y no hiciste ninguna aportación artística.

GATO: No hay justicia en el mundo. Todo sucede porque no pertenezco a una mafia.

GATA: (Al Perro). Te lo dije. Con ellos no se puede tratar. Nosotros no tenemos ambiciones artísticas.

FASIA: Vamos a darte un premio especial porque hiciste el ridículo, no ganaste nada y además todo pasó porque dije, ¡zape!

Gato sale disparado y va a dar sobre los hombros de Fredo. Catalina lo agarra, lo sacude, lo tira al suelo, quizá lo mordería, en otro momento.

CATALINA: Tú no perteneces a este mundo Imperial de campeones olímpicos. Fredo y yo. No hay tercer premio.

Gato maltratado, prófugo, frustrado, engatecido al mínimo, se arrastra por el suelo.

GATO: ¿Dónde está mi premio especial?

Fasia tira desde arriba una medalla con listón y todo. Gato la recoge y la revisa.

GATO: Premio a la perfección técnica. Fábrica de Muñecas La Fasia. No es olímpica.

FASIA: (Con la voz, la ruda voz). Pero es única. Bestia felina, indigente, peluda, exigente y… ¿qué otra cosa puedes esperar?

Gato se trauma. Se guarda la medalla en el bolsillo y en otro, la colastra. Se acerca una música de tap. Oh. La boquilla por allí, el sombrero por allá. Gato negro, notable bailarín de tap, gato que zapatea como una máquina telegráfica, manda mensajes, dice palabras y es

admirado, loado por sus impresionables amigos. ¿Qué mensaje estará mandándoles?

Aplauso cerrado. El Gato se detiene y el zapateo sigue. Claro, gato usa tenis. Es un fraude.

GATO: Fin de mi corto estrellato.

Hace como si saliera, pero vuelve a entrar caminando, retorcido como un gato, con indiferencia fingida.

GATA: Corazón trombón, te lo dije. Este quiere el centro escénico. Está lleno de ambiciones secretas y siniestros propósitos.

FASIA: El triunfo, el aplauso, el centro escénico.

PALOMA: ¿Cómo qué?

FASIA: El triunfo, el aplauso, el centro escénico.

PALOMA: Soy más bien tímida. Mis emociones son discretas.

FASIA: ¿Eres hipócrita cucurucu?

PALOMA: Si viene al caso. Claro, todos los días viene al caso. Así es mi vida.

FASIA: ¿Quieres un consejo? ¡Descárate!

Paloma ve a los de abajo, la miran, esperan, ¿qué esperan? ¿Es morbosa curiosidad? Ella se para en una pata roja y luego en otra pata roja, se cuenta los dedos. De pronto, como un relámpago, echa a volar y baja un globo azul. Se lo da a Catalina, con una caravana.

FASIA: (Enojada). ¿Sigues pensando que es emperatriz de todas las Rusias?

Catalina toma el globo y agradece con la sonrisa tibia que jamás será helada de una emperatriz de las quince Rusias. Paloma hace otra caravana.

FASIA: ¿De qué se trata? A ver: ¿de qué se trata? De veras eres hipócrita, qué persona tan ridícula. Mírame a mí. Te voy a mostrar lo que hiciste, para que te des cuenta.

Extiende sus preciosas alas de mariposa, vuela exquisitamente, locamente, aquí y allá, busca un globo amarillo y se lo da a la Gata con una caravana burlona.

FASIA: A su alteza Real, doña Bulería. Homenaje a la gatontería genial de sus tacones. A la gatoviolencia de sus gatañuelas y a la absurda y alarmante elasticidad de su gaticola.

Gata, sin decir palabra, la agarra entre sus zarpas, la echa al suelo, juega con ella. Gato viene enseguida, dispuesto a colaborar en ese juego.

PALOMA: (Sabia y profunda). Por no saber a quien se le da un globo.

El Perro ladra, rescata a Fasia.

GATA: (Enojada). Ya enseñaste el cobre, animal.

PERRO: Y tú también. Y tú, Gato, también. Nunca, ¿me entienden? Nunca se ha de lastimar una mariposa.

· 21 · Para MÁS señas

Para MÁS señas

Gran silencio. Gata agarra su globo, Gato se para junto a ella.

GATO: Acepto la reprimenda. Aquí no ha pasado nada. Estoy desarmado, pero no esposado. De cualquier modo me rindo.

GATA: (Mira de reojo al Perro). ¿Se habrán terminado para siempre ese tango, ese vals, ese repiqueteo?

Fasia está en el suelo, con una quietud que no le va. Ella es ruidosa, ronca, clásica y parpadeante.

Fredo le dice un secreto a Catalina, le pide una autorización y ella asiente.

FREDO: ¿Puedo entonces intervenir?

CATALINA: Por supuesto. Siempre que sea bajo mi responsablidad.

Fredo se acerca a Fasia, busca algo en su espalda, es la cuerda. Fasia se levanta, estira sus piernas exquisitas, sus alas, las puntas de sus pies. Baila bellamente con esa musiquilla asmática de los cilindros. Luego canta con gran disgusto de ella misma.

FASIA: (Con voz aguda). Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca, no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca.

Todos ríen. Fasia va hacia Fredo y lo abofetea.

FASIA: Es la vulgaridad del fabricante. Nunca lo he hecho a propósito.

FREDO: Yo solo quería que recobraras el sentido.

FASIA: Pues lo lograste. Gracias. (Le da otra bofetada). Muchas gracias.

Catalina se acerca, los gatos se alejan, la Paloma se mece

PERRO: La intención era buena.

CATALINA: (Aterciopelada). Fasia, si vuelves a pegarle a Fredo, escribiré una orden de extradición.

PALOMA: (Allá arriba). ¿Qué es eso?

GATA: Un papel que sirve para irse o para regresar.

PALOMA: Yo voy y vengo sin recibir órdenes.

CATALINA: Justamente, por eso es un castigo. Fasia, tienes la palabra.

FASIA: (Ronca). Afortunadamente, se me acabó la cuerda. Gracias a todos.

PALOMA: Vamos a repartirnos los globos y si queremos, regresamos.

Acto de repartición de globos. La música explosiva de una batería, o quizá una triunfante fuga de Bach. Se reparten los globos, también al público.

Salen. Cuando han salido queda en la pista un bello globo rojo y el Perro.

PERRO: Silencio por favor. Yo soy el autor de esta obra, por lo tanto, se llama como yo: Corazón trombón y mi segundo apellido, Campeón. Yo quería solamente mostrarles eso: mi Corazón trombón.

Cuernavaca, 7 de diciembre del año 2000

Agradecemos a Daniela Isabel De la Fuente Esquinca, por su apoyo con la transcripción de esta pieza teatral.

· 22 ·
Ilustración: Leticia Tarragó

Preeminencia del

Palabras preliminares 1

Dice la leyenda que el codex fue inventado por los primeros cristianos con el propósito de ocultar sus textos sagrados. El rollo resultaba engorroso y demasiado visible; plegar la hoja de papiro en cuatro o en ocho permitía a los lectores de la palabra de Dios llevar los libros en los pliegues de sus togas sin que nadie se apercibiese. Nacen así, para beneplácito de los lectores ambulantes, los antepasados de los libros de bolsillo. Otros prefieren pensar que fue Julio César quien enviaba plegadas en forma de librito sus cartas personales, inventando así los primeros tascabili. Sea como fuera, el libro de bolsillo precede al libro de tamaño mayor como una suerte de modelo visionario, anticipando las guías de teléfono y los antifonarios. Más tarde, cuando el codex remplazó definitivamente al rollo, el prestigio del texto requirió tamaños cada vez más inmensos y, como de minimus non curat lex, las leyes y decretos oficiales de la Edad Media desdeñaron el aspecto práctico del libro de bolsillo y exigieron formatos descomunales e incómodos. Las otras artes siguieron el ejemplo de las legales y el libro de bolsillo fue relegado al servilismo de algunos breviarios y libros de horas. Pero los verdaderos lectores siguen prefiriendo la intimidad de un libro portable.

Esta introducción pseudo-histórica es necesaria (creo) para identificar al libro de bolsillo como talismán del lector viajero. Dos características esenciales lo definen: su dócil tamaño y su voluntad nómade. Es por eso que el santo patrón de los libros de bolsillo es (o debería ser) un tal Lemuel Gulliver, viajero infatigable y minucioso cronista del minúsculo reino de Lilliput. Discreto, móvil, manuable, modesto, el libro de bolsillo es, de toda biblioteca, el volumen que más se pliega a la voluntad del lector. Porque es portátil, no exige que se lo lea en un lugar determinado, como los paquidérmicos volúmenes de una enciclopedia; porque es barato, no provoca en el lector que quiere garabatear en sus márgenes el sentimiento de lèse majesté que causan sus más aristocráticos hermanos de tapa dura; porque es pequeño, no desdeña el bolso ni, obviamente, el bolsillo, y se deja llevar a la cama como el más dócil de los enamorados.

Deambular, pasear, viajar son actividades intelectuales. En busca de libros (tanto ediciones de bolsillo como volúmenes gargantuescos) y de bibliotecas (algunas exageradamente famosas, otras vergonzosamente secretas) Javier Vargas de Luna ha recorrido, y recorre aún, nuestro mundo volviendo páginas y abriendo bibliófilas puertas. No viaja solo: sus companeros de ruta son John Dos Passos y Joseph Conrad, Isak Dinesen, Fernando Pessoa, P. D. James y John Steinbeck, como también los jóvenes escritores de América Latina.

Sin embargo, a pesar de tales ilustres compañeros, la lectura (como Javier Vargas de Luna bien sabe) es siempre un acto solitario, aunque su consecuencia lógica es el impulso de compartirla con otros, de tomar a un amigo por el brazo y llevarlo a ese pasaje que tanto nos conmovió, nos iluminó, nos llenó de azoramiento o felicidad. Este impulso ecuménico nació una tarde inconcebiblemente lejana, alrededor del fuego, cuando empezamos a contar historias para compartir nuestras experiencias con nuestros congéneres, y también aprender de las suyas. Hoy seguimos contando historias, seguimos escribiendo y seguimos leyéndolas por esas mismas razones. Esta es la aventura que nos cuenta Javier Vargas de Luna en su libro.

San Agustín comparaba la lectura a un viaje en el que la memoria recupera el territorio recorrido y busca en el horizonte las páginas aún por recorrer. “Lo que ocurre en el conjunto de una obra”, escribe en Las confesiones, “ocurre también en cada una de sus partes, en cada sílaba. También para acciones más vastas, de las cuales la lectura parcial no es sino un fragmento, como la vida de cada hombre en la cual cada acción es un capítulo o un párrafo. Y también para las generaciones humanas de la cual cada

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1 De Bibliotecas ajenas de Javier Vargas de Luna, Colección Ficción, Editorial de la Universidad Veracruzana, 2023.

vida es un fragmento legible”. Como bien lo entiende Javier Vargas de Luna, vida y lectura se reflejan mutuamente.

“La literatura siempre se explica mejor con literatura,” afirma sabiamente. También con el acto físico de la lectura. Los antiguos entendían que leer era una acción que se ejecutaba con todo el cuerpo: con los ojos para rescatar el texto de la página, con las manos para rozar la piel del libro, con la boca para pronunciar las palabras y darles alas de modo que no se queden muertas en el papel (como dice el adagio latino, “Scripta manent, verba volant”), y también con el meneo corporal al ritmo del texto para poder rescatar el sentido y atesorarlo en la memoria y en la sangre. Este es el iluminado viaje al que nos invita Javier Vargas de Luna.

Nueva York, 30 de mayo, 2019

Los amuletos anteriores 1

huyendo de cualquier fuente desde donde confluyera la luz. A diferencia de quienes la enfermedad (sobre todo en la niñez) les procura el resguardo y compañía de los libros y la lectura, a mí me cegaba y dejaba, si bien no envuelto en la oscuridad, sí cubierto por un velo rojo sangre, color que traslucían mis párpados cerrados al evitar la temida y sufrida luz diurna.

Leer no era imposible pero sí dificultoso. Pasaba mis mañanas, en el tiempo de mi niñez, confiado y guiado por el resto de mis sentidos, (que, paradójicamente, no incrementaron su sensibilidad). Varios de mis juegos de entonces tenían que ver con mirar y mal mirar. Me explico: cuando el malestar dormía y mis ojos y yo andábamos libres por todos los sitios en los que habita la infancia, aprehendía cuanto pudiese ver con nitidez. Cazaba pues, según yo, imágenes en estado puro. Mis imágenes favoritas eran las que dormían fijas en los libros, en las enciclopedias y libros de arte que, en colecciones, daban forma y cuerpo a la biblioteca familiar, la de la casa de mis abuelos, que fue mi casa, el sitio donde hendí con mis raíces la tierra. Prefería por sobre todos los libros a las enciclopedias, con sus lomos preclaros con letras doradas y chocantes, ordenadas alfabéticamente, dispuestas en unos entrepaños “modernos” que se sostenían a la pared del salón como cornisas salientes de cristal y aluminio, estables por no sé qué tornillos reforzados que mantenían en su sitio a esos estantes tan frágiles, sobre los que descansaban los libros, siempre al borde del precipicio, esperando el momento de saltar, suicidas, como los lemmings. Las enciclopedias fueron mis primeros libros. Ordenados, los volúmenes forrados de tela azul se reunían muy pegados entre sí, todos sin saltarse el orden del alfabeto, todos como vagones de tren. Los volúmenes enciclopédicos aunque similares entre sí, cada uno con su propia particularidad, entre ellos había unos con el lomo más gastado que los otros, mostraban los hilos del forro deshilachado por el uso, y no temían la comparación con los que se mantenían casi nuevos y polvosos. Recuerdo que en un volumen roído y gastado vivía toda la fauna dibujada del mesozoico; y dentro de otro, con el lomo pelado y las hojas sueltas, habitaba todo el reino animal antropomorfo, que representaba, una y otra vez, las fábulas de Esopo y más adelante, según se avanzara en las páginas amarillentas, las de La Fontaine.

Padecí por largo tiempo, durante mi infancia, una enfermedad extraña, no obstante, común: conjuntivitis crónica primaveral. La sintomática de la afección traía consigo un ardor y picor constante en los ojos, además de un lagrimeo irregular, sin olvidar la sensibilidad extrema a la luminosidad, es decir fotofobia, que me obligaba a pasar largos ratos

1 En VV. AA, Universidad Veracruzana Coatzacoalcos y Minatitlán. Una iconografía, edición de Alberto Tovalín Ahumada y Édgar García Valencia, colección especial, Editorial de la Universidad Veracruzana, 2019.

Sé que puede parecer que no fijo bien la vista en la diana, ni que apunto en dirección de sus anillos, porque deambulo lejos del tema capital de este escrito: mi relación con la lectura un andar sobre los pasos de mi biografía lectora. Sin embargo, vale la pena aclarar que, como casi todas, mi primera lectura fue iconográfica, pues prescindía del texto y me quedaba siempre con las ilustraciones; las veía a detalle y memorizaba el trazo, las pausas y los cortes en las líneas, las aristas y las ondulaciones en las formas para hacer en mi memoria, blanca entonces, calcas casi precisas. Después, secretamente, esperaba la mañana, en la que la enfermedad despertara conmigo para volver entonces a las ilustraciones consabidas. Y otra vez frente a ellas abría los ojos y la picazón aparecía con un grito de irritación incómoda bajo los párpa-

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dos. El miedo al ardor hacía que mis ojos alargaran sobre ellos una sábana traslúcida de lágrimas y yo, entre cada página, tenía que frotarme con profusión los ojos; en ese momento aparecían de inmediato los fosfenos flotando e iluminando las imágenes, que antes parecían fijas en el papel, pero que, a través del malestar, regresaban a su estado líquido de tinta. Entonces el dibujo del Diplodocus, desenfocado, iba y venía, adelante, aquí enfrente, muy cerca de mi rostro y después allá, más lejos, otra vez en el papel. El constante lagrimeo lo hacía escurrirse de un solo trazo desde su cabeza, luego descendía por todo su largo cuello, hasta su cola, diluyéndose lejos de la página como una serpiente en el agua. Y en las fábulas, el grabado de la charca húmeda de ranas se prolongaba cenagosa arrastrando consigo las letras negras y enlodadas, que lo iban enturbiando todo.

La enfermedad no daba tregua y la búsqueda del remedio había agotado las citas con los alergólogos, que practicaban conmigo una especie de ritual taurino pues me llenaron de banderillas como a los toros, me clavaron agujas y más agujas, hasta que la conclusión fue dejar que el tiempo y la niñez se llevara la conjuntivitis, como lo hace con tantas cosas más al asomo de la pubertad. Una vez que los médicos hicieron esta prescripción, aparecieron los charlatanes y los remedios caseros: se optó primero por compresas de manzanilla sobre los ojos, después un té amargo hecho con el pedúnculo de las fresas… Yo fui durante ese tiempo un paciente escéptico, pues, nunca mejor dicho, me faltaba “ver para creer”. En fin, el caso era que seguía padeciendo un mal que deformaba mi vista y dificultaba cualquier actividad visual. No sé quién aconsejó que para mi enfermedad no había mejor remedio que derramar sobre mis ojos leche materna y, aunque tal cura parecía improbable, resultaba oportuna, pues la hermana de mi madre, mi tía, se encontraba recién desembarazada de mi prima. Entonces se dispuso, de inmediato, que todos los días, por las tardes, mi tía derramara sobre mis globos oculares un chorro blanquecino rico en inmunoglobulinas. Así, me recostaban con la advertencia de mantener bien abiertos los ojos y no parpadear, mientras mi tía acercaba primero el seno izquierdo para verter su leche sobre mi ojo zurdo, y después el otro, del que brotaba el alimento de mi prima her-

mana, que se administraba en mi ojo diestro. Tras suministrarme esta medicina tenía que permanecer en reposo con los ojos cerrados, mientras el exceso de leche materna escurría por entre mis párpados y pestañas, en tiras largas de lágrimas blancas. Lloraba entonces la leche brotada de los mamelos gigantes de mi tía, ella como una Virgen lactante y yo como un Bernardo de Claraval, que recibía el Premio lácteo sobre los ojos. Tal medicina no significó ninguna cura, la enfermedad resistió.

A mí me ocurrió lo que Sartre cuenta en Las Palabras, pues no sabiendo leer “…ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires; sentía que la prosperidad de [mi] familia dependía de ellas”.2 Para la mía, ahora me queda claro, así fue, porque hubo un día en que desaparecieron. Es posible que el espacio donde se encontraban los libros cediera el lugar a otros objetos, es muy probable que figuras de santos y algunos adornos fueran obligando a ir guardando los libros en cajas que terminaron por desaparecer entre el polvo, no lo sé, solo sé que ocupó el lugar de los libros un vacío hondo de largo descenso, donde el mundo idealizado durante mi infancia se fue disolviendo. También sé que la prosperidad familiar inició entonces una agonía silenciosa. En los huesos del hogar fue germinando un cáncer que habitó secretamente en los muros de nuestra casa, hoy décadas más tarde, una ruina que roe el salitre y el sol; palacio de qüijas y gineceo de mi madre, mi tía, una prima y dos perras.

Pronto tuve que llenar la ausencia, esta primera orfandad, con nuevos libros que ocuparon el lugar de los otros, el sitio de esos anteriores amuletos que conocí en la modesta biblioteca familiar. La tarea de disponer estos nuevos libros era difícil, en Coatzacoalcos solo había dos librerías entonces, una religiosa a la que yo temía entrar por sus cristos exageradamente lacerados por un sádico pincel y que veían vacíos de misericordia desde las paredes donde estaban colgados y por las ancianas mal encaradas que atendían la librería. La otra era un comercio triste, sin novedades y títulos de disciplinas técnicas, muy poco memorable.

Ignoro qué hados literarios auspiciaron el hallazgo único de algunas novelas, cuentos y libros de poesía entre los estantes del mítico local de “Revistas Coatzacoalcos”. El caso es que esa suerte puso en mis manos y ante mis afectados ojos libros nuevamente. Esta vez libros sin ilustraciones.

El camino hacia ellos no fue un recorrido inmediato, seguía padeciendo la conjuntivitis y codiciando ilustraciones para alimentar mi mirada hambrienta siempre de imágenes, con las que en ese tiempo, algunos dirán, que debido a una malformación cognoscitiva, entendía todo. Pero como apunta Carlos

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2 Jean-Paul Sartre, La Palabras, Losada, Buenos Aires, 1964, p. 30. Una vista de la ciudad de Coatzacoalcos en la década de 1960. Fotografía de Héctor García. Fondo Fernando López Arias, Caja núm. 2. Sobre núm. 130, foto núm. 461. Col. agev.

Fuentes en el pasaje de su novela Terra Nostra, donde traduce la socorrida frase de Santo Tomás de Aquino: “‘Nihil potest homo intelligiere sine phantasmate’”: Nada puede entender el hombre sin las imágenes. Y las imágenes son fantasmas’”.3 Al recorrer las páginas de estos nuevos libros, libros sin ilustraciones, descubrí el maridaje delicioso de las palabras tipográficas y de las palabras figuradas con las que también era posible invocar imágenes, imágenes no impresas, fantasmas que la imaginación produce. El género de iniciación fue la poesía. Fue una brecha abierta que me enseñó un andar desconocido hasta ese momento, la lectura. Empecé con los poemas más cortitos y con algunos haikus incomprensibles entonces, más tarde me engolosiné con poemas que guardaban en su centro palabras desconocidas y otras prohibidas para un niño. Por ejemplo, memoricé a Quevedo y su “Desengaño de las mujeres”, no entendía aún la verdad contenida cuando, temprano ya sentenciaba que: “Puto es el gusto, y puta la alegría” y con énfasis lirico impostado me llevaba una mano al pecho para decir “Mas llámenme a mí puto enamorado”.

Un lugar especial en mi memoria guarda el primer libro leído de cabo a rabo, sobre el que con pasos cortos tracé una línea recta. Donde torpe y titubeante avancé página a página delante, viendo detrás la estela de capítulos enteros. Embebido por la historia narrada, avanzando en un viaje de no retorno en mi

formación como lector. Ese primer libro me aguardaba oculto en la biblioteca pública de la ciudad, la biblioteca “Quetzalcóatl” a la que acudía con mi mamá que en aquel año estaba escribiendo su tesis de licenciatura. Bello y menudo el ejemplar de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, se encontraba escondido como si el viejo Billy Bones lo hubiera puesto a salvo de los caballeros de la fortuna que le perseguían, lo hallé en medio de la grieta que formaban los cuerpos de otros libros. Nada más abrirlo solté las amarras de La Hispaniola, fue un viajé primerizo al caribe antillano en busca de las “piezas de ocho” y las barras de plata que el capitán Flint y sus hombres ocultaron en la isla en forma de dragón que sobre sus patas descansa en medio de una mar sin calma. Abierta la ruta náutica, natural para mí que nací en la frontera de la tierra y el mar, continúe entre los libros que dispusieran un mar abierto y naufragable, donde busqué entre mil líneas al pirata John Long Silver, que se me había escapado de la novela de Stevenson, dejándonos huérfanos a Jim Hawkins y a mí, y aunque se transfiguró de mil maneras en las diversas lecturas a través de pícaros y bribones, no lo hallé más, recorrí en vano el mediterráneo que devoró a los niños cruzados de Marcel Schwob, y océanos enteros, prisionero en el Nautilus del Capitán Nemo.

Años más tarde, como se diagnosticó, la enfermedad cedió a la alta dosis de hormonas de la pubertad. Y la pubertad me puso en el umbral de la adolescen-

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3 Carlos Fuentes, Terra Nostra, Joaquín Mortíz, México, 1975, p. 561. Edificio donde funcionó la Escuela de Iniciación Universitaria y la Facultad de Ciencias Químicas, ubicado en la avenida Colón, en Coatzacoalcos, Ver. 1975. Col. ahCv

cia. Entonces en mi vida lectora se inició un capítulo fundamental, un capítulo caro que da inicio a mi relación con la Universidad Veracruzana. Yo tenía quince años cuando se inauguró la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información (usbi) del campus Coatzacoalcos, y pese a que la nomenclatura no hace justicia como nombre a la biblioteca, habría que rebautizarla, dedicar su edificio a alguno de nuestros escritores por ejemplo. La usbi, decía, supuso para mí un nuevo oasis para continuar mis aventuras literarias. Mi educación secundaria la cursé en el turno vespertino en una secundaria pública, técnica e industrial. Estudiar por las tardes me hizo dueño de mi tiempo por las mañanas, pues encima mis padres trabajaban a esas horas esto puso a mis pies algo valioso e irrenunciable: libertad sin supervisión, sin cortapisas ni condiciones. Quizá desilusione leer que a mis quince años y con un abanico abierto de posibles aventuras —amorosas, eróticas, psicodélicas, etc.— acudía todas las mañanas a leer a la biblioteca de la universidad, como la Matilda de Roald Dahl, salvando las distancias entre este personaje y yo en aquellos años. Leía literatura, solo eso, nunca sentí la curiosidad autodidacta de leer libros de materias técnicas, o de ciencias sociales, mucho menos de ensayos pedagógicos ni que decir de tratados médicos. Quizá leí, sin comprender, algo de filosofía, estoy seguro que me acerqué algún libro de historia, si así fue hoy lo he olvidado. Lo que sí recuerdo es que en la usbi, insisto inadecuado nombre para una biblioteca, para la de Coatza y para todas las de la uv que llevan las burocráticas siglas de usbi; leí el terrible diario de viaje de Pierre Chapernne, Mi viaje a México o el colono de Coatzacoalcos, en el que el joven francés, superviviente de un engaño que lo hizo emigrar junto con otros compatriotas bajo la promesa de un mejor futuro en un sitio, desde siempre, y sobre todo en el siglo xix, inhóspito, insalubre e inhabitable; Coatzacoalcos. La advertencia de Chapernne quedó fija en mí tras la lectura del diario “para que estos recuerdos puedan ser provechosos a los jóvenes aventureros que los leerán, sepan que [...] perdí mi dinero […] y que no aprendí más que una cosa, a sufrir”.4 Hoy la ciudad que se impuso a la selva y los esteros, al calor, la arena y el salitre, le debe a Pierre Chapernne y a sus compañeros de viaje una efigie, una calle. O al menos el recuerdo, aunque tal cosa es imposible en una ciudad que padece, como Macondo, de la peste del olvido. Sé que esta última sentencia resulta necia dentro de un libro que tiene la intención de hacer memoria. Permíteme lector la crítica y la necedad. •

En la usbi hice lecturas capitales, tuve en mis manos libros agoreros, oráculos de un futuro desconocido. Me explico: recuerdo que en la biblioteca leí cuentos sin par, novedosos para mí que había dedicado mis lecturas a algunos clásicos iniciáticos y novelas de

aventuras. Allí leí a Sergio Galindo y guardé para mí “El retrato de Anabella”, lo mismo hice con “Victorio Ferri cuenta un cuento” de Sergio Pitol y con Enrique Serna y todo su libro de Amores de segunda mano. A Elena Poniatowska, y sus Cuentos de Lilus Kikus, y en otro libro su “Juchitán de las mujeres”, donde leí que en Juchitán (Aztlán para los zapotecos de Coatzacoalcos, tierra mítica para cualquier istmeño en todo caso), “los árboles tienen corazón, los hombres el pito dulce o salado según se apetezca”5 y que las mujeres allí son “mujeres grandotas, mujeres montaña […] a las que no les duele nada, macizas, entronas [con] el sudor chorreándoles por el cuerpo, su boca en estricta correspondencia con su sexo [, y] sus ojos [una] doble admonición.6

Todo esto era nuevo para mí y suponía un descubrimiento no imaginado, pues hasta entonces conocía poco de las posibilidades narrativas, y de las inagotables formas de escribir literatura. Ignoraba desde luego que Sergio Galindo era el fundador de la histórica Editorial de la Universidad Veracruzana, institución que a la fecha en que esto escribo es mi casa. Desconocía por completo a Pitol y su obra, no tenía idea de quién era el autor de aquel Infierno de todos, y a quien años más tarde conocería en Xalapa, ni que incluso sería su cicerone en alguna ocasión. Fueron las horas en las bibliotecas de la universidad las que signaron mi destino, las que antecedieron a mi intención de estudiar Literatura en la uv, las que dieron cuerda a un reloj invisible que marca el tiempo de mis días en la Editorial. Si se me permite creer en los presagios; fue aquel tiempo en el que se escribió mi destino como lector que no es otro, que el de levantar un adoratorio con los monolitos que mencionaba antes Sartre y en él convocar las imágenes de mi memoria y los fantasmas que habitan dentro de los libros de la biblioteca. Alberto Manguel apunta en su ensayo “Elogio de la lectura”, que “Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de lectura sino tantas historias como lectores”.7 La que he contado en este escrito, es un simple apunte de la mía, es un precoz y distraído esbozo de mi biografía como lector, con él solo he pretendido celebrar el encuentro con los libros, amuletos de todas mis vidas.

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4 Pierre Chapernne, Mi viaje a México o el colono de Coatzacoalcos, Conaculta, Fonca (col. Mirada Viajera), México, 2000. 5 Elena Poniatowska, “Juchitán de las mujeres”, Luz y luna, las lunitas, México, 1994, p.77. 6 Ibíd., pp.77-78 7 Alberto Manguel, 2006, “Elogio de la lectura”, El País (Babelia), sábado 22 de abril.

Jazz y todo lo demás de Julián Ruesga

Bono

se suma a la colección

Biblioteca

Lamúsica popular cubana constituye una de las tradiciones musicales más dinámica y sofisticada del mundo, donde la improvisación desempeña un papel tan

importante como en el jazz. Su principal característica reside en el uso de ritmos y percusiones de origen africanos que se introdujeron en las músicas criollas cubanas durante la segunda mitad del siglo xix. No hay que olvidar que Cuba fue el último territorio americano en abolir la esclavitud, 1886, y que mucha de la herencia musical afrocubana incluye estilos directamente relacionados con las religiones sincréticas afrocubanas (Manuel, 2004: 127), conformando una sonoridad percusiva muy relacionada con las percusiones tradicionales de África Occidental. El percusionista Mongo Santamaría, nacido en 1922, era nieto de africano y el entorno social en el que creció y adquirió los rudimentos del manejo de la percusión afrocubana estaba integrado por ancianos antiguos esclavos. Igual sucedía con Chano Pozo, nacido en 1915, también nieto de africanos.

Justo, la base expresiva de la música orquestal de baile cubana

reposa en el ritmo creado por la sección rítmica, formada por contrabajo, piano y percusión. El bajista goza de una relativa libertad para hacer variaciones y funciona como un percusionista con los tambores, con el mismo sentido de percusividad y ataque. A veces estas variaciones pueden consistir en mínimos matices microrítmicos que intensifican el ritmo. Por su parte, el piano latino, en general, resalta más el ritmo y los contrastes de texturas que la línea melódica y la armonía (Manuel, 2004: 141). Finalmente, la percusión resalta el intrincado ritmo compuesto y lo aviva mediante variaciones improvisadas, provocando con frecuencia una intensidad hipnótica. A partir de la década de 1950, algunos percusionistas, como Cándido Camero, Armando Peraza, Francisco Aguabella, Patato Váldes, Tito Puente y Mongo Santamaría, fueron dando relevancia solista a timbales y bongós en las improvisaciones.

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con un conjunto de ensayos que abonan en la comprensión del jazz como música global, sus materializaciones en diferentes lugares del mundo, y su apropiación por músicos de otras culturas en contextos sociales diferentes al de su origen.
Bernard Lahire
propone una novedosa aproximación científica al fenómeno de los sueños. Nos presenta en La interpretación sociológica de los sueños, los distintos paradigmas y disciplinas que han estudiado

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