Apuntes de Introducción a la Historia del Arte. 1

Page 1

Apuntes de introducción a la Historia del Arte. 1

María Jesús Rueda García Enrique D. Perela


(© Autoedición registrada en 1997. En esta re-edición hemos procurado aproximarnos a la maquetación primitiva y hemos retirado las referencias bibliográficas, que juzgamos innecesarias en las circunstancias actuales)


INTRODUCCIÓN. ¿QUÉ ES EL ARTE? Últimamente no hay quien se aclare con el arte... Últimamente eso del arte es un cachondeo. Y aunque, en principio, una formulación de ese tipo pudiera inducir cierta desazón –hasta el ordenador me dice que «cachondeo» es un término coloquial que no debe utilizarse por escrito–, desde otro punto de vista, resulta gratificante. Sí, resulta divertido que el cachondeo haya adquirido categoría de rasgo cultural, entre nuestros usos y costumbres. Si, como dijo

alguien que tuvo que vérselas con los jueces, la justicia es un cachondeo; si, como parece obvio, la política es un cachondeo; si casi todas las circunstancias de orden social de nuestros días son un cachondeo, nada tiene de particular que otro de los elementos «sagrados» de nuestro ordenamiento cultural, el arte, también sea un cachondeo. Y en lugar de lamentarnos o de obedecer al ordenador, acaso fuera mejor contemplar la situación desde el lado positivo y, en consecuencia directa, dejarnos arrastrar a un universo que, muy especialmente, parece concebido para el desmadre... Sí, no se lleve las manos a la cabeza el lector escandalizado, acaso acostumbrado a contemplar el arte en actitud grave y severa, con puñetas en las muñecas y encajes de pitiminí sobre los párpados, tal y como impone el ambiente engolado de los museos españoles y ciertos usos amanerados... Aunque en su componente cultural el arte sea algo «muy serio» –para muchos seguirá siendo algo muy serio–, no podemos –no debemos– olvidar que una porción muy


relevante de lo artístico, antes que nada, fue concebido –ha sido concebido– con un importantísimo componente sensual e, incluso, hedonístico, para hacernos la vida más agradable, para que nuestros sentidos se solacen... que es un término de connotaciones sumamente próximas al popular desmadre. Imaginamos que para muchos, acostumbrados a una idea del arte excesivamente asociada a imágenes como los bufones, de Velázquez, o el Duelo a garrotazos, de Goya, esas afirmaciones pueden parecer exageradas, porque aquí, en España, hasta los artistas –algunos artistas– se han dejado tentar frecuentemente por el escabroso placer del tremendismo. No deja de ser significativo lo difícil que es encontrar imágenes optimistas y desenfadadas en la Historia del Arte Español, pero piense el lector que esa severidad era algo impuesto por quienes, desde la época retratada por Umberto Eco en El nombre de la rosa, creían que la alegría y el placer eran socialmente peligrosos. Recuerde el amable lector que Felipe II impuso una peculiar moda en el vestir, que encarcelaba el cuerpo hasta la barbilla; que en la corte de Felipe IV, por ejemplo, estaba prohibido sonreír; que más tarde hubo que prohibir los carnavales... Los norteamericanos dicen que todo lo agradable engorda o es pecado; en España, como hemos digerido sabiduría de muchísimos más años, siempre hemos sabido que todo lo agradable es socialmente peligroso y, por lo tanto, intrínsecamente malo... Por fortuna, tan oscuros valores, que llegaron a ser estandarte de ortodoxia y tenebros espejo de «caballeros andantes», sólo triunfaron en el mundo durante un breve período de tiempo, cuando en «nuestros territorios no se ponía el sol», y hoy las cosas son de otro modo y para ventura de muchos y desazón de pocos, gran parte de lo que hoy llamamos arte, sigue siendo esencialmente sensual, concebido para proporcionar un placer que no tiene por qué ser exclusivo de supuestas élites «ultrarrefinadas». En ciertos ambientes se dice que el arte es algo para cuyo disfrute se requiere una elevada formación, un cierto refinamiento... Nosotros creemos que esa formulación debe matizarse y, por supuesto, nunca debe entenderse con carácter descalificador. Aunque para gozar plenamente de todas las posibilidades que el arte tiene, en efecto, es necesario tener ciertos conocimientos y cierta formación del gusto, nadie puede impedir al más tosco gozar con muchas de sus cualidades. De hecho, con el «buen arte» sucede lo mismo que con el «buen cine»: le gusta a todo el mundo; a unos, por razones elementales; a otros, por razones más complejas... Si acaso, el supuesto carácter elitista del arte ha de entenderse en otra línea: a mayor conocimiento, mayor capacidad de disfrute... Es posible, querido lector, que una introducción tan... anómala, te desconcierte... Si deseas desconcertarte aún más, te recomendamos un breve


paseo, que comience por la puerta de Goya del Museo del Prado y, después de pasar por las salas de El Greco, Tiziano... los italianos... Velázquez... culmine en el laberinto hospitalario del Reina Sofía, cuyas salas huelen a una extraña mezcla de formol viejo y Cristasol... Como estamos seguros de tu capacidad para advertir las diferencias que existen entre las «artes tradicionales» y las «modernas», no te propondremos que reflexiones sobre ellas, sino sobre lo contrario. ¿Te has puesto a pensar alguna vez qué tienen en común las pinturas del Prado con las «cosas» del Reina Sofía? A ambas cosas las llamamos «arte»... ¿Será por alguna caprichosa arbitrariedad de los críticos, los directores de museos y, en general, de quienes llevan las riendas del saber cultural? Sería magnífico que los problemas culturales tuvieran una solución tan sencilla como la que subyace en esa maliciosa pregunta... Lo más curioso, lo que también justifica la irreverencia inicial, aquella que podría deducirse del uso de unos términos tan desacostumbrados como los que hemos utilizado antes, es que, a pesar de los pesares; a pesar de lo que pudiera parecer «evidente», la proximidad entre unas artes y otras es mucho mayor de lo que pudiera parecer «a primera vista». Dicho de otro modo, a pesar de las evidentes diferencias «formales» que existen entre las artes «tradicionales» y las artes «modernas», nos hallamos ante objetos de entidades comparables, que promueven situaciones y fenómenos (sociales) paralelos –más que paralelos–. De ahí que, en principio sin entrar en disquisiciones que ahora no serían oportunas, a pesar de esas diferencias que parecen obvias, sigamos utilizando el término «arte» para nombrar objetos en cuya realización ha prevalecido de modo especialmente significativo esa cosa indefinible que llamamos creatividad humana. Y todo ello, sin necesidad de entrar en otros problemas más peliagudos, como, por ejemplo, la, en apariencia, absurda extensión terminológica que permite calificar de «artistas», conjuntamente, a Picasso, al Sr. Banderas y a los miembros de la muy ilustre familia Flores... Tiempo habrá de justificar con detalle tantas aparentes anomalías... Pero volviendo al problema del arte contemporáneo en relación con el de los siglos anteriores, no deseamos dejar pasar la oportunidad de proponer a la consideración del lector algunas indicaciones sumamente explícitas. La primera, que, a lo largo de la historia, el término «arte» se ha aplicado a objetos de cualidades muy variables, en ocasiones, con diferencias de gran entidad. Así, por ejemplo, quienes vivieron en el siglo XV habrían tenido que decir algo parecido: que el arte del siglo XV era una «cosa diferente» al arte del siglo XIV o al del siglo XIII; otro tanto habrían podido decir los romanos más celosos de sus tradiciones, cuando, en la época de Augusto, se pusieron de moda los, para algunos de ellos, «afeminados» talleres áticos. Por no mencionar a quienes vivieron durante el siglo IV y protagonizaron los grandes cambios culturales que impuso la


institucionalización del cristianismo... De manera que, en principio, podemos formular una tesis de partida que, intuitivamente, se justifica con facilidad: el arte del siglo XX es un arte distinto... respecto del siglo XIX... pero tan distinto como lo fue el del siglo XVI respecto del medieval, el medieval respecto del grecolatino, el grecolatino respecto del micénico... Hace cien años a nadie se le habría pasado por la imaginación que aquellos edificios populares, netamente insalubres, condicionados por las limitaciones materiales locales y ajenos a la idea de «lo pintoresco», que se extendían por cualquier área rural española de zonas deprimidas, pudieran llegar a ser acreedores algún día de valoraciones estéticas elevadas. Es más, para los abanderados de la eterna integración en Europa de entonces, hubiera sido maravilloso que todas aquellas edificaciones hubieran desaparecido por encanto para dejar su lugar a las formas de vida de los pueblos transpirenaicos... A quienes vivimos en Madrid nos resulta muy familiar el caso de Patones de Arriba, un pueblecito que, según dicen los más crédulos, estuvo tan marginado de las vías de comunicación, que sus habitantes permanecieron durante más de diez siglos anclados en una marejada endogámica que les mantuvo atados al tronco antropológico visigodo hasta tal punto que nunca supieron nada de la «invasión napoleónica». Han tenido que llegar los años posteriores a la «moda» de los «valores matéricos» –muy vinculada a ciertas expresiones estéticas contemporáneas–, para que, de repente, «advirtiéramos» que esos miserables mampuestos de pizarra poseen, en sí mismos, «grandes valores plásticos», que esas casas infrahumanas pueden ser «recuperadas» satisfactoriamente con cierta facilidad... En definitiva, unas formas arquitectónicas, que estuvieron determinadas por la miseria secular, por la carencia de otros materiales más racionales, más «civilizados», se han convertido en «formas bellas», por sí solas capaces de movilizar en algunos de nosotros el deseo de acudir allí o, incluso, de establecer la «segunda residencia» en un lugar que hoy nos puede parecer paradisíaco. Suponemos que el lector conocerá mil casos similares...


Para mayor abundamiento, con otros matices, ahí está la «recuperación –bajo motivaciones estéticas– de los elementos artesanales y antropológicos. Las tiendas «de diseño» hoy venden trillos para ser reutilizadas como mesas; vasijas para lámparas o para ornamentar estanterías; utensilios de hojalata para similar fin; yugos para confeccionar cabeceros; y hasta arados «romanos» para decorar con «rústica sencillez» paredes de chales de las mismas personas que salen irritadas después de dar un paseo por las salas de un museo de arte contemporáneo. Si ha cambiado nuestro «sentido de lo bello», ¿cómo no va a cambiar nuestra idea del «arte»? En definitiva, cuando hablamos de «arte» o de «belleza» hablamos de cosas cuya naturaleza se desarrolla entre las entretelas de la dinámica cultural y que, como ella, están sujetas a los cambios determinados por las circunstancias de aquella. Lógicamente, no puede ser lo mismo un arte hecho para los romanos de los siglos I y II, hombres acostumbrados a una vida extremadamente dura, que se divertían asistiendo a combates entre gladiadores, que el que se hace para personas de finales del siglo XX, habituadas a las imágenes, que visualmente gozan contemplando películas de Spieldberg, de Coppola o de Kubrick. El creador, su mentalidad, ha cambiado; han cambiado los «medios técnicos» y por lo tanto, las posibilidades de expresión; han cambiado las expectativas del contemplador potencial, sus costumbres, su «sensibilidad»... Han cambiado las fórmulas de difusión; ha cambiado el número de potenciales creadores y el carácter de su orientación social... Necesariamente, el arte debe ser «diferente». Se dice que la experiencia estética siempre ha sido y sigue siendo algo que depende de cuestiones muy personales... del ejercicio de nuestra propia libertad. Sin embargo, las limitaciones a la voluntad del individuo en su relación con el arte y, en general, con los valores culturales, son y han sido tan numerosas que resulta sorprendente que aún alguien crea firmemente un axioma que debería ser muy matizado. Para situarlo en tela de juicio y sin entrar en cuestiones más intrincadas, basta resaltar dos detalles que casi nunca nos paramos a considerar. El primero, la prefiguración de nuestros juicios estéticos. Todos aprendemos antes que Goya fue un genio que las razones por las que sus obras son geniales; es más, en ocasiones nunca conoceremos cuáles son esas razones. Y el segundo, que nos vemos obligados a elegir entre un repertorio más o menos limitado, que se repite sin solución de continuidad en los libros de Historia del Arte y en los Museos, que presupone la ocultación de muchas obras y autores de los que nunca llegaremos a tener la menor noticia. En consecuencia con estos «detalles», nuestros gustos se polarizan en torno a un repertorio muy limitado de autores, absolutamente incomparable con


lo que podría esperarse si, en realidad, las cuestiones de gusto o preferencia estética se ejercieran desde la absoluta libertad individual. Y no sólo eso... Tal y como socialmente hoy entendemos el arte, hasta resultan «inadecuadas» las veleidades lúdicas y hedonísticas, que engloban una parte importantísima de los componentes más íntimos de la experiencia estética... Por desgracia, mientras se mantengan los valores estéticos encorsetados que se nos imponen desde las atalayas del pensamiento apesebrado, a pesar de lo que suelen decir los periodistas y demás modeladores de la opinión colectiva, la experiencia estética tiene muy poco de «personal»... No queremos dejar pasar la oportunidad de proponer una sencilla experiencia estética al lector que, a pesar de todos los pesares, mantenga una actitud escéptica respecto del llamado «arte contemporáneo». Busque la exposición que le parezca más «estrambótica» y acuda a verla con una actitud que margine cualquier comparación... Es sabido que las comparaciones son odiosas... Cámbiese el chip hasta adquirir una actitud lúdica, propensa al divertimento, abierta, y en lugar de pensar aquello de que «esto no es arte», sabiendo que no estará dispuesto a mayores concesiones, planteéselo diciendo «vamos a ver qué extravagancia toca hoy», e intente divertirse con lo que encuentre entre las paredes del museo... Pero dejemos estas cuestiones, a las que tendremos ocasión de volver cuando tratemos del arte del siglo XX y volvamos al objeto primordial de estas líneas preliminares: comunicar al lector nuestra actitud... Por encima de paralelismos forzados por los objetos, nuestra visión de la Historia del Arte pasa por un criterio poco frecuente en los manuales que el lector puede encontrar en los estantes de las librerías o las bibliotecas. Obviando los aspectos hedonistas y lúdicos, que entendemos muy personales, las páginas que siguen han sido confeccionadas atendiendo, en primer lugar, a la capacidad que tienen todos los objetos y, especialmente, los artísticos, para suministrar información (cultural) de la época correspondiente. Desde ahí y contando con nuestras limitaciones, hemos intentado crear un manual sujeto a unas posibilidades de edición ciertamente prosaicas. Como los libros con magníficas láminas son muy abundantes y los suponemos al alcance del lector, hemos optado por limitarnos a recoger unas pocas ilustraciones, casi con carácter de referencia tangencial, para centrarnos en cuestiones de otro tipo, no siempre demasiado originales, que confiamos ayuden a entender cosas que deberían entenderse por sí solas. Nuestra idea es presentar, al menos, tres volúmenes que cubran la producción artística occidental hasta finales del siglo XX. De ellos, este primero llega hasta el arte griego, cuando se cierra el preámbulo histórico de todas las culturas occidentales.


1. TÉRMINOS Y TÉCNICAS ARQUITECTÓNICOS (BREVE INTRODUCCIÓN). Es costumbre que los manuales de Historia del Arte comiencen con un capítulo dedicado a cuestiones terminológicas, para que el lector tenga una referencia al léxico específico de la materia. Aunque en la línea que lleva esta obra las circunstancias terminológicas son relativamente secundarias, no hemos querido romper tan sensata tradición y a ello hemos dedicado una páginas orientadas específicamente a cuestiones arquitectónicas generales 1 . Para ello hemos intentado buscar un punto de equilibrio entre la historiografía actual y los usos de la técnica constructiva y arquitectónica, que esperamos resulte de utilidad para el lector. . Si por un momento nos olvidamos del sentido funcional específico de un edificio y nos fijamos en su aspecto, en su apariencia visual, advertiremos que en él existen «cosas» que trascienden ampliamente lo que en el caso de otros objetos tridimensionales llamamos «forma». La mayor parte de esas «cosas» nos remiten a la esencia del arte de la arquitectura y, en especial, a las circunstancias que impone la acción de construir, el hecho de que una edificación debe ser, antes que una iglesia, un palacio o una vivienda, una construcción confortable, estable y duradera. Naturalmente, las circunstancias asociadas a la acción de construir han cambiado mucho con el paso de los años, en especial, a partir de la Revolución Industrial 2 , y algunas de ellas las veremos cuando estudiemos los diferentes «estilos» arquitectónicos; sin embargo, existen otras de carácter más o menos genérico que han permanecido sensiblemente inalterables a través del tiempo. A ellas nos referiremos a continuación.

1

Lógicamente cada época tiene sus peculiaridades específicas que afrontaremos en su momento. Aquí sólo nos detendremos en circunstancias de carácter general. 2

Aunque el cemento portland –el que seguimos empleando en la actualidad– se «inventó» hacia el año 1824, la «revolución» de las técnicas constructivas fue un proceso relativamente lento que transcurrió en paralelo al desarrollo de tecnologías muy variadas que pasaban por la obtención de acero, vidrio, etc.


1.1. Los materiales. El uso de los diferentes materiales que están a disposición del hombre es una de las cuestiones más interesantes de la historia de la arquitectura por cuanto determina la confluencia de una serie de factores que no siempre se resuelven del mismo modo. En todo caso, es importante advertir que el uso o la elección de un material determinado está condicionado, ante todo, por el medio ecológico, el desarrollo tecnológico, la disponibilidad de mano de obra y la tradición cultural de cada momento. La combinación de esos factores dará lugar a las diferentes fórmulas arquitectónicas que conocemos, que mantuvieron un desarrollo prácticamente lineal hasta la Revolución Industrial, que, en su desarrollo, dio lugar a un nuevo repertorio de materiales.

1.1.a. La piedra. Es el material arquitectónico y estructural más obvio, por cuanto sus propiedades físicas, combinadas con las de los elementos vegetales, se adaptan magníficamente para determinar un espacio «de cobijo». Seguramente, las primeras edificaciones «no naturales» (cuevas) se realizaron con muros de piedra rematados con cubiertas vegetales. Desde entonces a hoy, atendiendo a los factores antes mencionados, se han ido concretando las diferentes posibilidades que hoy conocemos y seguimos utilizando, ahora, con la inestimable ayuda del cemento. Lógicamente, en el uso de la piedra, antes que nada, se deja sentir el peso del «factor ecológico». En las zonas calizas se suele emplear caliza, al igual que en las graníticas, granito... por supuesto, siempre y cuando quien construye lo hace sujeto a limitaciones económicas; si no es así, si quien construye puede dejar a un lado las limitaciones económicas y se puede permitir seleccionar los materiales según criterios ornamentales o de mayor durabilidad, aparecerán materiales que pueden proceder de lugares lejanos... También hay que tener en cuenta que las construcciones de piedra, sobre todo, cuando se realizan en bloques regulares, que han sido tallados previamente, resultan costosos, porque requieren la existencia de la infraestructura que impone la cantería, el transporte de los bloques, su manejo y la elevación, que implica el uso de grúas más o menos sofisticadas. En contrapartida, gracias a su elevada resistencia a la compresión, las construcciones en piedra bien diseñadas acreditan cualidades de durabilidad que serían inconcebibles con otros materiales. No obstante, hay que hacer notar que todas las rocas conocidas tienen un importante talón de Aquiles: su limitada capacidad para aguantar los esfuerzos de tracción y flexotracción, que les hacen jugar en desventaja frente a otros


materiales aparentemente «más pobres». Entre las rocas más habituales en técnica arquitectónica, destacan: El granito: especialmente adecuado por su durabilidad y resistencia a la compresión. Si los sillares de granito están bien tallados y se confeccionan con material en buen estado (no disgregado), pueden durar dos mil años. Las piedras calizas y el mármol. Componen un repertorio amplísimo, que comprende cualidades muy diferentes. En general, frente al granito, la caliza tiene la ventaja de que es más fácil de tallar y el inconveniente de que es muy sensible a los efectos del agua. Muchos de los edificios realizados en piedra caliza que hoy conocemos contienen sillares que se han convertido en verdaderos azucarillos. En este sentido, son paradigmáticos la mezquita de Córdoba y la mayor parte de las edificaciones de Segovia, cuyo estado de conservación es irreversible. Las pizarras. Tienen la propiedad de ser esfoliables y, por lo tanto, están especialmente habilitadas para funciones que requieran ligereza y resistencia a la abrasión: tejados y pavimentos. Las areniscas. Componen un repertorio muy amplio, de cualidades diversas. En general, aceptan muy bien la talla, pero son poco resistentes a la acción meteórica.

1.1.b. El barro y la cerámica. El hombre advirtió muy pronto cuáles eran las propiedades de la arcilla y entre ellas, dos fundamentales: a) Que una vez saturadas de agua son impermeables. b) Que sujetas a cocción se transforman en un producto nuevo, de resistencia mecánica próxima a la de algunas rocas y con importantes ventajas añadidas, que varían según factores fáciles de controlar (forma, tamaño, resistencia química, etc.). Ambas propiedades han sido muy utilizadas en arquitectura, especialmente en las zonas pobres en rocas o ricas en arcilla, pero, sobre todo, en aquellas que, por razones culturales, creyeron útil explotar aquellas propiedades. En esta línea hay que considerar la existencia de dos elementos diferentes, que dan origen a sendas modalidades constructivas: a) El adobe. Se compone de una mezcla de barro y paja, que se adapta a plantillas con forma de caja, que se dejan secar al sol. Los muros de adobe, que aún se pueden ver en el medio rural, establecen una modalidad constructiva de manifiesta utilidad, que ha sido desplazada por el desarrollo de las técnicas contemporáneas. b) El ladrillo. Tradicionalmente se realizaban piezas macizas, cuyas


dimensiones variaban de acuerdo con los sistemas métricos imperantes. Aunque muchos historiadores siguen hablando de «materiales pobres» cuando tienen que hablar de construcciones en materiales cerámicos, hay que tener en cuenta que, en técnica constructiva, éstos son mucho más racionales que la piedra y que para poder colocar ladrillos debe existir una cierta infraestructura «industrial», que acredita cierto desarrollo cultural y tecnológico. En relación a los ladrillos, hay que tener en cuenta que su uso también requiere, necesariamente, la existencia de algún material adherente. Tradicionalmente, esta función, que ahora cumple el cemento, ha corrido a cargo de la cal, o mejor, de los morteros de cal (cal viva mezclada con arena). c) Las piezas esmaltadas. Su aplicación arquitectónica ha corrido paralela al desarrollo del ajuar doméstico, para especializarse en cuestiones ornamentales. d) El gres. Aunque su uso masivo es relativamente reciente, se han empleado piezas de gres en la arquitectura tradicional, sobre todo, en el área oriental.

1.1.c. La madera Como en el caso de la piedra, el hombre advirtió enseguida que las posibilidades de la madera (su resistencia a la flexotracción) le hacían especialmente adecuada para aquello en lo que se ha seguido utilizando hasta nuestros días: tejados, cargaderos, puntales, etc. Además, son especialmente adecuadas en aquellos lugares en que los fenómenos sísmicos son frecuentes, puesto que en estos lugares las construcciones de piedra son menos adecuadas que la madera, por la capacidad que tiene ésta para absorber deformaciones estructurales. En general, se pueden utilizar todas las maderas conocidas, bien para realizar elementos auxiliares, bien en aspectos secundarios o, incluso, muy secundarios (por ejemplo, la madera de chopo apenas sirve más que para quemar). Naturalmente, las más utilizadas son aquellas que existen en el entorno inmediato y son susceptibles de proporcionar piezas de cierta longitud y, en especial, las coníferas. El resto de las maderas, sobre todo las «exóticas» (aquellas que proceden de lugares lejanos), por razones obvias, históricamente se han reservado para confeccionar elementos ornamentales.


1.2. Los elementos estructurales. 1.2.1. La cimentación. Aunque resulte obvio, hay que hacer notar que el primer elemento constructivo es la cimentación. Naturalmente, en los edificios que se conservan más o menos en pie es difícil adivinar su configuración; no así en los restos arqueológicos que, con frecuencia, es uno de los pocos elementos que es posible identificar. De hecho, la mayor parte de los yacimientos arqueológicos no prehistóricos 3 informan sobre las construcciones que allí había mediante la «planta» de cimentación. Tradicionalmente, los cimientos se hacían mezclando grandes bloques de piedra con cascotes y mortero de cal.

1.2.2. Los Muros. El paso de la cimentación a las cubiertas está condicionado por las servidumbres del espacio interior y, más concretamente, por la necesidad de espacios amplios o reducidos y por la disposición de puntos de luz y acceso (ventanas y puertas). Desde estas consideraciones surgen los muros –cuando se persigue el cerramiento–, los pilares –cuando se pretenden espacios abiertos y diáfanos– y las columnas –cuando a la pretensión anterior se unen componentes decorativos–. Los paramentos planos, en general y desde el punto de vista constructivo, pueden ser de dos tipos: muros, cuando asumen función estructural, y tabiques, cuando simplemente sirven para determinar espacios sin asumir una función estructural relevante. Históricamente, unos y otros se han hecho con los mismos materiales (ladrillos, adobe, mampuestos, etc.), si bien, lógicamente, los primeros siempre se han realizado con mayores márgenes de seguridad, que, con frecuencia, sólo se manifestaban en el espesor: 3

Cuando la información arqueológica es relativamente poco relevante –respecto de la información proporcionada por otras fuentes históricas– y este es el caso de los restos de época Antigua, Medieval y Moderna, la Arqueología apenas puede aportar otros datos de importancia que las plantas de cimientos.


aunque, lo normal es que los muros de una fortificación sean de piedra (sillares, mampuestos, etc.), también se puede emplear el tapial con tal de que tenga el espesor que garantice su funcionalidad. Los tipos de muro más habituales son los expresados a continuación.

a) Muros de piedra. Tipos y terminología. 1. Aparejo de mampostería («opus incertum»). (El término «aparejo» se refiere al modo de colocar las piedras o los ladrillos). Los aparejos de mampostería son aquellos realizados con «mampuestos», es decir, con piedras irregulares tomadas del suelo, que pueden cogerse con la mano (de ahí el término «mampuestos»). Por lo general, las piedras se unen entre sí mediante mortero de cal, aunque en algunos casos se pueden colocar sin mortero, como en las tapias de linde que aún se ven en el medio rural. Es el «opus incertum» romano. 2. Muro o aparejo ciclópeo. Es aquel que ha sido realizado con grandes bloques, «qué sólo podrían colocar cíclopes». Es frecuente que los aparejos ciclópeos no estén aglutinados con mortero alguno. El aparejo ciclópeo es un rasgo de escaso desarrollo en tecnología constructiva y es relativamente frecuente en la edificación militar prerromana. 3. Paramento poligonal. Se aplica a muros cuyo paramento presenta aspecto poligonal, bien mediante bloques regulares, bien con bloques irregulares, tallados para forzar el encaje de unos con otros. Es una fórmula constructiva desarrollada en época romana, pero de gran implantación en la arquitectura popular de todos los tiempos y lugares.. 4. Sillares y sillarejos. Muro isódomo (opus isodomum romano). Las piezas de piedra talladas en forma paralelepipédica se denominan sillares; si la talla no es regular y el tamaño es reducido se habla de sillarejos. El muro isódomo es aquel en el que los sillares, todos de la misma altura y de forma paralelepipédica, están dispuestos con regularidad. Tal y como presupone el término latino, la «isodomía» es una cualidad que alude, ante todo, a la regularidad. La realización de este tipo de muros es relativamente cara y requiere la existencia de una infraestructura social y tecnológica relativamente compleja, que permita todas las operaciones que dicha realización implica (explotación de canteras, medios y vías de transporte, mano de obra especializada, utillería de


cierta complejidad, grúas, etc.). En el Monasterio de El Escorial es posible ver una exposición en la que están recogidos algunos de los elementos que se utilizaron en su construcción. 5. Muro seudoisódomo. Los sillares, cortados según tamaños no iguales, están dispuestos formando hileras sensiblemente horizontales pero de diferente altura. Es un tipo de muro que requiere unos medios similares a los del tipo anterior, que, sin embargo, se aplican con menor rigor constructivo. 6. «A soga» y «a tizón». Son términos que se refieren a la forma de colocar las piezas (de piedra o ladrillo) en relación a la línea determinada por el muro. Cuando la pieza se coloca de modo que su dimensión mayor es paralela a la dirección del muro, se dice que está colocada «a soga». Si es perpendicular, es decir, si sólo vemos la cara menor del sillar, se dice «a tizón». Lo normal es que todos los muros de cierta anchura, tanto si son de piedra como si son de ladrillos, estén realizados intercalando piezas a soga y a tizón para asegurar la trabazón. 7. Almohadillado. Se dice que un muro es «almohadillado» cuando los sillares tienen aspecto de almohadillas, es decir, cuando se han redondeado los vivos por la parte exterior, para que produzcan efecto de «pieza saliente». Es un procedimiento muy utilizado en los zócalos de los palacios renacentistas. 8. Aparejo irregular. Ripios y cuñas. El aparejo irregular es la fórmula más habitual en las construcciones populares de ciertas pretensiones. Por lo general dichos aparejos se construyen con bloques tallados irregularmente, que pretenden acercarse a los muros isódomos. A las piezas de sensible menor tamaño que las dominantes en un muro cualquiera (cualquiera que sea su tipo de aparejo) se les denomina ripios. Las cuñas son piezas pequeñas, que pueden ser de piedra o, en ocasiones, de fragmentos cerámicos, que se emplean para facilitar la colocación de los bloques de piedra 4.

4

Por lo general sirven para sostener el bloque mientras el mortero está fresco y de ese modo garantizar un asiento regular. Desde la cultura helenística se ha prestado una atención muy especial al asiento de los bloques de piedra, porque un defecto en esta circunstancia podía ocasionar la fractura del bloque. Para solventarlo, en las construcciones de grandes pretensiones solían utilizar juntas de plomo que se colocaban, por ejemplo, sobre el ábaco de los capiteles.


9. Chapados. Los muros que parecen estar realizados con sillares, no siempre están realizados con sillares. De hecho, en la actualidad, la mayor parte de los muros que vemos en edificios modernos –incluso los muros de la llamada «piedra de musgo»– han sido realizados empleando bloque de poco espesor 5, que forran obras en ladrillo cuyo carácter es estrictamente decorativo. A esos recubrimientos, que también se emplearon en los siglos pasados, combinados con ladrillos o con tapiales 6, se les denomina chapados. 10 Cadenas. Con frecuencia, sobre todo cuando se emplean mampuestos y con la intención de regularizar el muro, se incluyen bandas o fajas de desarrollo vertical. A estas fajas o bandas, que pueden ser de sillares o de ladrillos, se les denomina «cadenas» 11. Verdugadas. Se llama así a las hiladas de ladrillo (de desarrollo horizontal) introducidas en los muros de mampostería (ver el aparejo toledano). B) Muros de ladrillo. Aunque en la actualidad, gracias al desarrollo de la industria constructiva (al uso del cemento) y a la consiguiente multiplicación de tipos de ladrillos, la variedad de muros de ladrillo es enorme, antes del siglo XIX, apenas se puede hablar de unas pocas modalidades: aquellas que es posible realizar con ladrillos «macizos», mortero de cal y yeso. En todo caso, los términos expuestos a continuación están recogidos con el espíritu de una cierta solución de compromiso entre los usos actuales y los antiguos: 1. Muros de un pie, muros de medio pie. En la actualidad, se dice que un muro es de «medio pie», cuando está construido de modo que la dimensión mayor de los ladrillos se dispone paralelamente al paramento. Del mismo modo, se dice que es «de un pie», cuando las piezas se colocan transversalmente a la dirección del muro. Ampliando el mismo criterio se habla de muros de «pie y medio», de «dos pies», etc. 5

En las construcciones contemporáneas se suelen emplear piezas cuyos espesores oscilan alrededor de los 15 cm. Los chapados antiguos presentan un repertorio de espesores muy variable. 6

En la arquitectura histórica, sobre todo, en la vertiente militar era relativamente frecuente que se incrementara el espesor de un muro, colocando dos paredes paralelas entre sí, con bloques más o menos regulares, a modo de encofrado, de manera que el espacio dejado entre ambas se rellenaba luego con una mezcla de piedras, arena y cal viva. De ese modo se obtenían muros de una resistencia mecánica muy estimable. Los bloques que ahora vemos en esos muros, en realidad, cumplen una función similar a la del chapado.


2. Llagas. Se denomina «llaga» al mortero que une unos ladrillos con otros. Aunque en la actualidad, se tiende a emplear llagas de poco espesor, en la edad media era frecuente emplear grandes cantidades de pasta que proporcionaban a los muros un aspecto peculiar. 3. «A sardinel». Se dice que un elemento está hecho «a sardinel», cuando los ladrillos están colocados verticalmente, es decir, de modo que sus dimensiones mayores determinan una línea vertical. C) Muros mixtos 1. «Opus mixtum». Es aquel en el que se intercalan ordenadamente mampuestos o sillares pequeños (sillarejos) y ladrillos. Este tipo de muro fue muy empleado en época romana. 2. «Aparejo toledano» 7 . Es una variedad de «opus mixtum» de cualidades muy peculiares y de gran implantación en España, al menos, desde la tradición islámica. Está confeccionado con hiladas horizontales de ladrillos (verdugadas), que encierran paños de mampostería, y se limitan en las esquinas con cadenas de piedra tallada o con ladrillos. Las diferentes tipologías de este tipo de muro se suelen disponer atendiendo a la entidad de los esfuerzos que deben asumir según su situación en la edificación. Por ejemplo, en una torre, la parte baja suele contener cadenas de sillares, que son sustituidos por piezas de ladrillo a medida que la edificación asciende. D) Otros muros. Muros de adobe, o aquellos realizados con ladrillos de barro sin cocer. Son adecuados para cerramientos que requieran poca resistencia mecánica y gran capacidad de aislamiento térmico. 7

Se le llama «aparejo toledano» porque fue muy utilizado en la zona de influencia toledana (Toledo, Madrid, Alcalá de Henares, etc.). Sin embargo, los edificios con este tipo de aparejo o con variantes próximas son una constante en las zonas de gran asentamiento cultural islámico.


Tapiales. Los muros de tapial son la versión tradicional del actual muro de hormigón, que se realizaba de modo similar a éste, es decir, mediante tableros de madera (encofrado) que dejan un espacio libre que se rellena con mezclas más o menos estables, unas veces, de barro apisonado, otras, de arena, piedras y cal, otras, sencillamente, de escombros. Por su rapidez de ejecución, los tapiales han sido un recurso muy utilizado en lo que podríamos llamar la «arquitectura de urgencia», en ocasiones, con resultados sorprendentes. En España existen fortificaciones en las que se ha empleado profusamente este procedimiento; la más significativa es el castillo de Baños de la Encina.

1.2.3. Contrafuertes. La lógica tendencia al derrumbamiento en bloque de los muros se trata de evitar mediante refuerzos con aspecto de «pilastra» y de dimensiones variables, colocados a cierta distancia. Estos elementos reciben el nombre de contrafuertes o, cuando son de reducidas dimensiones, estribos. Es relativamente frecuente, en especial, en la arquitectura militar, que los contrafuertes adquieran gran desarrollo, hasta conseguir que prácticamente el muro trabaje anclado en tres de sus cuatro aristas, de manera que, en ocasiones, resulta difícil decir si se trata de un contrafuerte o de una torre.

1.2.4. Enfoscados, guarnecidos y enlucidos. Como en la actualidad, en la arquitectura tradicional era frecuente recubrir toda la superficie de los muros, bien para protegerlos ante la agresividad de la intemperie, bien por cuestiones estrictamente decorativas. En el primer caso se utiliza el enfoscado, tradicionalmente, con mortero de cal y en el segundo, los guarnecidos, los enlucidos y el estucado. Enfoscado. Es una capa fina de mortero que se extiende sobre toda la superficie del muro para protegerlo, ante todo, frente a la humedad. En ocasiones, el enfoscado se decora con formas esgrafiadas (raspando parte del enfoscado cuando éste aún está fresco) o realizadas mediante procedimientos de naturaleza variada, entre los que destaca la pintura. Guarnecido. Es una capa de yeso poco refinado, que se aplica por el interior, con la intención de obtener una superficie más regular que la que proporciona el muro. En la actualidad, se obtienen aplicando «yeso negro». Puede tener cierto espesor cuando sobre ella se tallan elementos decorativos. Enlucido. Cuando se pretende obtener una superficie aún más regular y lisa, sobre el guarnecido se aplica una capa de yeso extra fino. En nuestros días se


siguen realizando enlucidos con «yeso blanco» o con «escayola» 8. Estucado. Es una forma específica de enlucido que proporciona una superficie lavable, que puede ser coloreada en masa (mezclando la masa con algún pigmento). Se obtienen mezclando yeso con gelatina o cola de pescado. Una vez colocado se le da brillo con aceite de linaza y con posterioridad se le puede aplicar aguarrás y cera hasta conseguir la textura adecuada.

1.2.5. Pilares, columnas y ménsulas. La columna es un elemento de soporte vertical compuesto, a su vez, de tres elementos estructurales: basa, fuste y capitel. El fuste es el soporte de aspecto cilíndrico, que cumple la función de transmitir hacia la cimentación las cargas superiores, a su vez, concentradas por el capitel (la función estructural de la basa es la contraria a la del capitel). El término «pilar» se aplica a cualquier elemento en el que domina la dimensión longitudinal, con cualquier sección no circular. Pilastras. El término «pilastra» se aplica, en general, a elementos arquitectónicos de diferente naturaleza, que suelen tener en común la circunstancia de ser refuerzos verticales de muro. Sin embargo, cuando aparecen elementos que tienen la apariencia de pilastras, hay que tener en cuenta que pueden tener un carácter muy diferente, que va desde los mencionados refuerzos de muro hasta el ocultamiento de conductos de la más variada naturaleza. Pies derechos. Este término, en técnica constructiva, se aplica a cualquier elemento vertical, generalmente de madera, que cumple una función sustentante de carácter auxiliar o provisional. En algunos manuales de Historia del Arte se hace extensivo a los pilares de madera. Ménsulas y voladizos. Son términos genéricos, que se aplican a cualquier elemento horizontal de soporte que sólo está sujeto en uno de sus extremos. Si las ménsulas forman parte de una cornisa o alero, se denominan canes y si tienen aspecto 8

El «yeso negro», el «yeso blanco» y la «escayola» no son sino tres tipos de yeso, de finura y pureza creciente: el «yeso negro» es el que contiene mayores impurezas; la «escayola» es la más fina.


de rollos horizontales, modillones. Cuando son de cierta magnitud y están reforzados con piezas inclinadas de sujeción se denominan «jabalcones». Cargaderos, jambas y dinteles. Los arcos. Los cargaderos son elementos de cualquier naturaleza (piedra enteriza, madera, hormigón, etc.) que sirven para desviar las cargas que llegan a un vano hacia los extremos laterales. Las jambas son las partes laterales de una puerta. El término dintel se emplea de varios modos: obviando su carácter estructural, a la parte superior de un vano y, por extensión, a cualquier elemento horizontal que cumpla carácter de cargadero. Así, por ejemplo, en la figura adjunta, se diría que «es una estructura adintelada», por cuanto, los vanos se han resuelto empleando «dinteles» (en realidad, cargaderos horizontales) Los arcos son elementos que, en la arquitectura tradicional, cumplen la función de los cargaderos (desviar las cargas que llegan a un vano) con mayor racionalidad que los cargaderos enterizos, puesto que para ello eran necesarias piezas de anchura descomunal. Dicho de otro modo, un arco es una ingeniosa manera de resolver los problemas estructurales de un vano contando con piezas que sólo trabajen a compresión (ladrillos, piedras). En el esquema adjunto se trata de expresar lo que le sucede a un elemento horizontal «inelástico» cuando ha de soportar una carga elevada. Para resolver ese problema hay muy pocos caminos: incrementar el canto del cargadero, utilizar elementos que aguanten bien esa deformación (hormigón armado, acero o madera) o, contando sólo con piedras y ladrillos, recurrir a las diferentes posibilidades que permite el arco. Los arcos se construyen con piezas paralelepipédicas o ahormadas en forma de cuña, que se llaman dovelas; entre ellas se distinguen: a) La clave (del latín clavis, llave): es la dovela superior. b) Los salmeres o las que marcan el arranque del arco. c) Las impostas. Aunque no pertenecen propiamente al arco, las impostas, por su carácter de «remate» de las jambas, están indisolublemente vinculadas a él. Al ancho de la abertura, la distancia entre las impostas se llama «luz» y la


altura del arco, «flecha». Si atendemos a la forma, al aspecto de los arcos, a lo largo de la Historia del Arte encontraremos infinidad de fórmulas. Las más conocidas son las siguientes: 1. Arco de medio punto o semicircular. Es el determinado por media circunferencia: El arco de medio punto caracteriza a la arquitectura romana, a la románica y a muchas fórmulas derivadas del Renacimiento o del Clasicismo. 2. Arco peraltado. Es una fórmula matizadamente diferente del de medio punto, que tiene la particularidad de contar con un tramo rectilíneo por encima de la línea de imposta. 3. Arco rebajado o escarzano. Es una especie de solución intermedia entre el vano adintelado y el arco de medio punto. Es relativamente frecuente su uso como elemento estructural auxiliar en arquitecturas muy evolucionadas (romana, Renacimiento) 4. Carpanel. Es un arco trazado con tres centros, del modo definido en la figura adjunta. Es relativamente frecuente en la arquitectura del Renacimiento. 5. Rampante (o por tranquil). Se usa en estructuras con vanos que definen desniveles importantes y también es relativamente frecuente en fórmulas arquitectónicas evolucionadas. 6. Arco apuntado. Es una solución estructural de cierta tosquedad que, sin embargo, tienen la peculiaridad de determinar formas de indudable interés visual, tal y como acredita la arquitectura gótica, de la que es uno de sus elementos generadores básicos. Entre las dos variedades recogidas en la figura adjunta (lanceolado y Tudor) existen múltiples soluciones. 7. Arcos apuntados


ornamentales El gran desarrollo del arte gótico, tanto en extensión geográfica como en extensión cronológica facilitó la aparición de múltiples soluciones, algunas de las cuales están recogidas en el cuadro adjunto. De todas ellas interesa destacar el arco de telón, el trebolado, el trebolado apuntado, el mixtilíneo, el aquillado y el conopial. Algunas fórmulas de adintelamiento, en especial aquellas que usan de un exagerado desarrollo de las ménsulas de la imposta, pueden integrarse entre los arcos mixtilíneos. 8. Otros arcos ornamentales: los arcos falsos. En ciertas fórmulas decorativas es relativamente frecuente la existencia de arcos de cualquier modalidad que, realizados en materiales de escasa capacidad tectónica (por lo general, yeso o escayola), ocultan estructuras adinteladas; en estos casos se habla de «arcos falsos». En relación a ellos hay que tener en cuenta que, por lo general, el carácter peyorativo que implica el término «falso» ha de ser matizado, toda vez que estas fórmulas «falsas» presuponen un gran alarde estructural. Antes de la aparición del hormigón armado, por las razones ya apuntadas, lo «fácil» era hacer estructuras basadas en el arco. La aparición de arcos falsos, por cuando implica la existencia de estructuras adinteladas de cierta entidad (por lo general, de madera) presupone un grado de sofisticación arquitectónica muy notorio. 8. Arco de herradura. El arco de herradura no es más que una variedad del arco peraltado, en el que el peralte está supeditado a la forma circular. 9. Arcos formeros. Se denomina así a los arcos que, vinculados a un muro, determinan el arranque de una bóveda. 10. Arcos fajones. Son aquellos que refuerzan una bóveda por su interior, como si fueran «fajas» adosadas

1.3. Las cubiertas. El problema de cómo resolver la cubierta de los edificios, sencillo en apariencia, es uno de los más complejos que ha tenido que resolver el hombre a lo largo y ancho de la historia de la arquitectura. Dicho problema se concreta en dos servidumbres fundamentales: a) Crear una superficie protectora adecuada a las circunstancias atmosféricas del lugar. Si la zona es fría será imperativo realizar cubiertas de mucha pendiente que impidan el almacenamiento de nieve. Si la zona es calurosa habrá que pensar en algo que ayude a refrescar el interior; si lluviosa, habrá que


pensar en algo que inhiba las populares goteras, etc. b) Los fenómenos de cargas asociados a la propia cubierta. Si, por ejemplo, colocamos una cubierta plana, aparecerán los esfuerzos de flexotracción que imponen el uso de madera o la aparición de grandes cargas si empleamos piedra (para soportar esfuerzos de flexotracción con piedra se requieren piezas de mucho espesor). Si, por el contrario, utilizamos fórmulas basadas en el arco (de medio punto o apuntado) surgirán grandes esfuerzos transversales que harán necesaria la existencia de refuerzos laterales como los que podemos ver en las catedrales góticas o cualquier edificación cupulada. De la conjugación de estas premisas imperativas surgen las grandes modalidades de cubierta que aún imperan en la técnica constructiva: cubiertas horizontales, cubiertas planas con pendiente y cubiertas abovedadas.

a) Cubiertas planas horizontales. Son frecuentes en las áreas secas. Imponen el uso de materiales resistentes a flexotracción (madera, hormigón armado o acero). Tienen la ventaja de otorgar una capacidad de uso a la cubierta que sería impensable con cualquiera de las fórmulas restantes.

b) Cubiertas planas con pendiente. Son las idóneas para defenderse de los efectos de la lluvia y, por lo tanto, las más utilizadas en los lugares que, por razones obvias, prefiere ocupar el hombre. La cubierta con pendiente, rematada en cualquier material impermeable (teja, pizarra, etc.), es la solución más lógica para enfrentarse a los problemas de la meteorología y tanto es así que, por lo general, las soluciones arquitectónicas basadas en el arco y la bóveda suelen rematarse con este tipo de tejados 9.

9

Desde época romana es muy habitual combinar la bóveda y el tejado plano por una razón elemental: la pendiente de una bóveda es menor en la parte más elevada (en la clave) y, en consecuencia, en el caso de que la bóveda quedara a la intemperie, en esa zona, que es la más comprometida desde el punto de vista estructural, se concentrarían los problemas de resistencia a los agentes atmosféricos.


La variedad de fórmulas constructivas de este tipo es prácticamente ilimitada, porque la elección de una u otra depende, antes que nada de la forma que tenga la edificación a cubrir y de las servidumbres impuestas por el entorno o por las tradiciones locales. En general, se habla de cubiertas a «dos aguas», cuando el tejado está compuesto mediante dos únicos planos. A «tres aguas», si son tres; a «cuatro aguas», si son cuatro; etc. Atendiendo a la configuración estructural, se habla de cubiertas o armaduras de par e hilera y de par y nudillo. Se denominan armaduras de par e hilera o parhilera a las cubiertas de madera cuya estructura está determinada por una viga horizontal sobre la que descansan parejas de piezas («pares» e «hilera»), que dan soporte a la tablazón. Cuando a las cubiertas de «par e hilera» se añade un arriostramiento horizontal entre los pares, que evite la deformación de éstos, se habla de armaduras de par y nudillo. Tanto en la armadura de par e hilera como en la de par y nudillo, se pueden colocar contrapares para sujetar sobre ellos las tablas que, a su vez, soportarán las tejas. Sin embargo y como es más frecuente en la arquitectura popular, las tablas que sostienen las tejas se pueden colocar directamente sobre los pares. Asimismo, sobre todo cuando se trata de armaduras de ciertas dimensiones, es habitual que todo el entramado se apoye sobre un conjunto de piezas de madera que regularizan el acabado del muro y aseguran la trabazón de éste; se les llama soleras.

c) Cubiertas abovedadas. Las bóvedas son una solución constructiva que garantiza la solidez del edificio y su durabilidad, siempre y cuando el resto de los elementos de la edificación cumplan adecuadamente aquello para lo que fueron concebidos. Aunque en ambiente poco informado se dice que una bóveda de piedra «es eterna», lo cierto es que, a igualdad de otras circunstancias, las bóvedas de piedra son menos duraderas que las cubiertas de madera, sencillamente porque son mucho más débiles ante el ataque de los agentes atmosféricos que aquella y porque, para su estabilidad requieren la colaboración de muchos más elementos. Por el contrario, una cubierta de madera apenas requiere la existencia de un muro


y aún cuando éste no esté bien saneado, si la trabazón de la armadura es buena, seguramente durará algún tiempo desafiando las leyes de la gravedad. Por el contrario, en una bóveda basta que las humedades afecten a algún elemento asociado a ella (muros, contrafuertes, etc.) para que se desencadene una secuencia de efectos desastrosos. En lo único que gana la piedra a la madera es en su resistencia al fuego y, en determinadas épocas, concretamente, en aquellas dominadas por conflictos sociales o militares, esta cualidad era determinante. Los tipos de bóveda más frecuentes son los indicados a continuación. c.1) Bóveda de cañón, pechinas, trompas, linternas, tambores y cilindros La bóveda de cañón es aquella que tiene forma de medio cilindro, es decir, la que es generada por el movimiento de una semicircunferencia. Atendiendo a la forma del elemento generador se podrá hablar de bóvedas rebajadas (si tiene sección de arco rebajado), peraltadas, apuntadas etc. Existen varias formas de organizar una cúpula; las más habituales en la historia de la arquitectura son: mediante trompas y mediante pechinas. Las trompas son pequeñas bóvedas cónicas que se emplean como elemento de transición para pasar del espacio cuadrado de la planta al circular. Si la transición es determinada por triángulos esféricos se habla de pechinas. La cúpula puede sostenerse sobre una superficie cilíndrica que permite aumentar su elevación y, mediante ventanas, acrecentar la luz. A ese cilindro se le denomina tambor.


Con frecuencia a la parte más elevada de la cúpula se le abre un hueco que también facilite la entrada de luz y aumente la esbeltez. Ese cuerpo que suele estar rematado mediante una pequeña cúpula es la linterna. El término «ciborrio» se aplica a cualquier elemento, sea cupulado o de otro tipo que, por lo general, en los puntos centrales de los templos, destaca en elevación sobre los elementos arquitectónicos próximos. c.2) Otras bóvedas. Bóveda tórica. Es aquella que tiene el aspecto de media cámara de un automóvil. Bóveda semiesférica o de media naranja. Son, obviamente, aquellas que tienen aspecto de una semiesfera. Bóveda vaída. Es aquella que surge de la intersección de media esfera con cuatro planos secantes.


Bóveda de aljibe o esquifada. Es aquella que, de aspecto similar a la de aristas, debe cubrir un espacio rectangular. Bóveda de aristas. Es el resultado de la intersección de dos bóvedas que se cortan en ángulo recto. Las aristas son las líneas curvas determinadas por esa intersección. Bóveda de nervios (de crucería). Es la bóveda habitual en la arquitectura gótica y surge de la combinación y unión de bóvedas de arcos apuntados, cuyas aristas son reforzadas con nervios de perfil variable. Bóvedas cónicas. Son aquellas que tienen aspecto de medio cono.

Molduras. Las molduras son, por lo general, elementos decorativos que ayudan a configurar las cualidades de los diferentes «estilos» arquitectónico. Las posibilidades formales, obtenidas mediante la combinación de curvas y rectas, son ilimitadas. Las más sencillas y habituales son las recogidas en el cuadro adjunto.

1.4. Planos y representaciones. A la hora de analizar una obra arquitectónica, además de tener en cuenta sus materiales, formas, soportes, cubiertas, etc. interesa reconocer sus planos. En ellos se refleja la composición general del conjunto del edificio, es decir, su planta, sección y alzado, así como cualquier otro detalle. En relación a los planos es importante tener en cuenta su carácter. Los planos son una forma convencionalizada de expresar formas y cualidades que, ante todo, sirven para que quienes construyen un edificio lo hagan según el criterio predeterminado por el arquitecto, a su vez, supeditado a quien ha de financiar la edificación, que deberá aprobarlos. En consecuencia, los planos de un edificio cualquiera suelen componer una colección


numerosísima en la que se representa hasta el último detalle ornamental o funcional. En Historia del Arte se acostumbra a trabajar con una parte muy resumida de esas colecciones y, sobre todo, con la planta de arranque, las secciones longitudinales o transversales, los alzados y las representaciones isométricas o axonométricas. La planta (de arranque) informa sobre los elementos que determinan la forma del edificio justo por encima de la cimentación. En ella figuran los componentes más importantes de la estructura: los muros de carga, la anchura de los vanos las columnas, pilares o pilastras, etc. Frecuentemente, en las plantas que aparecen en los manuales de Historia del Arte se acostumbra a representar también la proyección de sus bóvedas y, en general, de los elementos que determinan la estructura de la cubierta. Las secciones son el resultado de cortar un edificio mediante un plano cualquiera. Algo así como si el edificio fuera de mantequilla y lo cortáramos con un cuchillo. La forma que queda después del corte es la sección. Pueden ser longitudinales, transversales o de cualquier detalle del edificio que interese destacar. El alzado es la proyección ortogonal sobre un plano vertical de una parte cualquiera del edificio. Dicho de modo más simple: lo que vemos colocándonos de pie ante una parte cualquiera de un edificio. Lo más habitual es presentar alzados de las fachadas o de los elementos más significativos. Son muy útiles a la hora de suministrar información sobre cuestiones formales. Hoy en día, sobre todo cuando se trata de edificaciones existentes (recuérdese que los planos nacen, ante todo, para facilitar la comunicación entre arquitecto y constructor) los alzados suelen ser sustituidos por las fotografías, de manera que su campo de aplicación apenas queda restringido a las reconstrucciones o restituciones hipotéticas.


La representación isométrica o axonométrica. Consiste en la representación de un edificio visto desde un punto que permita integrar la fachada principal, una de las laterales y la planta de arranque. Algo así como si representáramos lo que vemos teniendo al edificio suspendido en el aire y lo observáramos acercándonos a uno de sus vértices del paralelepípedo envolvente. De este modo es posible combinar plantas, alzados y secciones, y podemos conocer conjuntamente los diversos aspectos mostrados por aquellos. En contrapartida, su lectura es más compleja.


2. EL ARTE EN «LA NOCHE DE LOS TIEMPOS». 2.1. Los antecedentes del hombre. Es obvio que el desarrollo de la cultura y del arte, antes que nada, depende de las circunstancias del hombre y, desde luego, de su propio desarrollo como ser vivo sujeto a una lenta pero imparable evolución. Cuando atendemos a las culturas históricas, que cubren un lapso cronológico relativamente corto, podemos suponer que nos hallamos ante un «hombre inmutable», que ha evolucionado relativamente poco 10 ; sin embargo, esta situación cambia si atendemos a las culturas prehistóricas... Los datos conocidos sobre el proceso que, partiendo del «mono», llegó al «hombre» son dispersos y muy fragmentarios, de manera que, hoy por hoy, no es posible —en ningún caso— establecer una secuencia evolutiva que describa lo que realmente ocurrió. El lector debe tener muy en cuenta que las secuencias que recogen las enciclopedias e, incluso, ciertos libros «especializados» son, antes que nada, intentos en este sentido que, sin embargo, están más condicionados por factores de naturaleza diversa y, en especial, por las actividades investigadoras, que por la «realidad de los hechos». Por ejemplo, en el caso español, la aparición de restos en Atapuerca, en Orce o en cualquiera de los yacimientos más conocidos se debe, antes que nada, a que en esos lugares, elegidos por razones condicionadas a los intereses de los investigadores, se han realizado excavaciones con éxito. Y naturalmente, desde esos hechos no podemos prejuzgar que no existan restos desconocidos e importantes en otros lugares e, incluso, que los más significativos se hayan perdido para siempre. Seguramente esto último es lo que ha ocurrido.

10

Al parecer, sólo se advierten rasgos manifiestos de evolución en los últimos años. Todo parece indicar que entre los primeros testimonios históricos y finales del siglo XIX el hombre permaneció sensiblemente invariable.


En la actualidad, condicionados por las ideas evolucionistas que, con pocos matices, siguen siendo indiscutibles, a partir de unos pocos fragmentos óseos, creemos saber que el proceso que desembocó en la aparición del hombre fue un periplo que duró más de veinte millones de años 11 (algunos autores hablan de cien millones); que en ese tiempo «el hombre» fue modificando sus cualidades fisiológicas y, en paralelo, su capacidad pensante, sus posibilidades de adaptación al medio y de modificarlo, su capacidad social, en fin, todo aquello que caracteriza a la condición humana.

11

Ese período puede ampliarse hasta cien millones de años si abrimos el repertorio de antecedentes. De hecho, la determinación de los primeros homínidos frente al resto de «los monos» no deja de ser una decisión convencional y, en cierto modo, arbitraria.


De ese complejísimo proceso apenas conocemos unos pocos jalones que, a su vez, han servido para establecer unas cuantas hipótesis acerca de cuya «realidad» caben muy justificadas dudas. Así, frente a la brillante «síntesis abstracta» que nos ofreciera Stanley Kubrick en 2.001, creemos que la cuna de la Humanidad está en algún lugar desconocido de la mitad sur del continente africano (Tanzania, Kenia, Etiopía, Sudáfrica...), en donde quedaría establecida la raíz de un árbol genealógico que se extendería hacia Asia, Europa y el resto del planeta... Pero, ¿cómo ocurrieron los hechos en realidad? Desde la época de Darwin los arqueólogos prehistóricos y en especial, los paleontropólogos 12 se han tenido que enfrentar con lo que en expresión «lega» se ha denominado el «eslabón perdido» 13, como si realmente fuera posible documentar todos los pasos de esa evolución. Hoy conocemos muchos «eslabones perdidos» y sin embargo, apenas hemos podido ampliar aquel viejo rompecabezas que catalogaba todo el proceso bajo la vaga etiqueta de la «edad de piedra», sencillamente, porque, a pesar de nuestros sistemas de apreciación y evaluación, no tenemos ninguna 12

La Paleoantropología tiene por objeto el estudio de las formas de vida de los hombres primitivos, entendiendo por «hombres primitivos» aquellos que están –o podrían estar– en la línea evolutiva que conduce a las culturas históricas. 13

Por razones obvias el origen de la Paleontología y de la Prehistoria estuvieron condicionados por las circunstancias asociadas al «pensamiento religioso» y al «pensamiento filosófico»; al fin y al cabo la religiosidad siempre tiene respuesta para explicar el «origen del hombre y del Universo» y la filosofía, desde una actitud no siempre laica, procura buscar respuestas a las grandes preocupaciones vitales del ser: ¿qué somos?; ¿de dónde venimos?; etc. De ahí que, aunque hoy pueda resultarnos sorprendente, durante el siglo XVIII y parte del XIX se seguían aceptando las explicaciones de la Biblia, según las cuales –convenientemente cotejadas por los teólogos–, el hombre fue creado por Dios hace 6.000 años. En ese contexto, no puede extrañarnos que algunos eruditos interpretaran los primeros restos de industria lítica que se conocieron como elementos culturales «antediluvianos» y los fósiles humanos, como rarezas o, incluso, como restos de personas deformes. Sin embargo, la progresiva acumulación de datos geológicos, que indicaban cronologías muchísimo más amplias, alteró esta manera de entender la génesis del hombre. En paralelo, el conocimiento de las culturas australianas, asimismo, modificó la comprensión de la industria lítica. Pero el aldabonazo más importante está asociado a la progresiva implantación de las tesis de Charles Darwin, Thomas Henry Huxley y Ernst Haeckel, que pusieron de manifiesto la proximidad que existe entre las fisiologías y ciertas formas de conducta de los hombres y las de algunos monos, y dedujeron que, muy probablemente, el hombre «derivaba de los monos», de una especie común anterior. A partir de ese momento se desencadenó la búsqueda del famoso «eslabón perdido», utópico espécimen que debía resolver todos los problemas que implicaba una hipótesis tan contradictoria con las creencias de la época.


seguridad en que ellos determinen una secuencia evolutiva real. Así, por ejemplo, incluso entre los datos más próximos, seguimos sin saber de dónde surgió concretamente el llamado «homo sapiens», ni qué ocurrió con el «homo nehardentalis», que al parecer «desapareció bruscamente», y, por supuesto, las diferentes hipótesis que se manejan acerca de la aparición de las razas siguen siendo eso, hipótesis. Seguramente nunca conoceremos estos asuntos con certeza absoluta y deberemos acostumbrarnos a que los datos que manejamos sobre estas cuestiones cambien cada vez con mayor rapidez, a medida que se vayan estudiando nuevos y aún, desconocidos, yacimientos arqueológicos. Sin embargo, cualquiera que sean las circunstancias de las nuevas investigaciones, podemos estar relativamente seguros 14 de algunas cosas que deseamos recalcar: a) Que fue un proceso extraordinariamente lento, que podemos cuantificar en más de veinte millones de años, en el curso de los cuales «el mono» se convirtió en hombre. b) Que fue un proceso extraordinariamente complejo en el que no podemos determinar prácticamente nada «a priori» sobre la caracterización de «lo humano» en sus aspectos más elementales, ni tan siquiera lo aparentemente más obvio. En muchos ambientes se dice que podemos hablar de «hombre» cuando aparecen las primeras herramientas. Es obvio que la industria lítica del llamado Paleolítico Superior corresponde a un ser muy similar a nosotros; sin embargo, cuando salimos de los estrechos márgenes de esa «fase», las apreciaciones pierden contundencia, sencillamente, porque hoy sabemos que la capacidad para utilizar herramientas no es privativa de «la razón superior», sino que es lugar común de algunas especies animales (monos, aves), algunas de las cuales están al margen de cualquier posible línea de evolución humana.

14

En cualquier tipo de conocimiento la certeza es un valor relativo, que necesariamente debe cambiar con el paso del tiempo.


c) De ahí que el gran recurso para determinar los pasos en el proceso se supedite al tamaño de la capacidad craneana, a una circunstancia que, por sus propias cualidades, nos aleja de los «eslabones perdidos», para situarnos en «el alba» de la humanidad. Esos cráneos que vemos en los museos perfectamente ordenados, marcando claras «secuencias didácticas», desde el gorila hasta el hombre, que incluyen reproducciones de cráneos de australopithecus, zihantrophus y demás homínidos, son tan arbitrarias como podría serlo cualquier otra secuencia construida por un zoólogo, que comprendiera restos de otras especies de animales diferentes e, incluso, actuales. Dicho de otro modo, estamos en terrenos de Pero grullo: sólo tenemos cierto margen de seguridad a medida que nos aproximamos a lo que conocemos mejor. En una cultura como la nuestra, en la que la referencia a cifras millonarias es cuestión habitual, quizá se pierdan muchas circunstancias y matices de lo que supone el lapso mencionado. Con relación a ello estamos obligados a reconsiderar que nuestra actual historia, la que tenemos relativamente documentada, apenas cubre un período de 3.000 años y que, el período de evolución que desemboca en el homo sapiens habría podido albergar más de 20.000 procesos culturales sucesivos tan extensos como el que conocemos. Expresado en términos aún más humanos: contando con un hombre que vivió durante de 70 años, lo que conocemos de la evolución humana equivaldría a estar medianamente informados de lo que aquel personaje hizo durante dos únicos días de su existencia, que además, no habremos podido elegir de entre los más relevantes. Y lo peor del caso es el carácter de las expectativas que moviliza el problema en cuestión, puesto que para acrecentar la imagen de aquel pasado sólo podemos aspirar a seguir recogiendo fragmentos caóticos –forzosamente irrelevantes tomados de uno en uno– del mismo tipo. Desde este panorama surge una de esas disyuntivas de polarización para optimistas y pesimistas, que son tan habituales en los estudios centrados sobre el hombre y sus circunstancias. Si queremos enfocar el asunto en negativo, advertiremos que, por desgracia, nos hallamos ante un complejísimo problema acerca de cuya resolución a medio plazo no podemos hacernos demasiadas ilusiones; algo parecido a lo que ocurre con el conocimiento del Universo. Sabemos que su magnitud desborda todas nuestras posibilidades de conocimiento y evaluación; sabemos que podemos construir todas las hipótesis que queramos sobre su génesis y su evolución, pero también sabemos que, mientras seamos como somos ahora, nunca podremos tener completa seguridad sobre lo que ocurra más allá de cien años luz y, en el Universo, cien años luz es algo así como una gota de agua en un inmenso océano.


Y

sin embargo, desde las mismas constataciones, por los caminos que abre a la imaginación una situación tan nebulosa, el «oficio» de arqueólogo es apasionante, y, por supuesto, es apasionante el acercamiento al problema aunque lo hagamos con los limitados recursos del lego, sin las herramientas propias del erudito o del estudioso, que en ello siempre nos llevarán una ventaja insignificante. Con un punto de cinismo podemos consolarnos pensando que ante la desmesurada entidad del problema, nuestro criterio, siempre que responda a modelos lógicos desprovistos de prejuicios, es tan válido como los de los más sesudos y documentados eruditos, sencillamente porque tampoco éstos están vacunados contra las especulaciones caprichosas, aunque en ocasiones estén enmascaradas con envoltorios de la mejor apariencia.


2.1.1. De los monos al hombre. 20.000.000 a 10.000.000 años: Gigantophitecus. Documentado en China.

15.000.000 a 10.000.000 años: Oreopithecus. Documentado en Italia. 20.000.000 a 7.000.000 años: Ramapitecus. Documentado en India, Hungría, Kenia. 14.000.000 a 2.000.000 años: Australopitecus. Comprende varias «familias»: Australophitecus Africanus Australophitecus Robustus Australophitecus Boissier o Zyjantropus 2.500.000 a 1.500.000 años: Homo Habilis («hombre de Orce»?) 1.900.000 a 1.500.000 años. Homo Erectus. Comprende varios grupos de los que «se supone» surgirá el Homo Sapiens: Meganthropus Pithecanthropus Erectus Sinanthropus Pekinensis Atlanthropus Mauritanicus etc. «Hombre de Atapuerca» ha. 800.000?

La «secuencia evolutiva» recogida en el cuadro adjunto, que normalmente encontramos en los tratados de Arqueología, determina los «pasos» fundamentales de la evolución «humana», tal y como hoy la conocemos. Sobre ella hay que recordar su carácter no lineal y, desde luego, la falta de los puntos intermedios que debería recoger toda sistematización que se aproximara a un fenómeno evolutivo que, necesariamente, debió ser muy lento y arranca de las especies que en los manuales de prehistoria son denominadas «homínidos». Por «homínidos» se entiende aquellos seres que parecen estar situados en la línea evolutiva que culminará en el hombre pero cuyas cualidades parecen más próximas al «mono» que al hombre. Esa evolución que se advierte con


claridad en los restos óseos y, en especial, en la capacidad craneana, debió suponer paulatinas transformaciones en otros elementos fisiológicos y, en especial, en el paso de una dieta estrictamente vegetal a otra con eventuales aportaciones proteínicas de origen animal... Se ha llegado a decir que en ese cambio de dieta está la causa fundamental del desarrollo intelectual, de la capacidad pensante. Si así fuera, y todo parece indicar que así fue, nos encontraríamos ante un hecho sumamente significativo para comprender ciertos aspectos de la naturaleza humana, en especial, la estrecha vinculación que, al menos «en origen», existe entre «inteligencia» y agresividad...

2.1.2. La aparición del hombre. En la actualidad se supone que los primeros seres que presentaron una configuración similar al hombre actual aparecieron hace alrededor de 500.000 años. A esos «hombres» se les denomina genéricamente «homo sapiens», y bajo dicha denominación o a partir de ella se han determinado una serie de familias con diferencias relativamente poco relevantes, entre las que despuntan tres fundamentales: a) El «homo sapiens primitivo», que está documentado entre los 500.000 y los 70.000 años. b)El «homo sapiens neardentalensis», documentado entre los 70.000 y los 35.000 años. Las razones de su «repentina» desaparición siguen siendo un misterio. c) El «homo sapiens sapiens», es decir, nosotros, que, en el estado actual de los conocimientos, pudo aparecer hace 35.000 años. El origen de las razas sigue siendo un problema sin resolver, sobre el que se han formulado múltiples hipótesis, entre las que aún no existe ninguna que parezca más verosímil que las demás.


2.2. LAS CULTURAS PREHISTÓRICAS. 2.2.1. Los problemas. Antes de entrar en el estudio de las culturas prehistóricas es importante advertir varias circunstancias que inciden muy directamente sobre lo que legítimamente hoy podemos intentar conocer: 1. Sólo conocemos restos materiales, no documentales, y por lo tanto, sólo es posible formular «hipótesis modestas», que serán tanto más firmes cuanto más riguroso haya sido el método arqueológico que las soporte. En la actualidad el método arqueológico ha experimentado un desarrollo paralelo al de los procesos analíticos y al de las ciencias que, para él, tienen carácter auxiliar (geología, paleontología, paleobotánica, química analítica, etc.) y nos informan de múltiples circunstancias relacionadas con el ambiente vital del hombre (elementos económicos, nutritivos, tecnológicos, etc.). Ese desarrollo impone que muchos de los datos tradicionales –tradicionalmente admitidos– hoy tengan una fragilidad asombrosa y que los recientes, los obtenidos con mayor rigor, sólo deban contemplarse con un elevado margen de provisionalidad, a la espera de que aparezcan otros procedimientos aún más sofisticados. 2. Desde estos restos materiales apenas podemos extraer conclusiones importantes sobre las circunstancias culturales asociadas a los objetos que han llegado a nuestros días, pero poco o nada de aquellas otras que estuvieran relacionadas con objetos que, por su naturaleza, no se han conservado. La visita a ciertos «museos prehistóricos» concebidos con carácter estrictamente expositivo, con sus salas repletas de vitrinas cuajadas de elementos de industria lítica, puede inducir una impresión profundamente errónea sobre el tipo de vida de aquellos hombres, que debieron contar con un importantísimo repertorio de herramientas mucho menos estables que los fragmentos de sílex, pero infinitamente más útiles para resolver muchos de los problemas derivados de las necesidades diarias: pieles, huesos, espinas, objetos obtenidos del medio vegetal (madera, cuerdas, etc.) 3. Desde estos impedimentos y desde los específicos del método arqueológico, se desprenden unas limitaciones que, acrecientan considerablemente el carácter hipotético de cualquier observación fundamentada en los «restos de cultura material» conocidos. Para que el lector se haga una idea de estas limitaciones, baste saber que el método arqueológico, por razones operativas obvias, parte de «supuestos» que no siempre se corresponden a la más


estricta (probable) realidad. Así, por ejemplo, se «cree» que todos los restos aparecidos en el mismo estrato corresponden a la «misma época», pasando por alto que esa «misma época» puede encerrar varias generaciones. Los restos que encontramos en el vertedero de una población prehistórica pueden aparecer agrupados aunque respondan a fenómenos culturales muy alejados entre sí. Una misma vivienda o una misma población puede haber sido habitada durante varias generaciones sin que ello haya supuesto la sedimentación de diferentes «estratos», a nada que sus moradores se hayan «olvidado» de almacenar ordenadamente sus deshechos o, lo que es lo mismo, hayan procedido a dispersarlos. Para que en un lugar determinado aparezcan al menos dos niveles arqueológicos tiene que haberse dado la circunstancia de que los segundos moradores hayan generado –voluntaria o involuntariamente– un nivel de relleno. En las épocas en que se realizan construcciones de cierta entidad es relativamente frecuente que los restos de edificaciones anteriores, por razones constructivas obvias 15 , sean utilizados como relleno de las nuevas construcciones. Sin embargo, esto no ocurrió siempre. 4. En definitiva, es importante advertir que los datos proporcionados por la Arqueología siempre responden a fenómenos culturales especialmente abstractos, que no deben entenderse asociados a colectivos humanos agrupados temporalmente «en horizontal», en torno a los años correspondientes a una generación, sino de modo relativamente «vertical», asociados a colectivos más amplios –en ocasiones, mucho más amplios–, en los que hay que presuponer una cierta evolución, aunque sea mínima, que por la aplicación de los métodos al uso apenas será perceptible. Los niveles o estratos arqueológicos que, por ejemplo, citan los arqueólogos en una cueva del norte de la península Ibérica no deben entenderse, en sentido estricto, como restos de otros tantos ciclos culturales reales, sino como restos de otros tantos «ciclos culturales abstractos», es decir, impuestos por las limitaciones de nuestros métodos de investigación.

15

El relleno con cascote y escombros es una buena solución para ganar altura y, de ese modo, combatir las humedades. Al mismo tiempo, ese procedimiento evita transportar los engorrosos escombros y además, deja abierta la puerta de las posibles reutilizaciones.


2.2.2. Los rasgos culturales genéricos de las culturas prehistóricas. La mayor parte de los yacimientos arqueológicos que conocemos están situados, lógicamente, en áreas con buenas posibilidades para obtener agua y alimentos (caza, pesca, mariscos, frutos naturales, etc.). Sin embargo, frente a esta circunstancia obvia, hay que tener en cuenta un pequeño pero muy importante dato: que la mayor parte de las excavaciones que conocemos, aquellas sobre las que se han elaborado las teorías al uso, han sido realizadas en lugares que, en un momento indeterminado, fueron abandonadas, asimismo, por razones ignoradas, pero que podemos entender, bien, por su inadecuación a las necesidades inducidas por el crecimiento demográfico del grupo, bien por las posibilidades de otras zonas próximas, ocupadas por colectivos interesados en ampliar sus recursos sociales. Dicho de otro modo: es de suponer que los datos que nos proporcionan los trabajos arqueológicos, sobre todo, en lo referente a las fases más tardías, puedan adolecer de carencias muy significativas, porque no han tenido acceso a los focos culturales más dinámicos, aquellos que presentaron mayor capacidad de desarrollo y dieron pie a la aparición de poblaciones que acabaron convirtiéndose en las actuales ciudades. Con la excepción de unas pocas ciudades, sobre las que tenemos datos más o menos ciertos acerca de su fundación 16, el origen de la inmensa mayoría de las ciudades españolas se pierde en «la noche de los tiempos»... sin embargo, contando incluso con posibles fluctuaciones que pudieran haber alterado las posibilidades del medio hasta cierto punto (los cursos de la mayoría de los ríos no han podido cambiar mucho), no es fácil imaginar que el hombre prehistórico –en especial, en el Neolítico– se limitara a ocupar los lugares que, bajo el nombre de yacimientos, hoy figuran en los gráficos de los museos arqueológicos o en los libros de Prehistoria y dejara a un lado los que pocos años después nos parecieron mejores. Es más, creemos que no es demasiado osado decir que, muy probablemente, la práctica totalidad de las grandes poblaciones ya fueron ocupadas en tiempos prehistóricos... Dicho de otro modo: seguramente, las actuales ciudades debieron nacer en tiempos prehistóricos y debieron albergar colectivos humanos de los que nada sabemos, que también muy probablemente, 16

Los testimonios que mencionan la «fundación» de ciudades han de entenderse con muchas precauciones, puesto que con frecuencia dichas «fundaciones» sólo suponen la dotación de estructuras administrativas y fortificaciones sobre emplazamientos ya consolidados.


debieron tener un papel mucho más relevante que el de los individuos documentados en los yacimientos arqueológicos. La mayor parte de los restos culturales que conocemos responden a un carácter instrumental, en sentido muy amplio, que se aplica a la caza, a la pesca y a un conjunto de funciones más o menos habituales, que podemos imaginar, pero que no podemos determinar con total seguridad (cortar carne o cualquier otro objeto, desprender pieles, etc.). Según su naturaleza, hablamos de diferentes «industrias»: a) Industria lítica: se aplica al utillaje realizado en piedra, por lo general, sílex. El sílex es un material especialmente adecuado, tanto por sus cualidades físicas como por sus posibilidades de elaboración mediante procedimientos muy sencillos. También se emplea cuarcita (sobre todo en zona cantábrica y algunas terrazas de ríos (Tajo, Jarama, Guadalquivir) y caliza (Cueva del Castillo, Santander). Los restos de industria lítica que conocemos nos permiten deducir un proceso evolutivo obvio: el paso de los años supone una clara tendencia a la especialización de los utensilios y un lento pero imparable proceso de depuración formal. Así, en el paleolítico inferior aparecen pocos tipos de objetos, rudos y grandes; en el paleolítico superior, muchos objetos de realización más cuidada, de tamaño mucho más variado, con formas más especializadas y «agradables» (a la vista y al tacto). En definitiva, las piedras reflejan un proceso comparable a la evolución del hombre. b) Industria ósea: huesos y astas. c) Elementos orgánicos de otro tipo. Por lo general, los conocemos indirectamente, a partir de huellas o restos muy fragmentarios: madera, pieles, cuerdas, tejidos, etc. d) Objetos «artísticos». Los objetos de cierta pretensión o implicación «artística» son siempre excepcionales. Los más significativos son las pinturas parietales, que aparecen esporádicamente asociadas al paleolítico más tardío. De ellas nos ocuparemos más adelante a propósito de Altamira.

2.2.3. Periodizaciones. Aunque ha llovido mucho desde aquella primitiva periodización que


sintetizaba toda la Prehistoria en un vago Paleolítico («piedras antiguas», en realidad, piedras talladas, sin pulimentar) y Neolítico («piedras nuevas» o piedra pulimentada), lo cierto es que las nuevas apenas aportan datos de relevancia desde el punto de vista cultural, sencillamente, porque a pesar del progresivo aumento de los datos conocidos, son muy pocos los realmente relevantes y subsisten los grandes problemas que condicionan el conocimiento de la Prehistoria. A propósito de las periodizaciones, entre estos últimos hay que recordar: 1. Las nuevas periodizaciones, recogidas en los cuadros adjuntos, han sido establecidas a partir de unos pocos —relativamente— yacimientos y de las cualidades de los restos encontrados en ellos (los más abundantes son los restos líticos), a su vez, supeditados a las posibilidades geológicas y ecológicas del entorno y a las limitaciones mencionadas más arriba. 2. El elemento básico de datación absoluta (el Carbono-14) 17 presupone un «margen de error» bastante amplio. 3. Las periodizaciones tienen carácter de casillero muy incompleto, que se va rellenando a medida que se van conociendo nuevos datos, y que, por lo tanto, depende de la marcha de las investigaciones y de la atención que se ha ido prestando a las diferentes partes del planeta. Se ha estudiado mucho en Europa y América del Norte, pero muy poco los otros continentes.

17

El llamado «Carbono-14» es un procedimiento que sirve para evaluar la cantidad (proporción) del isótopo C14 que existe en los restos orgánicos. Mientras los seres viven la proporción de C14 se mantiene estable; sin embargo, la muerte marca el comienzo de un proceso de eliminación de ese isótopo mediante un proceso conocido. Desde esa cualidad, la evaluación de la cantidad de C14 proporciona una idea bastante precisa del tiempo que transcurrió entre la muerte del ser vivo correspondiente y el momento en que se realizó el análisis.


PALEOLÍTICO INFERIOR (desde 500.000 a.C a 100.000 a.C.)

(Integra las fases más antiguas de la evolución del hombre, sin que se pueda atribuir cada fase cultural a un «homo» concreto) Pebble Culture Abbevillense Clactoniense Achelense Antiguo Achelense Medio Achelense Superior Micoquiense

Cultura de los guijarros Primeras armas Lascas muy burdas Herramientas muy burdas

PALEOLÍTICO MEDIO (desde -100.000 a -35.000)

Musteriense. Fase de transición asociada al hombre de Neanderthal (al finalizar el Musteriense, desaparece también el hombre de Neanderthal)

PALEOLITICO SUPERIOR (desde 35.000 a. C. a 9.000 a.C.)


(Homo Sapiens-Sapiens) Años aproximados 35.000 30.000 27.000 26.000 24.000 21.000

Auriñaciense I Auriñaciense II Auriñaciense III Auriñaciense IV Auriñaciense V

20.000 Protosolutrense Solutrense Inferior 17.000 Solutrense Medio

Perigordiense Inferior Perigordiense Medio Perigordiense Superior de Font Robert Perigordiense Superior de Truncados Perigordiense Superior de Noailles Perigordiense Evolucionado Perigordiense Final

Magdaleniense 0 Magdaleniense I

Solutrense Superior 14.000 12.000 11.000 10.000 9.000

Magdaleniense II Magdaleniense III Magdaleniense IV Magdaleniense V Magdaleniense VI


2.2.4. El arte prehistórico Hasta lo que conocemos, los primeros restos que podemos considerar artísticos sólo aparecerán en las épocas más tardías, a partir del Solutrense (o Magdaleniense antiguo), cuando se suele adjudicar la realización de las conocidas «Venus esteatopígicas», que han sido interpretadas como testigos de la existencia de cierto «culto» a la fecundidad. Se llegó a esa conclusión desde la presunción de que las «expresiones artísticas» presuponen y siempre han presupuesto cierta intención trascendente. Naturalmente, caben otras posibles interpretaciones: que fueran juguetes, pruebas de «habilidad» o cualquier otra cosa que no podemos imaginar... Sea como fuere, lo cierto es que estas figurillas, de tamaño muy reducido, marcan el comienzo de unos procesos creativos que experimentarán un desarrollo paralelo al de la evolución cultural. Desde ellas, el siguiente paso está documentado por las pinturas murales que estudiaremos en relación al «arte» de la península Ibérica, que no deben interpretarse como fruto de una evolución cultural, originada en el Solutrense, sino como restos de fenómenos independientes y muy alejados en el tiempo. Más allá de esos grandes restos, cada zona, cada cultura local aparece asociada a múltiples objetos materiales muebles, de naturaleza variable, sin ninguna cualidad digna de mención, más allá de las ya indicadas.


2.3. La península Ibérica Los «hombres» más antiguos que han aparecido en la península Ibérica (Atapuerca, Orce) apenas suponen una anécdota en el conjunto de los datos globales conocidos. En todo caso, a partir de ellos podemos deducir que la actual España debió estar integrada en el marco general de la evolución humana, acaso, jugando un papel de cierta relevancia, si, como proponen algunas hipótesis, el estrecho de Gibraltar fue el paso natural para la llegada de los primeros «hombres» a Europa... Naturalmente, en el supuesto de que el continente africano fuera el lugar sobre el que ocurrieron los momentos claves del proceso evolutivo. De todas formas, los datos suministrados por dichos yacimientos, con ser importatísimos –han forzado el replanteamiento de toda la prehistoria europea– son, desde el punto de vista cultural, extraordinariamente pobres, de manera que desde aquellos lejanos tiempos años, debemos dar un gran salto hasta el Magdaleniense (entre -14.000 y -8.500), para encontrar testimonios realmente importantes, que como es conocido, se distribuyen casi en su totalidad sobre la cornisa Cantábrica. Ello no debe interpretarse en el sentido de que esa zona fue la más relevante en el proceso de la evolución y ni tan siquiera que allí se estableció la cultura prehistórica más importante de la península Ibérica. Al igual que sucede con los mapas adjuntos, tal y como ya hemos advertido, todos estos datos hay que entenderlos con carácter indicativo, sin perder nunca de vista la posibilidad de que existieran ciclos culturales mucho más importantes que permanecen en el lado oscuro de la Historia.


2.3.1. La cultura material del paleolítico superior español Aunque los datos conocidos adolecen de las limitaciones generales mencionadas, a partir de los datos arqueológicos podemos estar seguros de algunas de las circunstancias culturales que rodearon a nuestros remotos antepasados. a) Naturalmente, como en el resto del mundo, los restos humanos de este período corresponden al grupo «sapiens sapiens». b) El ciclo Paleolítico Superior español forma parte de un fenómeno cultural (en sentido muy vago), que se extiende por los Pirineos y la Dordoña francesa. Los yacimientos más importantes están en Altamira, Lascaux, Tito Bustillo, El Castillo, Cueto de la Mina (Asturias). Existen otros yacimientos relativamente importantes de fases cronológicas próximas repartidos por la península Ibérica, pero nunca de entidad cultural similar a los de la zona cantábrica (Ambrosio, en Almería; Parpalló, Valencia; etc.). c) Seguramente una de las razones fundamentales que explican la existencia del brillante foco cantábrico están en que aquella zona disfrutaba unas condiciones climatológicas lluviosas, pero más suaves y favorables que las de otras regiones europeas. El ambiente ecológico asociado a los hombres de Altamira daba cabida a especies


como el rinoceronte, el caballo, el ciervo, la cabra y el rebeco, que en su simple existencia acotan un ambiente que no pudo ser excesivamente duro. La zona mediterránea (Valencia-Almería) acredita un ambiente algo más seco, pero asimismo, relativamente templado, en la que podían vivir ciervos, cabras, rebecos, bóvidos, caballos, etc. d) Al menos, aquellos individuos que están relacionados con los restos culturales que conocemos, ocuparon las grandes cuevas que proporcionaban los contextos cársticos, en donde pudieron situar algo así como las residencias más estables, los asentamientos básicos. Estos asentamientos estaban situados cerca de las desembocaduras de los ríos o, en general, de los cauces de agua dulce. e) Parece lógico suponer que además de dichos asentamientos básicos, aquellos hombres contaban con asentamientos satélites o especializados, de función diversa y, desde luego, con otros especializados, en función de las actividades más perentorias: cazaderos y talleres, especialmente. f) El sistema económico estaba relacionado con la caza, la recolección estacional de frutos silvestres (no cultivados), la pesca y el marisqueo. g) El utillaje expresa un universo directamente relacionado con las necesidades impuestas por la economía y el tipo de habitat mencionados, con una enorme variedad de útiles especializados (buriles, raspadores, perforadores, etc.). Como sucede en todos los yacimientos del Paleolítico Superior, también en la cornisa cantábrica se advierte la tendencia a disminuir el tamaño de los útiles en paralelo al proceso de perfección tecnológica. La industria ósea es muy abundante (bastones perforados, arpones, azagayas, etc.) y sobre ella se concentran la mayoría de los objetos que presentan alguna cualidad cultural significativa. Ascendiendo un paso en el terreno hipotético, y colocando en el punto de mira nuestro objetivo artístico, es posible acotar un poco más los rasgos culturales de aquellos hombres, que no fueron ajenos a cierto grado de sofisticación: a) Existe constancia de prácticas funerarias de cierta complejidad (Cangas de Onís, descubrimiento en 1975 en la Cueva de los Azules; en el Museo Arqueológico Nacional existe una reproducción del enterramiento de la cueva Morín). En definitiva, nos hallamos ante hombres que comienzan a manifestarse como tales, es decir, con algunas de nuestras actuales preocupaciones vitales. Expresado de otro modo: se trata de hombres que ya habían integrado entre sus creencias valores próximos a los que miles de años después documentarán sin ningún género de dudas las culturas neolíticas. b) Ahora bien, aquellos colectivos, seguramente condicionados por la búsqueda de alimentos, no debieron poseer una articulación social demasiado compleja. No parece lógico suponer que en aquel contexto hubiera condiciones


objetivas para que se manifestaran los fenómenos de alta sofisticación cultural que distinguen a las sociedades posteriores. Aunque parezca obvio, creemos que es importante hacer notar que en aquella época no pudo haber «artistas» en el sentido actual del término, como personas especializadas; tampoco pudo haber «mecenazgo», ni por supuesto posibilidades de «atesorar» bienes. Así, pues, no pudieron existir condiciones para que se desarrollara la actividad artística, tal y como hoy la entendemos y ni tan siquiera tal y como fue entendida en las culturas neolíticas. En definitiva, tratamos con fenómenos culturales de carácter incipiente acerca de los cuales debemos ser extraordinariamente prudentes, sobre los que no es posible proyectar nuestros propios valores culturales, por más que sea relativamente frecuente que así lo hagamos, seguramente inducidos por lo tentador que es vincularnos directamente a aquellos hombres, que podemos considerar nuestros ancestros más lejanos. En todo caso, hay que hacer notar que el «arte» paleolítico sobre el que se configura nuestra actual idea de ese aspecto cultural es un fenómeno excepcional, que de ninguna manera podemos adjudicar a aquellos grupos sociales como una circunstancia inherente a los valores culturales de todos los colectivos que habitaron en la península Ibérica entre el -20.000 y el -9.000. Es muy probable que, incluso, esa idea se aleje radicalmente de la «realidad» cultural del momento y que las manifestaciones culturales en sentido estético más relevantes se situaran en torno a elementos de otra naturaleza: ajuar personal y, en general, objetos transportables, como los conocidos «bastones de mando», alguno de los cuales han llegado a nuestros días.

2.3.2. La pintura paleolítica de la cornisa cantábrica. Técnicamente, las pinturas de la cornisa cantábrica, que forman parte de un fenómeno que también se desarrolló en el sur de Francia, son un peculiar híbrido de pintura, grabado y, en cierto modo, escultura; algo así como una espectacular síntesis de preocupación representativa. Los datos arqueológicos nos dicen que, con carácter auxiliar, para su realización se emplearon «andamios», antorchas y «lámparas» de grasa. Por su parte, las


superficies pintadas informan sobre diferentes maneras de aplicar el color, mediante soplado, con instrumentos de acción lineal («pinceles» sumamente prosaicos de fibras vegetales o crines), tamponado, silueteado. Los colores se aplicaron directamente (negros de madera quemada), en forma más o menos líquida, mezclados con agua o resina, o en su estado natural, como la sangre. Se ha documentado la existencia de minerales como el caolín, el peróxido de manganeso y, en general, la mayoría de los que es posible encontrar por aquellas latitudes. Lo más frecuente son pinturas de un solo color monocromas, sin embargo, también existen figuras realizadas con dos y algunas otras, mucho más raras, son policromas. La temática se ciñe mayoritariamente a tres universos no siempre perfectamente diferenciados: a) Animales, entre los que destacan caballos, bisontes y, en menor proporción, ciervos y cabras. b) Signos abstractos, más o menos geométricos, que imaginamos cargados de intención simbólica. c) Elementos humanos, entre los que predominan fragmentos como dedos, manos, etc., pero también figuras completas. Los sistemas de representación son muy variados. Existen agrupaciones ajenas a la situación en la naturaleza, superposiciones, perfiles, escorzos, etc. En ocasiones se conjugan escalas diferentes. Algunas pinturas son muy esquemáticas; otras, muy realistas. Unas veces encontramos elementos silueteados con trazo continuo; otras, punteados o con trazos discontinuos

2.3.3. El carácter y la significación del arte paleolítico Es muy difícil comprender la significación del arte paleolítico desde nuestra actual perspectiva cultural, porque como ya hemos indicado, no tiene por qué haber paralelismo entre nuestros valores y los de los hombres del paleolítico. No sabemos si se trata de «obras» comunes y habituales (que se habrían perdido en su mayoría) o excepcionales, producto de individuos concretos, que las realizaron en un momento determinado o de elementos integrados en el sistema cultural... Tampoco conocemos en cuánto tiempo fueron realizados los conjuntos que han llegado a nuestros días, si fueron realizados en un período corto o largo. En realidad, no sabemos nada; únicamente es posible plantear algunas hipótesis que parecen obvias y algunas más de sentido problemático, que merecen ser


conocidas aunque sólo sea para conocernos a nosotros mismos, y en especial, nuestra capacidad para desarrollar algo que mencionábamos en el capítulo introductorio: nuestra tendencia a reconstruir o remodelar el pasado de acuerdo con las preocupaciones del presente. Una de las primeras interpretaciones que obtuvo cierto éxito social fue la que intentaba explicar esas representaciones como la expresión de algo innato en la naturaleza humana, lo que se ha dado en llamar «el arte por el arte». El hombre tiene necesidad de expresarse en términos «artísticos» y, cuando tiene posibilidades, lo hace. En ese contexto, las pinturas de Altamira se interpretaron como un producto del «ocio de los cazadores» (Lartet y Chirty, 1964), justificable por la configuración de grupos humanos de cierta capacidad económica. Estos grupos habrían llegado a un punto de desarrollo cultural tal que les permitía permanecer ociosos o dedicarse a actividades ajenas a la obtención de recursos vitales. Aunque la hipótesis contrasta con los datos que proporciona la Etnografía comparada, según los cuales hoy sabemos que en Australia existen o han existido grupos muy pobres que, a pesar de todo, también cuentan con expresiones plásticas, en principio, tampoco parece descartable. También se ha explicado el «arte de las cavernas» como un elemento estrictamente ornamental, sin ninguna pretensión «espiritual» (Mortillet, 1883). Para algunos autores de planteamientos acaso excesivamente rancios, el hombre paleolítico no pudo elevar su espíritu ni tener sentimiento religioso, porque su desarrollo intelectual (o espiritual) no lo permitía. En el lado contrario, tampoco han faltado las hipótesis que, amparandose en la supuesta inmutabilidad de la «esencia humana», han explicado estos fenómenos como frutos de pretensiones idénticas a las de algunos sectores sociales actuales o del pasado reciente (Piette y Luqquet, 1907 y 1926). Así, las pinturas de Altamira serían un testimonio de la búsqueda de la «belleza» y, aún, un testimonio del culto del hombre a esa misma categoría. Sin embargo, las hipótesis de mayor éxito actual gravitan en torno a la idea de entender el arte paleolítico como un «recurso mágico» (magia homeopática), como algo que se realiza con intención utilitaria, en relación a la «buena suerte» («buena fortuna», protección divina, de los espíritus) en la práctica cinegética. Si así fuera, nos encontraríamos ante la expresión de una actividad que debería tener relación con un universo trascendente, relacionado con los componentes religiosos de un sistema cultural del que, en este sentido nada conocemos. También es muy plausible otra hipótesis manejada por algunos tratadistas (Frazer 1911), según la cual estas pinturas responden a una intención de dominio sobre lo representado, que se apoyaría en circunstancias muy vinculadas a la manera de funcionar del pensamiento humano:


a) «Lo semejante produce lo semejante», en relación al principio de asociación. b) Y en relación a un vago sentido de «relación», que se manifiesta en el sentimiento religioso de todos los pueblos: «las cosas que han estado una vez en contacto con otras continúan actuando sobre ellas a distancia, una vez que ha sido cortado el contacto físico». Entre las hipótesis que mayor eco social han recabado no podemos olvidar las interpretaciones de Laming y Leroi-Gourham, que coinciden en negar la eficacia de los paralelismos etnográficos, que han servido para substanciar a la mayoría de las interpretaciones anteriores. Frente a ellas, se concibe una nueva hipótesis de fundamento vitalista asociada a la sexualidad, a la oposición-complementación entre los sexos. Analizando sistemáticamente los paralelismos, la frecuencia, la situación y las asociaciones de animales y símbolos, llegaron a una serie de conclusiones entre las que podemos distinguir las siguientes: a) Todas las manifestaciones parecen reflejar dos temas naturalistas, acoplados o yuxtapuestos en las cuevas: caballos y bisontes. b) Son frecuentes las formas más o menos abstractas que es posible asociar a la simbología sexual: líneas y puntos (relativas a lo masculino) y vulvas, triángulos, líneas curvas (asociables a lo femenino). Estos elementos marcarían el origen de una secuencia evolutiva que, según Leroi-Gourham, culminaría en los asuntos naturalistas. c) Parece existir un cierto orden de agrupación de todos estos elementos: en unos casos, los temas masculinos rodean a los femeninos, y en otros, al revés (en el centro, la figura femenina, rodeada de figuras o símbolos masculinos). d) Desde las observaciones anteriores llegan a la conclusión de que las cuevas son verdaderos santuarios organizados y ordenados sistemáticamente, según los principios vitales. Sin embargo, el asunto no parece estar muy claro, puesto que aún permanece en tono de polémica cuál es la alusión concreta de los elementos simbólicos fundamentales: para Laming, el caballo es un símbolo femenino y el bisonte, masculino; para Leroi-Gourham, el caballo es masculino y el bisonte, femenino... Aunque se trate de un planteamiento muy atractivo, lo cierto es que no pasa de ser una hipótesis más que, al ser tan concreta, tiene muchas probabilidades de estar equivocada. Conociendo lo difícil que es fechar con exactitud estas pinturas, puesto que por su carácter material están fuera de contexto estratigráfico y muchas de ellas no poseen restos orgánicos susceptibles de ser tratados con el C14, ni tan siquiera


sabemos si pertenecen al mismo ciclo cultural. Los marcos de atribución cronológica que se adjudican a estas imágenes son demasiado grandes para que respondan a una única concepción cultural, porque además, siempre cabe una explicación que no suele recoger ningún estudio dedicado a ellas: que fueran obras debidas a unas pocas iniciativas individuales, o fruto de un ciclo cultural restringido a una época relativamente corta (unas pocas generaciones), que se desarrolló en Cantabria y la Dordoña.

2.3.4. La cueva de Altamira y sus problemas de conservación. La descubrió un aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola en el año 1868, pero las primeras prospecciones no fueron realizadas hasta siete años después. Cuando se hizo pública la existencia de las pinturas, la mayor parte de los ereuditos de la época las juzgaron producto de una superchería, puesto que sus cualidades formales resultaban incompatibles con la idea que se tenía del «hombre primitivo». Muchas fueron las «explicaciones» que se manejaron para explicarlas. Para algunos pudieron haber sido realizadas por pastores de época romana. El ingeniero francés Harlé, que las visitó en 1881, se pronunció por una cronología muy posterior, puesto que se inclinó por creerlas fruto de una broma de mal gusto destinada a los arqueólogos de la época. Fue preciso esperar al cambio de siglo para que, poco a poco, en paralelo a la aparición de pinturas similares en Francia, se aceptara su origen prehistórico. Las pruebas realizadas con C14 han proporcionado la fecha 13.540 a.C., que, sin embargo, sólo debe interpretarse a modo indicativo, por las razones ya señaladas. Como es sabido, el acceso a las cuevas de Altamira sufre restriciones muy severas que son fruto de un conjunto de factores que se aceleraron a consecuencia de las visitas turísticas masivas. Sin embargo, los problemas de las cuevas de Altamira, que pueden dar una idea de las complejas circunstancias que implica la conservación de los restos arqueológicos, vienen de lejos: 1. Ya en el siglo XIX, como consecuencia de la explotación de la cantera


que había en el lugar, se produjeron varias incidencias de gran repercusión posterior: a) La desaparición de la protección natural que implicaba la existencia de la roca sujeta a explotación (se extrajeron alrededor de 2 m. de piedra). b) La acción de los barrenos produjo desplazamientos de algunos bloques de la cueva. c) Por la misma razón, aparecieron agrietamientos que abrieron vías de posibles agresiones físicas y químicas. En suma, la cantera abría el camino a un amplio conjunto de factores de agresión que se cebaron sobre un conjunto que había permanecido milagrosamente intacto durante más de 15.000 años gracias a que las cuevas habían permanecido selladas, en unas condiciones ambientales de escasas variaciones térmicas, higrométricas y químas, prácticamente inalterables. 2. Entre 1924 y 1935 se realizaron obras de remodelación del entorno, según un proyecto de Alberto Corral, que tuvo por objeto sustituir el matorral original por una pradera, la impermeabilización de la zona de la cantera, la construcción de tres edificios próximos y la colocación de algunas especies arbóreas. Como consecuencia de la alteración del contexto ecológico general las cuevas experimentaron un cambio en la temperatura y en la humedad ambientales. 3. Entre 1924 y 1925, siguiendo una tradición que aún se mantiene, fueron realizadas excavaciones bajo la dirección de dos de las personalidades arqueológicas más célebres de la época (Breuil y Obermaier), que al parecer –por razones obvias 18 –, no fueron demasiado cuidadosas con el lugar, porque en 18

Como consecuencia del desequilibrio existente entre las actitudes culturales de estados como el español y otros de mayores recursos económicos, son muy frecuentes las campañas arqueológicas organizadas desde entidades foráneas entre las que han destacado las campañas francesas, casi siempre centralizadas en «La Casa Velázquez», y las del Instituto Arqueológico Alemán. Gracias a sus respectivas posibilidades económicas, inalcanzables para cualquier entidad española, han desarrollado una actividad encomiable desde el punto de vista científico. Sólo en algunas ocasiones, por fortuna muy esporádicas, la actividad de estas entidades, supeditadas a sus propios compromisos con el Estado que las financia, han inducido


relación a dichas labores se desprendieron algunas lajas de piedra. 4. Con posterioridad a esas fechas y en paralelo a la expansión turística, fueron realizándose diferentes labores de apuntalamiento y adecuación que indujeron nuevos factores de alteración física, así como la apertura de una vía a las posibilidades erosivas asociadas a los cambios estacionales o diarios de las condiciones de temperatura e higrometría. 5. Sin embargo, los elementos que parecen haber tenido mayor incidencia negativa en la conservación de las pinturas, al menos, en los últimos años, obedecen a la acción directa del «uso» turístico masivo, que se ha traducido en los siguientes elementos: a) Importantes oscilaciones de la humedad. La estancia de los visitantes en el interior reduce la humedad y reseca las pinturas. b) Oscilaciones de la temperatura: las visitas elevan la temperatura, que ayuda a resecar las paredes. c) Por efecto de ese resecamiento, las pinturas se agrietan y caen. d) Los fenómenos de condensación, asociados a los cambios de humedad y temperatura, provocan el arrastre de los pigmentos. e) De igual modo, los visitantes producen ciclos de oscilaciones de las cantidades de anhídrido carbónico. En unión al vapor del agua el anhídrido carbónico ataca a los componentes metálicos de los pigmentos. f) Aparición de microorganismos (algas, hongos, pólenes) aportados por los visitantes y por las acciones aplicadas en su interior. g) También le corresponde un importante papel erosivo a la luz artificial, que favorece el desarrollo de los microorganismos, eleva la temperatura y decolora los pigmentos. h) Por último hay que mencionar las acciones físicas, conscientes o inconscientes, producidos por los visitantes. La combinación de todos estos factores ha culminado en una situación de degradación de las pinturas que, en algunos aspectos, ya es irreversible y que ha impuesto la drástica reducción de las cifras de visitantes, así como la puesta en marcha de un conjunto de programas de conservación, destinados a hacer frente a los problemas mencionados y a estabilizar las condiciones microclimáticas, sobre cuyo alcance final es difícil hacer previsiones. problemas que casi siempre han tenido el mismo fundamento: anteponer el interés por obtener datos sobre el de conservar los yacimientos estudiados. En honor a la equidad hay que reconocer que esta actitud no es privativa de los arqueólogos extranjeros.


2.3.5. Otras cuevas de la cornisa Cantábrica con pinturas. Además de Altamira, en la cornisa cantábrica existe un importante conjunto de cuevas, algunas de las cuales cuentan con interesantes instalaciones arqueológicas, que añaden un punto de interés a su visita, siempre justificada por la extraordinaria belleza del paisaje. Entre las cuevas de Santander, son dignas de mención la de Covalanas, en Ramales de la Victoria; el conjunto de Monte El Castillo, que comprende varias cuevas, con un amplio repertorio de signos abstractos, rectangulares, ovales, bisontes, elefantes, etc.; la de El Haza, que contiene pinturas rojas de équidos; la de Cullambrera. La cueva de El Pendo ha proporcionado un importante repertorio de objetos: bastones perforados, grabados, etc. En Asturias podemos ver la Cueva de El Pindal, con elefantes, bisontes, toros, etc; la de Riera y Cueto de la Mina; la de Tito Bustillo (caballos, utilización de color violeta, signos ideográficos); la de San Román de Candabo. En el País Vasco, además de algunas otras de entidad menor, existen varias cuevas de cierta importancia: Alkerri (magdaleniense antiguo), que contiene representaciones de bisontes y ciervos; Altxerri (solutrense final), con bisontes, caballos, renos, zorro dentro de un reno, figuras de trazo grueso; Santimanine, con bisontes negros y caballos; Ekaik, en la que aparecen cabras; Arenaza, que tiene pinturas de ciervas con tamponado; Venta de la Perra, con figuras grabadas y situadas en el exterior de la cueva.

2.3.6. Otros restos. Los restos levantinos y andaluces son menos significativos, pero en algunos casos presentan cierta importancia. Son dignas de citar, en Levante, la cueva de la Moleta, la de Parpalló (con estratos del solutrense-magdaleniense, en el que aparecieron plaquetas de caliza pintadas y grabadas, con ciervos, bóvidos, etc.); la cueva del Niño (Albacete) con figuras


rojas con ciervos, cabras, serpientes. En Andalucía: la cueva de la Pileta (Málaga), con bóvidos, caballos, etc; Cueva Palomas (Cádiz), de cronología discutible. La zona centro no ha aportado restos de gran entidad. Apenas conocemos unas pocas cuevas que, en ocasiones, han llegado a nuestros días en mal estado de conservación. En la cueva de la Griega, en Segovia, apareció un caballo en relieve. La cueva del Reguerillo tiene grabados de animales y humanos. La de los Casares, en Guadalajara, presenta representaciones de ciervos, rinocerontes, bóvidos y figura humana. Algo parecido sucede en la fachada occidental de la Península. En Extremadura y Portugal apenas existen unos pocos yacimientos con restos de poca entidad: la de Maltravieso, en Cáceres, con diseños de manos y la de Évora, con bóvidos, y otros animales en tintas planas.

2.3.7. La supuesta neolítica Levantina.

pintura

Tradicionalmente se suponía que un importante conjunto de pinturas de concepción esquemática aparecido en covachas y abrigos de la zona levantina, era de cronología neolítica. Hoy se tiende a creer que su datación podría ser mucho más amplia, cubriendo una banda que, por atrás, podría llegar a los alrededores del Magdaleniense y por delante, hasta una época incierta e indefinible. En todos los casos son restos difíciles de relacionar con algún fenómeno cultural concreto y, por lo tanto, imposibles de clasificar cronológicamente. Son imágenes realizadas con tintas planas, que representan esquemáticamente escenas de caza (toros, ciervos, caprinos) A partir de ellas, se han establecido varias fases hipotéticas, que a nuestro juicio, no tienen ningún soporte histórico sólido.


En relación a estas pinturas –cualquiera que sea su caráctr histórico– es importante hacer notar que algunas personas tienen la costumbre de arrojarlas agua para que de ese modo brillen más los colores y se aprecien mejor las formas. Ni que decir tiene que estas prácticas son una barbaridad, porque aceleran el proceso de degradación.

2.5.

En síntesis.

A pesar de que para tiempos prehistóricos conocemos un relativamente importante conjunto de restos que, de acuerdo con la terminología al uso, podemos denominar obras «artísticas», poco o muy poco es lo que podemos decir de ellas, más allá de lo que ellas mismas dicen que, por cierto, es bien poco, por mucho que se hayan formulado las más varíadas e imaginativas hipótesis al particular que, por lo general, informan mucho más sobre la visión que hoy se tiene de esos objetos que de los objetos mismos. Y es que cuando de una época o de una cultura apenas conocemos otros datos que los proporcionados por el método arqueológico, necesariamente limitado, resulta imposible tener una idea medianamente precisa de un fenómeno tan complejo como el artístico, siempre supeditado a las estructruas más sofisticadas de la sociedad correspondiente. De hecho, los escasos restos «artísticos» prehistóricos conocidos, que han de distribuirse en un período de más de veinte mil años, son demasiado exiguos incluso para fundamentar sus circunstancias aparentes más obvias. Nadie puede asegurar que los llamados «bastones de mando» sean, en realidad bastones de mando; nadie sabe qué sentido cultural tuvieron las «venus esteatopígicas»; nadie sabe con qué finalidad se realizaron las pinturas de las cuevas de Lescaux o Altamira; nadie sabe con qué intención fueron realizadas las pinturas de los abrigos neolíticos. De hecho, la mayor parte de las explicaciones hipotéticas que se vienen manejando en relación a todos los hechos «artísticos» no son sino extrapolaciones de los valores estéticos del presente a fenómenos culturales de los que apenas podemos imaginar otros datos que los que se desprenden de nuestra actual visión del pasado; una visión del pasado que adolece de unos «prejuicios», con carácter de creencias, que surgen de una idea del «hombre» configurada en el seno de nuestro propio sistema cultural. Por lo que ahora interesa, esa idea de «hombre» descansa, en primer lugar, en el supuesto carácter invariante de la naturaleza humana, en la necesidad que el hombre tiene de construir un pensamiento mítico que le ayude a superar sus limitaciones; en la tendencia del hombre a mejorar su situación personal y a manifestar esa mejora acumulando riquezas; etc. Ahora bien ¿hasta qué punto estos rasgos se pueden proyectar a un hombre y a una sociedad de hace quince mil años? ¿Por qué sólo


conocemos pinturas en zonas muy localizadas? ¿Por qué unos pueblos tienen ese tipo de pinturas y otros no? En cualquier caso, los restos «artísticos» de ese dilatadísimo período han sido interpretados en términos muy expresivos: a) En el seno de hipotéticos complejos mítico-religiosos, que se ha relacionado con las prácticas cinegéticas, con las actividades sexuales y reproductoras y, por supuesto, con hechos religiosos primitivos... Ese es el carácter que se atribuye a todas las representaciones zoomórficas y antropofórficas, naturalistas y esquemáticas... b) Rasgos de caracterización social. Ese es, a su vez, el carácter que se adjudica a los objetos realizados en «metales nobles» de ajuar... Y decíamos que las interpretaciones son muy expresivas, porque esos dos tipos de fenómenos resultan ser dos de los componentes más relevantes de la conducta estética contemporánea, en el seno de las culturas occidentales... Y la duda surge automáticamente: ¿Hasta qué punto esas interpretaciones no son sino simples extrapolaciones de nuestro modelo cultural? ¿Por qué hemos de suponer que la ubicación estructural del arte ha sido siempre la misma? ¿Hasta qué punto es razonable una extrapolación de ese tipo de una cultura como la nuestra a unas culturas prehistóricas (neolíticas y paleolíticas) que, con toda seguridad, tendrían una estructura distinta y específica?


2.4. Apéndice: el metodo arqueologico. El «método arqueológico» es una «ténica histórica auxiliar» que tiene por objeto proporcionar datos que no sea posible obtener de otro modo y complementar los que proporcionan los testimonios escritos. Como es natural, su importacia relativa depende, precisamente, de esa circunstancia. En las épocas de abundantes documentos escritos, su capacidad de aportación es mínima, mientras que en las épocas prehistóricas, su importancia es fundamental; de hecho, la mayor parte de los datos que hoy conocemos o creemos conocer de esas épocas proceden exclusivamente del método arqueológico. El método arqueológico comprende una serie sucesiva de fases que describimos sumariamente a continuación: 0. Fase preliminar Estado de la cuestión. Se centra en el conocimiento y análisis de los estudios de cualquier tipo que puedan existir sobre el asunto en cuestión. 1. Prospección del terreno a la búsqueda de indicios arqueológicos: cerámica superficial, restos de construcciones, fotografía aérea (películas infrarrojas). En esta fase pueden tener gran entidad los hayazgos casuales debidos a las labores agrarias o a la actividad constructiva. 2. Registro topográfico. Una vez ha sido localizado el yacimiento, procede realizar una documentación exaustiva del lugar mediante fotografías, levantamiento de planos topográficos, etc. PRINCIPIO ARQUEOLOGICO CLÁSICO

La excavación es como leer un libro e ir quemando sus páginas a medida que se leen.

3. Realización de catas. Las catas son pequeñas excavaciones que permiten obtener una idea de las cualidades del yacimiento. 4. Estudio y análisis de los datos proporcionados por las catas, mediante las técnicas auxiliares que sean necesarias, y determinación de la estrategia a seguir. 5. Delimitación de zonas de excavación y determinación de cuadrículas. 6. Excavación por cuadrículas, siguiendo los diferentes estratos que vayan apareciendo. La excavación ha de ser especialmente cuidadosa. Las herramientas que se utilizan para excavar son cuchillos, paletas, bisturíes, brochas, pinceles, etc. No se suelen utilizar ni picos ni palas, salvo para retirar los niveles arqueológicamente estériles.


Las excavaciones se realizan por equipos interdisciplinares dirigidos por profesores de universidad, conservadores de museos o investigadores del CSIC (Consejo Superior de Investigación Científica), con estudiantes, topógrafos, dibujantes, etc., que, por lo general, deben organizar campamentos en las proximidades del yacimiento. 7. Anotación y documentación de todo lo que vaya apareciendo, con la mayor fidelidad posible, mediante dibujos, fotografías, planos, etc. 8. Clasificación etiquetada de todos los objetos, cualquiera que sea su naturaleza, que vayan apareciendo. 9. Estudio de las aportaciones del yacimiento: tierras, restos vegetales, carbones, huesos, etc. mediante las técnicas analíticas que permita el desarrollo tecnológico. Los medios científicos más habituales: antropología física (huesos), análisis de trazas mediante rayos X, análisis de fundamento radioactivo (Carbono 14, bombardeos con partículas), análisis químicos, análisis polínicos, gravimetrías de tamiz fino, etc. (cualesquiera otros sistemas que puedan ser útiles). 10. Contrastación de los datos obtenidos con los de otros estudios comparables. 11. Toda excavación debe culminar en una fase de protección y consolidación de las estructuras que hayan aparecido y sean susceptibles de permanecer «in situ», con fines científicos, de divulgación, docentes, o incluso turísticos (No se suele hacer, por limitaciones presupuestarias). Las actividades arqueológicas sólo se pueden realizar previa autorización de las autoridades competentes. La realización de excavaciones clandestinas está penada por la ley.


3. EL NEOLÍTICO. 3.1. Introducción. El Neolítico supone uno de los fenómenos revolucionarios más trascendentes y espectaculares que ha conocido la evolución del género humano, de rango muy superior a otros cambios culturales que, desde la actualidad, acaso nos parezcan más importantes. El término «neolítico» (piedra nueva), frente al «paleolítico» (piedra vieja), se formuló atendiendo a unos rasgos tecnológicos cuya relevancia cultural era muy inferior a otros fenómenos que, por lo general, se manifestaron asociados a las piedras pulimentadas. De hecho, aunque el factor más relevante de lo que hoy conocemos como «neolitismo» pudo ser la aparición de la agricultura, la verdad es que en relación a ella se desencadenan una serie de fenómenos culturales complejos, interrelacionados entre sí, entre los que resulta difícil decir cuáles son más importantes y cuáles, secundarios: 1. La aparición de la agricultura. Supone el paso de una forma nutricional y de vida basada en la recolección y en todo lo que ello implica, a otra con mayores posibilidades de control del medio y de la existencia de la propia persona, que, a su vez, genera profundas repercusiones de todo orden. Mientras el hombre era recolector no tenía ningún sentido plantearse el control de la tierra, más allá, de una cierta delimitación del hábitat. Para poder practicar la agricultura, por el contrario, es necesario mantener el control a medio y largo plazo, aunque sólo sea para asegurar la eficacia de los esfuerzos que requiere su preparación. Y a la inversa: sería absurdo movilizar esfuerzos en un territorio que explotará otro... 2. La aparición de la ganadería. Del mismo modo, supone dejar de depender de la caza, aunque esta actividad siga manteniendo cierta vigencia en la conformación de la dieta, y ampliar las posibilidades nutricionales. Por razones que hoy nos parecen obvias, se cree que la domesticación de animales es anterior al control de la agricultura. Es muy probable que la domesticación de animales fuera un fenómeno que se generalizó en la práctica totalidad de las regiones habitables. Tradicionalmente, bajo un prisma aceradamente etnocentrista, se ha dicho que el primer animal domesticado fue el perro, al que seguirían la oveja y la cabra y, por último, en las fases más recientes del Neolítico, el caballo. En todo caso, lo más probable es que el proceso de domesticación dependiera de múltiples factores, pero, sobre todo, de las especies que existieran en cada lugar.


En todo caso, es de suponer que el proceso de domesticación experimentaría grandes diferencias de un lugar a otro. 3. La aparición de la cerámica. Aunque hace unos años, éste era el factor neolítico que se consideraba más relevante, lo cierto es que hoy se interpreta casi como algo anecdótico, puesto que los objetos cerámicos pueden ser sustituidos por otros sin que ello suponga pérdida de posibilidades funcionales. 4. La aparición de las «ciudades». El hombre se hace sedentario; nacen los núcleos de población estables, que en determinados casos, cuando la situación sea excepcional, crecerán en tamaño y extensión demográfica para convertirse en ciudades en el más estricto sentido del término. 5. Los hombres se organizan según modelos sociales progresivamente complejos, que culminarán en las primeras ideas de Estado, en el sentido actual del término. Cuando hablábamos del Paleolítico, hacíamos notar que casi todo lo que creemos saber sobre aquellas formas culturales es de carácter hipotético. La carencia de fuentes históricas podría inducirnos a pensar que algo parecido sucede con las culturas neolíticas y, en cierto modo, así es. Sin embargo, ello no es inconveniente para que podamos reconstruir con elevado grado de certeza algunas de las circunstancias culturales que acompañaron a dicha revolución. ¿Cómo llegó el hombre al conocimiento de la agricultura? Algunas teorías muy difundidas en ciertos ambientes (Harlan) nos dicen que, en un momento determinado, algún hombre (cazador) advirtió que la semilla de un fruto, que previamente había sido arrojada a un vertedero, germinaba 19 . Desde esa constatación a la utilización consciente de semillas sólo habría un paso... Sin embargo, el asunto no parece tan fácil, porque la observación de cómo se transmite la vida vegetal, ese supuesto factor generador de la revolución neolítica, debió ser algo conocido por el hombre pre-neolítico, a no ser que le consideremos estúpido, puesto que para aquellas personas, perfectamente 19

Esta explicación se conoce como la «tesis del estercolero».


integradas en el ecosistema y condenadas a una existencia permanentemente vinculada al mundo vegetal y al animal, el conocimiento de los elementos básicos de ambos universos debía ser algo natural. A nuestro juicio, el gran problema que debieron resolver quienes personalizaron la revolución neolítica no fue el «secreto de la vida vegetal», sino cómo obtener productos que ampliaran las posibilidades de una recolección sujeta a patrones aleatorios y «naturales». Dicho de otra manera, el gran problema de los primeros cultivadores debió ser conseguir especies vegetales rentables a un plazo más corto que los ciclos anuales determinados por la ley natural. En suma, pudieron pasar muchos años desde que el hombre conoció «el secreto de la vida vegetal» hasta que, de hecho, tuvo lugar la revolución neolítica, que necesariamente estaba supeditada a algo mucho más complejo y especializado: el conocimiento y selección de las especies que resolvieran el problema de la rentabilidad antes mencionado. Y ese problema sólo se podía resolver utilizando gramíneas. Puestas así las cosas e invirtiendo las coordenadas del problema nos encontraríamos con una situación muy diferente a la que se suele formular en ciertos manuales de orientación simplista. El problema era mucho más complejo que «conocer el secreto de la vida vegetal», porque de lo que se trataba era de tomar la decisión de cultivar gramíneas, con todo lo que ello implicaba –preparación del terreno, roturación, etc.–, de llegar al conocimiento de que el cultivo masivo de ciertas especies vegetales podía ser especialmente útil; y esa decisión, que puede parecernos simple, había que tomarla a partir de una experiencia circunscrita a la aleatoriedad de la Naturaleza, en la que es muy difícil encontrar gramíneas utilizables con fines nutritivos. A nuestro juicio, el dominio de ese proceso sólo puede entenderse en el seno de un proceso evolutivo muy lento e irregular, en el curso del cual el hombre fue domesticando las especies vegetales poco a poco, de forma progresiva, generación tras generación, hasta llegar al «secreto de los cereales», momento que marcaría el fin de la fase de transición al neolitismo y en el que el proceso debió experimentar una cierta aceleración que, sin embargo, sólo culminaría cuando aparecieron las especies idóneas, aquellas que se han seguido utilizando prácticamente hasta nuestros días. En relación a los problemas generados en este proceso se han manejado algunas explicaciones más o menos convincentes. Según Childe y Braivvod, la desecación del Oriente Próximo obligo a concentraciones humanas en los puntos de máxima fertilidad, de manera que se crearon las condiciones idóneas para que se pusieran en marcha la mayor parte de las circunstancias asociadas a la revolución neolítica (grandes poblaciones, grandes posibilidades de experimentación, etc.). En línea con esa situación hipotética, Brilford explicó el nacimiento de la


agricultura como efecto de un desequilibrio ecológico. El aumento de población, posibilitado por los avances en las técnicas de caza del Paleolítico, imponía un aumento de producción, que creó un caldo de cultivo idóneo para las innovaciones neolíticas...

3.2. Los cambios culturales. Los años transcurridos en la configuración de esa revolución fueron suficientes para que se fueran realizando una serie de cambios que trascendieron muy ampliamente el marco de lo meramente económico. De hecho, como señalábamos más arriba, lo lógico es pensar que en la transición al neolitismo los hombres, o, mejor, los grupos de hombres, fueran experimentando una serie de transformaciones que discurrieron en paralelo, sin que sea posible determinar relaciones directas de causa-efecto, sino fenómenos de mutua interrelación (realimentación). 1. La propiedad privada. Uno de los problemas clásicos en relación al neolitismo es la aparición de la noción de propiedad privada. Hace muchos años Engels hacía notar la relación que existía entre la aparición de la agricultura y la aparición de las nociones de «familia» y de «propiedad privada». Parece obvio que cuando no existen sociedades productoras no existen razones para trascender la idea de «grupo» y, por lo tanto, para que aparezca la noción de «familia» restringida, vinculada a la relación paternofilial. En las sociedades pre-agrícolas, en las que los grupos humanos estaban condicionados a forzados desplazamientos estacionales se suponía que era lógica la inexistencia de ese tipo de vínculos; además, los bienes acumulados, necesariamente sujetos a las limitaciones de transporte impuesto por la persecución de la caza, no podían ser muy voluminosos y, por lo tanto, no podía haber grandes problemas de transmisión de bienes. El problema de la propiedad privada sólo pudo tener sentido cuando los grupos humanos acumularon riquezas de cierta entidad y eso sólo fue posible después de que hubieran adoptado el sedentarismo como forma de vida habitual. El único problema a este razonamiento surge de la posibilidad –muy probable– de que en muchos grupos sociales esas transformaciones pudieron durar miles de años... En todo caso, parece lógico suponer que, en aquellos lugares que tuvieron un papel relevante en las transformaciones neolíticas, la aparición del concepto de familia, que consolidaron las sociedades rurales, así como la noción de propiedad privada, siguió un proceso muy lento, en el curso del cual la «mentalidad» del hombre fue transformándose poco a poco, casi podríamos decir «con naturalidad». Otra cosa es lo que pudo ocurrir en las sociedades que se


«apuntaron» a las nuevas formas culturales repentinamente... 2. La noción de previsión. Naturalmente, el hombre cazador tuvo que ser un hombre previsor. No obstante, la aparición de la agricultura implica un cambio substancial en esa línea, que trasciende ampliamente la inmediatez de la actividad cinegética y presupone una nueva manera de entender el mundo. A nuestro juicio, en relación a esta capacidad, aparecen las circunstancias idóneas para que se establezca una nueva valoración del individuo, que se sustentará a partir de ahora en cualidades que, en épocas anteriores, pudieron ser poco importantes. Quienes fueran capaces de prever los fenómenos naturales y, en consecuencia, pudieran regular los ciclos productivos, entrarían en un nuevo juego de valoraciones sociales que abría la puerta a nuevas formas de jerarquización social, mucho más supeditadas al imperio de la «inteligencia» que a los elementos relacionados con la capacidad cazadora, con las posibilidades físicas. 3. La aparición del concepto de familia en el sentido actual del término. 4. Se concreta una nueva forma de relación con el medio ambiente, que pasa por una capacidad progresiva de transformación. 5. Surgen los excedentes alimenticios y, en consecuencia, una serie de nuevas posibilidades más o menos necesarias. Entre ellas, la necesidad de encontrar fórmulas de almacenamiento, la posibilidad de que algunas personas desarrollen actividades ajenas a la producción de alimentos, etc. 6. Los conflictos con los grupos sociales en competencia potencial adquieren una nueva dimensión. Las sociedades capacitadas para generar excedentes alimenticios se convierten en un objetivo para quienes presentaban formas culturales menos desarrolladas. Los habituales conflictos entre pastores y agricultores, acreditados en diferentes momentos históricos, parecen ser un residuo de este tipo de antagonismos. De hecho, parece lógico suponer que el pastoreo fue una forma de transición entre las fórmulas paleolíticas y las estrictamente neolíticas. 7. Las nuevas formas productivas imponen unas formas de organización social progresivamente complejas. La «sencillez» de la relación con la naturaleza, da paso a una nueva situación en la que prevalece la idea de complejidad. 8. El desarrollo de las posibilidades nutritivas, el incremento en el control


de la dieta, debió generar un incremento considerable de la esperanza de vida de los individuos, hasta entonces decisivamente dependiente de factores externos a su capacidad de acción. 9. Las nuevas formas de existencia humana permiten un relativo alejamiento de los viejos determinantes ecológicos. Surge así la idea de «lo artificial», con unas connotaciones imprevisibles, pero en desarrollo continuado. El concepto de cultura, en el sentido de «lo artificial», adquiere una nueva dimensión. 10. Seguramente, también en relación a estas transformaciones, nace un nuevo concepto de la dualidad determinada por «la buena suerte» y «la fatalidad», por lo «bueno» y lo «malo», por lo general, impuesto por la dinámica aleatoria de los ciclos estacionales. A nuestro juicio en ello está el fundamento de los primeros planteamientos cosmológicos que dieron lugar a las religiones que escaparon de los hipotéticos ciclos animistas paleolíticos, para tratar de dar respuesta a los nuevos problemas, a la fatalidad de los ciclos naturales, a la idea de fertilidad y al resto de los grandes «problemas» ajenos a la voluntad humana.

3.3. Cronología. Difusionismo y convergencia cultural. La documentación material que informa sobre aparición del neolitismo, cuyas circunstancias hemos destacado en el epígrafe anterior, expresa una situación de inusitada complejidad, pero incomparablemente más clara que la de la aparición del hombre. Así, hoy por hoy, los yacimientos neolíticos europeos más antiguos no aparecen hasta el año 4.500 (el neolítico europeo llega, al menos, hasta el 1.800 a.C.), mientras que en Oriente Medio y en Asia, ya existen en el 7.000. Este importante desfase ha proporcionado fundamento a la hipótesis de que los elementos más significativos del neolitismo y, en especial, la actividad agraria fue un «descubrimiento» que se concretó en un lugar aún desconocido de Oriente Medio y que, desde allí, fue difundiéndose al resto del planeta. Frente a ella, algunos estudiosos habían venido defendiendo la idea de que el neolitismo era la consecuencia «natural» de la evolución de las fases anteriores. Hoy, sabiendo que los testimonios de neolitismo aparecen en una banda cronológica muy estrecha en India (en los alrededores del río Indo), China (río Amarillo), Egipto (Nilo) y Mesopotamia se piensa en una hipótesis intermedia entre el puro difusionismo y la idea de convergencia cultural, que pasa por suponer que los cuatro polos de desarrollo fueron capaces de mantener algún tipo de relación que les facilitó el intercambio de experiencias.


En el estado actual de los conocimientos, que seguramente variará substancialmente en los próximos años, la cultura neolítica occidental más antigua que conocemos ha sido localizada en Jericó («cultura de Jericó»), cuyos restos pueden ser datados, incluso, hasta el año 8.000 a.C.. Hacia el año 7.000 han sido fechados recintos urbanos de gran entidad, fuertemente fortificados, que hacen pensar en la existencia de otras culturas rivales de fuerte potencial agresivo, de las que no tenemos otros datos... Recordemos, como ya advertíamos al hablar de las culturas paleolíticas, que los lugares más favorecidos, como, por ejemplo, los deltas de los grandes ríos, hacen muy difícil la localización de restos antiguos... que lógicamente siempre serían más antiguos que los de las zonas marginales. Dicho de otro modo: la existencia de restos neolíticos importantes en la zona de Jericó nos asegura la existencia de otros más antiguos en zonas no muy alejadas de allí, seguramente en el delta del Nilo o en la desembocadura del Éufrates y el Tigris o en ambos lugares a la vez.

3.4. Consecuencias culturales complejas. Los excedentes de producción dan lugar a la aparición de un nuevo elemento de relación e intercambio, inconcebible desde las posibilidades de los grupos de cazadores, que pronto se convertirá en «riqueza» y, por lo tanto, en un factor de desigualdad social y de rivalidad endogámica y exogámica. Endogámica, porque favorece la heterogeneidad entre quienes producen más y quienes producen menos. Y Exogámica, porque engendra la dinámica de la cigarra y la hormiga entre quienes basan su bienestar en el trabajo de la tierra y quienes prefieren que sean otros quienes lo hagan a cuenta de sus saqueos. Por otra parte, la existencia de excedentes permite que una parte de los individuos se dediquen a otras actividades y que tiendan a especializarse en ellas. En definitiva, nace la división del trabajo, según estructuras de complejidad creciente: soldados para proteger los bienes, sacerdotes para predecir los fenómenos y los ciclos naturales, «aparceros», «terratenientes», etc. Desde esa división del trabajo, sólo hay un paso hasta la aparición de diferentes formas de entender el «orden social», el ejercicio del poder. El establecimiento de asentamientos estables y numerosos da lugar a la generación de un conjunto de «necesidades colectivas» que deberán ser afrontadas e impondrán un cierto ordenamiento del territorio, que se traducirá en una fuerte incidencia ecológica, y un nuevo orden de especializaciones. Cada población necesitará asegurarse el abastecimiento de agua, la existencia de


combustible, el control de territorios que se puedan emplear en las funciones agrícolas, el control de áreas dedicadas a la caza, a la alimentación de la cabaña ganadera, etc. De igual modo, será necesario establecer una cierta especialidad territorial vinculada a la nueva articulación social (templos, zonas militares, etc.), a las necesidades que generan lugares insalubres o incómodas (hornos, vertederos, etc.) y a los imperativos defensivos (fortificaciones). En definitiva, surge un modelo de estructuración urbana sensiblemente similar a la que ha pervivido en todo el mundo hasta la Revolución Industrial. La aparición de la vivienda fija, por su parte, implica el desarrollo y acumulación de un ajuar doméstico de complejidad creciente, que comprende cerámica, mobiliario, telas, etc. Por decirlo de una manera sugerente: el neolítico supone la aparición del «hombre cultural» tal y como hoy le conocemos....

3.5. El hábitat neolítico. Hasta la aparición de los grandes núcleos urbanos, que debemos situar en los últimos momentos del neolítico, el hábitat fue tan variado como puede imaginar la mente humana: cuevas, palafitos, cabañas, piedras, adobe, etc., siempre en función de las posibilidades de cada zona. En general, aparecen estructuras primero de madera y después de piedra, con división de espacios en las viviendas, determinando una evolución muy clara hacia fórmulas cada vez más complejas y sofisticadas, casi nunca mayor a la de las construcciones tradicionales de las comunidades rurales que han llegado a nuestros días.

3.6. Etapas genéricas del Neolítico. La literatura especializada utiliza diferentes términos para señalar las diferentes fases de la evolución neolítica. En general, esos términos se rigen por el siguiente criterio: 1. Preneolitico. Se aplica a comunidades en las que se observan al menos uno de los elementos característicos del Neolítico Pleno. 2. Protoneolítica. Momento en el que inciden la mayoría de los rasgos del


Neolítico. 3. Neolítico acerámico. Con agricultura, ganadería, cestería, cueros, etc. pero sin cerámica. 4. Neolítico pleno. Todos los elementos propios del neolítico. 5. Eneolítico o neolítico final. Cuando el Neolítico aparece «contaminado» con elementos de las culturas del metal.

3.7. La cultura material y el arte neolítico. La cultura material neolítica supone transformaciones muy importantes respecto de la fase cultural anterior. Los elementos líticos, que en lo más significativo, mantendrán las herramientas anteriores hasta la llegada de los metales, aparecen enriquecidos con una circunstancia nueva y singular: la piedra pulimentada. Como es natural, en esta fase aparecen los aperos de labranza y deforestación, nuevos útiles para tala de árboles, el desbroce, el cultivo, etc. La industria ósea conoce una gran ampliación de formas y tipos: punzones, cinceles, espátulas, cucharas, etc. Otro tanto sucede con los adornos: en piedra, hueso, conchas, en formas de colgantes. La cestería, seguramente heredada de fases evolutivas anteriores, también conoce un importante auge, que sólo podemos conocer en casos muy particulares, cuando las condiciones del lugar en que han aparecido favorecieron su conservación. Existen recipientes de este tipo que han llegado a nuestros días recubiertos por su interior con una capa de arcilla, seguramente para intentar resolver sus carencias frente a los dictados impuestos por el almacenaje de líquidos. Otro tanto se puede decir de los tejidos de fibra vegetal. Y, por fin, la cerámica... La cerámica, que se puede justificar como una solución muy adecuada para la conservación, el almacenaje y el transporte de productos, es el «fósil guía», el elemento más característico de las culturas neolíticas. Las circunstancias que distinguen a la cerámica neolítica de otras cerámicas se desprenden, sobre todo, de la tardía aparición del torno (a partir del 3.200 a.C) y del uso de un repertorio formal y técnico muy limitado. Como es sabido, la cerámica se obtiene a partir de una materia prima de gran difusión en todo el planeta: la arcilla. La arcilla (silicatos alumínicos hidratados) es un producto que procede de la degradación natural (por efectos atmosféricos) de las rocas feldespáticas; ese material se somete a modelado con el


auxilio de plastificantes (sosa, carbonato sódico, arena), se decora y, por último se somete a un elevado grado de temperatura que altera las cualidades del elemento inicial, hasta obtener el producto cuyas posibilidades todos conocemos. En el Neolítico aparecen una parte muy significativa de los rasgos culturales que pervivirán mientras la cerámica mantenga la importante función que asumió en buena parte de los ciclos culturales del pasado. Como advertíamos líneas atrás, las cerámicas más antiguas fueron realizadas a mano, bien ahuecando una pellada de barro, bien, como siguen haciendo en algunos lugares de América Latina, superponiendo anillos o tiras enrolladas hasta conseguir la forma deseada, que se completa con los elementos de sujeción correspondiente y con un acabado más o menos fino, realizado antes de la cocción. Estos acabados pueden ser de los siguientes tipos: a) Acabado grosero: cuando no se utiliza ningún tipo de acabado de los señalados a continuación o cualquier otro. b) Bruñido. Se puede realizar con hueso, piedra o cuero. c) Espatulado, normalmente realizado con piezas de hueso, consiste en señalar marcas paralelas que pueden conformar motivos decorativos de diferente tipo. d) Alisado: se suele realizar con las manos humedecidas o con la ayuda de un trapo. Sobre las superficies conseguidas con los procedimientos anteriores se articulan diferentes fórmulas decorativas, que se manifiestan de diferentes modos. Entre los más habituales: a) Cerámica: «cardial». Con este nombre se conoce un tipo de cerámica muy característica decorada con las huellas que deja la concha del berberecho («cardium») sobre el barro fresco. Esta decoración suele estar asociada a formas globulares o esféricas, casi siempre sin base plana, concebidas para permanecer colgadas. La más típica especie de garrafa o botella panzuda con cuello estirado, aparece en varios yacimientos de distintas regiones. Esta cerámica está documentada en varios yacimientos del Mediterráneo occidental desde el año 5.500 a.C. b) Cerámica «a la almagra». Su auge parece ser posterior a la cerámica «cardial». El efecto característico de este tipo de cerámica se consigue recubriendo las vasijas con una capa de arcilla fina mezclada con óxido de hierro o "almagre" que proporciona un color rojo vivo tras la cocción. Dentro de la Península Ibérica, es muy abundante en Cova de l'Or y en los yacimientos de Andalucía: Nerja y el Higuerón (Málaga) y Carigüela.


Más allá de estos objetos, que componen la referencia obligada de cualquier estudio arqueológico, poco más es lo que sabemos de unas culturas que, en algunos casos –en aquellos de mayor desarrollo–, debieron poseer unas cualidades muy superiores a las que podemos deducir de los actuales manuales de historia del arte. Sólo para orientar al lector, recordaremos que los orígenes de la cultura egipcia parecen ser estrictamente neolíticos y que algo parecido sucede con las culturas precolombinas, estrictamente neolíticas en el momento de la llegada de los «descubridores». Dicho de otro modo: es muy posible que en época neolítica Europa fuera algo parecido a lo que era América en el siglo XV: un mosaico de diversidad cultural compuesto por pueblos estrictamente neolíticos, algunos de ellos con una extensa historia a sus espaldas, con un elevado grado de expansión territorial (aztecas, incas) y con formas culturales altamente desarrolladas y sofisticadas, junto con otros nómadas, que aún permanecían aferrados a las tradiciones cazadoras (indios de las praderas). Por desgracia, todas esas culturas eran ajenas a la escritura... El resultado de todo ello es una imagen profundamente deformada de lo que, en el aspecto cultural y artístico, tuvieron que ser aquellos años, de los que apenas conocemos restos cerámicos y pinturas esquemáticas asociadas a abrigos naturales que, por fuerza, debieron ser lugares marginales a los grandes focos culturales neolíticos.

3.8. El neolítico en la península ibérica. La aparición del neolítico en la península Ibérica pudo ocurrir en torno a los principios del quinto milenio, seguramente por efecto de los fenómenos de difusión cultural generados en Oriente Medio, que se hicieron notar en la práctica totalidad del continente europeo con intensidad variable, como corresponde a un área marginal 20 . En todo caso es importante hacer 20

Muy probablemente, la visión simplista y deformada que aún tenemos de las culturas neolíticas responde a esta circunstancia, al carácter marginal que en aquellos años le correspondió a lo que hoy en Europa.


notar que la imagen que hoy proporcionan los manuales sobre la cultura neolítica, indefectiblemente vinculada a las pinturas esquemáticas en cuevas y abrigos del litoral mediterráneo, es una imagen empobrecida que seguramente corresponde a colectivos de escasa neolitización En todo caso, lo poco que sabemos nos informa de un fenómeno de recepción cultural esporádica pero permanente, en dependencia más o menos directa de las aportaciones de Oriente Medio, que fueron llegando siempre con un retraso, en ocasiones, muy sensible. En apoyo de esta hipótesis tenemos el dato de que en el Mediterráneo occidental no existían antecesores silvestres de los cereales básicos del cultivo neolítico (trigo y cebada21). Con la ganadería no ocurre lo mismo. Algunas de las variedades que aparecen en el neolítico pleno contaban con antecedentes directos. Ese es el caso, por ejemplo, del ganado vacuno, prefigurado en variedades salvajes; o el del cerdo, directamente emparentado con el jabalí; y, por supuesto, el del perro. Sin embargo, ello no debe interpretarse como una negación de la relación de dependencia respecto de las aportaciones orientales, sino como un factor de matización que se manifestará en las diferentes variedades culturales y en las diferentes «razas» de esas especies que acabarán arraigando en la Península. De hecho los animales más relevantes asociados al ciclo neolítico, la cabra y la oveja, parecen ser importaciones de este tipo, puesto que no es posible documentarlas en la península Ibérica con anterioridad.

3.8.1. Neolítico Inicial. La mayor parte de los asentamientos conocidos y estudiados aparecen, sobre todo, en la zona costera Mediterránea, en cuevas, en las áreas montañosas cercanas al litoral, igual que en el Paleolítico Superior. En algunos casos, las cuevas parecen cumplir una doble función como zona de vivienda y de enterramiento (Carigüela), que podrían ser continuación de costumbres 21

Los restos que conocemos hasta la fecha aparecen asociados a variedades de gramíneas prácticamente iguales a las variedades modernas.


anteriores. De todas formas, los datos y las observaciones proporcionadas por el estudio de estos yacimientos arqueológicos deben contemplarse con infinita prudencia por las razones ya mencionadas, por la ignorancia que aún tenemos sobre los grandes núcleo de población neolítica que debieron estar en áreas de mayores posibilidades agrarias. Los yacimientos estudiados más conocidos son: Montserrat (Cataluña); cueva de la Cocina, de la Sarsa, Cova de l'Or (Valencia); Carigüela, Nerja, las Majólicas de Alfacar (Andalucía). En ellos se han encontrado restos líticos correspondientes a hoces, granos de cebada y trigo, cerámica cardial, elementos ornamentales cerámicos obtenidos mediante cordones de arcilla pegados, huellas de dedos o uñas, etc. La industria ósea es relativamente abundante, sobre todo en zona Valenciana, en la que aparecen cucharas, brazaletes, anillos y punzones. En Andalucía existen escasos restos de cerámica cardial (la cueva de la Carigüela recoge toda la evolución del Neolítico desde el comienzo)

3.8.2. Neolítico evolucionado. El neolítico pleno viene acompañado por un claro desarrollo de la cerámica, cuya decoración recoge múltiples posibilidades (incisiones, acanaladuras e impresiones). También se aprecian cambios en las formas de los vasos, con fondos de vasijas cónicos. Es la época de triunfo de la cerámica «a la almagra» que, sin embargo, había aparecido con anterioridad (abundante en Cova de l'Or y en yacimientos de Andalucía: Nerja y el Higuerón –Málaga– y Carigüela). Los objetos de cestería (Cueva de los Murciélagos) cubren un repertorio sorprendentemente amplio: sandalias, esteras, cuenquecillos y cestas.

3.8.3. Neolítico final. En el noroeste de Cataluña aparece una «cultura» de la que se conocen sobre todo necrópolis, con enterramientos sencillos o dobles (aparecen en fosas excavadas en el suelo y protegidas por lajas de piedra). Los enterramientos tienen: vasos de boca cuadrada, lisos, enterramientos ligados a establecimientos al aire libre, con predominio de economía agrícola. La presencia de ajuares funerarios puede interpretarse como reflejo de creencias sobre la continuidad de la vida más allá de la muerte. Desgraciadamente existen pocos datos sobre los asentamientos, que parecen determinados por estructuras sencillas, mediante cabañas circulares


agrupadas. La inexistencia de fortificaciones permite suponer que corresponden a una época tranquila, en la que no se manifestaban conflictos de importancia. En Madrid (Cantarranas, Ciudad Universitaria) han aparecido algunos fondos de cabaña y vertederos, en los que aparecían restos minerales de cobre, que determinan la existencia de una metalurgia incipiente. En el norte de la Península se advierte una neolitización tardía, paralela al neolítico final de otras zonas, muy dependiente de formas económicas aún muy relacionadas con la ganadería. En amplias zonas, incluso, no existen restos que informen de actividades agrícolas en sentido estricto. En el final del neolítico parece que los grupos humanos se desplazaron hacia el interior, seguramente, a la búsqueda de nuevas zonas cultivables.


4. OTROS CICLOS CULTURALES POCO CONOCIDOS: MEGALITISMO Y COMIENZO DE LA METALURGIA 4.1. Generalidades. El término «Megalitismo» no alude ni a una época ni a un estado de civilización ni a una cultura; simplemente es una circunstancia funeraria común a diferentes grupos culturales, que coincide con la expansión de los metales, que se extiende entre el Neolítico Medio y el Bronce (desaparece con la difusión del Bronce) y que se distribuye por la zona del Egeo, Italia, España, Francia, Irlanda, Inglaterra, Alemania y Dinamarca. Los megalitos, por sus propias cualidades físicas y estructurales, que no pueden ser resueltas por un grupo reducido de individuos, implican la existencia de sociedades de cierta complejidad, en las que cabe imaginar ciertos componentes teocráticos, que se desprenden de los ritos funerarios colectivos asociados a estos «monumentos funerarios», y la existencia de una articulación social de cierta entidad. A partir de los restos conocidos, sujetos a una enorme heterogeneidad cultural, no es posible establecer un proceso evolutivo, pero sí un hecho de especial significación para nosotros: la península Ibérica parece ser una zona clave en el desarrollo del megalitismo.


Son varias las hipótesis que se han manejado para explicar el origen del megalitismo. La que podríamos denominar «corriente orientalista», muy relacionada con las hipótesis difusionistas clásicas, que otorgan preeminencia cultural a los focos creadores (Egipto, Mesopotamia, Indo, Amarillo), proponen que los primeros megalitos aparecieron en el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio y de allí fueron difundiéndose a varias zonas de su «contexto» más o menos lejano. Según Gordon Childe, los megalitos son producto de viajes de ciertas comunidades egeas, movidas por la pretensión de localizar cobre. De ese modo, los megalitos serían una reinterpretación de las tumbas circulares cretenses, documentadas desde, al menos, el -2.500. A favor de la hipótesis oriental cuenta el hecho de que el megalitismo aparece directamente relacionado con las vías de expansión marítima, que permanecerán en explotación ilimitadamente. Sin embargo, existen megalitos mucho más antiguos que los orientales, algunos fechados antes del -4.000. La falta de correspondencia de estas fechas con la hipótesis difusionista clásica podría explicarse mediante la existencia de formas culturales de origen oriental que habrían propiciado fenómenos culturales complejos en las zonas de colonización occidentales. Comunidades de «exploradores» llegan a un lugar de occidente, someten a sus habitantes, les imponen su jerarquía y sus costumbres funerarias, de manera que gracias a la entidad de los contingentes locales pueden ampliar considerablemente. La corriente occidentalista supone que los constructores de megalitos serían grupos de pastores descendientes de las culturas mesolíticas, cuyo origen estaría en la zona portuguesa (en los concheros del Tajo, en el Alentjo), en Escocia o en la fachada atlántica de Francia-Alemania-Dinamarca (zona Bretona). En cualquier caso, en relación al megalitismo, lo que mejor conocemos son, precisamente, los megalitos, toda vez que los elementos asociados a ellos o


no se han localizado o han proporcionado datos poco relevantes 22 . En la península Ibérica, las zonas de habitación mejor conocidas están en los Millares, un lugar que amparó una cultura a caballo ente el fin del megalitismo y la aparición del vaso campaniforme, en torno al año 2.000. Sea como fuere, el megalitismo aparece asociado a una serie de cambios culturales, que podemos suponer distintos de unas zonas a otras, pero que parecen caracterizar la historia del mundo Mediterráneo y Europa durante la banda cronológica correspondiente (4.500 a 2.000 a.C.). Para Childe, los megalitos corresponden a sociedades con una articulación que, al menos contaba con una clase militarista de cierta entidad y grupos de artesanos especializados. La desigualdad aumentaría con la aparición de los metales. Frente a esa opinión, Gilman defendía la idea de que, en relación al megalitismo, los utensilios de metal no debieron alterar demasiado la situación cultural, puesto que no aparecen herramientas de metal, sino sólo elementos de ajuar. Si la hipótesis de Gilman fuera acertada, deberíamos deducir que la primera difusión del metal sólo sirvió para determinar circunstancias de rango social. Chapman y Gilman defendieron que el fenómeno megalítico estuvo asociado a una expansión agrícola relacionada con el desarrollo de los regadíos.

4.2. Cronología. Los datos de cronología absoluta que conocemos son los siguientes: En Bretaña existen tholoi en el interior de túmulos de forma trapezoidal, desde una época comprendida entre los años 3890 y 3.500. En Portugal conocemos sepulcros de cámara poligonal y corredor corto, desde el 4.500. En la Francia atlántica parecen ser algo más modernos: desde el 4.000. En el resto de Inglaterra y otras partes de Europa no se alcanzan cronologías tan antiguas. Los primeros megalitos del Egeo están fechados hacia el 2.800; los primeros tholoi son del 2.500

22

Con los megalitos ha sucedido lo mismo que con las pirámides: son demasiado grandes para que pudieran pasar desapercibidos a los ojos de quienes creen o han creído que podrían contener tesoros.


En Palestina existen enterramientos bajo el piso de viviendas que podríamos relacionar con este tipo de construcciones. Cerca de Tel Aviv aparecieron enterramientos colectivos con más de cien cadáveres, documentados en el IV milenio a.C. Asimismo, han aparecido enterramientos colectivos en cuevas naturales, que parecen guardar cierto paralelismo con tumbas occidentales del mismo tipo. En definitiva, nos hallamos ante un fenómeno que parece ir contra la lógica de la evolución histórica, desde la que suponemos que todos los avances culturales prehistóricos nacieron en Oriente. En este caso da la sensación de que nos hallamos ante un fenómeno anómalo que, seguramente, sólo lo es a consecuencia de las hipótesis que nosotros mismos proyectamos sobre un proceso histórico del que apenas conocemos nada. Por lo que se refiere a la península Ibérica es importante hacer notar que el máximo apogeo del megalitismo corresponde al tercer milenio y coincide con la Cultura de los Millares y con la aparición de la metalurgia.

4.3. Tipología megalítica (funeraria). Los elementos funerarios que integramos en el Megalitismo cubren una tipología bastante amplia, que induce a pensar a varios fenómenos culturales distintos entre sí. Los más repetidos son: Cistas: cajas a base de lajas de piedra. Dólmenes o cámaras con o sin corredor, cubiertas con lajas de piedra. Galerías cubiertas, cuando corredor y cámara no están individualizados. Tholos: cámara con falsa cúpula por aproximación de hiladas. Supone jerarquización social. Aparece en zonas agrícolas dominando grandes extensiones de terreno. Cuevas artificiales. Los enterramientos en cuevas artificiales, en principio parecen imitar los sepulcros de corredor y falsa cúpula. Aparecen en las bocas de grandes ríos; las más antiguas se fechan a mediados del 4º milenio a.C. (h. 3500)

4.4. Cultura material. La cultura material del megalitismo está aceptablemente documentada gracias a los restos aparecidos en las sepulturas. Esos restos nos hablan de la pervivencia de instrumentos líticos, de la existencia de cerámicas de diferentes tipos (cerámica, lisa o con dibujos geométricos y figurativos), vasos de alabastro y hueso, ídolos, que, al parecer, adquirieron gran importancia... Lógicamente lo más relevante son las construcciones que dan nombre a


este fenómeno cultural y, suponiendo que el mito de Obelix sólo sea lo que parece ser, nos hablan de una cierta organización social capaz de afrontar empresas que sobrepasaban ampliamente la capacidad de un hombre o de un grupo familiar supeditado a los vínculos en primer grado. En definitiva, nos hallamos ante grupos humanos de cierta capacidad organizativa, capaces de superar los sistemas económicos de subsistencia.

4.5. El megalítico español. Los megalitos españoles están muy relacionados con los portugueses, de modo que parecen ser derivación de éstos, como si hubieran sido efecto de un flujo cultural dirigido desde la fachada atlántica de la península, que acabó afectando a la práctica totalidad del territorio. Los más conocidos, ordenados por tipos, son los siguientes: 1. Cuevas artificiales. Suelen aparecer en las proximidades de las áreas caudalosa. En la zona del Guadalquivir: Vejer de la Frontera, Cabra (Córdoba), Cabra de Santo Cristo, y cuevas de Marroquíes Altos (Jaén). Estas últimas presentan cámaras principales, nichos adosados y pudrideros en que eran depositados los cadáveres cuyos huesos pasaban luego a la cámara osario cuando había nuevos enterramientos. En algunas de ellas se han conservado pinturas a la almagra en las paredes. Todas ellas se fechan en las proximidades del año 3.500 a.C. 2. Tumbas de corredor. Las encontramos en Andalucía: grupo de Antequera, tumbas de Menga; en la zona levantina y en la zona atlántica. 3. Enterramientos con parte excavada (cámara) y parte construida (pasillo): han aparecido en las proximidades del Tajo. 4. Tholos: en Almizaraque, Los Millares, Vila Nova de Sao Pedro. En relación a estas construcciones y, sobre todo, a las de construcción más compleja, hay que suponer otra arquitectura de menor durabilidad, que no se ha conservado más que en casos muy excepcionales, y que seguramente compuso el fundamente de muchas de nuestras actuales ciudades.


4.6. LA APARICIÓN DE LOS METALES Tampoco sabemos de qué manera el hombre consiguió llegar a obtener metales. Como en el caso de la agricultura, por la complejidad que presenta su obtención, resulta difícil admitir que el comienzo de la metalurgia fue un fenómeno «natural», consecuencia «lógica» de la evolución humana. Lo más lógico es que en algún lugar ignorado alguien se diera cuenta de las posibilidades que engendraba la combinación del «fuego» y la «tierra» y que de ahí comenzaran a surgir los primeros objetos metálicos que, lógicamente, serían de aquellos que existen en la naturaleza con cualidades similares a las de su uso. A la vista de los testimonios de los megalitos, algunos autores sostienen que el primer destino adjudicado a los metales fue el del ornato personal... Otros creen que el hombre descubrió los metales mientras buscaba piedras ornamentales, porque es frecuente que el mineral de cobre aparezca asociado a formaciones cristalinas. Y que el descubrimiento de la metalurgia acaeció de modo accidental. Sea como fuera, los testimonios más antiguos sobre la metalurgia del cobre aparecen en Oriente, poco después del 4000 a.C. Desde el año 3.500 el uso del cobre se extiende por todo el Oriente Próximo y la zona del Egeo, y luego a las regiones balcánicas. En Europa no aparecerá hasta el tercer milenio. Como es natural, las propiedades específicas de los metales, frente a las de piedra o a las de madera, debieron ser determinantes en la difusión de su uso, especialmente, en un momento condicionado por el desarrollo de la agricultura, a su vez, generador de nuevas necesidades que no podían resolver adecuadamente aquellas. Frente a la piedra, el cobre se puede adoptar a cualquier forma; se puede afilar, es recuperable... Sin embargo, la expansión de la metalurgia fue un proceso lento, porque el cobre no abunda en las tierras de cultivo del hombre neolítico y su elaboración requiere instalaciones de cierta complejidad, porque los hornos deben alcanzar temperaturas superiores a las de los cerámicos. La situación, pues, era idónea para que aparecieran los primeros fenómenos comerciales, al amparo de las nuevas posibilidades que el cobre ofrecía a los medios de comunicación y, en especial, a la navegación marítima y, desde luego, al amparo del desarrollo de las posibilidades militares, que pudieron permitir la aparición o el desarrollo de los fenómenos «imperialistas», de momento, en pequeña escala.


4.7. EL CALCOLÍTICO El Calcolítico o Edad del Cobre, es la primera fase de la expansión de la metalurgia y como tal, es un momento preliminar, de transición, en la que perviven las cualidades características de la época neolítica, con escasísimas variaciones, de manera que podemos decir que entre el neolítico y el calcolítico no existe fractura cultural alguna. Dicho de otro modo: en la mayoría de los yacimientos más antiguos conocidos, la aparición de la metalurgia del cobre parece ser una circunstancia anecdótica. Esta época de solapamiento es una «época» en la que conviven los instrumentos de piedra tallada (silex) y el cobre, casi siempre, en estado puro, de manera que su utilidad y su durabilidad eran muy limitadas, porque el cobre en estado puro se mineraliza rápidamente. Seguramente por ello, en los primeros yacimientos calcolíticos, son raros los restos metálicos.

4.7.1. Cronología. Comienzo del Calcolítico, en torno al 2900 a.c. Calcolítico Inicial: entre 2900 y 2500 a.c. Calcolítico Pleno: entre 2500 y 2300 aprox. Calcolítico tardío-final: 2300 y 2000 ó 1900 aprox.

4.7.2. El Calcolítico Inicial: (2900-2500) Como anunciábamos, se caracteriza por la inexistencia de elementos metalúrgicos y por la aparición excepcional de objetos de cobre. El hábitat es idéntico al de época neolítica, con poblados pequeños, de frágil estructura, cercanos al mar, con economía ganadera y agricultora y escasas diferencias sociales. Parecen ser sociedades sensiblemente igualitarias.

4.7.3. Calcolítico Pleno: (2500-2300 aprox.) Hacia el año 2500, se advierte una transformación tecnológica importante: en los poblados son habituales las instalaciones de fundición (escorias, crisoles, moldes, etc.). En la Ría de Huelva apareció una barcaza hundida que contenía espadas que podían estar destinadas a la refundición. Aunque los cambios socioculturales son mínimos, sin embargo, es en esta época en la que se manifiestan los más significativos. Los núcleos de población


tienden a situarse en áreas estratégicas, sobre cerros y escarpes, que refuerzan con estructuras defensivas, de manera que podemos imaginar la aparición de conflictos entre diferentes comunidades. También en esta época aparecen poblados mineros, concebidos como campamentos fortificados, seguramente, ocupados en ciclos rotatorios de operarios. Probablemente es ahora cuando se incrementa el grado de articulación social, porque esta época corresponde con la instalación de los elementos megalíticos más significativos. Los elementos de cultura material que conocemos, a partir de los ajuares de los restos funerarios reinciden en lo ya mencionado: Industria lítica: dientes de hoz, puñales, cuchillos... Cerámicas, lisas o con decoraciones geométricas, o figurativas. Vasos de alabastro. Industria ósea, abundante. Ídolos: gran relevancia en estos momentos, de variada forma, en hueso, marfil, piedra, pizarra. Temática: oculada, aparece también en cerámica. Por los restos de los yacimientos se advierte un cambio sustancial en la dieta proteínica, asociado al aumento del consumo de cerdo y lo que parecen indicios de un cierto proceso de desertización.

4.7.4. Yacimientos del Calcolítico Pleno. Los Millares (Almería).


Es un emplazamiento situado en entorno minero sobre un promontorio (existe una maqueta en el Museo Arqueológico Nacional). Está rodeado por dos ramblas y cuatro murallas, que permiten pensar en una situación de cierta beligerancia. Sus posibilidades agrícolas no son muy buenas, de modo que todo hace pensar en un emplazamiento especializado, probablemente relacionado con otros mejor dotados para la obtención de recursos alimenticios o, en todo caso, en un núcleo dependiente de intereses ajenos al lugar. Entre los restos más significativos de Los Millares hay que mencionar la existencia de un canal de agua para abastecimiento, viviendas circulares sobre zócalos de piedra y una necrópolis colocada fuera de la zona amurallada, en la que se han estudiado más de cien tumbas tipo tholos. Los betilos, ídolos en piedra de forma troncocónica y supuesto carácter simbólico, son muy característicos de la cultura de Los Millares. El Cerro de la Virgen (Orce) Cuenta también con un sistema de irrigación artificial, mediante una acequia que da vuelta a todo el poblado. Almizaraque (Almería) Es un yacimiento (excavado por Siret en 1933) con restos de distintas épocas, romana, visigoda... La cerámica campaniforme aparece en los niveles más antiguos (hacia el 2.500). En asociación a ella también aparecieron restos de tejidos, madera, útiles de piedra y cobre, hachas, planas, cinceles, vasijas de barro negro alisado, sin decoración, etc. Para Siret, el yacimiento de Almizaraque sería un poblado minero especializado en la obtención de plata. A partir del año 1984 se han realizado sucesivas campañas arqueológicas


en la zona del río Almanzora, que han seguido proporcionando elementos emparentados con el neolítico pleno y con la cultura material de Almizaraque y los millares: cerámica cardial, silos de amplio espectro cronológico (hasta la época tardorromana), estructuras del tipo tholos, etc. Los datos procedentes de esta zona han permitido replantear las hipótesis tradicionales en un contexto de hábitat más amplio, toda vez que esa zona de aluvión tiene un importante potencial agrícola. La distribución de los restos de cultura material, en cinco niveles diferenciados con claridad, marca el siguiente proceso: Nivel I (hacia 2.500): cerámica campaniforme, que también aparece en el nivel IV. Nivel II: restos de actividad metalúrgica, ídolos de barro, hueso, vasos con motivos solares, etc. Nivel IV: hogares con cerámica formada por anillos de barro, elementos relacionados con la fundición de metales, progresivamente más frecuentes, etc. Nivel V: está caracterizado por la abundancia de cazuelas, que reflejan un cambio en el tratamiento técnico de cerámica, y por la proliferación de restos de cerámica campaniforme. Vila Nova de San Pedro (Portugal, estuario del Tajo) Es un yacimiento de contenidos culturales próximos a los anteriores, en el que ha sido posible documentar bastante bien algunos aspectos de la producción agrícola: trigo, cebada, habas, olivo y lino. Los elementos relacionados con la metalurgia nos hablan de un cierto desarrollo, no demasiado intenso.

4.7.5. El Calcolítico Final. Para datar esta fase se suele utilizar la aparición del vaso campaniforme, aunque la cronología de este elemento cultural es confusa. Los yacimientos de esta datación corresponden a poblados continuadores de la metalurgia del cobre que parece abandonar las zonas poco fértiles en beneficio de otras con mayores posibilidades agrarias. Ello nos permite pensar en comunidades mejor organizadas o en la quiebra de los vínculos que les sujetaban a intereses ajenos a los locales.


4.8. Las culturas vinculadas al vaso campaniforme Por «vaso campaniforme» se entiende un tipo de vasos cerámicos cuya forma recuerda la forma de una campana. Este elemento aparece vinculado al megalitismo, determinando una retícula de influjos de las más claras que conocemos, que pone en relación directa Europa con Oriente medio. Sin embargo, no se puede hablar de «cultura del vaso campaniforme», toda vez que su aparición corresponde con momentos culturales perfectamente diferenciados desde el resto de los elementos que aparecen vinculados a ello. En relación al vaso campaniforme se han planteado varias hipótesis acerca de su origen, que para unos estaría en Oriente (en los Balcanes o en Egipto), en el área centroeuropea (cuenca media del Rhin) o, incluso, en la península Ibérica, toda vez que en ella han aparecido vasos campaniformes asociados a niveles muy antiguos, entre el 2.200 y el 2.500, con fórmulas decorativas relacionables con otras del Neolítico Medio y Final. A partir de estos datos se habla de dos «rutas» de influjos, que se juntarían en el valle del Rhin: una, desde Portugal, seguiría por el valle del Tajo –donde daría lugar al grupo de Cienpozuelos–, pasaría a los Pirineos, de donde surgirían los grupos de Bretaña y Holanda, para culminar en Inglaterra y Alemania. La segunda partiría de la cuenca sur del Guadalquivir hacia Levante, Sicilia, Italia, Balcanes y, por fin, Alemania. Sin embargo, de momento, no existen datos suficientes que permitan asegurar la existencia de ninguna de las dos «rutas». En general, se habla de dos variedades fundamentales, ambas relacionadas con la metalurgia del cobre (2200-1750 aprox.): 1. Variedad Antigua o Marítima. Decorada con bandas horizontales rellenas con puntos impresos (Extremadura portuguesa: Vila Nova de San Pedro) 2. Variedad Evolucionada o Continental. Relacionada con los vasos de Ciempozuelos y con los de Palmela (yacimiento paralelo al de Ciempozuelos)


Con la aparición de los vasos campaniformes continentales en la P. Ibérica se introducen tres novedades importantes, que lo ponen en relación con la transición de la metalurgia del cobre a la del bronce: a) Sustitución de las viejas tradiciones funerarias de enterramientos colectivos por ritos que comprenden tumbas individuales. b) Cierta generalización del cobre, que se traduce en un avance en el capítulo de las aleaciones, que dan pie a la metalurgia del bronce. c) Aparición de orfebrería. Las primeras joyas áureas marcan un paso decisivo en el proceso de la estratificación social.

4.9. Grupo de cerámica de Ciempozuelos Aparece en una necrópolis, en la que se asocia a otros tipos cerámicos con decoración similar: cazuela y cuenco. Los tres elementos constituyen el equipo funerario característico de las tumbas de la Meseta. Otros elementos que aparecen junto a ellos son: brazales de arquero y puntas de sílex o puñales de lengüeta; botones de hueso perforados en V (Villanueva del Puente), etc.

4.10. LA EDAD DEL BRONCE (Desde inicios del II milenio) Frente a los pasos evolutivos que hemos mencionado con anterioridad (Neolítico, Calcolítico) la parición de la metalurgia del bronce aparece como un proceso relativamente lógico, consecuencia directa de los ensayos forzados por una práctica que debió entrar en una dinámica de permanente superación. El cobre nativo presenta limitaciones de uso (blando, poco consistente) que fueron superadas paulatinamente ensayando diferentes aleaciones hasta que se consiguieron objetos que superaron netamente aquellas limitaciones, con el concurso del estaño. En ese momento había nacido la metalurgia del bronce. A partir de ese momento el estaño se convertirá en un producto «deseable», que pondrá en movimiento empresas exploradoras y, poco después, verdaderas colonias. Como de costumbre, es la zona oriental quien asume el protagonismo en este salto evolutivo que enseguida se difundirá por las áreas occidentales. En paralelo a esta innovación, los poblados creados en el neolítico se irán consolidando poco a poco. En Europa, por ejemplo, los ya viejos poblados crecerán en extensión y complejidad; adoptarán fórmulas defensivas al tiempo que irradiarán su influjo transformador hacia el contexto ecológico inmediato... La jerarquización social, asimismo, dentro de la dinámica abierta en las fases anteriores, crecerá en complejidad; se ampliarán los signos externos de


riqueza, asociados a los metales «raros» (oro, plata)... Dentro de las culturas del bronce, aparecerán los primeros movimientos migratorios que conocemos con cierta precisión y, entre ellos, por su relevancia fundamental, la expansión de los pueblos arios o indoeuropeos, que se extenderán por todo Occidente y configurarán la raíz lingüística de los idiomas actuales...

4.11. Las transformaciones tecnológicas del IV milenio. El cuarto milenio es, descontado el período que va desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, muy probablemente, la época de mayor dinamismo cultural de la larga historia del hombre. En ella, casi siempre en el contexto geográfico medio-oriental, aparecen la práctica totalidad de los elementos relacionados con la actividad agraria: vehículos e instrumentos de tracción animal, molinos en las más diferentes formas, fórmulas de irrigación artificial (acequias, canales), drenaje de campos, abono orgánico, multiplicidad de herramientas, que comprenden los precedentes inmediatos del arado romano (primero de tracción humana y luego, movidos por animales, desde el buey el asno hasta el caballo). A su vez, los cultivos adquieren una enorme variedad, que comprende la aparición de especies de gran arraigo posterior: lino, algodón, olivo, higuera, palmera. Por razones obvias, el desarrollo agrícola y metalúrgico abrió las puertas a un crecimiento cuantitativo y cualitativo de las prácticas comerciales, que se tradujo, de inmediato, en un importante desarrollo de los medios asociados a esa actividad. Aunque tenemos muy pocos datos en ese sentido, todo hace pensar en un gran desarrollo de las artes de navegación (a remo y a vela) y en los recursos anexos (entre ellos y muy especialmente, el conocimiento de las estrellas) y en la apertura de grandes rutas terrestres, que estarían en el origen de las redes de época romana. Aunque carecemos de datos fiables, todo hace pensar que las técnicas de navegación comenzaron en el paleolítico, cuando el hombre pudo moverse en el medio acuático con el auxilio de embarcaciones rudimentarias, construidas ahuecando troncos hasta conseguir la universal «canoa» o la obvia «balsa». Desde ellas, irían surgiendo variedades directamente relacionadas con las posibilidades de cada zona. Al parecer, en la zona atlántica (Bretaña, Galicia, Irlanda, etc.) se construyeron naves con costillaje de madera, forradas con pieles; en Egipto, embarcaciones de papiro y en Mesopotamia, de juncos y cañas. Se supone que la evolución de estos medios de transporte condujo de las «barcas» de pesca movidas con remos hasta las de vela con timón, al menos desde el cuarto


milenio, ya que estas últimas están documentadas en cerámicas egipcias de época predinástica (ha. 3.500 a.C.). Pero lo que es seguro es que con el desarrollo de las técnicas de navegación se abría un fenómeno que aún hoy puede parecer paradójico: la configuración de áreas culturales, de gran fluidez en los intercambios de todo tipo, supeditadas a las líneas de navegación costera, mucho más que a las rutas terrestres. La «paradoja» se explica si asumimos que las rutas terrestres eran mucho más vulnerables que las marítimas al ataque de cualquier grupo dedicado al pillaje. En paralelo al desarrollo de la navegación hay que recordar también el «tópico» «invento de la rueda», que debe entenderse como un proceso de evolución natural, asociado a las posibilidades del deslizamiento y la rodadura, ajeno a cualquier invento real. La «rueda» se puede considerar «inventada» en cuanto un hombre observa la facilidad con que puede mover cualquier objeto redondeado y esa observación forma parte de la experiencia «natural» más inmediata. De manera que el «invento de la rueda» puede considerarse resuelto en cuanto el hombre tuvo necesidad de transportar productos voluminosos y solventó el problema con un ingenio mínimo. Otra cuestión es el desarrollo de los carros y el uso de animales de tiro, que debió experimentar un proceso evolutivo más o menos lento materializado en esta época. En Oriente, está documentado el carro en Tell Hallaf –con ruedas de tres piezas–, antes de las primeras dinastías sumerias, de manera que existe total seguridad acerca del uso de este importante elemento desde, al menos, el año 3.500 a.C., que permanecerá en cualidades invariantes hasta la aparición de la rueda de radios en relación a las migraciones indoeuropeas. Aunque se ha dicho que la aparición del torno de alfarero fue una consecuencia de «la invención de la rueda», creemos que dicha innovación debe entenderse como un logro independiente de la evolución de los medios de transporte, más relacionado con una situación general de transformaciones supeditadas al flujo de ideas y relaciones interculturales, que generaban el caldo de cultivo idóneo para aprovechar esa innovación. En una sociedad cerrada en sí misma, no habría tenido sentido un utensilio como el torno de alfarero, que sólo hacía valer sus posibilidades en producciones voluminosas, destinadas al comercio.


El paso siguiente a la situación generada por estas transformaciones es la aparición de la escritura, como un recurso «necesario» para facilitar una organización social de complejidad creciente, que «necesita» el establecimiento de normas, la realización de «cuentas», etc.

4.12. BALEARES Las Islas Baleares no presentan una cultura homogénea. Entre el 2000 y 1750 a.C. aparecen ejemplos de cerámica campaniforme acompañada de las primeras producciones metalúrgicas en cobre. Las gentes que desarrollan esta cerámica parece que vivieron en cuevas naturales o cabañas aisladas, dedicadas al pastoreo (cabra importada). Se han documentado enterramientos colectivos tanto en cuevas naturales como en dólmenes, en Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera. Estos dólmenes son de pequeño tamaño, formados por un pequeño corredor y una cámara central de planta poligonal, en ocasiones sobre una plataforma circular rodeada por un muro de contención.

4.12.1. Cultura Pretalayótica Entre 1700 y 1400 a.C. se desarrolla la cultura pretalayótica. Sus gentes viven de la agricultura y la ganadería (cabras y ovejas). Habitan casas de planta alargada unifamiliares con uno o dos hogares y se hacen enterrar de modo colectivo en cuevas naturales y frecuentemente en hipogeos artificiales excavados en la caliza de la isla. Por la variada tipología de estos enterramientos, en los que son frecuentes ajuares de riqueza variable (incluso con objetos de cobre o bronce), se cree que existían importantes diferencias sociales.

4.12.2. Cultura Talayótica Hacia 1400 a.C. aparecen en Mallorca y sobre todo en Menorca los primeros poblados construidos en torno a los talaiots (torres de piedra en forma de tronco de cono o pirámide truncada, en grandes bloques de piedra dispuestos en hiladas). Se piensa que al principio estas construcciones se levantarían aisladas o rodeadas de otras más pequeñas y posteriormente irían aglutinando otras construcciones más simples y modestas, que darían origen a la constitución de poblados laberínticos en los que se implantan sociedades claramente jerarquizadas. En muchos de estos poblados se han encontrado restos de murallas, lo que indica la existencia de una sociedad fragmentada en grupos que


aspiran a controlar los territorios más ricos tanto para cultivo como para pastos.

4.12.3. Santuarios. En Menorca -en fase más avanzada- aparecen, junto al talaiot principal, un recinto que se piensa de uso religioso en cuyo centro se levanta un monumento denominado taula (dos grandes bloques de piedra bien tallada, uno vertical hincado en el suelo y otro horizontal apoyado sobre el primero). Este tipo de santuarios se han encontrado tanto dentro de los poblados como fuera de ellos, presentan construcciones de planta cuadrada, a veces con fondo en forma absidal y con acceso a través de una puerta adintelada. A partir de las excavaciones se deduce que en su interior se realizaban sacrificios de animales a las divinidades locales, (cabras, ovejas, vacas, y otros animales domésticos eran troceados y en ocasiones los huesos se introducían en vasijas de barro que se colocaban sobre el suelo o junto a las paredes. A veces se han encontrado estatuillas de toros y figurillas de divinidades de origen oriental (sirio-fenicio) cuyo culto llegaría en época púnica. El hallazgo más importante hasta ahora se localiza en Costitx (Menorca) donde se encontraron tres cabezas de toro de bronce, símbolo relacionado con el dios Baal-Melkart.

4.12.4. Enterramientos. En Menorca destacan las navetas, monumentos funerarios de aparejo ciclópeo, con planta de herradura alargada u oval. Consta de corredor de reducidas dimensiones que suele quedar abierta por arriba y una cámara cubierta con grandes piedras en hilada formando saledizo, a veces aparece una segunda cámara levantada sobre la primera. En estas construcciones han aparecido enterramientos de inhumación acompañados de cerámicas y objetos de bronce y hueso que posibilitan su datación entre el primer y el segundo milenio a.C. Más tarde, desde el s. VII a.C., hasta la época de romanización aparecen enterramientos en cuevas artificiales en acantilados, formando grandes necrópolis como la de Cales Coves en las que se documenta el rito de inhumación.


5. EL ARTE Y LA CULTURA EN EL EGIPTO ANTIGUO. 5.1. Introducción general. La cultura egipcia tiene una importancia excepcional por múltiples razones, de todas ellas queremos destacar las siguientes: 1. Es la primera gran cultura mediterránea. Aunque a quienes sostienen ciertas posturas ideológicas les moleste sobremanera, los antecesores de quienes hoy habitan en el actual Egipto fueron los responsables de poner en marcha un fenómeno cultural que, corriendo el tiempo, desembocó en los aglomerados asentados sobre el continente europeo. Y sin necesidad de llegar tan lejos, desde ese momento el Mundo Mediterráneo compone un universo cultural relativamente unitario, en el que, hasta cuatro mil años después, son mucho más relevantes los factores comunes que las diferencias. 2. Carácter mítico. Durante mucho tiempo y por razones relativamente comprensibles, se ha adjudicado a la cultura egipcia un carácter mítico, que estaba fundamentado en razones equivocadas y en hipótesis fantásticas.


Hasta los alrededores del año 1900, muchos sesudos eruditos creyeron que la cultura egipcia apareció, de súbito, perfectamente configurada, con unos niveles de perfeccionamiento, que nunca fueron superados y que marcaron el comienzo de una decadencia que culminó en la época de la fatal Cleopatra, con cuya muerte quedaba certificada la «defunción oficial» de los extraordinarios constructores de pirámides. Esta idea, a su vez, será el fundamento sobre el que se apoyarán la mayor parte de las hipótesis fantásticas aún vigentes en ciertos ambientes dominados por los excesos de fantasía. Desde ese supuesto proceso cultural inverso, se creyó que la cultura egipcia fue fruto de una acción «externa», en un momento lejano, que se ha personalizado según las modas «fantasiosas» de cada momento, en una acción divina, en una hipotética llegada de 23 extraterrestres o en los reflujos de otra cultura, a su vez, aún más desarrollada y ya extinguida.

23

La bibliografía sobre la tesis extraterrestre es muy abundante. Algunas de las exposiciones itinerantes que se organizan desde iniciativas privadas o comerciales están concebidas desde los mismos supuestos. En el momento de redactar estas líneas está muy fresco el recuerdo de una exposición celebrada en la estación de Atocha, de Madrid, organizada bajo el lema «La tumba de Tutankamon», en la que se defiende esta «opinión» con vehemencia. Para redondear la «historia» hay quien habla de la mítica Atlántida... Para redondear la situación ahí está la película Stargate.


Hoy sabemos que las cosas sucedieron de forma mucho más sencilla y que esa supuesta aparición repentina de la cultura egipcia es falsa. De todas formas, como antes anticipábamos, su carácter mítico no está del todo injustificado... La cultura egipcia es el resultado de un largo y relativamente lento proceso evolutivo que se concretó hacia el año 3.000 a.C. y, sobre todo, de un factor excepcional, que aparece asociado al resto de los grandes fenómenos culturales asimismo excepcionales: la existencia del Nilo, un río que por sus cualidades específicas, por marcar una serie de ciclos que facilitan la fertilidad de los suelos de aluvión, determina una zona geográfica muy localizada, de grandes posibilidades económicas, de manera que en un espacio relativamente limitado pueden vivir muchas personas. Y es sabido que cuando en los pueblos del sur se reúnen muchas personas es de prever cualquier «locura»... En síntesis, el valle del Nilo goza de las siguientes propiedades que serán fundamentales para «entender» la monumentalidad de la producción material egipcia: a) Es zona de aluvión, es decir, está compuesta por terrenos configurados por los sedimentos limosos del río. b) Los suelos son de gran riqueza orgánica (muy rica en humus), especialmente útiles para la agricultura. c) El río Nilo tiene una fase anual de crecida, que de modo natural inunda y multiplica la fertilidad de los terrenos de aluvión. Estas inundaciones, debidamente controladas mediante las infraestructuras oportunas componen un marco idóneo para la obtención de cosechas extraordinarias, año tras año, con una dependencia muy relativa de los ciclos climáticos, ese gran problema secular de las sociedades agrícolas, que otorga justificación de muchas de sus virtudes y de algunos de sus «defectos». Desde estas circunstancias matizadas desde las cualidades de las sociedades agrarias, es posible formular una explicación «razonable» sobre el


colosalismo egipcio. En época de penuria, no tiene nada de particular que el valle del Nilo se convirtiera en un foco de atracción demográfico, con una capacidad laboral inimaginable para quienes habitamos en sociedades que tienen garantizado el sustento básico. Además, las labores agrícolas sólo podían ocupar una parte muy reducida del tiempo total disponible y esos excedentes de «capacidad laboral» podían ser empleados en construir pirámides templos o cualquier otra cosa grandiosa. Junto a la influencia del río Nilo, lo que en tiempos de calentura verde, podríamos llamar el factor ecológico, hay que tener en cuenta otras dos circunstancias fundamentales, que funcionan en oposición y que tendrán una enorme importancia en el desarrollo de la cultura egipcia: 1. Su insularidad geográfica. Aunque hoy nos parezca increíble, Egipto es una estrecha franja de tierra rodeada de desiertos, que tiene una gran puerta hacia el Mediterráneo y una portezuela hacia el Sinaí. Esa es la razón que, en comparación a lo que sucede en Mesopotamia, justificaría su aislamiento respecto de las culturas depredadoras de los alrededores. Y en estas condiciones, las posibilidades de ser «atacados» desde el exterior tenían que ser, forzosamente, muy limitadas y, en su caso, fáciles de controlar. Aún tendrían que pasar muchos años para que las incursiones aéreas de un pueblo pequeño y peleón metieran el miedo en el cuerpo a los egipcios. 2. Su proximidad al otro foco cultural importante de la misma época: el área mesopotámica. A pesar de que esta última zona presenta unas formas culturales perfectamente diferenciadas de las egipcias, hoy parece clara la


existencia de un influjo mutuo —canalizado a través del comercio y de las relaciones militares—, que se puede rastrear en la expresión religiosa y en algunos otros aspectos culturales.

5.2. Los antecedentes de la cultura egipcia. La cultura egipcia nace dentro del proceso evolutivo del neolítico, con una fase de transición que dura, al menos, 1.000 años, sin contar con los posibles antecedentes neolíticos desconocidos no egipcios 24.

24

Es lógico suponer que el neolítico egipcio fuera fruto de la evolución y desarrollo de alguna cultura anterior desconocida o de alguna de las mediterráneas conocidas de Palestina, Mesopotamia, etc. En todo caso, teniendo en cuenta lo que hemos comentado al hablar de la Prehistoria y sobre todo, lo dilatados que fueron los procesos culturales neolíticos, por ahí podrían estar las claves de las sorprendentes peculiaridades egipcias. Bastaría con que hubiera existido una antigua cultura no megalómana, cuyos miembros se dedicaron a escudriñar el universo, para que desaparecieran de un plumazo todas las prevenciones que induce el elevado conocimiento astronómico de los egipcios.


Sin embargo, existe un problema muy importante, que también condiciona y modifica la idea que hoy tenemos de la cultura egipcia, construida a partir de los restos conocidos, que ya hemos tenido que mencionar en varias oportunidades y que marca los límites del conocimiento en las fases «prehistóricas», las posibilidades «restauradoras» de la ciencia histórica. La mayor parte de los restos que han pervivido, tanto de época neolítica como de las distintas fases dinásticas, proceden de las zonas altas, del sur, sencillamente, porque sus características climáticas y geográficas facilitan la conservación de los objetos orgánicos o de cualquier otra naturaleza. Sin embargo, es de suponer que las zonas más desarrolladas debían estar en los lugares de mayor potencial económico y, por lo tanto, en el norte, es decir, en las proximidades del Delta. Por tanto, podemos estar seguros de un dato negativo muy importante: que nunca conoceremos los restos, quizás de gran riqueza, procedentes de las culturas dinásticas, de las predinásticas y de las neolíticas. Es posible que en el delta del Nilo existieran importantes culturas neolíticas —hoy desaparecidas— que estarían en el origen de las culturas que veremos a continuación y de algunas otras cuya dinámica evolutiva resulta difícil comprender desde los datos que hoy conocemos; por ejemplo, el fenómeno megalítico. Los problemas cronológicos del Megalitismo se podrían resolver si contáramos con una cultura oriental, asentada cerca de Egipto, o en el mismo Egipto, y desarrollada con anterioridad al año 4.500.

5.2.1. El neolítico egipcio. Según los datos que tenemos al día de la fecha, probablemente se desarrolló entre el año 4.000 y el 3.000. Para algunos autores el neolítico egipcio comenzaría hacia el 4400, pero por las razones mencionadas, hasta cabe imaginar que, en realidad, comenzara mucho antes, quizá hacia el 5.000. Esos datos nos informan de una secuencia evolutiva asociada a la génesis de la cultura egipcia que pasaría, al menos, por los siguientes momentos culturales: La cultura tasiense (antes del año 4.000), documentada por primera vez en Badari. Conocen el cultivo de la cebada, pero no poseen ganadería, de manera que podemos deducir que tenían cubierta la dieta proteínica con el concurso de la caza y la pesca. Son seminómadas. Cultura de al-Fayum (hacia el 4400 a.C.). Cultivan cebada y escanda. Aparece la cría de ganado (cerdos, ovejas y cabras). Muelen el cereal (molinos de piedra). Tienen silos excavados y recubiertos de esteras de cañas. Cultura de Merimde (4180 a.C.). Similar a la anterior, pero con cestas calafateadas con barro (antecedente de la cerámica). Cultura de al-Omari (3600-3380 a.C.). Similar a la anterior, pero que parece de otro tronco cultural.


Cultura Badariense-Merimde (4400-3380). En el Alto Egipto. La aparición de malaquita en los ajuares personales hace pensar en cierta actividad comercial. En el mismo sentido informa la resina de cedro (contactos con Siria y Palestina) y las conchas de moluscos del mar Rojo. Cultura Amratiense (Naqada I) (3800-3600). En el Alto Egipto. Marca diferencias étnicas con la cultura anterior. Se asientan, por primera vez, en las zonas de aluvión del Nilo. Reflejan formas culturales plenamente desarrolladas. Tienen economía mixta (agrícola y ganadera), con caza y pesca. Reflejan un gran incremento de la población (grandes necrópolis), los emplazamientos son estables. Comienza la explotación de las canteras. Poseen artesanía textil (aparece el telar horizontal). El cobre en estado nativo es muy frecuente. Está documentado un cierto comercio con la zona del Egeo y con Asia Menor. Aparecen rituales funerarios muy complejos que permiten adivinar la existencia de una religiosidad ya muy alejada de la supuesta elementalidad paleolítica. Cultura Gerzense (Naqada II) (3500-3100). En el Bajo Egipto. Forma más evolucionada de la anterior, en la que la economía es eminentemente agrícola. Posibles sistemas de irrigación. Aparece el torno, aparecen las técnicas de fundición (generalización de utensilios de cobre). Elementos artísticos de cierta entidad en los ajuares, con influjos asiáticos (paletas de pizarra, cerámica decorada con influjo asiático). La cultura gerzense supone la aparición del Egipto faraónico. Sus rasgos más sobresalientes serían: a) Proceso urbano muy complejo. Es posible la existencia de jefes religiosos y militares, que serían los antecedentes directos de los faraones. b) Exceso de producción. Nivel de vida alto. Estratificación social. c) Mercados profesionales.


d) Poblados fortificados (posibles rivalidades por las áreas de riego y conflictividad entre el Norte y el Sur). Dos capitales: en el norte, Buto; en el sur, Hierakonpolis. Posibles fases de autarquía y unificación. e) Poblados asociados a clanes totémicos, que se transformarían en símbolos de ellos. f) En principio, no parece que los jefes asuman el papel del totem, contra lo que ocurrirá luego con los faraones. g) Ciudad más importante: Hierakonpolis. En definitiva, tenemos datos para asegurar que la aparición de la cultura egipcia fue el resultado de una evolución continua que, desde los datos conocidos, podemos seguir paso a paso. Naturalmente, con las reservas mencionadas a propósito de las carencias impuestas por las condiciones del delta.


5.3. La cultura egipcia.

5.3.1. Las fases predinásticas. La época Tinita (3.000 A 2.778). Bajo esta denominación se integran los años que median entre la documentación de los primeros rasgos culturales egipcios hasta la aparición de las primeras referencias escritas contrastadas. Desde el punto de vista institucional estas fases incluyen las dos primeras dinastías, que se agrupan bajo la denominación de época tinita.Sobre la cultura tinita poseemos referencias escritas que no es posible contrastar y que nos inducen la duda de si se tratará de un época mítica. El foco cultural más importante debió estar en la capital, This, lugar cuyo emplazamiento aún ignoramos. De esta época sólo se conoce la necrópolis de Abidos y algunos datos sueltos. Sin embargo, conocemos los nombres de los faraones y de las dinastías gracias a la lista real de Monetón y a la piedra de Palermo. En todo caso, en esta época comienzan a configurarse los rasgos culturales e institucionales del Imperio Egipcio, que variarán relativamente poco durante los 3.000 años siguientes. Lo más sobresaliente: Es una zona de gran potencial agrícola, que en principio no se desarrolla en torno a las zonas aluviales del Nilo, sino en sus afluentes de gran heterogenidad estacional (wadis), que se irán secando. Al parecer, poco antes del 3.000 se desarrolló un fase de desertización, que paradógicamente, estaría en el origen del esplendor de Egipto: al desecarse los wadis, los pobladores se vieron obligados a ocupar una zona que imponía la explotación agraria en gran escala. En consecuencia, la población se acumula en torno al cauce del río y, sobre todo, en torno al delta.


Al parecer, el país ya estaba dividido en provincias (Nomos). A la cabeza de cada una existe un gobernador, que está responsabilizado del censo (impuestos) y del mantenimiento de los sistemas de riego. Se tienen datos sobre la ceremonia de entronización conmemorando la unión de los dos paises, en torno a una monarquía divinizada (identificada con Horus), de carácter absoluto, que seguramente estaba asociada a un complejo aparato administrativo. Fiesta importante: la de Sed, que ya podía simbolizar el rejuvenecimiento del monarca y reafirmar la estructura del poder político. La fiesta dedicada a Horus se celebra cada dos años, y reviste una gran importancia social. Durante el reinado de Adjr se realiza el primer censo del que tengamos noticias, que permite organizar un sistema tributario coherente. Es, por lo tanto, la primera accion impositiva perfectamente documentada... Ya sabemos de qué madre podemos acordarnos al rellenar la «declaración de la renta». La época predinástica alberga las primeras empresas arquitectónicas de entidad: 1) Comienzan las grandes obras funerarias: Menfis. 2) Fundación del templo de Sais, consagrado al dios Neith (dios del Bajo Egipto), como una medida de conciliación con el país del delta. 3) Grandes tumbas subterráneas, que no se han podido estudiar porque fueron saquedas. Los objetos de esta época más conocidos y reproducidos en los libros de Historia del Arte


pertenecen al grupo «escultórico»25: 1) Cuchillo de Djebel al-Arak. Tiene la hoja de silex y el mango de marfil. Presenta escenas de guerreros, que aluden a la lucha entre dos pueblos, y representaciones de barcos diferentes. 2) Placas y paletas. Al parecer, servirían como elemento cosmético, para diluir el kohol (especie de rimel perfumado), que utilizaban para pintarse las cejas y los párpados. Su gran tamaño permite imaginar un hipotético uso ritual. 3) Paleta de esquisto del rey Narmer: figura con las coronas del Alto y Bajo Egipto. Su nombre es Narmer (puede ser Menes o Medes, el primer faraón). Por un lado, la corona blanca del Alto Egipto; por la otra, la corona Roja, del Bajo. Es un testimonio de primera magnitud acerca de la intención unificadora de ese personaje casi legendario. 4) Maza guerrera: Contiene una figura tocada con la corona del Alto Egipto. Representación de un palacio coronado por Horus (el halcón), que es el totem de Hierakonpolis. Las figuras están representadas con tamaños que dependen de la importancia de cada personaje (perspectiva jerárquica). Su concepción es muy similar a las representaciones plenamente faraónicas.

25

Es obvio que considerar «esculturas» a estos objetos no es muy apropiado.


5.3.2. Los problemas fundamentales del Imperio Egipcio. Sensibles desde esta época, pueden ser articulados en tres grandes grupos. 5.3.2.1. Problemas externos. Son los propios de todos los estados de gran potencial expansivo, de manera que permanentemente se hace patente el viejo dicho: «no enseñes pan al hambriento ni riquezas al pobre». La situación fue muy similar a la que sufrirá años después la cultura romana y a la que implicaría situar un núcleo de viviendas provisionales, de esas que se adjudican a los colectivos marginales, en las proximidades de una urbanización de lujo. Las culturas de los alrededores, más o menos poderosas, pero siempre menos ricas que la egipcia, sentirán tentaciones permanentes de vivir a expensas de las acumulaciones de riquezas concentradas en cada nomo. Este problema se intentó resolver de varias formas: 1. Estableciendo acuerdos comerciales, que sirvieron para integrar de algún modo a las culturas periféricas. 2. Integrándo a esos colectivos como esclavos, mediante acciones de guerra pasivas o activas. 5.3.2.2. Problemas internos. Asimismo los problemas internos que debió padecer el Estado egipcio nos resultan muy familiares: 1. El primero, mantener el equilibrio entre el norte y el sur o lo que es lo mismo, los problemas propios de los paises relativamente extensos o «alargados» –los chilenos, los vietnamitas e, incluso, los italianos podrían contarnos muchas cosas en este sentido–, en los que resulta especialmente costoso poner en comunicación unas áreas con otras. 2. Evitar las tendencias centrífugas (feudalizantes) propias de los estados complejos, en los que la aristocracia y, en general, los grupos de poder local, tienden al fenómeno taifa. 5.3.2.3. Problemas conjugados. La unión de ambos grupos de problemas, añadidos a los religiosos —que casi siempre encubren fenómenos de tipo económico— da lugar a una dinámica histórica y cultural muy activa, en la que resulta muy difícil mantener la estabilidad. De ahí que la historia de Egipto sea muy compleja y propicie circunstancias que en cualquier otro contexto serían anómalas. Entre estas anomalías merece una mención muy especial el proceso de


decadencia al que aludíamos al inicio de este capítulo. Para explicar algo que, a pesar de todo, sigue siendo difícil de entender 26 , se han mencionado varios factores: 1. La carencia de actitud militar expansionista. La cultura egipcia no manifiesta interés por controlar a los paises de su entorno geográfico. 2. La falta de una actitud comercial agresiva. Tampoco en el aspecto comercial la cultura egipcia buscó recuros exteriores que podrían haber movilizado un desarrollo expansivo más amplio. 3. Da la sensación de que los egipcios compusieron una cultura «autosatisfecha», centrada exclusivamente en las posibilidades de su contexto inmediato. Dentro de esta situación, sorprende que, dependiendo del Nilo, y de la situación privilegiada del Delta, no movilizaran fenómenos colonizadores en la cuenca mediterránea. Es posible que la explicación esté en las escasas posibilidades que Egipto tenía (tiene) para producir madera. Para poner en marcha un proceso de expansión marítima, previamente, deberían haber ocupado zonas de mayor potencial maderero y para ello, tendrían que haber superado las zonas desérticas... Pero de todas formas resulta sorprendente que no se les ocurriera algo parecido durante 3.000 años; igualmente resulta sorprendente que una cultura tan vinculada al agua, fuera incapaz de ampliar su dominio hacia los lugares próximos del litoral mediterráneo.

5.3.3. El Imperio Antiguo 2778-2.200. 5.3.3.1. Generalidades Institucionales. El término Imperio Antiguo, que se aplica a las dinastías comprendidas entre la III y la VI, alude a un «estado» asentado en la zona del delta, en Menfis (también se habla de «estado menfita»), cuyos fenómenos más conocidos son los que citamos a continuación: III Dinastía. En ella destaca el reinado de Djeser, bajo el que desarrolla su carrera un personaje singular: Imhotep. Imhotep fue científico, arquitecto y primer ministro y se le adjudica la función preponderante en la construcción de la imponente mastaba real de Saqqarah. 26

La decadencia egipcia pone en entredicho la supuesta capacidad de los grupos humanos para adaptarse a las circunstancias y la posibilidad de encontrar soluciones a los problemas de cada momento. Francamente, es difícil imaginar un colectivo humano que no tuviera como objetivo primordial obtener formas de vida mejores.


IV Dinastía. Es la época de construcción de las pirámides de Gizeh: Keops, Kefren y Mikerinos. V Dinastía. Contempla el triunfo de la teología de los sacerdotes de Heliópolis. Al final, se advierte una época de crisis del poder real, que deja de ser dios, para convertirse en «hijo de Ra». VI Dinastía. En ella destaca el reinado de un faraón de nombre simpático, Pepi II, que tuvo el mal gusto de permanecer al frente del estado durante 90 años. Ignoramos si ha existido en algún otro país del mundo un soberano tan incombustible; igualmente ignoramos si ha existido algún pueblo capaz de aguantar por tanto tiempo al mismo soberano. 5.3.3.2. Instituciones, articulación social y economía. Lo mas importante: la cultura egipcia tiene raíz profundamente religiosa y mítica. Su visión del Universo, al menos en apariencia, depende de una comprensión del universo profundamente mitificada. El hombre se pegunta «cómo funciona» lo que le rodea y como es incapaz de explicarlo mediante explicaciones «naturales», porque carece de medios e instrumentos para ello, la explicación tiene que ser «sobrenatural» 27 . Desde esa visión religiosa, se configura toda la estructura social.

27

El lector debe tener en cuenta que la «ingenuidad» de las observaciones de este párrafo son producto de los datos proporcionados por las fuentes históricas, casi siempre de carácter institucional. Es de suponer que las personas ajenas a las instituciones mantuvieran actitudes y puntos de vista ajenos al modelo teocrático, que, por desgracia, es imposible imaginar.


5.3.3.2.1. El Faraón.

Ocupa el vértice del Estado y es el más alto representante del poder religioso, civil y militar. Se le atribuyen cualidades divinas, que irá perdiendo con el paso de los años. Como para los dioses, el bienestar de los súbditos es un dogma para los faraones. Está rodeado de un ritual muy complejo, tan importante en la vida como en la muerte. Todos las actividades del faraón están ritualizadas. Por supuesto, la actividad sexual y la reproductora también están ritualizadas: en muchos casos los faraones deben casarse con sus hermanas para preservar la pureza de la sangre sagrada. Para cohabitar con ellas debían adquirir el aspecto de Ra (dios supremo) resplandeciente en su majestad. Es el dueño nominal de todo el territorio, que lo cede mediante arrendamientos. 5.3.3.2.2. Visires, ministros y gobernadores.

Componen el estamento más elevado de la administración. El visir equivale al primer ministro (delegado político del faraón, por lo general, será quien realmente acumule el máximo poder). real). Por debajo de los visires, están los ministros, responsabilizados de las diferentes áreas de la acción política y cortesana. En relación a ellos existe una red muy amplia de funcionarios. Los gobernadores asumen el control de la periferia y su importancia será comparable a la del lugar que ocupen. En algunos casos el cargo de gobernador tiene rango de virrey. El poder se distribuye entre los altos funcionarios, que ascienden en la escala social hasta componer una especie de aristocracia con derechos hereditarios. 5.3.3.2.3. Escribas.

Son la espina dorsal del Estado egipcio. Hay que suponer que algunos de ellos adquirieron gran importancia social en la exclusiva dedicación a su oficio (Horemheb llegaría a ser faraón). La formación de los escribas, muy disciplinada, comenzaba a los 4 años y duraba hasta los 16. Era algo así como el bachiller actual, una especie de formación básica necesaria para poder acceder a cualquier actividad de rango superior, como la medicina o el sacerdocio, y desde luego, el ejercicio de la «función pública» en los distintos departamentos administrativos. Para contrarrestar la férrea disciplina que se les imponía, desde muy niños, a veces se les repetían los inconvenientes de otras profesiones como las de los trabajadores del metal que podían morir ahogados con el calor, etc. mientras el


escriba pasaría a la inmortalidad con sus escritos. 5.3.3.2.4. Sacerdotes.

Es una profesión muy especializada, que comprende la administración de las posesiones de los templos: tierras, talleres, archivos, etc. Se dice que los templos son pequeños estados dentro del Estado. 5.3.3.2.5. Médicos.

La medicina es considerada una práctica sagrada. Desde muy pronto tenemos noticias de un gran desarrollo de esta profesión, seguramente producido por la experiencia que proporcionan los ritos de inhumación. Los médicos egipcios tuvieron gran importancia en todo el mundo mediterráneo hasta la época romana. Es posible que Esculapio sea un refrito mítico de Imhotep. Desde la primera Dinastía existe un tratado de cirugía especializado en fracturas, que no será superado en todo el desarrollo egipcio. 5.3.3.2.6. Otros grupos sociales.

Los artesanos y los trabajadores habitan en las ciudades, aunque tienen un nivel de vida similar al de los campesinos. Esclavos: diversas categorías, según el amo y el origen. 5.3.3.2.7. Factores económicos.

El fundamento de la economía está, mayoritariamente, en la agricultura, para cuyo control se contaba con un censo muy riguroso. Los impuestos del comercio son poco relevantes. Como no existe el dinero, los pagos han de realizarse en especie, de manera que para poder controlar la actividad recaudadora se necesita una organización muy compleja. Poseemos datos que informan de una expansión territorial limitada, con finalidad económica, de manera que se explotan minas en el Sinaí y en el desierto Arábigo. Asimismo, está documentada la penetración hacia Palestina, hacia el puerto de Biblos y el tráfico de madera del Líbano. También está clara la relación con los pueblos del Mediterráneo, pero siempre con un alcance muy limitado. Existen datos que permiten suponer un importante comercio local y relaciones de ese tipo con Somalia, de la que obtenían especies, resinas e incienso para las ceremonias sagradas. Se medía la duración de la jornada por la duración del aceite en las


lámparas. 5.3.3.2.8. Desarrollo cultural

Durante las dos primeras dinastías se generaliza la metalurgia del cobre. La cerámica, realizada a torno, se hace más utilitaria y menos ostentosa que en la época Tinita. Se generaliza el uso de la escritura sobre papiro, seguramente por razones de organización tributaria. El Imperio Antiguo conoce un enorme desarrollo de las ciencias y del cálculo, que se concretan en las técnicas de medición y en el conocimiento astronómico. Establecen un calendario solar de 365 días, que distribuyen en 12 meses de 30 días más cinco días más (festivos), que intercalan de modo variable. No conocen los años bisiestos y desde la observación de la posición de las estrellas y, en especial, de la estrella Sirio, se ven obligados a realizar correcciones que determinan un cómputo del tiempo similar al de nuestros días. En concordancia con su forzada dependencia del río Nilo, distinguen tres estaciones: inundación, primavera e invierno. Se ha escrito mucho sobre el carácter esotérico que otorgaban los egipcios a los números y a las proporciones, que servirían para otorgar «otra dimensión» a los monumentos funerarios. Aunque es posible que así fuera en realidad, carecemos de soportes documentales que lo demuestren. La matemática egipcia desconocía la multiplicación y la división, de manera que los problemas de estas operaciones los resolvían agrupando sumas de duplos, con un procedimiento muy parecido a «la cuenta de la vieja». También se ha dicho, por ejemplo, que las pirámides eran observatorios astronómicos o que sus dimensiones resumían conocimientos astronómicos fantásticos, como la distancia de la Tierra a la Luna. Lo único cierto es que, con independencia de que en alguna construcción se construyeran conductos enfilados a determinadas estrellas, que empleaban como referencias del calendario (caso de Sirio), las pirámides se construían mediante patrones normativos muy simples: su altura era el radio de la circunferencia circunscrita a los vértices de la base (equivale a la mitad de la diagonal de la base) y se orientaban según los puntos cardinales. De todas formas, es indiscutible que los cerca de 600 años que comprenden el Imperio Antiguo y la época Tinita componen el periodo cultural más fértil de


toda la antigüedad. Las fases posteriores apenas aportarán elementos de importancia. Es como si, a partir de los medios tecnológicos disponibles, el hombre de aquella época hubiera «tocado techo». Hoy se cree que la mayor parte de los conocimientos griegos y romanos, incluidas algunas de sus importantes aportaciones filosóficas, fueron refritos de un conocimiento egipcio que, limitado por la naturaleza de su escritura y por el carácter verbal de la transmisión de conocimientos, no pudo ser «patentado».

5.3.4. Los periodos medio y nuevo. 5.3.4.1. Primer Periodo Intermedio (2200 a 2050 a.c.) Comprende las dinastías VII, VIII (al parecer, la dinastía VIII es una dinastía ficticia), IX y X (estas dos últimas son paralelas; el imperio está dividido). Es una época de grandes problemas internos, en la que se manifiestan las corrientes centrífugas propias de los sistemas «feudalizados», en especial a partir de la VI Dinastía. También se tienen noticias de revueltas sociales en Menfis. Y como al perro flaco le inundan las pulgas, el viejo equilibrio con la periferia se rompe, sobre todo, por la parte de los beduinos y en Nubia. Es de suponer que en estos años el poder real entra en fase de decadencia. 5.3.4.2. El Imperio Medio (2050-1800 a.c.) Frente a los problemas del período anterior, durante la XII dinastía supone un período de florecimiento con gran actividad constructiva, que corre en paralelo a una relativa «democratización» de la vida de ultratumba, que debemos entender como una consecuencia lógica de la pérdida de poder del faraón, y que se traduce en la construcción de sepulturas de tamaño reducido, encargadas por altos cargos de la administración y personas acomodadas. Los dioses siempre han sido de sangre azul... Pero la tranquilidad no duró mucho, porque la dinastía XIII, de la que conservamos escasos restos artísticos, resulta ser una época confusa, intranquila, llena de conflictos, con alteraciones políticas constantes, en la que aparecen faraones con nombres asiáticos, que hacen pensar en alguna invasión de la que no tenemos otros datos y que no dejó poso cultural duradero. 5.3.4.3. Segundo Periodo Intermedio (1800 a 1550 a.c.) Comienza con los últimos reyes de la XIII dinastía y son otros 200 años


confusos, asimismo, con escasos restos culturales. 5.3.4.4. Imperio Nuevo (465-1165 a.c.) Determina un amplio período de esplendor no exento de conflictos, en el que Tebas es la capital desde la que se plantea una política expansiva hacia el sur, seguramente orientada a marcar líneas de contención que evitaran los fenómenos inmigratorios de las fases anteriores. Los farones de esta época que mejor conocemos son los siguientes: a) AMENOFIS IV (AKENATON = adorador de Aton). Durante su reinado aconteció una curiosa revolución religiosa, que se manifestó contra los sacerdotes de Amón, que seguramente habían concentrado un poder insoportable para otros sectores. Amenofis trasladó la capital a Tell-el-Amarna e impuso un religión de carácter monoteista e influencia asiática. Sin embargo, la reforma duró poco, porque la muerte de Amenofis supuso la vuelta a la situación anterior. b) TUTANKAMON. La corte regresa a Tebas. Parece que fue una fase de intrigas palatinas relacionadas con la figura de Nefertiti y con los hititas c) RAMSES III. Es el último gran faraón del que tenemos noticias. Impulsó una reforma administrativa, así como una reorganización social basada en clases jerarquizadas.También reorganizó el ejército, seguramente para hacer frente a las presiones generadas por los «pueblos del mar» (de ellos nos ocuparemos en otro capítulo) 5.3.4.5. Rasgos generales de los Imperios Medio y Nuevo. El concepto de rey-dios supremo, encarnado por el faraón, que se va debilitando desde el primer período intermedio, acaba transformándose en un simple «caudillo invencible». Sólo en períodos de esplendor la autoridad recupera la divinización. En el Imperio Nuevo, la monarquía parece tener una actitud eminentemente guerrera orientada al control de las fronteras, porque cuando las fronteras se debilitan, el imperio se tambalea. En estos años se pone de manifiesto la gran importancia que tiene el control de Etiopía (el virrey de Etiopía es más importante que el visir), porque esa zona es clave para controlar el comercio con el mar Rojo.

5.3.5. Rasgos comunes de toda la cultura egipcia. 5.3.5.1. La escritura.


Existen varias formas de escritura. La más importante, la escritura jeroglífica, está compuesta de ideogramas, se lee de arriba abajo, de izquierda a derecha o al contrario, y la encontramos en tumbas, obeliscos, fachadas de templos, estancias religiosas, etc. Desde ella surgirá una escritura basada en consonantes, en cierto modo, antecedente del árabe actual. Más adelante aparece la escritura hierática, que es algo así como una versión abreviada de la jeroglífica, que se utiliza en los textos religiosos, en los contratos comerciales, en las cartas, etc. Por último, aparece la demótica, un tipo de letra más rápido que se emplea en los documentos legales. Con la penetración romana desaparecen estos tipos de escritura, que son sustituidos por los que, en cada momento, están asociados a las potencias dominadoras. A finales del siglo XVIII (1799), durante las campañas de Napoleón a Egipto se encuentra la llamada piedra roseta (bloque de basalto con un texto en tres escrituras, una en caracteres griegos, en el centro en demóticos y otra parte en jeroglíficos, que sirve para descifrar lo que hasta entonces había sido un enigma insondable. 5.3.5.2. La religion egipcia. Según Herodoto, «los egipcios eran los más religiosos de todos los hombres». Sus creencias estaban fundamentadas en el carácter cíclico de los fenómenos naturales y, muy especialmente, en el milagro renovador de la fertilidad del Nilo, de manera que la vida de ultratumba era concebida como una proyección de ese fenómeno: si los frutos de la naturaleza se agotan y vuelven a resurgir, con el hombre debía suceder algo parecido. Sin embargo, frente a lo que hoy parece, la religiosidad egipcia no respondía a un patron innamovible... En principio y como sucederá más tarde en las culturas griega y romana, existían dos actitudes religiosas diferentes: la popular-local y la genérca, asociada a los ritos de enterramiento. 5.3.5.2.1 La religiosidad local

Era variable de una población a otra, con panteones completos en cada lugar. El más popular y de mayor difusión, porque condicionaba el rito funerario, es el mito de Osiris. Existen varias versiones del mito de Osiris. Una de las difundidas es la siguiente: Bajo la hegemonía del dios-sol Ra o Amón-Ra, Horus, el padre de Osiris, es asesinado por su tío Seth. Osiris, que es una especie de Prometeo benéfico, que enseña la agricultura a los hombres, trata de vengar la muerte de su padre, pero es asesinado por Seth, que le descuartiza en catorce pedazos y distribuye sus restos


por los cuatro puntos cardinales. Isis, la mujer de Osiris, emprende la búsqueda de los restos, que va recuperando uno a uno, colocándolos en los llamados vasos canopos, hasta que los recupera todos; con ellos, reorganiza la momia y queda embarazada milagrosamente. Su hijo, que será la reencarnación de Horus, se vengará matando a Seth y condenándolo al mundo de las tinieblas. Naturalmente, todos los protagonistas de la historia resucitan... Los rasgos invariables del mito, en casi todas las versiones, son los siguientes: Alusión al carácter divino de los primeros faraones. Horus y Osiris son los padres de todos los faraones. Existencia de la pareja Isis-Osiris, que engendran milagrosamente, sin «contaminación» sexual (en algunos mitos, Isis recupera todos los fragmentos de Osiris menos el miembro viril). La idea de resurrección divinizada de Osiris, asociada a la idea de recomposición. La duplicidad bien-mal (luz-tinieblas). Las asociaciones movilizadas por Osiris (faraón muerto, dios benéfico) y Horus (faraón vivo, dios poderoso) 5.3.5.2.2. La religión funeraria. El concepto trascendente del hombre.

Los ritos funerarios permanecen sensiblemente invariables a lo largo de los siglos. La única variación está en su alcance social, al principio, limitado a los faraones, y progresivamente extendidos al resto de la población, que los ejercitan en función de sus posibilidades económicas. Los ritos están condicionados por la concepción trascendente del hombre, que es una de las más complejas que se conocen en la historia de la Humanidad.


Esa concepción otorga al hombre una multiplicidad esencial que se articula del siguiente modo: El khet o cuerpo material. Es el componente más prosaico del ser, al aparecer, caracterizado en términos de «corporeidad». El Akh o ser espiritual abstracto primario. Parece ser una entidad más etérea que el alma cristiana. Puede interpretarse como el sentido de la racionalidad. El Ka o «forma»?. «Espíritu» que supone participación en la esencialidad universal. Los datos que conocemos permiten interpretar el Ka en términos de pura formalidad. Es un fragmento de la totalidad universal, que se descompone con el cuerpo y vuelve a integrarse en el universo. Se puede transmitir a una imagen dibujada. El Ba o alma individual. Es el alma personal de la tradición judeocristiana, espíritu libre, que comprende la conciencia y la personalidad. Desde esa concepción, la muerte es, como le sucedió a Osiris, un proceso de división, de frangmentación, que, sin embargo, puede ser invertido mediante procedimientos mágicos, que tienen por objeto último recomponer la unidad del ser. Desde esta articulación el rito funerario pretende tres objetivos: 1. La recomposición. Recomponer artificialmente la naturaleza del hombre, una vez ésta ha sido alterada por el hecho de la muerte. Para ello es necesario conservar las cuatro «circunstancias» del individuo. El Akh (racionalidad) y el Ba (alma), por su carácter abstracto y espiritual, se resuelven «fácilmente» mediante fórmulas mágicas, que pasan por el rito de la «apertura de la boca» (restablecer al muerto las facultades de un vivo, permitiendo a la momia comer, beber y desplazarse), con el uso de agua, incienso y otros elementos y amuletos) de esta ceremonia se conservan algunos de los instrumentos como recipientes para líquidos sagrados, vasos para libaciones, paletas para tocar la boca de la momia. El Ka se resuelve mediante pinturas o esculturas. La «circunstancia» que entraña mayores problemas es el Khet, el cuerpo material. De ahí la necesidad de momificación, que pasa por la extracción de las vísceras, que guardan en los vasos canopos. Para compensar los efectos de la degradación orgánica, se adjudican cualidades sustitutorias a los elementos que asuman la mayor parte posible de los atributos de ese cuerpo. Esa función les corresponde a las esculturas, que también implicarían mantenimiento del Ka. 2. La presentación. Prepararle para su presentación ante los dioses. Se


resuelve con el Libro de los Muertos (inicialmente con los llamados «textos de las pirámides», que son un antecedente del «libro de los muertos», que sólo aparecerá en el Imperio Nuevo), que escrito en un papiro enrollado se colocaba bajo la cabeza del difunto y que es una especie de formulario de buenas obras, y con una reseña de sus hechos más relevantes. 3. La garantía de eternidad. Tiene por objeto facilitar al personaje su existencia en el más allá, con medidas que van desde lo más prosaico a lo más complejo. De ahí el carácter de los ajuares que aparecen en las tumbas, que no es tan ingenuo como pudiera parecer a primera vista. Para mantener al ser, que está articulado en función de las cuatro «circunstancias», hay que rodearle de objetos que, asimismo, están configurados mediante la articulación de las mismas cuatro «circunstancias». Así, es necesario dejar alimentos, para que el Khet y el Ka del individuo se alimente de los respectivos Khet y Ka de los alimentos. Del mismo modo, el muerto necesita instrumentos, criados, etc. En las fases más antiguas se entierra a los faraones junto con sus criados, que de esa manera, también adquieren la inmortalidad; más tarde, se usarán las posibilidades sustitutorias de las pinturas y las esculturas para cubrir las necesidades del Khet y del Ka. En el más allá, era posible que Osiris requiriera a alguien para realizar trabajos manuales en los campos. Si el difunto era, por ejemplo, un escriba o un sacerdote o sacerdotisa, no podía permitirse realizar estas tareas, entonces se hacía enterrar con figuras de shabtis, las cuales se suponía que cobraban vida ante la orden de Osiris y ejecutaban el trabajo solicitado. Para algunos autores el desarrollo del culto a los muertos es uno de los factores de la decadencia de Egipto. En el Imperio Antiguo, era preciso mantener el culto con ofrendas permanentes (comida, ajuares, cuidado y mantenimiento), que suponían un dispendio considerable. El rito funerario. En general, el rito funerario comprendía las siguientes fases: 1. La momificación, que comprendía la extracción de las vísceras, que se colocaban en los cuatro vasos canopos, y el tratamiento del cuerpo con productos que variaban de una época a otra, su embalsamamiento y su protección con telas de lino previamente tratadas. En esta fase, que se realizaba con múltiples conjuros y encantamientos, tenía una importancia primordial la ceremonia de «apertura de la boca», que era imprescindible para garantizar la vida futura.


2. La colocación en el ataud, de cualidades que dependían de las posibilidades económicas del difunto. Los más ricos estaban pintados, recubiertos de una lámina de oro y reproducían sus rasgos. Los más pobres utilizaban cajas sencillas sobre las que se pintaba el rostro. 3. El traslado procesional y su colocación en el sepulcro, entre los elementos domésticos que facilitarían la vida de ultratumba. La complejidad del sepulcro dependía de las posibilidades del finado. Podía haber múltiples dependencias de funcionalidad muy diversa: cámara mortuoria, antecámara, sala de la barca, falsa cámara (para despistar a los saqueadores), etc. 4. Si el fallecido era el faraón, el rito funerario comprendía la consagración de un templo, dentro del complejo funerario (por lo general, en las proximidades de la pirámide pero fuera de ella), que, a partir de ese momento, se convertía en un templo más, correspondiente al nuevo dios. En algunas ocasiones, este templo era, en realidad, un complejo religioso con santuarios de diferente funcionalidad (templo para el pueblo, templo para los sacerdotes, etc.).

Relación con los mitos occidentales. La concepción cosmogónica articulada en cuatro estadios se parece mucho —demasiado— a la concepción platónica del Universo (materia, raciocinio, universo matemático y espiritualidad). Como en ella, se cree que el Universo está articulado en cuatro estadios independientes, pero que determinan situaciones de dependencia directa respecto del estadio inmediatamente superior. 1. Al khet (substancia material) egipcio le correspondería «lo material» de la tradición platónica. Es el elemento más bajo del escalafón, que depende y participa del estadio siguiente: en el sistema platónico, lo material está ordenado de «modo racional»; los animales funcionan según una cierta racionalidad primitiva. 2. Al Akh (o espíritu abstracto primario) le correspondería el alma racional. De igual modo, en el modelo platónico, el principio abstracto humano depende del estadio siguiente. 3. Al Ka (substancia formal) le correspondería «lo geométrico o el orden matemático». Este nivel induciría al anterior y estaría inducido por el estadio más elevado, por el ámbito de la espiritualidad. De ahí el carácter mágico de los números y las proporciones que les atribuyen los platónicos, los neoplatónicos y


buena parte de los postulados estéticos aún vigentes. 4. Al Ba le correspondería el estadio espiritual. En Platón, es el estadio más próximo a la divinidad y, por ello, participa del Gran Demiurgo. También el mito de Osiris es casi un antecedente literal de la figura de Cristo, en el que conviven las ideas básicas del Cristianismo: redención, resurrección, impureza del acto sexual (concepción sin pecado), etc. 5.3.5.2.3. Los dioses egipcios

Los sistemas religiosos locales más importantes fueron los de Heliópolis, Hermópolis y Menfis. Todos ellos explicaban la creación a partir de parejas divinas, que simbolizaban las fuerzas de la naturaleza. Como sucede en la mayoría de las formas culturales conocidas, existe una religión erudita y otra popular; esta última se relaciona con los animales sagrados, seguramente de origen totémico. El resultado final es un panteón muy complejo en el que es muy difícil establecer el carácter de cada deidad, que unas veces, nos remite a los primeros faraones míticos y otras, a fórmulas que nacen de la fusión de varias tradiciones, de las que se pierde la memoria. Los dioses más importantes son (por orden alfabético): Atón-Ra. Dios sol, de Heliópolis. Es el espíritu y la conciencia del mundo Amon. Dios sol. Dios principal de Tebas, que prevalece en el Imperio Medio. Se le suele representar con cabeza de carnero con el disco solar. Anubis. El dios-perro, adorado en Asyut. Está encargado de conducir al difunto ante la balanza en la que serán pesadas sus acciones durante la vida, y luego ante Osiris. Apopi. Espíritu del Mal. Buey Apis Djed. Se representa con una especie de plinto sobre el cual hay cuatro barras horizontales. A veces, de ese plinto salen dos brazos que sostienen el


cetro y el látigo (los símbolos del poder real-divino). Duamutef. Cabeza de chacal. Es hijo de Horus y cuida del estómago. Escarabajo. Animal relacionado con la tierra, con la diosa madre y con Ra (ver Kheprá). Se solía esculpir en la cara superior de los sellos oficiales. Geb. Tierra o principio masculino, que nace de la unión entre Tefnut y Shu. Se la representa como vaca o con forma de mujer con un tocado de cuernos en forma de lira. Hathor. Diosa-vaca, diosa de Denderah. Inicia a los muertos en la vida de ultratumba. Hamset. Se le representa con cabeza humana. Es uno de los cuatro hijos de Horus. En el rito funerario se le adjudica la función de cuidar el hígado. Hapi. Cabeza de mono. Es hjio de Horus y en los vasos canopos cuida de los pulmones. Horus. El dios-halcón, es adorado en varias ciudades. Es el hijo milagroso de Isis y Osiris y el vengador de éste. Es el padre primigenio de todos los faraones. Isis. Diosa originaria del delta que se identifica con la Luna Blanca (Luna llena). Recibe su luz de su esposo, el sol oculto (Osiris). Como Osiris, es hija de Geb y Nut o del primer faraón mítico. Kheprá. Forma de escarabajo. Deidad del Bajo Egipto. Empujando la bola es símbolo de Ra moviendo el disco solar Maat. Diosa de la verdad y la justicia. Se distingue por dos plumas sobre la frente. Min. Dios-sol de Coptos, equivale a Amón, a Ra, a todos los dioses-sol. Neftis. Luna Negra (Luna nueva), es hermana de Isis y de Osiris. Neith. Diosa de Sais. Nekhabit. Diosa-buitre de al-Qab, personificación de la idea de madre (la costumbre de comer las carroñas es interpretada como un signo de alianza, de relación con la madre tierra. Nut. Es la representación del cielo, la Gran Madre Universal, la materia primordial. Es hija de Shu y Tefnut. Osiris. También se le denomina «Toro de Amenti», es decir, «Toro del más allá». Representa al sol oculto. Es hijo de Geb y Nut (en otras tradiciones, del primer Horus, del primer faraón mítico). En ocasiones aparece como dios benefactor, que enseña a los hombres las habilidades necesarias para el bienestar y el desarrollo cultural (es una especie de Prometeo). Garantiza la vida de ultratumba. Ptah. Dios de Menfis, similar a Ra. Quebsenut. Cabeza de gavilán. Es hijo de Horus y guarda los intestinos. Ra. Dios Sol, el Ojo radiante, creador de todos los mundos. Serapis. Dios tardío, que surge de la fusión entre Ra, Amón y Apis. Tuvo


gran influjo en Grecia y Roma. Seth. Es el dios negativo, el desierto, la noche. Se le representa con cabeza parecida a la de Thot. Shu. Principio del universo que alude al aire. De su inión con Tefnut nacerán Geb (La Tierra o el principio masculino) y Nut (el cielo o el principio femenino). Tefnut. Principio cósmico que representa el fuego y la tierra. Thot. De Hermópolis, cabeza de ibis, se le representa como el escriba sagrado que toma nota de los dictámenes de Osiris en su juicio de los muertos. Es el guía de los muertos. Según la tradición es el autor del ritual funerario, el maestro místico de los rituales. Se le identifica con Hermes y se le relaciona con la Atlántida mítica. Como la diosa Maat, también es símbolo de justicia y verdad

Otra articulación mitológica. De la unión entre Shu (aire) y Tefnut (fuego y tierra), nacen Geb (Tierra o principio masculino) y Nut (cielo o principio femenino). De la unión entre Geb y Nut, nacen Osiris (garantiza la vida más allá de la muerte; divinidad cultural, que enseña las técnicas agrícolas y artesanas; Sol, fuerza natural), Isis (la Luna), Seth (dios de las tinieblas) y Neftis. A su vez, del enlace entre Osiris e Isis nace Horus, el padre de todos los faraones. En la religiosidad egipcia son muy abundantes los sincretismos a partir de Re (en Heliópolis) y de Ptah (en Menfis). El sincretismo más difundido unió Ra y Amon con Apis: Serapis (asociado a la influencia griega, pasará a Grecia y Roma). Otros símbolos. La cobra: La cobra de las coronas de los faraones es un símbolo que alude a los llamados reyes «Caña», del Alto Egipto, que utilizaban la cobra como animal totem. Los reyes «Caña» determinan el origen mítico de la monarquía. La cruz ansata o tau egipcia: símbolo de vida eterna. Báculo y látigo. Son los símbolos del poder real, del poder simbólico de la dinastía y de la autoridad. Barco o Barca celeste: es el vehículo con el que el difunto realiza sus viajes en compañía del sol, en forma de Horus (sol brillante) y de Osiris (sol oculto entre las tinieblas del inframundo o de los mares oscuros). La flor del papiro. Representa al Bajo Egipto. La flor del lirio. Representa al Alto Egipto. Figuras andróginas. Se utilizan para representar al Nilo


Figuras aladas (sirenas). Representan el alma de los difuntos Sonaja y bastón. Se suelen utilizar en los retratos funerarios; sirven, repectivamente, para auyentar a los malos espíritus y para ayudarse a caminar, calibrando la solidez del suelo del inframundo.

5.3.6. El arte egipcio. Sin duda, lo más importante del arte egipcio es su enorme dependencia de las concepciones religiosas; es, por lo tanto, un arte profundamente ritualizado. De ahí el hieratismo, la rigidez, la perspectiva jerárquica, y el resto de los elementos que convierten al arte egipcio en algo inconfundible. Por las razones ya indicadas, el arte del Imperio Antiguo servirá de referencia obligada para las fases históricas posteriores, que siempre le tendrán como «modelo mítico». 5.3.6.1. La Arquitectura. El carácter transcendente de la existencia humana (ver religiosidad) justifica una arquitectura religiosa en honor de los dioses y una construcción de tumbas para la conservación de los cuerpos (cuerpo: asiento del espíritu). La articulación social, supeditada a una estructura social rígidamente pirámidal, focalizada por la figura del faraón, proporciona otro importante condicionante al marco arquitectónico egipcio, que se cierra con la impronta del medio ecológico. Este último factor soporta un conjunto de cualidades que, en líneas generales, ayuda a entender los rasgos más sobresalientes de las edificaciones egipcias: a) Las cualidades climáticas y, en especial, el ambiente especialmente luminoso de Egipto, explican la concatenación de espacios progresivamente ordenados hasta conseguir una «oscuridad cómoda», que se comprende magníficamente cuando se han padecido los efectos de la insolación. b) La abundancia de piedra en las proximidades de la cuenca del Nilo favorece su uso arquitectónico, que está documentado masivamente, al menos, desde la época de Imhotep. c) La mano de obra abundante, determinada por un sistema político rígidamente teocrático, ayuda a entender su carácter colosal. d) Por fin, el desarrollo de las técnicas agrícolas y las especialísimas circunstancias de fertilidad del Nilo, explica la generación de unos excedentes alimenticios sin los cuales hubieran sido impensables las empresas faraónicas.


Además, con iniciativas de ese tipo se conseguía mantener ocupada a una población que de otro modo, hubiera permanecido ociosa, y ya se sabe que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Así, pues, a pesar de la mala prensa que tienen, los egipcios debieron ser personas muy virtuosas. En la pirámide de Keops se calcula que se empleó la virtud de 100.000 hombres durante más de veinte años. 5.3.6.1.1. Los materiales.

Desde la III Dinastía, se abandona el ladrillo en las grandes construcciones, para sustituirlo por caliza, procedente de los acantilados del Valle del Nilo. Cerca de Menfis existe una caliza fina y blanca que se trabaja con facilidad. En el Alto Egipto, cerca de Assuan, arenisca, que se emplea en las construcciones del Imperio Nuevo. También en el Alto Egipto se encuentran canteras de granito rojo y negro. Las canteras eran propiedad del faraón que podía otorgar permiso a los dignatarios para que utilizaran los materiales para sus tumbas. 5.3.6.1.2. Los soportes.

1. Columna, dividida en basa, fuste y capitel, según modelos de las formas vegetales locales (papiro, loto, palmera, etc.) También utilizaban pilares rectangulares. 2. Fuste. Por lo general, eran de grandes proporciones, con diversas variantes: fuste fasciculado, estriado, liso. En el Imperio Antiguo, en los Propileos del templo de la pirámide de Djeser (III dinastía) en Saqqarah encontramos: columnas de fuste fasciculado (como tallos del Papiro), según modelo que se mantiene hasta el Imperio Nuevo. En el mismo templo utilizan también columnas de fuste estriado que podemos seguir hasta el Imperio Medio, por ejemplo, en los Hipogeos en Beni Hasan. El fuste liso se podía decorar con pinturas o relieves, que se emplean casi de forma sistemática desde la XVIII dinastía. 3. Capitel. Presentaba diferentes variantes, inspiradas en formas vegetales, que remataban en un grueso ábaco sobre el que descansaba el arquitrabe. Las más habituales son: a) A partir de la V dinastía aparece el capitel palmiforme, compuesto de una corona de hojas de palmera curvadas hacia afuera. En estos elementos están los orígenes de una de las fórmulas decorativas de mayor éxito en la arquitectura occidental de todos los tiempos.


b) Lotiforme: está compuesto por una flor de loto abierta. Su éxito ornamental es mucho más limitado en occidente. c) Papiriforme. Está confeccionado mediante la unión fascicular de tallos de papiro. Tampoco tendrá demasiadas repercusiones en el mundo mediterráneo, aunque su impronta se dejará sentir en casi todas las culturas prehelénicas. d) En la dinastía XIX se emplea el capitel campaniforme. 5.3.6.1.3. Cubiertas

En la cultura egipcia se ensayan la mayor parte de los tipos estructurales básicos conocidos. a) Techumbres abovedadas. En las pequeñas construcciones de adobe se emplea la bóveda sin cimbra (sin armadura de madera). En las grandes construcciones también se utilizan estos elementos. En el palacio de Ramsés II, por ejemplo, existe sala abovedada que descansa sobre columnas papiriformes o lotiformes de corola abierta. Y en las pirámides son muy abundantes las falsas bóvedas de piedra por aproximación de hiladas. b) Techumbres planas. Están documentadas en las construcciones, cubiertas con losas de dimensiones desmesuradas.

grandes

c) Cubiertas de madera. Además de los usos eventuales en las construcciones de grandes pretensiones, por las representaciones funerarias, consta que fueron empleadas cubiertas de este tipo en la arquitectura doméstica. Está documentada la importación de madera del Líbano. 5.3.6.1.4. Los muros y la tecnología de la piedra.

En la arquitectura egipcia es frecuente construir paramentos ligeramente inclinados para reducir en altura la amplitud del vano. De ese modo se consigue la forma trapezoidal característica de este tipo de arquitectura. El utillaje empleado en el uso de este tipo de elemento arquitectónico y en las fases preliminares de extracción de bloques, presenta una inusitada variedad, que conocemos de modo directo –por los restos arqueológicos– o, indirectamente, a partir de las huellas dejadas en los bloques. La piedra se cortaba en la cantera con la ayuda de cuñas de madera y de palancas. A continuación era desbastada con arena y tablillas. Los bloques eran transportados mediante rodillos y trineos o por el Nilo. En este último caso –empleado para el transporte de monolitos enterizos– se utilizaban fórmulas similares a las actuales cuando es preciso transportar vigas de gran longitud:


mediante dos barcos situados en los extremos de la pieza. En algún caso se utiliza trépano (representaciones en relieves). Para la colocación de dinteles o la construcción de muros (sillares dispuestos a hueso (sin argamasa) se formaban terraplenes de tierra para arrastrar los bloques hasta el lugar. En la última fase sustituían los rodillos por sacos de arena que se podían vaciar una vez colocado el bloque. Para la colocación de obeliscos se organizaban complejos «mecanismos» de arena que facilitaban la colocación, siempre supeditada al esfuerzo combinado de hombres y bestias.

5.3.6.1.5. Las grandes construcciones.

1. Construcciones funerarias. 1.1. Mastabas. Son las tumbas más antiguas, que parecen inspiradas en la forma de las viviendas. El aspecto exterior sería el de una pirámide truncada, de base rectangular. Su origen puede estar en las tumbas subterráneas o hipogeos de los primeros faraones. Probablemente, los primeros fueron fabricados en adobe y ladrillo. De este último tipo existen ejemplos en Abidos, cerca de Tebas. Con el traslado de capital a Menfis (Djeser, III dinastía) se generalizan las mastabas de piedra, que constan de una cámara funeraria subterránea con acceso por un pozo y una cámara, a veces precedida por una antesala con la estatua del fallecido –Serdab, asiento del Ka o esencia formal, que permanecía en torno al difunto mientras el Ba o espíritu individual llevaba una existencia independiente–. Las mastabas solían tener una puerta falsa pintada de color azul, para la salida del Ba. 1.2. Pirámides La génesis de las pirámides parece el resultado de una ampliación «natural» del concepto anterior, puesto que las primeras conocidas parecen fruto de una sucesión de mastabas. En la versión básica, constan de una cámara funeraria y varias salas para los ritos funerarios y la colocación del ajuar. Supeditadas a su funcionalidad ritual, desde muy pronto sus constructores debieron resolver el grave problema de la expoliación. Para ello idearon múltiples e imaginativas soluciones que, por lo general, pasaban por la creación de falsas cámaras y por la creación de «mecanismos» de sellado, no siempre eficaces.


La pirámide de Djoser, III dinastía, en Saqqarah, cerca de Menfis, tiene una altura de 60 metros, seis gradas, está rodeada por una muralla y consta de un esquema muy simple, compuesto por dos cámaras interiores; la destinada al difunto está revestida de cerámica imitando tallos de papiro y madera; la otra contiene la estatua del faraón. Las pirámides más antiguas suelen tener un templo anejo, con columnas fasciculadas y ara con cabezas de león. En la zona del altar se colocaban los objetos que necesitaba el difunto, joyas, etc. Los relieves presentan escenas de la vida cotidiana. A partir de la IV dinastía se construyen pirámides sin escalonamiento, cuya realización comenzaba por la cámara sepulcral, situada por debajo del nivel del suelo. Desde la base se disponían hiladas escalonadas de sillares hasta alcanzar la altura deseada, por lo general, equivalente a la mitad de la diagonal del cuadrado de la base. A continuación se procedía a eliminar el escalonamiento y a pulir las superficies que se cubrían con una aleación de oro y plata en el vértice (elecrón) y con un chapado de caliza, el resto. En Gizeh (Bajo Egipto), durante la IV dinastía, se construyeron las pirámides de los faraones Khufu, Khaf-Re y Men-kau-Re (en griego: Keops, Kefrén y Micerino) ha. 2650-2475 a.C: La pirámide de Keops sobresale en altura. Su orientación permitía que los rayos de la estrella Sirio, al pasar por el meridiano, entrasen en la cámara del núcleo de la pirámide a través de un conducto (conducto de ventilación); de esa manera quedaba señalado el principio del año egipcio y el inicio de las inundaciones. Al pié de la pirámide de los faraones podía haber otras tumbas (mastabas o pirámides más pequeñas) pertenecientes a sus mujeres, altos dignatarios, etc. además del templo para el culto divino al faraón, donde estaban sus estatuas, y construcciones del convento (viviendas de los sacerdotes, etc.) El máximo desarrollo de estas grandes construcciones se manifiesta en las pirámides de Gizeh. Luego decrecerá el tamaño y las representaciones del faraón se harán más pequeñas, en un fenómeno que se ha interpretado como expresión de la decadencia del poder real. Es de suponer que, como consecuencia del gran desarrollo del aparato administrativo, en paralelo a la decadencia del poder real, aumentaría el poder de los funcionarios de mayor rango (visires y sumos sacerdotes). En este sentido está especialmente acreditada la preponderancia de los sacerdotes de Heliópolis.


A partir del Imperio Medio se advierten algunas modificaciones, que no alteran los rasgos fundamentales de este tipo de arquitectura. Así, en la Dinastía XI, la pirámide de Mentuhotep II en Deir el Bahari está roseada de pórticos con pilares cuadrados y detrás un patio pequeño al pie del acantilado. La sepultura del faraón se colocó en la pared rocosa del acantilado. 1.3. Hipogeos También con la XI Dinastía se impone un tipo de hipogeo abierto, colocado en acantilados. El continuo saqueo de antiguas tumbas y lo costoso que resulta su construcción debieron ser factores decisivos para que triunfara este nuevo tipo arquitectónico, que porporciona ejemplos de especial brillantez. También en el Imperio Nuevo aparecen en el Valle de los Dioses (al oeste de Tebas) el tipo de tumbas al pie de acantilados. La más famosa, por haber sido descubierta intacta, es la Tumba de Tutankamón (1338 a.C.). El acceso a este tipo de tumbas se realiza por rampas, que conducen a cámaras sencillas, rectangulares, con paredes pintadas o en relieves. El exterior carece de grandes ostentaciones.

2. Los templos. 2.1. Templos con carácter funerario. Estaban construidos al pie de las pirámides o las mastabas y constaban de un patio con pilares o columnas y diversas cámaras rectangulares. Los más interesantes son el templo de Djeser en Saqqarah, el de Mentuhotep II en Deir el-Bahari y el de Ramsés III (XX dinastía), dedicado a Amón.

2.2. Templos dedicados a los dioses. El esquema más frecuente arranca de una avenida (por lo general, con esfinges),


que llega hasta la entrada, estrecha, franqueada por dos grandes pilonos, como torres, de sección trapezoidal, que se pintan y decoran con relieves, y se rematan con la gola egipcia. Adosados a los pilonos se colocaban grandes mastiles. Delante de éstos, irían uno o dos obeliscos. El interior está organizado mediante un gran patio con columnas, desde el que se accede a la sala hipóstila, y desde ella, a la cámara del dios, en la que se guarda la barca sagrada y los objetos de culto. Según se pasa de una cámara a otra éstas van disminuyendo en tamaño y en claridad. En el templo de Ramses II el techo de las naves aparece decorado con estrellas de oro sobre fondo azul. En el entorno del templo se situaban locales de servicio, almacenes para ofrendas, escondrijos para objetos de culto, habitaciones para sacerdotes, locales de enseñanza, etc. En algunos casos encontramos variaciones y añadidos a los templos iniciales. Es el caso del conjunto de templos de Karnak (Tebas), donde, durante el Imperio Medio y Nuevo se fueron añadiendo varios templos. Los templos más grandiosos que conocemos fueron construidos en el Imperio Nuevo, en paralelo a la decadencia de las construcciones funerarias, que ya hemos indicado: el rey debe ceder al poder de los dioses, pero sobre todo, al de los sacerdotes. En el Imperio nuevo son también característicos los templos solares, dedicados a Amón en Karnak y Luxor, con patio y sala sin techo. Otro tipo de templos son los Speos, templos excavados en la roca. Los más conocidos son los de Ramsés II y de Nerfertari (más pequeño) (h. 1290-1224 a.C.) en Abu-Simbel (Baja Nubia). La construcción de la gran presa de Assuan amenazó con inundar este templo y fue trasladado, pieza por pieza a un nuevo emplazamiento (comienzo en 1968). El templo de Ramses II está orientado al amanecer de los equinocios, los rayos del sol llegan hasta el fondo del speos hasta una profundidad de 60 m. en la roca donde se halla la estatua del dios Osiris. 2. Arquitectura civil. Los palacios. Los palacios mantienen la división entre parte oficial o de recepciones y


privada. La parte oficial constaría de un gran salón cuyo techo iba a mayor altura que los muros creando vanos en la parte alta. En la fachada, que solía decorarse con estrías imitando troncos de árboles adosados, se abrían altas puertas estrechas, rectangulares, a veces retraídas entre dos torres. Los interiores se revestían de gran riqueza cromática, según cuentan las descripciones. Se conoce el palacio de Ramses III en Tebas, con sala de audiencias cubierta con bóvedas de adobe, con foso, puerta entre pilonos, remate de almenas redondeadas y diversos patios, jardines, etc. 3. Ciudades y otras construcciones civiles Frente a la idea, muy difundida en ciertos ambientes, de que la articulación urbana según retícula ortogonal es una aportación de la cultura romana, lo cierto es que, tanto en Egipto como en la India, encontramos esquemas de este tipo, casi desde épocas neolíticas. En Egipto, concretamente, se conocen modelos de organización ortogonal en Kahun o Tell-elAmarna, capital de Amenofis IV. De todas formas, el esquema de ordenación más habitual, estaba condicionado por calles estrechas y sinuosas, según modelo de implantación en todo en ámbito mediterráneo. Las casas egipcias más repetidas eran de un único piso, con patio interior con columnas, donde la luz entraría por celosías o lucernarios y ventanas altas. Las cubiertas en azotea se confeccionaban con pasta de arena y grasa extendida sobre techo plano de madera.


5.3.6.2. La escultura egipcia.

Desde muy pronto se manifiesta una gran habilidad en el tratamiento de los materiales. Problema: ¿cómo explicar esa habilidad desde una cultura que apenas utiliza los metales?. Desde el punto de vista técnico, se ha especulado mucho con el carácter de las herramientas; se llegó a hablar de fantásticas herramientas de cobre endurecido e, incluso, de que llegaron a producir acero. Hoy parece seguro que sólo utilizaron cobre y herramientas de piedra. De todas formas, existe una razón religiosa muy importante: debido a la utilidad que se otorgaba a las esculturas, como sustitutos del Khet y del Ka, es fácil comprender que se impusiera la necesidad de contar con escultores de gran habilidad. A los escultores se les llamaba s'nah «el que hace vivir», «el que garantiza la vida». Se dice que el arte egipcio obede a un conjunto de leyes estrictas que cada artista debía aprender desde muy joven. Las estatuas sedentes tenían que tener las manos apoyadas sobre sus rodillas; las representaciones de divinidades debían llevar estrictamente los atributos prefijados. Horus, el dios-sol, tenía que aparecer como halcón o con cabeza de halcón, Anubis, el dios de la muerte, como un chacal o con cabeza de chacal. Esta manera de esculpir perduraría a lo largo de los 3000 años de la cultura egipcia. Sólo en época de Amenofis IV (Akenaton), en el Imperio Nuevo se romperían estas ataduras, se cambia la rigidez anterior por


expresiones y posturas más humanizadas. El Monoteismo sustituye al politeismo anterior. El Faraón es el único representante de la divinidad en la tierra. Se producen varios cambios formales: en ropaje, se sustituye el ceremonial anterior por indumentaria usada en la práctica. Desaparece el rígido simbolismo en las representaciones del faraón y se sustituye por unas formas contrapuestas a las estructuras rígidas anteriores: hombros anchos, cintura estrecha, cadera pronunciada, es decir, predominio de curvas frente a las formas cúbicas anteriores, figuras con mayor vitalidad, de rostros más expresivos, con tocados diferentes, aunque se mantiene el ureus o cobra sagrada sobre la frente. Estas modificaciones se observan también en relieves y pinturas. Escultor importante de este período será Bak.

1. Escultura de bulto redondo. La escultura de bulto redondo (en muchos casos con policromía) se utiliza, sobre todo, en las representaciones de faraones y sus esposas, o de dioses, aunque también encontramos figuras de esclavos, escribas, sacerdotisas, en calidades inferiores. Los rasgos más destacables de la escultura egipcia, son su hieratismo, e inexpresividad, debido a ese caracter sobrenatural que debían presentar los personajes esculpidos, de ahí que no encontremos rasgos de dolor o alegría en sus rostros, incluso en escenas de acción. El escultor no trataría de hacer un retrato, de un momento dado, sino de representar los rasgos esenciales.


Los faraones aparecen casi siempre (excepto en época de Amenofis IV) con un tocado (klaft) que le cubre hasta los hombros de forma que el cuello le queda rígido, y barbilla postiza. Las figuras de escribas, esclavos u otros personajes, a veces realizadas en madera policromada y otras en caliza también policromada, aparecen con mayor expresividad, de tamaño más reducido, se trata de personajes humanos conocidos por el pueblo. A veces en las tumbas de los faraones o de personajes de más baja economía se colocaban un tipo de figuras que describían las actividades productivas de sus sirvientes o del difunto (en el segundo caso) y que complementaban las pinturas murales. Encontramos también representaciones de animales totémicos. gatos, vacas (diosa Hathor) 2. Relieves. Tanto el relieve como la pintura egipcia nos proporcionan un reflejo animado de como se vivió en Egipto. (Los relieves irían también policromados). Sin embargo nos extraña la forma de representar estas vivencias. Gombrich señala que tal vez esté relacionado con la diferencia de fines que inspiró estas pinturas y relieves. Lo más importante no sería conseguir la belleza, sino que el artista trataría de narrar, de hacer historia, por ello trataría de representar todo de


forma lo más clara y perfecta que le fuera posible. No se detendrían a anotar lo que vieran en la naturaleza sino que dibujarían de memoria, recogiendo todo lo fundamental de las cosas, con un esquema parecido al de un niño pero mucho más complejo: Por ejemplo, la cabeza se veía más fácilmente de perfil pero si pensamos en los ojos nos los imaginamos de frente y así lo representarían. La mitad superior del cuerpo, hombros y torax son mejor observados de frente pues así podemos ver como cuelgan los brazos del tronco, pero brazos y pies son mejor observados en movimiento si los representamos de lado. Encontrarían difícil presentar el pie desde afuera y por ello preferirían perfilarlo con el dedo gordo en primer término. Así en los relieves parece que los personajes tuvieran dos pies izquierdos. El artista se limitaba a seguir una regla que les permitía insertar en la forma humana todo lo que consideraban importante. Con el mismo criterio encontramos una jerarquización en los personajes, por ejemplo, al faraón se le presenta a mayor escala que al resto de los mortales. Tampoco encontramos perspectivas, las figuras aparecen en primer plano.


Tanto relieves como pintura cubrían las paredes de los templos, palacios, obeliscos, salas sepulcrales, etc., por tanto los temas debían estar relacionados con ese carácter religioso, con la vida de ultratumba, con campañas de guerra, con ritos religiosos. En las tumbas aparecen representadas las ocupaciones que fueron habituales en la vida del difunto, desde faenas agrícolas a escenas de caza, familiares, escenas de banquetes, oficios de carpinteros, orfebres, tejedores, etc. Se trata de un gran aporte documental para conocer las costumbres y la tecnología utilizada por el pueblo egipcio, ya que aparece de forma muy minuciosa un glosario de herramientas, instrumentos musicales, tipos de vajillas, adornos, indumentaria, etc. 5.3.6.3. Pintura Los rasgos esenciales son coincidentes con los señalados en el relieve. Utilizan los colores de forma simbólica, tonos de color diferentes para la piel de la mujer, más claro y para el hombre más oscuro.


5.3.6.4. Orfebreria Es conocida la gran dedicación de los egipcios al aseo y cuidados personales (conocemos todo tipo de ungüentarios, paletas, cucharas, peines, etc. utilizados por los egipcios). Por ello no es de extrañar el gran desarrollo que tuvo la orfebrería, pensada tanto para hombres como mujeres, pues ambos grupos utilizarían un amplio repertorio de joyas, pectorales, brazaletes, adornos en las pelucas, en los tocados, etc. Entre los materiales preciosos se prefiere el oro (la plata aparece más raramente), sobre todo el que llegaba del desierto nubio, al que se aplican trabajos de cincelado, labores con hilos finísimos, a veces granulado y un gran repertorio de incrustraciones, que van desde la simple loza hasta la cornalina, el lapislázuli, la obsidiana, la amatista, el vidrio, las turquesas, el cuarzo, el jaspe, el marfil, etc. Los papiros nos hablan de materiales preciosos consagrados a los dioses y entregados como ofrendas en los templos. Incluso se conocen las técnicas de fundición. La orfebrería se desarrolla desde el Imperio Antiguo, pero es en el Imperio Medio donde alcanza su máxima pujanza, en el momento en que Nubia, la gran cantera de material aurífero queda dominada y fortificada por los egipcios. Ejemplo de ello son las coronas halladas en Dahshur, con finos hilillos de oro o diversos pectorales. En el Imperio Nuevo, como ocurre con las demás manifestaciones artísticas, se pierde ese carácter sobrio del arte egipcio para mostrarnos la suntuosidad y monumentalidad propia de la época de Amenofis IV. Es la tumba de Tutankamon (intacta hasta principios de siglo) la que ha suministrado mayor variedad de ejemplares de esta época. 5.3.6.5. Mobiliario Se conoce ya desde época predinástica un abundante repertorio de mobiliario. En tumbas de la I dinastía aparecen muebles con el clásico motivo de rematar los apoyos en forma de garra de animal. Se conocen trabajos en maderas


como el cedro u olivo, la acacia, marqueterías de ébano (maderas en gran parte importadas), aplicadas en gran variedad de muebles, desde camas ( conocido por restos y representaciones pictóricas), a sillones con respaldo rígido en principio, taburetes plegables con patas en tijera, sillas de respaldo bajo, etc. así como un amplio repertorio de cofres de diversos tamaños. Todos con el común denominador de la utilización de patas con forma de garra de animal (preferentemente león y toro), el empleo de arista viva y una técnica de ensamblaje de caja y espiga. Además habría que añadir las modalidades de sarcófagos, en unos casos rectangulares y en otros antropomorfos con el perfil esquemático del cuerpo, complementado con pintura sobre estuco. Con el Imperio Nuevo se pierde la pureza de líneas del primer período. Acudimos a un proceso de barroquización decorativa que culmina con la XVIII dinastía y que afecta por igual a todas las manifestaciones artísticas. En el mueble se observa la aplicación de un sinnúmero de incrustaciones de materias diversas sin que cambie la estructura esencial (cerámica, nacar, marfil, oro, plata, pastas vítreas, marquetería. La mayor aportación de este mobiliario más recargado en decoración, procede de la tumba de Tutankamon. Además del mobiliario, las artes de la madera proporciona un amplio repertorio de objetos utilitarios pero con un sentido estético y decorativo de primer orden como son los objetos de tocador: peines, espátulas, cajitas de ungüentos, estuches para espejos, todos con escenas o figuras de animales talladas y con incrustaciones de marfil. 5.3.6.6. Indumentaria Por las representaciones pictóricas de las tumbas y por textos, conocemos el gran desarrollo del cultivo del lino y de las técnicas (aparecen telares y artesanos) textiles, y por las numerosas representaciones escultóricas y pictóricas, así como por restos de indumentaria encontrados entre los ajuares de los difuntos, conocemos la forma de vestir de los egipcios. El lino fue el material más empleado por los tejedores, mientras el cáñamo, el algodón y la lana aparecen de forma más rara. Se conoce también la técnica de teñido de los tejidos aunque éstos también podían ir bordados o pintados. En cuanto al tipo de indumentaria empleada, parece que se caracterizaría por su gran uniformidad a lo largo de toda su historia, unida a una gran sencillez. El tejido nacional por excelencia es el lino, frente a la lana preferida en otras civilizaciones. La mujer viste un traje ajustado y largo por debajo del pecho, y éste se cubría con


unos amplios tirantes. También de gran difusión sería el calasiris, especie de túnica de lino blanco y transparente con aberturas para el cuello y los brazos, recogida con cinturón. En el imperio Nuevo se pone de moda la utilización de piezas de lino enrolladas alrededor del cuerpo de diferentes formas (Nefertiti). Los tocados en la mujer, en general con la cabeza rapada, constarían de pelucas realizadas con pelo natural o con otras materias, combinadas con cintas, flores, broches de oro, diademas, etc. El hombre vestía el shenti o schanti enrollado a la cintura y pasando entre las piernas, con algunas variaciones a lo largo de los siglos, combinado con cinturones de diferente clase y tamaño. El faraón siempre viste prendas de lino. Se podía utilizar también una especie de túnica con mangas. En el Imperio nuevo el Faraón podía llevar una especie de velo de lino enrollado alrededor del cuerpo, el haik, parecido al femenino. El tocado más común es una pieza de tela rayada que se ajusta sobre la frente y cae en pliegues a ambos lados del rostro, el klaft que utiliza con frecuencia el faraón. El calzado común a ambos sexos es la sandalia de cuero anudada en el talón.


CRONOLOGIA INSTITUCIONAL EGIPCIA. (Debe entenderse en términos aproximados; las cronologías varían de un autor a otro) Entre 4.000 y 3.000 (aproximadamente). Cultura tasiense. Cultura de al-Fayum. Cultura de Merimde. Cultura de al-Omari. Cultura Badariense-Merimde. Cultura Amratiense (Naqada I). Cultura Gerzense (Naqada II). De 3.000 a 2.778 EPOCA TINITA I Dinastía II Dinastía 2.778-2.200

IMPERIO ANTIGUO

2.700-2.650 ha. 2.700 2.650-2.500 ha. 2.650 ha. 2.600 ha. 2.560 ha. 2.525 2.500-2.350 ha. 2425 2.350-2.200 ha. 2325 2275-2.185

III Dinastía Djoser IV Dinastía Snefru Khufu (Keops) Khaf-Re (Kefren) Men-kau-Re (Micerino = Mikerinos) V Dinastía Ne-user-Re VI Dinastía Pepi I Pepi II

2.200-2.050

PRIMER PERÍODO INTERMEDIO

2.180-2.155 2.180-2.155 ha. 2.100 2.135-2.000

VII Dinastía IX y X Dinastías Meri-ka-Re XI Dinastía Neb-hepet-Re Mentu-hotep

2.050-1.800 1.990-1.780 1.991-1.961 1.971-1.926 1.929-1894 1.897-1.878 1.878-1.840 1.840-1.792

IMPERIO MEDIO XII Dinastía Amen-em-het I Sen-Usert I Amen-em-het II Sen-Usert II Sen-Usert III Amen-em-het III


1.800-1.550

SEGUNDO PERIODO INTERMEDIO

1.780-1.570 1.730-1.570 ha. 1.620 ha. 1.580 1.570-1.320 1.570-1.545 1.545-1.525 1.525-1.495 1.495-1.400 1.490-1.486 1.486-1.468

XIV a XVII Dinastías Dominación de los Hicsos Khayan Ka-mosis XVIII Dinastía Amosis I Amen-hotep I Tutmosis I Tutmosis II Tutmosis III Hat-shepsut

1.465-1.165

IMPERIO NUEVO

1.447-1.421 1.421-1.413 1.413-1.377 1.380-1.362 1.367-1.363 1.362-1.352 1.352-1.349 1.349-1.319 1.320-1.319 1.319-1.318 1.318-1.301 1.301-1.234 1.234-1.222 1.205-1.197 1.200-1.090 1.197-1.195 1.195-1.164 1.164-1.157 1.157-1.153 1.153-1.149 1.149-1.142 1.142-1.138 1.138-1.119 1.119-1.116 1.116-1.090 1.090-945 945-745 ha. 945 745-718 ha. 720 718-712 ha. 715

Amen-hotep II Tutmosis IV Amen-hotep III Amen-hotep IV (Akh-emn-Aton) Smenkh-ka-Re Tut-ankh-Aton (Tutankamón) Eye Har-em-hab XIX Dinastía Ramsés I Seti I Ramsés II Merneptá Dominación siria XX Dinastía Set-nakht Ramsés III Ramsés IV Ramsés V Ramsés VI Ramsés VII Ramsés VIII Ramsés IX Ramsés X Ramsés XI XXI Dinastía XXII Dinastía Sheshonk I XXIII Dinastía Pi-ankhi XXIV Dinastía Bak-en-renef


663-525 ha. 600 525 332

XXVI DinastĂ­a Necao Conquista persa Conquista de Alejandro Magno


6. Mesopotamia. 6.1. Introducción. Mesopotamia es una zona de excepcionales posibilidades agrícolas gracias a la acción de dos ríos, el Eufrates y el Tigris, que desembocan en el golfo Pérsico y determinan 28 uno de los cuatro primeros lugares de gran expansión cultural que

han existido en el mundo. Su entidad fue tal que, según los estudiosos del Antiguo Testamento, en las proximidades de la desembocadura de dichos ríos, pudo estar el paraíso terrenal. Seguramente esos estudiosos no conocen las islas Canarias ni cierto pueblecito de Granada, en cuyas calles no caben los automóviles... Geográficamente, es un territorio de transición entre Asia y Europa, y más concretamente, entre el mundo Mediterráneo y las áreas de influencia indú y del extremo oriente, compuesto por una amplia zona aluvial, que deja al suroeste el 28

Es posible que el lector entienda esta apreciación como una «exajeración»: que la existencia de unas circunstancias geográficas o ecológicas «determine» un fenómeno cultural no deja de ser una relativa exageración que, sin embargo y en este caso, está «acreditada» por los hechos.


desierto Sirio y al noreste, los montes Zagros. Antes de seguir adelante, conviene hacer una acotación al título de este epígrafe. Aunque hablemos de «cultura mesopotámica», por las razones que expondremos enseguida, en realidad, habría que hablar de «culturas mesopotámicas». Éstas se desarrollan en paralelo a la egipcia y comprenden más de 3.000 años que encierran complejos acontecimientos sociales y políticos, entre los que debemos incluir, aunque sea de modo relativamente marginal, el desarrollo de la cultura judía. El término «Mesopotamia» se aplica al territorio próximo a los cauces de los ríos Éufrates y Tigris y delimitado entre el extremo oriental del mar Mediterráneo y el golfo Pérsico, en una época que, en el seno de nuestra actual cultura europea, conocemos de manera vaga, a partir de dos fuentes de información muy «peculiares»: la Biblia y las interpretaciones artificiosas relacionadas con ciertas formas de expresión cultural recientes (ópera, zarzuela, etc.). Desde esas fuentes apenas se desprende otra cosa que el conocido tópico de «Sodoma y Gomorra», substanciado en una serie de costumbres «extrañas» a la tradición judeocristiana, propias de unos pueblos especialmente «lujuriosos»... y algunas otras tonterías por el estilo, que fueron reiteradas –indirectamente– cuando en la reciente guerra del Golfo, los medios de comunicación occidentales, hábilmente manejados desde USA, proporcionaron una imagen esperpéntica del Estado que hoy ocupa la parte más relevante de la antigua Mesopotamia y nos presentaron a sus dignatarios como personajes absurdos, fanáticos y demoníacos. Dejando a un lado y para mejor lugar estos últimos asuntos, nos interesa destacar, ante todo, el escaso conocimiento que tenemos de esas culturas, sobre todo, si pensamos en la amplitud con que se ha difundido la cultura egipcia contemporánea. Y lo más curioso del asunto es que, desde un punto estrictamente histórico, conocemos mucho mejor el desarrollo de las culturas mesopotámicas que el de la cultura egipcia. ¿A qué obedece esta «aparente paradoja»? En nuestra opinión, nos hallamos ante un dato de capital importancia para entender los fenómenos que, a todos los niveles y por supuesto, en el terreno de la actitud individual, implica el fenómeno artístico. Porque la explicación de la «paradoja» es muy simple: no existe una «idea clara» de la cultura mesopotámica porque en Mesopotamia no existe un arte comparable al egipcio. Evidentemente, el arte, en su entidad de «cultura material», es una circunstancia esencial a la hora de configurar la idea histórica de una cultura determinada. Seguramente por ello todos los estadistas obsesionados con su propio recuerdo empeñan la hacienda de sus «súbditos» para promocionar grandes construcciones que dejen memoria eterna de ellos... Y lo consiguen. Así de estúpido puede llegar a ser el género humano.


6.2. Cronología general. 3º Milenio a.C. Sumer Arcaico 3000-2600 Fases de Uruk (I y II) 2600-2500 Fase de Messilim (Messilim rey) 2500-2350 Período de Primeras Dinastías 2500 I Dinastía de Ur 2500-2360 I Dinastía de Lagash 2350-2300 a.C. Período Acadio 2200-2000 a.C. Epoca Neosumeria 2200-2100 a.C. Renacimiento sumerio-Lagash (Gudea) 2110-2000 a.C. III Dinastía de Ur 2000-1594 a.C. Período Paleobabilónico 2000-1793 a.C. Precedentes del Paleobabilónico. Ciudades: Isin-Larsa 1793-1794 a.C. Pleno Paleobabilónico 1793-1750 Hammurabi (Código) 1815-1782 Reino Antiguo Asirio ( 1782 se integra en ámbito cultural sumerioacadio) 1350-1051 Reino Medio Asirio (resurgimiento de este reino) 1200 a.C. Pueblos del mar, acaban con estos estados del interior, hasta el s. VI a.c. situación confusa de estos pueblos. 884-626 a,C. Imperio Nuevo Asirio 884-859 Assurnasirpal II (Política asiria del terror) 859-824 Salmanasar III 722-705 Sargón II 668-626 Assurbanipal (máxima expansión del Imperio Asirio) 612-530 a.C. Período Neobabilonico Nabopolasar Nabucodonosor (Palacio real de Babilonia)

En el siglo VI a.C. pasa a ser una civilización dependiente de la cultura persa.

6.3. Generalidades. 6.3.1. Origen.

Sabemos que en torno al 10.000 a.C. existían algunas tribus más o menos aisladas alrededor del Eufrates y el Tigris dedicadas a la agricultura. Alrededor del 9.000 se unen varias tribus, que adquieren formas de organización relativamente desarrolladas. Llevan a cabo obras públicas como acequias, presas, canales, que les permiten aprovechar mejor las posibilidades agrarias de la zona. Estas comunidades rurales darán lugar posteriormente (en un proceso que dura hasta alrededor del 3000 a.C.) a la formación de ciudades-Estados.


Hacia el año 3.000 aparece un grupo humano, de origen desconocido —tal vez, relacionado con las culturas del Indo—, cuyos miembros conocen el uso de los metales y se establecen en ciudades-estado, independientes entre sí y organizadas alrededor del templo. En estas sociedades, al frente del poder político y militar está el rey (lugal), que lo es por razones hereditarias, y asume también el poder religioso, toda vez que, seguramente por el mantenimiento de una tradición muy antigua, la divinidad local es dueña de los territorios de la zona de influencia de la ciudad. Así, pues, como en Egipto, el templo es el foco de la organización general y de la concentración de riqueza. Del mismo modo, aparece la escritura como instrumento de control administrativo. Primero será pictográfica; luego, cuneiforme. Los conocimientos de estos grupos humanos son similares a los de la cultura egipcia. Poseen un sistema de cómputo del tiempo idéntico al actual (días de 24 horas; horas de 60 minutos; minutos de 60 segundos). Hacen un uso muy extendido de la rueda (carros) desde muy pronto.

6.3.2. Características culturales (diferencias respecto a Egipto). Mesopotamia, situada entre el Eufrates y el Tigris, es una zona de potencial agrícola similar al de Egipto, que, sin embargo, no se concreta en una gran cultura unitaria. ¿Por qué? Nos hallamos ante un interesantísimo problema que podemos afrontar desde las diferencias que se manifestaron en ambos universos. Desde ese punto de vista antes que nada hay que tener en cuenta el secular conflicto entre agricultores y guerreros, entre las culturas agrícolas y las depredadoras, que se manifestó con especial virulencia en Mesopotamia. Como ya indicamos en el capítulo anterior, Egipto aparece relativamente aislado de los pueblos de los alrededores, mientras que en Mesopotamia, las zonas norte y este funcionaron como verdaderas autopistas migratorias, por las que accedieron multitud de pueblos, que en su inmensa mayoría acudían a las ciudades con la intención de expoliarlas, dando lugar a ciclos históricos muy peculiares, casi de luchas permanentes, de las que siempre surgía alguna ciudad victoriosa cuya buena estrella duraba lo que tardaba en aparecer un nuevo colectivo que alteraba el precario equilibrio inmediatamente anterior. Se establece así una dinámica cultural supeditada a ciclos de conflictos periódicos, aderezados por fenómenos de rivalidad local, entre unas ciudades y otras, que se hacen más sensibles cuando en una ciudad cualquiera se impone una cultura estructurada sobre los estamentos militares. En ese momento, dicha ciudad se transforma en polo de expansión militar que, a su vez, extiende la dinámica del conflicto agricultores-guerreros a todo el territorio.


Además, está el medio geográfico: es zona de gran fertilidad, pero de gran irregularidad climática, que determina ciclos de sequía y desbordamientos catastróficos. El Diluvio sería, probablemente, uno de estos desbordamientos. En definitiva, nos encontramos ante una situación incomparable a la proporcionada por las crecidas periódicas del Nilo, que sintetiza un conjunto de consecuencias difíciles de valorar desde supuestos abstractos: a) Gran dinamismo étnico. b) Culturas de fuerte componente belicoso, al menos en apariencia, frente al «pacifismo egipcio». c) No existe un Estado fuerte que dure demasiado. Prevalece la dinámica de las ciudades-estado, con las tendencias centrífugas que les son propias. d) Los ciclos de esplendor son mucho más cortos que en Egipto. Sin embargo, lo que sucedió en Mesopotamia no difiere demasiado de lo que sucedió en Egipto. Recordemos que la cultura egipcia es una cultura en permanente proceso de regresión, con unos pocos y cortos momentos de expansión: el Imperio Antiguo y una parte del Nuevo. e) Los recursos económicos son muy inferiores a los que podía manejar el estado egipcio. f) En definitiva, la capacidad artística (la capacidad para producir cultura material) será muy inferior a la egipcia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la comparación puede desfigurar el hecho de que lo excepcional no es lo que sucede en Mesopotamia, sino lo que sucede en Egipto. g) Frente a la cultura egipcia, las culturas mesopotámicas aparecen muchísimo más pragmáticas, más racionales en la utilización de los recursos.

6.3.3. Componentes étnicos. La gran dispersidad étnica que hemos mencionado se concreta en las siguientes aportaciones: escitas, kurganes, semitas, gutis, sumerios, acadios, hurritas, cassitas, asirios, persas, etc., etc. El resultado es una situación de inestabilidad étnica que, filtrada por los acontecimientos producidos durante los últimos 2.000 años, aún subsiste, en Oriente Medio, entre Siria, Jordania, Líbano, Israel, Irán, Irak. De todos esos grupos, los más importantes son: a) El grupo semita, a su vez, articulado en múltiples etnias, que darán lugar a los judíos y los grupos preárabes. b) Los persas, de fuerte caracterización, que determinan un área cultural perfectamente diferenciada respecto de su entorno (actual Irán).

6.3.4. Articulación social.


La articulación social proyecta la complejidad que se podía deducir de las cualidades étnicas. De los datos conocidos interesa destacar los siguientes hechos: a) Muy pronto se segregan el poder militar y religioso. b) La sociedad está jerarquizada en función de esos dos polos: monarca, casta sacerdotal, funcionarios al servicio del rey (con tierras concedidas por éste); grupos medios: pequeños o grandes comerciantes, campesinos y esclavos.

6.3.5. Religión. En Mesopotamia existen multitud de posturas religiosas, que van desde el monoteismo judío hasta los sistemas más exóticos, casi siempre, de origen indú o relacionados con propuestas de extremo oriente. En cualquier caso, las religiones mesopotámicas aparecen fuertemente condicionadas por el influjo vitalista indú, responsable de la integración entre materia y espíritu, que podía resultar extraña a quienes tuvieran una concepción más próxima a los valores egipcios. Con la excepción del judaísmo, en las religiones mesopotámicas no encontraremos nada parecido a la compleja articulación de la personalidad humana concebida por los egipcios. En las culturas mesopotámicas tampoco existe una idea de vida después de la muerte similar a la egipcia. Los casos de enterramientos complejos se interpretan como influjos egipcios. La concepción cosmológica mesopotámica está muy relacionada con las interpretaciones cíclicas de la existencia, que dan pie a visiones de integración ecológica sorprendentemente modernas (sacralizan la tierra). El «zoroastrismo» (Persia, entre el s. X y VI a.C.), por ejemplo, que tiene su origen en las religiones mesopotámicas, aparece obsesionado por evitar las contaminaciones orgánicas e impone que los cadáveres sean «reciclados» biológicamente, de manera que no pueden ser enterrados. Ese vitalismo «ecológico» se manifiesta también en los ritos de fecundación, muy extendidos en todas las culturas mesopotámicas. En la fiesta de la renovación (del año nuevo), el rey, comportándose como la personificación del máximo dios varón, debe cohabitar con la suma sacerdotisa, a su vez, personificación de la diosa madre (Innana o Ishtar), para garantizar la repetición del ciclo natural. Desde esta idea se conocen múltiples variantes rituales que, en algunos casos, llegan a la conocida prostitución sagrada, que explicaría la visión de «vicio» que menciona el Antiguo Testamento, que sin embargo, nos hace pensar en los cultos sexuales de la India. En el poema de Gilgamesh, héroe legendario, cuando se refiere a la época sumero-acadia, la diosa Ishtar vive en Uruk, en su templo, rodeada de sus sacerdotisas; en época de Asurbanipal se recoge que cuando Isthar se presenta acompañada de su séquito, éste está formado por las hieródulas o prostitutas


sagradas abscritas al templo de la diosa. Una mujer de este grupo desempeña un papel importante en el poema de Gilgamesh. En la antigüedad asirio-babilónica la prostitución sagrada era muy distinta de la prostitución ordinaria. En el código de Hammurabi se detallan los derechos particulares de las hieródulas que vivían en comunidad y estaban protegidas contra el escándalo por las mismas leyes que amparaban la reputación de las mujeres casadas. Además de la prostitución permanente existía en la antigua Babilonia una prostitución sagrada ocasional. Se dice que una vez en su vida, cada mujer babilónica virgen debía ir a sentarse en el templo de la diosa de la fecundidad hasta que un extranjero se acercaba a ella, y tras arrojar sobre sus rodillas una moneda de plata, dijera: «Invoco a Milita en tu favor». La mujer, entonces, debía seguir al hombre hasta las dependencias del templo, y el dinero de esta manera obtenido se consideraba sagrado. Después de este rito la mujer hacía vida normal. Herodoto nos cuenta que había mujeres tan poco favorecidas por la Naturaleza que debían esperar años hasta que un hombre las arrojara la moneda. Esta costumbre parece documentarse en varias culturas y está justificada en la intención de evitar los problemas asociados a la iniciación sexual, sacando ese posible «trauma» del contexto de una relación estable. De todas formas, hay que tener en cuenta que las concepciones religiosas mesopotámicas cambiaron con gran rapidez. Panteón sumerio primitivo: Enlil, An, Enki, Utu (dios solar), Nana (luna), Inanna (diosa del amor). Panteón acadio: Ishtar, Anunitu y Shamash. Panteón Hurita: Teshup (dios de los fenómenos atmosféricos), Jepat (diosa del sol), Kumarbi (padre de los dioses). Aportan dioses indúes: Indra, Mitra, Varuna. Religión frigia. Otorga importancia del culto orgiástico a la Magna Mater, que pervivirá en la tradición griega asociada a Dionysos.

6.3.6. Aportación jurídica. Es la aportación más conocida e interesante de las culturas mesopotámicas. El Código de Urnamu. Aunque no ha llegado completo a nuestras manos, compone el primer compendio legislativo que se conoce, que nos habla de algo que era fácil imaginar: una vez el hombre se organizó en grandes grupos, advirtió la necesidad de regular las relaciones con los semejantes y, para ello, redactó leyes, que cuando debieron ser aplicadas se justificaron en abstractos imperativos superiores», que se remitieron a los designios divinos. De este modo, analizando


los fenómenos desde los hechos, parece obvio que, indirectamente, los dioses se presentan desde estos momentos arropados por unos atributos que rompen la idea de «fanatismo», como indudables factores de integración social, algo así como la «concreción» de los siempre abstractos «intereses generales» Por desgracia, sólo conocemos cinco artículos que se refieren a cuestiones de brujería, al tratamiento de los esclavos y a los delitos contra las personas. También contiene un «prólogo» que alude a la tradición acadia y fija un sistema de pesas y medidas. Las Leyes de Shulgi (hijo de Urnamu). Es posible que se trate de una ampliación del código de su padres. Las normas conocidas normalizan algunas situaciones familiares y el tratamiento de los esclavos. Entre los elementos más interesantes es posible destacar la normativa relacionada con la mujer. Para que se reconozca un matrimonio es necesario un contrato por ambas partes, que en teoría tienen igualdad de derecho para llevarlo a cabo (capacidad jurídica de la mujer). En el contrato se establecen las condiciones de disolución y el aporte de la dote. El padre de la novia aportaría dinero para su mantenimiento. En caso de repudio por el marido, éste no puede hacerlo libremente, sino que ha de alegar motivos que serán sometidos a los tribunales. Al igual que sigue sucediendo en el matrimonio judío, en caso de extinción del contrato, la mujer puede recuperar la dote. Anteriormente el marido podía repudiar a la mujer sin más. La ley respalda con claridad el matrimonio monógamo, pero como es tradicional en las sociedades de fundamento semita, se autoriza expresamente que el hombre pueda mantener concubinas. Y aunque parezca sorprendente, la ley penaliza fuertemente el adulterio: Ante la posibilidad del adulterio femenino, conscientes de la dificultad de encontrar pruebas fidedignas, existían dos posibilidades: que el marido la perdonara, en cuyo caso no ocurría nada o que no. Si el marido no era magnánimo, se la arrojaba al río; si esta se ahogaba era considerada culpable; si se salvaba era inocente. La ley impedía que los hijos fueran desheredados por los padres a no ser que hubieran cometido algún delito que les condujera ante los tribunales. Aunque se reconocían ciertos derechos a la mujer, la sociedad sumerio-acadia se nos presenta profundamente patriarcal, tarada de los valores de


la época. Así, por ejemplo, se sabe que el marido puede vender a su esposa e hijos como esclavos para pagar sus deudas. Del mismo modo, si el marido pasa a condición de esclavo por deudas, la mujer debe pagar éstas y si no pasará también a esclavitud. Código de Hammurabi (dinastía amorita, 1792-1750, pleno Paleobabilónico) Supone una copilación que se ha interpretado en términos muy simplistas (la ley del Talión, ojo por ojo), pero que, en realidad, es un repertorio legislativo completísimo. Consta de un prólogo, 282 artículos y un epílogo y recoge todos los aspectos de la sociedad del momento. El texto está grabado sobre una estela de diorita de unos 2 m. hallada en 1901 en Susa; desde allí fue trasladada al Louvre como trofeo de guerra. En la estela se representa, también, a Hammurabi ante la divinidad. Probablemente Hammurabi mandó colocar la estela en el templo dedicado al dios Sol de Babel, el templo más importante de Babilonia. El código unifica la legislación que afectará a todo el territorio del Imperio. El «prólogo» contiene una declaración de principios de Hammurabi; como persona elegida por la divinidad, hay referencia de todas sus virtudes, sus relaciones con las divinidades, incluso con divinidades sumerio-acadias, todas le habrían elegido como rey de las «cuatro regiones» –Babilonia, Isin, Larsa y Uruk–. Las intenciones expuestas se concretan en «disciplinar a los libertinos y a los malos e impedir que «el fuerte oprima al débil». Lo más «morboso»: el repertorio de castigos y, en especial, las formas de ejecución, ordenadas según criterios de bestialidad: cremación, estrangulamiento, empalamiento. El artículo segundo trata de las ordalías o juicios de Dios. La «idea», que se mantiene en la tradición cristiana medieval, consiste en juzgar a una persona con el apoyo de la aleatoriedad de las fuerzas naturales, cuando un hecho no se puede argumentar de otro modo. El procedimiento ya estaba documentado en el código anterior: El acusado es arrojado al río, si se ahoga, será señal de que es culpable, si se salva será declarado inocente. En definitiva, el acusado queda a juicio de la sabiduría de Dios, de quien dependen todas las cosas y, desde luego, las fuerzas de la naturaleza...


El noveno y los siguientes se refieren a delitos de robo y su castigo. Nos informa de la existencia de un aparato judicial de cierta complejidad, con testigos, jueces y tribunal. Ante éste último se han de presentar las demandas; el tribunal escuchará y comprobará las declaraciones de testigos y demandantes y dictará sentencia de acuerdo con la ley. Los artículos 38 y 39 establecen dos tipos de posesión de tierras para oficiales militares y recaudadores de impuestos: un tipo, como pago de su trabajo, serán propiedad del rey y no pueden ser transmitidas por herencia, hecho que en épocas anteriores había ocasionado múltiples problemas. Otro tipo serían las tierras compradas a título individual, que sólo podían ser adquiridas por los altos funcionarios. En los 93, 94 y 95, el código atiende a los préstamos de materias y a la acumulación de intereses. Se establece la necesidad de escribir en una tablilla la cantidad objeto de préstamos... Ha nacido el «contrato de préstamo», que causará furor muchos, muchos años después... A pesar de la «inmoralidad» que, por lo general, atribuimos a los «babilónicos», en aquellos «contratos» no había cláusula de cancelación ni engañizas similares. Para asombro de propios y extraños, los artículos 99 y 100 regularizan las relaciones comerciales y la constitución de sociedades comerciales, entre individuos de igual o diferente estatus. Del artículo de 128 al 132, el código de Hammurabi trataba sobre el matrimonio y el adulterio. Si un señor toma esposa sin contrato, la mujer no era su esposa. Sobre el adulterio retoma la normativa promulgada por la III dinastía de Ur y la desarrolla. En caso de que el marido encuentre a la mujer con su amante, a los dos se les arrojará al río. Pero en esta época el marido puede perdonar a la mujer y la innovación más curiosa respecto de la normativa anterior radica en la capacidad del Rey para perdonar al adúltero, a su súbdito. El artículo 131 trata del caso en el que el marido sospeche el engaño pero no haya sorprendido a la mujer con otro hombre; la mujer puede resolver el conflicto declarando bajo juramento su inocencia... Es de suponer que en esa época nadie se atrevería a jurar en falso, porque de otro modo, podrían haber organizado concursos de cornamentas. El artículo 132 contempla la posibilidad de que la mujer sea acusada por un hombre distinto al marido, en cuyo caso se arrojará al río a la mujer pero no al adúltero. También son muy curiosas las leyes relacionadas con las agresiones físicas, fundamentadas en el famoso lema del «ojo por ojo», que aparece citado de modo explícito, siempre y cuando los incidentes tengan lugar entre personas del mismo rango (192 a 202). Las cosas cambian cuando los incidentes tienen lugar entre personas de estatus diferente: si un señor («awilum») rompe un hueso o saca un ojo a un subordinado, éste último deberá ser compensado


económicamente por el primero. Si ocurre con un esclavo, la compensación será menor. Aunque parezca sorprendente, en ningún caso se prevé el supuesto de que un subalterno pueda golpear a un señor, probablemente porque ese supuesto, que implicaba la alteración del «orden natural», era inimaginable. Si a un subalterno se le ocurría herir a un señor, éste le mataba y punto; sencillamente no había causa judicial. En definitiva, aunque las apariencias legales informen de algo muy diferente, uno siente que las cosas han cambiado poco... Al parecer, el ejercicio de la medicina (215 a 218) no estaba exento de riesgos... Tal y como sigue sucediendo en la actualidad, el código de Hammurabi reconocía un salario al médico que dependía de la calidad social del enfermo. Pero lo más curioso era el precio de los errores en la terapia, que dejaban a cubierto hasta a los menos poderosos: si el tratamiento fracasaba y el enfermo era un señor, al médico se le amputaba la mano; si era un esclavo, el médico debería pagar al dueño con otro esclavo. En el epílogo, Hammurabi impone que se conserve lo que él ha escrito y que no se cambie nada, marca una serie de maldiciones a quien no cumpla las leyes y convoca a los dioses más importantes del país para que sean sus protectores, los guardianes del país... En definitiva, aunque parezca que nos encontramos ante un ordanamiento jurídico de cierta brutalidad, lo cierto es que, desde él, se diluyen todos los «prejuicios» que en sentido de «barbarismo» pudiéramos tener de quienes compatían la «cultura mesopotámica» de estos años. De hecho, habrá que esperar hasta la época romana para encontrar un «código civil» más desarrollado que el de Hammurabi... Sea como fuere, el código de Hammurabi ha sido interpretado como un poderoso instrumento de aculturación, de homogeneización cultural, aplicado a un conjunto heterogéneo de grupos e individuos.

6.4. Rasgos generales del arte mesopotámico. Paradójicamente, el desarrollo cultural de las sociedades mesopotámicas, unido a las circunstancias mencionadas, engendra un tipo de arte incomparable por su monumentalidad al arte egipcio, pero que completa ciertos aspectos culturales de éste y proporciona una panorámica muy matizada del origen de las culturas mediterráneas. No conocemos ningún edificio sensiblemente completo procedente de estas culturas. únicamente han llegado a nuestros días unos cuantos restos


arqueológicos que, sin embargo, son suficientes para que tengamos una idea bastante clara acerca de una arquitectura que se basaba en el adobe y el ladrillo y, en general, en los materiales cerámicos. Es, por lo tanto, una arquitectura que, en su diferencia con la egipcia, marca su cualidad más sobresaliente: su carácter «racional» o, si se prefiere, funcional, que prefigura la aparición de una corriente que se mantendrá en las culturas mediterráneas más o menos encubierta, con apariciones esporádicas, en ocasiones, de enorme relevancia 29. De todas formas, la racionalidad a que nos acabamos de referir ha de ser valorada en un contexto relativo, puesto que la monumentalidad de la arquitectura mesopotámica, en cierto modo, rompía esa racionalidad 30.

29

La arquitectura romana, primero, y la islámica, después, retomarán y desarrollarán esta idea hasta extremos inauditos. 30

En ocasiones se justifica la construcción en ladrillo, desde la carencia de grandes canteras y la abundancia de arboledas, que favorecía la fabricación de elementos cerámicos en gran escala. Sin embargo, admitiendo la carencia de piedra, que siempre será relativa (bastaría acudir a los lugares en que hubiera), recurrir a los materiales cerámicos es una solución «funcional», que no encontramos en otras culturas contemporáneas.


La columna se emplea en raras ocasiones con fin ornamental. Como consecuencia de la utilización del adobe y el ladrillo se usan, de forma sistemática, el arco y la cubierta abovedada o la cúpula de ladrillo en lugar del sistema adintelado que vemos en Egipto. Frente a la arquitectura del Nilo, determinada por las labores de cantería y, por ello, obligada a ser pre-diseñada con una actitud más próxima a los conceptos arquitectónicos occidentales, en Mesopotamia nos hallamos ante el nacimiento de una nueva manera de construir, relativamente ajena a los planteamientos integradores de carácter general, mucho más dependiente de soluciones locales, inmediatas. En definitiva, nos encontramos ante otro precedente de lo que podríamos llamar el nacimiento de la «arquitectura de alarife», tal y como será desarrollada unos siglos después en ese mismo contexto geográfico y más allá, en el seno de la cultura islámica.

6.4.1. La arquitectura palaciega. Tanto en época sumerio-acadia como asiria, a diferencia de lo que, por los mismos años, sucede en Egipto, los edificios más importantes serán los palacios. El monarca es sobre todo dominador de pueblos, caudillo de expediciones guerreras y para su goce y como signo de su poder, levanta grandes palacios. La mayoría de los que conocemos –naturalmente, hasta cierto punto– fueron construidos sobre terrazas, con formas rectangulares o cuadrangulares y estaban rodeados de grandes murallas rematadas con almenas o con algún elemento de funcionalidad similar. En el interior amurallado se construirían dependencias del rey, con grandes salones de recepción, dependencias de la servidumbre, de la administración y templos, casi siempre dispuestos alrededor de patios, que operaban casi como elementos de generación espacial, según fórmulas que triunfarán unos siglos después. Era frecuente que las salas se decoraran con relieves en piedra cretácea, que recubría la construcción de adobe y ladrillo, según fórmula que será repetida en época romana. Por el exterior, la terraza se decoraba con grandes franjas verticales, como en los templos, flanqueando las puertas de entrada por medio de columnas con fustes de madera o con toros o genios alados. Los palacios más conocidos y característicos son los de época asiria (Palacio de Korsabad de Sargón II).

6.4.2. La arquitectura religiosa El templo consta de una serie de dependencias que se abren a patios rodeando el zigurat. Estas habitaciones servían para residencia de sacerdotes y de peregrinos.


La parte más característica de los templos es el Zigurat que se adopta muy pronto (hacia 2.800-2.600). Se trata de torres de pisos compuesta de varias terrazas superpuestas y decrecientes a las que se asciende por medio de rampas y con el templo en lo más alto, como manifestación del deseo de aproximarse al cielo. Herodoto dice que tenían siete pisos y que cada uno se pintaba de un color; en el último solía estar el lecho de Dios, que recibía cada noche la visita de la sacerdotisa. En tono más prosaico, se dice que esa última capilla serviría de observatorio. Este tipo de construcción se considera un antecedente de las torres de las iglesias cristianas y de los alminares de las mezquitas árabes.

6.4.3. La arquitectura funeraria La arquitectura funeraria carece de monumentalidad. Utilizaban cámaras con corredor (Tumbas reales de Ur de época sumeria) o simples pozos excavados en el suelo en los que se albergan los restos del difunto junto con sus enseres personales.

6.4.4. Escultura de bulto redondo Las esculturas de bulto redondo son escasas. Casi todas las que conocemos pertenecen a figuras de reyes, príncipes y altos dignatarios, seguramente ofrecidas como exvotos a alguna divinidad. Son figuras estereotipadas, en actitud sumisa, con las manos cruzadas ante el pecho y escasas variaciones: en época sumeria, la izquierda aparece cerrada y en época acadia las dos manos están estiradas.


Las esculturas del III milenio se distinguen por sus formas angulosas, con la cabeza rapada, sin cabellera ni barba, nariz aquilina, barbilla prominente, ojos incrustados en piedras finas o pasta. Como indumentaria presentan una piel de oveja sujeta a la cintura y que les cubre hasta los tobillos. En período acadio las figuras aparecen con cabellera y barba, según moda semita. Se han encontrado figuras con la parte inferior del cuerpo terminada en punta, como si estuvieran concebidas para ser hincadas en la tierra. Parece que, continuando los ritos sumerios, estas imágenes estaban concebidas como elementos propiciatorios en las construcciones y se colocaban en algún ángulo de los patios, a fin de proteger la vivienda. Estas imágenes son más frecuentes en época acadia, pero también aparecen en época paleobabilónica.

6.4.5. Relieves. Se conservan en mayor número que las escultura de bulto redondo. Representan, sobre todo, escenas de la vida del monarca y utilizan los mismos modelos de indumentaria, tipos étnicos y actitudes, que los de las esculturas de bulto redondo. Y aunque pueda resultar sorprendente, dadas las profundas diferencias que hemos señalado respecto de la cultura egipcia, los sisemas de representación del relieve mesopotámico son prácticamente idénticos a los relieves y pinturas del Nilo: tamaños jerarquizados, en función de la importancia de los personajes, posturas de frente-perfil, disposición en registros o franjas paralelas, etc. Algunas de estas cualidades se alteran eventualmente, como sucede en la estela de Naram-Sin (Louvre), en la que se rompe la estructura de registros, para representar en una sola escena los sucesos relacionados con la victoria obtenida por los acadios en una región montañosa y selvática; en ella sigue destacándo el «desproporcionado» tamaño de la figura del rey


(«perspectiva jerárquica»). Los asirios crean un tipo de relieve que se distingue por un gran realismo en sus representaciones y por el carácter feroz de sus escenas de guerra y caza, que servían para decorar las grandes salas de los palacios.

6.4.6. Pintura. Se utiliza como decoración, subordinada a la arquitectura y a la escultura, principalmente para realzar los efectos de los bajorrelieves. Los restos que han llegado a nuestros días son mínimos.

6.4.7. Cerámica. Lo más sobresaliente de la cerámica mesopotámica se encuentra en la tempranísima aparición de la cerámica vidriada: se conoce un fragmento de pilar procedente del Templo de Ereck en Mesopotamia, de hacia el 2500 a.C. con decoración de rombos 31 . Su aplicación la conocemos, sobre todo, en el recubrimiento de ladrillos con los que se recubría el adobe de los muros. Estas piezas se obtenían decorando ladrillos previamente cocidos con la pasta vítrea correspondiente al color deseado; luego se introducían de nuevo en el horno. Los asirios utilizaron las mismas técnicas para el revestimiento de sus palacios, que perfeccionaron con un reticulado en relieve o rehundido, que servía para limitar la aplicación del color, que de ese modo quedaba encerrado en una especie de celdilla. Este procedimiento era muy útil para evitar las mezclas indeseadas. Al segundo Imperio Babilónico corresponden los muy celebrados restos del Palacio de Babilonia, reconstruido en época de Nabucodonosor en el s. VI a.C.

31

Téngase en cuenta que en occidente, la cerámica vidriada no aparecerá hasta tres mil años después, por influjo islámico.


6.4.8. Glíptica. Los sellos cilíndricos en piedra, por lo general de piedras preciosas o semi-preciosas (jaspe, cornalina, cristal de roca, pórfido, etc.) fueron utilizados por los altos dignatarios para firmar y para sellar las ánforas que guardaban las provisiones de los templos. Son otro de los elementos característicos de las culturas mesopotámicas. Contienen grabados hundidos (en negativo), de tamaño diminuto, concebidos para que produzcan la huella en relieve, tantas veces como vueltas se den. Inicialmente los sumerios emplearon tablillas de arcilla o piedra plana o curvada que muy pronto fueron sustituidas por los sellos cilíndricos, Su utilización se iría ampliando a otro tipo de textos como poemas, epopeyas, leyes, correspondencia privada, inventarios, cuentas de comerciantes, etc. En época acadia se realizan escenas historiadas y en Babilonia alcanzan sus más representativas cualidades. Cuando se popularizó su uso, fue muy frecuente que contuvieran alusines a la epopeya de Gilgamesh, aunque a veces el comprador del sello exigía que se imprimiera su retrato, y en ocasiones, incluso, que llevara alusiones al oficio del propietario.

6.4.9. Mobiliario. Se conoce indirectamente, sólo por las representaciones de los relieves o de la escultura exenta. Es frecuente que los reyes aparezcan sobre tronos macizos, de una pieza única, que parecen indicar objetos realizados con materiales pétreos. Tienen respaldos altos y carecen de decoración. En otros casos los personajes aparecen sentados sobre simples taburetes con pies en forma de patas de animal. En época asiria aparece un mobiliario más complejo, lujoso y recargado, cuyos materiales fundamentales debían ser el bronce y el marfil, a juzgar por algunos restos encontrados. En los relieves de Asurbanipal (British) aparece un tipo de trono con respaldo muy alto, brazos curvados que se unen con el asiento y de este parecen colgar lujosas tapicerías. Los apoyos son unas veces rectos y otras rematados en forma de cono invertido. Al trono puede accederse directamente o mediante dos escalones.


6.4.10. Indumentaria. Sumerios y acadios utilizan como prenda característica un faldellín largo de piel de oveja o cabra, (kaunakes) que al ser realizado más adelante como tejido conserva, como recuerdo del material originario, la disposición en vellones de las pieles de oveja. Los hombres suelen presentarse con barba y cabeza afeitadas y en otras ocasiones con larga barba y cabellera. La mujer, a juzgar por los restos de las tumbas de Ur, parece embellecerse con tocados y joyas de todo tipo (se han encontrado diademas en láminas de oro, piedras preciosas, etc.) En Babilonia y Asiria se modifica la indumentaria debido a las lanas de Babilonia y las sedas tejidas en Nínive. Llevan túnica y manto. La túnica es larga (a veces, aparece corta con botas altas, atadas con cordones -figuras en actitud guerrera-), tiene mangas y abertura delantera para facilitar su paso por la cabeza; se cierra con cordones. Los relieves nos muestran a altos funcionarios con unas bandas cruzadas sobre el pecho, a manera de distintivos de su dignidad. Seguramente, las bandas serían de diferente color y calidad, en función del cargo. El manto, de una pieza, sin costuras, se enrolla sobre la túnica y cae sobre el hombro izquierdo tapando la parte superior del brazo, dejando libre el derecho. La mujer, en las escasas representaciones que se conservan de ella, suele llevar indumentaria similar. Tanto asirios como babilonios aparecen con barba meticulosamente rizada, igual que el cabello, al que, en ocasiones, sujetan con una diadema o cinta. Los reyes se cubren con una especie de turbante o con alta tiara cilíndrica con cuernos. Los asirios serían además muy aficionados a utilizar joyas tanto en muñecas, cuello o cabeza.

6.4.11. Los Metales. Al comenzar el III milenio era ya común el uso del bronce en toda la región, utilizado para todo tipo de objetos: armas, instrumentos de trabajo, vasijas o figuras votivas. Al parecer, empleaban un triple procedimiento de elaboración: mediante molde cerrado, abierto o a la cera perdida. Tanto en época sumeria como acadia son numerosas las figurillas de animales bastante naturalistas. A época asiria corresponden, sin embargo, los mejores ejemplares que se conservan, como las puertas del Palacio de Balawat construido por Asurnasirpal II y Salmanasar III.


6.4.12. Orfebrería. Se conocen sobre todo las joyas de las tumbas de Ur, con un desarrollo que apenas será superado en su contexto cronológico y geográfico próximo.

6.5. Elementos mesopotámicas.

significativos

de

las

culturas

El toro. En las culturas mesopotámicas se nos presenta como un símbolo muy complejo. En principio existen dos concepciones contrapuestas, la que considera al toro personificación simbólica de la tierra, de la madre y del principio húmedo y otra que lo considera como un símbolo del cielo y del padre. En las culturas paleorientales la idea de poder, de fuerza, era expresada por el toro. En acadio «romper el cuerno» significa «quebrantar el poder» (Eliade, M.: Tratado de historia de las religiones, Madrid, 1954). A veces se le considera símbolo de la luna (morfológicamente por los cuernos y la luna en creciente). El toro negro es asimilado al cielo inferior, a la muerte. Para Schneider el toro ocupa la zona de comunicación entre el agua y el fuego, de manera que parece simbolizar el paso entre el cielo y la tierra. Éste parece ser el sentido con que aparece revestido en las tumbas reales de Ur: cabezas de toro rematando arpas, cabeza de oro (fuego) y barba de lapislázuli (agua). Frente al poder y la fuerza del toro (poder fecundador), el buey simboliza el sacrificio, la abnegación y la castidad y aparece relacionado con los cultos agrícolas. Encontramos también la representación de este animal en la decoración de las Puertas de Isthar en Babilonia, como animales consagrados a Adad, dios de las tempestades. La figura de Gilgamesh. Este personaje monopoliza casi exclusivamente los sellos babilónicos, aparece también en arpas de las tumbas de Ur, en cerámica, etc.. Quizá debido a que fue un primer conquistador semítico, desde el primer momento se le representa con la barba semítica. Luego, con el tiempo, se llegaría a convertir en atleta de circo. De gran príncipe que se aventuraba hasta el confín del mundo y trataba de igual a igual a los dioses, se convierte en un Hércules empeñado en descuartizar toros y leones; en ocasiones se le representa con una especie de toro


con cabeza humana, que se dice sería su compañero inseparable, Enkidú. El Poema de Gilgamesh fue escrito en época de Asurbanipal a partir de una leyenda de época acadia32, tal vez, de mediados del segundo milenio a.C. El nombre del héroe Gilgamesh, que aún no ha sido explicado de manera satisfactoria, equivale al sumerio Iztu-bar. Se ha escrito que llegaría a ser rey de Uruk a causa de sus hazañas, su madre sería una diosa muy conocida, Ninsun, sacerdotisa de Shamash, dios sol. Como la Iliada y la Odisea, como las canciones de gesta, el poema de Gilgamesh era recitado y conocido entre los pueblos del Asia anterior. Su influencia en el Sansón bíblico y el Hércules griego parece más que evidente.

32

En un hallazgo relativamente reciente aparecieron 3.000 tablillas de escritos sumerios de época acadia con poemas épicos, mitos y oraciones; entre ellos destacaba La epopeya de Gilgamesh y el poema de la Creación.


6.6. El arte sumerio (2.500-2.350). El arte sumerio corresponde a la época de hegemonía de Uruk (una de las ciudades de Sumer), seguramente en un cierto ambiente de competencia con otras ciudades. En estos años aparece una escritura de carácter geroglífico, que pronto abandonan en favor de la escritura cuneiforme, sobre arcilla, grabado con estilete de caña. Hasta lo que conocemos, la escritura se utilizó sobre todo como instrumento al servicio de la organización económica de los templos, pero también proporcionó listas de reyes, años de reinado, parentescos, etc., narraciones literarias, documentos administrativos. El rey es el jefe del ejército, el organizador de actividades económicas y el representante religioso (sumo sacerdote); como representante de la divinidad, organiza el culto y dirige a los sacerdotes. La economía depende básicamente de la agricultura, que se practica con arados y hoces de metal, y se complementa con las actividades tradicionales (caza y pesca) y con la cría de ganado vacuno, cabras y ovejas. Debió existir un cierto mercado exterior, que está documentado por las carencias metálicas de la zona y por la aparición de elementos tomados de otras formas culturales (torno, arco y carro de 4 ruedas). Las organizaciones urbanas cuentan con estructuras defensivas de cierta complejidad. Es de suponer que fue una época de enfrentamientos entre los distintos estamentos sociales que podrían estar favorecidos por el carácter de los cargos hereditarios, relativamente independientes de la voluntad del rey.

6.6.1. Arquitectura La conocemos a partir de los datos arqueológicos, que nos informan de edificios de ladrillo sobre terrazas elevadas, cubiertos con plaquetas de arcilla


decoradas. En esta época todavía el templo se identifica con el palacio, es decir, se trata de un centro político, militar y económico (por la acumulación de bienes procedentes de las ofrendas) En la época de Messilim (2600-2500) los templos adquieren la estructura de Zigurat. Las tumbas reales de Ur (2500-2350), manifiestan cierta influencia egipcia que se expresa en el carácter de los enterramientos. En el invierno de 1927-28, una expedición mixta del Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania descubrió dos tumbas reales en Ur, que proporcionaron gran cantidad de objetos de metales preciosos (joyas, utensilios, armas y comida, como en Egipto). Aparecieron tumbas individuales formadas por un corredor en rampa que conduce a dos cámaras mortuorias separadas, con cúpula falsa, obtenida por aproximación de hiladas. Allí se encontró el célebre Estandarte de Ur (British Museum), probablemente procedente de una tumba principesca, quizá de Meskalambu, tal vez rey. El Estandarte de Ur es una cajita aplastada, con forma de facistol, decorada en sus cuatro lados en taracea de marfil ó nácar sobre lapislázuli. La otra tumba contenía los restos de una reina o sacerdotisa cuyo nombre,


por inscripciones, se sabe que era Subad, que fue enterrada con sus joyas y ajuar de tocador (tocado de hojas y flores de oro sobre su cabeza). Por la rampa se llegaba a una antecámara que contenía 68 esqueletos de hombres y mujeres que murieron allí mismo, sin ofrecer resistencia ni recibir mutilaciones (probablemente, adormecidos con bebidas opiáceas). Algunos de los esqueletos, que podrían corresponder a las damas de honor de la difunta, llevaban collares, diademas de oro y cuentas de perlas. Se encontraron también esqueletos de caballerías y bueyes. Además había un ajuar de vasos de plata y oro, alabastro, lapislázuli y cristal de roca, un sillón o trono portátil de madera, cofres, tableros de juego análogos al ajedrez y los restos de cinco arpas o cajas de resonancia, en trabajo de taracea, oro y lapislázuli, rematadas con cabeza de toro, con barba en lapislázuli. Se cree que el Arpa era un objeto de uso litúrgico en Sumer, empleado para apaciguar al espíritu de los poseídos y esquivar a los demonios. Posteriormente, como ocurre en Egipto, se sustituye esta costumbre de enterrar a los servidores con el difunto por la colocación de esculturas.

6.6.2. Escultura Entre las esculturas de esta fase que han llegado a nuestros día podemos destacar: a) La placa de Mesilim de Kisch, de hacia el 3.300 a.C. con la representación de un águila sumeria y leones. b) La tableta del rey Ur-Nina de Lagash con su familia (Louvre). (h. 2875 a.C.) con un busto de frente y cabeza de perfil, kaunakes y lleva una esportilla de albañil sobre la cabeza rapada. Podría tratarse de un relieve conmemorativo del inicio de la construcción de un templo.

6.7. El arte acadio (2.350-1800). Hacia los años 2.350-2.300, Sargón I, que había sido un funcionario semita de Sumer, se rebela y se adueña de una importante zona de Mesopotamia (Elam, parte de Siria y Asia Menor y parte del sur de Mesopotamia). Akad (ciudad situada en la actual Bagdad) estaba siuada en un territorio montañoso, donde las lluvias abundan más que en el territorio sumerio. Al parecer, la rápida victoria de Sargón y su consiguiente expansión territorial, que de hecho, coloca a la práctica totalidad de Mesopotamia en sus manos, se debe al uso sistemático del arco y la flecha. El triunfo de Sargón II supone un paso muy importante en el proceso de semitización de la zona, que sin embargo, no fue acompaña de una época dilatada de tranquilidad.


Se piensa que la decadencia de imperio acadio, igual que ocurriría en Sumer, obedeció al creciente poder de altos funcionarios, que fueron controlados hasta que ese poder se desbordó o cedió el del monarca (recuérdese que los altos funcionarios eran pagados con tierras, que permanecían en la familia por conducto hereditario). En todo caso, la situación política fue muy inestable y estuvo plagada de continuos conflictos internos y fronterizos. Por fin, hacia 2.150-2.050, los guti, procedentes de Irán, destruyen Akad. Enseguida, ha. 2.050, son expulsados por Utujengal de Uruk, que restablece la hegemonía sumeria. Es una fase de gran desarollo literario, en la que se crea un sistema bancario con unos tipos de interés muy altos (entre el 20 y el 33 %). La religión adoptada por el pueblo acadio, antes de su contacto con los sumerios, estaba basada en las fuerzas naturales. No necesitaban templos porque admitían que la divinidad estaba en los astros y que se manifiesta en las tormentas, en las cosechas, o en los pastos. Al contactar con las culturas previamente asentadas en la zona se produce un fenómeno de sincretismo que enriquece y complica los panteones iniciales... En época acadia se establece un dios por encima de los dioses locales. el rey es considerado un dios secundario que depende de otro superior (igual que en Egipto). El nuevo panteón está compuesto por Ishtar –que representa al planeta Venus (diosa que protege a Sargón I), diosa guerrera y de la fecundidad–; Anunitu y Shamash. Sin novedades dignas de mención respecto de la época sumeria anterior, como ocurre con la acción política, desde el primer momento los príncipes acadios tuvieron el acierto de presentarse como continuadores de los monarcas sumerios y el arte de este período es muy explícito en ese sentido: Sólo se aprecian diferencias de poca entidad, acaso concretadas en una mayor fantasía frente a la rigidez de la época anterior y en lo que supusieron las tansformaciones religiosas. En época sumeria apenas encontramos representaciones de los dioses, en cambio en el arte de Akad aparecen con frecuencia representaciones de Shamash, dios solar y de Ishtar, diosa de la guerra y del amor. Posteriormente, durante el período babilónico, que supone una nueva etapa de preponderancia semita, volveremos a encontrar este tipo de iconografía con mayor abundancia.


6.7.1. Escultura. En período acadio las figuras aparecen con cabellera y barba, según usos semitas. Entre lo más destacable podemos citar la Estela de Naram-Sin, con una composición narrativa en una sola escena (Louvre) ( 2ª mitad del III milenio). Este personaje, que fue nieto de Sargón, aparece en actitud dominante, sobre los cuerpos de dos enemigos, tocado con un casco con cuernos, que hasta entonces era atributo exclusivo de los dioses, en compañía de ocho soldados de un ejército y siete de otro. Las representaciones de la diosa de Sumer (Louvre, período acadio) adoptada por los acadios aparece con el característico cetro de la doble serpiente, símbolo de la fecundidad del suelo. Lleva como indumentaria una túnica, como de flecos de lana, inspirada en el kaunakes sumerio.

6.8. El arte neosumerio (2200-2000) La época neosumeria supone la vuelta a la situación anterior al período acadio. Gudea, rey de Lagash (al parecer, la ciudad más importante) unifica el territorio sumerio bajo su control. Se restablecen las tradiciones sumerias pero se mantienen rasgos acadios. Se impone cada vez más la lengua acadia. Es la época que contempla la edición del código de Urnamu.

6.8.1. Arquitectura. De la III dinastía de Ur (época Dungi) es el zigurat de Ur, concebido según un modelo similar al que describe la Biblia sobre la torre de Babel.


6.8.2. Escultura. A la época Neosumeria, le corresponde uno de los grupos más interesantes de la escultura sumero-acadia de bulto redondo. Lo integran unas quince estatuas de diorita de Gudea (gobernador de Lagash -los gobernantes de Lagash no se atribuyen el título de rey, sino el de Patesi o gobernador-) dedicadas a distintas divinidades. El personaje aparece sentado o de pie, totalmente rasurado, o con gorro de lana, en actitud de sumisión a la divinidad y ataviado con el manto sumerio que le cubre todo el cuerpo excepto el brazo derecho. Se han encontrado también algunos bustos y cabezas femeninas. La Mujer de la toca (Louvre, Neosumerio) procede de Lagash y está realizada en esteatita verde. Se cree que pudo ser la esposa de Gudea. Está vestida con dos piezas, con adornos, que parecen indicar que se trataba de un personaje de alta alcurnia, con collar rígido de varias vueltas, que aparece en otras esculturas, y toca sujeta con una cinta, que se ha interpretado como un símbolo de castidad.

6.9. El arte paleobabilónico (1.728-1.160). La época paleobabilónica es otra época plagada de conflictos, que son aprovechados por otros pueblos para medrar en los alrededores y realizar algunas incursiones. Ishbierra controla un conjunto de territorios comparables a los existentes de época neosumeria, aunque surgen nuevos estados más o menos independientes. En esta época Asiria se independiza de la Baja Mesopotamia. La ciudad más importante es Larsa, cuya situación geográfica facilita sus posibilidades comerciales. La época más conocida es la de Hammurabi (1728-1686). Hammurabi está al frente de una monarquía absoluta fuerte, justificada por su relación directa con la divinidad. Se supone que el Estado paleobabilónico tenía una fuerte base económica, que no fue suficiente para garantizar la estabilidad de las «fronteras» por un largo período de tiempo. Los sucesores de Hammurabi pierden poder y control territorial. .

6.9.1. Escultura. La pieza más importante es la estela de Hammurabi. Representa al rey en actitud de adoración, con la mano izquierda cerrada ante el pecho y la derecha levantada ante el dios sol que aparece sentado en un trono.


6.9.2. Pintura. Se ha conservado, casi milagrosamente, un fragmento de pintura mural del palacio de Mari, que describe una escena ritual conocida como «el Ordenador de sacrificios» (Louvre). En ella ha sido representado un personaje a gran escala que se identifica con un rey, del que sólo queda parte del cuerpo, seguido por dos personajes que llevan al toro preparado para el sacrificio. A esta época pertenecen también los kudurrus, casitas, monumentos en los que se consignaban donaciones de tierra.

6.10. El arte del reino antiguo asirio (1.800-1.375) La cultura asiria es una cultura híbrida de base autóctona con aportaciones semíticas, caracterizados, hasta lo que sabemos, por una actitud militar muy acentuada. La capital es Assur (mismo nombre del dios supremo correspondiente) y sus rasgos culturales más sobresalientes conectan con lo ya mencionado. El rey sigue siendo el representante de dios en la tierra. Desde la segunda mitad del tercer milenio a.C. el territorio asirio se integra en el ámbito cultural sumero-acadio, se separa con la llegada de los Guti y vuelve a incorporarse con la III dinastía de Ur, pero aprovechando las luchas existentes en esta dinastía el territorio asirio se independiza junto con otras ciudades como Isin, Larsa o Babilonia. Su independencia dura poco tiempo, hasta la subida al poder de Hammurabi, que unifica Mesopotamia y ocupa el territorio asirio hacia el 1783. El arte de esta época no aporta novedades dignas de mención.

6.11. El reino medio asirio (1350-1051) Desde época de Hammurabi surgen nuevos Estados. Uno es el reino de Mitani que abarca la parte alta de Asiria y el curso alto del Tigris y Eufrates, ejercen control sobre la Alta Mesopotamia. Hacia 1350 comenzaría un nuevo período de expansión asiria amparada, al parecer, en una alianza con Egipto (el rey se autotitula «hermano del faraón»), que genera un dominio brutal de Mesopotamia. Se introduce una política de crueldad en las conquistas que


llevan a cabo «prácticas de torturas y masacres sistemáticas». Es el primer dato histórico que habla de una lamentable costumbre... Hacia el año 1.200 se generaliza el uso de armas de hierro, gracias a las emigraciones hetitas. Tampoco en esta época hay restos artísticos dignos de mención.

6.12. Imperio asirio nuevo (884-612). Está cualificado por cuatro monarcas importantes, que aparecen en las representaciones en relieves de los palacios. Assurnasirpal II, que aplica una política de terror, parece ser el más cruel de los soberanos asirios. Para evitar problemas políticos, «inventa» el traslado masivo de pueblos enteros... Aparece por primera vez la caballería. Salmanasar III y Sargón II siguen una política similar.


Assurbanipal, (muy conocido por los relieves de sus cacerías, relieves de la leona herida...) lleva a cabo la máxima expansión del Imperio Asirio. A juzgar por los restos pertenecientes a su reinado, parece que sería un apasionado de la cultura. Crea una gran biblioteca en Nínive compuesta por más de 22.000 tablillas de arcilla cocidas que narran textos históricos, poéticos, filosóficos, mercantiles, etc. Este material fue hallado por Layard en la primavera de 1860 y fue trasladado en cestas hasta Basora y de ahí, en un buque de guerra británico, a Londres. Se dice que esta forma de traslado fue más dañina que la brutalidad de los medos en el año 612 a.C., cuando destruyeron el templo de Assurbanipal. Entre los textos encontrados se hallaba parte del conocido poema de Gilgamesh. La estructura social estaba determinada por los elementos habituales: el monarca y su familia, la aristocracia; el ejército y los altos funcionarios; hombres libres de distintos estatus, (comerciantes, artesanos), campesinado, también con diferente estatus según las zonas, y esclavos. Al parecer, el ejército estaría formado únicamente por asirios.

6.12.1. Arquitectura asiria. El palacio de Korsabad de Sargón II. Las crónicas de Sargón II hablan con frecuencia de las obras del nuevo palacio. Cuenta la tradición que el rey inauguró la costumbre de algo que causaría furor en los siglos posteriores: la ceremonia de colocar el primer ladrillo. Según los relatos de la época, Sargón II llevó la primera canastilla de tierra e hizo el primer ladrillo. Se conoce la descripción de las obras por sus crónicas: «En el mes de Abú, propicio para los cimientos, construí mi ciudad con oro, plata, bronce, piedras preciosas y plantas aromáticas. Allí establecí templos para ... (cita una lista de dioses). Palacios de marfil, cedro, morera, enebro y alfóncigo. Las


puertas de morera y ciprés, forré con bronce reluciente. ... Puse ocho pares de leones que pesaban 4610 talentos de bronce... Placas de piedra caliza con relieves representando mis campañas puse en el interior revistiendo las paredes». Después habla de su inauguración, de sacrificios a los dioses, de regalos de reyes de otras regiones. Los documentos aluden también a que se obligó a las ciudades a trabajar a destajo como prestación impuesta por el rey. En la Biblia se habla también de reparto de trabajo por familias dedicadas a reparación de murallas

6.12.2. Escultura asiria. En el Louvre se conservan restos de toros alados con rostro humano, procedentes de las puertas del palacio de Korsabad. Se trata de una escultura colosal, como genios guardianes del palacio. Figuras con cabeza humana, con tiara cilíndrica y cuernos del poder típicos asirios. Se dice que podría ser un precedente del Tetramorfos citado en el Apocalipsis, del grupo de hombre, águila, toro y león, representado en la iconografía medieval.


6.12.3. Relieves Se conservan también relieves de los palacios del imperio asirio nuevo. Estos relieves muestran frecuentemente temas bélicos. El escultor ilustra con imágenes la misma ferocidad que llevan a cabo en la práctica. Assurnazirpal II en el Palacio de Kalakh encarga ilustrar los relieves con escenas de este tipo que además describe con inscripciones como la siguiente: «Levanté un pilar a la entrada de la ciudad para colgar los pellejos de los príncipes a los que hice arrancar la piel. Algunas pieles estaban en el pilar, otras colgadas de estacas a su alrededor. A algunos rebeldes sólo los hice descuartizar». Debía sentirse generoso... Sólo Assurbanipal se hace representar en reposo («El reposo bajo la parra», representación en la que aparece conversando con su mujer, una de las pocas representaciones asirias con figura femenina). La mayoría de los estudiosos coinciden en que lo mejor de la plástica asiria son las escenas de animales, dotadas de una concepción naturalista muy convincente, en las se muestra gran interés por señalar la anatomía de los animales. Son célebres las cacerías de Asurbanipal (escenas de caza como entrenamiento para la guerra) que decoraban los frisos de alabastro del palacio norte de Nínive, trasladados en 1854 al British Museum.


Muchos relieves asirios mantienen la idea de un rito mágico para la fecundación, como supervivencia sumeria (ritos para propiciar la lluvia en tiempos de sequía o conjurar los diluvios en épocas de lluvias torrenciales). A veces el monarca o sacerdote se ponían máscaras de buitre para identificarse con el principio divino fecundador y tocaban con una piña (como el racimo de la flor masculina de la palmera) a las flores abiertas de la palmera hembra. Ese rito se generalizó tocando con esa flor o racimo a cosas o personas, con la idea de bendecirlas y augurarlas buena fortuna.

6.12.4. Metales. A época asiria corresponden los mejores ejemplares de la metalistería mesopotámica que se conservan, como son las puertas del Palacio de Balawat (858 a.C., British Museum) construido por Asurnasirpal II y Salmanasar III, éste último hace representar la historia de sus campañas. Narran desfiles de prisioneros encordados, sacrificios colectivos, amputaciones de miembros a los vencidos, ciudades cercadas, en llamas, formaciones de infantería, etc.

6.13. El arte del imperio neobabilónico (625-539). En el año 612 a.C. Nínive, ciudad asiria, fue destruida por ejércitos de babilonios, medos y escitas. Se inicia así un nuevo período: el Neobabilónico, que finaliza cuando en el año 539 Babilonia se convierte en una provincia persa. De esta época se conservan algunos restos del Palacio de Babilonia, y gracias a ellos y a los textos existentes, se ha tratado de reconstruir la ciudad levantada por Nabucodonosor. De un palacio ya existente Nabucodonosor mandó reconstruirlo. Entre las dos puertas había una inscripción: «Nabucodonosor, rey de Babilonia, hijo de Nabopolasar, construyó la puerta de Isthar con ladrillos esmaltados de colores para Marduk el Baal o Señor. Puso toros de bronce y fuertes imágenes de serpientes en sus entradas, placas de piedra caliza en el pavimento. El Alto Señor Mard uk le dé, a su vez, vida eterna»


Dentro del conjunto se encuentra la Torre de Babel o zigurat de Babilonia llamado E-temen-an-ki, (casa de los cimientos del cielo y de la tierra) Torre escalonada de siete pisos coronada por un templo situado en la cima a 90 mts. de altura y planta inscrita en un cuadrado de 90 mts. La altura del primer piso era de 33 mts.. Fue excavada por Koldewey. Cuando Herodoto visitó Babilonia hacia el 458 a.C. hizo una descripción de la torre por lo que es de suponer que aún se mantenía en pie. Pero Alejandro Magno ya la encontró en ruinas. Los textos antiguos dicen que en el único lugar en que se empleó la piedra fue en los jardines colgantes. Herodoto dedica un largo párrafo a estos jardines que los griegos consideraban una de las siete maravillas del mundo. Koldewey comprobaría que las construcciones abovedadas, en este caso en piedra, del ángulo más cercano a la Puerta de Isthar eran la base de sustentación de los "jardines colgantes de Babilonia". Se encontró también un pozo con señales de haber tenido una máquina elevadora de agua semejante a una noria. En el Museo de Berlín se conserva la reconstrucción de la Puerta de Isthar situada en la Vía de las Procesiones que unía el palacio con el templo de Marduk. La totalidad de sus paramentos se cubría con temas de leones y sirruk (animal mítico de cabeza de serpiente, cuerpo de dragón, patas delanteras de león y traseras de águila, que casi siempre acompaña a la diosa Isthar).


6.13. PERSIA La antigua Persia, asentada sobre el territorio que actualmente ocupa Irán, a medio camino entre el valle del Indo y Mesopotamia, ocupaba una amplia meseta rodeada de grandes montañas. El interior de esta especie de ciudadela amurallada es un páramo pedregoso,

casi desértico, que ayuda a explicar una parte muy importante de sus cualidades, porque desde muy pronto, seguramente con la ayuda de lo que impone el medio geográfico, fue un área de fuerte caracterización cultural. Su actual nombre, Irán, quiere decir Aryanam, país de los arios, y ello es otro dato muy elocuente acerca del peculiar fundamento étnico de esta interesante zona que, erróneamente, se suele englobar sin matizaciones entre los «pueblos árabes». Lo cierto es que aún hoy en día, de la mano de su peculiar religiosidad chiita –el chiismo es una forma de islamismo radical–, conserva una fuerte caracterización cultural. La región de los Zagros parece haber sido ocupada en época muy antigua (IV milenio) por pueblos cuyo origen se ignora y que se denominan con el nombre de asiánicos. Es probable que estos pueblos, en época protohistórica, se dedicasen a la caza, como principal medio de subsistencia para, poco a poco, hacerse agricultores y pastores. En las excavaciones de los yacimientos correspondientes aparecen gran número de fusayolas en barro crudo, indicio de que ya habían adquirido la técnica del tejido, que será otra de las características


más destacables de las tradiciones persas. Para cazar empleaban la honda y la maza, más que el arco; para la agricultura, azadas de piedra tallada y cuchillos de sílex. En principio, de acuerdo con las excavaciones realizadas, en estos niveles antiguos no aparece metal y tampoco hay indicios de tornos ni ruedas. Así, pues, hacia el cuarto milenio es un área relativamente marginal. Las pequeñas aldeas primitivas tienen casas de adobe que se desarrollaron a medida que se dedicaban con más intensidad al cultivo. Simultáneamente, evolucionan las técnicas cerámicas y las formas decorativas. La aparición de los metales sucede de forma lenta, en apariencia, sin grandes aportaciones extranjeras. El proceso evolutivo experimentará una fuerte aceleración sin que se observen influjos ajenos, al menos, hasta las proximidades del año 3.000 a.C, cuando, como consecuencia de sucesos aún desconocidos, se observan rasgos de influencia mesopotámica, que, por ejemplo, se concretan en la difusión del mito de Gilgamesh en los sellos-cilindros. Hacia comienzos del segundo milenio a.C. grupos de nómadas de origen ario penetran en la meseta irania por las estepas del Turquistán. Unos se dirigen a la India, otros alcanzan la parte Occidental de Persia. Más tarde, hacia el 1500, aparecen grupos indoeuropeos en dos oleadas: bactrios y sogdios; medos y persas, que se hicieron fuertes enseguida. Se apoderaron de las fortalezas autóctonas, impusieron dioses nuevos, difundieron el empleo del caballo como animal de tiro y compañero del guerrero, y protagonizaron múltiples enfrentamientos con los asirios. Como ocurre con la cultura egipcia y mesopotámica, la religiosidad persa se concreta en las fuerzas de la naturaleza, en la tempestad, el río y los animales salvajes que amenazaban al hombre y a su casa. Muy peculiar es la divinización del árbol, en una actitud «protoecológica», que se ha mantenido a pesar del paso de los siglos. Parece que aún en nuestros días, casi todas las aldeas de Irán conservan y cuidan un gran plátano que consideran como una especie de genio protector. Seguramente esa circunstancia es producto del contexto desértico... Estos pueblos achacaban los problemas de su existencia a la acción de potencias maléficas: temen al «mal de ojo», a los sortilegios (embrujos) y buscan para protegerse de ellos talismanes de todas clases. De ahí el gusto primitivo por la representación del sol, de sus rayos, y de los animales, a menudo aludidos por sus rasgos más característicos. En la cerámica del cuarto milenio se representan águilas, leones, toros, cabras, pero también cuernos de toro o de rebeco, alas de pájaros, fauces de león, patas de zancuda, etc. Es de suponer que estos animales contuvieran el carácter simbólico que ya hemos mencionado en relación a las otras culturas de este mismo área geográfica. En este sentido y entre los


repertorios más carecterísticamente persas, destaca la serpiente, que se interpreta como un símbolo de la fecundidad, relacionado con la tierra, acaso revestida de matices comparables a los que se han empleado en nuestro contexto posmoderno. Es posible, incluso, que el carácter maléfico que se adjudica a la serpiente en el Antiguo Testamento tenga algo que ver con esta circunstancia. Como en otras culturas, aquí también aparecen figuras femeninas, que acaso fueran alusiones mucho más prosaicas a la fecundidad. Sin embargo, como también es habitual en el decurso evolutivo de las culturas mediterráneas, enseguida se imponen los dioses masculinos, que ejercen su docta y brutal autoridad sobre la mujer, ahora caracterizada como esposa y madre. Y desde entonces, «machismo» puro y duro... A finales del IV milenio o principios del tercero aparecen en Susa y otros lugares tabletas de arcilla, que hacen pensar en la existencia de una infraestructura administrativa de cierta entidad, comparable a la que había en Sumer y, por lo tanto, en una dinámica histórico-cultural similar a la de las zonas próximas. No obstante, para encontrar rasgos culturales de cierta significación habrán de pasar muchos años, concretamente, hasta mediados del siglo VII a.C., cuando surja en el norte de la meseta iraní un foco de poder ario que se extiende por toda el área mesopotámica, llega al Indo y, por el oeste, hasta territorios que tradicionalmente habían dependido de Egipto. El resultado en términos culturales es una especie de espectacular crisol, en el que se mezclan aportaciones de orígenes muy diversos, que podemos interpretar como el verdadero apogeo de las culturas mesopotámicas, hasta unos extremos que no podemos comprender desde nuestra actual perspectiva, pero que será fundamental en el desarrollo de toda el área mediterránea... De la cultura persa se consideran tres momentos de importancia y trascendencia irregular: el período Meda (650-560), muy mal conocido por la carencia de textos y la escasez de objetos materiales, que si creemos a Herodoto 33, pudo tener gran entidad; el período aqueménida y, por fin, la fase sasánida, de gran esplendor, que va desde el 226 al 640 d.C. Aunque los griegos describen a los persas como bárbaros, seguramente habría que matizar mucho unas apreciaciones, que estaban condicionadas por la competencia que se estableció entre los dos focos culturales. Es sabido que el 33

Herodoto habla de una ciudad cuyas murallas tenían incrustaciones de oro. Es de suponer que se refería al recubrimiento cerámico.


enemigo es malo, feo y, además incivilizado. Basten algunos detalles elocuentes para matizar las apreciaciones griegas: cuando Ciro entra en Babilonia publica un edicto por el que permite a los rehenes de otras naciones vencidas regresar a sus respectivos lugares de origen y llevarse consigo sus correspondientes dioses. En la Biblia se glorifica a Ciro por su edicto concediendo la libertad a los judíos deportados a Babilonia por Nabucodonosor. Y frente a lo que sucede en el universo asirio, en las escenas de los relieves persas no se muestran castigos o deportaciones... Si, en contrapartida, pensamos en las «civilizada» costumbre espartana de despeñar niños deformes, comprenderá el lector, lo relativos que pueden a llegar a ser ciertos juicios históricos. La Persia aqueménida está caracterizada por la acción de Ciro II el Grande y Darío III. El primero (559-529) funda el imperio persa aqueménida, con centro en el actual Irán, que se extiende, por el este, hasta la India y, por el oeste, hasta las ciudades griegas de Asia menor. Establece primero la capital en Pasargadas. Su hijo Cambises II conquista Egipto. A partir de esta época se institucionalizan los conflictos con Grecia, que durarán hasta el año 330 a.C., en que Persia es anexionada al imperio de Alejandro Magno y se inicia un periplo histórico sujeto a imperativos exógenos, movilizado por una nueva potencia... De hecho, las diferencias culturales entre griegos y persas no son tan grandes como se podría pensar tras una visión rápida de las páginas de cualquier manual de historia del arte. En Persia el poder gira alrededor de una monarquía absoluta teocrática, pero de gran tolerancia —en términos comparativos— con las culturas de los alrededores. El Imperio está dividido en 20 distritos (satrapías). En paralelo a lo que sucede en


Grecia, también en Persia se establece un sistema económico monetario. Darío I hizo acuñar monedas por primera vez en oro puro (daricos), que servirían para pagar tropas mercenarias y para el comercio con el exterior. No parece que se utilizara en el comercio interior. Se han encontrado daricos en Grecia y Asia Menor, nunca en Irán. En Persépolis se encontraron en los ángulos de la Apadana de Persépolis pero seguramente procedían de Mileto y Sardes. La religiosidad persa depara una espectacular sorpresa a quienes no perciban otra información que las habituales en los medios de comunicación... aunque sea en la sección cultural. Imaginamos que a los amantes de los «culebrones», habituados al surrealismo latinoamericano, ya no les sorprenderá nada. La religión dominante es el mazdeísmo, de Zoroastro o Zaratustra (Zarathustra o Zardusht), que popularizara Staruss y, sobre todo, Kubrick en la banda sonora de 2.001, una odisea en el spacio. Ignoramos cuándo tuvo lugar la predicación de Zoroastro, si en el siglo VII a.C. o mucho antes. Pero en cualquier caso, gracias a la conservación de los textos sagrados, sabemos que el mazdeísmo es una religión que parte de la revelación proporcionada por Ahura-Mazda, principio del bien, dios creador, que se representaba con aspecto humano, de perfil, rodeado de un círculo alado, con una flor o una copa de licor santo. La revelación a Zoroastro, que, en ese sentido tiene el mismo carácter que los profetas bíblicos. Aunque aún subsisten muchas brumas en torno a esta figura, parece ser que, como sucedió en los casos de Jesucristo y Mahoma, la revelación fue recopilada en el Avesta (o Zend-Avesta) por los discípulos de Spitama Zaratustra y se sustenta en principios éticos que aún hoy nos resultan sumamente familiares. Entre ellos destacan la equidad y la sinceridad, que, a su vez, otorgarán fundamento a un sentido peculiar de la dignidad humana y que, por la defensa del esfuerzo y el sacrificio, como vehículos de enaltecimiento moral, impresionará vivamente a los espartanos. Probablemente, por todo ello, el arte persa presenta unas cualidades matizadamente distintas de las que hemos visto hasta ahora. La mayoría de los autores destacan que ante los relieves persas de época aqueménida, se respira calma, juicio, equilibrio, pero lo cierto es que el peso de las tradiciones mesopotámicas es tan fuerte que es preciso echar mucha imaginación para advertir grandes diferencias entre, por ejemplo, las «maneras» asirias y las persas. Dando de mala gana por buenas esas supuestas cualidades persas, en concordancia con la mencionada actitud próxima a las ideas de nobleza que aún tenemos, el animal predilecto en la ornamentación persa de esta época es el ibex o cabra montés, animal característico de la zona iraní, que vive en las zonas altas, y, frente a las bestias grandilocuentes de otros ciclos culturales, parece ser una buena referencia para recordar al hombre que debe tener los pies en el suelo.


Otra cualidad sorprendente de la cultura persa de estos años es que sus cultos no requieren grandes elementos arquitectónicos. Al parecer, tal y como recoge Herodoto, se organizaban altares al aire libre. En ello si existe una diferencia clara respecto de los anteriores ciclos.

6.13.1. La arquitectura palaciega. Al período Aqueménida corresponden los ejemplares característicos de la arquitectura persa, deudora de las tradiciones mesopotámicas, pero también de Grecia y de India, que, por las razones ya indicadas, se concreta especialmente en el ámbito palatino y en el funerario. Los ejemplos más significativos son los palacios de Pasargada, construido por Ciro y Persépolis, por Darío y Jerjes. Este último fue edificado sobre una terraza con basamento de piedra y escaleras o rampas que conducían a una grandiosa entrada adintelada rematada con la gola egipcia, flanqueada por toros alados, a semejanza de los palacios asirios. Al lado del palacio oficial se encuentran las salas de recepción (Apadanas, donde se recibía a los sátrapas o gobernadores de provincias), enormes salas hipóstilas, con cubierta plana sobre entablamentos de madera que descansan, a su vez, sobre altas columnas de piedra. Esta fórmula arquitectónia permite grandes espacios diáfanos, que serían imposibles si el entablamento fuese de piedra. Las columnas presentan el característico capitel persa, de grandes proporciones, conformado con series de volutas que sostienen dos medios cuerpos de toros arrodillados, sobre los que descansan las vigas transversales del entablamento. La decoración sigue


las fórmulas tradicionales mediante bajorrelieves. Al parecer, siguiendo a Godard, el conjunto de Persépolis no llegó a ser habitado. Un médico griego que vivió 20 años en la corte de Artajerjes II no lo vio ni habló de él en sus crónicas. Los restos que han llegado a nuestros días no reflejan ningún signo de uso; ni la vajilla, realizada en Egipto, parece haber sido empleada jamás. Por lo visto, esta capital se convirtió en un monumental símbolo de la grandeza aqueménida, que era visitada por los monarcas una vez al año (en Año nuevo), para rendir honores a las tumbas de los antepasados y recibir los tributos de los pueblos sometidos. Por fortuna poseemos un repertorio de textos de la época que nos ayudan a imaginar lo que pudo ser el palacio de Darío I de Susa: «La ornamentación de este palacio que yo he construido en Susa fue traída de lejos. La tierra fue cavada hasta la roca. Una vez hecha la excavación fueron arrojados guijos en ella. Sobre esta base fue construido el palacio. Los ladrillos fueron modelados y cocidos al sol por los babilonios. Las vigas de cedro fueron traídas de una montaña llamada Líbano. El pueblo asirio las trajo a Babilonia. Desde Babilonia, los carios y los jonios las trajeron a Susa. La madera llamada yaka fue traída de Gandhara y de Carmania. El oro fue traído de Sardes, de la Bactriana y fue trabajado aquí. La magnífica piedra llamada lapislázuli y la cornalina fueron trabajadas aquí pero traídas de Sogdiana. La preciosa turquesa fue traída de la Jorasmia y trabajada aquí. La plata y el ébano fueron traídos de Egipto, la decoración de los muros fue traída de Jonia. El marfil, trabajado aquí, fue traído de Etiopía... Los canteros fueron jonios y de Sardes. Los orfebres que trabajaron el oro fueron medos y egipcios. Los hombres que trabajaron los ladrillos cocidos, éstos fueron babilónicos. Los hombres que decoraron los muros fueron medos y egipcios». El palacio de Susa sería algo así como la residencia de invierno de los monarcas posteriores a Darío I. Por desgracia, no se han encontrado restos arquitectónicos, sólo cerámica vidriada, bastante destruida. Respecto de la arquitectura anterior, es importante advertir el nuevo papel que ahora se adjudica al colorido, materializado en las columnas pulidas y brillantes, en vigas de madera y techos con decoración pintada, puertas revestidas de placas de oro o bronce. Entre columnas colocaban cortinas en las que se representaban animales de todas clases. En el segundo período de esplendor persa, con los sasánidas, su influencia se extiende por Oriente hasta China y por Occidente a través de Bizancio y de la cultura islámica. Los palacios más importantes de esa época son los de Firuzabad,


Sarvistán y Ctesifón, donde adoptan el tipo de construcción abovedada y utilizan también la cúpula sobre trompas.

6.13.2. Arquitectura funeraria.

Como ya hemos advertido, las costumbres funerarias de los persas estaban reguladas por el mazdaismo, que imponía el abandono de cadáveres para ser devorados por perros o buitres. Sin embargo, siempre ha habido clases y gracias a ello, se han conservado algunos restos, supeditados a la idea de mantener el recuerdo de los más poderosos. Como solución de compromiso entre las costumbres ascéticas y las atribuciones del poder, la supuesta tumba de Ciro, construida cerca de Pasagarda, es un pequeño y tosco edículo, construido sobre gradas, con cubierta a dos aguas, de seis metros de alto, que da una imgen bastante patética de la supuesta grandeza de Ciro... Así son las cosas del arte antiguo: si existen pirámides, recordamos el esplendor de quienes las construyeron a fuerza de latigazos... Con la conquista de Egipto se adoptan algunas de sus costumbres y, entre ellas, el uso de hipogeos. En la necrópolis real de Naqsh-i-Rustam, a 3 km. de Persépolis, en zona montañosa, existen algunas tumbas reales de tipología muy relacionada con las tradiciones egipcias.


6.13.3. La escultura persa. El relieve persa está directamente inspirado en los tipos asirios, aunque, como ya digimos a desgana, con un supuesto carácter más refinado y armónico. De todas formas, los tallistas persas y quienes les daban órdenes rehuyeron las escenas violentas, sin que existan otros rasgos significativos. Se siguen utilizando franjas, colocadas en las partes bajas de los muros palaciegos, para representar cortejos de leones, toros alados, monstruos o guerreros ataviados con mantos bordados y armados con arco y lanza, o portadores del tributo, luchas del león con el toro, representaciones del héroe combatiendo a los monstruos, etc.. Son frecuentes los relieves de grandes dimensiones con el rey en su trono, sostenido por figuras representativas de las diversas satrapías. De acuerdo con la mencionada valoración del color, propia del arte persa, André Godard sostiene que estos relieves estarían pintados, e incluso complementados con la superposición de objetos dorados. En algunos relieves aún se pueden ver las huellas de los engarces de brazaletes y collares, que muy probablemente fueron de oro y pedrería.

6.13.4. Otras manifestaciones artísticas persas. Los restos de pintura son escasos. Se reducen a la mencionada policromía de esculturas y bajorrelieves. Algo más abundantes son los restos cerámicos. En época prehistórica, en la zona más al sur aparecen unas vasijas con forma de animal (perfil de pájaro) y otras con decoración geométrica, vegetal o animal. Posteriormente surgen recipientes de bronce con formas similares a las cerámicas, aunque se mantienen los recipientes zoomórficos y antropomórficos de barro cocido (s. IX-VIII a.C.). En época aqueménida adquiere gran relevancia la cerámica vidriada, otorgando continuidad a lo que ya habíamos visto. Destasca el impresionante friso de los Inmortales, del Palacio de Artajerjes II en Susa, que parece


representar a la guardia personal del monarca. La metalurgia se desarrolló en esta zona con gran rapidez, seguramente, por las posibilidades mineralógicas del territorio persa, que dieron lugar a un auge metalúrgico que se hizo patente, sobre todo, en el terreno armamentístico. Por fortuna, la cosa no quedó sólo ahí y ese desarollo culminó en la parición de una «escuela metalística» de cualidades singulares, que integrará lo más florido de la producción material persa. A mediados del segundo milenio corresponden los conocidos bronces del Luristán (al norte de los Zagros). De las tumbas de esta zona provienen numerosos objetos de bronce, oro y plata, descubiertos por arqueólogos alemanes y franceses a partir del año 1928, a los que se adjudica una cronología de hacia finales del segundo milenio (h. 1200 a.C.) Los de bronce fueron realizados a la cera perdida. Son puñales, espadas, mazas, escudos, hachas, puntas de flecha y lanza, arneses de caballos, bocados de caballo, de doma, de ceremonia; joyas para hombres y mujeres, brazaletes, fíbulas, botones, espejos, instrumentos de tocador, vasos de todas clases, para libaciones funerarias, copas, cuencos, y sítulas (para recoger agua para las ceremonias). En la mayoría de los casos están decorados con escenas tomadas de la cultura asiria (aparece Gilgamesh junto con su compañero Enkidu, en unos casos transformando su aspecto inicial, adquiere carácter de protector de cosechas y ganados). Por influencia mesopotámica, aparecen figuras de seres alados, grifos, monstruos, etc. Las armas de hierro se incorporan en un momento relativamente temprano, hacia el siglo IX a.C., aunque ello no significa que se abandone el bronce para el mismo fin.


En tono menos belicoso, hacia los siglos IX y VIII, la región de Amlach proporciona vasijas de plata y oro en forma de copas con asa, cinturones de oro, fíbulas, pectorales, etc. En época aqueménida no se observan cambios ni en técnica ni decoración. La orfebrería pasa a ser la que mejor define las artes decorativas de este período. A esta época corresponden las Copas en forma de cuerno (rytón), que también están documentadas irregularmente en otros lugares del mundo mediterráneo. Es probable que la aparición de estos elementos derive de las costumbres asociadas al pastoreo. Las copas de cuerno terminadas en figura de animal (rebeco o grifo) eran todavía productos típicos del arte aqueménida, de manera que cabe la posibilidad de que el ryton griego en forma de testuz de ciervo fuera una reinterpretación de estos mismos modelos. Conocemos una copa, parcialmente dorada, en forma de cuerno, realizada en época aqueménida y procedente de Erzinkan (Turquía), con un grifo de carácter persa, pero con decoración vegetal de claro influjo griego, que seguramente habla de una fase muy activa de influjos recíprocos. Es posible que este vaso estuviera relacionado con los cultos mazdeistas y, más concretamente, con su licor ritual, la haoma, tal y como reflejan algunos relieves.

6.13.5. La indumentaria persa. Los hombres llevan túnica de mangas ensanchadas en los bordes, que se va transformando a medida que se añaden elementos de los pueblos sometidos. Así, esa túnica se va ampliando con pliegues ampulosos hasta los pies, y se decora con cenefas bordadas de origen asirio. La kandís o túnica ceñida con cinturón fue difundida por los persas entre los pueblos vecinos. Los soldados llevan una


especie de pantalón largo ceñido combinado con túnica corta con cinturón (Anaxirides) Según Herodoto, los persas llevaban calzado abotinado que llegaba hasta el borde del pantalón, con puntas curvas que se sujetaba mediante cintas rojas. Usaban cabellos y barbas rizados más cortos que los asirios. Los tocados persas son sumamente peculiares. Destacan el bonete en forma troncocónica invertida, propio de los persas, y el gorro para cubrir la nuca dejando al descubierto la oreja, de los medos. También usaban un gorro circular de material blando provisto lateralmente de bandas de tejido que envolvían la nuca, las orejas y las mejillas cruzándose por debajo de la barbilla, seguramente para defenderse del frio.


6.14. Los fenicios. Fenicia ocupaba una franja costera entre la Península de Anatolia y del Sinaí, en una zona que acredita restos urbanos de gran antigüedad. Seguramente, la cultura fenicia fue la última etapa de otra anterior más antigua de la que carecemos de datos culturalmente significativos. Su actividad comercial no se manifiesta hasta los alrededores del año 1200, en relación a los conflictos que tuvieron lugar en el oriente mediterráneo en esa época, que suponen la alteración del equilibrio político precedente (pueblos del mar). En esa época, los asirios pierden poder y algo parecido sucede con la hegemonía naval cretense, de la que hablaremos en el capítulo siguiente. El resultado fue una situación peculiar, que fue aprovechada por un pueblo de escasa entidad demográfica, para emprender una espectacular aventura de expansión comercial. Los fenicios se dedican a intercambiar productos orientales y occidentales por el Mediterráneo, ampliando progresivamente su radio de acción hasta llegar a la península Ibérica, seguramente a la búsqueda de metales y trazando una infraestructura de colonias de entidad comparable a la que desarrollarán los griegos unos años después. Hacia el año 1.100 ya existe un establecimiento fenicio en Chipre, que exporta el cobre producido en esta isla. Gracias a su acción, se manifestará el primer gran fenómeno de difusión cultural del mundo Mediterráneo, asociado a los productos manufacturados de Oriente Medio. Aún hoy puede resultar sorprendente que con los medios de transporte existentes en el siglo VIII a.C. pudieran llegar, por ejemplo, productos fabricados en una ciudad mesopotámica a la península Ibérica. Lo cierto es que así fue y que el asunto no quedó en un simple intercambio de objetos. Como tendremos ocasión de ver al tratar del fenómeno de «las colonizaciones», los objetos más singulares encontrados en el sur de la península Ibérica manifiestan una relación tan estrecha con los realizados en Oriente Medio, que no caben argumentos para negar la entidad de la acción cultural fenicia. Navegando de día y preferentemente en primavera, realizaban viajes que podían durar dos o tres meses, a lo largo de los cuales era necesario contar con el apoyo de las colonias, de manera que éstas debían tener cierta estabilidad.y, por supuesto, una mínima entidad militar, comparable al de las ciudades-estado mesopotámicas. Se conocen ciudades-estados autónomas en el levante mediterráneo como Arados, Biblos (Beyrut), Sidón y Tiro (hegemónica entre el 1000 y 774 a.C.). Además de Chipre, la colonia más antigua pudo ser Cádiz (1110 a.C.) que adquiere gran importancia en relación a Tartesos. Hacia 1100 se fundaría Utica, en la costa septentrional de Túnez, y en el 814 a.C., Cartago, a unos 30 km. de


Utica, en una situación anómala, porque no es habitual que existan colonias tan próximas, pero que quizá estaba justificado por la riqueza agrícola de aquella zona o por alguna escisión en el seno de la familia real que gobernaba Tiro, porque está documentada la intervención de algunos de sus miembros en la fundación de Cartago. En Sicilia se conocen tres colonias: Solunto, Motya y Panormos. En Cerdeña, Tharros. En muy poco tiempo, los fenicios establecieron una retícula de puntos estables que cobraron su máximo esplendor en los alrededores del siglo VIII y se mantuvieron hasta la expansión del imperio romano. En principio, cada ciudad-estado fenicia estaba controlada por un rey, tal vez apoyado por un consejo de personas poderosas, cuyo número iría en aumento a medida que crecían las posibilidades económicas del comercio.A partir de los siglos IX o XIII parece documentarse la presencia de egipcios y asirios en estas ciudades, que se alejan del sistema monárquico en beneficio de otro oligárquico. El carácter de las colonias fenicias parece ser muy variable, seguramente, condicionado por la entidad de la aportación local. En el caso de Cádiz, por ejemplo, parece ser que la aportación fenicia fue poco relevante y que, básicamente, se mantuvieron inalterables las costumbres anteriores. En otros casos, por ejemplo, en Ibiza, la aportación fenicia, filtrada a través de Cartago, fue muy superior. La religión fenicia guarda una muy estrecha relación con las de los pueblos próximos en su lugar de origen. Los dioses más importantes son: Astarte, que es una adaptación de la Istar babilónica, aparece con los fenicios como una divinidad astral, solar, protectora de la navegación con claros componentes bélicos. Tanit, que tuvo mucha entidad en Cartago, es una trasposición de Astarte. Baal-Hammon. Es el dios de la sabiduría, pero tiene menor importancia que Astarte. El alfabeto fenicio es, sin duda, su aportación más importante. Parten de la escritura egipcia primitiva, que readaptan con un sistema más operativo que transmiten a los griegos hacia el siglo VIII a.C. y éstos a su vez a los etruscos, íberos, romanos... El uso que los fenicios hicieron de la escritura fue tal, que la raíz griega «biblos», de la que derivan muchas de nuestras palabras, surge precisamente de Biblos, nombre que otorgaron los egipcios a los conjuntos de hojas escritas.


Los restos culturales fenicios tienen escasa entidad, salvo en unos pocos lugares, especialmente en Cartago. Son restos de un fuerte carácter ecléctico, con esasas aportaciones propias, que apenas tienen interés salvo para documentar cómo las fórmulas artísticas y decorativas egipcias, asirias, babilónicas, etc. pudieron viajar de un extremo al otro del mar Mediterráneo, en un momento extraordinariamente temprano.


7. Las culturas cretense y micénica. En la actualidad, se entiende que la cultura cretense o minoica compone uno de los sustratos fundamentales de la civilización griega, del que surgirá ésta tras una fase de transición, en el seno de lo que llamamos la «cultura micénica». Y aunque como tendremos oportunidad de señalar, en todos los años que duró ese proceso tuvieron lugar varios ciclos de «gran agitación» 34, lo cierto es que se desarrolló en coordenadas de continuidad prácticamente absoluta. De hecho, en la bibliografía tradicional, aunque es habitual hablar de culturas minoica, micénica y griega antigua, todos los tratadistas coinciden en indicar que no es posible establecer ningún punto de ruptura y que, por el contrario, las tres, junto con los precedentes cicládicos, determinan una secuencia evolutiva continua, que desemboca en la aparición de la escritura alfabética, cuando se abre la puerta que conducirá a un «mundo nuevo» y revolucionario. Pero sin adelantar acontecimientos, de ahora interesa destacar una de las cualidades fundamentales 34

Aún hoy es difícil saber cuál fue la naturaleza de los incidentes que sacudieron a la cultura minoica y se manifestaron en la destrucción violenta de sus ciudades.


de lo que acabará siendo la cultura griega: su carácter marítimo, su dependencia respecto de un contexto geográfico determinado por el mar o, mejor, por las posibilidades de relación y transporte que establece el mar. Es muy importante advertir que en el Mundo Antiguo «Grecia», es una entidad geográfica que comprende la práctica totalidad del litoral norte del Mediterráneo oriental, las pequeñas islas comprendidas en él (ver mapa adjunto) y, por supuesto, Creta. Frente a lo que había ocurrido hasta entonces en todas las culturas conocidas, nos hallamos ante una situación histórica nueva e, incluso, sorprendente para una visión del proceso cultural indisolublemente asociado al concepto de «territorio», tal y como hoy lo entendemos. En este caso, el «territorio» no es un espacio físicamente estable sino algo más abstracto, determinado por las posibilidades de interrelación de las vías de comunicación marítima. Aunque al hablar expresamente de la cultura griega tendremos necesidad de volver sobre estas consideraciones y sus consecuencias culturales, quede claro ahora que las culturas cretense y micénica marcan el comienzo de un proceso cultural que evolucionará de modo continuo hasta la caída del Imperio Romano y que estará determinado por las posibilidades de comunicación que tiene el mar y, más concretamente, el mar Mediterráneo. De hecho, salvando las eventuales actividades de los fenicios por la costa sur, podemos decir que los cretenses son los primeros dominadores de las rutas marítimas mediterráneas. Si decíamos que la magnífica cultura egípcia era el fruto de las excepcionales posibilidades agrícolas del río Nilo, ahora podríamos decir que la fase de evolución humana definida por las culturas minoica y micénica está caracterizada por el desarrollo de la navegación marítima y por las posibilidades de todo orden que ese hecho engendra. Ese es el sentido de la llamada «talasocracia cretense» y en ese sentido, la Isla de Creta, la más meridional del Mundo Griego, situada a mitad de camino entre el continente europeo y el norte de Africa, ocupa un lugar de verdadero privilegio. Así, pues, los cretenses jugarán un papel difusor de primera magnitud en relación a la cultura egipcia, que gracias a ellos y al filtraje correspondiente, será conocida en lo que hoy es el continente europeo. Aunque la población asociada a la cultura cretense parece ser similar a las del resto del Mediterráneo, sus orígenes concretos aún no están muy claros. A juzgar por lo que expresan las más antiguas fuentes literarias de los griegos, éstos desconocían su pasado anterior a la época de Homero (siglos IX-VIII a.C.). Atendiendo a los mitos, parece ser que los más antiguos habitantes de la península Helénica procedían de un lugar ajeno a ella, que podría ser la isla de Creta o cualquier otra del grupo cicládico; al fin y al cabo, la leyenda del rey Minos podría apuntar en esa dirección. No obstante, Creta, así como la fachada mediterránea de Asia Menor parecen participar de una dinámica común de


orígenes más antiguos, icluso, que los de la época cretense.

En todo caso, los restos cretenses son los testimonios más antiguos que conocemos sobre los orígenes de la cultura griega. Desgraciadamente, estos restos han llegado a nuestros días deformados por los procedimientos arqueológicos y restauradores del siglo XIX, que, como en otros muchos casos, no han sido eliminados gracias a sus posibilidades turísticas, aunque el precio a pagar haya sido muy alto. De hecho, lo que hoy vemos cuando visitamos los palacios cretenses no es una reconstrucción hipotética de lo que pudieron haber sido en un momento abstracto e indeterminado, sino la visión que de ellos tuvieron quienes los restauraron. Las primeras excavaciones fueron realizadas por tres arqueólogos míticos, cuyo carácter se acercaba considerablemente a la visión que de esa profesión propuso Spielberg en su famosa serie sobre Indiana Jones: Schliemann, Halbherr y Evans. El primero, cuya principal actividad se desarrolló en Troya, en la segunda mitad del siglo XIX, excavó en Micenas y Tirinto.A finales del siglo XIX, un grupo dirigido por Federico Halbherr trabajó en Faistos y Kamarés. Más tarde, a principios del siglo XX, Evans, profesor en Oxford, excavó en Micenas y en la isla de Creta, concretamente, en los palacios de Cnosos, Faistos y Hagia-Triada. Seguramente presionados por quienes les financiaban las campañas, que deseaban obtener buenos rendimientos de ellas, aquellos aventureros desarrollaron una «arqueología» peculiar, obsesionada por el «descubrimiento de


objetos museables» y apenas interesada por reconstruir los datos históricos 35.

35

A finales del siglo XIX y principios del XX no existían los criterios de cientifismo histórico que hoy manejamos. Fruto de ello se realizaron verdaderas «escabechinas» en la mayor parte de los yacimientos que fueron excavados. En España, concretamente, existe un yacimiento que fue objeto de esas prácticas y resultó prácticamente destruido: Medina az-Zahra y otros muchos que registraron daños irreparables..


7.1. Evolución histórica y cronología. Tal y como es habitual en estas épocas, las cronologías que podemos encontrar en los diferentes autores varían de modo substancial. La recogida en el cuadro adjunto puede servir a modo indicativo y para expresar que, de nuevo, como ocurriera con la cultura egipcia, nos hallamos ante un proceso evolutivo muy lento, extraordinariamente lento, que duró más de 1.500 años, en el curso de los cuales, desde los testimonios conocidos, apenas se concretaron testimonios de gran entidad. A falta de otros datos, la fuente fundamental para la determinación de esa evolución fue la cerámica encontrada en los palacios cretenses, que, a su vez, pudo ser clasificada con el auxilio de los restos procedentes de la cultura egipcia. En concreto, los escarabeos egipcios, con el sello de los faraones, sirvieron a Evans para establecer las distintas etapas de la construcción del palacio de Cnosos. Cultura Minoica:

2600 - 1900 a.C. Minoico Antiguo (Pre-palacial) 1900 - 1600 a.C. Minoico Medio (Período de los Grandes Palacios) (ha. 1380 destrucción de primeros palacios) 1600 - 1120 a.c. Minoico Reciente ó Micénico Reciente (1400-1150 a.C.) Según la clasificación de Evans: 3400-2100 a.C. Minoico Antiguo (época de formación) 2100-1530 a.C. Minoico Medio. Primeros Palacios, cerámica de Kamarés. 1580-1250 a.C. Minoico Final.

En todo caso, es importante resaltar que las grandes aportaciones culturales de esta época no fueron las que hoy conocemos y aquí señalaremos, sino unos objetos de los que no se ha conservado nada en absoluto y que debieron componer el fundamento de la hegemonía relativa de los cretenses: sus barcos. Unos barcos que implicaban un auge considerable de la tecnología relacionada con la madera que, a su vez, debió manifestarse también en el desarrollo de una arquitectura de la que apenas quedan testimonios.


7.1.1. El Minoico Antiguo. Al parecer, las fundaciones urbanas cretenses más antiguas datan de hacia el 2.600-2.000, que parecen ser resultado de un proceso de sedimentación cultural procedente de los dos grandes focos de la época, acaso fomentado por el interés de egipcios y «mesopotámicos» por explorar las riquezas minerales de la zona griega. Es posible que para los habitantes autóctonos esta situación sirviera de acicate para fomentar el desarrollo de las técnicas de navegación hasta convertir Creta en un verdadero centro de intercambio comercial a gran escala, polarizado por los productos de lujo. Seguramente, en estos primeros años el poder político estaría articulado según las fórmulas que habitualmente suponemos a los pequeños «señoríos» de épocas protohistóricas. Hacia los años 1700-1400 esta fórmula cedería en beneficio de una monarquía unitaria más centralizada o dirigida desde Cnosos (allí es donde han aparecido las más desarrolladas muestras arquitectónicas). En esta época parecen prevalecer fórmulas religiosas muy primitivas, relacionadas con las fuerzas de la naturaleza, pero lo cierto es que apenas tenemos datos sobre los que apoyar hipótesis contrastables en este sentido.Apenas podemos imaginar que en aquella época debieron nacer las peculiaridades que más adelante caracterizarán a la cultura griega y la distinguirán de las de los alrededores.

7.1.2. El Minoico Medio (ha. 2.000-1570). «Primeros Palacios». La acumulación y concentración en pocas manos de las riquezas del período anterior, pudo dar paso a una situación más desahogada, capaz de permitir empresas constructivas aún más ambiciosas que, a su vez, fuera capaz de albergar un aparato administrativo de tamaño creciente. En ese proceso situamos la construcción de los palacios de Cnosos (o Knosos ), Faistos (o Festos), Maliá (o Mallia) y Hagia Triada. Las excavaciones realizadas en ellos inducen a pensar que existieron dos grandes centros administrativos y políticos (Cnosos y Faistos) y otro (Hagia Triada) acaso especializado en funciones más prosaicas, de recreo o algo parecido. Sorprendentemente, los palacios cretenses de esta época, que siempre están cerca del mar, carecen de murallas, lo que permite imaginar una situación acorde con los fenómenos culturales ya indicados: de algún modo –seguramente gracias al desarrollo de la técnica naval–, los cretenses consiguieron una situación de fuerza e independencia que no podía ser amenazada por los pueblos de los


alrededores 36. El final del período lo define la práctica destrucción de todos los palacios de la isla de Creta. Se ha pensado en fenómenos naturales (terremotos o maremotos) o en invasiones desconocidas, pero lo cierto es que no se tiene certeza en ningún sentido. Las excavaciones nos informan de que los palacios fueron reconstruidos inmediatamente, con mayor esplendor, de manera que la grave situación que ilustran las destrucciones, que además coinciden con la invasión de Egipto por parte de los hicsos, sólo fue efímera.

7.1.3. Minoico Reciente (1600 a 1380 a.). «Segundos palacios» ( 1.570-1.425). Con la reconstrucción de los palacios cretenses se abre un período que, ahora sí, culminará de forma dramática, con el incendio de todos ellos entre el año 1.425 y el 1380, momento que marca el comienzo del ocaso cretense y el triunfo de Micenas.

36

Naturalmente caben otras explicaciones. Las ciudades espartanas carecían de murallas porque sus habitantes adoptaron una estructura militar, orientada exclusivamente a la autodefensa, prácticamente invulnerable.


7.1.4. Micenas. El ocaso de Creta en beneficio de Micenas está relacionado directa o indirectamente con la parición de los aqueos, a partir del año 1380, en que los arqueólogos subrayan algunos cambios culturales de cierta entidad, como la

aparición del megarón y ciertas formas cerámicas nuevas. Desde lo que antes advertíamos habría que extremar la prudencia en relación a esas supuestas aportaciones, por razones obvias. Si la cultura cretense fue una cultura estrechamente relacionada con la tecnología de la madera, lo lógico es suponer que en los más de mil años que duró el desarrollo de la cultura cretense, pudieron aparecer centenares de fórmulas arquitectónicas mucho más evolucionadas que el megarón En cualquier caso es importante advertir que esa nueva aportación étnica enseguida quedó integrada en el proceso cultural específico de la tradición cretense, de manera que adoptaron los mismos criterios administrativos, aprendieron sus técnicas marítimas, se adaptaron a las rutas comerciales tradicionales y, tal vez, las ampliaron. Para la época de apogeo micénico tenemos datos sobre sus actividades en la desembocadura del Tiber, los Balcanes, el Mar


Negro, etc. El periodo micénico es el mejor conocido, porque a las excavaciones de Schliemann y de Evans, ahora hay que añadir la aparición de testimonios escritos más complejos, relacionados con la escritura «lineal B» y con las obras de Homero, escritas probablemente en el siglo VIII, que aunque sea de modo mítico aluden a esta época. Concretamente, en la Ilíada, que trata de la guerra de Troya, se nos habla de la expansión de los habitantes de la península helénica hacia la costa jónica. Hoy se interpreta ese relato como un recuerdo relativamente deformado por muchos años de tradiciones verbales de los sucesos que pudieron ocurrir en lo que hoy denominamos «época micénica». Precisamente, las ciudades más importantes de época micénica son Micenas, Troya y Tirinto. De la primera se conservan algunos restos entre los que destaca la Puerta de los Leones y los restos de la acrópolis fortificada, sobre una colina, rodeada de una muralla ciclópea, con una configuración que anticipa lo que luego serán las ciudades griegas. Según un esquema de ordenación espacial similar al que vemos en Tirinto, en el interior fortificado está el palacio y la necrópolis; en el exterior, el poblado correspondiente a los habitantes dedicados a la agricultura y la ganadería. Cuando Schlieman descubrió lo que él creyó la Troya homérica no pudo imaginar que, en realidad, sólo había descubierto una de las seis ciudades superpuestas que existen en ese lugar, bajo otras dos más de épocas helenística y romana. Al parecer, la destrucción de Troya, con incendio y saqueo, era algo que ya amenazaba convertirse en costumbre periódica, seguramente, porque por su emplazamiento estratégico, como punto clave en el mercado oriental, era una tentación demasiado poderosa para quienes ambicionaban lo que se podía


atesorar tras sus murallas.. En la época minoica parece claro que ya se ha impuesto un sistema sociopolítico de carácter monárquico o, al menos, rígidamente piramidal, en el que los puestos más elevados estaban dominados por una clase de guerreros (aristoi), que habitaban en fortalezas; por debajo de ellos estarían los restantes hombres libres (damos, luego, demos) y, por fin, los esclavos. La fuente económica primordial de estos pueblos debía estar en el comercio, complementado por la agricultura –bastante desarrollada, a juzgar por los restos arqueológicos– y la ganadería. En torno a estas dos últimas actividades y a la posesión de la tierra giraba el más importante componente de articulación social. La posesión de la tierra se distribuía entre el rey y los altos funcionarios, los templos y las tierras comunales asignadas al resto de la población. En época micénica se advierte un cierto desarrollo de las artes relacionadas con el trabajo del metal y, sobre todo, de la cerámica, en concordancia con las necesidades impuestas por una sociedad vinculada a la actividad mercantil y al transporte de mercancías. Seguramente, lo que mejor nos informa acerca de la cultura micénica es su panteón, de carácter eminentemente sincrético y escasamente estructurado, pero en el que destacan particularidades muy notables, comunes con lo que sucedía en Creta, como la preponderancia de divinidades masculinas sobre las femeninas, por lo general relacionadas con las prácticas agrarias de fecundidad.Zeus y Dionisos, que tienen origen cretense, son divinidades que parecen concebidas para la protección de las actividades comerciales.Hay que esperar la llegada de los pueblos indoeuropeos para que aparezcan nuevas divinidades femeninas, que se emparejan con los preexistentes y a las que se asignan nombres griegos. Con el paso de los años el panteón se irá complicando y estructurando hasta culminar en el complejísimo panteón griego, que, a su vez, será complicado aún mucho más en época romana Tampoco sabemos demasiado de los ritos funerarios. Practicaban la inhumación y, tal vez en las ápocas más tardías, se practicaran ceremonias de «heroización», similares a las que conocemos en época griega. En ese sentido parece informar el «Tesoro de Atreo», acaso compuesto con ofrendas donadas a un personaje mitificado a consecuencia de una vida singular. La destrucción de la cultura micénica, materializada por la destrucción de los palacios, no es un fenómeno brusco y repentino, sino un proceso que parece extenderse entre los años 1200 y 1100 a.C. Esta crisis se ha interpretado como el


efecto de la aparición de los dorios, al parecer, procedentes del área del Danubio y de los Balcanes, y con la aparición de lo que en los manuales de historia se denominan «pueblos del mar», término que alude a un fenómeno migratorio apenas conocido y escasamente caracterizado. En cualquier caso, da la sensación de que el siglo XII a.C. fue un período de inestabilidad institucional que, sin embargo, no propició importantes cambios culturales. Si como parecen indicar los testimonios históricos y arqueológicos en esa época apareció sobre el área griega una importante ola inmigratoria, sus componentes debieron adaptarse rápidamente a la situación preestablecida, hasta ser absorbidos completamente por las culturas locales, de modo que apenas modificaron la dinámica general. Con los datos que poseemos, no parece lógico adjudicar a los «pueblos del mar» la responsabilidad exclusiva de los acontecimientos que alteraron el equilibrio político del mundo mediterráneo. Más parece que, por alguna razón ignorada, todos los pueblos mediterráneos de esa zona se vieron inmersos en una dinámica de agitación general que, más allá de algunas «anécdotas» militares, no produjo grandes alteraciones culturales 37. Gracias a textos egipcios de la época de Ramses III, sabemos que en esa época grupos de origen micénico participaron en saqueos en Egipto. Tucídides, que vivió en el siglo V a.C., habla de la expansión de los micénicos hacia otros lugares de Grecia. Según él, con la penetración de los dorios los micénicos huyeron en sus barcos hacia Egipto, Palestina y Atenas, donde se integraron relativamente, hasta que, más tarde, por el aumento de la población, tuvieron que emigrar a la Jonia.

37

Las excavaciones arqueológicas informan de terremotos en esta misma época. Podría darse la circunstancia de que los famosos «pueblos del mar» no hubieran existido nunca o que, sencillamente, se adjudicara esa denominación a grupos humanos relacionados con los fenómenos culturales propios de la cultura cretomicénica. No parece lógico que grupos marginales a las culturas estudiadas hasta ahora pudieran imponerse por vía marítima a colectivos como los cretomicénicos, que llevaban muchos años de desarrollo tecnológico en este mismo sentido. Francamente, lo más lógico es que esos «pueblos del mar» fueran sencillamente grupos cretomicénicos (micénicos) que, por alguna razón coyuntural, optaron por olvidar sus ocupaciones tradicionales y, aprovechándose de su poderío naval, dedicarse al saqueo y al pillaje.


7.2. Rasgos de la cultura cretense. La religión cretense. La escritura. La carencia de testimonios escritos de entidad explicativa hace muy difícil reconstruir con precisión los rasgos de la cultura cretense, que en lo más genérico parece muy influida por la egipcia. De hecho, los grandes templos cretenses dan la impresión de una imitación provinciana de los egipcios y nos hablan de una organización administrativa profundamente centralizada y estructurada de modo semejante. Los rasgos de singularidad se encuentran en los elementos religiosos, profundamente individualizados respecto de su contexto próximo, que sin embargo conocemos muy mal. En muchas de las manifestaciones artísticas aparecen dos elementos a los que se atribuye cierto carácter simbólico: la columna cretense (o columna egea), por lo general de pequeño tamaño y la doble hacha, representada repetidamente en las pinturas al fresco, que nos remite a influjos orientales. Conocemos un sarcófago de Hagia Triada (1500-1400 a.C.) pintado, cuyas imágenes se interpretan como la representación de un santuario al aire libre con el pilar y el doble hacha con palomas, con unas sacerdotisas virtiendo agua ritual y otra figura femenina tocando la lira; seguramente por influjo egipcio, al otro lado de la escena se situaría la figura del difunto al lado de una puerta de acceso a la otra vida. Se plantea la posibilidad de que hubiera un culto practicado por jóvenes sacerdotisas, quizá en relación con alguna divinidad subterránea, documentado por abundantes estatuillas femeninas de terracota o de marfil, tocadas con mitras o birretes, con serpientes enroscadas en sus manos, que visten faldas acampanadas y chaquetillas que permiten ver los pechos desnudos.


Otra de las representaciones frecuentes en pinturas murales y otros objetos (vasos de Vafio) es una especie de ejercicio acrobático que, probablemente, consistiría en algo parecido a algunos rituales tradicionales del mundo mediterráneo. Probablemente, los participantes (hombres o mujeres) debían realizar un salto acrobático sobre el lomo del toro, después de aferrarse a sus cuernos, hasta caer de pie por detrás. Se cree que este rito podría tener un sentido iniciático, aunque si nos atenemos a otras referencias culturales, se podría incrementar considerablemente el repertorio de posibilidades. No hay por qué despreciar la vertiente lúdica y, desde lo que será habitual en las culturas grecolatinas, la del simple espectáculo. En ese sentido es importante advertir que existen imágenes de algo parecido al pugilato, que pudieran ser ejercicios rituales de fundamentos similares a los de los primeros juegos olímpicos o espectáculos comparables a los de los circos romanos. Aunque en las líneas anteriores hemos hablado de la carencia de testimonios escritos relevantes, lo cierto es que los cretenses utilizaron algunas formas de comunicación de este tipo. Así, se conoce una forma primitiva, muy relacionada con las fórmulas egípcias, de carácter pictográfica, con jeroglíficos e ideogramas. Más tarde, los ideogramas se estilizaron y, por fin, apareció una modalidad de carácter silábico. Evans descubrió en Cnosos gran número de tablillas con dos escrituras lineales distintas, ambas silábicas, a las que denominó «Lineal A» y «Lineal B», que sólo pudieron ser descifradas cincuenta años después, gracias al ingenio de Ventris, que llegó a la conclusión de que el «lineal B» era una especie de antecedente directo del griego, de carácter indoeuropeo, que pudo aparecer entre los años 1500 y 1460 a.C. Por desgracia, en Creta y Micenas, se utilizaron tablillas de barro secadas al sol (no cocidas), poco adecuadas para permanecer estables en un yacimiento arqueológico. Y por si ello fuera poco, por lo visto, los administradores tenían la costumbre de reciclar el barro al final de cada ejercicio anual, para volver a elaborar tablillas nuevas. Las pocas que conocemos, centradas en cuestiones contables de escaso interés, llegaron a nuestras manos de forma accidental, gracias a que el fuego de los palacios destruidos las coció irregularmente.


7.3. El arte cretomicénico. La entidad del arte cretomicénico permite plantear un curioso problema de conocimiento y conservación del patrimonio historico artístico que suele presentarse con cierta frecuencia aún en nuestros días. A pesar de la imagen que obtenemos si echamos un vistazo a los libros de historia del arte e, incluso, si viajamos a Creta, lo cierto es que los restos «reales» que han llegado a nuestros días son mínimos. Y si esos restos hubieran sido tratados con criterios arqueológicos y restauradores de elevado contenido científico, la idea que ellos nos infundirían sería muy similar, en cantidad y calidad, a la que nos proporcionan, por ejemplo, los restos persas. Sin embargo, después de consultar cualquier libro o después de realizar un viaje por Creta, una vez contemplados esos restos burdamente «falsificados», gracias a la imaginación de Evans y sus colaboradores, la idea global que extraemos de ellos, probablemente, está mucho más próxima a la realidad histórica cretense de la que obtenemos después de contemplar los mencionados restos persas, de todo punto incomparables con la

grandiosidad del fenómeno culural que les otorgó razón de ser. Como el lector imaginará, en este problema subyace una cuestión de prioridades que aúin se manifiestaa en nuestros días y que enfrenta los intereses turísticos y del «gran público» contra los intereses inducidos por el progreso del conocimiento. Y, por desgracia, se trata de un problema que no se puede


trivializar. Porque aunque, desde los criterios arqueológicos señalados en el epígrafe correspondiente (ver capítulo 1), parezca que lo más lógico es evitar cualquier intervención que suponga deformar los datos arqueológicos, lo cierto es que al obrar así, cuando éstos restos no tienen entidad «monumental», dejan de interesar al «gran público» y, por razones obvias, también a los gestores políticos, siempre condicionados a los «intereses mayoritarios» 38 . El resultado final lo encontramos en multitud de yacimientos excavados durante el siglo actual, con impecables criterios científicos, que en su inmensa mayoría han quedado abandonados a su suerte, a merced de los agentes erosivos... entre las lamentaciones de los arqueólogos que reprochan a los poderes públicos su insensibilidad o incapacidad para afrontar los problemas de conservación de estos importantes restos culturales. Dicho de otra manera: para que un yacimiento arqueológico promueva interés social, «de la mayoría» tiene que tener asociado un componente espectacular o de otro tipo que justifique, desde criterios no científicos, las elevadas inversiones que requiere su conservación y mantenimiento y garantice algún tipo de beneficio material para quienes habitan en sus alrededores. Y así, lo habitual es que el yacimiento quede abandonado a su suerte, pero en condiciones de conservación mucho más desfavorables de las que tenía antes de ser excavado, cuando sus elementos estaban protegidos de los factores agresivos relacionados con la intemperie39. La solución del problema es tan obvia como acreditan las prácticas de política cultural desarrolladas en muchos lugares, pero aún desconocidas en España: convertir cada elemento de esta naturaleza en un importante foco de acción cultural que vaya mucho más allá de las prácticas cicateras que rodean a la mayor parte de nuestros yacimientos arqueológicos «de segunda categoría». Fuera de los grandes yacimientos (Itálica, Ampurias) es difícil encontrar en España alguno que cuente con instalaciones atractivas para el gran público.

38

Es de prever que la progresiva «sensibilización» de los sectores mayoritarios de la población vaya modificando paulatinamente esta situación. Por desgracia, en el caso español esa modificación va para largo. 39

Cuando los restos arqueológicos están enterrados suelen permanecer en equilibrio con los elementos del contexto, tal y como vimos al tratar de Altamira. Por lo general, la situación no suele ser tan espectacular, pero piense el lector que cuando unos restos se dejan a la intemperie, quedan expuestos a la acción de los ciclos de hielo-deshielo, de los desaprensivos, del viento, de la lluvia y, en general, a todos los factores de erosión relacionados con la acción de la naturaleza.


7.3.1. La arquitectura cretomicénica. En la cultura cretense, los edificios más significativos son los palacios. Tanto en Creta como en Micenas se utiliza la piedra, el sillar bien labrado con un aparejo ciclópeo, es decir, con grandes bloques de piedra, ligeramente desbastados, irregulares, tal como surgen de la cantera (el término alude a su tamaño que la leyenda interpretó como obra de clíclopes o gigantes). En ocasiones se utilizan sillares regulares (Tesoro de Atreo). Sin embargo, por las razones apuntadas, la madera debió ser un material de importancia primordial en la arquitectura cretomicénica La fórmula de soporte más habitual es la columna egea, que probablemente sea una trasposición a piedra de fórmulas constuctivas en madera. Se compone de basa circular, fuste liso en disminución de arriba abajo –recuerdo de tronco de arbol–, a veces decorado con estrías zigzagueantes, capitel formado por collarino, cojinete en forma de bocel (toro) y ábaco cuadrado. La columna aparece en los palacios cretenses y con carácter más decorativo y simbólico en la puerta del recinto ciclópeo de Micenas y en objetos variados. También utilizan el pilar de sección cuadrada sobre basa plana, que también podría estar inspirada en primitivas construcciones en madera o en la arquitectura egipcia. La cubierta suele ser arquitrabada. En ocasiones aparecen bóvedas falsas, construidas mediante aproximación de hiladas de sillares (Cámara del Tesoro de Atreo en Micenas). En los palacios cretenses la cubierta era de madera. Sobre los soportes se colocaba un arquitrabe liso y un friso sobre el cual se aplicaban decoraciones de medallones y recuadros.


Los palacios cretenses, en los que destaca una desmesurada complejidad orgánica y funcional, no fueron construidos atendiendo a un plan unitario, en un momento concreto. Por el contrario, son edificaciones que fueron realizadas durante muchos años y componen una tipología arquitectónica que, incluso en la vertiente monumental, tendrá gran arraigo en el mundo mediterráneo 40 . Desde un elemento generador, en este caso, un patio, estructuras de habitación según las necesidades de cada momento. El resultado es un complejo residencial que permite comprende la mitificación laberíntica asociada al rey Minos, al Minotauro y a las andanzas de Teseo. Estas ciudades se alzan sobre terrazas, no tienen murallas, y las habitaciones se disponen en torno a un gran patio enlosado que a veces está rodeado de pórticos. El acceso al patio suele ser mediante puertas monumentales, posiblemente, también con columnas, con articulaciones que recuerdan a los propileos griegos. Las habitaciones podían estar dispuestas en más de dos alturas (parece ser que en algún caso llegaron a cinco) y a ellas se llegaba a través de complejos pasillos. La parte noble estaba compuesta por una gran sala de recepción y una gran sala del trono. En esta última, que estaba decorada con mayor riqueza, existía un trono de piedra y un banco corrido, probablemente destinado a los altos dignatarios.

40

Aunque en algunos libros se habla de «urbanismo mediterráneo», bien para el caso de las ciudades cretenses, bien para los desarrollos de época griega, este tipo de articulación arquitectónica es el que encontramos en la inmensa mayoría de las poblaciones del mundo. Ünicamente aquellas que fueron realizadas mediante una planificación urbanística previa, responden a otros criterios que hoy nos parecen más razonables. En todo caso, es importante advertir que las planificaciones urbanísticas sólo tienen sentido a partir del siglo XV, cuando se difundan los criterios arquitectónicos que aún permanecen vigentes. Hasta entonces prevalecían criterios funcionales mucho más elementales.


La decoración de estas zonas se pintaban con colores vivos y temas de naturaleza variable, a modo de tapices. En la Odisea se mencionan frisos azulados y bases plateadas con incrustaciones de vidrio. En algunos sillares del primer palacio de Cnosos aparece la doble hacha; ello hace pensar en su posible dedicación a la divinidad correspondiente. Los conjuntos palaciegos estaban dotados de todos los elementos necesarios para la forma de vida de un colectivo humano de aquella época: molinos, graneros, establos, almacenes, conducciones de agua, alcantarillado, etc. Al parecer, los grandes espacios abiertos, que en algunos casos contaban con gradas, servían para juegos y para las ceremonias públicas, entre las que también se contaría las relacionadas con el toro. Los restos más importantes de época micénica están localizados, en Micenas, Tirinto, Orcomenes y Troya. Frente a lo que sucedía en las ciudades cretenses, las micénicas estaban fortificadas en todos los casos. En Micenas, se conserva la llamada Puerta de los Leones, construida según fórmula adintelada, con una decoración en triángulo compuesta por leones afrontados y una columnilla en el centro.La muralla está construída con grandes bloques de piedra, en algunas zonas muy bien labrados. Dentro del recinto se encontraron cinco sepulturas reales, restos del palacio real con una sala rectangular dividida por columnas.Esta última sala, denominada megarón, puede ser considerado como un antecedente directo del templo griego.


7.3.2. Arquitectura funeraria. A época micénica corresponden una serie de tumbas reales localizadas dentro del recinto amurallado de Micenas. Schliemann, guiado por los textos de Homero y Pausanias, se dedicó a excavar en lo que sería la ciudad de Micenas. Dentro del recinto amurallado, se encontraba otro recinto circular, formado con lajas verticales, que posiblemente fuera algo parecido a un santuario dedicado a los héroes. Pausanias, en su descripción de Grecia, indica que muchas ciudades griegas antiguas poseían este tipo de santuarios dentro de la ciudad. En dicho núcleo se encontraron cinco tumbas, en las que aparecieron gran cantidad de objetos de oro, como espadas, anillos, vasos, y la célebre «mascara de Agamenón».

Otro tipo de sepulturas halladas fuera del recinto amurallado de Micenas son los Tholos, tipo de construcciones megalíticas que recuerdan a las que encontramos en Europa, pero más pequeñas, formadas por un corredor que da acceso a una cámara circular para el culto, con falsa bóveda y de la que sale una pequeña cámara para la sepultura. Los historiadores griegos se refieren a este tipo de construcciones como lugares donde se guardarían tesoros. A este tipo corresponde el conocido «Tesoro de Atreo», mencionado por Pausanias al referirse a Micenas:


«Hay una tumba de Atreo y también de aquellos que fueron asesinados por Egipto a su regreso a Troya...». Pausanias lo situaba junto a la puerta de los leones. El acceso a la cámara circular está formado por una puerta adintelada con un hueco triangular que se supone llevaría algún tipo de relieve. En realidad se desconoce el nombre del personaje allí enterrado puesto que no aparece ninguna inscripción, pero se ha venido identificando con este nombre a partir de los hallazgos de Schliemann. Más tarde, Dörpfeld en 1886 reconstruyó las tumbas. Además de estas tumbas reales se han encontrado, en las afueras de Micenas varios enterramientos que corresponderían a una población más humilde, que viviría fuera del recinto fortificado. Frente a la riqueza de las anteriores, éstas están realizadas en cajas de piedra o cerámica, a modo de sarcófago, decoradas con pinturas o relieves de espirales o rosetas.

7.3.3. La pintura. La pintura se aplicaba, especialmente, en las zonas nobles de los «palacios». Las paredes de los palacios cretenses estaban revestidas de frescos con escenas de carácter ritual, danzantes, escenas de animales, etc. Es importante tener en cuenta que los restos que han quedado son en ocasiones muy escasos y a partir de ellos se han hecho reconstrucciones fantásticas. Es el caso del conocido Príncipe-Sacerdote de Cnosos (Museo de Heraklion), datado en el Minoico tardío, que en realidad, es obra de sus «restauradores».. Los personajes, en ocasiones mantienen el esquema egipcio y oriental de rostro de lado, ojo de frente... etc. En los primeros momentos aparecen representaciones faunísticas, especialmente inspiradas en el mundo marino, propio de una cultura dedicada al


comercio marítimo, que encontramos en las pinturas murales y en la cerámica o la glíptica. (Se conservan restos del llamado fresco de los Delfines y el de las Perdides, ambos de Cnosos). En cuanto a representaciones humanas, aparecen abundantes restos en distintas habitaciones de los diferentes palacios. La pintura de las paredes nos dan a conocer las costumbres y el papel de la mujer en el mundo prehelénico. Se dice que pudieron tener un papel importante

en las sociedades prehelénicas. En todos los restos encontrados parece que la indumentaria no varía, llevan una falda de forma acampanada hasta los pies, dividida en especie de volantes, con motivos ornamentales de tipo geométrico y colorido vivo. La parte superior la cubren con un corpiño o chaqueta escotada con mangas que deja el pecho al descubierto, muy ajustada a la cintura. A veces incluyen una especie de delantal y cinturón. Se dice que este tipo de vestimenta podría estar regulada por razones religiosas, lo que explicaría que se mantuviese en todos los restos encontrados. Del Minoico Medio se conservan restos de pinturas donde se muestra a las mujeres como protagonistas importantes, asistiendo a fiestas, como anfitrionas, hilando y cosiendo.


7.3.4. Escultura Nos encontramos ante una cultura que no desarrolla la escultura de bulto redondo en gran tamaño ni el relieve, como podemos observar en áreas próximas (Egipto, Mesopotamia...). Aunque cabrían plantearse varias hipótesis explicativas, lo cierto es que desconocemos las verdaderas razones de una carencia anómala, sobre todo si consideramos lo que sucederá unos siglos después. Sí se han hallado, en cambio, bastantes figurillas, quizá de carácter votivo, como son las llamadas diosas de las serpientes, figuras en terracota, marfil o bronce. Son figuras femeninas, posiblemente sacerdotisas con serpientes en torno a los brazos o sujetándolas con las manos, con el tipo de indumentaria citado anteriormente. Se dice que el culto a la Diosa Madre estuvo ligado al de la serpiente, animal mágico. Se han encontrado también pequeñas figuras en bronce que parecen tener un carácter ritual representando el salto del toro. (Museo Británico) - ha. 1600 a.C.


7.3.5. Cerámica. Los hallazgos cerámicos procedentes de la cultura cretense, son abundantes y distribuidos por muy diversas zonas, ya señaladas al referirnos a sus contactos comerciales. Se conocen además diferentes formas según los usos comerciales y una diversidad decorativa que varía según los distintos momentos de su producción. Según la clasificación que se viene haciendo a partir de las primeras excavaciones, se establecen tres tipos o grupos cronológicamente diferenciados, aunque la producción del primero se mantuviera durante la del segundo y el tercero. A un primer momento correspondería la cerámica de Kamarés. El equipo arqueológico italiano que excavó el palacio de Faistos (al sur de la isla) exploró también las cuevas de Kamarés, al pie del Monte Ida, y encontró un tipo de cerámica pintada, conocida con el nombre del yacimiento. Predominantes en el Minoico Medio, son vasijas realizadas con torno, de paredes muy delgadas, recubiertas con un barniz negro sobre el que se pintan colores blancos, amarillos y rojos. Como motivos decorativos, en un primer momento predomina la línea recta, después es sustituida por espirales, aisladas o inscritas en círculos, motivos vegetales estilizados, flores con pétalos, etc.; estas vasijas se difundieron ampliamente por el Mediterráneo. En el Minóico Reciente aparece el llamado Estilo Nuevo, con mayor tendencia al naturalismo, se reemplazan las formas geométricas por seres del mundo submarino, animales y plantas: pulpos, medusas, corales, conchas, se extienden por todo el cuerpo de las vasijas, de fondo claro y colores castaños o negruzcos. A mediados del primer milenio a.C. se vuelve a abstracciones y formas simétricas en el denominado Estilo Palacio. Cuando el predominio pasa a Micenas triunfa el geometrismo y la estilización incluso en representación de animales o seres humanos.


7.3.6. Glíptica. Se utilizan el mármol, esteatita, serpentina, alabastro, obsidiana, en colores y formas diversas. Se han encontrado una serie de vasos rituales, conocidos como ritones, de diferente forma, entre ellos los más conocidos son el ritón en forma de cabeza de toro, de esteatita y cuernos de oro, hallado en Cnosos, (Museo de Herakleion) y el ritón llamado de los boxeadores, con escenas de deportes, en esteatita, encontrado en Hagia Triada . Se conocen además una serie de sellos en forma ovalada o circulares con la misma finalidad que los sellos mesopotámicos, y con escenas guerreras, pugilísticas, religiosas o de tipo animalístico.

7.3.7. Orfebrería. En la necrópolis de Micenas se encontraron numerosos objetos de oro y plata en las tumbas reales exploradas por Schliemann, vasijas trabajadas con técnica de repujado y cincelado, con decoracion geométrica similar a la aparecida en la cerámica de Kamarés, espirales o círculos (ornamentación también utilizada en el Bronce europeo). En una colina cercana a Esparta se hallaron los conocidos vasos de Vafio (Museo de Atenas), datados hacia el 1500 a.C., en oro repujado en su exterior y plata en el interior, con escenas de caza con redes y de cautividad de toros. También de oro son una serie de mascarillas funerarias, entre las que destaca la denominada Máscara de Agamenón.


7.4. La leyenda de Minos 41. «Poetas e historiadores de la Antigüedad, desde Homero, habían dicho que la primera civilización griega había nacido no en Micenas sino en la isla de Creta y que había tenido la máxima floración en tiempos del rey Minos, hacia el siglo XIV o XIII a.C. La leyenda dice que Minos había tenido varias mujeres que intentaron darle un heredero pero que de sus entrañan sólo nacían serpientes o alacranes. Pasifae, por fin, logró darle hijos normales, entre ellos Fedra y la rubia Ariadna. Minos ofendió al dios Poseidón quien se vengó haciendo que Pasifae se enamorase de un toro, pese a ser éste un animal sagrado. A satisfacer ésta su pasión le ayudó un ingeniero llamado Dédalo, llegado a la isla procedente de Atenas, de donde tuvo que huir por haber matado por celos a un sobrino suyo. De aquel amor nació el Minotauro, extraño animal, mitad hombre y mitad toro. Y a Minos le bastó con mirarle para comprender con quién le había engañado su mujer. Ordenó a Dédalo que construyese el Laberinto para alojar en él al monstruo, pero dentro dejó prisioneros a Dédalo y a su hijo Icaro. No era posible encontrar el camino para salir de aquel intrincamiento de corredores y galerías. Pero Dédalo, hombre de infinitos recursos, construyó para sí y para su hijo unas alas de cera, con las que ambos huyeron elevándose en el cielo. Ebrio de vuelo, Icaro olvidó la recomendación de su padre de no acercarse demasiado al sol: la cera se derritió, y él se precipitó al mar. No obstante su tremendo dolor, Dédalo aterrizó en Sicilia, adonde llevó las primeras nociones de la técnica. Mientras, en el Laberinto seguía girando el Minotauro, exigiendo cada año siete muchachas y siete muchachos jóvenes para comérselos. Minos se los hacía entregar por los pueblos vencidos en las guerras. Se los reclamó a Egeo, rey de Atenas y su hijo Teseo, príncipe heredero, pidió formar parte de aquellos hombres, con el propósito de matar al monstruo, desembarcó en Creta y antes de internarse en el Laberinto, sobornó a Ariadna, la cual le entregó un ovillo de hilo para que, desenrollándolo, le permitiera volver a encontrar el camino de salida. El valeroso joven logró su intento, salió afuera y, fiel a la promesa que le había hecho, se casó con ella y se la llevó. Pero en Naso la abandonó dormida en la playa y prosiguió el viaje solo con sus compañeros».

Se piensa que Minos es un nombre genérico como el de faraón o patesi, los griegos clásicos decían que el último Minos murió en una expedición de conquista en Sicilia.

41

Hemos recogido la interpretación de Indro Montanelli: Historia de los griegos, Plaza y Janés, Barcelona, 1963.


8. La cultura griega. Los primeros siglos de la cultura griega permanecen entre espesas sombras a causa de la carencia de testimonios escritos directos. De ahí que en la literatura especializada los años comprendidos entre los siglos XII y VIII se conozcan bajo el explícito título de «siglos oscuros». La mayor parte de lo que conocemos o creemos conocer está fundamentado en dos fuentes fundamentales e indirectas: los restos arqueológicos, que salvo algunos elementos excepcionales son muy pobres (las tumbas de esa época que conocemos no han aportado grandes restos), y la obra de Homero, que, entendida con cierta amplitud de criterio, no parece contradecir aquellos datos.


Desde los restos que conocemos, la obra de Homero parece ser una reinterpretación mítica de las luchas entre diferentes grupos étnicos, que ocurrieron en aquellos años y que, mitificadas, se perpetuaron gracias a la tradición oral hasta que fueron recopiladas y ordenadas en forma literaria, bien por Homero, bien por cualquier otro personaje o personajes de aquellas época42.

42

Los especialistas no acaban de ponerse de acuerdo acerca de la personalidad real de Homero. Algunos autores le situaron en la zona oriental de Grecia (Jonia, Chios o Esmirna) en el siglo XII a.C. En la actualidad se cree que Homero o la persona que escribió la Ilíada y la Odisea, fue un jonio de familia modesta que vivió entre los siglos VIII o IX, y recopiló un conjunto de relatos procedentes de la tradición oral, que probablemente ya circulaban escritos de modo fragmentario por entonces.


Hemos tenido ocasión de señalar que los antecedentes de la cultura griega se encuentran en el proceso definido por la cretense y la micénica, hasta tal extremo que hoy se cree que aquella no es sino el resultado de una evolución que pasa por las dos «fases» mencionadas, alterada por varias hipotéticas aportaciones étnicas y por ciertos influjos (egipcio y mesopotámico, sobre todo). Entre las aportaciones étnicas también hemos señalado las dudas que aún hoy despiertan los llamados «pueblos del mar», denominación genérica bajo la que se agrupan varios grupos culturales de origen diverso y desconocido, que se movilizaron por razones difusas, acaso, por efecto de algún fenómeno climatológico importante. En todo caso, teniendo en cuenta los antecedentes que hallamos en Creta y Micenas, según la amplitud del criterio elegido, se puede comenzar a hablar de cultura griega en sentido estricto, desde el siglo XII a.J.C. o incluso desde mucho antes. Reiterando lo ya mencionado en los epígrafes anteriores, recordemos que los estudios arqueológicos más recientes están poniendo de manifiesto que las culturas cretense y micénica formaron parte de un fenómeno cultural muy amplio, que afectó a todo el Mediterráneo y también a la zona griega. Dicho de otro modo: la cultura griega no apareció de la noche a la mañana de manera milagrosa, sino que fue el resultado de un proceso evolutivo continuo y muy lento que se desarrolló en el Mediterráneo oriental, al menos, a partir del año 1.200 a. C., sobre un legado aún más antiguo, que está documentado en Creta (recordemos que Creta formará parte de la zona griega). En relación a esas fases preliminares, para el área griega, se habla de cultura heládica (edad de bronce) con la cronología definida en el cuadro adjunto. ha. 2.600-2.000, Heládico Antiguo. Dominio del área del Egeo (Creta).

ha. 2.000-1.600, Heládico Medio. ha. 1.600-1.150, Heládico Reciente (= Micénico Antiguo). ha. 1.200: invasiones de «los pueblos del mar». ha. 1.150: destrucción de las fortalezas micénicas. Coincide con la aparición de dorios, beocios, tesalios.

Antes del año 1.200 se registran sucesivas inmigraciones de pueblos ganaderos (aqueos y jonios), siempre bajo la hegemonía de Micenas. Dentro de este ciclo cultural de aportaciones étnicas también está documentado un comercio de cierta actividad en Troya, Sicilia, e Italis. De todas formas, la importancia de estos siglos es fundamental, porque en ellos está el embrión de lo que será la cultura griega y merecen ser estudiados con algún detenimiento porque ello nos acercará a su grandiosa complejidad.


8.1. La formación de la cultura griega. Los siglos oscuros. Las fuentes literarias. La formación de los poemas.

Ya en época micénica existían poetas, (después reciben el nombre de aedos) al servicio de la corte, que iban recitando leyendas. Esta costumbre no desaparece con el fin de la cultura micénica y parece que las leyendas de más éxito fueron las que contaban la Guerra de Troya y el viaje de Ulises. Los aedos reforman las leyendas, cambian su composición de forma que reflejan el mundo de carácter aristocrático que predomina en esta época (narran hechos de épocas anteriores recogiendo las costumbres de la sociedad del momento en que ellos viven). Al tratarse de una tradición oral, es de suponer que cada poeta añadió o suprimió partes según su particular parecer y según el contexto cultural de la época o la zona geográfica en la que vivió. Hoy sabemos, por ejemplo, que el carácter que la obra de Homero adjudica a los dioses varía considerablemente en otros relatos. El proceso de sedimentación de los relatos míticos se prolonga durante, al menos, tres o cuatro siglos y por ello a veces aparecen descripciones sobre hechos del siglo XII mezclados con otros del siglo VIII. Hacia la segunda mitad del siglo IX, en alguna ciudad de Jonia, se unifican varias versiones para conseguir una especie de versión oficial de la que ya no se harían modificaciones, y que poco después se pondría por escrito. Esa es la razón por la que estos relatos son una


fuente importante para los historiadores, sobre todo, desde la segunda mitad del siglo IX y el final del VIII a.C.

8.2. Grupos étnicos y desarrollo lingüístico. Llegados a época griega se registran varias áreas étnicas, con distintas variaciones idiomáticas entre las que destacan las siguientes: a) El área doria. Comprende el sur de la península Helénica, Creta, Rodas, parte de las Cícladas y el sur de Anatolia. b) La zona jonia, que se extiende por el Atica, sus alrededores, la mayor parte de las islas orientales (núcleo central de las Cícladas: Chios, Icaria, Naxos, Pasros, Andros, etc.) y la zona sur de la fachada mediterránea de la actual Turquía (península de Anatolia). c) La zona eolia, en el norte de la fachada mediterránea de la actual Turquía.


Se cree que no sería difícil la comunicación entre estos grupos que, en origen, utilizaban distintos dialectos. De todas formas, durante esos años se configura el idioma griego, que se convertirá en el gran factor de uniformidad cultural de toda la región.

8.3. La organización social. La sociedad griega está basada en el esclavismo, es decir, en la existencia de un amplio contingente humano desprovisto de derechos civiles, que trabaja como lo harían las bestias, puesto que tienen una consideración jurídica similar a cualquier otra posesión. En esa circunstancia se encuentra uno de los factores fundamentales para explicar su gran desarrollo: gracias a los esclavos, las personas de cierto potencial económico pueden ejercer actividades improductivas o de alta sofisticación, porque están amparadas en los excedentes proporcionados por los esclavos. La organización social griega adquiere rasgos propios desde la caída de los grandes polos de poder del Mediterráneo. Con la disolución del dominio micénico se produce un «vacío de poder» en el Mediterráneo oriental que permite la aparición de una nueva retícula de relaciones, ahora sujeta casi exclusivamente al poder local.Aunque el fenómeno no era nuevo, porque algo parecido había sucedido periódicamente en la zona mesopotámica, en el área griega adquirirá unos matices especiales, que están en el origen de las líneas de su desarrollo posterior. En ese contexto, se establecerá una compleja estructura social, en la que se advierte un importante componente rural, basada en los siguientes elementos: 1. Basileus (Basilei plural). Son los jefes de familia o clan. Con la unión de varios de estos basileus se podía formar un consejo que podía determinar la figura del anax (con varias misiones, quizá la función de organizar los ritos funerarios); tienen derecho a transmitir su categoría social por vía hereditaria. Aunque con el paso del tiempo, la figura del basileus tiende a convertirse en una entidad simbólica, con un poder cada vez menos real (seguramente por la preponderancia de quienes acumularan mayores riquezas gracias a la actividad comercial), durante algún tiempo siguió ejerciendo el control de las estructuras colectivas a través del Genos y del Oikos. a) Genos. A pesar de lo que hoy entendemos por el término griego, en la cultura griega equivale a la idea actual de familia; en época homérica tiene distintas connotaciones: incluye al basileus, su esposa, hijos y mujeres de éstos, nietos, hermanos del basileus y alguna otra persona, las hijas se integran en el


genos de su marido. En el genos se fundamenta el control de un territorio determinado, que recibe el nombre de kleros (Kleros = tierra). En principio, a la muerte del basileus los hijos se dispersan, constituyen su propio genos, que a su vez se vincula a los genos de sus hermanos, pero que tiende a la fragmentación (al minufundio), porque el genos original se reparte entre los hijos. Es posible que en los momentos iniciales este sistema funcionara bien, gracias a un crecimiento muy lento de la población y a la extensión de los cultivos (a la extensión de los terrenos controlados desde la polis). Sin embargo, con el paso de los años movilizará una situación que resulta difícil saber si fue positiva o negativa: el desarrollo del minifundismo proporcionó un colectivo humano de hombres libres pero empobrecidos, propicio a movilizar acciones aventureras. b) Oikos. Compone el sustrato económico del Basileus: la casa familiar, los almacenes, los instrumentos agrícolas, el ganado, los esclavos, los asalariados, etc. Todo ello es de propiedad exclusiva del basileus y supone algo así como el marchamo de categoría social. El kleros o tierra se recibe o se transmite por herencia, pero el oikos, que el basileus gana con su esfuerzo, a través de sus proezas o de lazos matrimoniales, alianzas con otros personajes, etc. sigue otros caminos; por ejemplo, en ocasiones aparecen restos de la armadura de un basileus, que forma parte de su oikos, en su propia tumba. Cuando Ulises, rey de Itaca, se pierde, los pretendientes de su mujer, Penélope, quieren que ésta se case con uno de ellos. Penélope es la depositaria del Oikos de Ulises y entre sus pertenencias está el poder ser rey de Itaca. Telémaco, su hijo, no puede hacer nada pues es la mujer la que salvaguarda el Oikos. Por tanto, cuando el marido vive controla el oikos y el genos. A su muerte las tierras pasan a los hijos mientras el oikos lo hereda la mujer que lo administra si no se casa, pero si se casa de nuevo transmite el oikos al marido. 2. Thetes. Las tierras y los bienes del basileus son administradas por hombres libres (thetes) que a cambio de un pago en especie trabajan para él (trabajan la tierra, limpian los caballos, los barcos, acompañan al basileus donde éste vaya). A juzgar por los textos y desde los valores de la época, que son los de la clase dominante —los basileus—, los thetes resultan ser personas despreciables, porque para aquellos era deshonroso que un hombre vendiera su trabajo por un salario. El basileus puede trabajar la tierra con sus bueyes porque es su propiedad o dedicarse a saquear otros lugares porque lo lleva a cabo con sus pertenencias. En relación a estas circunstancias y desde el punto de vista artístico, hay que destacar que, por extensión, todas las actividades que presopusieran actividad manual acabaron siendo consideradas propias de los sectores sociales inferiores; y entre éstas, estaban la mayor parte de las actividades artísticas. Los oficios nobles sólo eran aquellos específicos de la nobleza, como los ejercicios


físicos y militares, y los que se podían ejercitar con el intelecto, la poesía, la música, el diseño arquitectónico, etc. La escultura, la cerámica, la pintura eran actividades asociadas a las clases sociales bajas, participadas por las cualidades de éstas. 3. Demiourgoi. En este grupo están los artesanos (orfebres, carpinteros, ceramistas, poetas...). También desempeñan una actividad manual a cambio de un pago en especie, no están vinculados a una zona o individuo concreto, trabajan de forma itinerante, con una consideración social que decrece a medida que aunmenta la entidad del esfuerzo físico que requiere su trabajo. Ya se comprenderá, pues, cuál era la situación social de aquellos a los que hoy llamaríamos «artistas» y cuán desorientadas están ciertas valoraciones, formuladas a partir del Renacimiento, que adjudican a aquellos personajes las cualidades que sólo tendrían sentido muchos siglos después.

4. Los esclavos. Son las personas que ocupan el escalafón más bajo de la


pirámide social, con una consideración próxima a la de las bestias de carga, que, sin embargo, no debemos dramatizar en exceso, por las razones que apuntábamos al estudiar las normas jurídicas mesopotámicas. Además, hay que tener en cuenta que en términos relativos es muy probable que un esclavo griego viviera mejor en su condición que en el seno de la formación social de la que procedía y, desde luego, mucho mejor que la mayoría de los supuestos «hombre libres» de le Edad Media. El grupo, diríamos, aristócrata (los basilei) presentan una gran uniformidad en cuanto a vínculos, ideología, etc. La base de estos vínculos se recoge en una especie de relación social institucionalizada que sobrepasa la idea de hospitalidad (la xeneia). Cuando un basileus visita a otro de su mismo estatus, éste último está obligado a acogerle, agasajarle, inducirle a que permanezca en su casa un largo tiempo y cuando se marcha ha de ofrecerle una serie de regalos, armaduras y otros objetos. A cambio, el primero queda obligado a prestarle su ayuda si éste la necesita. El intercambio de regalos es la representación material, la concreción simbólica de estas relaciones y establece un vínculo que puede llegar a unir a los descendientes (ver la Ilíada). Hetairoi. Recibe este nombre la formación de una especie de séquito de basilei de rango inferior agrupados en torno a un basileus con mayor autoridad. Entre los basilei se encuentran distinciones por categoría o capacidad económica: los basilei más viejos, con más contactos y riquezas, los más jóvenes, con tierras más pequeñas, menor experiencia (Ulises era el basileus más astuto y valeroso, controlaba a una serie de Hetairoi). Cuantos más compañeros tenía, más importante era; su séquito le acompañaba en todas las actividades, guerra, caza, expediciones de saqueo, rapiña, comercio, etc. El basileus debía tener una buena formación atlética, como condición necesaria para entrar en combate. A partir de las narraciones homéricas se conoce la forma de luchar de estos personajes. Se trata de una sociedad aristocrática, de héroes, donde prima un concepto que pudo aparecer en esta época: la arete o virtud que para griegos y latinos significa las cualidades que ha de tener el hombre y que se basa en el valor que éste ha de mostrar en el combate. Parece que la descripción que hace Homero va en ese sentido: el basileus, armado con coraza, lanza y escudo, monta en un carro conducido por un thete y llega al campo de batalla donde busca a otro basileus para combatir con él. Baja del carro, se identifican e inician después el combate a lanza. Se trataría pues de un combate personalizado en el que el mérito está en vencer a un basileus conocido, ya que sus pertenencias de combate pasarán a formar parte del oikos del vencedor a quien le interesa jactarse de haber matado a un personaje determinado. (Héctor mata a Petronio creyendo que es Aquiles porque se pone la coraza de éste).


Cuando un herido en lucha se retira se alude a que está protegido por alguna divinidad que lo retira del combate. Existen discrepancias por parte de los historiadores sobre la realidad de este proceso. Blanco Freijeiro señala que Homero personalizaría el combate que en el campo de batalla, en realidad, sería librado por thetes o sirvientes. Es posible que así sucediera a partir de un determinado momento o cuando el basileus llegara a cierta edad.

8.4. La formación de la polis o ciudad-estado Los habitantes, en principio, dispersos entre aldeas pequeñas, con el paso del tiempo, se agrupan en torno a núcleos de población de tamaño creciente: la polis. Se suele hablar de polis a partir del siglo IX o principios del XIII, pero es importante advertir que ya hemos tenido ocasión de ver estructuras similares a la polis en Mesopotamia y, casi con total seguridad, en el universo cretomicénico, cuyos «palacios» son, en realidad, ciudades. La polis, entendida como una ampliación cualitativa y cuantitativa del concepto de «ciudad» parece ser la consecuencia lógica del desarrollo de ésta, del incremento de las necesidades organizativas, sumadas al componente marítimo que condiciona todo el desarrollo de la civilización griega. En un momento indeterminado, el basileus abandona su asentamiento tradicional y el control directo de las tierras, que quedan en manos de personas dependientes de él, y pasa a residir en un nuevo centro urbano de entidad superior a los precedentes, en los que también habitan otros basilei de poder y riquezas comparables, desde el que se ejerce el control efectivo sobre un área geográfica en crecimiento continuo. Surgen así, en toda la zona helénica, múltiples centros de posibilidades autosuficientes, independientes entre sí, que, cuando surjan incidentes de repercusión más amplia –por ejemplo, cuando aparezca la amenaza persa–, a su vez, abrirán la puerta a nuevas estructuras con carácter de alianza provisional, de complejidad creciente, que acabarán siendo permanentes.

8.5. La organización de la Polis Al principio, al frente de la polis hay un rey (basileus). Poco a poco, la nobleza va desplazando a esos reyes, hasta configurar formas de poder «de clase» que, a su vez, serán el origen de la «democracia». Entre las instituciones que se organizan para garantizar el orden público destacan dos tipos de asambleas, que existen en casi todo el territorio griego, aunque de una zona a otra puedan existir importantes diferencias:


1. Boule.:Es la asamblea aristocrática, de la que forman parte los individuos de origen aristocrático, quienes poseen las tierras próximas a la polis. 2. El Agora. O asambleas populares en las que se tratan asuntos económicos, con escaso peso político. Forman parte de ellas los «ciudadanos» libres no aristocráticos, entre los que predominan aquellos cuyas posesiones apenas sirven para la subsistencia familiar y aquellos otros que, dedicados a la actividad comercial, están al margen de la nobleza tradicional, aunque sus bienes sean de entidad superior. Estos organismos permanecerán a lo largo de toda la época griega aunque, en determinados momentos, cambia su peso específico relativo, dependiendo de las circunstancias y del tipo de régimen político de cada momento: aristocrático o democrático. El ágora, que en el siglo VIII no tiene ningún peso político, acabará jugando un papel primordial en el siglo V, sobre todo en aquellas zonas supeditadas al factor naval. En relación a este proceso es curioso advertir cómo en las fuentes literarias, hacia comienzos del siglo VIII, aparecen términos que indican un claro incremento en la complejidad social. Así, se habla de los Aristoi (los mejores); Kaloi kai agathoi (los buenos, los guapos); kakoi (los malos, los feos), etc. En un pasaje de la Iliada, Homero describe a un sirviente o thetes que pretende hablar en el Agora, como feo, enano... Naturalmente, en la polis existe una clara diferencia de nivel de vida, entre unos individuos y otros, de manera que las grandes casas, las lujosas indumentarias, la belleza y hasta el nivel moral parecen ser patrimonio exclusivo de las castas aristocráticas. Es sabido que los pobres, además de pobres suelen ser feos y malos... Se establece así el determinismo ético que encontramos en todas las articulaciones sociales de corte clasista y que, incluso, subsiste en nuestra cultura asociado al término «nobleza». El basileus es justo por naturaleza, por ser descendiente de Zeus, su comportamiento siempre es bueno... Lógicamente, estas concepciones irán cambiando con el tiempo, a medida que los no nobles acrediten su capacidad para beneficiar a la colectividad, y sobre los criterios de justicia subjetiva –propios de la aristocracia– se impongan los de justicia objetiva, amparados en los instrumentos correspondientes. Hacia el siglo VIII, cuando Hesíodo plantea la cuestión en sus obras Los trabajos y los días, o Teogonía, algunas polis consagran su ruptura con las tradiciones aristocráticas y proceden a organizar ejércitos profesionales.


8.6. La colonización griega. Las expediciones 43 consistían en un número reducido de individuos en tres o cuatro naves. Al frente iba un personaje (oikistes) elegido, a veces, por el resto de la expedición. Antes de partir pedían consejo a los augures, por ejemplo, al Oráculo de Delfos, situado en la costa norte del golfo de Corinto, que por encima de sus connotaciones mágicas, acabó siendo un importantísimo centro de documentación geográfica. La colonización presupone una acción gradual que comienza con contactos eventuales y culmina en asentamientos estables. Este asentamiento presuponía reproducir fielmente el esquema de la polis, con tierras, esclavos, etc., con sus problemas correspondientes más uno añadido: la necesidad de mujeres, porque, por lo visto, las expediciones estaban concebidas al machista modo. Al parecer, en unos casos las tomaban por la fuerza y en otros de manera pacífica, mediante pactos o intercambios de curiosa configuración: «Tu me das una mujer, yo te entrego cuatro maravillosas ánforas». Sería interesante saber en cuántos botijos estaba valorada una mujer... Poco a poco la colonia reproduce todos los elementos de la polis matriz: se asignan lugares a templos, a las viviendas, a los cementerios, etc., de manera que en algunos casos surge una nueva polis con posibilidades para crear otras colonias. En principio parece que se mantenía un acuerdo tácito por el que la metropoli se abstenía de interferír en la administración de la metropoli, pero más tarde esa situación cambió, hasta la configuración de verdaderas «confederaciones» que se hicieron con el control tácito de todo el Mediterráneo, que de ese modo pasó a participar de la dinámica cultural griega.

43

El término colonia es de origen latino, los griegos, cuando se refieren a una expedición le dan el nombre de apoikia -hogar lejano-.


8.7. Las primeras colonizaciones: de tipo agrícola (h. 775 al 675 .a.C.) Las primeras colonias, en cuya fundación no participaron por igual todas las polis 44, se asentaron sobre casi todo el Sur de Italia (Magna Grecia), la costa oriental de Sicilia, y las de Tracia y Macedonia en el Egeo. Las causas que se han empleado para justificar este impresionante fenómeno expansivo son las siguientes: 1. Las desigualdades políticas y sobre todo sociales, originadas por la ruptura del régimen del genos, que dejaron pocas alternativas a los más desfavorecidos 2. Un estrecho régimen de mayorazgo: el reparto hereditario de tierras, que originaría la fragmentación cada vez más pequeña, daría pie a que en un momento dado la transmisión de tierras pasase únicamente al hijo mayor, dejando al resto como mano de obra excedente, sin posibilidades de vivir de la tierra. 3. El incremento de la población hasta extremos verdaderamente agobiante. Hesíodo llega al límite de proponer normas que impidieran tener más de un hijo. 4. Se ha hablado de un cierto espíritu de aventura que fue posible desarrollar gracias a la decadencia de la navegación fenicia.

8.8. La segunda oleada. Las colonias comerciales (675 al 550 a.C.) Los primeros asentamientos agrícolas muy pronto cambiaron su carácter. Ahora ya los emporium45 dependen netamente de la metrópoli, de manera que gracias a ese control ésta incrementa considerablemente su radio de acción. Por lo general, las expediciones parten de las metrópolis de Anatolia, de ciudades jónicas. Las áreas a colonizar son las anteriores, que les abastecen de trigo, más el norte de Africa y el extremo occidental Mediterráneo: sur de Italia, Sicilia, Marsella, península Ibérica y Cirene y Naucratis en el norte de Africa

44

Al parecer y paradójicamente, las polis que más destacaron en la formación de colonias fueron las de menor potencial económico. 45

Emporium significa puesto de intercambio de mercancías.


Es probable que la llegada a la península Ibérica estuviera relacionada con la ya, por entonces, vieja ruta del estaño. Sea como fuere, hacia el año 600 a.C., los griegos se asientan en Ampurias (Emporion), Rosas (probablemente ligada a Ampurias) y Málaga (Mainake) acerca de cuya fundación aún subsisten dudas. A la misma época corresponde la fundación de Massalia (Marsella), que poco después se convierte en metrópoli desde la que, a su vez, se fundaron ciudades como Mónaco o Arlés.

8.9. Consecuencias internas de la colonización griega. A partir del desarrollo de las colonias en Grecia se observa una transformación que afecta a todas sus estructuras. Entre los componentes de esa transformación cabe destacar los siguientes: a) Aparición de nuevas actividades y grupos sociales relacionados con la expansión de la actividad comercial. b) Creación de un nuevo ejército organizado. c) Nuevas formas de gobierno: Tiranías, oligarquías. d) Modificación material de la polis. e) Incremento en el grado de complejidad social y personal (psicológica). a) Nuevas actividades y grupos sociales. El desarrollo de la tecnología naval exige industrias auxiliares: carpinteros, taladores de árboles, comerciantes, etc., es decir, una mayor diversificación productora, aumento de población en las ciudades en las que, en principio, hay trabajo suficiente. Mayor número de gente que se enriquece, y a mediados del siglo VII la población se reparte en: Aristócratas, con poder político y económico. Comerciantes, con poder económico creciente. Una masa heterogénea (artesanos, pequeños comerciantes, campesinos...) que buscan una forma más equitativa del reparto de riqueza y participación política en el gobierno de la polis. Por otra parte, la diversificación tecnológica proporcionará un gran desarrollo del utillaje disponible y, en consecuencia, las posibilidades de los artesanos, artífices y «artistas», que de otro modo, no habrían podido realizar las obras artísticas que conocemos. b) Creación de un ejército organizado.


También en el terreno militar se observan transformaciones. Surge un nuevo tipo de combate para defender la polis; en las colonias se busca una forma de defensa de las mismas frente a la población indígena, defensa en la que todos participan. Esta idea se traslada a Grecia, todos los ciudadanos tienen derecho y el deber de defender su polis. En ese sentido es muy significativa la idea de Falange. Se trata de una organización de combate creada en torno al siglo VIII, compuesta por soldados ordenados en filas que dibujan un rectángulo. La falange parece basada en la idea del individuo integrado mediante la disciplina en un grupo social, en la preeminencia del grupo sobre la persona. Cada soldado sostenía su escudo con la mano izquierda tapando la mitad de su cuerpo y la mitad del soldado siguiente; si uno caía otro soldado de la fila de atrás ocupaba su lugar para recomponer la formación. En consonancia con la ampliación de las necesidades militares, hay que señalar la aparición de un nuevo tipo de nobleza o, si se prefiere, de una élite entre la nobleza: los estrategas, quienes destacaban en el arte militar. c) Nuevas formas de gobierno: Tiranías, oligarquías. A finales del siglo VII los conflictos de intereses provocan una situación insostenible, dentro de los sistemas tradicionales. Para resolver estas nuevas situaciones aparece la figura del «tirano». Un tirano es una persona que casi siempre procede de la nobleza, que gobierna de modo excepcional con la finalidad de resolver problemas excepcionales; unas veces, en beneficio de algún sector social poderoso; otras, en favor de las clases bajas. Su papel histórico ha sido muy debatido; no obstante, la mayor parte del progreso social griego está jalonado por la acción legislativa y las reformas de los tiranos, que para ponerlas en marcha tuvieron que enfrentarse a la aristocracia. Como ocurrirá con los dictadores romanos, los tiranos griegos procuran no enfrentarse con las costumbres tradicionales, realizan obras públicas, favorecen el desarrollo artesanal, en suma, buscan ampliar su sostén social, aunque no siempre consigan con ello compensar el peso de los sectores dominates. El paso siguiente al gobierno de los tiranos es la creación de sistemas «democráticos» (ya veremos por qué aparece entrecomillado el término)


Poco a poco, al poder de los arist贸cratas se une el de los grupos con poder


económico, de manera que se acaba estableciendo un sistema fáctico de carácter oligárquico (poder en manos de quienes posen mayor riqueza). d) Modificación material de la polis. Con el paso de los años, en paralelo a las modificaciones señaladas, la polis se ve obligada a evolucionar, siempre en función de las nuevas necesidades. Lo que inicialmente sólo fue un lugar de reuniones eventuales, desemboca en un modelo de urbanismo comparable al de la actualidad, con casi todos los servicios de una ciudad moderna. El enriquecimiento personal favorece el enriquecimiento colectivo, que se manifiesta en construcciones públicas (sobre todo, templos) cada vez más grandiosos y monumentales, cada vez más ornamentados. El desarrollo artístico griego, es sin duda, resultado del enriquecimiento promovido por un comercio del que se obtuvieron pingües beneficios. e) Incremento en el grado de complejidad social y personal (psicológica). El griego se encuentra ante un universo nuevo, incomparable al de los egipcios o los habitantes de Mesopotamia. Hoy se cree que el desarrollo del pensamiento griego responde a las necesidades impuestas por la navegación y las relaciones comerciales. Ambas imponen elevados grados de objetivización, de abandono de los componentes míticos. El comercio impone la medida; y la medida, la objetivización del universo, es decir, el conocimiento, tal y como hoy lo entendemos. A pesar de las apariencias más superficiales, la sistematización de la filosofía griega en torno a Aristóteles, más que la obra de un único filósofo, parece el resultado de un lento proceso que duró más de quinientos años; desde, al menos, el 1.200 hasta el nacimiento de Aristóteles. El acervo de conocimientos reunido en la biblioteca de Alejandría —la ciencia griega—, que incluía las aportaciones egipcias y mesopotámicas, no fue superado hasta la Revolución Industrial.


8.10. La religión griega. La religión griega surge de la confluencia de varios factores: las formas religiosas minoicas, las tradiciones mediterráneas de fundamento agrícola y las aportadas por las distintas migraciones. El resultado es un panteón complejísimo, similar al que ha pervivido en la cultura occidental en forma retórica o metafórica, de gran importancia social entre los sectores aristocráticos, que se estratificaba de acuerdo con las tradiciones de cada lugar. Por lo general, cada ciudad tenía sus dioses protectores, que no siempre estaban en armonía con los de los alrededores. Los dioses más importantes eran los siguientes: Zeus: dios del cielo, de la luz, de los fenómenos atmosféricos. Hera: diosa del fuego doméstico y del matrimonio, esposa de Zeus. Demeter: diosa de la agricultura. Poseidón: dios del mar. Hefaistos: dios de la fragua —de la fabricación de los metales— y del fuego. Ares: dios de la guerra. Apolo: dios de la luz, de la música y del conocimiento. Artemisa: diosa de la caza, del pudor, de la inocencia. Hermes: dios de los ladrones y los comerciantes, de la suerte y de la riqueza. Atenea: diosa del trabajo manual, la sabiduría, las artes y las ciencias. Dyonisos: dios orgiástico, incorporado al panteón oficial hacia el siglo VII. Asklepio: dios del arte de curar, desde el siglo IV. La religiosidad aristocrática convivía con otra popular, compuesta por deidades locales, por lo general, más dependientes de la raíz agrícola primitiva, casi siempre relacionadas con las fuerzas naturales, que se superpone a aquella para sedimentar un conjunto de tradiciones que, en ocasiones, la modifican substancialmente. De hecho, la religiosidad romana se puede entender como una forma local evolucionada de la tradición griega. Como sucedía en la religión zoroastrica, el desarrollo de la religiosidad griega refleja tres circunstancias de gran interés que se implantarán en todas las culturas mediterráneas a partir de este momento y, por supuesto, también en el desarrollo del pensamiento filosófico: 1. Fuerte preocupación ética fundamentada en un concepto de justicia similar al actual 2. Un fuerte celo moral asociado a «las tradiciones», al fundamento del grupo. 3. La creencia en una «vida futura» como garantía de compensación, con premio o castigo, tras la aportación de las corrientes órficas y pitagóricas.


8.11.

Introduccion a la cultura griega clasica.

Desde el carácter de la polis, resulta difícil hablar de la cultura griega tal y como por lo general lo hacemos en ambientes coloquiales. De hecho, a pesar de la aparente homogeneidad del arte griego, habría que hablar de múltiples subculturas griegas, que en algunos casos presentan cualidades en radical oposición. El ejemplo más significativo de esa heterogeneidad se encuentra en el secular antagonismo entre Esparta y Atenas que, de algún modo, caracterizó el desarrollo del área griega hasta su integración en el Imperio romano e, incluso, podemos seguir muchos años después. Las claves de esa heterogeneidad pasan por dos factores primordiales e interrelacionados: 1) Como sucederá más adelante en el Imperio romano, la extensión de la «ciudadanía efectiva», resultará un factor decisivo, que condicionará el proceso histórico de cada polis, y ese proceso no se desarrollará con homogeneidad. Así, por ejemplo, en Esparta las personas con derechos civiles componen un círculo cerrado y muy restringido; en Atenas la ciudadanía se irá extendiendo progresivamente a todos los estratos sociales; en el resto de la península helénica y en sus territorios asociados la extensión de los derechos civiles siempre fue cosa muy relativa. 2) El emplazamiento geográfico. Al margen de otras circunstancias de peso relativo variable, la proximidad o alejamiento del mar abrirá o cerrará una serie de posibilidades que, a su vez, alterarán las circunstancias económicas y sociales. Naturalmente, el incremento de posibilidades económicas que suponen las actividades costeras (comercio, pesca y actividad militar) disminuye el peso relativo de los esclavos y propicia la extensión de los derechos civiles. En todo caso, Atenas y Esparta establecen dos puntos de referencia que determinan la dinámica histórica griega durante más de cuatro siglos. El resto de las polis se inclinarán de un lado u otro hasta formar federaciones en caso de peligro externo, bien frente a los persas y a los fenicios, bien frente a otros grupos griegos.

8.11.1. Esparta. Al parecer, la fundación de Esparta tuvo lugar hacia el año 900, mediante la fusión de cuatro poblaciones: Limnai, Mesoa, Kynosura y Pitane. Desde muy pronto Esparta se manifiesta con una actitud expansionista en su entorno próximo, relativamente anómala respecto de lo que es habitual en el contexto


griego. Las tradiciones espartanas no asumen los elementos culturales de la polis, y seguramente por ello, su actividad colonizadora es muy limitada. Esparta funda una única colonia: Tarento (hacia el año 700, en la punta del tacón de Italia) y, al parecer, con la finalidad de resolver el problema generado por un importante grupo de espartanos «ilegítimos»: los partheniai (hijos de soltera, en griego) (engendrados por mujeres espartanas y hombres no espartanos —esclavos o de estatus servil—) Su expansión, ajena a la actividad marítima, se canaliza, sobre todo, en la propia península helénica, de tal modo que controlará casi toda la zona sur (el Peleponeso) y, en especial, las tierras interiores de esa zona. En definitiva, nos hallamos ante una comunidad de «vocación» terrestre con cualidades institucionales que consagran un modelo muy repetido entre los colectivos que denominamos de «ideología totalitaria». Aunque parezca relativamente paradójico, la organización politicosocial espartana estaba basada en la conjugación de dos principios muy caros a dichos colectivos y aparentemente contradictorios: una compartimentación muy rígida de los diferentes grupos sociales y la igualdad de quienes por razón de nacimiento, componen la clase privilegiada. Desde principios del siglo VII a.J.C. las instituciones políticas espartanas se configuran como un instrumento para defender a toda costa los privilegios de la nobleza espartana frente a cualquier veleidad de los ciudadanos sujetos a su control militar. Para hacerse una idea más concreta de dicha organización, baste recordar algunos de los grupos más significativos de la sociedad espartana, en orden decreciente de poder: 1. Consejo de los 5 Eforos. Cinco ciudadanos elegidos entre los ancianos por la Asamblea; asumen la defensa de los privilegios de las clases dominantes frente a los Ilotas y controlan a los reyes. 2. La Diarquía (gobierno de dos reyes), desdoblada entre las dos familias reales básicas de Esparta: los Agiadas y los Europóntidas. 3. El Consejo de Ancianos (Gerursía). 4. El ejército, articulado en paralelo a la estructura social. 5. La Asamblea Popular o, según los casos, militar. Elige a los 5 éforos y está compuesta por los ciudadanos espartanos mayores de 30 años (es decir, por los adultos varones de las familias privilegiadas por derecho de nacimiento). 6. Los periecos: hombres libres, que no poseen tierras y habitan en las poblaciones sometidas de los alrededores (más de cien); están obligados a prestar servicio militar en tiempo de guerra. 7. Los ilotas: campesinos carentes de todo derecho. De hecho, son esclavos del Estado espartano, que son cedidos a los ciudadanos más poderosos para que cultiven la tierra.


Aparte de sus cualidades militares, la cultura espartana se distingue por un sistema de educación que ha servido de modelo para todos los sitemas de corte totalitario que ha conocido la historia. a) Entre 14 y 20 años, los jóvenes son educados por el Estado, atendiendo, sobre todo, a sus posibilidades físicas, bajo pretensiones atléticas. b) Entre los 20 y los 30 viven bajo régimen militar (algo así como 10 años de «milicias»), aprendiendo el arte de la guerra, por supusto, como mandos. c) Entre los 30 y los 60 años. Desde los 30 años asumen el protagonismo de la organización social y militar a todos los efectos. d) Desde los 60 años pasan a conformar el consejo de los ancianos y el de los éforos.

8.11.2. Atenas. La democracia griega. Seguramente el esquema organizativo ateniense fue similar al espartano hasta principios del siglo VII a. J.C.. Sin embargo, en el año 683 la monarquía fue sustituida por el arcontado y desde ese momento el sistema político ateniense entró en una fase de gran dinamismo que culminó en el siglo V. En ese proceso destacan varias acciones jurídicas, por lo general, tomadas por los «tiranos», que fueron ampliando el sustrato social del poder. El término «tirano» no tenía en Grecia el sentido actual; un tirano era un dignatario que, con el apoyo popular canalizado a través del ejército, imponía líneas de acción o normas en favor de quienes le apoyaban. Hacia el año 624 es promulgada la legislación de Dracón. En un clima de gran tensión social fomentada por el empobrecimiento de los campesinos —muchos de ellos caen en esclavitud por deudas impagadas— y por la ampliación de la clase media comercial, queda abolida la venganza de sangre. Sin embargo, la legislación de Dracón no debió ser muy eficaz porque poco después, hacia el año 594, se promulgó un nuevo sistema: la Constitución de Solón. Es la más antigua constitución democratica de la Historia. Dicta la liberación de los campesinos esclavizados por deudas y entre sus disposiciones políticas cabe destacar: a) La adjudicación de derechos políticos a todos los ciudadanos, incluso a quienes no tuvieran posesiones, que podían votar, pero no podían expresarse en la Asamblea Popular. b) La configuración de una Asamblea Popular con capacidad decisoria en todos los ámbitos del interés general. c) El mantenimiento de ciertos privilegios en las clases dominantes, de las que salían las personas que asumían el poder ejecutivo.


d) El carácter de ciudadano prevalece sobre cualquier consideración de estirpe. e) Búsqueda de un sistema político que beneficie a todos los estamentos sociales. Así se plantean medidas para desarrollar la industria y el comercio. En todo caso, la Constitución de Solón no consigue resolver el antagonismo forzado por una polaridad que también será un invariante de todo el desarrollo histórico europeo. Por un lado, el «partido conservador», de la nobleza terrateniente, que con frecuencia se volverá hacia Esparta; por el otro, el «partido progresista» de la «burguesía» comercial, los habitantes de la costa, los pequeños propietarios y los artesanos. El siguiente paso se da bajo Pisístrato (560-527), que marca el comienzo del apogeo económico y cultural de Atenas, basado en la expropiación de los nobles que se habían opuesto a su proyecto político. Entre los años 510 y 507, Clístenes, que alcanza el poder con el apoyo de Esparta, impone la isotemía (derecho igual para todos los ciudadanos), elimina las torturas judiciales, suaviza la pena de muerte, que se aplica con cicuta –menos es nada–, e impone la práctica del ostracismo. El proceso se verá detenido por las guerras médicas, que en esta fase, durarán hasta el año 479. Tras ella, Pericles y Efialtes completan el modelo democrático despojando de poder efectivo a la aristocracia. Sin embargo, la dinámica de enfrentamiento permanente con Esparta y con el sector aristocrático ateniense producirá múltiples alteraciones del modelo político. 461-449: guerras con Esparta y Persia. 447 Esparta se impone a Atenas en el control del interior. Atenas conserva el control del área marítima. 443-429: «Siglo de Pericles». Se consolida el sistema político ateniense, naturalmente, sin que se resuelvan los problemas sociales de fondo. Con ciertas variaciones impuestas por las distintas reformas, las instituciones básicas de la democracia ateniense son: Los arcontes: ocupan nominalmente el papel del rey, pero con carácter electivo (en la época de Pericles está abierta a las clases bajas). El aerópago: asume las máximas garantías jurídicas (son «los guardianes de las leyes»). Está controlado por la aristocracia y tiende a perder poder en beneficio del Tribunal Popular (Bulé) El Consejo (de los 400, de los 500), equivale a las actuales Cámaras Altas; sus miembros son elegidos directamente La asamblea popular (la Ekklesia), equivale al Congreso de los Diputados; sus miembros son elegidos por el pueblo.


Bulé: el tribunal popular; sus miembros también son elegidos por el pueblo. Existen cargos de importancia variable, según la situación política: El demagogo: jefe del pueblo. Estratega: jefe del ejército (de las operaciones militares).

8.12. El arte griego. Forzando la síntesis, el arte griego, antes que nada, ha de ser comprendido en el seno de un sistema cultural que, contemplando todos los de su entorno próximo o lejano, se caracterizó por un grado de desarrollo desmesurado, que se manifestó en todas las áreas del conocimiento y, en general, de lo que se entiende por «civilización». Las razones para explicar ese desarrollo hay que buscarlas en las consecuencias del desarrollo histórico y, en especial, en los siguientes factores de aplicación inmediata al terreno de lo artístico: 1. Un fuerte desarrollo tecnológico, seguramente impuesto por el desarrollo naval y favorecido por el fuerte grado de relación con el resto de las culturas mediterráneas, que facilitó su aplicación a todos los ámbitos materiales. El desarrollo naval presupone acciones directas o indirectas de gran trascendencia para el desarrollo material y en especial, para la arquitectura y la escultura. Por ejemplo: las técnicas de medición, el conocimiento astronómico, la industria textil y la cordelería, las técnicas de fundición de los distintos metales, la herrería (clavos, tornillos, etc.), las técnicas de impermeabilización (calafateado), etc. 2. El fuerte desarrollo económico, proporcionado por el sistema esclavista y por los frutos de la actividad comercial, que hizo posible dedicar grandes esfuerzos a actividades «superfluas», de superestructura cultural. 3. Un sentido colectivo de los espacios urbanos derivado de los sistemas sociales griegos, muy distintos de los de otras áreas culturales, que convirtió a la arquitectura cívica en un verdadero emblema de poder, riqueza y desarrollo (confort social). 4. Una situación de competencia entre las polis que jugó en favor de la monumentalidad, tal y como sucedió en las ciudades europeas entre los siglos XIII y XV y entre las capitales de las cortes absolutistas. El modo más sencillo de expresar el poder de una ciudad es dotarla de fortificaciones inexpugnables, de templos grandiosos, de grandes palacios. De hecho los templos griegos se conciben como descomunales «esculturas» (monumentos) que enaltecen a sus ciudadanos y asombran a los forasteros y potenciales enemigos o competidores. 5. Un modelo cultural que gravita en torno al individuo dentro del grupo,


en el que los factores religiosos quedaron en un lugar secundario, muy poco relevante. El hombre no acepta pasivamente el poder de los dioses, sino que, con frecuencia, se enfrenta a ellos, en especial, cuando se trata de las divinidades de las polis rivales. No existe casta sacerdotal. 6. Unos valores estéticos planteados en términos estrictamente humanos. Los primeros paradigmas de belleza que recogen los cronistas griegos son la mujer, el mar y, en general, todo aquello que produzca «grandes sensaciones» anímicas: lo que sobrecoge, lo que estremece, lo que es placentero. Adviértase que en estos planteamientos brillan por su ausencia valores extra-humanos que son obligados en otras culturas contemporáneas (Mesopotamia, Persia, Egipto, etc.). 7. Un proceso de evolución histórica relativamente largo y estable —mucho más estable que en otras zonas—, que tiene por cimentación las aportaciones de los 3.000 años de las culturas vecinas (Egipto y Mesopotamia).

8.12.1. Fases y cronología general. 1.200-700

Geométrico (Cerámica)

1.200-1.100 Subminénico 1.100-900 Protogeométrico 900-850 Geométrico Arcaico 850-750 Geométrico Medio 750-700 Geométrico Tardío 700-500

Arcaico

700-630 630-570 570-530 530-500 500-323

Arcaico Antiguo Alto Arcaismo Arcaico Medio Arcaismo Tardío

Mundo Clásico

500-450 450-400 400-323

Preclásico (Estilo Severo) Clasicismo Segundo Clasicismo (Postclásico)

323 en adelante: Helenismo.


8.12.2. Rasgos fundamentales del arte griego. Aunque siempre es difícil entender el fenómeno artístico como algo arquetipado, lo cierto es que por las especiales condiciones históricas de la cultura griega, el arte griego resulta ser un fenómeno fuertemente normalizado sujeto a las siguientes cualidades: Escasa variación temática en todas las formas expresivas. Carácter progresivo: cada obra intenta superar a la anterior en algún aspecto. Carácter social: arte en función de los valores de la sociedad. Es un arte antropocéntrico. Todo está en función del hombre. Asimismo es un arte regido por la razón. Todas las manifestaciones artísticas se pueden acotar según tres variables básicas: el factor local, el naturalismo y una cierta idealización.

8.12.3. Arquitectura griega. Urbanismo. Los templos. Lo que conocemos responde casi en su totalidad a la arquitectura monumental. Apenas conocemos algunos restos de arquitectura doméstica que responde a modelos muy similares a los de las casas romanas. Las ciudades griegas se articulaban en tres áreas fundamentales: a) La zona residencial, escasamente ordenada, al parecer, sin distribución clasista. b) El ágora o la zona de edificios públicos. En ella están los edificios jurídicos y legislativos, los teatros, los gimnasios, etc. Se distribuye irregularmente, pero casi siempre ocupando las zonas bajas. c) El témenos o zona sagrada, en la que se situa el templo y que suele ser la zona más alta de la ciudad.


El templo griego responde a un esquema extremadamente sencillo, basado en las estructuras arquitrabadas de madera, que se complica mediante elementos decorativos y, sobre todo, por la sustitución de la madera por piedra, que presupone alterar el sentido racional de la edificación, sin duda, por las razones de exhibicionismo público antes mencionadas. Esta circunstancia, esta antinomia entre las posibilidades de la piedras y las formas derivadas por edificios pensados inicialmente con estructuras de madera, que pervivirá en Occidente hasta nuestros días gracias a la idealización a que fue sometido el «clasicismo», supone, de hecho, el inicio de una tradición que no entrará en crisis hasta el siglo XX y que impondrá una disociación más o menos radical entre la forma y la función estructural de los materiales y que, lógicamente, se traducirá en un cierto antirracionalismo que, sin salir de la arquitectura monumental, apenas será atemperado levemente en la época romana, en especial, a partir del siglo II. De todas formas, esta observación no puede ser entendida de modo radical, como tendremos ocasión de señalar de inmediato. La estructura más repetida de los templos está compuesta por un conjunto de elementos que han configurado nuestra actual idea de la arquitectura griega: a) El basamento escalonado (estereobatos y estilobato). Es un elemento de mayor o menor amplitud que, en todo caso responde a la idea de cerrar y delimitar una zona homogénea de apoyo, tanto para el paso de las personas como para el sostén del entramado estructural. b) Las columnas, a su vez, compuestas de basa, fueste y capitel. Aunque cuando llegamos al siglo IV, el carácter de las columnas ya ha sido suficientemente ensayado, lo cierto es que, a pesar de sus indudables posibilidades decorativas, no se trata de un elemento arquitectónico demasiado


racional. De hecho, las posibilidades en este sentido de las columnas exentas son muy inferiores a las de los muros o a las de los pilares arriostrados mediante arquerías o de cualquier otro modo. b.1) La basa puede existir o no; en el primer caso está decorada con boceles o con elementos relacionados con la ornamentación del capitel. Funciona como un elemento de transición entre el fuste y la cimentación, una especie de difusor

de cargas, que para cumplir bien esa función debería acercarse al tronco de cono de directrices a 45º.


b.2) El fueste, puede estar estriado o no; unas veces está realizado con un bloque enterizo, pero por lo general se compone de lajas, que se regularizan «in situ». La unión del fuste al capitel queda marcado por un collarino, que suele ser un perlado, una moldura o algún otro elemento ornamental seriado. Desde criterios estructurales, contando con las posibilidades de la «piedra» (mármoles, caliza, etc.), es el elemento menos racional, porque frente a la madera no dispone de cualidades para responder correctamente al «pandeo»46 ni para solventar erosiones radicales. Para demoler una columna basta con someterla a un esfuerzo perpendicular a su eje relativamente pequeño. Seguramente por ello, apenas ha llegado completa a nuestros días ninguna edificación de este tipo b.3) El capitel, se compone de equino, plato o cesto (según el tipo de capitel) y ábaco (superficie sobre la que descansa el arquitrabe). Como la basa, es un elemento de transición que «funciona» de modo inverso a aquella, concentrando las cargas de las zonas elevadas.

46

Por pandeo se entiende el efecto que produce en un elemento estructural «muy alargado» una carga en la dirección de su eje, que se traduce en una deformación de arqueo que puede produir su rotura.


c) El arquitrabe. Repite la forma de las grandes vigas perimetrales de madera que soportan toda la estructura del tejado. En el templo griego clasíco está compuesto por bloques de piedra que van de capitel a capitel y mantiene la vieja función estructural, de manera que sustenta al resto de los elementos. d) El friso. Es la zona que, en la estructura de madera, ocupaban las vigas, más pequeñas que las de cerramiento perimetral, que reducían el vano y servían para cubrir el techo. El templo griego conserva la forma de las puntas de esas vigas en los triglifos, que por lo general presentaban varias molduras verticales. Los espacios entre viga y viga son las metopas, que con frecuencia se decoraban con relieves. Los mútulos parecen ser recuerdo del entablamiento del techo, sobre el que se sujetaban los tabiques que, a su vez, sustentaban y definían la vertiente del tejado. e) El frontón. Es el espacio triangular determinado por la vertiende del tejado. La moldura inferior se denomina geíson; la superior, sima. Era frecuente que se utilizaran esculturas ornamentales (acróteras) y mascarones para embellecer las zonas de goterón (gárgolas) Se dice que los primeros templos son derivaciones de los megarones micénicos; sin embargo, su concepción es tan simple y elemental que no es necesario recurrir a fenómenos de difusión cultural para explicar su aparición en el mundo griego. Progresivamente se construirán templos cada vez más complejos en cuanto a sus componentes decorativos, pero siempre manteniendo la idea estructural primitiva.



Los templos griegos, que se suelen construir en zonas elevadas —con frecuencia, sobre construcciones micénicas—, son habitáculos para los dioses, que no participan de la idea cristiana de templo; a su interior sólo entran los sacerdotes; los ciudadanos participan en los ritos desde el exterior. Seguramente por ello, la evolución de los templos no aporta aumento en la complejidad funcional interna, sino simplemente en los aditamentos ornamentales de los muros y frontones y en el número de columnas. Así, desde fórmulas similares al megarón, se pasa al templo «in antis». Posteriormente aparecen los templos próstilos; luego, los anfipróstilos, los perípteros; más tarde se duplican las columnas perimetrales, pero siempre manteniendo el mismo esquema interno con adyton, cella, pronaos y opistodomos. A propósito de la idea que hoy tenemos de la estética griega hay que hacer notar que ella está considerablemente deformada por efecto de los valores propios del siglo XIX y por las instalaciones museísticas derivadas de aquellos. Así, por ejemplo, era habitual pintar los elementos ornamentales de los templos con colores fuertemente contrastados, que resultarían insultantes para nuestros propios valores estéticos, pero que eran propios de la concepción estética griega. Los órdenes arquitectónicos son, en realidad, fórmulas ornamentales que se utilizan en función del carácter de la edificación o de sus diferentes partes. No tenemos noticias griegas fidedignas respecto a la idea de «orden», tal y como la tenemos desde la obra de Vitruvio, de manera que da la sensación de que esa idea es una idea «moderna» y, sobre todo, teórica, del particular modo de sentir la ornamentación arquitectónica que tenía dicho arquitecto romano. Ni en Grecia ni en Roma existen edificios que utilicen los órdenes de manera «ortodoxa»; por el contrario, lo normal es que cada edificación griega y romana emplee fórmulas y elementos elegidos y combinados según el particular capricho de quien la dirigiera. No obstante, parece que existe un factor cultural muy importante en el origen de las fórmulas ornamentales de cada orden. Así, el orden dórico, especialmente ascético, parece originario


de Esparta, mientras que el orden dórico, mucho más sensual, sería propio del Atica y, en general, de las áreas más sentidamente jónicas. El capitel corintio, cuya invención se adjudica a Calímaco, parece un elemeno decorativo de origen oriental. Asimismo, la decoración esquemática (los capiteles dóricos) se suele emplear en templos dedicados a divinidades masculinas, mientras que los otros (jónicos y corintios) se aplican a deidades femeninas. Pero no siempre ocurre así. La tradición grecolatina recoge una curiosa leyenda sobre la invención del orden corintio. Según Vitruvio, que pudo vivir en la época de Julio César o Augusto, éste surgiría del siguiente modo: «En cuanto al tercer género de columnas, llamado corintio, representa la delicadeza de una doncella, cuyo talle, por su edad, es más fino y por lo tanto más susceptible de recibir adornos que puedan aumentar su belleza natural. La invención del capitel en este orden se cuenta quede debido a estas circunstancias: una doncella de Corinto, apenas núbil, enfermó y murió; su nodriza fue a poner sobre su tumba, en un canastillo, algunos de los objetos que a la muchacha más habían agradado en vida, y para que pudieran conservarse a la intemperie más tiempo sin estropearse, tapó la cesta con un ladrillo. Por una casualidad vino a quedar el canastillo sobre la raíz de una planta de acanto. Oprimida luego por el peso del canastillo, esta raíz de acanto que estaba en medio comenzó en la primavera a echar tallos y hojas, que fueron creciendo a los lados de la cesta, y tropezando con los canastos del ladrillo, por efecto de la presión, tuvieron que doblarse, produciendo los contornos de las volutas. El escultor CalímacoJ al que los atenienses llamaron Catatechnos (primer artifice), a causa de la delicadeza y habilidad con que tallaba el márrnol}acertó a pasar por allf, casualmente, cerca de la tumba, vio el canastillo y se fijó en la delicadeza de sus hojas que iban naciendo, y prendado de esta nueva modalidad y belleza de la forma, la reprodujo en las columnas que hizo después para los de Corinto, y estableció las proporciones con arreglo a ese modelo». En general, la ornamentación es algo que está supeditado al planteamiento arquitectónio y urbanístico global y como tal adquiere los moldes que aquel exija, sin limitaciones impuestas por la supuesta rigidez del orden. De hecho, una de las vertientes escultóricas más ricas se desarrolla en el ámbito arquitectónico, con ejemplos tan significativos como las cariátides o los frisos del Partenón. La propia escultura exenta con frecuencia está concebida en función del contexto arquitectónico.




8.12.4. La escultura. Desgraciadamente, la mayor parte de la escultura exenta griega se ha perdido. Apenas se han conservado una parte muy reducida de todos los bronces fundidos en Grecia, unas veces sacrificados a circunstancias prosaicas (obtención de bronce) y otras, por condicionantes más complejos. Sin embargo, gracias a las copias romanas podemos hacernos una idea bastante aceptable de lo que fue esa variedad escultórica, porque la mayoría de piezas conocidas en esa época sirvieron de modelos ilimitadamente. La historia de la escultura griega es la historia de un proceso, que partiendo de las fórmulas egipcias y mesopotámicas, busca acercarse de modo progresivo a las formas de la naturaleza o mejor, a unos modelos concebidos mediante una cierta idealización de las formas naturales. La escultura griega más relevante se realiza en mármol y en bronce. Ambos materiales se ponen al servicio de un proceso de perfección que culmina en el clasicismo.


La escultura en bronce refleja casi todos los procedimientos que hoy se siguen empleando. Las obras más antiguas fueron realizadas mediante martilleado de láminas de bronce sobre moldes o soportes duros, que luego se colocaban sobre almas de madera. Más tarde se realizan piezas pequeñas y macizas fundidas. Desde el siglo VI se utiliza la «cera perdida», al parecer, por influjo egipcio; las primeras obras realizadas con este procedimiento reflejan una técnica poco depurada, que proporciona piezas de desmesurado grosor e irrepetiples, porque para extraer la fundición es necesario romper los moldes. Poco a poco, a medida que se desarrollan los procedimientos de soldadura, se va depurando el proceso hasta conseguir los resultados de la época clásica. Las esculturas de esta época se consiguen fundiendo por separado las distintas partes de la obra, que posteriormente se unen (se sueldan); por fin, toda la obra se repasa con las herramientas apropiadas (buriles, punzones, cortafríos, abrasivos, etc) y se procede a las incrustaciones que sean necesarias.


La escultura en mármol se desarrolla paralelamente a la de bronce, y al incremento de herramientas especializadas, prácticamente idénticas a las que se utilizaban en el siglo XIX. Hasta el siglo VI las esculturas están dominadas por la frontalidad y por la sonrisa eginética; desde esa época, en la que se emplean procedimientos de «sacado de puntos» similares a los actuales, las obras se harán progresivamente más «naturalistas», pero siempre procurando mantener una cierta idealización. En Grecia era inadmisible el naturalismno crudo, como, por ejemplo, el que domina en el retrato romano; el retrato, en bronce, mármol o pintado de una persona debía ser más bello que el

modelo. Las esculturas carácterísticas del arcaismo siguen dos modelos muy conocidos: a) Kuros o figura masculina, por lo general, desnuda y de pie. b) Kore o figura femenina, por lo general, vestida (el peplos dórico es rígido e impide ver la anatomía; las figuras jónicas suelen llevar manto y túnica abierta —chitón e himation—, que deja ver parte del cuerpo). Se suele hablar de tres grandes corrientes en la estatuaria griega: a) La escuela jonia, de mayor influjo oriental, con tendencia general a «lo suave», la delicadeza, las formas redondeadas.


b) La escuela doria, propia del Peloponeso, inclinada hacia los valores masculinos, de menor interés hacia los detalles, más ruda y esquemática. c) La escuela ática, que supone la culminación y conciliación de ambas tendencias. Pero en general, toda la escultura griega –las tres hipotéticas «escuelas» conjuntamente– experimenta un proceso que, a partir del siglo V a.C. depende mucho más de la capacidad de cada taller que de la dinámica sociocultural en que se desarrolle. Fidias, Polícleto y Crésilas los tres grandes escultores de mediados del siglo V produjeron obras que responden a los mismos cánones representativos y estéticos y hasta tal extremo llega ese paralelismo que aún hoy resulta difícil determinar qué obras pertenecen a cada uno de ellos. Habrá que esperar al siglo IV para que aparezcan nuevas aportaciones que se articulan en dos líneas fundamentales: un cierto amaneramiento sensitivo, que alcanza su máxima expresión en las obras de los discípulos de Fidias (Calímaco y Praxíteles), y una corriente de orientación más expresiva, representada por los talleres de Scopas y Lisipo. Pero en todo caso, el lector deberá tener en cuenta que la mayor parte de los desarrollos «teóricos» que encontrará en los libros apenas son otra cosa que especulaciones abstractas que siempre están condicionadas por la capacidad de los copistas romanos. Frente a esas especulaciones, nos permitimos proponer al lactor una cuestión obvia en relación a estas obras: que fueron concebidas para que resultara especialmente grata su contemplación y que el éxito de quienes las realizaron fue tal que aún hoy, más de dos mil años después, seguimos considerándolas como obligadas referencias estéticas, casi como «modelos estéticos absolutos», como objetos, cuyas cualidades no podrán ser superadas jamás. Ahora que la creación estética se vuelve hacia el análisis de las múltiples referencias que pueden intervenir en la experiencia estética, se nos antoja que en


el estudio de este tipo de obras se encuentran múltiples soluciones para ese tipo de cuestiones, siempre que se deje a un lado el componente inquietante que es característico de la producción estétipa postvanguardista. En definitiva, la escultura griega estaba concebida para propiciar el goce estético de una amplia generalidad de individuos y parace obvio que los resultados prácticos fueron indiscutibles, contando, incluso, con las veleidades coloristas de algunas épocas, en las que se pintaban sus superficies con matices cromáticos brillantes, que hoy nos resultarían insultantes.

8.12.5. La pintura. Según las fuentes literarias, la pintura griega alcanzó unas cotas de desarrollo comparables o superiores a las de la pintura romana. Desgraciadamente no se ha conservado nada. Plinio el Viejo, que murió en la erupción del Vesubio que aniquiló Pompeya, dejó escrita una sucinta historia de la pintura griega en la que destacan algunas importantes indicaciones: Según él, los inicios de la pintura, «hay que situarlos en aquel momento en que se circunscribió en una línea la sombra de un hombre». «El arte salió del caos; inventó las luces y las sombras y, gracias a estas diferencias, los colores destacaron entre sí. Después se añadió la claridad, que es algo distinto de la luz; el tono sería lo que está entre la luz y la sombra, y la reunión de colores, en la transición de una a la otra, armonía». Habla de Polignoto de Tasos, que vivió en el siglo V e «introdujo la expresión en los rostros» («en lugar de la antigua rigidez»). También de Apolodoro, que supo -por primera vez- reflejar la fisonomía. Zeuxis de Heraclea «determinó regalar sus obras porque decía que ningún precio era suficiente para pagarlas»; este singular pintor, que vivió en el siglo V a.J.C., para realizar una pintura del templo de Juno Lacinia «examinó a unas jóvenes desnudas y eligió a cinco para pintar de ellas lo que cada una tenía más bello». Un poco más adelante nos explica que Parrasio «fue el primero en obtener la proporción, introdujo la delicadeza de los gestos de la cara, la elegancia en los cabellos, la gracia en la boca y, según opinión de los artistas, se llevó la palma en lo que hace referencia a los contornos» y, a pesar de que fueron famosas sus obras de tema obsceno, «se declaró príncipe de la pintura». Recuerda a Timantes, quien «sobre todo poseía ingenio»; a Pánfilo, que «estudió todas las ciencias, sobre todo la aritmética y la geometría, sin las cuales,


sostenía, la pintura no podía ser perfecta». También menciona a Apeles de Colofón, quien además de otorgar gran importancia a la crítica ajena y de, al parecer, escribir algún tratado, llegó a formular la necesidad de saber quitar las manos de una obra en el momento oportuno; y, por último, de Arístides que, al parecer, se preocupó especialmente por expresar sentimientos y turbaciones.

8.12.6. La cerámica. Del período que venimos denominando siglos oscuros, los restos más importantes que tenemos son los cerámicos. Según Ricardo Olmos Romera (Guías del Museo Arqueológico Nacional, 1 Cerámica Griega, Madrid, 1973): «Un vaso griego es, ante todo, el producto del trabajo realizado con la arcilla por un artesano, quien llevaba a cabo sus obras para venderlas a continuación en el mercado y servir al gusto de unos compradores que las utilizaban en muy diversos momentos de su vida. Pero esta vertiente pragmática y utilitaria aparece a su vez acompañada de una manera inseparable por otro factor igualmente determinante y decisivo: la búsqueda de una expresión estética. Por medio de las formas del vaso y de su decoración, el artista griego, guiado siempre por un sentimiento innato hacia la proporción y la medida, dejó impreso en sus creaciones su aspiración y búsqueda de la belleza y su sentido profundo de la armonía.» Una y otra función, utilidad y belleza, aparecen siempre presentes en la cerámica griega. La cerámica griega nos sirve además como testimonio histórico que nos informa acerca de la vida cotidiana del griego, de sus ritos y costumbres, sus juegos, banquetes, dioses y leyendas. Cada vaso era el resultado de un largo proceso artesanal muy complejo en el que pueden distinguirse dos momentos fundamentales: la factura o modelado y su decoración. Este doble proceso era a su vez realizado generalmente por dos artistas, el ceramista o alfarero y el pintor, cada uno con una función específica y definida: el ceramista modelaba las paredes del vaso a torno con arcilla muy fina y depurada, posteriormente se añadían las partes adicionales (asas y pies), despues de una cocción en el horno, no definitiva, un pintor la decoraba con un barniz y pintura especiales. Posteriormente el vaso se volvía a introducir en el horno para su cocción definitiva. En el período cumbre de la cerámica griega, tanto pintor como ceramista firmaban juntos sus obras, orgullosos de su capacidad creadora. Como es lógico, la forma de los vasos estaba vinculada a su función y variaba a medida que pasaban los años y con ellos, los gustos y las modas; sin embargo, la tipología recogida en el cuadro adjunto se mantuvo prácticamente


inalterable durante la ĂŠpoca romana. En el cuadro adjunto hemos recogido

algunas de las formas cerĂĄmicas mĂĄs conocidas.


Aríbalos y alabastrón: utilizados como vasos de perfumes, por ello su estrechez del cuello y del orificio, destinados a regular la salida lenta y pausada del líquido. La forma discoidal era idónea para extender el aceite perfumado sobre la piel. Lekythos: para contener aceites, con un uso muy extendido en Atenas como ofrenda funeraria, contenía bálsamos y perfumes rituales dedicados en la tumba por los familiares y amigos del difunto. Anfora: (de las más peculiares creaciones griegas), vaso con dos asas verticales destinado a transportar y conservar líquidos. El pelike es una variante del ánfora. Hydria: Vaso con tres asas, dos horizontales y una vertical, utilizada por las mujeres para transportar agua de la fuente. El asa vertical servía para levantar la hydria y verter el líquido. Crátera: Servía para mezclar el vino con el agua. (beber el vino puro y sin mezclar era «costumbre bárbara y no de griegos». Se caracteriza por un cuerpo de cabidad profunda y una ancha boca que facilitaba a los comensales introducir la copa y servirse directamente. Por la forma del cuerpo y la posición de las asas se distinguen cuatro variedades: Crátera de cáliz Crátera de campana Crátera de columnas Crátera de volutas Lebes (o dinos): gran caldero sin asas, para lavarse, que debía apoyarse sobre un pie. El lebes nupcial es una variedad con un alto pie unido al cuerpo y asas verticales, de uso exclusivamente ritual en las ceremonias de matrimonio. Stamnos: vaso de cuello estrecho y con dos pequeñas asas horizontales, generalmente utilizado como gran jarra de vino. Oinócoe: el vaso más característico e idóneo para servir vino en las copas, por la disposición y forma de su asa vertical y de su boca, generalmente


trilobulada, para canalizar el líquido. Kylix: el tipo más común de copa, ancho, poco profundo, de asas horizontales y generalmente con un alto pie. Sus dimensiones, a veces muy grandes, se explican por su uso comunitario en el banquete donde circularía de mano en mano entre los comensales. Skyphos, kántharos y Kyathos son también otro tipo de copas para beber. La primera es una copa profunda, a veces sin pie, la segunda con dos asas verticales y el tercero es como un cazo con una sola y alta asa vertical. Pyxis: especie de caja cilíndrica, utilizado por la mujer griega para guardar sus joyas y objetos de tocador. En el siglo IV, se utiliza una variante llamada lekanis para contener regalos y ofrendas de amor.

Periodización de la cerámica griega Frente a lo que sucede con la escultura, con la cerámica son tantos y tan completos los datos que poseemos que ha sido relativamente fácil establecer una secuencia evolutiva completa. Para lectores críticos y desconfiados hay que hacer notar que esa secuencia evolutiva, que se llega a formular por períodos de tiempo sorprendentemente breves, es, ante todo, «un modelo», que no tiene por qué coincidir con lo que realmente ocurrió en todos los alfares griegos. La utilidad del modelo evolutivo, cuyo resumen recogemos en el cuadro adjunto, es óptima en relación a los grandes talleres, pero mucho más relativa en relación a la producción de las áreas marginales, a las que las grandes líneas de moda y gusto siempre llegaban tarde. En todo caso, frente a las piezas que se exhiben en los grandes museos 47 la utilidad del modelo evolutivo recogido a continuación es bastante aceptable. Básicamente existen cuatro fases fundamentales: período geométrico, período orientalizante, cerámica de figuras negras y cerámica de figuras rojas. A lo largo del siglo IV se inicia un período de decadencia que marca el final de la hegemonía de los talleres áticos en beneficio de las «factorías» del sur de Italia.

47

En el Museo Arqueológico Nacional existe una buena colección de cerámicas griegas, cuyo conocimiento recomendamos muy encarecidamente. Asimismo, existe una Guía de Cerámica Griega, de R. Olmos Romera, cuyo contenido ha servido de fundamento para la redacción de estas páginas.


Protogeométrico Geométrico primitivo Geométrico medio Geométrico tardío ORIENTALIZANTE Cerámica orientalizante Protocorintio Corintio Antiguo Corintio medio Corintio Reciente CERÁMICA DE FIGURAS NEGRAS CERÁMICA DE FIGURAS ROJAS Período de transición Período arcaico Período clásico primitivo Período clásico pleno GEOMÉTRICO

(1.050-950). (900-850) (850-760) (760-660) (700-570) (680-630) (620-600) (600-570) (570-500) (700-480) (530-400) (530-520) (520-475) (475-450) (450-390)

a) Período Geométrico. Entre los años 1200 a 1050 en la cerámica se observa una simplificación decorativa; la ornamentación se reduce a bandas y líneas y proliferan los «estilos» locales. Según Schweitzer, las características del «estilo geométrico», muy próximas al resto de las expresiones artísticas, son: a) Expresión de lo que los griegos buscan detrás de la naturaleza: la razón, el número. b) Interpretación de la realidad representada a partir de unos esquemas geométricos y abstractos, que se interpretan como rasgos esenciales de la forma. Los artistas griegos que trabajan con la cerámica indagan en la abstracción, la línea y el número para ofrecer un sentido de unidad y armonía entre la forma del vaso y su decoración. c) El vaso se concibe como una unidad estructurada en la que cada parte recibe una definición por separado, sin perder la unidad del conjunto. La decoración se fundamenta en el repertorio propio de lo que tradicionalmente se entiende por «dibujo»: el punto, la línea, con un predominio progresivo de la línea recta sobre la curva. A partir del Geométrico Medio, cuando se estrechan las relaciones comerciales con Oriente, se produce una cierta convergencia en el uso de las fórmulas decorativas. En la cerámica submicénica la decoración del vaso se desarrolla por toda


su superficie, para que pueda ser vista desde cualquier punto. En el protogeométrico, la decoración se coloca en los puntos óptimos desde la visión frontal (inicio de la panza o centro de ésta) y aunque al final del Geométrico se llene todo el vaso con decoraciones, se siguen señalando éstos puntos colocando en ellos las escenas principales. Los motivos del Protogeométrico son los círculos concéntricos, supeditados a una concepción esencialmente estática, dominada por colores claros y contrapuntos negros que, poco a poco van ganando espacio. Se sigue utilizando la línea curva para resaltar la zona más ancha del vaso, y poco a poco se va sustituyendo por la recta. En el Geométrico Inicial la decoración ocupa mayor espacio, el vaso se va llenando de franjas, rectángulos, metopas, líneas en zig-zag, grecas, meandros, esvásticas o cruces gamadas y ajedrezados. Los círculos tienden a desaparecer hasta su total extinción en el Geométrico final. En el Geométrico Medio (850-760) se decoran las zonas centrales y la parte media del cuello. Aparece una especie de panel a la altura de los hombros, en el que se coloca el motivo decorativo principal que suele ser el meandro. Durante el Geométrico medio parece que la evolución de la decoración se estanca y es la región del Atica la que dará otra salida introduciendo la figura de animales estilizados, a veces afrontados, y posteriormente la figura humana, en rígidos movimientos, con cuerpos triangulares, en una búsqueda constante de los rasgos esenciales. Esas son, precisamente, las aportaciones más relevantes del Geométrico Tardío (760-660). Progresivamente la cerámica se cubre por completo de decoración en bandas, las escenas figuradas ocupan la parte principal del vaso pero otros motivos geométricos siguen señalando otros puntos principales del mismo como la parte más ancha del vaso o la mitad del cuello. Poco a poco la atención se va fijando cada vez más en los motivos humanos. En paralelo, los pintores comienzan a individualizarse y a firmar. En esta época aumenta considerablemente la producción de vasos monumentales, utilizados con finalidad funeraria, para ser colocados encima o al lado de las tumbas a modo de estelas. Como es lógico, estos vasos sólo podían ser encargados por los miembros de la aristocracia que, de un modo u otro, acabaría imponiendo sus gustos. Las escenas que suelen aparecer, siempre sujetas a un esquematismo muy rígido, carente de toda pretensión perspectívica, responden a los siguientes ritos: a) Próthesis (rito de lamentación). Exposición del cadáver sobre un catafalco rodeado de familiares, amigos, plañideras que levantan los brazos, etc.. b) Ekphora. Representa el traslado del cadáver sobre un carro con su ajuar, hacia el cementerio, acompañado por los parientes y amigos, que pueden ir en carro o andando. c) Thapsos. Son los juegos funerarios organizados en honor del difunto que


duraban nueve días. Estos juegos incluían danzas y competiciones y son descritos en la Ilíada con ocasión del funeral que organizó Aquiles a la muerte de Patroclo.

b) Período orientalizante (700-570). En pleno Geométrico final, coincidiendo con las colonizaciones y con el desarrollo comercial, Grecia recibe numerosos influjos a través de los marfiles, las telas, los bordados, los objetos de metal; en general, se introducen motivos decorativos nuevos que dejan su huella en la cerámica de esa época. Hacia el año 700 se manifiestan nuevas formas culturales que permanecerán en vigor durante algunos años. A esa época se le denomina Período Orientalizante. Aparecen motivos ornamentales como la roseta, la flor de loto, la palmeta, (motivos que veíamos desde Egipto al mundo asirio), Predominan animales como el león, la pantera o el ciervo, también orientales. De Mesopotamia procede la representación de animales alados como las sirenas, esfinges y grifos. Desaparecen los motivos rectilíneos del repertorio decorativo. También se modifica la técnica empleada, vinculada ahora a la obtención de una paleta más varíada de colores: negro, blanco, rojo y, eventualmente, otros colores. Las figuras pierden la bidimensionalidad del Geométrico final y ganan corporeidad al introducir detalles interiores en los cuerpos, o en los vestidos por medio de incisiones en la arcilla. En estos momentos aparecen los temas mitológicos y se establece una cierta diferencia de fundamento geográfico:


a) La costa de Jonia, en Asia Menor y las islas del Egeo, con un importante componente semítico y centro productivo que destaca sobre los demás en Rodas, aparece un tipo de cerámica más conservadora, con escasas representaciones humanas y múltiples frisos de animales en actitudes reiterativas, formando bandas. Su repertorio iconográfico se compone, sobre todo, de la cabras, leones, panteras y animales fantásticos como esfinges, grifos, etc. y representaciones de procedencia asiria como el árbol de la vida, palmetas, rosetas... b) Grecia Continental, con centro en Corinto. Esa ciudad, gracias a su emplazamiento geográfico, es en el siglo VII un foco comercial de primera magnitud, que se concretará en la fundación de colonias en Italia. Frente a la bicromía de la cerámica geométrica, se desarrolla una decoración policroma en la que destaca el negro para las figuras y se introduce el púrpura y el blanco para algunos detalles. Utilizan la incisión, que permite superponer figuras sin que éstas se confundan y se aprecian tímidos ensayos por romper la bidimensionalidad. Se representa también la figura humana. La cerámica corintia tiene diferentes fases desde el 680 al 500 a.c: — Protocorintio (680-630 a.C.) — Corintio Antiguo (620-600 a.C.) — Corintio medio (600-570 a.C.) — Corintio Reciente (570-500 a.C.) La primera fase es la más dinámica.En la última se advierte una clara decadencia, (descuido en la decoración) frente al florecimiento de la cerámica ática que se impone en los mismos mercados ocupados por la realizada en Corinto. Los ceramistas corintios acaban imitando los modelos y decoración de la cerámica ática aunque mantienen algunos motivos de su propia tradición.


c) Cerámica ática de figuras negras (700-480) Los talleres áticos adoptan algunos elementos originados en Corinto y, en especial, el uso de líneas incisas para resaltar detalles, que se pone al servicio de una concepción estética nueva y diferente, que se mantendrá durante un período de más de doscientos años, hasta la aparición de las figuras rojas. Esa nueva concepción bascula, sobre todo, en el uso de la figura humana, que poco a poco se impone sobre las concepciones geométricas y esquematizantes de la tradición corintia. Los temas más frecuentes son los mitológicos y épicos. Es en este momento cuando los artistas (ceramistas, pintores, filósofos, poetas, etc.) firman sus obras. Se dice que Sófilos (primer tercio del siglo VI a.C.) es el primer pintor de vasos cuyo nombre se conoce; dos años después aparecen dos grandes artistas, el ceramista Ergótimos y el pintor Klitias, que emplean un estilo miniaturista continuado por otros maestros. En la segunda mitad del siglo VI destacan Exekias y Amasis que representan el máximo esplendor de esta técnica 48.

48

En el Museo Arqueológico Nacional se conservan varios ejemplares que van desde los inicios de esta técnica (vaso atribuido al pintor de Polos) a cerámicas de momentos de esplendor, como son la Hydria ática del Pintor Afectado, cuya escena describe la despedida de un guerrero y la lucha entre lapitas y centauros, o la que narran la lucha entre Heracles y Apolo por el trípode de Delfos. Además de los temas míticos o épicos, algunas piezas son documentos sobre las costumbres de la época. La hydria que se conserva en el Arqueológico del último cuarto del siglo VI nos documenta la labor de las mujeres que acudían a las fuentes. Entre las reformas realizadas por las tiranías atenienses se encontraban las construcciones de edificios públicos y entre ellos las fuentes, éstas llegaron a ser un lugar predilecto de reunión para las mujeres a quienes, se dice, en contadas ocasiones era permitido abandonar el hogar durante el día.


d) Cerámica ática de figuras rojas (530-400). A finales del siglo VI aparece una nueva técnica en los talleres áticos, que consiste en dejar para las figuras el fondo rojo de la arcilla en contraste con las paredes que se cubren de barniz negro. Los detalles se señalan con finas pinceladas que sustituyen las incisiones de la cerámica anterior. Como ocurre con el resto de las manifestaciones artísticas, la cerámica se suma al progreso compositivo y al dominio del escorzo y de la representación de la profundidad. Este dominio de la técnica pictórica se observa, sobre todo, en algunos detalles como el ojo o el torso humano. En la cerámica de figuras negras el ojo se representa de frente y en estos momentos ya aparece de perfil (anteriormente el torso aparece de frente y cabeza y piernas de perfil, como ocurría en Egipto). Las formas adquieren mayor movimiento. También se observan cambios en los temas representados: la vida diaria pasa a un primer plano, (escenas de banquetes, juegos atléticos y fiestas); cada vez es más poderoso el gusto por lo anecdótico. Se establecen varios períodos en la evolución de esta modalidad: a) Período de transición (530-520 a.C.). Es una época en la que se realizan «vasos bilingües» (un lado decorado con figuras negras y otro con figuras rojas) b) Período arcaico (520-475 a.C.) contemporáneo a las Guerras Persas. c) Período clásico primitivo (475-450 a.c.) Es el de máximo esplendor, centralizado en Atenas. d) Período clásico pleno (450-390 a.C.) Coincide con el apogeo y el fin de la época de Pericles, la Guerra del Peloponeso y la caída de Atenas. En esta época la cerámica inicia su declive artístico, hasta llegar a ocupar un papel secundario, bajo el gran desarrollo de la escultura y la pintura mural.


8.12.7. El mosaico. El mosaico 49 se aplica para la decoración de pavimentos y paredes. Su realización responde a las fórmulas que se seguirán utilizando prácticamente hasta la actualidad: sobre un boceto previo, asentado sobre un lecho de argamasa húmeda, se reunen pequeños fragmentos de piedra, mármol, vidrio o barro cocido, que se fijarán sólidamente una vez haya endurecido el soporte de cal. El origen del procedimiento habría que buscarlo en Oriente, Mesopotamia o Egipto aunque los ejemplos de estas culturas son piezas portátiles o revestimientos de algunas columnas u otros elementos arquitectónicos y no se encuentran restos que demuestren la existencia de grandes composiciones similares a las griegas o romanas. En Grecia, las primeras muestras conocidas corresponden al final del clasicismo, aunque su desarrollo más relevante tendrá lugar en época helenística. En principio los motivos mitológicos o de género aparecen encuadrados en frisos ornamentales geométricos o vegetales en blanco y fondos en negro. De época helenística se conservan una serie de ejemplos que, suponemos, siguen un camino paralelo al de la desconocida pintura mural. En el gran desarrollo del mosaico helenístico, como ocurre en las demás «artes menores» tuvieron gran importancia el desarrollo urbanístico y demográfico y la enorme concentración de riquezas que conocen en el siglo IV a.C. las ciudades del Mediterráneo oriental. Pérgamo, con mosaicos de cierto colorido, fue una de las ciudades más representativas en el desarrollo de esta peculiar técnica. Los mosaicos realizados en Alejandría en la época de los Ptolomeos están realizados con teselas irregulares, blancas y negras para la ejecución de figuras y elementos ornamentales dispuestas sobre fondo de color rojizo.

49

El término mosaico procede de época romana, en que el mosaico adquirió un gran desarrollo. Los fragmentos que componen el mosaico reciben el nombre de teselas (los griegos los llamaron «abakiskoi»).


8.12.8. Indumentaria. En la indumentaria femenina la prenda interior más característica es el khiton, de origen dórico, que estaba formado por una pieza de tela rectangular, que se sujetaba sobre los hombros con fíbulas, pero de modo que el borde volvía hacia el exterior hasta caer sobre la cintura quedando las orillas sueltas sobre el lado derecho, en general, sin sobrepasar la altura de la rodilla. Solía confeccionarse en lana, en color blanco crudo y, contra lo que suelen imaginar los más suspicaces a la vista de ciertas esculturas, su tosca textura impedía apreciar la anatomía. A mediados del siglo VI a.C. en Atenas el khiton dórico es sustituido por el khiton jónico, originario de Asia Menor, confeccionado en lino. Esta prenda, que también se sujetaba sobre los hombros con la ayuda de fíbulas, iba cerrada por los lados y era más ancha y larga que la dórica, de modo que en sus laterales adquiría el aspecto de amplias mangas. Como pieza de abrigo se utiliza el peplos. Su confección era similar al khiton dórico, mediante una pieza rectangular sin costura, abierta sobre la pierna izquierda, a veces cerrada, provisto de cinturón que proporcionaba uno o dos pliegues horizontales, para caer sobre la cintura formando una especie de bolsa. En las prendas de lana se utilizaron colores más vivos que los del khiton. El peplos de lino permitía plisados que realzaban los efectos conseguidos por los plegados de caída de las prendas. El vestuario se completaba con el peinado que podía adquirir diferentes aspectos, que, como hoy, determinaban la situación social y la actitud de la mujer. Por ejemplo, durante muchos años, el pelo largo y recogido era una señal de distinción. Además de las dos prendas citadas anteriormente la mujer, igual que el hombre utilizó un manto superpuesto, el himation, de forma rectangular (a veces ovalada) y grandes dimensiones. Se podía colocar en múltiples posiciones: prendido sobre un hombro u otro, cubriendo los dos brazos o incluso, volteado sobre la cabeza. Los mantos femeninos podían tener los bordes adornados con cenefas bordadas. El hombre utilizaba una variante del khiton, el exomis, que era una prenda rectangular, también sin costuras, más corta, sujeta sobre el hombro izquierdo con una fíbula, con cintas, o anudando los extremos. De esta prenda primitiva deriva el khiton como túnica corta con cinturón, que puede ir sujeto sobre el hombro izquierdo o con costura mientras el hombro derecho permanece libre, o prendido sobre los dos hombros. Los personajes importantes utilizaban en las ceremonias un exomis especial de mayor longitud. A partir del siglo V a.C. se realiza con dos costuras y permite la adición de mangas. Aunque en Grecia se conocía la seda, su uso debía estar sumamente


restringido, como objeto de extremado lujo.

Anexo. La mujer en Grecia. Las artes griegas nos informan ampliamente sobre el papel de la mujer en la sociedad de la antigua Grecia. Como podrá imaginar el lector y la lectora, su situación general no era muy distinta de la que aún sigue teniendo en las sociedades afianzadas a los valores de las culturas preindustriales. En términos políticos su marginación respecto del varón era manifiesta: no podía alcanzar la categoría de «ciudadana», no participa de la educación pública de naturaleza bélica que reciben los niños... Sólo en las familias aristocráticas podían recibir enseñanza en la lectura y la música, y en general recibían una educación encaminada a llevar a cabo las labores de la casa de la que, se dice, apenas saldría. Naturalmente, no podía elegir libremente al que sería su marido. La boda 50 se concertaba entre el padre y el novio. En definitiva, debía asumir una función eminentemente pasiva, volcada hacia lo que podríamos llamar eufemísticamente «la infraestructura doméstica». Si exceptuamos los primeros años del niño, ni tan siquiera quedará a su cargo la importante función educativa que es habitual en el seno de las culturas de fundamento agrícola. Las representaciones muestran a la mujer en las fuentes, tocando algún tipo de instrumento, en fiestas, o en escenas mitológicas.. En teoría, pues, la mujer debía asumir una función estrictamente reproductiva. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar, porque en cuanto echamos un vistazo a otros testimonios históricos y si leemos con detenimiento la Ilíada y la Odisea o analizamos las cualidades del panteón griego, las conclusiones alteran radicalmente la primera impresión que proporciona el análisis de datos arrojados por la evolución política. Si recordamos la relación entre Zeus y Hera, nos encontramos con una situación similar a la que era habitual en nuestro contexto inmediato hasta hace muy poco: varón de tendencias veleidosas, mujer herida en sus sentimientos, que reacciona, incluso, violentamente, etc. En definitiva, no creemos que el papel real de la mujer fuera tan secundario...

50

La boda duraba tres días y comenzaba con la preparación de la novia para la ceremonia mediante el baño ritual purificador. Las amigas, cogían el agua purificadora de una fuente de Atenas llamada «Calirroe» y la llevaban a casa en hydrias y lebes nupciales; la obsequiaban con regalos y la ayudaban a arreglarse. Eros, dios del amor, representado como un niño con alas, protegía la felicidad de los novios.


De las actividades domésticas, parece que una de las ocupaciones de la mujer virtuosa era el trabajo de la lana, la obtención del hilo por medio del huso y la fabricación del tejido en el telar. Se sabe que las mujeres más pudientes no se ocupaban directamente de la crianza de los niños, lo hacían las esclavas o nodrizas. Dentro de sus labores estaría la de enseñar a las esclavas a ser buenas hilanderas o buenas sirvientas, es decir, administrar los bienes y sirvientes de la casa. Otra tarea sería despedir al marido que va a la guerra (representación en vasos) le ayuda a armarse, le sirve libaciones de despedida (ofrenda de vino, leche y miel), etc. Aparte de esas tareas, que serían propias de las clases más elevadas, la mujer de clase inferior se vería obligada a trabajar como vendedora ambulante, nodriza, plañidera, o hetera (prostituta), etc. Al parecer, las heteras podían ser esclavas o niñas abandonadas a las que se educaba para este fin, para ejercitar sus habilidades en las fiestas de los hombres. Sabían bailar y hacer acrobacias, tañer los crótalos o castañuelas y tocar la flauta, actividad esta última que no podían ejecutar otras mujeres, porque, según decían, deformaba las facciones. Se citan dos tipos de fiesta a las que acudirían las mujeres virtuosas, una sería en relación con el agua (representaciones de mujeres en la fuente, con ramas de flores que se ofrecerían a las diosas «náyades» que se decía habitaban en las fuentes. Otra fiesta que daría lugar a la salida de la mujer de su casa era la dedicada al dios Dionisos (Baco), en la que la mujer se libera y escapa de la ciudad al campo para entregarse a ritos que en ciertos lugares llegaban a extremos que hoy consideraríamos escandalosos y que están en el origen remoto de nuestras actuales fiestas de carnaval..


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.