Los Grammy de antaño

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evas!Ón 7 DE NOVIEMBRE DE 2008

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Los Grammy de antaño TEXTO: EDUARDO TÉBAR ACE tiempo que los premios Grammy perdieron el crédito de los sectores especializados. Quizá con la excepción del jazz, donde gigantes como Herbie Hancock, McCoy Tyner o un bizarro de la guitarra como Pat Metheney reciben el reconocimiento de unos galardones cada vez más entallados al cuerpo de la industria musical. Ni siquiera hay parangón en el capítulo de anécdotas: los numeritos de Christina Aguilera o Amy Winehouse quedan ensombrecidos por la espectacularidad del baile de Michael Jackson o el rictus de Bob Dylan mientras le asalta un espontáneo. Tal vez, los Grammy sirven de termómetro para calcular el nivel del ocio de masas de cada época. En tal caso, resulta evidente el bajón gradual. Estos premios, presentados a modo de macroevento mediático, nacieron en 1958. Desde entonces, la Academia Nacional (estadounidense) de las Ciencias y las Artes de la Grabación (NARAS), integrada por músicos, productores y otros profesionales del gremio, organiza y concede ‘gramófonos’ atendiendo a logros artísticos y técnicos. Entre sus preceptos fundacionales también existe la voluntad de fomentar una mayor conciencia pública acerca de la diversidad cultural. El historiador y melómano F. Xavier Gallego acaba de recopilar los años menos conocidos de los ‘Oscar’ de la música. Es decir, el cuarto de siglo que comprende ‘Los premios Grammy 1958-1982’ (Lenoir, 2008). Un guía –no oficial– rebosante de información sobre los nominados y los ganadores en las diferentes categorías. Una publicación con la dosis justa de sentido crítico y esmerada en trazar un recorrido completo por la historia de unos laureles capaces de encumbrar carreras y sembrar fortunas con extremada facilidad. «Se puede cuestionar la utilidad de un libro como éste, dedicado a unos premios que casi tienen más que ver con los cotilleos y el glamour de las estrellas del panorama musical anglosajón y con los intereses de las grandes discográficas que con la atención real que merecen millares de discos que salen al mercado anualmente sin una publicidad masiva que les haga llegar al gran público, escondiendo tesoros musicales que en contadas ocasiones obtienen el éxito que se merecen», matiza el autor. Otras voces autorizadas del mundo de la creación lanzan diatribas más punzantes. Es el caso del trovador cubano Silvio Rodríguez, nominado en 2007, que llegó a decir en este mismo periódico que prefería el diario Gramma –órgano propagandista del gobierno de los Castro– al Grammy. La primera ceremonia de entrega tuvo lugar el 4 de mayo de 1959 en el Beverly Hilton Hotel de Los Ángeles. Veintiocho fueron los agraciados, destacando la memorable ‘Nel blu dipinto di blu’ –más identificada por ‘Volare’– del cantante y actor italiano Domenico Modugno, maestro de la canción ligera. Visto en la distancia, extraña demasiado que un vocalista no anglosajón percibiera tal impulso. No en vano, la fuerte expansión de los

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GALARDONADOS. Los Beatles recibieron en 1967 el Grammy al mejor álbum por ‘Stg. Peper’s’, mientras Bobby Darin (abajo), en la segunda edición (1959), inaugura la categoría de Artista Revelación.

Nacidos en 1958 a modo de macroevento mediático, estos premios sirven de termómetro para calcular el nivel de ocio de masas de cada época premios derivó, en 1997, en la constitución de la Academia Latina (LARAS). Instalada en Los Ángeles, imita a la institución matriz, pero centrándose en la ‘papilla’ hispanoparlante. Ya en la segunda edición se observa un contraste chirriante con estos días. En 1959, inauguran la categoría de Artista Revelación y, ups, ahí aparece el engominado actor ‘highschool’ Bobby Darin. Después de dejar para la posteridad sus magistrales interpretaciones del cancionero de Doc Pomus, obtiene el Disco del Año por su famosa versión del ‘Mack the knife’, extraída de ‘Ópera de tres peniques’ de Brecht. Más tarde, Kevin Spacey se metió en la piel de Darin. ¿Alguien se acuerda?

Empate técnico Como es obvio, aquellas galas iniciáticas aireaban cierta bisoñez y el mercadeo musical preservaba unos mínimos de calidad. Todavía en el 59, Frank Sinatra se resarcía de su pírrico resultado el año anterior con el Mejor Álbum del Año y la Mejor Interpretación Masculina. ¿La pieza? ‘Come with me’. Y la nota entrañable: Darin y Sinatra acabaron en empate técnico. Al final, ambos compartieron una mención honorífica. En la misma ceremonia, el pianista Duke Ellington acumulaba triunfos por la banda sonora de la película ‘Anatomía de un asesinato’, de Otto Preminger, junto a Ella Fitzgerald. La entrada de la década de los sesenta testificó lo que ahora se aprecia como un periodo refulgente, plagado de obras maes-

tras. Ray Charles y su ‘Georgia on my mind’. Judy Garland estremeciendo las paredes del Carnegie Hall. La Barbara Streisand más inspirada. ‘La chica de Ipanema’ de Stan Getz y Astrud Gilberto… En el 66, la Academia demostró cierto mal olfato y encajó un gol histórico. Ese año asombran las ausencias de Bob Dylan, los Beach Boys o los Rolling Stones, todos ellos en el momento de máxima lucidez en sus trayectorias. Hablamos de álbumes como ‘Highway 61 revisited’, ‘Pet sounds’ o ‘Rubber soul’. En parte, corrigieron su miopía en la siguiente ocasión: ‘Michelle’, de Lennon y McCartney, era Canción del Año; ‘Eleanor Rigby’, la Mejor Interpretación Vocal Contemporánea. Y en 1967,

‘Stg. Pepper’s’ alcanzaba el título de Disco del Año. Pero no había espacio para el aliño literario de Dylan ni para un taciturno Brian Wilson: la lisérgica ‘Good vibrations’ se antojaba poco correcta. Los premios de la industria preferían a Los Monkees, un domesticado conjunto para la televisión. En los setenta, la separación de los Beatles y las muertes de Jimi Hendrix y Janis Joplin abrieron el paso a la inclinación hacia lo políticamente correcto. La querencia por la música negra, en excelente estado de gracia y en detrimento del incipiente rock duro, lo progresivo, el punk embrionario o la ‘nueva ola’. ¿Serían los pelos largos?

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