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APRECIAR LAS FLORES AJENAS
> Por Ana Melgarejo
CASI DIARIO llegaba un gran arreglo de flores a la oficina. No era para mí, pero me hacía el día. Eran piezas poco comunes para la época en la que, lo que rifaba era la rosa roja y el girasol. La receptora era mi jefa. Una mujer iracunda como de treinta años: casada con alguien distinto al remitente.
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El efecto de esas flores en las mujeres que ahí trabajábamos era inmediato. Nos remitía a la adolescencia y a los primeros amores. No sé si a mi jefa la remitió ahí, o al juzgado para tramitar su divorcio. Al tiempo, el detallista compañero de trabajo logró el objetivo de casarse con ella y suavizarle el carácter. Y, es que mientras nosotras encontrábamos lo bueno en esas flores que no eran nuestras, él también estaba en eso de la apreciación de lo ajeno.
A raíz de esos eventos, me empezaron a interesar las flores. El poder que tenían en ponernos de buenas, y el poder que tienen para convencer. Es fascinante ver que un arreglo de flores en circunstancias adversas puede consolar a un doliente o, un simple ramo, puede arremolinar decenas de mujeres en una pista de baile para ver quien es la siguiente novia.
Ahora que soy florista, que no vendedora de flores, me gusta ver si mis flores tienen impacto. Me enorgullezco cuando generan una sonrisa o cuando borran una lágrima. Me encanta ver que en el mundo de las flores hay muchas mujeres que fácilmente se convierten en amigas. Y me pregunto si en un futuro, alguno de mis arreglos será el motivo de alguna separación o el inicio de lo que será una relación duradera.
También me queda la duda si a mi jefa le siguen llegando esos tremendos arreglos florales. Soy Ana Melgarejo, florista y contadora de historias ajenas.