El mensajero del lector
Entrevista a Adolfo Castañón, al celebrar 70 años de vida, y al poeta chileno Raúl Zurita
Obras ganadoras del Premio Nacional al Estudiante Universitario en las categorías Carlos Fuentes, Luis Arturo Ramos y José Emilio Pacheco
Regresa el Festival de la Lectura y su recorrido por el estado para leer la Biblioteca del Universitario
“Elogio de la feria”, por Alberto Manguel
La Editorial UV cumple 65 años y presenta algunas de sus novedades Poemas de Gabriela Mistral y Eduardo Lizalde
Regresa la FILU a la Casa del Lago UV Edición dedicada a la República de CHILE
Foro académico. Tiempo de cambios: movimientos sociales, democracia y políticas públicas
Puerta de ENTRADA
La edición 2022 de nuestra Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) es la edición del retorno: a una feria que busca recuperar el carácter comunitario a que toda fiesta del libro responde por naturaleza, dando preferencia, así, a las actividades presenciales, sin dejar de apoyarnos en la virtualidad; a la Casa del Lago como sede central de sus numerosas y diversas actividades: presentaciones de libros, conferencias, foros, etc., y a las páginas del boletín que el lector tiene en sus manos y que, en esta nueva época, busca seguir siendo lo que fue en sus orígenes: un lugar de encuentro entre la labor editorial de la Universidad Veracruzana y sus lectores, un espacio de difusión de sus novedades editoriales, una manera de acompañar al libro y a sus lectores.
Como todas y todos ustedes recuerdan, la pandemia obligó a suspender la FILU 2020, una feria cuya organización ya conocía avances importantes y que, paradójicamente, tenía a China como país invitado. Un año después, en el 2021, en un esfuerzo destacado y encomiable, la feria se llevó a cabo en modalidad virtual a través de una plataforma levantada ex profeso para difundir los libros de las editoriales reunidas en la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (EULAC), y en la Red Altexto, así como los de las editoriales comerciales. Las 250 actividades que formaron parte de este festejo se difundieron a través de Facebook Live y del canal de YouTube de la FILU. De nuevo teniendo a China como país invitado, a lo largo de seis meses, de lunes a viernes, se logró salvaguardar el espíritu que desde siempre ha animado a nuestra fiesta del libro y se llevaron a cabo las principales actividades que la caracterizan: el foro académico, que en esa ocasión tuvo como tema central “Saberes ancestrales. Realidades virtuales”; la entrega de las Medallas al Mérito Universidad Veracruzana y de los premios Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo y Nacional al Estudiante Universitario, conferencias, presentaciones de libros y talleres.
Hoy, una vez superadas las condiciones más adversas que nos impuso la pandemia, volvemos a una feria que busca reencontrarse físicamente con la comunidad universitaria y la sociedad en general; que va al encuentro del otro, el que le da razón de ser y el que la convalida; que busca vivir el gusto y el placer por el aquí estamos y aquí seguimos. Con las medidas sanitarias a que la situación nos sigue obligando, la edición 2022 llevará a cabo cerca de 350 actividades y contará con la presencia de más
de 400 editoriales. La FILU recupera su espíritu comunitario.
A lo largo de sus 24 años de existencia, nuestra feria del libro ha tenido numerosas y variadas sedes. Inició labores en un espacio bello y sencillo: el Centro Recreativo Xalapeño. Su edición 2019 la albergó un espacio grande y funcional: el gimnasio Omega. Entre una y otra sede hay varias diferencias, pero la principal es la que da cuenta del crecimiento cuantitativo y cualitativo de la FILU. Entre una y otra edición, asimismo, la feria conoció otras sedes. Una de ellas fue, precisamente, la Casa del Lago, la sede a la que hoy vuelve. Vuelve a ella animada por dos razones centrales: es un espacio propio de la Universidad Veracruzana, y es un espacio hoy en día pensado para eso: para el encuentro con el otro, con la comunidad, con la sociedad en general, la sociedad a la que se debe y a la que sirve, la sociedad con la que busca compartir su apego al libro, a la lectura, a la cultura. La FILU vuelve a Casa.
Con el mismo espíritu que lo anima desde sus orígenes y con nuevas secciones (aunque básicamente con la misma estructura), CORRE, LEE Y DILE busca dos objetivos centrales: dar cuenta del estado que guarda la Editorial UV, y acompañar a la FILU 2022. En el primer caso, incluimos breves adelantos de los títulos que circulan en estos días (algunos de los cuales se presentan en la FILU), entrevistamos a un viejo amigo y autor de nuestra Editorial, Adolfo Castañón, y ofrecemos secciones diversas en torno al libro y la lectura: un breve ensayo, citas, correspondencia…
En el segundo caso, además de pasar revista a las principales actividades de la Feria, dedicamos varias páginas al país invitado: Chile. En este caso, entrevistamos a Raúl Zurita, reproducimos fragmentos de libros de autores chilenos publicados por nuestra instancia editora, y recordamos a dos figuras clave de las letras chilenas y las letras universales: Gabriela Mistral y Pablo Neruda.
Una novedad la constituye la publicación de los trabajos ganadores del Premio Nacional al Estudiante Universitario en sus tres categorías: Carlos Fuentes, ensayo; Luis Arturo Ramos, relato, y José Emilio Pacheco, poesía. De esta manera, nos sumamos al reconocimiento que, en el marco de la FILU, se entrega a los ganadores de este certamen.
Bienvenidos, pues, a las páginas de CORRE, LEE Y
DILE LINO DANIEL GERMÁN MARTÍNEZ ACEVES AGUSTÍN DEL MORAL TEJEDAPara MÁS señas
Un viaje breve con Adolfo Castañón
Por Germán Martínez AcevesAdolfo Castañón cumple 70 años. Viajamos a la Ciudad de México, al sur, en la zona coyoacanense, para encontrarnos con él, con sus vivencias, con sus recuerdos, con sus lecturas. Ahí, en su departamento que es oficina, que es biblioteca, que es hemeroteca, habita sus horas de lectura y escritura acompañado de los libros de Alfonso Reyes, de Octavio Paz y de Pedro Henríquez Ureña, cada uno en su nicho especial en los libreros.
Sentado en su sillón, rodeado de pilas de libros y documentos, Castañón, con su amabilidad y su serenidad, comenta parte de su vida. Como un sabio griego, sus palabras documentan su biografía. Aquí comienza el viaje en sus propias palabras.
Estatura: Un metro en prosa y verso setenta centímetros de estrofa
Peso: Ocho toneladas en tierra Seis sueños y doscientos verbos a 1970 metros de altura sesenta cruces bajo el agua 1
Adolfo Castañón: Nació el 8 de agosto de 1952 en la Ciudad de México; ocho del octavo mes; 1+9+5+2=17; 1+7=8. El 8 marca su vida. Se llama así porque mi fecha de nacimiento coincidió con el natalicio de un maestro de mi papá: Jesús Castañón Rodríguez. Coincidió también que el mismo día en que yo nacía a las seis de la madrugada, mi papá se recibía de abogado, el maestro del jurado era el maestro Adolfo Menéndez Samará. Cuando felicita a mi padre, él le dice: 1 Todos los fragmentos de poema corresponden a “Señas particulares”, Había una voz, Editorial UV, 2000
“también felicíteme porque acabo de tener un hijo”. Entonces el profesor exclama: “¡Ah, pues ese muchacho tiene que llamarse como yo porque yo también nací en este día! Voy a ser su padrino de nombre”.
Me llamo Adolfo por este filósofo Menéndez Samará, es un pensador olvidado de la época de José Gaos, con quien llegó a tener correspondencia. Eso de alguna manera marca mi vida, así como el hecho de que haya nacido en la casa de Jesús Castañón Rodríguez.
Germán Martínez Aceves: Se levanta momentáneamente de su sillón y de entre libros y documentos diversos saca una fotografía en blanco y negro en la que se ven funcionarios vestidos de traje con la elegancia de la década de los 50 del siglo XX
AC: Esta foto es en una feria del libro en el pabellón de la Secretaría de Hacienda en 1955, las hojas que se ven son del Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda. Mi padre fue el editor de este periódico en el que colaboraban historiadores y economistas.
Nací en la casa del redactor de ese periódico, que estaba llena de libros y revistas. Me eduqué entre ellos desde que tuve conciencia. En ese contexto conocí a muchas personas, por ejemplo, a Andrés Henestrosa, a Manuel J. Sierra, el director del periódico; el otro director era el oficial mayor de la Secretaría de Hacienda, Raúl Noriega Ondovilla, quien fue un periodista cardenista interesado en arqueología; él tenía unos estudios sobre el Calendario azteca que Octavio Paz cita en la primera edición de Piedra de Sol.
La Secretaría de Hacienda estaba en el Palacio Nacional. En la parte trasera existía la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, donde iban a dar los libros incautados de las iglesias. No era como el Archivo General de la Nación, pero sí un repositorio muy importante de los periódicos y los documentos oficiales, históricos y políticos de México en el siglo XIX. Esta biblioteca
ahora está en la calle de República de El Salvador, en el centro de la Ciudad de México.
Mi papá nos llevaba a mi hermana, Margarita Josefina, y a mí, para acompañarlo en su trabajo; ya fuera algún sábado o en las vacaciones. Una de las secretarias de mi papá descubrió que a los niños les gustaba mucho irse a encerrar al gran depósito de la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada. Nos las pasábamos ahí mucho tiempo, donde nos sucedió una anécdota significativa:
En 1963 llegó a México el presidente de la entonces Yugoslavia, Josip Broz Tito. Invitaron a todos los burócratas para que saludaran al mandatario yugoslavo, pero a mi papá y a sus compañeros se les olvidó que los niños estaban en la biblioteca. Mi hermana y yo nos quedamos encerrados durante varias horas. Apagaron todas las luces. Ella estaba aterrada; no sabíamos qué iba a pasar. Solo esperábamos que en cualquier momento salieran las ratas. Yo había observado que había unas escaleras corredizas que iban de un extremo a otro. Discurrí que nos iban a llevar al fondo de la biblioteca o a la salida. Se lo dije a mi hermana y lo hicimos. Primero me equivoqué de sentido y nos fuimos al final de la biblioteca. Nos tuvimos que regresar en la obscuridad oyendo a las ratas que salían y tropezándonos con los libros. Finalmente salimos. Ya que vimos la luz comenzamos a manotear para que nos vieran y así nos rescataron.
De esa enseñanza supe que era capaz de no perderme en una biblioteca, aunque estuviera obscura, porque tenía sentido de la orientación, sabía la posición del lugar, dónde estaban el norte y el sur. Podía salir del laberinto.
Ojos: Abiertos veintiséis horas Ocho los días del año Presbicia precoz y estrabismo generacional Mayor acuidad en el ojo derecho Si amanece (98.79/100)
En el izquierdo Acuidad de 92.300/100 en la luz Turbia de los eclipses Relación entre presión sanguínea y Párpados: 12/5
Ya hablé de mi papá, ahora debo hablar de mi mamá, Estela Morán. Era dentista, iba a trabajar en las mañanas en un dispensario odontológico que tenía la Secretaría de Educación Pública en la calle de Guatemala. Les sacaba las muelas o los dientes a una cuota de 15 o 20 chiquillos. Después tenía un break al mediodía y se iba a un segundo trabajo al hospital de la Secretaría de Hacienda, en Tacuba. Regresaba a la casa, tenía un tercer turno con atención privada. En medio de todo eso se las arreglaba para educarnos.
Mis padres invirtieron en nuestra educación. Eso hizo que, a pesar de las situaciones económicas, ellos estuvieran muy atentos a que tomáramos clases de inglés, de francés, de piano, de equitación, de esgrima; ellos querían que entráramos al Colegio Alemán, pero no se pudo.
Hice mis estudios en la primaria “Francisco César Morales”, en la colonia Educación; la secundaria en la Oficial Número 53; la preparatoria en la Número 6, en Coyoacán; digamos que soy animal de Coyoacán.
Cuando entro a la preparatoria en 1968 traía una obsesión: ponerme al día con la lectura. Necesitaba tiempo. Entonces, alrededor de los 15 años, dejé de dormir una noche a la semana para poder leer. Después me arrepentí porque las personas que leen así de manera desordenada no siempre retienen y leer es retener.
Esas lecturas me llevaron a tener una conciencia crítica en relación con la política. Siempre pensé que la actividad política se desarrollaba en la investigación, en los libros, en la experiencia intelectual, razón por la cual, cuando llega el 68, sí iba a las manifestaciones, sí participé, pero en realidad sentía que la cosa iba por otro lado.
Mis padres estaban aterrados después del 2 de Octubre. Me mandaron algunos meses a Oregón, Estados Unidos, donde estuve en el invierno 68-69 aprendiendo inglés, pero, sobre todo, apartándome de cualquier tentación política.
Regresé a la Facultad de Filosofía y Letras en 1971. Me hice amigo de un pequeño núcleo de personas que tenía que ver con la familia Alatorre Guzmán. Así conocí a los hermanos Yolanda Iris y Enrique, alias Argel, que a su vez eran primos de Silvia Alatorre Frenk y sobrinos de Antonio Alatorre y Margit Frenk, hijos de Enrique Alatorre.
Ese contacto fue muy importante porque la cultura que traía era muy distinta a la que ellos tenían. Enrique era un hombre muy vital, le gustaba andar en motocicleta, en una BMW, ir al campo, practicaba el budismo zen, hacía un tipo de literatura alternativa, leía a Li Po y, además, tenía muchos amigos escritores.
Gracias a Enrique conocí a José de la Colina, a Jorge Ibargüengoitia y al propio Antonio Alatorre, que para mí no era maestro sino el tío de mis amigos. Ese grupo de amigos fue muy importante en mi conformación autobiográfica.
Color: Bronce rojizo: de la raíz a la ropa diversas tonalidades de castaño
Nariz: Respingada perfil de gnomo disposición a la travesura sensible a los gases de plomo profético y a los rayos del sol augural (Tres estornudos seguidos todas las mañanas al mirar el sol)
En 1973 escribí un libro para la colección Duda que me encargó Eduardo Lizalde. Me lo pagó muy bien y con ese recurso decidí comprarme un boleto de ida para ir a Europa; estuve once meses entre Bruselas, Francia, Italia, Grecia, Israel, Turquía y España.
Eso fue enormemente importante para mí porque aprendí a valerme por mí mismo con muy poco dinero. Nunca robé ni vendí mi sangre, en cualquier sentido, y me las ingenié para sobrevivir.
Llegué a Israel, tenía la fantasía que me había inducido Nelson Osman, un compañero escritor de la
cabae nativa, ritores. a, a Jorre, que os. Ese conforda que bien y de ida uselas, a porque o dine er senbía inr de la
Facultad, de que podía participar en la construcción del complejo turístico Eilat, al sur de Israel, pero cuando llego a Tel Aviv los soldados de migración me dijeron que en Eilat no iba a resistir ni medio día porque el calor es muy fuerte y “tú eres un chamaquito de 65 kilos”. Entonces tenía dos opciones: o me regresaba a México o trabajaba en un kibutz.
Así es que trabajé en el kibutz de Jalab, en Israel, en turnos continuos. Conocí Tel Aviv y Jerusalén.
Salí de Israel por la Guerra de Yom Kippur, fue un conflicto armado relámpago, cuando terminó, los del kibutz me dieron permiso de ir a Eilat, fue casi como premio. Estar en un país en guerra no es cualquier cosa. Tomé un autobús, cuando llegué a Eilat, que estaba cerca del frente de batalla, me tocó dormir en un hospital militar, que es donde me podían alojar los del kibutz. Ahí me tocó ver a las personas que habían sido afectadas, mutiladas por la guerra.
Pero también tuve la fortuna de conocer uno de los mercados más antiguos que existe, es un mercado de trueque donde se intercambian camellos contra caballos, contra mujeres, contra armas. Está en el desierto y es uno de los puntos que se tiene que atravesar desde el centro de Israel, cerca del Mar Muerto para llegar a Eilat. Del otro lado hay una ciudad árabe que se llama Ákaba; es donde estuvo Lawrence de Arabia cuando entra con las tropas inglesas para vencer a los árabes.
Un día, en el marco de la guerra, llegó una patrulla militar con un soldado mexicano. Mis papás se habían movido para que el gobierno mexicano me ayudara a regresar. Tenía máximo 15 días para salir de Israel. Tenía la opción de regresarme de inmediato o irme a otro lado y ese otro lado fue Turquía. Ahí tra-
bajé en una pequeña empresa clandestina de edición traduciendo libros de turismo del inglés al francés. Lo hacía en una máquina de escribir con tipografía turca. Total que gané un dinerillo y tomé barco para regresarme a Francia. De regreso a París conocí a la que sería mi esposa, Marie. Todavía me fui a Montpellier, a Alicante y regresé a París.
Este viaje que realicé a Europa lo hice con la conciencia de que quería tocar el Partenón, el templo de Apolo, en Olimpia, el Coliseo Romano, las murallas de Salomón, la piedra sepulcral de Cristo, y lo hice. El viaje fue toda una novela llena de pequeñas historias.
Mi viaje tenía que ver con el sentido de ir a conocer y tocar las raíces de la leyenda. Me traje la conciencia de que están en cualquier lado en donde uno esté atento a percibirlas y advertirlas. Eso a mí me ha abierto muchas puertas.
Boca: abierta al asombro Lengua: fuera de la boca para seguir a los pies viajeros. Ligeramente bifurcada en la punta del estupor Voz: rápida delgada como un susurro impregnada a pastel de frutas Sombras para el oído
Cuando regreso a México, un año después, ya no retomé la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras. Traía una gran cantidad de visiones, de experiencias, de inquietudes. Mejor decidí empezar a trabajar. Gracias a David Huerta, que me presentó con Carlos Monsiváis, trabajé como redactor en La Cultura en México de la revista Siempre; el suplemento era una revisión de las grandes figuras de la literatura mexicana del siglo XX. Se hicieron números dedicados a José Vasconcelos, a José Revueltas, a Octavio Paz. Llegó el momento para Alfonso Reyes y la pregunta fue: ¿a quién se lo vamos a encargar? Ah, pues a Castañón. Gracias a ese encargo de Monsiváis hice mi primera lectura de las obras completas de Alfonso Reyes, y me ha acompañado a lo largo de toda la vida no solo como interlocutor externo sino también interno: he tenido la fortuna de hacer trabajos diversos sobre don Alfonso como antologías, sus obras completas y sigo trabajando en Reyes. Poco después, casi al mismo tiempo, entré como corrector en la revista Plural.
Una de las cosas que había hecho antes de irme a Europa fue un curso de lectura rápida con esta idea de que tenía que leer y leer; tenía ciertas destrezas y astucias para leer de manera rápida. Esto también me abrió las puertas al Fondo de Cultura Económica (FCE), en donde de nuevo, gracias a David Huerta, entré en contacto con Jaime García Terrés, quien me contrató para sacar adelante el primer concurso de novela internacional que organizó el FCE. Se les habían acumulado 300 manuscritos y ya se acercaba la fecha del fallo. Entonces apareció Castañón, leyó los manuscritos y sacamos el premio. Eso me aseguró una entrada al FCE
En algún momento llegué a tener cuatro trabajos: en el FCE, en Siempre con Monsiváis, en Plural, y corrección y revisión para la revista Mundo médico, dirigida por Federico Campbell, que sería muy impor-
señas
tante porque gracias a él publiqué mi primer libro: Fuera del aire.
En ese contexto empezaron aparecer o reaparecer personas que yo conocía, como Juan García Ponce o Salvador Elizondo. Llega el momento en que me instalo dos años en el FCE. También participé en el Seminario de Cultura Nacional en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde conviví con José Emilio Pacheco, con quien tuve una amistad importante.
Colaboré en la revista Nexos por invitación de Monsiváis, pero su dinámica me hizo ver que no iba a hacer largos huesos ahí. Me regresé al FCE, hablé con Jaime García Terrés. Entonces, mi segunda antigüedad, que había comenzado en 1975, ahora fue de 1979 a 2003. En ese proceso tuve un recorrido muy importante donde fui corrector, traductor, dictaminador, coordinador de La Gaceta, director de distintos proyectos y cuidador de ediciones, particularmente de las de Octavio Paz, con quien tuve una relación importante a lo largo de la historia; digamos la sigo teniendo todavía. Me tocó hacer con él, primero, el ensayo general de sus obras completas: “México en la obra de Octavio Paz”, y después, con el editor español Ricardo Vélez, hicimos la edición de la obra completa de Paz en 15 tomos. Lo acompañé a Estocolmo cuando recibió el Premio Nobel. Cuidé el libro Pasado en claro y me tocó ser, de alguna manera, un compañero de viaje de Octavio Paz, con quien llegué a tener una relación curiosa entre hijo, esclavo, compañero, cómplice.
La Editorial de la Universidad Veracruzana desde 1957 se advirtió como una apuesta por las notas más altas de la cultura, cuyo mayor acierto “fue la construcción de un catálogo hecho a medida humana”. Debido a estos atributos, “ha realizado durante 60 años una gestión sustantiva, casi de ingeniería, por trazar Xalapa como una ciudad editorial, en respuesta a las tendencias centralistas que solo miran a las grandes capitales.2
Me regreso a mi infancia. A la Editorial de la UV la empecé a conocer a través de las portadas de los libros de la colección Ficción y por la revista La Palabra y el Hombre, que estaban en la biblioteca de mi padre. Quién me diría que iría a ser parte de ese conjunto de la Editorial UV, que conocería a muchas personas, pero principalmente al poeta José Luis Rivas, quien presentó un libro al FCE a través de un amigo, Jordi Soler. Leí el libro y de inmediato fui con Jaime García Terrés, le dije de la manera más vehemente y convincente que había que publicarlo. Esto propició una amistad que ha durado años entre Rivas y yo. Coincidió que él sería el director de la Editorial de la UV. Gracias a su intervención he tenido la fortuna de publicar algunos libros, pero también ser consejero. Siento que la Editorial UV es una de mis casas. Estoy agradecido de formar parte de este grupo que encabezó primero José Luis Rivas, que ha tenido distintos responsables como Celia del Palacio, Joaquín Díez-Canedo, Édgar García Valencia y Agustín del Moral.
En ese contexto también conocí a Sergio Pitol, a quien no lo asocio con Xalapa sino con el mundo. Pitol es muy importante en la historia del ensayo y de la narrativa; con él la vida se convierte en invención, parodia, en traducción. Tengo un libro que está dedicado a la traducción a fines del milenio cuya figura central es Sergio Pitol, quien hizo una escuela de la traducción.
No soy sabio ni ignorante. He conocido alegrías.
Eso es demasiado poco decir: vivo, y esa vida me da el placer más grande.3
En este proceso de encuentros tuve uno con el editor, crítico, filósofo y hombre de letras nacido en París: George Steiner, de quien traduje Después de Babel.
Hay una gran cantidad de historias relacionadas con Steiner al punto de que cuando vino a México me presenté con él, le dije que era el traductor de su libro, lo acompañé a Monterrey y en ese contexto hubo una conversación interesante sobre América Latina, el narcotráfico y particularmente Colombia. Le dije que hablaba cruelmente de estas realidades, pero que hay gente que lee, que escribe y es diferente. Él me respondió: “es usted un personaje, ya verá”. Tres años después me entero de que Steiner me dedicó un personaje que casi lleva mi nombre: Roberto Castañón. Aparece en el cuento “A las cinco de
2 Palabras de Adolfo Castañón en la Feria Internacional del Libro Universitario 2017.
3 “La locura del día” en A veces prosa, Ficticia, 2003.
la tarde” en Los logótratas. Así refrendó una amistad conmigo y con la cultura hispanoamericana.
Algunos años después de su visita a México, Steiner fue galardonado con el Premio Internacional Alfonso Reyes 2007. No pudo venir para recibir el reconocimiento y lo recibió en su casa, en Cambridge, Inglaterra. Me solicitó que le pasara lecturas de Reyes y le hice una lista. Hizo su discurso y solo lo pude rescatar gracias al embajador Juan José Bremer. Creo que con Steiner me unía una profunda simpatía intelectual.
Hay otra anécdota y tiene que ver con mi amigo y maestro José Luis Martínez, director del FCE, a quien le debo haber hecho el libro del epistolario entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. El primer trabajo que me encargó fue hacer un estudio sobre el Códice Borgia. Hice lo que pude, llegué con mi trabajo, lo puse sobre la mesa y lo primero que me dice: “a ver cómo están tus manos”. Yo las tenía de un adolescente que se come las uñas y que tiene destrozado los dedos por los padrastros y los pellejos. Me dice: “tú no puedes trabajar en la editorial con esas manos, tienes que cambiar tu forma de ser, tienes que cuidarte”. Me sentí muy humillado, pero también me entró la lección y he aquí que muchos años después me entero de que esta misma anécdota la cuenta Jean Meyer en un libro sobre su padre, en la que un maestro regaña a un escriba chino por tener las manos sucias. O sea, varios siglos antes de Cristo, se tenía claro que el escriba debe tener las manos y la mente limpias. Por eso tengo en el librero la figura del escriba egipcio que se encuentra en el Museo del Louvre. El escriba para mí es muy importante porque en ese señor pasa la historia por sus ojos, su voz y su mano, para que se asiente en los libros; tiene una gran responsabilidad.
El escritor rumano Émile Cioran dice que la figura mítica de Adán le va poniendo nombres a las cosas, pero en el mundo contemporáneo surge la figura antimítica del antiadán que borra el nombre de las cosas. Creo que en efecto estamos en una oleada anticivilizatoria donde los valores de la memoria están puestos en riesgo. Y no solo lo están los escritores, sino también los árboles, los monumentos, las ciudades, el ambiente, porque el mundo ha entrado en un proceso de deflagración, de implosión, de devastación, o de refundación, que tiene distintos nombres más o menos atractivos, pero cuyo horizonte final es la amnesia como una especie de terapia que nos va a librar del pasado, cuando en realidad el historiador sabe que el pasado siempre nos alcanza.
Las personas que están comprometidas con el saber, como los periodistas que desaparecen, los historiadores o los defensores de los derechos humanos, tienen un común denominador: son los custodios de la memoria.
Yo me siento de la legión de los custodios de la memoria, pero no la acoto a un sistema escolar, sino que la dejo más amplia, donde incluyo a los portadores de la medicina tradicional, a los conocedores de las propiedades de los árboles y de las selvas tropicales, a las pautas de la sociabilidad de la comunidad antigua; en medio de todo eso está la observación,
estar con los ojos abiertos viendo cómo se van componiendo y descomponiendo los granos dentro del reloj de arena y cómo nos vamos adaptando a esos momentos.
Todo tiene que ver con los avatares de la letra, es decir, la letra siempre regresa. El eco de la voz fertiliza y el signo retoña y la cultura no se detiene, sigue adelante en el pasado y en el presente.
Yo tengo una misión de poeta, de ensayista, de narrador, de arqueólogo y de editor; esa familia de heterónimos me ha ido acompañando y a veces he podido practicar una más que otra y trato de mantener el equilibrio.
GMA: El viaje con Adolfo Castañón aún es largo. Lo podemos seguir en sus ensayos, en su poesía, en sus traducciones, donde siempre estará acompañado por “ausentes siempre presentes”: Louis Panabière, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Michel de Montaigne, Augusto Monterroso, Saúl Yurkiévich, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, George Steiner, José Luis Martínez, Émile Ciorán, Eugenio Montejo, José Luis Rivas.
El viaje de Castañón le ha redituado recibir reconocimientos como la orden de Caballero de las Artes y de las Letras de Francia en 2003; el Premio Xavier Villaurrutia, en el 2008; el Homenaje al bibliófilo, Piensa y Trabaja, de la Universidad de Guadalajara y la XXIII Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2009; el Premio Nacional de Periodismo José Pagés Llergo, por el Programa Cultural TV UNAM, 2010; el Reconocimiento al Mérito Editorial Universidad Autónoma de Nuevo León, 2012, entre otros tantos.
Él es Adolfo Castañón, el escriba que plasma las palabras que viajarán de manera insospechada y se perderán en la eternidad.
¡
Al MargenVIVE LA FILU!
La Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), en su XXVII edición presencial, es una ventana de proyección institucional que evidencia el interés de la Universidad Veracruzana (UV) por auspiciar y crear las condiciones para el acceso al conocimiento, el arte y la cultura; una fiesta editorial, del libro y la lectura, que convoca además al debate plural de ideas, al encuentro entre académicos, escritores, artistas, líderes de opinión y audiencias; al reconocimiento del quehacer intelectual y el patrimonio literario, científico, arquitectónico, musical, cinematográfico; al disfrute del arte en sus diversas manifestaciones, así como de la palabra y su capacidad constructiva; un acontecimiento cultural que involucra y cohesiona a la comunidad universitaria, en vinculación con grupos y organizaciones civiles e instituciones educativas y de gobierno, nacionales y extranjeras, en beneficio de la sociedad.
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Retrato: Jorge CerónNi pena ni miedo Una conversación con Raúl
Zurita
Por Lino DanielEn 2021, en el marco de la primera edición virtual de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), tuve la oportunidad de conversar con Raúl Zurita (Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020). Esta charla convocó al poeta que desde Santiago se encontró con Guillermo Quijas y conmigo en el espacio que la telemática dispuso para nuestra cita.
La conversación tuvo dos momentos; uno previo a la hora de emisión del encuentro y otro durante los 50 minutos del evento virtual.
Antes de entrar al aire conversamos sobre el negro aniversario que alcanzará la cifra de 50 años del golpe militar chileno en 2023, así como de la nueva Asamblea Constituyente. El segundo momento, fue la conversación emitida que ahora se fija impresa en esta edición del Corre, lee y dile, no solo con la intención de celebrar la literatura del país invitado de la FILU 2022, sino además con la voluntad de salvaguardar la memoria de una edición celebrada en el contexto de la pandemia; una edición virtual que posibilitó, como en pocas ocasiones, el encuentro con los protagonistas de nuestra lengua. Conjurando así el voluntario olvido de nuestros días. A continuación, queda a disposición de los lectores un fragmento de lo conversado con Raúl Zurita.
Lino Daniel: En torno a la poesía de Raúl Zurita, a mí me gustaría destacar que es uno de los poetas que no solamente quedan fijos en el formato tradicional, que es el libro impreso. Los lectores deben de recordar que Raúl Zurita ha tenido la oportunidad de ver sus versos sobre el cielo de Nueva York, sobre el desierto de Atacama. A mí me gustaría que nos hablara un poco de cómo la poesía encuentra su manifestación más allá de la hoja de papel y por qué hay en su poesía una voluntad de saltar, no solo al espacio público, sino también al espacio de la naturaleza.
Raúl Zurita: Creo, que uno a veces sabe más de los demás que de sí mismo, yo le puedo decir que hay ocasiones en las que uno siente que tiene que hacer algo porque le parece bello, y si lo sientes, tú tienes que tratar de hacerlo. Para mí eso fue escribir poemas en el cielo.Yo lo vi. Fue una cosa de golpe, en medio de una situación complicada. Yo he tenido una vida bastante desesperada, y entonces trataba de imaginar un poema en el cielo, un poema en el desierto. Fue mi forma de no enloquecer. Me imaginaba estas cosas, tantas cosas. Me imaginaba poemas interminables, poemas escritos bajo el mar…
Lo del cielo y lo del desierto sobrevivió. Lo del cielo bastó ocho años para imaginarlo, y lo del desierto 18 años. En todo ese tiempo esas co-
sas vivieron dentro de mí. Solamente yo las podía ver, porque las había imaginado antes. Después hay quién dirá: eso no es poesía… No importa, ¿Qué importa? Ese no es el caso, si tú necesitas hacer algo como creador, como escritor, hay que hacerlo. No te pongas tú las trabas, porque ya vendrán los otros a ponértelas, así que no seas tonto, no te las pongas tú mismo. Esa era una cosa que necesitaba hacer en Anteparaíso; al libro habríaque ir con esa actitud para poder escribir en el cielo, si no lo hubiera hecho no hubiera podido construir Anteparaíso, muerto inédito. Lo mismo lo del desierto; una frase escrita en el desierto que dice “ni pena ni miedo”, de más de 3 kilómetros que solo puede ser vista desde lo alto, estuve 18 años pensándola. Finalmente, cuando ya pensábamos que no se iba a hacer, que ya no habría libro ni nada, era finish. Me entiendes: si no lo hacía se derrumbaba todo. Luego por eso me impresionaba cuando me preguntaban “¿Qué estás escribiendo ahora?”, a esto yo le decía: sea lo que sea ahora no estoy escribiendo, ahora estoy pensando. Si no me resulta este poema que estoy pensando ahora, toda mi vida, toda mi existencia es un FRACASO COLOSAL; nada te garantiza el poema que estás haciendo ahora. Pudiste haber escrito la Divina Comedia, pero si no te resulta, si no te resulta lo que estás escribiendo en este momento, nada de nada te resulta; si tú lo piensas, la escritura es un oficio fregado, porque uno se va poniendo sus exigencias y levanta sus propios castigos…
Un poco de eso soñé con la escritura en el cielo y pensé que era bella, y creo que sí, efectivamente, era bella…
LD: Me gustaría que también habláramos un poco justo de esas nuevas búsquedas con las que asombró a la poesía latinoamericana de su momento, de sus poemas llenos de furia, algunos que en sus versos guardan claves secretas que se van concatenando de un poema a otro, o de sus variaciones poéticas. Recuerdo, para hacer el recuento de su celebrada trilogía, que en Purgatorio, la admiración la propició que usted venía del ámbito no literario a entregarnos un nuevo lenguaje, su lenguaje, que la crítica anotó como cercano al lenguaje científico, mientras que en Anteparaíso encontramos el ajuste con la vida, el ajuste con la violencia, una muestra desesperada del momento trágico que atravesó Chile en el siglo xx y la posterior necesidad de hablar de una patria nueva y una patria difícil. Finalmente, el proyecto que lo vincula con Dante Alighieri, me refiero a La vida nueva, un proyecto que nace en 1973 y concluye en 2018. Hablemos de todo esto...
RZ: Yo no me he propuesto renovar nada, no me he propuesto escribir de determinada forma, he tenido que hacer lo que necesitaba hacer. Para mí, la vida privada, la vida pública, los hechos políticos, nada es ajeno. He escrito poemas un poco grandilocuentes, pero es que he escrito literalmente casi con mi sangre, con todo lo que me aprieta, con todo lo que me duele, con todo lo que sueño. He intentado escribir desde ahí. Entonces hay poemas con girones sangrantes de mí, es inevitable. Si te metes a hurgar en ti mismo, sin falsa seguridad, sin autocompasión, sin los “pobrecito yo”, sin “estos que me han hecho tanto daño”; si empiezas a hurgar en el fondo de la desilusión, te encuentras los muñones sangrantes; todo ser humano tiene esa experiencia dolorosísima que quisiera olvidar, pero olvidar es imposible. No se olvida, de repente una noche despierta en tu memoria algo que creías olvidado y recuerdas toda la suciedad, a ese hijo de puta que te hizo tanto daño. Yo he escrito con todo eso y desde ahí.
Yo nunca me propuse renovar estéticamente la poesía, si sucedió eso nunca fue mi prioridad; mi prioridad era hacer lo que yo sentía que necesitaba hacer, por eso nunca me convenció mucho un gran poeta, Vicente Huidobro. No creo en los programas estéticos antes de la obra. Huidobro es un gran poeta cuando olvida su compromiso estético: escribió el Altazor y después sus últimos poemas son una maravilla. En fi n, no creo en las propuestas puramente estéticas… lo mío nace de lo hondo, es más desgarrador y más esperanzador al mismo tiempo. Sí,
¡
VAMOS AL REENCUENTRO CON LA FILU!
Para la comunidad FILU, el retorno a la presencialidad, manteniendo los protocolos sanitarios contra covid-19, pasa por reconocer la pluralidad y la amplitud de perspectivas que confluyen en estos tiempos de cambio. Por un lado, hay un interés creciente en la población por participar en y apropiarse de los espacios que tradicionalmente promueven el acceso al conocimiento, el arte y la cultura –la demanda de libros impresos y digitales, como la de manifestaciones artísticas, se ha diversificado y va en aumento–, y, por otro, ese interés se extiende cada vez más a las instancias de reflexión y debate sobre problemáticas sociales como parte de la vida cotidiana. Hay un afán, ante todo entre las y los jóvenes, de leer, escuchar, expresarse y comprender qué está ocurriendo. En este sentido, la FILU abre sus puertas para el reencuentro entre expositores de casas editoriales, escritores, creadores de arte, académicos, científicos, periodistas con sus lectores y audiencias, pero también para el encuentro con las generaciones del siglo XXI, ávidas de aprender de sus predecesores y participar en la construcción de su momento histórico desde muy distintos frentes.
EN 2022, CHILE ES NUESTRO INVITADO DE HONOR
porque también imaginé, como tú dices, un Chile florecido. Es verdad, también lo vi. Necesitaba verlo, necesitaba que estuviera allí y si no lo ponía en un libro, ¿dónde lo veía yo?
En 2020, México asumió la emergencia sanitaria mundial provocada por la pandemia de covid-19 en una cuarentena que se extendió por prácticamente dos años, mostrando no solo las inconsistencias del sistema de salud, del sistema educativo o el aparato de justicia, sino además los estragos de la pobreza en amplios sectores de la población: miles sucumbieron a la enfermedad, en numerosos casos por comorbilidades controlables.
En el ámbito educativo, la infraestructura y la capacitación didáctica y tecnológica probó ser insuficiente para atender las necesidades emergentes de estudiantes de todos los niveles, sobre todo en regiones con población rural, campesina o mayoritariamente indígena, donde todo servicio resultaba de por sí precario, al tiempo que el fenómeno de la violencia doméstica, laboral, de género, proliferaba y cobraba nuevas dimensiones.
En Chile, la crisis sanitaria agudizó el descontento social preexistente con respecto a tales problemáticas con características propias y desencadenó una serie de movilizaciones sociales que hallaron eco en otros países del mundo, incluido México: la causa feminista, la defensa de los derechos humanos,
LD: Chile, es notable, es una constante en su obra; la he anotado como “la patria difícil” y he señalado en la lectura que he realizado de sus poemas: la búsqueda de un ideal de construcción de nación. Su país es un ejemplo excepcional del ejercicio democrático en Latinoamérica. En este sentido, la poesía de Raúl Zurita ha sido fortaleza de varias de las demandas y causas sociales de Chile; hoy por hoy los movimientos civiles que han traído nuevos aires de libertad a su patria, tienen como protagonistas a las nuevas generaciones, nacidas después de la dictadura. Las juventudes chilenas llevan en su voz la voluntad renovada de salvaguardar la democracia y el buen gobierno de su país. ¿Podríamos conversar al respecto?
RZ: En Chile están participando los estudiantes del secundario. Son los que tienen entre 12 y 16 años, y partí con ellos en 2016. Han sido un movimiento extraordinario. La presencia de los jóvenes en las protestas, la lucha de las mujeres particularmente, de los que luchan contra un sistema de pensiones abominable, que combaten el egoísmo per se. Ha sido un movimiento creciente y heterogéneo que ha llenado con millones de gentes la calles, pero todo esto comenzó, fundamentalmente, con las grandes movilizaciones estudiantiles, con los grandes movimientos de las diversidades sexuales, con el movimiento de las mujeres contra un sistema patriarcal, pero todo fi nalmente se funde en la gran lucha contra el neoliberalismo, contra el último eslabón del capitalismo, posiblemente el más cruel; el más cruel porque te vende ceniza. Que somete a todo un pueblo endeudado, estancado. Un sistema que durante años ha ido acumulado y acumulando. No te das cuenta que, desgraciadamente, en nuestras sociedades hispanoamericanas la desigualdad es brutal. Entre los que tienen todo y los que no tienen nada, hay un abismo monstruoso y avergonzante. Entonces, es una lucha que se da en Chile, pero es una lucha que todo el sur debe de dar.
Para México, para Xalapa, para la Universidad Veracruzana, para ti: un gran abrazo; un abrazo de fe y esperanza. La vida a veces es terrible, pero debemos seguir luchando, con las armas que tengamos: con las palabras los que luchan con las palabras, para que no triunfe la monstruosidad, para que no veamos el horror que contemplamos. En fi n, toda la esperanza, todos los sueños y la vida futura. Esos son mis deseos para todos ustedes desde acá, y para nosotros también…
Agradecimientos a Arianna Aquino y a Guillermo Quijas, por su gestión para la realización de esta plática y por su compromiso con los libros.
Preeminencia del
Elogio de la feria
Por Alberto ManguelDe El libro de los elogios, Colección Ficción, Editorial de la Universidad Veracruzana, 2004
tas (digamos la de Quebec o de Saint Malo) ofrece en un solo año más títulos de los que podrá leer durante toda una vida un voraz y obsesionado lector que ignorase toda obra anterior y se concentrase únicamente en la última cosecha. Pero saber que una tarea es inacabable no la vuelve menos placentera. Como el esperanzado aventurero de la Biblioteca Universal que propuso Borges, el lector perdido en una feria del libro busca, vanamente, El libro entre los libros y debe contentarse con sospechar su existencia entre aquellos –prometedores, simpáticos, inquietantes, sagaces– que la suerte quiere ofrecerle. Una feria del libro parece sugerir que tal búsqueda no es imposible.
Hace
unos dos mil años, el poeta Marcial, para burlarse de quienes acumulan libros sin leerlos, describió la Calle de los Libreros en Roma, frente al Foro de César, donde podían verse anunciados los nombres de los poetas cuyas obras se hallaban disponibles entre las últimas novedades. Los afiches cubrían los portales: la selección le parecía a Marcial absurdamente vasta. ¿Qué diría entonces de los miles y miles de autores cuyos nuevos títulos invaden los terrenos de las ferias de libros alrededor del globo? Como un bazar o un cementerio, los editores elevan sus tiendas a mausoleos para exponer sus nuevos productos o nuevas reliquias: en estas ferias, la permanencia de un libro importa menos que su novedad. Hermanando la venta de libros a la venta de pan y de queso, los editores anglosajones hablan ahora de the shelf-life of a book, su duración en la estantería, dando lugar a listas de best-sellers que se convierten de semana en semana en el ubi sunt de nuestras literaturas. ¿Qué se fizo Morris West? ¿Pawels y Berger, qué se fizieron ?
Quien recorre estas ferias del libro (como editor, como escritor, como simple lector) siente los avasalladores efectos de un arte convertido en industria. El codicioso lector de Marcial hubiese podido acumular cincuenta, quizás cien libros en la Calle de los Libreros; hoy, una feria del libro de las más modes-
Hay diversas especies de ferias como hay diversas especies de lectores. Hay ferias conmovedoras, como la de Bogotá, que trata de mantener un grado de lúcida dignidad en medio de la locura que acosa al país entero; ferias discretas, como la de Perth, que se abre y se cierra de la noche a la mañana, como una flor tropical; ferias de exquisita especialización, como la del libro de montaña, de Banff, donde solo se exponen obras sobre alpinismo, flora de las alturas y poemas inspirados por el Monte Fuji y el Aconcagua; ferias abrumadoras, como la de Chicago, cuyo obvio emblema es la Torre de Babel; ferias caóticas, como la de Buenos Aires, que comparte el sitio de exposición con un mercado de artesanías y una exposición de perros de raza; ferias políticas, como la de Miami, donde se combate por el reconocimiento del idioma español en los Estados Unidos y donde las diversas facciones cubanas pueden agredirse literariamente; ferias del retorno a la infancia, como la Feria de la Historieta de Angoulême; ferias desdeñosamente comerciales, reservadas casi exclusivamente a editores y agentes literarios, como la de Londres; ferias para exquisitos, como la del Libro Antiguo de París, donde por 20 000 dólares podía comprarse hasta hace unas semanas un ejemplar de la primera edición de Ficciones con una dedicatoria de Borges a Victoria Ocampo. Y hay ferias cordiales hechas, al parecer, para complacer a los lectores, como la Feria del Libro de Madrid.
La más antigua de las ferias aún hoy en existencia es la Feria del Libro de Frankfurt, la feria (como decía Víctor Gollancz) “de los grandes embustes y pequeños embustes”. En sus comienzos fue una feria agrícola, pero sabiendo que todo puede venderse, los mercados de pollos, vino y legumbres hicieron lugar a principio del siglo XV a los vendedores de papel y pergamino. El 12 de marzo de 1455 (misteriosamente conocemos la fecha), Enea Silvio Piccolomini, enviado del Cardenal de Carvajal a la Feria de Frankfurt, escribió a Su Eminencia acerca de un nuevo producto
Pero para nosotros, la vasta mayoría de lectores, ansiosos de descubrir qué nos cuenta cada primera página virgen, saber que todos los años las ferias del libro nos ofrecerán nuevos consuelos, tentaciones y enigmas (aunque imposibles de conocer en su totalidad), es menos una amenaza que una promesa, y menos un desaliento que un desafío. n r n a o s s s e a , a , , r r n e a o
en el mercado. Se trataba de “cierto número de folletos de cinco páginas de varios de los libros de la Biblia, de letra muy clara y precisa, sin ninguna falta” y que Su Eminencia “habría podido leer sin esfuerzo y sin gafas”. Piccolomini quiso comprar una de esas maravillosas biblias para su Cardenal pero no fue posible: “incluso antes de que los libros estuvieran terminados ya había clientes dispuestos a comprarlos”. El notable creador de estas biblias llevaba por nombre Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg; con el sentido práctico del mundo comercial, lo redujo a Johannes Gutenberg. En poco tiempo, el libro impreso invadió el mundo entero: la primera imprenta española data de 1472, la primera en el Nuevo Mundo de 1533, instalada en la Ciudad de México. Nuestras ferias del libro cosechan hoy sus frutos.
En los templos del antiguo Egipto, los sacerdotes catalogaban los libros de sus dioses y vendían a los fieles manuales de viaje para el mundo de los muertos; hoy la tarea está en manos de los editores que nos proponen, año tras año, nuevos manuales para nuevos mundos. Es posible, como pensaba Lutero, que a un lector persistente le baste un solo libro. Para Robinson Crusoe, ese libro es la Biblia; para el asesino de John Lennon, El guardián en el centeno; para Amundsen, allá los en los vastos hielos de Polo Sur, El retrato de su Sacra Majestad en sus soledades y sufrimientos, obra del debidamente olvidado doctor John Gauden, obispo de Worcester. Pero para nosotros, la vasta mayoría de lectores, ansiosos de descubrir qué nos cuenta cada primera página virgen, saber que todos los años las ferias del libro nos ofrecerán nuevos consuelos, tentaciones y enigmas (aunque imposibles de conocer en su totalidad), es menos una amenaza que una promesa, y menos un desaliento que un desafío.
El atuendo de los libros es el octavo título de la colección Editor de Gris Tormenta, memorias y ensayos sobre el backstage de la literatura. Desde su experiencia como lectora y escritora, Jhumpa Lahiri nos ofrece una lúcida reflexión acerca del intrincado vínculo que se forma entre la cubierta de un libro y el texto que envuelve.
Con el apoyo de la Universidad Veracruzana, Gris Tormenta publica por primera vez en español este ensayo.
La cubierta es superficial, ínfima e irrelevante respecto al libro. La cubierta es una pieza vital del libro. Hay que aceptar el hecho de que estas dos oraciones son verdaderas.
Siempre me sorprende ver cómo en las páginas del suplemento La Lettura, del diario italiano Corriere della Sera, la cubierta de cada libro reseñado tiene asignada una calificación, junto con “estilo” y “trama”. Al principio pensaba: “No es justo. ¿Por qué tanta atención? ¿Qué importa la vestidura gráfica al juzgar un libro?”. Después cambié de opinión. Tiene sentido. Una vez que la cubierta existe, se convierte en parte del libro; por lo tanto, genera un efecto, positivo o negativo. Atrae o aleja a los lectores.
Damos por hecho que todo libro ostenta una cubierta. Sin ella se considera desnudo, incompleto, en cierto sentido inaccesible. Falta una puerta para poder entrar al texto. Falta un rostro.
De pequeña escribía mis primeras “novelas” en una serie de cuadernos. Diseñaba, también, cubiertas para cada historia. Me aseguraba de que tuvieran todos los elementos esenciales: el título
de la obra y el nombre de la autora. Buscaba grafismos contundentes. Algunas veces había también una ilustración o un retrato de la protagonista. Otras veces no.
¿Por qué existe la cubierta? Lo primero y más obvio, para contener las páginas. Hace siglos, cuando los libros eran objetos raros y preciados, se usaban en ella materiales de lujo: cuero, oro, plata, marfil.
El cometido de la cubierta es ahora más complicado. Hoy sirve para identificar el libro, para insertarlo en un estilo o en un género. Para embellecerlo, para hacerlo más eficaz en el escaparate de una librería. Para intrigar al paseante y atraerlo al interior de la tienda a fin de que lo tome, lo compre.
En cuanto el libro tiene su cubierta, adquiere una nueva personalidad. Expresa por lo tanto algo, aun antes de ser leído, de la misma manera que la ropa comunica algo de nosotros antes de que hablemos.
Una cubierta produce cierta expectación. Introduce un tono, una actitud, aun cuando estos no tengan correspondencia alguna con el libro. La he comparado con un rostro, pero es también una máscara, algo que esconde lo que tiene detrás. Puede seducir al lector. Lo puede traicionar. Como el oropel, su brillo puede engañar.
Cuando era niña, no tenía muchos libros. Iba a la biblioteca, en donde los libros estaban por lo general desnudos: sin camisas ni imágenes de ningún tipo. Me encontraba solamente con los volúmenes en tapa dura y las páginas que encerraban.
Además de ser hija de un bibliotecario, trabajé por muchos
sexuales y reproductivos; la lucha por la transformación del sistema económico y de gobierno en pro de mayor justicia social; la resistencia de los pueblos originarios, la defensa del medio ambiente, entre otras causas que a la postre han encontrado respuesta en o transformado las estructuras de gobierno, pusieron en evidencia la importancia de la organización social, particularmente de los jóvenes, para el cambio democrático y la gestión de políticas públicas en beneficio de las mayorías. Vivimos tiempos de cambio, ocasión para reflexionar en el Foro Académico de la FILU
años en la biblioteca pública del lugar donde crecí, de la que además solía llevarme libros en préstamo. Sé que es costoso y también difícil proteger las camisas de los volúmenes que serán leídos repetidamente por muchos. Se estropean fácilmente, y, aunque hay métodos para protegerlas —con cubiertas de plástico, por ejemplo—, siempre será más fácil quitárselas. Las tapas rígidas están hechas expresamente para bibliotecas, mientras que las ediciones de bolsillo de tapa blanda son mucho más transitorias.
Leí centenares de libros –casi toda mi literatura formativa– sin ningún sumario en la solapa, sin ninguna fotografía del autor. Esos volúmenes tenían una calidad anónima, secreta. No revelaban nada por adelantado. Para comprenderlos había que leerlos.
¡LA FILU VUELVE A CASA!
Del 2 al 11 de septiembre, la Casa del Lago y la Unidad de Artes UV serán las sedes principales de la FILU 2022. Con una muy amplia oferta editorial, de homenajes, ceremonias, conferencias magistrales y más de 300 actividades para todo público, contará con 11 subsedes, la mayoría en el centro de Xalapa: el Centro de Investigaciones Tropicales, la UV-Intercultural, la Escuela para Estudiantes Extranjeros, la Galería Ramón Alva de la Canal, el Aula Francisco Javier Clavijero, la Sala Anexa a Tlaqná Centro Cultural, la Facultad de Letras Españolas, el Instituto de Investigaciones HistóricoSociales, El Colegio de Veracruz, el Museo de la Música Veracruzana “Casa
Los autores que me apasionaban en esa época estaban representados solo por sus palabras. La cubierta no interfería porque estaba desnuda. Mis primeras lecturas se desarrollaron fuera del tiempo, ajenas al mercado, a la actualidad. La parte de mí que observa con sospecha las cubiertas actuales intenta revivir aquella experiencia.
Cuando hoy compro un libro, adquiero una serie de cosas adicionales: una fotografía del autor, información biográfica, reseñas. Todo eso complica la situación. Crea confusión. Me distrae. No soporto los comentarios en su exterior; es a ellos que debemos una de las palabras más antiestéticas que existen en la lengua inglesa: blurb. Me parece que poner los puntos de vista de otros en el forro es deplorable. Quiero que las primeras palabras que el lector encuentre en un libro mío hayan sido escritas por mí.
Antes
de conocerte yo no te quería.
Los gatos nunca me gustaron, mejor dicho, yo creía que no me gustaban.
Hacía ver los problemas, el engorro que supone tenerlos, sacaba a relucir el incordio de limpiar sus desechos, el tufillo del alimento en pasta, las bolas de pelo en el suéter, el saco, la gabardina, la ingratitud, las garras traicioneras. Lo repetía hasta el cansancio: los gatos son unos interesados que se vuelven egoístas con sus prerrogativas, como sentarse sobre el radiador; les importa un comino el mundo que los rodea, de nada sirven cuando hace mal tiempo, son peso muerto que se interpone al organizar nuestros fines de semana de tres días, ni qué decir de las vacaciones. Un fastidio los gatos. Tenerlos es una tontería.
Estaba por completo equivocado, lo sabía pero no quería reconocerlo.
Estaba sumido en la ignorancia, en los prejuicios y las falsas creencias, como solo los seres humanos pueden estarlo a veces, a menudo, todo el tiempo. Así que… ni pensarlo. Entonces Claire se empeñó, e hizo muy bien.
Para empezar se aferró durante un mes, dos meses, seis meses,
La colección
Ficción Breve lista un nuevo y bello volumen: Murió el gatito del escritor francés Xavier de Moulins y en traducción de Jorge Brash. De él ofrecemos el siguiente apartado.
un año, dos…
Me rendí a la tortura de su amplia sonrisa seductora, multiplicada por tres cuando sus hijas se unieron a su bando, e incluso por cuatro al momento en que se incorporó la abuela.
La aliada más valiosa en el principio y al final.
Su madre me sacaba de quicio. Mi esposa “tiene gato”1 y estrategia.
Decía que sí cuando yo decía que no y decía que no cuando yo había acabado por decir que sí, aunque yo no lo dijera convencido.
Al salir de París iba yo hecho una furia, cuando nos disponíamos a ir a buscarte hasta ese pueblo apartado y lluvioso, a dos horas de nuestra casa.
Conocía yo el camino, allá estaba mi casa o, mejor dicho, la que fuera mi casa a lo largo de toda mi infancia.
Mi niñez en el campo triste y sombrío que se vuelve luminoso y alegre, seguramente en virtud de la dignidad de su naturaleza. Volví sobre mis pasos para ir a tu encuentro.
Aunque ello significara sucumbir en cuanto al gato por complacer a mi hija, me consolaba pensar que te recogeríamos en un campo conocido, la tierra perdida de mis ilusiones.
Vivías no muy lejos de ellas, por lo que pude acariciarlas ante la puerta del cementerio.
No pude detenerme.
Nunca haré florecer esas tumbas, no soy de esos hijos. Abandono las tumbas y para estar con él poseo otros recursos. Todavía me acompaña y así será por siempre, pues él está conmigo. Mi padre. Rozando las paredes de su
1 Juego de palabras: “Ma femme a du chat”. En francés, avoir du chien, tener perro, referido a una mujer, significa que esta tiene, además de una belleza excepcional, clase, porte, ángel. El autor transfiere esta cualidad al gato. [N. del Ed.]
última morada, en el camino serpenteante que se extiende por el campo desolado, evocaba todo eso mientras veía a mi hija por el retrovisor: en la primera vez que él me llevó al cine a ver una película narrada por un gato.
Treinta años después, ya no recuerdo el título, pero sí esa sensación de estar solo con él en las tinieblas.
Orgulloso y seguro. El cielo se mostraba gris y aborregado.
Había comenzado a llover en el camino.
Claire no tenía ni idea de adónde nos dirigíamos.
No sabía que, con motivo de sus doce años, nos encaminábamos a toda prisa a tu criadero para que su sueño pudiera realizarse. Al cabo de quién sabe cuántos días había yo encontrado uno semejante al que vimos en el cine en esa otra vida. Eras tú.
No, ella no tenía la menor duda. Para ella, era verdad, habíamos salido de París para ir a desayunar con su abuela al restaurante.
Desde la muerte de mi padre, en su casa de junto al cementerio, mi madre vive sola y resiste en silencio.
Jamás olvidaré nuestros encuentros en el estacionamiento del edificio donde, en su coche, ella nos esperaba.
Afuera, los pastizales se mecían al viento.
Con tal de mantenerse abrigada, mi madre no se había atrevido a salir. Nos miraba.
Ansiosa y febril, al volante de su pequeño automóvil verde. Mi madre.
Doña Falla” y el Teatro J.J. Herrera. En estos espacios se podrá disfrutar de foros de discusión académica, editorial e intercultural, jornadas literarias, sobre música y medio ambiente; conferencias, conversatorios, presentaciones de libros, exposiciones, talleres de ciencia y de promoción de la lectura; proyecciones de cine y documentales; presentaciones artísticas: música, teatro, artes plásticas, sin olvidar las rodadas de promoción FILU y de la lectura que se podrán apreciar por las calles de nuestra ciudad.
La FILU 2022 es para todas y para todos: desde la reflexión previa hasta su paulatina integración; desde la planeación del cartel (de Israel Barrón) hasta la consecución de cada espacio, cada recurso, cada actividad, en contacto con cientos de personas dedicadas a los más diversos oficios y profesiones, e igualmente interesadas en salir y volver a compartir, siguiendo los protocolos que la nueva realidad exige, nuestro interés es abrir las puertas de esta fiesta de la palabra, el pensamiento, el arte y la cultura, gracias al respaldo de la comunidad universitaria e interinstitucional, y recuperar el diálogo que hemos construido a través del tiempo en torno a la cultura del libro y la lectura, con una mirada crítica, desde el respeto a la diversidad y atentos a la voz de las nuevas generaciones.
Judith Guadalupe Páez Paniagua Coordinadora General de la FILUAvenida Colonial, de Eduardo Izaguirre, Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2021, se suma a la histórica colección Ficción con el relato de una travesía que revela la fragilidad y la dureza a partes iguales, dentro de las entrañas de una ciudad indolente.
Mateo era una hormiga: cargaba el doble de su peso y nunca soltaba la provisión, sin detenerse demasiado, además. Lamentablemente, Uceda era incapaz de percibir las diferencias. Convertido en una máquina expendedora, se limitaba a exigir con órdenes estrictas y concretas, para luego esperar a que los papeles, correos electrónicos y llamadas cayeran como ofrendas en su escritorio. Quien se encargaba de acechar, asumiendo en las tinieblas una misión que no le había sido encomendada, era Marlene. No se le escapaban los cambios de temperatura ni el repentino estallido de pestilencias intestinales dentro de la oficina. Su cuerpo era un sensor enchufado a las paredes y a los pisos, al cemento que cubría las varillas de acero de la estructura. Marlene era parte del sistema nervioso del edificio donde trabajaba, y si el ritmo de la máquina y sus piezas sufría variaciones, ella lo sabía.
—¿Qué escribes? –le preguntó Marlene una tarde, con una mezcla de curiosidad infantil y desbordada insidia. Se apareció, a la manera de un espectro inquieto que se materializa de pronto, en el lugar de siempre, sobre la delantera del escritorio, los brazos cruzados, el cabello amarrado en una cola alta y densa.
Mateo acababa de recibir uno de los mensajes de Adriana y lo dejó vibrar mientras hacía números en la computadora. En ese breve paréntesis, se sintió devorado por la expectativa, por una ansiedad que jalonaba su atención hasta hacerlo trastabillar en el cálculo, el mismo que consiguió terminar a duras penas.
Anoche soñé contigo. Tenías el pelo largo y unos jeans rotos. Eres feo, jaja.
Después de leer, Mateo sonrió iluminado y aquel gesto llamó la atención de Marlene, quien no pensaba detenerse. Guiada por una sed extenuante, que había consumido sus reservas de saliva, su destino era la estrecha sala que servía de comedor al personal, una caja de zapatos en la que entraban nada más que dos personas al mismo tiempo. Moría por beber un vaso de agua. Y lo olvidó, su necesidad vital desapareció con la alegría de Mateo, con esa adoración antojadiza hacia el teléfono que no entendía. Entonces, el repentino cambio de planes de la secretaria de geren-
cia logró alterar la tranquilidad de su compañero de trabajo, lo puso lívido, atarantó el movimiento de sus extremidades y el aparato resbaló entre sus manos húmedas, toboganes involuntarios. A continuación, rebotó en sus muslos y se detuvo en la hendidura que las piernas apretadas formaron. Pero allí no se quedó. La enmienda de Mateo fue pronta y rescató el celular con dos dedos, aún empapados de sudor, para guardarlo en el bolsillo derecho de su pantalón.
—Nada importante –contestó azorado, tratando de acomodarse el cabello con las manos, poniendo las falanges curvas y rígidas, como si fueran peinetas.
Ella no le quitaba los ojos de encima. Quería desentrañar sus secretos con una prolongada observación de sus movimientos nerviosos, torpes, incómodos. Y sintió que perdía el tiempo. No dijo nada más y reinició la marcha hacia el comedor con la sensación de que el aire que respiraba estaba enrarecido. Llevaba consigo el vaso de vidrio que, algún tiempo atrás, había traído de su casa para no tener que beber de recipientes de uso comunitario y que guardaba bajo llave en su cajón, pero continuó sin agua. Apenas entró al comedor vio tres tenedores puestos a un lado del caño, como adormecidos sobre su propia humedad; las tazas para el café sucias y amontonadas en el lavadero; la cafetera, aún tibia, goteando sobre la superficie blanca del repostero; y no lo pudo soportar. Aquello era un espanto. Colocó el vaso lo más alejado posible del desorden y asumió la pequeña tarea de devolverle prestancia a aquel hueco detestable, de establecer un patrón para que cada cosa tuviera un lugar específico.
Esta selección está compuesta por fragmentos de las entrevistas a escritores chilenos, dentro del libro El hacer poético, de Julio Ortega y María Ribes Ramírez, publicado en la colección EntreMares de la Universidad Veracruzana.
Siempre he pensado y a la vez dudado si soy o no un escritor, ya que me parece prioritaria la experiencia poética por encima de la escritura, es decir el descubrimiento o el “shock” antes que la página en blanco por llenar. Pienso que este malentendido oficioso ha llevado a grandes confusiones e incluso a fraudes productivos y no productos seductores.
De niño alucinaba y conocía la historia, sobre todo antigua, con lo que desarrollé la tendencia a la ficción interpretable (la realidad
es quizá más sorprendente que lo imaginado y de ahí mi obsesión por trabajar con lo material al servicio de la composición significativa).
—VÍCTOR HUGO DÍAZ (1965)
Para mí escritura y lectura son ámbitos indisociables. Al leer reescribo y al escribir releo. Mi obra publicada es, en cierta medida, la mejor antología de mi “biblioteca personal”. No creo en obras cerradas o conclusas; tampoco en la autoría como territorio exclusivo y excluyente. La literatura es un ejercicio dialógico, mancomunado y ecuménico entre precursores, epígonos y lectores, quienes terminan habitando una misma contemporaneidad. Es casi como una epifanía sujeta a sucesivas reelaboraciones, en la que todos apostamos y somos apostados.
Su espacio es, desde luego, la memoria, una memoria que abraza el pasado con nostalgia de futuro.
—ARMANDO ROA VIDAL (1966)
Escribo como un boxeador peso mosca pelearía su último round con el fracaso, como un sastre construye un traje, como una puta haría el amor. La poesía es para mí, un oficio entre miles. Tal vez sublime en un punto narciso, de este gesto infantil de estar todo el tiempo descifrando el misterio, belleza y miseria de la vida. Siempre he pensado que escribir es un
ejercicio innecesario. Sin embargo, el placer barthiano puede más, la pulsión de la littira puede más que mi titubeante cabeza.
—MALÚ URRIOLA (1967)
A mí la poesía me sirve también para tomar venganza contra la realidad. Todas las cosas que no marcharon según mis planes son combustible para mis poemas. Levanto mis propias construcciones verbales encadenando frases y palabras, de la misma forma que el resto de los poetas. Cada uno de nosotros adquiere un tipo de habilidad particular dependiendo de sus lecturas y su historia personal, que nos hace inclinarnos hacia una u otra forma de leer y escribir. Si bien prefiero algunas, yo las saludo a todas: esto es parte de mi credo.
—JULIO CARRASCO RUIZ (1969)
Los poetas son entidades ortopédicas, no en el sentido surrealista que se valió de esa imagen, en el sentido de que de ellos podemos tomar sectores, partes, ciertas vitaminas según el ánimo y las necesidades: la técnica de este pero no su contenido, la velocidad de este, el oído de ese otro, la sensualidad o el humor de esa, la profundidad de esa otra. Pero solo se necesita leerlos ya que la presencia física de varios de ellos en un mismo recinto se convierte rápidamente en una sucursal del infierno. Por eso leemos distintos poetas en distintos estados de ánimo, por eso no hay poeta ni ser humano completo, por eso nos necesitamos.
—GERMÁN CARRASCO (1971)Reconocimiento al Mérito Editorial 2022
Elhistoriador Roger Chartier señala que “los autores hacen textos, los editores hacen libros”; en esta línea se guarda el sentido de reconocer el trabajo alquimista de aquellos que, con cuidado, rigor, amor e inteligencia, consiguen materializar en el objeto vivo, que son los libros, las palabras de las escritoras y los escritores, de las académicas y los académicos, de las traductoras y los traductores que robustecen un catálogo que al día de hoy mantiene vigente el compromiso inicial que, en 1957, Gonzalo Aguirre Beltrán y Sergio Galindo vislumbraron para la labor editorial de la Universidad Veracruzana.
En 2021, en el marco de la FILU Virtual, la Dirección Editorial dio por iniciado el proyecto de una tradición con la que se busca reconocer y celebrar a los creadores de los libros que, bajo el sello de la Universidad Veracruzana, mantienen vivo el espíritu inicial de los fundadores de esta histórica casa que ha legado títulos de notable valor artístico a la literatura en español y de axial importancia intelectual a la región iberoamericana. En aquella ocasión se consideró reconocer a dos personajes que nos comunican con las primeras épocas de la emblemática colección Ficción: Leticia Tarragó y Guillermo “Billy” Barclay, quienes con su trazo cifraron en viñetas los universos narrativos y poéticos de los autores que dieron distinción y renombre a los libros editados durante los años de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Asimismo, se celebró la trayectoria de Mario Muñoz, por su actividad crítica y su perseverancia al frente de la revista La Palabra y el Hombre. El cartel lo completó Magda Cabrera, protagonista del cambio y la modernización del trabajo editorial, custodia también de los valores que persisten a lo largo de los 65 años de vida de la Editorial UV. Con ella también quedó manifiesta la voluntad de reconocer el trabajo cotidiano de los hacedores de libros (editores, correctores, diseñadores e ilustradores), de todos esos trabajadores –a veces anónimos– que han cuidado la calidad, la originalidad y la pertinencia que mantienen el rango y el prestigio de nuestra universidad.
Es incuestionable que la Editorial UV ha sido durante décadas una de nuestras grandes fortalezas universitarias; por tanto, nuestra universidad ha considerado de importancia la continuidad de esta iniciativa nacida en el contexto de la pandemia del SARS COV-2, hecho que también marcó un antes y un después en el mundo y en el mercado del libro, con la intención no solo de salvaguardar la memoria de nuestros días dorados, sino con la firme voluntad de agradecer a aquellos que han servido a la universidad con probidad y profesionalismo desde su casa editorial.
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Este año, con el interés de continuar esta tradición, y en el marco de la conmemoración del 65 aniversario de la Editorial de la UV, se reconoce la trayectoria y la actividad del pintor y artista gráfico Pepe Maya, quien participó como ilustrador en los primeros años de la colección Ficción y en Tramoya. También a la correctora, editora y académica Andrea Leticia Ramírez Campos, quien durante 16 años participó como una destacada artesana del libro. Y para completar la terna, justipreciamos la labor de la traductora y editora Diana Luz Sánchez Flores, quien ha mantenido la vanguardia editorial de la tercera época de La Palabra y el Hombre
El boletín CORRE, LEE Y DILE abre su espacio a los ganadores del Premio Nacional al Estudiante Universitario 2022, certamen que organiza la Editorial de la Universidad Veracruzana y que se entrega en el marco de la FILU. Nos complace presentarles las obras que obtuvieron los primeros lugares con el criterio del jurado especializado.
LUGAR de la categoría Carlos Fuentes
“El capricho de los genes”
Leonardo Miguel Gutiérrez Arellano* Estudiante de la Ingeniería de Sistemas Biológicos en la Universidad de GuadalajaraI
El universo es un hacedor de variaciones. Incapaz de aumentar su cantidad de materia, se limita a ofrecerle troqueles nuevos. Atestado de tiempo, el catálogo de tierras y gases que puebla la tabla periódica ha demostrado su tendencia gregaria. Cada tantos eones, los elementos se organizan en sistemas energéticos que raramente consiguen algo distinto al caos y la ignición. La vida no resulta un fenómeno inédito por los materiales que la componen, sino por los procesos que la caracterizan.
La vida, propiedad escasa, permite que los sistemas naturales que la poseen no solo sean capaces de producir sus propios componentes, sino de estructurarlos y ensamblarlos bajo condiciones de perturbación perpetua. En esencia, estar vivo representa resistir las descompensaciones energéticas del ambiente, aprovechándolas para tramar una mecánica íntima a la que llamamos envejecer.
Reconociendo al cambio y a la adaptación como las directrices fenomenológicas de la vida, parece casi paradójico que una de las principales prioridades de todo organismo sea la conservación de sus características. Es por ello que, en la biología, conservar no debe entenderse como una acción de resguardo invariable, sino de perduración transformante. Conservar la esencia propia a través de su modificación es un oxímoron inevitable ante la luz de los acontecimientos evolutivos.
Las criaturas del mundo no sobreviven con el único fin de hacerse viejas, sino también con el de perpetuarse en épocas que no les corresponderán. De esa necesidad nace la réplica de los cuerpos, el sexo como mecanismo de variación. Heredar es, en principio, dilatar la existencia orgánica ante las limitaciones de la mortalidad. Los genes, unidades de información transmisible, son el hechizo humilde con el que los organismos desafían al tiempo.
* El autor de este ensayo participó bajo el seudónimo de M. El jurado de la categoría estuvo integrado por: Alfonso Colorado, Rafael Toriz y Nicté Toxqui.
Animales y hongos, bacterias y plantas, se hermanan en el hecho de que no procuran otra cosa que el cumplimiento de una serie de indicaciones codificadas en su material genético. El DNA y las moléculas que de él derivan se encargan de detallar el diseño de los cuerpos, su modo de estancia en el planeta.
Y sin embargo hay genes que prescinden de la vida. El virus, parásito molecular, carece de las propiedades emergentes de un sistema biológico genuino, cosa que no le impide expresar su genoma para ensamblar más copias de sí mismo. Incluso se han planteado teorías del origen de la vida que implican la presencia previa de material genético autorreplicante: un compendio de instrucciones sin un cuerpo en donde ejecutarse.
En todos los organismos abundan genes duplicados, de función dudosa, prescindibles e incluso adquiridos de algún agente invasor.
Los genes son el gran capricho de la existencia. En ellos reside el azar del mundo.
II
Las mutaciones son el motor de la vida. El planeta Tierra ha visto modificadas sus facciones tras el paso titánico del tiempo gracias a la propia modificación de los seres que lo habitan. La remodelación de un gen basta para que un clado entero de microorganismos decida inflar de oxígeno la atmósfera, volviéndola gentil. La remodelación de un gen basta para que un puñado de descendientes de los anfibios perfeccione los anexos embrionarios del huevo y se desplace a la tierra firme. La remodelación de un gen basta para que una multitud de bestias desarrollen mamas y placenta, prestas a colonizar los recovecos más oscuros de cada continente.
La evolución tiende a difamar la genialidad certera de las mutaciones: las hace pasar por dirigidas, planificadas. El orden prodigioso con el que la biosfera ha dispuesto a sus habitantes da la impresión de ser resultado de un diseño fino, en el que roles y recursos parecieran estar determinados con la misma rigidez. Sin embargo, podemos desvanecer esta intuición hurgando lecciones en los errores de quienes nos precedieron. Jean-Baptiste Lamarck se explicaba la longitud del cuello de las jirafas a partir de una deducción apresurada: asumía, limitado por los conocimientos de su tiempo, que dichos animales se vieron en la necesidad de ir estirando las vértebras para alcanzar las altas hojas de las acacias de las que se alimentaban. El lamarckismo concibe a la evolución como la inevitable consecuencia de una necesidad de mejora fisiológica que ha de satisfacerse. Charles Darwin nos demostró lo contrario.
La selección natural explica el principio básico por el que los genes se heredan. Los organismos están supeditados a las condiciones materiales impuestas por su medio. Dentro de una especie, los individuos que gocen de características favorables para la obtención de recursos serán aquellos que estarán en posición de sobrevivir y, por lo tanto, de reproducirse. Es decir: las jirafas no desarrollaron cuellos lar-
gos por un esfuerzo generacional de estiramiento. Lo que ocurrió realmente fue que hubo individuos cuyos genes mutados para ello expresaban cuellos más largos; al alcanzar con mayor facilidad las hojas de las acacias, esos individuos pudieron nutrirse para sobrevivir y posteriormente heredar su genoma, que se asimiló dentro de la población.
Los genes, material íntimo, solo pueden entenderse en paradójica comunidad. La variedad de los mismos en un grupo dado de organismos determina, en gran medida, sus posibilidades de supervivencia. Esa diversidad es el recurso con el que las poblaciones han logrado anteponerse ante fenómenos y retos que precisan de versatilidad. La genética es el estudio de la demografía evolutiva.
El capricho de los genes rebasa toda hipérbole. Ofrezco un ejemplo que justifica el título de este ensayo: el de la anemia drepanocítica. Esta enfermedad es causada por un error en la estructura molecular de la hemoglobina, el cual provoca que los glóbulos rojos responsables del transporte de oxígeno en el cuerpo tengan forma de hoz. Naturalmente, esto representaría una desventaja enorme para los individuos que la padecen… hasta que entra en juego el protozoario Plasmodium falciparum, responsable de la malaria. Los plasmodios infectan a los glóbulos rojos introduciéndose y multiplicándose dentro de ellos. Sin embargo, por la forma de hoz que poseen, los glóbulos rojos que sufren drepanocitosis no permiten que la infección por plasmodios se propague en el hospedero.
Cada año, la malaria mata 600,000 personas, de las cuales el 80 por ciento son africanas. Sin duda alguna, los muertos por la enfermedad serían muchos más si no existiera la anemia drepanocítica: los herederos heterocigotos del gen que la provoca resultan inmunes por los motivos expuestos en el párrafo anterior. Un error del tamaño de dos aminoácidos en la estructura de la hemoglobina, que presuponía una desventaja sanguínea, fue el salvavidas de toda una población. Hoy, casi la mitad de los africanos ecuatoriales poseen drepanocitosis y la mayoría ni siquiera lo sabe.
Así es como actúa la selección natural: nos redime usando nuestras anomalías.
III Develar el genoma humano fue el intento de nuestra especie por comprender la mente de Dios. La tecnología de secuenciación volvió posible conocer el mapa arquitectónico del cuerpo, los trazos de un diseño desconocido. Los esfuerzos colectivos puestos en la biología molecular, desde las aportaciones sobre la estructura del DNA hasta los descubrimientos acerca de su dogma de expresión, orillaron al siglo XX al inevitable logro de revelar nuestra identidad química.
La ingeniería genética implementó un cambio de paradigma: desde su aparición, el estudio de la vida ya no se basa en el mero análisis de su ontología, sino en el de su potenciación como herramienta. Hemos encontrado en las bacterias y en los virus, en las algas y en los hongos, fascinantes fábricas de bolsillo.
Proteínas y polímeros pueden sintetizarse en nuestros laboratorios desde que, micropipeta en mano, dimos instrucciones a los seres del planeta para que las produjeran. Hay una inevitable vanidad creadora en el progreso científico.
La intervención del material genético, pues, es la ambición más radical de las sociedades contemporáneas. Como toda promesa, es también un arma en potencia. Décadas de producciones de ciencia ficción se han nutrido de la paranoia que provoca imaginar un mundo vuelto dictadura por la creación de bestias y tiranos mejorados biológicamente. No hay que olvidar que el miedo es un lujo cronológico: nos permitimos ficcionalizar escenarios catastróficos porque encontramos gran distancia en ellos.
Sin embargo, la posibilidad de moldear la vida, de asirla entre los dedos con la intención de darle forma a nuestro antojo, es una realidad inmediata. Disciplinas como la biología sintética se encargan no solo de la modificación genómica de ciertos seres, sino de su
diseño y ensamblaje desde cero: el quehacer de producir organismos bajo demanda, como si se tratara de una orden de comida en tu restaurante de preferencia.
La transgresión de la vida se ha convertido en el parteaguas de nuestro desarrollo como especie. Desde que escudriñamos la intimidad bioquímica de los organismos con los que compartimos el planeta, nos hemos embarcado en la tarea de valernos de ellos para materializar las ambiciones y los deseos de nuestra mente, para desdibujar las limitaciones de nuestro finito cuerpo.
Los genes, tramados así desde la Creación, solían ser el secreto central de la estadía en el mundo. En su seno caótico caprichoso, siempre caprichoso se gestaron los capítulos de la historia de la Tierra. Nuestra manía de control, tan colonizadora como nosotros mismos, nos ha llevado a vedarlos de su magistral incertidumbre. Los hemos privado del azar.
PRIMER LUGAR
CATEGORÍA LUIS ARTURO RAMOS
La soledad de Whisky
de Iván Arriaga Vázquez*
Estudiante de la Licenciatura en Letras Clásicas en la Universidad Nacional Autónoma de México
¿Qué tanto me dirá el gato? A veces hay mañanas en las que aún no me levanto de la cama y él ya está ahí, sentado al otro lado de la puerta, llenando cada rincón de mi habitación con la sonoridad de sus maullidos.
Es bueno contar con alguien así en la vida, alguien con quien puedas ahogar en un pozo el silencio que a veces se adueña de los hogares, sobre todo de aquellos en los que todos se han ido, como ocurrió con el mío. Mi marido murió joven, y el único hijo que tuve con él se marchó de casa en cuanto pudo, cosa que no le reprocho. Pero ciertamente ya no había nadie a mi lado.
No es difícil vivir sola, o al menos no cuando cuentas con un trabajo donde puedas distraerte. Desgraciadamente, hacía mucho tiempo que yo ya no trabajaba, por lo que me resultó muy arduo adaptarme a mi nuevo estilo de vida. Fue entonces cuando comencé a valorar la rutina, a añorarla como la tierra firme sobre la cual caminaba sin dificultad alguna, y que al faltarme me dejó suspendida en el aire igual que un péndulo.
Durante mucho tiempo, el único ruido que se escuchó en los pasillos de la casa fue el de mis pasos solitarios.
Al principio busqué refugió en los quehaceres domésticos, pero cuando una se aferra a caminos como este no tarda en darse de frente contra un sólido muro: al final no había pisos que encerar ni ventanas por fregar. Así que, cuando me quería dar tristeza –cosa que ocurría a menudo–, encendía el televisor y veía los programas matutinos. No sé si la soledad me estaba volviendo loca, pero hasta llegué a encariñarme con los conductores de los noticieros, cosa que, bien vista, no tiene nada de extraño, pues en su compañía desayunaba todos los días.
Por las tardes, solía sentarme junto a la ventana de mi habitación para ver a la gente que caminaba sobre la acera de enfrente.Escrutaba sus rostros, sus ademanes, intuía aspectos de su vida a través de la ropa con la que iban vestidos, les atribuía un carácter específico, una forma de entender el mundo que los rodeaba, algunas veces simple, en otras compleja. Al final siempre lograba armar un cuadro bien detallado de la totalidad de su existencia, a cuya contemplación solía entregarme durante horas.
De noche prefería cenar sin ningún ruido, sin televisión ni radio. Desconectaba todos los aparatos al terminar y me
* El autor de este relato participó bajo el seudónimo de Odradek. El jurado de la categoría estuvo integrado por: César Silva Márquez, Irving Ramírez y José Luis Martínez Morales.
iba directamente a la cama, a través de un pasillo sumergido en la penumbra, hendiendo un silencio que me parecía eterno.
Al menos así era mi vida antes de que el gato llegara a ella. Pobre: le costó trabajo ganarse su lugar en la casa, pues yo al principio no quería verlo ni en pintura. Y es que a mí nunca me han gustado los gatos; de hecho, siguen sin gustarme: detesto la visión de los pelos que dejan sobre la ropa y el ruido desgarrador de sus ronroneos. Sin embargo, con el mío hice una excepción. Me fue ganando la voluntad poco a poco, hasta que un buen día terminó por hacerme suya para siempre.
¿Yo, a mi edad, encariñarme tanto con una mascota? La verdad a mí también me cuesta creerlo, pero así pasó. Llegó junto con una jauría de gatos callejeros, todo sucio y mal nutrido, armando escándalo en las noches. Hasta daba pena verlos, pero no por eso se me pasaba por la cabeza la idea de adoptar a alguno. Yo solo los quería a él y a sus amigotes fuera de mi azotea, a ver si así me dejaban dormir en paz.
Salía a correrlos a la una, a las dos, incluso a las tres de la madrugada, pero ellos siempre volvían, no sé por qué. Les lanzaba de todo: zapatos viejos, periódicos de días pasados, ese tipo de cosas. Aunque nunca tuve la intención de lastimar a alguno. No, yo no soy mala con los animales, simplemente no me gustan y ya, pero jamás sería capaz de herir a alguno; no podría vivir con eso en mi conciencia.
A mi vecina tampoco le dejaban dormir. “Échales aceite hirviendo y verás cómo no te vuelven a molestar”, me dijo en una ocasión. Y yo le respondí: “¡No! Cómo cree… si usted se siente capaz pues hágalo, pero a mí no me ande pidiendo esas cosas”. Nunca debí decirle eso, todavía hoy me arrepiento. Sin embargo, también sé que de no ser por ello jamás habría conocido a mi gato.
Creí que no hablaba en serio. Pero una noche, en cuanto los gatos comenzaron con su bullicio, ella puso a hervir aceite en una cazuela, subió con ella hasta la azotea de su casa y vertió todo el contenido de su trasto sobre los pobres animales. Yo subí corriendo por la escalera tras escuchar el alboroto que se armó, y en cuanto llegué al techo vi cómo los gatos huían en todas direcciones, lamentándose sin parar. No pude evitar lanzar sobre mi vecina una terrible caterva de ofensas, todas salidas del lado más oscuro de mi alma envejecida.
Me imagino que la vecina no esperaba tal reacción de mi parte, nadie se la habría esperado. Así de amable suelo ser. Pero ese día me desconoció por completo, porque yo también tengo mi carácter, de verdad, y cuando me enojo no hay quien pueda conmigo. “Perdón, perdón”, me decía la señora mientras bajaba corriendo por las escaleras de su casa, cubriéndose la cabeza con ambas manos, no le fuera yo a hacer lo mismo.
Efectivamente, ningún gato volvió, todos se habían ido… todos menos él. Al otro día, cuando terminé de desayunar y me fui a lavar los trastes, lo encontré debajo del lavadero, bien acurrucadito en una esquina, con una quemadura fresca en la espalda.
Me incliné para verlo más de cerca y entonces me di cuenta de que estaba despierto del todo, mirándome fijamente con sus enormes ojos verdes, como aceitunados. Tenía miedo el pobre, pero no se atrevía a hacer ningún ruido.
No me atreví a tocarlo, pues podía estar enfermo. Pero fui de inmediato a la tienda, le compré una bolsa de alimento para gato, se lo llevé hasta el lavadero y se lo serví en un platito desechable. Él se acercó a olfatearlo con desconfianza, probó un poco y no pareció gustarle, pero era tanta su hambre que aun así se lo comió todo. Luego le arrimé un poco de leche tibia y esa sí que se la zampó sin dudarlo un segundo.
“Puedes quedarte aquí por unos días, hasta que te sientas mejor. Luego te me vas directito a la calle, ¿oíste?”. Pero yo ya sabía que nunca lo dejaría ir. No por lástima. Llevaba ya varios años viviendo sola, desde que mi hijo, lleno de rencor, se marchó, y en el gato vi una oportunidad para dejar de sentirme tan sola.
Observé al gato durante una semana entera. Cuando estuve segura de que, salvo por la herida en su espalda, no padecía ninguna enfermedad, me animé a darle una caricia. Él pareció advertir mis intenciones, pues en cuanto mi mano estuvo cerca de su cabecita, decidió avanzar él mismo el corto tramo que aún nos separaba y comenzó a restregar sus pequeñas orejas entre mis dedos, con una avidez de cariño tan grande que me dio un vuelco el corazón.
Cuando era niña tuve un perro llamado Brandy, así que lo más consecuente fue ponerle al gato un nombre parecido. “Te llamaré Whisky”, le dije.
Pasaron los días, las semanas. La cicatriz de su espalda fue sanando poco a poco, e incluso, para mi sorpresa, comenzó a crecerle el pelaje en la zona afectada. Unos meses después ya se había restablecido del todo. También subió de peso. No tardé en descubrir que no le gustaba el alimento para gatos, así que probé con otra marca, pero el resultado fue el mismo. “Bueno, ¿tú quién te crees, eh? Llegaste a mi casa pepenando amor y comida y ahora te comportas como si fueras el rey. ¡Bájate de sillón! Que no es para animales”.
Él se bajaba del sillón de un solo salto y corría hacia la puerta de la sala, fingiendo huir, pero en cuanto yo le daba la espalda y me ocupaba en otra cosa, él regresaba al sillón para seguir durmiendo la siesta. “Entiende, Whisky, tú eres un simple gato, no mi hijo, bájate ya de ahí o te bajo a manazos”. Al final ya ni se tomaba enserio mis amenazas, simplemente me miraba con esos ojazos suyos, capaces de convencerme de cualquier cosa. “Bueno, ¿qué quiere el señorito? No te gusta la comida para gato, vamos a ver si te gusta la de perro”.
Fui a la tienda y en cuanto vi las croquetas para perro adulto me di cuenta de que eran demasiado grandes para mi gato. Al final le compré una bolsita de alimento para cachorros, a ver qué pasaba. Pero más tardé yo en ir a comprar su comida que él en acabársela, tras lo cual todavía se acercó a mí y me pidió más.
Primero le compré un kilo, luego dos y así hasta que le compré todo un bulto. No solo eso, como vi
que no paraba de pedirme comida en todo el día, comencé a dejar el bulto a su alcance, completamente abierto, para que se agasajara cuanto quisiera. “¿Ya te viste en un espejo? ¡Eres un gordo!”.
Entonces dejé de estar sola, aquella sensación de naufragio que me invadió cuando mi hijo se marchó se disipó casi por completo, y bajo mis pies volví a sentir la cálida sensación de la tierra firme. Tal vez otras personas contaban con una familia, una pareja o con el amor de sus hijos, pero yo tenía a mi gato: con eso debía bastarme, ¿no?
Pero una vez Whisky se fue. Así, sin más, y no parecía que fuera a volver. Así son los gatos. A diferencia del de un perro, el amor de un gato por su amo no es incondicional, hay que irlo construyendo todos los días, a riesgo de que tu esfuerzo sea insuficiente. El hombre nunca los ha logrado domesticar del todo, se creen nuestros semejantes, no nuestros subordinados. En eso se parecen a nosotros, las personas.
Yo lo esperaba todas las noches con la puerta de mi casa abierta. A veces me subía a la azotea y gritaba en todas direcciones: “¡Whisky! ¡Whisky!”, pero nada. Volvía a la casa con desgano, cerraba la puerta tras de mí, miraba su costal de croquetas y me entraban ganas de llorar… No pensé que lo llegaría a querer tanto. De hecho, no descubrí cuánto lo amaba hasta que se fue de mi vida.
Algo parecido sentí cuando mi hijo me abandonó, aunque, claro, él lo hizo bajo distintas circunstancias. Tal vez influida por la sugestión de mis recuerdos, un par de noches después de la desaparición del gato, en un momento de fatal debilidad, tomé el teléfono y marqué el número de Alberto, mi hijo.
—Bueno –dijo al otro lado de la línea.
Colgué en ese mismo instante. Era la primera vez que escuchaba su voz en años, y probablemente pase mucho tiempo más antes de volverla a escuchar. El teléfono comenzó a sonar después de unos segun-
Premio Nacional al Estudiante Universitariodos, y dejé que siguiera así durante un buen rato, hasta que, finalmente, se quedó en silencio.
Me fui a dormir, sintiendo cómo me quebraba por dentro.
¿Cómo pude ser tan ingenua, cómo esperaba mantener a cualquier ser vivo a mi lado si ni siquiera supe ser una buena madre?
Pero Whisky volvió una semana después, cuando yo ya lo daba por muerto, todo atolondrado y con los ojos completamente hinchados. Entró sin decirme nada, ¿qué podía decirme, si solo era un animal? Comió unas cuantas croquetas y luego se fue a echar al sillón, con la cabeza envuelta entre sus patitas delanteras. Durante todo ese tiempo yo lo seguía con la mirada, llena de indignación, pero muerta de alegría por dentro.
“¡Eres un vago!”, le dije cuando despertó al cabo de nueve horas, “¿no te da vergüenza? Mira que no volver en toda una semana, a ver, ¿dónde te metiste, eh? Seguramente te fuiste con tus amigotes”. Y el gato me miraba con los ojos entornados, cayéndose de sueño, seguramente sin entender nada de lo que le decía.
He de reconocer que nada ha vuelto a ser lo mismo: tal vez al principio creí que la compañía de Whisky era algo imperecedero, pero ahora supongo que más vale no aferrarme a nada. Al igual que cualquier persona, el gato se puede largar sin previo aviso, y esta vez para no volver nunca. Sin embargo, no puedo negar el fuerte sentimiento de empatía que despertó en mí desde que lo conocí, errando en su propia miseria: en cierto sentido ambos somos unos solitarios, así que más nos vale seguir juntos durante mucho tiempo.
Sé que un día faltará alguno de los dos. Sé que, si llega a ser él, yo volveré a estar sola, como lo estaba antes de su llegada. Si soy yo, en cambio, quien se va antes, estoy segura de que nadie cuidará de él como yo lo hago. Son cosas en las que duele pensar, pero más vale estar preparada.
PRIMER LUGAR
CATEGORÍA JOSÉ EMILIO PACHECO
Tahúr
Tahúr es una extensión independiente de los juegos convencionales de cartas inglesas, supliendo el significado simbólico del centro de un naipe por una descripción individual. Contiene un mazo válido de 8 naipes que será repartido entre dos únicos jugadores (4 c/u), con el objetivo de intentar la partida perfecta: hay una probabilidad de 70 contra 1 de obtener 4 cartas ganadoras, pero las 4 restantes tendrán el mismo valor numérico, por lo que los únicos juegos válidos en una partida serán los que se obtengan de las distintas combinaciones pares entre los oponentes.
ATed Hughes había definido la escritura de cartas como un excelente entrenamiento para aprender a conversar con el mundo. Al cabo de algunas exigencias, le tocó ver a su hijo conversar con la rama seca de su madre, justo después de que el gas apagara la sombra natural del bosque. Morir es un arte como todo, yo lo hago excepcionalmente bien, se oía al fondo de la rúa.
Los 20 posibles pares restantes no tienen ningún valor. Para determinar un desempate entre un flush y un kind, se dará prioridad a los sobrantes, siendo N y A símbolos menores que 7 y 3 (las combinaciones N 7 y A 3 suponen un empate).
He aquí un mazo de naipes. Que el crupier me dé la suerte: un par de triunfos, una racha de flux y la sota de un ojo.
KARL SHAPIRO
NEs mejor arder que desvanecerse. La traducción de Boddah a la última estrofa puede confundirse. Preocupado por su inclinación a las pastillas, encontró otra manera de reproducir el riff de sus ideas gracias al litio: consistía en prender fuego a la hoja y reescribir sobre una nueva lo que recordaba. Para entonces, no existía un borrador que callara la mente. Hay armas que hacen ceniza la memoria.
* El autor de este poema participó bajo el seudónimo de Diane Nguye. El jurado de la categoría estuvo integrado por: Lorena Huitrón, Efrén Ortiz Domínguez y Mario Salvatierra.
Un enorme punto de reunión rojizo sobre la superficie del abdomen y la palabra trinity cayendo. La tradición oriental de escribir un breve poema antes de la muerte, una cápsula de mercurio donde el lenguaje se traduce en harakiri: desde el pulmón al punto cero, y la boca llena de valores negativos. K
Consigue el puente en las catacumbas azules. Encuentra el laberinto al norte del Castillo Negro. Busca el cuarto que brilla hacia el suroeste: al entrar, utiliza el puente para acceder a la cámara de en medio. Ve a la esquina inferior derecha de la pequeña cámara y recoge el pixel. Llévalo justo arriba de las catacumbas, localizadas exactamente una pantalla abajo y una a la derecha del Castillo Amarillo —el pixel será invisible a menos que corras por la frontera sur—. Arrójalo a la barrera del lado izquierdo; consigue llave, espada y cáliz para dejarlos en el piso del cuarto. El nombre del creador ha sido el easteregg más viejo de la Historia.
Nadie había visto los ojos de Mothman brillar tanto como los volcanes. Se creyó escuchar un relámpago por cada ceja en las colinas. Las voces del pueblo crearon la imagen de una libélula enterrada: un pilar de avistamientos en todo el mundo dejó a Point Pleasant la razón para construir un monumento.
7 ∑
Carl Salomon, estoy contigo en Rockland anunciando una tronera en el pool house de tu terraza, donde la maravillosa vista de los coyotes nos traía recuerdos del Bronx y la frontera de México. Esta máquina en la que escribo sugirió poner la bola 9 en la tercera esquina de la calle February, un 26 del mismo nombre. Pago tu correspondencia con las pocas fichas que he robado de los salones de baile. Insisto: ahora que te has marcado el juego perfecto, ¿quién debería sacar el bolo de la banda?
Redescubrir teoremas y notaciones algebraicas ya exitentes es un engrandecimiento del ahogo, una forma de irse a pique ante la imposibilidad de ponerle trazos primos al muro del tiempo. La desigualdad de Hardy resume la vida del Hindú como un fragmento en la biblia de Morgan o un verso oculto en el paraíso de Milton.
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Quiero decir que revivo a los culpables de sus penas, pero jamás he logrado traducir sus nombres: un golpe de azar en la fiebre del mazo. El corazón del mundo está en los ojos de su rey.
Al Margen
FESTIVAL DE LA LECTURA
Desde hace varios meses, la Dirección Editorial, la Dirección de Difusión Cultural, la Facultad de Letras Españolas, el Taller de Grabado de la Facultad de Artes Plásticas, la Especialización en Promoción de la Lectura y el Área de Formación Básica General de la Universidad Veracruzana vienen trabajando en un proyecto a un tiempo sencillo y ambicioso: hacer de nuevo de la Biblioteca del Universitario (BU) una herramienta no solo de lectura sino, además y sobre todo, de formación académica, profesional y humana de los estudiantes de la Universidad Veracruzana.
Para LEER la Biblioteca del Universitario
Ya está circulando el número 76 de la Biblioteca del Universitario, Antología áurea. Poesía de los Siglos de Oro, seleccionada, editada y prologada por Pablo Sol Mora. Del prólogo, precisamente, hemos seleccionado el siguiente fragmento.
Antología áurea. Poesía de los Siglos de Oro
Pablo Sol MoraComo recordará nuestro lector, la BU surgió en el 2006 por iniciativa de Jorge Medina Viedas, quien en su condición de asesor de la Rectoría le propuso a Raúl Arias Lovillo, entonces rector de la UV, crear una colección de clásicos destinada a iniciar en la lectura a los alumnos de nuevo ingreso a esta casa de estudios. Arias Lovillo aceptó la propuesta y tomó la decisión de dejar la dirección de la serie en manos de Sergio Pitol, el paradigma del lector si lo
Lapoesía escrita en español en los siglos XVI y XVII, conocidos como Siglos de Oro, es la mejor poesía compuesta en nuestro idioma y solo comparable a la de los periodos más brillantes de otras lenguas. Es verdad que el siglo XX fue también extraordinario en el ámbito hispánico y que sin exageración puede ser considerado un nuevo Siglo de Oro, pero apenas es uno y el XXI recién comienza. A la fecha, la época áurea sigue siendo la más prolongadamente brillante, la que fijó los criterios de excelencia poética en español y la que dio al idioma la dignidad de las lenguas clásicas. Una breve nómina bastaría para comprobarlo: Garcilaso de la Vega, fray Luis de León, san Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, sor Juana Inés de la Cruz. En el pasado se habló de Siglo de Oro, en singular, abarcando solo parte del XVI y del XVII, pero hace tiempo resulta evidente que debe hablarse en plural, pues en verdad fueron dos siglos prácticamente completos de una altísima tensión poética. Garcilaso, con el que todo empezó, nació a finales del siglo XV o principios del XVI y escribió en las primeras décadas del siglo; sor Juana, su broche de oro (nunca más justamente dicho), escribió hasta la última década del siglo XVII y murió en 1695.
Como suele ocurrir con los periodos de esplendor de la literatura y las artes, los Siglos de Oro fueron propiciados o coincidieron –al principio, al menos– con el apogeo político, militar y económico de la nación en que se desarrollaron. Al ascender Carlos I, de la familia de los Austrias, al trono de España en 1517, luego coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V, comenzó un reinado vertiginoso que se caracterizó por la hegemonía hispánica en Europa y América. El emperador era hombre hábil y enérgico, con la mentalidad de un caballero medieval, que soñaba con una Europa unida tanto en lo político como en lo religioso, pero enfrentó no pocas dificultades: la inmediata oposición de las naciones enemigas, notoriamente Francia e Inglaterra; la escisión de la Iglesia católica por parte de los protestantes; la amenaza
de los turcos; los conflictos internos. Al mediar el siglo era evidente que no lograría sus propósitos y en 1556 abdicó la corona en favor de su hijo, Felipe II. Dejaba atrás, sin embargo, el legado de una España proactiva, expansiva, internacional. En términos literarios, quizá su mejor representante sea el poeta soldado Garcilaso de la Vega, innovador y cosmopolita; en términos religiosos y filosóficos, favoreció el erasmismo, la corriente de pensamiento derivada de Erasmo de Rotterdam, que buscaba una espiritualidad más sencilla y sincera, menos basada en ceremonias y gestos exteriores, y que pretendía reformar el catolicismo desde dentro.
El reinado de Felipe II fue muy distinto, tanto como lo era su personalidad de la de su padre. Llamado el Prudente, apenas salió de España en su juventud y luego se dedicó a la sobrehumana tarea de administrar sus dominios encerrado en Madrid y, en sus últimos tiempos, en el palacio de El Escorial, que mandó construir. Aún vio ensanchar sus posesiones, pues durante su gobierno fue proclamado rey de Portugal y se hicieron conquistas en Asia, en las Filipinas. Era cierta aquella famosa frase de que en el imperio español nunca se ponía el sol. No obstante, los problemas se agudizaban en todos los ámbitos: económicamente, con bancarrotas periódicas y una deuda creciente; política y militarmente, con rebeliones en los Países Bajos y la simbólica y dolorosísima derrota de la Armada Invencible en 1588 a manos de Inglaterra. Profundamente religioso, Felipe II fue el campeón de la Contrarreforma, la respuesta de la Iglesia católica a la Reforma protestante, y no es casualidad que los escritores más representativos del periodo sean religiosos: fray Luis de León, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús. Felipe II murió en 1598. Junto con su padre, habían cubierto casi la totalidad del siglo XVI español.
hay (entre muchas otras referencias).
La puesta en circulación de la BU dio pie a otras iniciativas que, al tiempo que arroparon a la colección, se constituyeron, en y por sí mismas, en otras tantas puertas abiertas al desarrollo institucional y a la formación de las nuevas generaciones de profesionales. Hablamos de la puesta en marcha de los talleres Para leer la BU, de la creación de círculos de lectura en algunas facultades y regiones de la institución, y de la organización de los festivales de la lectura. No menos ajenos a la BU son el Programa Universitario de Formación de Lectores y la Especialización en Promoción de la Lectura.
Durante el siglo XIX la mayoría de las mujeres veía confinada su vida a la llamada vida doméstica. Pese a esta adversa situación, Sofía Kovalévskaya fue una de las figuras más notables de las matemáticas y la literatura rusas. Fue, al mismo tiempo, amiga y colega de grandes matemáticos, científicos y literatos. De ello da cuenta un fragmento de Memorias de juventud, nuevo volumen de la BU
X. Nuestra relación con Dostoievski
Alllegar a Petersburgo, Anjuta le escribió a Dostoievski para pedirle que viniera a visitarnos. Fiódor Mijáilovich vino en el día indicado. Recuerdo la espera febril y cómo, una hora antes de que llegara, nos parecía escuchar a cada instante el sonido de la campanilla resonar en la antesala. Sin embargo, aquella primera visita no produjo en nosotras una impresión favorable.
Como ya he mencionado antes, mi padre sentía una profunda desconfianza por todo lo que proviniera del mundo de las letras. Había permitido a mi hermana conocer a Dostoievski, no sin sentir una cierta angustia y un secreto temor.
—Lisa, recuerda la responsabilidad que te corresponde –había dicho a mi madre cuando nos pusimos en marcha–. Dostoievski no es un hombre que pertenezca a nuestro mundo. ¿Qué sabemos de él? Solo que es periodista y que en otro tiempo fue jugador. ¡Bonita referencia, hay que admitirlo! ¡Por lo tanto, sé extremadamente prudente!
Entre el 2006 y el día de hoy, la colección lista setenta y ocho títulos, entre clásicos de la literatura y de otras disciplinas humanísticas y científicas. Los nuevos títulos, que se presentan precisamente en esta fiesta del libro, son Antología áurea. Poesía de los Siglos de Oro, seleccionada, editada y prologada por Pablo Sol Mora; Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, con prólogo de José Homero, y Memorias de juventud de Sofía Kovalévskaya, con prólogo de Ligia Quintana.
Con un Consejo Consultivo integrado por María Guiomar Melgar, Alfonso Colorado y Adolfo García de la Sienra, la BU busca ahora llegar a públicos lectores más específicos. Muestra de ello es Memorias de juventud, destinadas –aunque, por supuesto, no exclusivamente– a los estudiantes de matemáticas, recordando el hecho de que Kovalévskaya fue la primera mujer en impartir cátedra en esa área en una Universidad europea. En ese mismo camino se inscribe Notas sobre enfermería de Florence Nightingale, de próxima aparición. 29
Mi padre había exigido a mi madre de forma rigurosa que estuviera presente durante el encuentro de Anjuta con Dostoievski y que no la dejara sola con él ni un solo instante. Yo también obtuve el permiso de permanecer en el salón durante aquella visita. Dos viejas tías alemanas encontraban a cada instante cualquier pretexto para entrar en la habitación y poder mirar al escritor con la curiosidad que inspira una bestia exótica, así que terminaron por sentarse sobre un diván y permanecer allí hasta el final del encuentro.
Anjuta, exasperada de ver que su primer encuentro con Dostoievski, con el que tanto había soñado, transcurría de una forma tan desastrosa, puso cara de enfado y guardó un silencio obstinado. Fiódor Mijáilovich, afectado y molesto en medio de estas personas e intimidado por todas aquellas mujeres mayores, parecía estar muy furioso. Aquel día nos pareció un viejo enfermo, como luce siempre que se encuentra de mal humor, por cierto. Tiraba nerviosamente de su barba pelirroja y extraña mientras mordía sus bigotes, y su rostro parecía convulsionarse.
Mamá se esforzó en iniciar una conversación interesante. Con su sonrisa más amable de mujer de mundo, pero visiblemente intimidada y confundida, buscaba algo agradable y halagador que decir e intentaba hacer preguntas inteligentes. Dostoievski respondía con monosílabos, con la intención clara de mostrarse grosero. Mamá, al límite de sus esfuerzos, también decidió finalmente guardar silencio. Después de un encuentro que duró no más de media hora, Fiódor Mijáilovich buscó su sombrero, se despidió precipitada y torpemente, y se marchó sin ofrecer la mano a nadie.
Tan pronto como se marchó, Anjuta se fue a su habitación en donde se tiró en la cama y rompió en llanto.
—Siempre, siempre me arruinan todo –repetía en medio de un llanto convulsivo.
Nuestra pobre mamá se sentía culpable sin haber cometido ninguna falta. Molesta al ver que todos la culpaban a pesar de sus intentos de conciliación, se puso también a llorar.
—Siempre te comportas así –decía a su hija con tono de reproche, llorando ella misma como una niña–, nunca se te puede dar gusto. Tu padre ha hecho todo lo que querías, te permitió conocer a quien más admirabas, tuve que soportar sus groserías durante una hora, ¡y ahora resulta que tú eres quien nos acusa!
En una palabra, todas nos sentíamos muy desdichadas. Esta visita tan esperada, para la que nos habíamos preparado con tanta anticipación, nos había dejado una impresión desagradable.
Sin embargo, al cabo de cuatro o cinco días, Dostoievski regresó; esta vez, su visita ocurrió en un momento oportuno. Ni mamá ni las tías se encontraban en casa. Mi hermana y yo nos encontrábamos solas y el hielo se rompió de inmediato. Fiódor Mijáilovich tomó a Anjuta de la mano, se sentaron uno cerca del otro sobre el sofá y conversaron como viejos amigos.
La conversación no se desenvolvió con esfuerzo en torno a temas consecutivos sin ningún interés, como la vez pasada. Anjuta y Dostoievski, impacientes el uno como el otro, se daban explicaciones, reían, bromeaban y se cortaban la palabra mutuamente.
Yo me encontraba en la misma habitación sin involucrarme en su conversación, pero sin perder de vista a Dostoievski, tratando de absorber cada una de sus frases. Me pareció un hombre muy distinto, joven, extremadamente sencillo, amable y espiritual. “¿Es posible que tenga cuarenta años, es decir, que doble la edad de mi hermana y que sea tres veces mayor que yo; que además sea un gran escritor, y que uno se sienta tan a gusto junto a él como con un amigo?”, pensaba, y sentí que me cautivaba y se volvía alguien muy preciado.
—¡Qué linda hermanita tiene usted! –dijo súbitamente Dostoievski, de una manera completamente inesperada, puesto que hacía unos minutos hablaba con Anjuta de un tema completamente diferente y no parecía prestarme ninguna atención.
Enrojecí de alegría, y mi corazón se llenó de reconocimiento hacia mi hermana cuando, en respuesta a la observación de Fiódor Mijáilovich, le contó lo inteligente y buena que yo era y cómo había sido la única de su familia que la había ayudado y apoyado.
En el entusiasmo de su elogio, Anjuta me reconoció méritos imaginarios y terminó confiando a Dostoievski que yo escribía versos “nada mal para la edad que tenía” y, a pesar de mi débil protesta, fue a buscar un cuaderno que contenía muchos de mis poemas. Fiódor Mijáilovich leyó algunos fragmentos y me hizo un cumplido esbozando ligeramente una sonrisa.
En su interés por diversificar su catálogo, la Biblioteca del Universitario busca ahora llegar a públicos específicos. Un ejemplo de ello es uno de los títulos en preparación de la serie: Notas sobre enfermería de Florence Nightingale. Del ensayo introductorio de María Angélica Salmerón hemos escogido el siguiente fragmento.
¿Por qué tenemos las mujeres pasión, intelecto, actividad moral (las tres cosas) y un lugar en la sociedad donde ninguna de las tres puede ser ejercitada?
FLORENCE NIGHTINGALELa mujer que ahora abordamos es un personaje del que todos hemos oído hablar. Quizá en la bruma de nuestra memoria no sepamos bien a bien quién fue ni qué hizo, pero con seguridad todos tenemos presente la imagen de una dama que con su lámpara recorría los oscuros pasillos de un lúgubre hospital, imagen esta que nos hace pensar que la llamada “La dama de la lámpara” es el personaje de un cuento fantástico o de alguna vieja leyenda que nada tiene que ver con la realidad. Sin embargo, buscando en los escondrijos de nuestra memoria, concluimos que Florence no es el producto de alguna imaginación literaria sino una mujer de carne y hueso que vivió en realidad en una época que curiosamente no está muy lejos de la nuestra. Porque resulta que Florence ilustra el caso de una figura que, pese a estar tan cercana a nosotros en el tiempo, nos parece a la vez muy lejana y distante; pero sobre todo ilustra el hecho –por demás conocido– de cómo el trabajo científico de una mujer es pasado por alto para solo dar cuenta de los aspectos extraordinarios y casi novelescos de su vida personal, lo que en ocasiones nos lleva a olvidar sus contribuciones. En este sentido cabe recordar el poema que Longfellow le dedica:
Los heridos en la batalla,/ en lúgubres hospitales de dolor;/ los tristes corredores, los fríos suelos de piedra./ ¡Mirad! En aquella casa de aflicción/ Veo una dama con una lámpara./ Pasa a través de las vacilantes tinieblas/ y se desliza de sala en sala./ Y lentamente, como en un sueño de felicidad,/ el mundo paciente se vuelve a besar su sombra,/ cuando se proyecta en las obscuras paredes.
Este poema –como bien señala Horacio Shipp– “condensa la historia casi legendaria de Florencia Nightingale y su obra maravillosa como enfermera durante la guerra de Crimea”. Cierto que la vida de Florence se presta a semejantes construcciones, cosa que tiene también su lado favorable, ya que por lo menos la ha hecho permanecer en nuestra memoria.
Guardando el recuerdo de alguna mítica imagen, a veces logramos reconocer tras su velo el nombre de una mujer ligada a la ciencia. Y justamente este es el caso de Florence Nighingale, a quien prácticamente todos podemos reconocer como vinculada a la enfermería. Pero lo cierto
En ese ánimo de hacer de nuevo de la BU una herramienta presente en las labores cotidianas de los estudiantes de la UV se inscribe asimismo la idea de reimprimir los títulos que se encuentran agotados. Los primeros en “reaparecer” son El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde de Robert Louis Stevenson y Hamlet y Macbeth de Shakespeare, ya a la venta en estos días de feria. De esa manera, poco a poco, la colección volverá a ser eso, verdaderamente: una colección.
En las reuniones a las que se alude en el primer párrafo de esta columna viene participando, asimismo, la vicerrectoría de la región Coatzacoalcos-Minatitlán. Su participación obedece a que el primer festival de la lectura a realizarse bajo el rectorado de Martín Aguilar Sánchez se llevará a cabo, precisamente, en aquella región clave del sureste mexicano y de esta casa de estudios, y se realizará entre el 10 y el 14 de octubre del presente.
Los trabajos ya van bastante avanzados y se contempla tener actividades en las tres ciudades en las que la UV tiene presencia: Coatzacoalcos, Minatitlán y Acayucan, así como en la UV-Intercultural sede Selvas. Entre las actividades consideradas se encuentran presentaciones de libros (en particular, de la BU), talleres (entre otros, el de Para leer a la BU), conferencias, exhibición de películas y otras. Dichas actividades buscan, de conjunto, asegurar la presencia y la participación de la razón de ser de esta casa de estudios y de la Biblioteca del Universitario: los estudiantes.
es que esta mujer representa mucho más que eso. Bien visto, su trabajo científico rebasa con mucho la romántica imagen de la abnegada y sufrida “dama de la lámpara”, pues la linterna de Florence iluminó –además de esa vocación de servicio– un verdadero ejercicio científico en el campo de la matemática y la estadística, permitiéndole así alumbrar lo que bien podemos llamar un humanismo científico.
En efecto, a la figura de Florence Nightingale, fundadora de la enfermería moderna al haber logrado innovar la práctica hospitalaria, debe ir unida la de la mujer matemática. Pero como si de un engrane se tratara, habría que aunar ambas figuras, además, con la imagen de una humanista que recorre el espectro de las reivindicaciones humanas de toda índole: médicas, sociales, educativas, políticas y hasta feministas. Solo de este modo estaremos en condiciones de hacernos una idea de la importancia que adquiere la obra de Florence en todo el espectro cultural, y muy en particular en el ámbito científico.
La dama de la lámpara alumbra así varios caminos, y su luz nos lleva a vislumbrar de igual modo el orden, el rigor, la lucha, el enfrentamiento, el amor y la pasión que hacen de esta mujer del siglo XIX un ejemplo de la vía humanista de la ciencia. Al amparo de esa lámpara, el recorrido por este trozo de la historia permite mostrar cómo se anudan en el nombre de Florence Nightingale las ciencias de la salud, las matemáticas y las ciencias humanas, y el modo en que en ellas aparece como un espíritu creativo, innovador y metódico, cualidades que nos harán posible entrever cómo la mente científica se acompasa al ritmo de los latidos piadosos y humanitarios de un corazón amoroso. Por ello, Florence Nightingale, la madre de la enfermería moderna, es a la par la creadora del primer modelo conceptual de enfermería.
Como escribe Rafael Antúnez en el prólogo de Algunas reflexiones sobre la ciencia del onanismo: “Quizá la mayor virtud de la literatura de Mark Twain es que al internarse en sus libros […] uno es feliz. Y esto no nos pasa con cualquiera. El genio, el ingenio y aún el mal genio de Twain terminan por convencernos, por arrancarnos la sonrisa, cuando no la franca carcajada”. Muestra de ello es el texto que se ofrece a continuación, que forma parte de un número de próxima aparición de la BU y que reúne ensayos, cartas y aforismos del autor de Las aventuras de Huckleberry Finn
Candidato a la presidencia
Yahe tomado la decisión de postularme como presidente. Lo que el país necesita es un candidato que no pueda verse empañado por una investigación sobre su historia pasada que permita que los enemigos del partido le arrojen algo de lo que nadie antes había oído hablar. Si conoces lo peor de un candidato desde el principio, cualquier tentativa de hallar algo sobre él termina en un jaque mate. Y quiero entrar en la arena como un libro abierto. Reconoceré de antemano todos los males de los que he sido protagonista, y si alguna comisión del Congreso realmente desea hurgar en mi biografía con la esperanza de descubrir que he ocultado algo nefasto y letal, pues adelante y que busque.
Para empezar, reconozco que empujé a mi abuelo, que padecía reumatismo, a refugiarse en un árbol en el invierno de 1850. Era viejo e inexperto trepando árboles pero, con la brutalidad despiadada que me caracteriza, escopeta en mano lo perseguí fuera de casa vestido solo con su camisón de dormir y lo obligué a trepar a un arce donde permaneció toda la noche mientras yo descargaba la escopeta en sus piernas. Lo hice porque roncaba. Y lo volvería a hacer si tuviese otro abuelo: soy tan inhumano hoy como lo era en 1850. También admito, con gran franqueza, que me escapé durante la batalla de Gettysburg. Mis amigos han tratado
de minimizar esto: afirman que lo hice para imitar a Washington que se escondió en los bosques de Valley Forge con la intención de rezar. ¡Mísero subterfugio! En verdad, salí disparado en línea recta al Trópico de Cáncer porque estaba asustado: claro, quería que mi país se salvara, pero prefería que lo salvara otra persona. Incluso ahora pienso así. Si puedes ganarte una reputación efímera con solo ponerte frente a la boca de un cañón, estoy dispuesto a hacerlo, pero a condición de que el cañón esté descargado; si está cargado, mi único e inquebrantable deseo objetivo es saltar la cerca y salirme con la mía. Es mi práctica constante, en la guerra, traer de vuelta dos tercios más de hombres que los que han entrado en ella, y eso, en su grandeza, me parece bastante napoleónico.
Mis puntos de vista en el campo financiero son los más fuertes que se pueda imaginar, pero quizás no tanto como para aumentar mi popularidad entre los partidarios de la inflación. No insisto en la supremacía absoluta del papel moneda sobre el metal: el gran principio fundamental de mi vida es tomar todo lo que pueda.
El rumor de que habría enterrado a una tía fallecida en mi viña es cierto. La vid necesitaba abonos, había que enterrar a mi tía y la destiné para este alto propósito. ¿Eso me hace inadecuado para la presidencia? La Constitución de nuestro país no dice esto. Ningún otro ciudadano fue nunca considerado indigno de este cargo por haber enriquecido la tierra de su propio viñedo con parientes difuntos. ¿Por qué debo ser yo el elegido para iniciar este prejuicio absurdo?
Admito también que no soy amigo de los pobres: considero a los pobres, en su situación actual, un desperdicio de materias primas. Cortados y enlatados de forma adecuada, podrían servir para engordar caníbales de las islas y mejorar nuestras exportaciones a esas zonas. En mi primer mensaje a la nación pretendo recomendar que se legisle en esta materia. Mi lema durante la campaña será: “Desmenucen al pobre, embútanlo en las salchichas”.
Estas son las peores partes de mi currículum. Y con ellos me pongo al frente del pueblo. Si mi país no me quiere, me retiraré en orden. Pero me recomiendo como un hombre en quien se puede confiar: un hombre que parte de la base de la depravación total y que se propone ser malvado hasta el final.
Al Margen
LA EDITORIAL UV CUMPLE 65 AÑOS
2022, la Editorial de la Universidad Veracruzana cumple 65 años de existencia. Para celebrarlos, ha organizado y organizará a lo largo del año diversos conversatorios de manera virtual a través de Facebook Live y su canal de YouTube. Hasta el momento, son tres los conversatorios que se han llevado a cabo.
Este
El primero se realizó el 23 de febrero con la participación de Selma Ancira, Juan Villoro y José María Espinasa, moderados por Agustín del Moral. En esta reunión, la traductora Selma Ancira dijo: “Cuando pienso en la Editorial me la imagino como una ventana al mundo desde México, porque la caracterizan una calidad y una apertura a distintas culturas que han llegado por vía de reconocidos traductores”; el escritor Juan Villoro señaló que “otra característica esencial es que a través del tiempo mantuvo el trabajo de edición como una variante de la conversación cultural, no solo para lanzar un libro al mercado sino también para discutirlo, y fue para nuestra generación una
universidad alterna”, mientras que el editor y escritor José María Espinasa apuntó que la Editorial UV “puso de su parte el conocimiento de la literatura de otros países y lenguas y de alguna manera gran parte del boom latinoamericano, antes de Carmen Balcells Segalà, y en ello fue decisivo el escritor Sergio Galindo”.
POESÍA virtual
Vetar la belleza o ser justos con el arte
La segunda sesión virtual se llevó a cabo el 6 de mayo y giró en torno a “Sergio Galindo editor”. Contó con la presencia de Mario Muñoz, Luis Arturo Ramos y José Luis Martínez Morales. En el encuentro, Mario Muñoz afirmó que la visión de Galindo al frente de la Editorial UV “fue increíble, ya que se atrevió a apostar por escritores jóvenes que ahora son figuras imprescindibles del canon de la cultura en México”; el escritor Luis Arturo Ramos explicó que el autor de Otilia Rauda estableció una editorial en provincia en la que “instauró un equilibrio inteligente entre autores mexicanos como Sergio Pitol, José Revueltas y Juan Vicente Melo, con sus pares latinoamericanos como Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez, trabajo que colocó a Xalapa en el mapa editorial de México y el continente”, y el maestro José Luis Martínez Morales expresó que Sergio Galindo “fue un hombre con gran carisma y carácter que supo conjuntar colaboraciones, cuya labor beneficia a la
Nadie pudo recordarlas después: el viento las olvidó, el idioma del agua fue enterrado, las claves se perdieron o se inundaron de silencio o sangre.
– PABLO NERUDAConfieso que he accedido a escribir acerca de Pablo Neruda contra toda posibilidad de fracaso. Hace poco leí sobre la riña que derivó tras la promoción del cambio de nombre del aeropuerto de Santiago de Chile; esto es, de Comodoro Arturo Merino Benítez al del poeta. Grupos feministas rechazaron la iniciativa parlamentaria argumentando que Neruda había sido un hombre maltratador de mujeres y violador. Comprendo el reclamo y la petición, cuya lógica moral está en sintonía con expresiones ideológicas de nuestra época, pero me pregunto qué relación tiene la censura del hombre con la de su poesía. Planteo esta cuestión, porque después de manifestar su rechazo en 2018, ahora en 2022, las tres casas-museo (en Santiago, Valparaíso e Isla Negra) del poeta están por cerrar dada la falta de asistencia y por supuesto de interés por conocer la obra del difunto Premio Nobel. Aunque el director de la Fundación Pablo Neruda también le atribuye culpa al gobierno de Sebastián Piñera y a la pandemia en 2020, por lo que ahora están en negociaciones con el actual presidente, Gabriel Boric; sin embargo, no descarta que la pérdida de lectores y admiradores –que visitaban curiosos los museos para percibir la energía que inspiró al autor de los versos más tristes–sea la consecuencia de una campaña de “cancelación” al poeta por parte de algunos grupos feministas.
Como sea, lo de renombrar al aeropuerto sigue en negociaciones con la cámara de diputados y senadores, ya que los grupos feministas han propuesto que lleve el nombre de Gabriela Mistral, pues la calidad de su pluma es como la del poeta y, además, también fue Premio Nobel de Literatura.
A ver si estoy entendiendo; entonces, ¿el reconocimiento debe responder a la trayectoria de los poetas y valoración de la obra, y no con la moralidad del poeta?
Actualmente, parece que el papel de algunos académicos, ideólogos, políticos y lectores es examinar la vida privada y moral desde una supe-
rioridad y conducta intachable en estos aspectos que hasta parece portan credenciales –a saber, qué academia de la moral se las dio–e intentan reprimir a lectores y autores. Confieso que a mí nunca un hombre me ha prohibido leer a alguna autora ni ha menospreciado mi gusto por algunas. Muchas autoras –incluso feministas– llegaron a mis manos por recomendación de algún profesor o amigo. Lamentablemente, no puedo decir lo mismo de la mayoría de las mujeres. El estigma y censura que algunas reparten no solo contra ¿hombres? ¿escritores?, no sé cómo llamarles –y es que de un tiempo para acá se ha vuelto difícil nombrar todo–, sino también con quienes los leen, me parece nocivo porque terminamos excluyéndonos a nosotras mismas.
Cavilando en los discursos de veda recordé el caso de la poeta Phillis Wheatley (1753-1784). Cada 8M aparece en mi timeline de Facebook, afortunadamente, una reseña que cuenta su caso singular. “La primera escritora poeta negra en publicar un libro”; sí, con todos esos adjetivos, como si no colmara decir que fue poeta y punto. Seré breve, el asunto es que la llevaron a juicio porque sospechaban que no fuese ella la autora de sus poemas. Ante la corte, ella refiere y recita de memoria a Homero, Virgilio, Dante, entre otros “clásicos” (lo entrecomillo porque para cuando este texto se publique quizá ya no lo sean). Me parece que la promoción del caso de Wheatley ese día es fallido, porque revela una contradicción honda; es decir, mientras nuestra generación desea validarla a través de sobrenombres, esta pasa por alto que en su juicio la poeta se amparó en la poesía, porque esa fue la principal causa que la llevó ante la corte. Por supuesto que se puede cuestionar el tufo racial y patriarcal alrededor, pero Phillis lo sorteó hábilmente: el arte la había puesto frente al tribunal censor y no tenía por qué hablar de otro tema.
Se dice que el arte es político, y con todo lo panfletario que exhale este razonamiento actualmente, es cierto, porque desde el hecho de que alguien lo paga, va implí-
cito el gusto, moral, etcétera, del comprador. Pero el arte también es político en tanto señala y critica su tiempo. Sin embargo, no está obligado a hacerlo; entonces, a cuenta de qué se le impone ser juzgado –moralmente–. ¿Esta será la tendencia para calificar el arte? ¿Quiénes conforman el tribunal? Es que yo no leo en los 21 poemas de amor (1976) de Adrienne Rich la apología del amor lésbico que atenta contra la moral cristiana y la familia homoparental. Yo solo leo en ellos un canto al amor. Es decir, por donde se le mire, la raíz de la censura a ciertos escritores y lectores, escritoras y lectoras (lo siento, casi lo olvido) se inclina más a lo moral y no a lo artístico.
Por otra parte, es cierta la omisión de autoras en el corpus de lecturas y en el “canon” literario, pero tampoco podemos ceñir un curso a escritoras solamente, se pierde objetividad y, además, sería reproducir la modalidad que tantos años las ha segregado. Me rehúso a creer que el encono contra la opresión a las escritoras ponga de relieve que aprendimos el lenguaje que hoy aborrecemos. ¿La violencia ha socavado nuestra capacidad de conmovernos ante la belleza? ¿Nos ha nublado el pensamiento la necesidad de tener la razón? ¿Hemos querido subyugar lo bello por falta de comprensión o sensibilidad? Una escultura de Bernini frente a los ojos de muchos será bella, y si nos transforma, con suerte surgirá el deseo de cuidarla, porque expresa el don divino de la creación a través de la humanidad. Por qué empañarla con el vaho de su autor. Ahí está el mar, excelso, saciándonos de lo infinito, y no por ser ateos habremos de privarnos de contemplarlo.
Tengo muy presente cuándo me acerqué más a la obra de Pablo Neruda. Confieso que había decidido tomar una clase de literatura hispanoamericana, ni siquiera era exclusivamente de poesía; porque la impartía un poeta quien se distingue por ser plural, con que consultamos distintos géneros y autores de diferentes naciones. Fue en otoño. Teníamos la tarea de leer Residencia en la Tierra
Universidad Veracruzana hasta el día de hoy”. La mesa fue coordinada por Germán Martínez Aceves.
La mesa virtual de editoras universitarias fue la tercera sesión que se difundió el 23 de junio, contó con la participación de Magdalena Cabrera, Andrea Ramírez y Angélica Guerra, integrantes de la Editorial UV. En la reunión, Magdalena Cabrera mencionó que “las mujeres han avanzado mucho en el mundo editorial, debido a que son detallistas, pacientes, educadas y comprometidas al realizar su trabajo, lo que ha permitido vislumbrar su labor”; Angélica Guerra afirmó que la Editorial UV es su escuela, ya que cuando estudió la licenciatura en Letras Españolas “la edición no estaba contemplada dentro del programa educativo”; y Andrea Ramírez opinó que “las nuevas generaciones de jóvenes editoras cuentan con una visión muy completa porque gestionan, contactan con los escritores, analizan textos, se entrevistan con el autor o la autora y les hacen observaciones, con el objetivo de comenzar con la preparación del libro”. La mesa fue moderada por Alma Espinosa.
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(1933-1935). Llegado el día, en clase leímos algunos poemas en voz alta, tras esto, ocurrió que la mayoría de los estudiantes contuvimos el llanto. Algo nos había sido revelado y no era posible diluir con palabras aquellos versos. Silencio. El viento se llevaba nuestro estremecimiento. La verdad, la belleza, nos había conmovido. “Como una ola hecha de todas las olas” su poesía: “Daría este viento del mar gigante por tu brusca/ respiración/ oída en largas noches sin mezcla de olvido. Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,/ un deudo festival que asuma mis herencias. Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,/ y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,/ y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,/ y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,/ como un collar de palpitantes ostras sexuales/ rodean mi residencia solitaria”. Todos estos versos extraídos de distintos poemas que pueblan Residencia en la Tierra, hacen que uno se cuestione cómo un hombre puede crear tanta belleza y a su vez ser ruin.
De golpe recuerdo a Gustav von Aschenbach cuando en una de tantas apareció Tadzio en la playa y, pese a que el mar estaba de fondo, el joven poseía aún más belleza, tal era esta por lo que su espíritu rendiría culto, pero también “la belleza nos hace vergonzosos”, habría dicho el escritor decadente. ¿Por esto no pudimos decir algo respecto a la poesía de Neruda? Acaso, advertimos los efectos de la verdad y la belleza con tal antelación que preferimos sellar con cera nuestros oídos, no acercarnos siquiera al lago como Narciso, quizá. No vaya a ser lo bello y lo verdadero la cabeza de Medusa.
La poesía, me dijo alguien un día de estos, es una de las manifestaciones más claras de la belleza. La residencia del arte es lo bello y lo verdadero. Si bien la percepción y el gusto se modifican con el tiempo, y esto Aschenbach lo sabía bien, no nos es difícil reconocer –y distar– entre lo auténtico y lo falso, porque esto último hiede, es gris o amarilla, es un viejo traveseando ser joven. Lo
bello debería ser en todo caso lo que fiscaliza al tiempo, las ideas y la moral, no al revés. En la poesía de Pablo Neruda hay un hombre solitario aterrado por la soledad, y ronda por los pasillos de su casa, la escritura, buscando su permanencia en el mundo. En este sentido, en “la anatomía del artista” que describe Thomas Mann, tanto la soledad como la intrincada e indisoluble relación entre autor y obra aluden a la búsqueda de eternidad del creador. La obra de Neruda habita aún entre nosotros, porque es íntimamente universal y resistirá al tiempo porque ya no le pertenece, y porque quiero pensar que todavía gozamos de libertad, aunque sea parcial.
Será que en defensa de lo bello y lo verdadero, más aún, de todo goce estético, Phillis Wheatley declaró displicente sus influencias ante el tribunal. Ella habló de creaciones, no de hombres, de ahí que no se redujera, sino todo lo contrario. Quizá sea similar el caso de Adrienne Rich –aquí sí conviene decir que además de poeta norteamericana fue feminista y lesbiana– porque es evidente que el título de su poemario es un coqueteo con el poeta chileno sin recelo. Los intentos por hacer agonizar la obra “de Neruda” podrán estar justificados desde nuestra mirada contemporánea, sin duda, pero considero necesario revisar nuestro reclamo en torno a las demandas y consecuencias que de él se desprenden, porque más allá de vetar a algún autor lo hacemos con la belleza que, acaso, sea una expresión de la verdad. Confieso mi ilusión en ser justos con el arte. Que al menos seamos libres en él. “Agoniza como una pena mía,/ la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde./ Y por la vastedad del vacío van ciegas las nubes de la tarde, como barcas perdidas/ que escondieran estrellas rotas en sus bodegas./ Y la muerte del mundo cae sobre mi vida”.
YULIANA RIVERAXII
El gato grande el colosal divino, el fulgurante, el recamado de tersura celeste, el de los jaspes netos coronado en malvas, róseos resplandores, el de lustrosos, vítreos, densos amarillos, la luciérnaga enorme, ascua sangrienta que envuelve una tan suave aureola de escarcha, el glamoroso destructor grabado a fuego, musas, apesta: él mismo, como sabe Sankhala, es otra selva de chupadoras bestias diminutas y homicidas. Si los demás irracionales –búfalos suntuosos, anillados reptantes, ínfimos roedores–supieran dibujar su muerte ella tendría forma de tigre; pero si el tigre dibujara, si soñara la suya, tendría forma de piojo, Jenófanes amigo, o bien de mosca, Torres, tocayo, azote del Parnaso. La multitud de sabandijas religiosamente numerosas y horrendas que lo cubren son visibles en su temeraria cercanía y a veinte metros, parca de carnaval, él hiede a hierbas pútridas, a humedad venenosa y aromática, como también dice Kailash. Así, leal, preludia su presencia el mortífero.
1 Este poema pertenece al libro Caza mayor (1979); esta versión fue tomada del libro El hacer poético (2008), de Julio Ortega y María Ramírez Ribes, publicado en la colección EntreMares de la Universidad Veracruzana.
Hace escasos cuatro meses sufrimos la pérdida del poeta que, en palabras de Octavio Paz, cambió nuestro paisaje poético: Eduardo Lizalde. Para recordar a este autor mayor, reproducimos el apartado XII de Caza mayor.1 Una raya mas al tigre.Retrato: Jorge Cerón
Hablar de Chile es hablar, inevitablemente, de Gabriela Mistral, quien a la vez nos lleva a recordar su poesía, al Premio Nobel de Literatura que en 1945 obtuvo y, por supuesto, al breve periodo en el que visitó y vivió en Xalapa, la sede de la FILU que hoy tiene como invitado al hermano país andino.
Padre veedor1
Padre veedor, padre amoroso, guárdala, guárdala, guárdala,
de sanguinoso horizonte de nieve que besa y mata de neblina que torna y ciega y de las playas ensalmueradas, y del espíritu que va en el viento aullando oscuras palabras.
Señor dueño de los caminos de greda roja y de greda pálida, que la marcha haces aérea y liberas nuestras plantas del filo de cuarzos crueles y de huella ensangrentada y el paso vuelves alácrito o lento como la balada, dále el ritmo del llanto lento o el de la vicuña cauta.
Padre sin sueño como los mares lleno de silencio o de hablas; afina, afina, su oreja de ave para la lenta sierpe ondulada. Padre secreto como la mina como el nido o como la valva: óyele el paso cuando le falle o le mengüe como la lágrima.
1 Este poema fue publicado originalmente como parte de “Dos poemas”, ya que precedía a “Electra en la niebla”; ambos fueron publicados en 1963 en La Palabra y el Hombre. La revista, entonces, anotó lo siguiente: “Nuestra revista tiene el honor de publicar estos dos poemas inéditos, por cortesía de la escritora Doris Dana, albacea de Gabriela Mistral. Estos poemas pertenenecen al segundo lagar que será próximamente publicado por la Editorial Losada de Argentina”. Años más tarde, en 1997, ya sin la nota citada, la revista emblemática de la Universidad Veracruzana recuperó y publicó nuevamente los dos poemas de Mistral.
De cuanto hiciste que alienta y corre por serranías y por llanadas se le parecen la golondrina, la codorniz y la venada, la rama dulce de la mimbrera y la gaviota sobre la oleada.
Mídele viento, sol, arena y desvíale la tornada, y la rama del pino abájale cuando en ella la alondra canta.
Va caminando los tres senderos, el del aire, la arena, el agua, el invisible del Destino y el inaudible de la Gracia.
Dale el vuelo de la gaviota, dale una mar jesucristiana, un corro de estrellas amantes y la canción que la lleva embriagada.
Aunque tus ojos la conocen, te la digo por acercártela; ojos ha sido para una ciega, desvelo para una desvelada, oído alerto para el grito que suena en noche de tornada.
Buzón CABUZ
Tres cartas para Roberto Bolaño y una respuesta
Uriel MartínezLlegué
a la Ciudad de México en diciembre de 1973, donde anteriormente había trabado amistad con Mario Santiago Papasquiaro y otros poetas. Por ese entonces había tres talleres en la UNAM: al de Juan Bañuelos asistíamos unos, al de Óscar Oliva otros y al de Miguel Donoso Pareja otros. Entre aquéllos y éstos se fraguaron algunas revistas independientes de carácter, naturalmente, efímero: recuerdo Zarazo y Tercera imagen, que cocinaron y alimentaron voces, más adelante, vinculadas con y afines a los Infrarrealistas; voces ya calladas por la vida. Así conocí a algunos de los protagonistas de Los detectives salvajes sin que necesariamente Mara Larrosa, Darío Galicia o Bruno Montané hayan encontrado un “ensamblaje” literario en las 609 páginas de esa novela epígono de La montaña mágica, pues la obra de Roberto Bolaño no es un diario sino un ajuste de cuentas con el pasado, la juventud, la vida. Desde entonces, mediados de aquella década, había síntomas de que algunos habían nacido para morir, como James Dean, temprano.
Uno de ellos fue víctima de un aneurisma cerebral y hubo meses enteros en que no reconoció ni a su familia; otros se fueron del país; unos más acallaron sus voces para vestir saco y corbata; hubo quienes emigramos al interior del país. En suma, la ciudad de Efraín Huerta y José Revueltas, también fallecidos, nos rechazó como ahora a los grafiteros, que a su modo son también poetas clandestinos de la urbe.
ZAC., 5 jul. 2000
Roberto Bolaño:
Acabo de terminar la lectura de Los detectives salvajes, que me ha conmovido, es como volver a ver a Mario Santiago con su pelo enmarcándole el rostro, es como hojear de nuevo un libro de Efraín Huerta en donde hallaré las palomas y los asteriscos rojos de mi amigo (muerto) y sus versos que parafrasean los del autor de Los eróticos y otros poemas. Me conmovió el episodio en que Mario Santiago habla dormido en casa de Amadeo Salvatierra (qué personaje tan tierno, que bebe mezcal Los Suicidas), qué conmovedor ver a Cesárea Tinajero vieja y gorda como un elefante, su muerte se enmarca en un paisaje cinematográfico —ahora que lo expreso me recuerda alguna escena de Arturo Ripstein—; la lec-
tura de tu novela me llevó a abrir la Asamblea de poetas jóvenes y a leer el poema de Darío Galicia, a buscar en mi librero Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, a recordar a don Miguel Donoso, ahora viviendo en su país (Ecuador). Te envío dos libros a cambio de dos tuyos.
Zac., 3 sept. 2000
Amigo Roberto Bolaño:
Llegué a Zacatecas el 5 de mayo de 1997 a raíz de una oferta de trabajo; la llegada significó para mí el regreso a Ítaca luego de una emigración a edad temprana (7 u 8 años de edad = la infancia). ¿Qué me hizo retornar?, seguramente aquí sepultaron mi cordón umbilical; además aquí reposan los restos de mi padre (Manuel) y mis abuelos (Francisco y Jesús) y aquí viven los hermanos (5) de mi papá y sus hermanas (2). Mi abuela materna está sepultada en Torreón (Coahuila) y mi madre en Lerdo (Durango). Creo que por esto mi corazón está parcelado en distintos puntos de este país.
Creo que retorné a Ítaca en un momento crítico para mí (vísperas de mi cumpleaños), Zacatecas (el siguiente diciembre cayó una seria nevada) y el país (fin de una era política). Con todo y eso, desde tiempo atrás yo sabía-intuía que el siguiente paso importante en mi vida era el regreso a mi tierra, pues mis ancestros me llamaban, me esperaban, me urgían.
Cada mudanza –en mi caso– es una forma distinta de quemar las naves (qué manera tan ingenua de platicarle a alguien que su vida ha sido una cadena de naves quemadas). Algo debo tener del judío errante, del predicador franciscano, del marinero en tierra extraña, del sudamericano que jamás abre del todo sus maletas, del corresponsal de guerra que no le alcanza el tiempo para asear a fondo su casa, su menaje.
Zac., 7 oct. 2000
Amigo Roberto Bolaño:
Llegué a esta ciudad el 5 de mayo de 1997, siete meses antes de una nevada que hacía como cuatro décadas que no se veía en Zacatecas. Al poco tiempo me encontré a un director de teatro que fue mi compañero en un taller de dramaturgia en México. Con él, conocí a tres norteamericanas –la menor como de 16 años, poeta–, a quienes les hablé de un amigo poeta (Bruno Montané) que, cuando probó por vez primera el tequila, dijo: “Sabe a ceniza”. Natasha, es el nombre de la joven, escribió en una servilleta de papel –estábamos en un restaurante bar bebiendo tequila y cerveza–: “The taste of ashes/ turns into the/ mind of enchantment/ the love of the/ earth turns into/ ashes.”
Servilleta que todavía guardo para, un día, regalársela a Bruno, ¿dónde vive?
En junio fui a México. De ahí le hablé a Mauricio, que acababa de regresar de Holanda, a donde fue, creo, a dirigir una puesta en escena, le
pregunté si algo le recordó a Zacatecas –cuando estuvo aquí, una noche en la calle me dijo: “mira, esta parte”, señaló una fachada con balcones, “me recuerda Portugal”– y Mauricio me contestó que el cielo holandés, “pero es más hermoso el de Zacatecas.” Gracias por la postal.
UM
Querido Uriel:
Qué alegría tener noticias tuyas. Recuerdo que en las afueras de Zacatecas lo que privaba era el color rojo: me pareció una ciudad árabe. O que yo estaba soñando. Y a ti te recuerdo como una buena persona: uno de los pocos que solo quería ser feliz, que no querías hacerle daño a nadie. ¿Sí fue el café La Habana en el mismo sitio? Probablemente ya no te acuerdas (ni falta que hace), pero en una ocasión te defendí de los turbulentos hermanos Méndez y de otros que yo también he olvidado. Creo que es una de las pocas cosas buenas que hice en México. Recibe un fuerte abrazo.
ROBERTO
Corre, LEE
y dile
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Aquí me quedo
Yo no quiero la patria dividida ni por siete cuchillos desangrada: quiero la luz de Chile enarbolada sobre la nueva casa construida: cabemos todos en la tierra mía.
le a tierra mía. P N