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Mi testamento: Del ajefismo a la masonería

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El trabajo

El trabajo

¿Qué puedo escribir? ¿Qué puedo dejar en mi testamento? ¿Cosas materiales? Esas nunca han sido mías y esas carecen de importancia cuando dejas el mundo de los vivos. ¿Preocupaciones y dolor para la familia? Esos lejos de ser deseables, lamentablemente son inevitables, el dolor siempre llega, no tiene sentido el mencionarlo.

De niño imaginaba un gran homenaje el día de mi muerte por haber hecho muchas cosas a lo largo de mi vida, volteo hacia atrás y pienso ¿Qué he hecho realmente? Reflexiono un momento y pienso que he hecho bastante, quizás no tan grande como un movimiento social, quizá no tan importante para tener una estatua en el jardín, pero creo que he hecho lo suficiente para ganar un lugar especial en el corazón de la gente que aprecio, creo firmemente en que ése sería mi mejor legado, aunque muera, viviré dentro de ellos, y una parte de ellos morirá conmigo, así es como sucede, algo se queda y algo se va, el ouroboros de la vida, la serpiente que devora su propia cola, no existe plenitud sin un vacío.

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Afortunadamente, aún tengo tiempo para reescribir ese testamento, yo no he muerto, sólo una parte de mí lo ha hecho, el aire se llevó lo que ya no servía, el agua purificó lo que quedó y el fuego transformó y dio vida a un nuevo yo, “Ya no eres un joven, ahora eres un hombre”, escuché decir, sin embargo, no hace mucho entré aquí acompañado por mis Hermanos los Jóvenes AJEF, de manera simbólica, entregándome a la vida adulta, no hace mucho, me despidieron del AJEF, terminando de manera simbólica mi vida adolescente. No hace mucho, trabajamos juntos por alcanzar ésa misma madurez adolescente que nos diferencia de un niño Tiempo atrás, me encontraba en la misma situación que hoy, a oscuras, sin saber que una parte de mí moriría, una parte que tenía miedo, y una nueva nacería, una que buscaría entendimiento.

Acepto este renacimiento como una evolución, como una integración de nuevos elementos a mi ser y no como un ancla permanente que me impida seguir el viaje, el camino al crecimiento y la madurez.

Ante los cuestionamientos sobre el antes y el después de un hecho, piensan que sólo hay dos mundos para mí, pero, la verdad es que nada más hay uno, aquel en el que me estoy forjando y construyendo Estamos en constante evolución y voy camino hacia adelante sin olvidar el origen.

El Gran Arquitecto me ha enseñado esto cada que quita la venda de mis ojos. El único mundo a mi disposición es mi propio mundo y de ese mundo no me puedo salir. El Gran Arquitecto, me enseñó el mundo ideal, el de la felicidad, donde no hay diferencias, el mundo de la Fraternidad Universal. Pero mi El Gran Arquitecto también me sacó de él, porque ése no es el mundo de los hombres, tampoco es mi mundo. El Gran Arquitecto del Universo me llevó a ese mundo y me enseñó cómo piensa y lucha un hombre para llegar a él, porque ése es el mundo del hombre y ser hombre es estar condenado a ese mundo

Es vanidoso creer que vivo en dos mundos, dos caminos o más. No soy Ingeniero, no soy Paramédico, no soy Artesano, no soy AJEF y no soy Masón, son partes de mí, claro, pero no soy yo, no son mi camino, únicamente hay un camino para cada persona, únicamente hay un camino para mí. Somos hombres y debemos estar conformes con el mundo de los hombres. Yo soy yo, y sólo puedo ser yo, y debo estar conforme con mi propio camino, ya que es el sendero que yo decidí recorrer, pero no puedo pasar por alto y no dar gracias, gracias al AJEFISMO y gracias a la Masonería, porque ahora son parte de mí, ahora tengo dos luces que me acompañan y me enseñan a ver el mundo de una manera más clara.

Mi camino siempre ha sido el mismo, solo hay un mundo para mí y es el mío.

Emmanuel Arteaga Sosa

El Derecho a la Pereza; Un Dogma Desastroso.

“Ser libre es gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer” José Mujica.

Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.

En vez de reaccionar contra tal aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas, han sacro-santificado el trabajo.

Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; hombres débiles y despreciables, han querido rehabilitar lo que su Dios había maldecido

Yo, que afirmo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, apelo a lo que en su juicio hay del de Dios; a los sermones de su moral religiosa, económica, librepensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista.

En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica. Comparad la pura sangre de los establos de los Rothschild, servidos por una legión de birmanos, con las pesadas bestias normandas, que aran la tierra, acarrean el abono y transportan la cosecha a los graneros. Mirad al noble salvaje que los misioneros del comercio y comerciantes de la religión no han corrompido aún con sus doctrinas, la sífilis y el dogma del trabajo, y mírese a continuación a nuestros miserables sirvientes de las máquinas.

Cuando en nuestra Europa civilizada se quiere encontrar un rastro de la belleza nativa del hombre es preciso ir a buscarlo en las naciones donde los prejuicios económicos no han desarraigado aún el odio al trabajo. Es p a ñ a , q u e , ¡ ay ! , t a m b i é n va d e g e n e r a n d o , p u e d e a ú n vanagloriarse de poseer menos fabricas que nosotros prisiones y cuarteles; pero el artista goza al admirar al audaz andaluz, moreno como las castañas, derecho y flexible como un tronco de acero; y nuestro corazón se estremece oyendo al mendigo, soberbiamente arropado en su capa agujereada, tratando de amigo a los duques de Osuna.

Para el español, en quien el animal primitivo no está atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes. Al igual que los griegos de la gran época que no tenían más que desprecio por el trabajo: solamente a los esclavos les estaba permitido trabajar; el hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia.

Fue aquel el tiempo de un Aristóteles, de un Fidias, de un Aristófanes; el tiempo en que un puñado de bravos destruía en Maratón las hordas del Asia, que Alejandro conquistaría rápidamente.

Los filósofos de la Antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esta degradación del hombre libre; los poetas cantaban la pereza, ese regalo de los dioses: “O Melibae, Deus nobis hoec otia fecit” (Oh Melibas, Dios nos ha hecho este ocio).

El Cristo bíblico, en el sermón de la montaña, predicó la pereza:

“Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo más espléndidamente vestido”

Jehová, el dios barbudo y de aspecto poco atractivo, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad.

¿Cuáles son, en cambio, las razas para quienes el trabajo es una necesidad orgánica? Los auverneses en Francia; los escoceses, esos auverneses de las islas británicas; los gallegos, esos auverneses de España; los pomerianos, esos auverneses de Alemania; los chinos, esos auverneses de Asia.

En nuestra sociedad, ¿cuáles son las clases que aman el trabajo por el trabajo? Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses, quienes, curvados los unos sobre sus tierras, sepultados los otros en sus negocios, se mueven como el topo en la galería subterránea, sin enderezarse nunca más para contemplar a su gusto la naturaleza.

Y también el proletariado, la gran clase de los productores de todos los países, la clase que, emancipándose, emancipará a la humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un ser libre; también el proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo.

Duro y terrible ha sido su castigo. Todas las miserias individuales y sociales son el fruto de su pasión por el trabajo.

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