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PRÓLOGO Hubo una época distinta a la que vivimos. Tiempos que vieron crecer civilizaciones que a pesar de su simplicidad desde la perspectiva actual, eran verdaderas estructuras sociales y económicas, que crecían a su propio ritmo y bajo sus propias reglas. Hubo un tiempo en el que nuestro continente americano vio nacer, crecer a un ritmo frenético una de las civilizaciones aborígenes más sólidas: el Imperio Inca. No sé si Dios tuvo que ver con la intervención de personajes extraños a estas culturas, de modo que las eclipsaron, anularon y después eliminaron. El querer entender los hechos históricos acontecidos en el Imperio Inca con una visión del siglo XXI no es lo más razonable que se me pueda ocurrir. Por ello los siguientes relatos inician con una descripción algo dramática de las cifras que aquel magnífico Imperio manejaba. Porque son solo eso, cifras. El valor que se les quiera dar dependerá de la bondad de nuestra imaginación e inteligencia.
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CAPITULO UNO TAHUANTINSUYO, 1532 El Imperio Inca tras una época de expansión y gran apogeo entró en una crisis sucesoria y consecuentemente en una gran decadencia, que culminó con la llegada de los españoles que luego de dominarlos anexaron su territorio al Virreinato de Perú. El embate de las enfermedades que los invasores europeos introdujeron al nuevo continente, ocasionó la muerte de cientos de miles de indígenas. Siendo el mismo gobernante Huayna Cápac víctima de estas infecciones. Cuando éste murió con viruela, al igual que su sucesor Ninan Coyuchi en 1528, el imperio inca se dividió. Huayna Cápac profesaba gran amor por sus dos hijos Huáscar y Atahualpa. Al no poder definir a cuál entregar el trono, dividió el Imperio en dos: entregó a Huáscar la región sur y a Atahualpa la región norte, donde éste había llevado gran parte de su vida. Sin embargo, fue a Huáscar a quien se le entregó la Mascaypacha roja, un símbolo divino propiedad del fallecido inca. En tanto Atahualpa, su medio hermano, se sometió a esa decisión y fungió como su representante en la región norte del imperio. La elección del nuevo emperador causó mucho descontento en ciertos sectores de la nobleza inca, al considerar que Huáscar no tenía méritos para gobernar. Este, descubrió una conspiración de su hermano Cusi Atauchi, por lo que le mató cruelmente así como a los nobles que le secundaron. Pero esto estuvo lejos de acabar con las conspiraciones. Huáscar buscando afirmar su poder y eliminar a s us potenciales rivales, exigió la presencia de todos sus hermanos paternos en el Cuzco con el pretexto de la llegada de la mallqui o momia de Huayna Cápac a la capital Imperial. Los orejones, mitimaes, curacas y generales de Tomebamba y Quito aconsejaron a Atahualpa no asistir pues su vida podría correr peligro. Envío, entonces, dos delegaciones justificando su ausencia y jurando obediencia al Inca, sin embargo, Huáscar los asesinó acusándolos de ser parte de un complot que se fraguaba en el norte del imperio. La nobleza incaica de Quito y Tomebamba convencieron a Atahualpa que la única salida era la guerra total contra Huáscar. Después de algunas derrotas iniciales, los ejércitos atahualpistas comenzaron su incontenible avance rumbo al Cuzco. Sin embargo, Huáscar vio en un puñado de hombres extraños que desembarcaron en Tumbés en abril de 1532, la posibilidad de restablecer su imperio que estaba dividido. Francisco Pizarro y sus ciento ochenta hombres no eran un peligro para el poder del Hijo del Sol, además sus sumos sacerdotes le mencionaron del gran parecido de Pizarro con el Dios Viracocha, que según una tradición, anunciaba de la venida de este personaje mítico para reestablecer la paz y el orden en el Tahuantinsuyo. Pero los guerreros de Atahualpa continuaban venciendo. La batalla decisiva fue en Apurimac donde los quiteños lograron tomar prisionero a Huáscar. Las tropas vencedoras ingresaron al Cuzco y dieron cruel muerte a muchos familiares de la descendencia de Tupac Yupanqui, a la que pertenecía el inca derrotado. Este fue torturado y obligado a presenciar la matanza y semidesnudo fue conducido rumbo a Cajamarca, para comparecer ante Atahualpa. Huáscar fue ejecutado. Entre tanto, los españoles permanecían avivando las rebeliones de los pueblos con quistados por los incas y reclutaban hombres para su causa. El Imperio Inca ya estaba dividido y rumbo a su ocaso.
Esta es parte de esa historia fantástica que pudo haberse dado en aquella época…
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El caballo galopaba en la montaña y parecía dirigirse al campamento del ejército español. Más bien, éste, se encontraba en su camino. El oficial se levantó al escuchar la voz de alarma. Su rostro lucía la barba un tanto desaliñada. Puesto de pie súbitamente ante el anuncio del vigía, cubrió su desnudez a prisa, mientras dejaba en su lecho a una muchacha aborigen que lo acompañaba. Al salir de su tienda, distinguió al animal en medio del aguacero. Su rostro mostró desesperanza al ver al corcel desbocado, acercarse hacia su improvisado campamento en la fría mont aña. La pertinaz lluvia de aquella mañana, daba un toque más dramático a la escena. Eran malas nuevas para el invasor. Tragó un bocado de saliva que le supo amargo como la peor de las cidras. Su puño apretó el mango de su espada y escupió con ira. Corriendo en medio del aguacero, dos soldados se apresuraron a sujetar el caballo por las riendas que colgaban sin orden. El lomo del animal estaba lleno de sangre. La expresión en la cara del primer soldado en acercarse, hizo que el otro lo hiciera con recelo. No había guerra que preparara a un hombre para vivir semejante momento. Dios mío…- exclamó y retrocedió atemorizado. Uno de los oficiales se acercó presuroso, se trataba del Teniente Luis Del Hierro, que observó el cuerpo decapitado y amarrado a la silla de montar. El infeliz era el mensajero que había enviado dos días antes a negociar con el grupo nativo rebelde. El cuerpo yacía amarrado de manos y pies. La cabeza no estaba en ningún lado. Ordenó, entonces, que lo bajen inmediatamente. Cuando lo desataron y bajaron, pudieron darse cuenta que en su pecho había un gran orificio. El cuerpo cayó en medio de un charco de lodo, que en pocos segundos se torno rojo. La sangre aún fluía, la ejecución fue reciente. Esos indios malditos!!- gritó el Gobernador Señor…Es obvio que fue un error enviar al sargento De León como emisario de paz con estos salvajes…- comentó Del Hierro Os recuerdo Teniente, que él se ofreció como voluntario…- replicó con sarcasmo – vos sois testigo de ello… Lo sé, pero eso no cambia esto… El tonto se enamoró de una de las indias… Pues…cometió el peor de los pecados… creer que esos indios de mierda podían ser civilizados! Mientras tomaba la cruz de madera hecha por dos palos rústicamente cortados, que habían amarrado al cuerpo del decapitado, el soldado raso gritó sorprendido: Le arrancó su corazón….!! Por Dios!!...- exclamó el cura Velásquez - Qué clase de animal haría eso?...- exclamó al persignarse. Ay, padre…ese indio es peor que un animal…!! Juro por Jesucristo… que así sea lo último que haga…atraparé a ese maldito!!- exclamaba explosivamente el Gobernador. Es muy escurridizo…señor…llevamos meses tras él…- asentó Del Hierro Lo sé…por eso es urgente acabar con él…debemos acorralarlo!! Su pequeño ejército de rebeldes no podrá contra nuestras fuerzas… Cada vez se nos unen más pueblos nativos, señor… las noticias del sur dicen que pronto llegaremos al mismísimo Emperador Atahualpa…- añadió uno de los capitanes. Así lo espero… La Conquista de las llamadas Indias Occidentales era dirigida en su gran mayoría por un grupo de aventureros dispuestos a jugarse la vida en búsqueda de las recompensas logradas en las tierras conquistadas así como el reconocimiento de tales logros en su tierra natal, la única manera de ascender en la sociedad española de esa época. Líderes con experiencia en batallas contra los elementos y otros ejércitos, que sin duda eran carismáticos de modo que lograban mantener cohesionados a grupos humanos muy disímiles, como eran los que invadieron el continente indio. Aquel oficial era uno de ellos, un aventurero que fue nombrado como Teniente Gobernador por Francisco Pizarro, convirtiéndolo en el personaje de mayor rango de aquella región. Tosco en el trato, falto de tino y desalmado con sus enemigos. Era un hombre alto, rubio, con pelo ensortijado y desordenado, delgado pero de musculatura firme, su nombre: Sebastián de Benalcázar.
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Conforme la tradición de la época, tomando su apellido de la aldea de la que provenía: Bell al alcázar, Sebastián Moyano se convertirá en Sebastián de Benalcázar. Al igual que la gran mayoría de los invasores españoles su vida estuvo marcada en su tierra natal por la miseria y la búsqueda de nuevas oportunidades de fortuna y títulos nobiliarios . Esa justamente fue su motivación para embarcarse hacia las nuevas tierras. Incluso se afirma que el haber matado un mulo lo hizo escapar hacia lo que denominaban las Indias Occidentales. Llegó al nuevo continente en el tercer viaje de Colón en 1498. Su valor en la batalla le garantizó un sitial entre el ejército español, participando en las invasiones a Nicaragua, Honduras para llegar luego a Perú donde se unió a Francisco Pizarro, que se alistaba a invadir el Imperio Inca. De pie, junto al cadáver de su emisario, Benalcázar fijó su mirada en el bosque que estaba frente a su campamento. Sabía que su enemigo se encontraba cerca. Lo sabía porque las entrañas de su emisario al chocar con la lluvia emitían un vapor sobrecogedor. Su mano seguía apretando el mango de su espada ansiosamente, pero sabiendo por experiencias pasadas que enfrentarse a los rebeldes en su territorio y bajo sus condiciones, era fatal, desistió de atacar. Allá, a mucha distancia como para distinguirlo, otra mirada estaba fija en los movimientos del ejército invasor. Era la del líder del grupo de guerreros incas rebeldes, que les observaba desde la espesura del bosque. Sus ojos refulgían. Su mirada ardía como mil volcanes, en una mezcla de dolor e ira. Eso les espera a quienes quieran invadir nuestras tierras…- exclamaba a su lugarteniente – pagarán todo el daño que han hecho a nuestro pueblo! Detrás de los nativos, yacían en una inmensa fosa común, cientos de indios asesinados e incinerados. Su crimen: no colaborar con las fuerzas españolas. Los cadáveres amontonados despedían un olor penetrante que inundaba de fetidez nauseabunda el bosque y seguramente atravesaba la quebrada que los separaba de los españoles . En la mano derecha del líder rebelde, el corazón del español De León aún sangraba, se podría pensar que aún latía. La figura del líder aborigen destacaba del resto. Fornido. Su mirada a pesar de ser dura, se mostraba transparente. Musculatura bien dotada y unos centímetros más alto que el promedio indígena. Era el jefe guerrillero que habría de dar más de uno dolor de cabeza a la corona española en sus planes expansivos. A la muerte de Huáscar, era miembro del Consejo de Atahualpa, un General del ejército Imperial, un Apuskipay. Aunque prefería estar en el campo de batalla más que rodeado de los lujos de la corte imperial, por lo que su puesto siempre estuvo vacante. Su bravura era casi una leyenda entre los propios incas y al parecer también entre las filas de los conquistadores europeos. Su nombre, Rumiñahui. Mirada de Piedra. Como todo miembro del pueblo inca, Rumiñahui luchaba por su Imperio contra cualquier fuerza que osará enfrentársele. Sin embargo, los invasores europeos no podían compararse con ningún enemigo hasta ese entonces enfrentado. Ningún pueblo de esta región tenía el poder que los invasores poseían, el general rebelde se dio cuenta, entonces, que los códigos de guerra manejados por los recién llegados distaban radicalmente de lo que los incas, un pueblo eminentemente conquistador realizaba. Mientras los incas como pueblo verdaderamente conquistador, anexaban a los pueblos conquistados con un claro respeto a su orden social, Rumiñahui comprobó que desde su llegada, los denominados “barbudos“, abolían todas las estructuras de base aborigen, imponiendo su fuerza y esclavizando a su gente. Los asentamientos de los españoles se los hacía sobre las ruinas de los pueblos destruidos como una clara señal de dominación. Con su llegada, los Dioses Incas, dejaron de serlo. Se convirtieron en simples elementos , en simples animales. Convencido como todo inca que el desarrollo se da con la comunión de vencedores y vencidos, mantuvo durante muy poco tiempo la esperanza de poder anexar a los recién llegados del altamar al imperio inca. Confiaba en el poder y fuerza de su enorme ejército. Los “barbudos“ eran apenas decenas. Sin embargo, sus expectativas se fueron destruyendo al comprobar que muchos de los pueblos aborígenes se les unían, sobre todo sus enemigos, y que ésta, se trataba de una lucha de exterminio. Además las armas y estrategias utilizadas por los europeos no eran conocidas por los nativos, esto marcó el trazo de esta guerra. En el campamento español, los dos oficiales caminaron en medio del aguacero hacia un grupo de cinco indios acusados de ser traidores y espías. Estaban encadenados unos a otros. Benalcázar los arrastró a patadas, hasta el frente del campamento. El resto de los soldados hizo lo propio, les
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gritaba, les escupía y uno que otro se atrevía a lanzar un golpe a los infelices que balbuceaban ruegos in entendibles. El cruel verdugo se cercioró de que nada impidiese la vista desde el bosque, de lo que iba a hacer. Colocó a los infelices condenados arrodillados con la mirada hacia la arboleda. Fusílenlos!! – ordenó Benalcázar Cinco hombres corrieron a recoger sus armas y las cargaron con pólvora. Como si el momento le diese algún placer inexplorado, tardó unos segundos en ordenar el fusilamiento. Disfrutó esos momentos con un sádico placer. Miró desafiante hacia el bosque. Del Hierro, agachando la cabeza hizo un gesto de disconformidad. Ahogando un suspiro, acató la orden. Su formación militar había tomado senderos diferentes a los de su superior. El joven oficial Luis Del Hierro, era un hombre cabal, sereno y justo. Como oficial del Rey, la muerte de aquellos hombres le parecía innecesaria. Comprendía las complicaciones de la política de expansión del imperio español, tanto las nuevas exigencias como las nuevas amenazas. La guerra era la única vía entendida por el Rey. Sin embargo, la brutalidad de los ataques ordenados por Benalcázar a los pueblos indígenas era injustificada. Sentía que obedecer iba en contra de sus principios, pero nada podía hacer. Su juventud era un fuerte impedimento en una eventual toma del poder. El ejército español siempre veía con menos respeto tanto a los jóvenes líderes como a los muy viejos. A los primeros por su inexperiencia y a los otros por su falta de fuerza. No pudo sino volver a agachar su cabeza, al observar como Benalcázar, arrancó de uno de los cuerpos fusilados, la cabeza de un solo tajo con su espada. Así, desafiaba a su enemigo. Ojo por ojo!! Verdad padre? – le preguntó Benalcázar al sacerdote Velásquez, que de manera hipócrita, asintió con una sonrisa socarrona. - Por cada uno de mis soldados muerto… mataré a cinco de estos malditos!! – continuó gritando muy enojado. Pero señor… esas no son nuestras órdenes…- repuso Del Hierro, aunque desistió de su reclamo al ver los ojos enrojecidos por la ira que tenía Benalcázar. Ordenes… las únicas órdenes que cumplo son las mías…!!...además… Hay mucha tierra conquistable… con muchos nativos… siempre habrá más indios que matar…- sonrió burlonamente el Gobernador. Debo recordarle señor, que no buscamos una guerra abierta con los incas, nos arrasarían! No lo harán, si seguimos haciendo lo correcto… Atahualpa tiene miles de hombres en su ejército, a su orden acabarían con nosotros en un solo instante… Pues deberemos mantener a nuestros aliados convenciéndolo de que no somos un peligro – decía mientras levantaba con ira la cabeza del prisionero. A lo lejos, Rumiñahui reconoció el rostro de cada uno de sus compañeros capturados. Al ver como los asesinaban, su odio por los “barbudos” invadía más sus venas. Dio la vuelta y arrojó el corazón que tenía en su mano, sobre el montón de cadáveres. El inerte y sangrante órgano cayó justo a lado de la cabeza de De León, que mostraba el terror de su muerte. La guerra era cruenta. Las muertes de inocentes eran innumerables en ambos bandos. Héctor De León era uno de los tantos invasores que descubrieron en la gente nativa a personas con sentimientos, con valores. Su amor por una hermosa indígena le motivó para ofrecerse como voluntario en la tarea de buscar acercamientos con los rebeldes. Sin conocer que ella era esposa de uno de los guerreros incas, estimó pertinente iniciar los diálogos. Apenas hubo descendido de su caballo, el esposo ofendido le mató con su lanza y luego lo decapitó. Rumiñahui reconoció el castigo como válido. Si España quería seguir permaneciendo como dueña absoluta de las nuevas tierras y manteniéndose como potencia mundial debía dominar los nuevos problemas allí presentados. Para lo que buscar apoyo de los pueblos conquistados era parte de una estrategia bien articulada por los nobles en Europa. Esto, a disgusto de gran parte de los oficiales conquistadores, que veían en los aborígenes a seres inferiores y despreciables. Los tributos que entregaban ciertos gobernantes indios a los recién llegados eran algo inconcebible para los incas. Muchos pueblos indígenas ricos en tradiciones y leyendas cargadas de misticismo y realidad, reconocían en los españoles a seres provenientes de lugares divinos . Las leyendas que hablaban de los dioses incas como Viracocha, lo describían como un hombre blanco, alto y que traería la instauración de un nuevo orden al imperio. Acaso sería Benalcázar, un enviado de Viracocha o quizás el mismo Viracocha?. Ante esa inquietud, cualquier tributo para esos seres considerados casi divinos era mínimo, según algunos indios.
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Rumiñahui ante todo era un guerrero y no era partícipe de los honores que los recientemente desembarcados tenían entre mucha gente del imperio. Ël mismo, no recibía con agrado los honores que por su rango le otorgaban. Estaba seguro que se trataba de seres mundanos que habían conseguido aliados, por interés unos, por temor otros. Artes de las guerras. De todas maneras, le disgustaba sobremanera la forma como ciertos líderes tribales buscaban recuperar sus privilegios perdidos uniéndose a los barbados. Conforme la tradición, entregaban las más bellas mujeres como culto a los enviados por los Dioses. Benalcázar rechazó muchas de ellas, por considerarlas incapaces de inspirar el más mínimo respeto y deseo. A pesar de ello, sus consejeros le recomendaron aceptarlas, para así favorecer los tratos con los nuevos aliados. Así lo hizo. De a poco y venciendo su natural repudio por las mujeres aborígenes, era común encontrar a Benalcázar rodeado de las más exquisitas chiquillas con quienes compartía largos momentos en sus habitaciones. Sin embargo, una de ellas tomó el liderazgo en el grupo de concubinas. Killa, que con su espectacular figura y belleza hacía tambalear a cualquier hombre. Pero más pesaba su audacia y arrogancia. El español descubrió en ella, muchos caracteres que lo atrajeron, al punto de caer en una especie de embrujo del cual no podía salir. Un día, durante una pausa de la guerra, llegó al campamento invasor una comitiva aborigen compuesta por alrededor de cien personas, con indumentarias coloridas. Se trataba de una princesa que llegaba con su corte para rendir honores al español. La mayoría del grupo aquel eran esclavos que traían algunos obsequios. Seis hombres cargaban en sus hombros a la doncella, que semidesnuda estaba recostada en una camilla tallada en palo de balsa, con preciosos adornos de concha espóndilus y cubierta de flores de muchos colores. Cuando Minta, la princesa, posó su escultural figura en el salón donde le esperaba Benalcázar, éste enmudeció. La joven aborigen de diecisiete años poseía una belleza poco común. Había sido enviada por su padre, Acha, gobernante de un pueblo costero: los Ativia. Su contorneado cuerpo, su tez bronceada por el sol, despedía un especial olor a esencias provenientes del mismísimo mar. Desde las sombras, Killa, celosa, veía con asombro la actitud del español y sentía por primera vez en mucho tiempo, que su lugar verdaderamente, estaba en riesgo. Benalcázar estaba realmente atraído por los encantos de la princesa Minta. Una lágrima de ira que no pudo ser contenida, rodó por el rostro de Killa, e hizo correr la pintura de sus ojos. Ella los secó con furia y arrebato. No era para menos, las atenciones a la doncella Minta por parte de todos los europeos, no tenían precedentes. Sed bienvenida a mis humildes dominios, princesa – galanteaba Benalcázar. Gracias mi señor… Os estaba esperando con desespero… Al contrario mi señor…yo moría por llegar pronto a este lugar… Déjeme decirle princesa Minta… que estoy gratamente sorprendido… Y puedo saber porqué? Los relatos de su belleza no son justos con usted…- decía mientras le besaba delicadamente la mano Al parecer lo que dicen de su pueblo también es dudable… - comentaba la deliciosa chiquilla al observar el campamento español Qué dicen de mi pueblo… si puedo saber? Muchos los describen como sanguinarios y crueles Esas son puras tonterías… inventadas por los rebeldes incas. Hemos escuchado que Rumiñahui sigue “molestando” al señor Gobernador Ese rebelde y su estúpida Guerras de Guerrillas, no hacen sino entorpecer nuestras alianzas con los pueblos de estas tierras…Pero Princesa, le voy a rogar que dejemos de habl ar de guerras. No me parece justo que luego de su largo viaje tengamos que perder nuestro tiempo con esos temas… Esos temas son los que me trajeron acá- Mi padre, el Rey Acha le ofrece a Usted su incondicional apoyo Supe que su reino se mantuvo siempre neutral ante los Incas. Qué pasó? Porqué rompió el pueblo ativiense ese compromiso? Mi padre no pudo negarse a los pedidos de nuestros Dioses. En mi reino, nuestros sacerdotes por siglos nos han hablado de la llegada de hombres poderosos cuyas palabras despedirán fuego y su poder crecerá como el río con las lluvias. Esos Enviados de los Dioses llegarán del mar para imponer un Nuevo Orden, dicen mis maestros. Para el pueblo ativia, las profecías se han cumplido. Estoy aquí como tributo de mi pueblo a los Enviados de los
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Dioses. Consagraré mi vida entera a su servicio como su humilde sirviente. Conmigo, Usted tiene al Reino Ativia a su disposición. Y si eso implica romper nuestra paz con los Incas, estamos dispuestos a hacerlo. Eso romperá definitivamente su acuerdo de paz con el Emperador Atahualpa… Mi padre y yo lo sabemos. Preferimos una alianza con los Dioses antes que con los humanos. Pero, Atahualpa es el Hijo de Dios… Usted es Dios… Ruego que me disculpéis pero tengo asuntos que arreglar… mis guardias la llevarán a sus habitaciones…espero con ansías nuestro encuentro esta noche…- Benalcázar se alejaba con un ademán amistoso. El comentario de la princesa colmó su ego. Mientras caminaba se le unió uno de los oficiales de su ejército al que le susurró. No quiero que la princesa pasee por los patios… no quiero que se tropiece con infortunadas sorpresas… Está bien mi señor… Las órdenes eran claras. Se le debía impedir a la princesa Minta acceso a los lugares donde los españoles torturaban y fusilaban a los prisioneros indios. Eso comprometería el apoyo de su padre y de su poderoso ejército. La inocente muchacha lejos estaba de imaginar que detrás de aquel portón por el que le impidieron pasar, estaba un patio donde los españoles torturaban a los indios de las maneras más atroces. La noche llegó. Minta se acicalaba para su primer encuentro formal con el Gobernador. Lucía un traje semitransparente con adornos dorados y finas joyas en su cuello. Mientras caminaba delicadamente, observaba los múltiples vestidos que Benalcázar había puesto a su disposición. Jugueteaba de modo coqueto, luciendo las prendas mientras era observada por sus dos esclavas que se encargaban de su aseo personal. Se sobresaltó al sentir que alguien aparecía de aquel oscuro rincón del salón. Sin embargo, se tranquilizó al ver el perfil de una mujer. Princesa Minta…Espero que te sientas cómoda en estas…tus nuevas habitaciones…- le decía Killa Gracias…pero quién eres tú? Cómo entraste? Soy Killa…Princesa Minta… Killa? – impidió con un brusco ademán que su esclava le siguiera peinando Si…qué pasa? He escuchado hablar de ti… Ah sí? Me parece que eres una princesa muy curiosa…Aunque eso no importa porque yo también soy muy curiosa…Y qué te han contado de mí, princesa? Lo que para todos no es un secreto. Sé que eres la favorita de mi señor Benalcázar y que…se detuvo con recelo de proseguir Dilo…no hay nada que la gente diga que yo no sepa… Pues… que eres una mujer muy cruel y vengativa… Ja,ja…cruel y vengativa…? Princesa, no tendrás mejor aliada en este sitio que yo… Conozco cada rincón de este lugar… No importa…tengo tiempo para recorrerlo… A veces el tiempo no lo es todo. Además, puedo ayudarte con nuestro señor Gobernador… De qué manera? Conozco cada pedazo de piel de nuestro señor Benalcázar… sé cómo hacerlo gritar de pasión y lujuria… y si me lo permites… te lo enseñaré… todo… absolutamente todo… Y porqué lo harías? A cambio de poder… Poder? Acaso no todo se mueve alrededor del poder…? No estás aquí para mostrar el poder que tiene tu padre…? Y de qué poder estás hablando? Del más maravilloso… quiero… quiero… que tengas un hijo de nuestro señor Benalcázar… algo que yo no podré darle jamás… Un hijo?... Sí… un hijo…
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Aunque no lo creas… en mi pueblo hay una leyenda que hablaba de extraños hombres de lejanas tierras que llegarían para gobernar este reino…- decía Minta mientras ordenaba a sus esclavas retirarse del salón - Mi padre, desde niña me preparó para un momento como éste… Para mí y para todo mi pueblo sería un honor dar un hijo al hombre que iniciará un nuevo reino…que según mis sacerdotes durará más que el mismo imperio Inca… Eso pondrá muy feliz a nuestro señor Benalcázar… Ahora déjame que te ayude a peinar… A nuestro amo… le encanta rozar el cabello con sus manos… Gracias… realmente me sorprende tu actitud…- decía la jovencita inocentemente con su rostro sonriente. Ordenó sutilmente que sus esclavas salieran de la habitación. Killa hizo que la princesa tomara asiento, se le acercó por detrás y le ayudó a cepillar su pelo largo y oscuro. Distinguía el voluptuoso cuerpo de la jovencita y al hacerlo sentía su sangre hervir. Le ofreció una bebida. Te traje este té de coca que hará que estés más complaciente con nuestro amo…- le acercó una bandeja con una copa Gracias…- dio un gran sorbo. La chiquilla Minta, le sonrió mientras veía a Killa en el espejo. De repente, su cara se retorció por una gran punzada en el estómago. Cayó pesadamente al piso retorciéndose y dando gritos de dolor. Qué me diste?!! Agghh…- decía con un grito ahogado la princesa Acaso creíste que me ibas a quitar lo que es mío…?!! Un hijo…!! Si alguien le dará un hijo a Benalcázar seré yo!!... me oíste? Ese hijo…ese hijo será mío…!!- le reprochaba Killa, al tiempo que le tapaba la boca para que no gritara más. Los ojos de terror de la doncella pronto se congelaron. Había sido envenenada. Su muerte fue espantosa. Afuera, en el pasillo se escuchó el apresurado caminar de Benalcázar que se acercaba a la habitación. Killa se inquietó. Abriendo una puerta contigua a la habitación, hizo que dos gendarmes ingresaran y tomasen el cuerpo de Minta. Con su complicidad, retiró el cadáver y apenas hubo cerrado la puerta de escape para sus secuaces, la otra se abrió. El Gobernador se sorprendió al encontrar a Killa en aquel lugar. Qué hacéis aquí? – le increpó el español Pues ya ves, mi amo… Estoy aquí para complacerte…- decía sobresaltada al ver la copa de veneno que yacía en el piso. Sin saber cómo reaccionaría su amante, la tomó rápidamente y escondió debajo de la cama. En un hábil entretenimiento la india abrió su vestido y se desnudó. Su voluptuoso cuerpo era inquietante, embrujador. Delicadamente se tendió en la cama, cubrió su cuerpo con una fina tela roja, que dibujaba su espectacular figura. En tanto afuera, los dos soldados envolvieron el cadáver de Minta en una sábana y lo lanzaron sobre una carreta que los llevaría hacia un lugar desconocido. Su apresuramiento ocasionó cierto ruido. Benalcázar quiso acercarse a la puerta para ver de dónde provenía aquel ruido, sin embargo, Killa le tomó de su brazo y lo arrastró hacia la cama. Dónde está?...- preguntó eufórico Benalcázar Quién? – contestó Killa fingiendo desconocer de qué hablaba Dónde está Minta?...Qué hicísteis con ella? Porqué me lo preguntas a mí? Yo qué puedo saber de lo que hace aquella chiquilla insolente… Yo sé de lo que eres capaz… Furioso se arrojó sobre la india y la sacudió fuertemente. Inmediatamente le propinó dos bofetadas. Dónde está?...- preguntó nuevamente Benalcázar. Killa enmudeció. La india se sintió ofendida por los golpes, pero sabiendo lo que hizo, ese le pareció el menor de los castigos. Rozó con su mano el labio herido y sangrante, pero sonrió. Chupó la gota de sangre que estaba posada en su dedo. Sonrió. Después de todo, Minta, nunca más la volvería a molestar. Clavó su mirada en el español. No te complace encontrarme a mí… en lugar de esa…cómo dicen ustedes –se preguntabaflacucha…? – le dijo tomando su mano y haciéndole tocar sus senos y cintura con mucha sensualidad. No te das cuenta de lo que pasaría si el padre de Minta haría si algo malo le pasa a su hija?!! No te das cuenta, mi señor…que la princesa Minta te es más útil muerta que viva?... Por un instante, Benalcázar no comprendió a Killa, pero el momento que lo hizo, sus ojos se iluminaron. Ëste, como si cayese en un embrujo la besó apasionadamente. Cómo crees que actuaría el Rey Acha si supiera que su hermosa hijita… murió en manos de Rumiñahui?... -
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Killa, si no fueras india…me casaría contigo… Parecía que el poder de Killa sobre el español rozaba los límites de la brujería o un misterioso hechizo. Benalcázar se dejó llevar. Luego de esa noche con Killa, nunca más se volvió a preguntar sobre Minta. Pero sin duda, estaba seguro que su amante tuvo que ver con la desaparición de la princesa costeña, por lo que estaba comprometida su situación con el resto de la comitiva que la acompañaba. Luego de haber poseído a la embrujante Killa, Benalcázar salió de su habitación semivestido. Mientras caminaba y ordenaba con señas agruparse a sus hombres terminaba de c olocarse su ropaje. Dónde está lo Comitiva de la Princesa Minta? En las chozas que Usted dispuso señor Gobernador… Asegúrese de que estén todos!! En cuestión de minutos los soldados hicieron un breve recorrido por los lugares asignados a los visitantes costeños. Todos están en sus lugares, señor. Quiero que atranquen todas las salidas, nadie deberá salir de es as cabañas!! Puedo preguntar porqué?-preguntó el capitán Arroyo Claro que no!! Obedezca mis órdenes sin cuestionarlas o me veré obligado a encerrarlo junto con esos indios!! Aún sin conocer las intenciones de Benalcázar el oficial Arroyo sospechaba que todo terminaría mal. Las cerca de doce chozas que albergaban a los ativienses fueron selladas con grandes candados y trancas de gruesos maderos. Llame a todos los hombres de la guardia!! Qué va a hacer señor Gobernador?!! Voy a freír a estos malditos!! Pero porqué? Esto pondría en riesgo nuestra alianza con Acha. Por el contrario, sus muertes servirán a nuestra causa más que sus vidas!! Arroyo no pudo sino retirarse de aquel lugar, al hacerlo observó a Killa sonriente tras uno de los umbrales del cuartel. Los hombres siguiendo las órdenes de Benalcázar tomaron algunos troncos y los encendieron en aquella fogata. Los pedazos de madera incandescentes surcaron el cielo hasta caer sobre los pajonales del techo de las chozas. En un abrir y cerrar de ojos, las habitaciones ativienses fueron consumidas por las llamas. Los terribles gritos de dolor de los encerrados se escucharon por largo tiempo, hasta que el fuego y el humo cumplieron su cometido. Lejos de ser planeado este incidente, sirvió a Benalcázar para seguir menguando los apoyos a Rumiñahui de un modo no previsto. La noche se iluminaba con el mortal fuego y el ambiente se llenaba de olores que llamaban al vomito incluso a los más bravos soldados españoles. Sin embargo, Benalcázar sonreía mirando su plan avanzar. Traigan el cuerpo de la princesa Minta y quémenlo junto a los demás! - sentenció. Al siguiente día, los asesinos permanecían trabajando, ahora estaban retirando los restos calcinados en carretas para arrojarlos fuera del campamento. Benalcázar frente a unos veinte soldados y varios cientos de aliados aborígenes marchaba hacia la costa como parte de su estrategia. Del Hierro quedó hecho cargo del campamento mientras su superior volvía. Puedo saber a dónde va señor Gobernador?- le preguntó interponiéndose en su camino No – dijo tajantemente y prosiguió la marcha en su caballo Los gendarmes que ayudaron a Killa a asesinar a Minta tendrían esa medianoche el pago a sus favores. El acuerdo era que la esperaran en el almacén abandonado. El pueblo dormía. Las voces de los soldados que murmuraban rompían la silente penumbra. Iluminados apenas con una lámpara de mano, esperaban su pago bebiendo licor. Las risas se detuvieron un instante al percatarse de un ruido fuera de la bodega. Uno de ellos, incluso se puso de pie tomando su espada. S olo, la suave y sensual voz de Killa hizo que bajaran la guardia. La hermosa indígena llegó con una gran capa que le cubría de pies a cabeza. Los dos soldados intentaron acercársele, pero con su mano les indicó que no. Los llevó delicadamente hacia aquellas cajas para que tomaran asiento. Ante ellos, la capa se deslizó y dejó ver la figura desnuda de la india. Los cómplices se miraron entre sí y rieron encantados. Aquí está su recompensa… soldados…- decía sensualmente
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Yo esperaba el oro que nos prometiste…pero este es un excelente adelanto… Se les acercó delicadamente y poco a poco les quitó su ropa. Comenzó a desabrocharles sus camisas. Arrojó sus espadas lejos de ellos mientras rozaba con sus manos sus entrepiernas. Los hombres se dejaron llevar y cerraron sus ojos. Disfrutaban y gemían. Ahora sé porqué…Benalcázar está como loco contigo… - decía uno extasiado. Ahora van a sentir algo que mi amo Benalcázar… nunca lo ha hecho…- susurraba más provocativa De repente y sin darles tiempo a nada, sacó dos dagas del fondo de su capa y se los clavó precisamente en sus corazones. Su mirada era diabólica. Los incautos habían muerto presas de una de las mujeres más astutas, a quien no le interesaba dejar ningún cabo suelto en la muerte de Minta. La asesina sonreía al encender fuego al pajonal de aquel almacén que en cuestión de minutos se convirtió en un montón de cenizas ardientes. Killa con calma pasmosa caminaba entre los desesperados pobladores que intentaban acabar con el incendio con pequeños baldes de agua. En circunstancias muy diferentes, la muerte al parecer obtendría dos almas más aquella noche. El parto de Quenoa se había complicado gravemente. Las dificultades que surgieron en la labor del parto hicieron que las mismas comadronas encargadas de esa tarea por mucho tiempo, hayan dejado de lado cualquier esperanza de salvar la vida de la madre y su hijo. Asiri, al conocer de la noticia se acercó a la choza. Los gritos desesperados de la novel madre estremecían a todos los presentes. El viejo sacerdote en un rincón realizaba sus conjuros con hierbas y animales de corral. No hay nada que se pueda hacer…- comentó la más experimentada comadrona Nadie morirá hoy - contestó Asiri El rostro de la guerrera estaba empapado por el sudor proveniente del esfuerzo hecho por cerca de dos horas. Sus manos ensangrentadas sujetaban la pequeña cabeza mientras con voz enérgica ordenaba a la parturienta que pujara con más fuerza. El parto ya se había alargado de modo preocupante, pero sin duda ver el rostro del bebé la tranquilizaba. En pocos segundos la criatura cubierta de secreciones y sangre llenó sus pulmones y dio un alarido, como su aporte a la lucha contra la muerte. La madre sollozaba al ver a su pequeño mientras Asiri lo envolvía en una frazada y lo ponía sobre su pecho. Es un precioso bebé…- le dijo tiernamente Gracias… Asiri era parte de ese ejército inca que los invasores españoles tenían como el mayor obstáculo para acceder al territorio imperial y sus riquezas. Su esposo Rumiñahui, se había convertido en líder de la facción rebelde que estaba en contra de la posición generalizada de considerar a los españoles como gente confiable y poco peligrosa. Creía que la actitud permisiva de Atahualpa con los españoles era perjudicial para los intereses imperiales. Intentó durante varias ocasiones convencer a su medio hermano, el Emperador, de un cambio drástico en la estrategia. El avance de las fuerzas extranjeras era cada vez más preocupante. Fue entonces que viajó junto a una pequeña comitiva hacia la ciudad de Tomebamba. Personalmente quiso convencer al Emperador Atahualpa de lo inoportuno de dejar adentrarse más en el territorio inca a los recién llegados de altamar. El arribo de Rumiñahui fue transmitido por los chasquis. Tomebamba se mostraba festiva, majestuosa, sus miles de habitantes la llenaban de un peculiar barullo, con su actividad que parecía incesante. Cientos de antorchas iluminaban las callejuelas de la ciudad. Era el asiento temporal de Atahualpa en su recorrido triunfal hacia la capital, Cuzco. Al llegar la caravana, la gente se agolpó para recibir al ilustre invitado y su ejército. Eran héroes todos ellos. Los largos festejos de Atahualpa luego de la victoria sobre Huáscar eran muestra del menosprecio a los consejos de cautela por parte Rumiñahui respecto a los españoles. El Emperador recibió a su medio hermano, con el mayor de los honores. En su trono ubicado en un balcón que le permitía una espectacular vista de la ciudad, Atahualpa observaba a su general saludar amablemente con la gente. La guardia imperial hizo calle de honor desde la mismísima entrada de la ciudad. El nuevo Emperador lucía la Mascaypacha roja, aquel símbolo divino propiedad de Huayna Capac que había tomado de su hermano Huáscar, se puso de pie al ver entrar al general y descendió las gradas con sus brazos extendidos. Así recibió a su gran amigo, a su General, a su hermano. Un fuerte abrazo dejó perplejo a Rumiñahui, no se esperaba tal recibimiento. Miró a Asiri, mientras buscaba una explicación a tal comportamiento. Ella tampoco supo cómo tomar la actitud de su Emperador. Oh…Abran paso al gran Rumiñahui…héroe de nuestro pueblo!! Cómo estás hermano? – decía Atahualpa al invitarlo a pasar.
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Bien Emperador… gracias – decía postrándose ante su líder, que volvía a su trono. En tanto un par de guardias especialmente adornados con artilugios dorados se interponían para impedir que el resto de la comitiva que acompañaba a Rumiñahui ingresara. Asiri se mostraba molesta por tal irrespeto. Mi pueblo y yo… recordamos con alegría tu triunfo en Naviche… treinta mil quiteños… mis guerreros!!...arrasaron con más de sesenta mil hombres de Huáscar… gloria a ti… El triunfo no fue solo mío… Lo sé… lo sé… todos agradecemos a Quisquis y a Calicuchima… pero… ellos no comparten el estirpe de la sangre real… como tú… No solo hablo de ellos…Nuestro ejército lo forma gente de pueblo… fiel a los principios y valores del imperio inca… Lo sé, lo sé…Por eso nuestro pueblo te aclama, por tu sencillez y mesura…pero, dejemos de hablar de eso… estoy muy feliz de que hayas decidido visitar Tomebamba… Esta no es una visita…de cortesía… al menos… Dinos por favor…todo el Consejo Imperial te escucha…!!- extendía su brazo para mostrarle que estaba rodeado de los más poderosos hombres de ciencia y de armas del imperio. Mi viaje tiene un motivo importante…Majestad Si se trata de algún asunto militar… después me lo cuentas… ahora ven… vamos a darte el recibimiento que el General Rumiñahui merece…- decía al invitarlo a pasar a otro salón. Los seis miembros del Consejo Imperial los seguían con la mirada. Ellos eran quienes colaboraban al Emperador en la toma de decisiones. Uno de los sumos sacerdotes se le acercó postrado y le susurró algo al oído. Con un ademán despectivo, Atahualpa le ordenó retirarse. En este salón, adornado ricamente con detalles en orfebrería y cerámica estaba un gran festín con los más exquisitos manjares que el emperador en persona ordenó, al saber de la llegada de su hermano, amigo y oficial. Un grupo de bellas danzantes inició un ritual con sensuales movimientos al ritmo de tambores e instrumentos de viento. El trono de Atahualpa fue llevado en hombros por doce súbditos que lo acercaron hacia el festejo. Cuando el Emperador descendió, tres doncellas se apresuraban a regar pétalos de flores en su camino. Otra arrojaba una fina lluvia de pepitas de oro. He recibido grandes noticias de tus victorias…mi pueblo está eternamente agradecido por la valentía de mi General Rumiñahui… mi pueblo reconoce tu valentía y entrega…- comentó Atahualpa. Gracias Señor… solo cumplo con mis obligaciones con el Hijo del Sol y con el Imperio…contestaba Rumiñahui con modestia Tu modestia es uno de tus atributos, buen amigo… Por eso y por tus extraordinarios servicios frente a mi ejército del norte te entrego este reconocimiento… - decía al tomar de una bandeja traída por una de sus sirvientes, un medallón de oro que se lo colocó en la frente a su general arrodillado – me lo entregó mi padre antes de morir… creo que tú, te lo mereces… Gracias…- respondía humildemente – pero este medallón no lo merezco… Claro que sí…es una pequeña muestra de lo que mi hermano merece y de lo que te espera si vienes a formar parte de mi Consejo Imperial… como te he pedido varias veces… No puedo aceptar… fui criado como guerrero… no como político… Nuestro padre no se equivocó contigo…cuando te puso al frente de nuestros ejércitos… Es tu decisión. Gracias por respetarla… Rumiñahui…También… me han informado de tus batallas contra los “barbudos”… No creo justo que desperdicies tu tiempo y el de tu ejército enfrentando a esos infelices… Esos infelices como los llama, Majestad… avanzan hacia acá y pronto llegarán al Cuzco…!! Eso quiero…!! deja que los “barbudos” se crucen en mi camino y verás de lo que soy capaz…!! Si no se postran ante mí… yo mismo les cortaré la cabeza…!!- replicó soberbiamente a lo que los miembros del Consejo avivaron con sus cetros y un murmullo ritual. Los “barbudos” ya no están solos… Lo sé…Pareces olvidar que soy el Hijo de Dios, tu Emperador…nada ocurre sin que yo me entere… He recibido noticias de que los ejércitos que lucharon con nuestro hermano Huáscar se les han unido…pero no me importa…!! Los volveré a vencer…mmm…quizás deba decir…los volveremos a vencer… Nuestro pueblo nunca se ha enfrentado con enemigos como los barbudos…Su Alteza… decía Rumiñahui al colocar en el piso un bulto cubierto con piel. -
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El General desenvolvía aquel bulto y frente al Emperador aparecieron varias armas traídas por los españoles y que seguramente las tomó de uno de ellos en el campo de batalla. Nuestro pueblo nunca se ha enfrentado a armas como éstas…- acotó Rumiñahui Acaso…escucho miedo en tus palabras?!!- dijo uno de los miembros del Consejo. En tanto Atahualpa observaba con mucha curiosidad el arcabuz traído por Rumiñahui. No…nunca!!...simplemente es la verdad… nuestra gente es experta en el manejo de metales pero ninguno como éste… al que llaman acero… - reclamaba Rumiñahui colérico al blandir una espada Los barbudos tendrán armas como esas…pero no cuentan con la venia de los Dioses… decía Atahualpa restando importancia a los argumentos de Rumiñahui. Mi consejero Kunaq… dice lo contrario… La insolencia de su hermano hizo que Atahualpa se pusiera de pie de su trono súbitamente. Estaba furioso. Arrojó el arcabuz al piso. Su guardia personal se colocó en posición de ataque, mas una señal de su líder hizo que retrocedieran. Quieres decir que tu… consejero… es más sabio que mi s umo sacerdote Chaupi…? - se burlaba el regente – te recuerdo que Kunaq fue expulsado de este Consejo… Por decir la verdad? - desafió Rumiñahui Si crees que decir la verdad es augurar el término de nuestro Imperio… debo entender que esa es… tu verdad!! No, la de nuestro pueblo… mi consejero Chaupi habla de mil años más de poder inca sobre estos territorios… esa es para mí…la verdad!!... El Imperio ha perdido miles de vidas con males traídos por los invasores…!! Sus enfermedades llegan a nuestras tierras antes que sus armas… Nada que mis curanderos no puedan evitar… Cifras escalofriantes hablan de las terribles pandemias que trajeron los europeos a América y que ocasionaron la muerte de cerca del 95% de la población india durante los primeros 120 años después de la llegada de Colón. Pueblos enteros eran arrasados por enfermedades como la viruela, tifus, gripe, sarampión. El Imperio Azteca y el Imperio Inca perdieron millones de sus pobladores por estos males. Muchos afirman que ese colapso demográfico pesó mucho sobre la derrota de los nativos. -
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Dónde estaban esos curanderos… cuando nuestro padre, el Emperador Huayna Cápac enfermó y murió…?!- increpó Rumiñahui Dudas del poder que los Dioses nos han entregado en nuestros ritos de curación?- refutó Atahualpa No lo hago sin motivo… miles de incas han fallecido por los males llegados con los barbudos… el que no muere se convierte en un ser débil… no apto para la guerra… Kunaq habla de tiempos oscuros… Kunaq… Kunaq ¡! Parece que tu ejército hace caso a las leyendas de un viejo loco… y de un General impulsivo… Kunaq sirvió a nuestro padre… él nos crió y educó en las ciencias incas… Yo he venido aquí, a ver gobernar a mi Emperador… a poner a su disposición mi ejército para acabar con los barbudos…!! pero veo que aquí, los barbudos ya tienen ganada la batalla…!! Hablas como si ellos fueran invencibles…?!! He visto personalmente lo que los barbudos hacen a nuestra gente… nadie me lo ha contado – dijo con clara alusión a Atahualpa Es parte de la guerra… Si te preocupan esas bestias de cuatro patas que los transportan y a sus armas que lanzan fuego… no les temo… No solo son sus armas… son sus engaños… sus intrigas… Deberíamos ir y destruirlos ya!! No… no lo haremos…!! Porqué? Porqué yo soy aquí el Emperador…!! y yo decidiré dónde y cuándo enfrentarlos… Siento escuchar eso Mi Señor… yo los enfrentaré ya…!! Estás desafiando mi autoridad?!! No…mi señor…simplemente… estoy tomando un camino diferente… el camino que un guerrero inca tomaría… Sabes que hablarme así, te podría costar la vida?!!
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Si así lo quiere…tenga – se postró ante su Emperador y le entregó su daga y el adorno de su frente que él mismo le había entregado, la música se detuvo abruptamente y todos los presentes volvieron su mirada hacia el rebelde – Aquí están mis armas y mi vida… si así lo desea…tómelas Emperador … Porque yo no quiero ver como nuestro Imperio desaparece… Atahualpa al ver la decisión de Rumiñahui de entregarle su vida, recapacitó inmediatamente. Ja…ja… no seas exagerado… General…!! Solo estaba bromeando… tú sabes que a ti… más que a nadie debo, el estar aquí ahora… - intentaba calmar la situación Atahualpa Pues entonces… créame… antes de que los “barbudos” consigan más poder…debemos atacarlos… somos superiores en número… no habrá armas ni bestias que logren detenernos…!! Detrás de un guerrero inca caído, aparecerá otro y detrás de él, otro… El Emperador se tomó la cabeza y se dejó caer en su asiento de oro. No puedo… mi pueblo ha escuchado mi voz y he dicho muchas veces que yo escogeré el terreno de la batalla final con los “barbudos” … y así lo haré…Acaso crees que yo…tu Emperador…tiene miedo a los recién llegados…? Rumiñahui le contestó con un profundo silencio. Ojalá…no se arrepienta…- dijo Rumiñahui tomando sus armas y salió del salón. -
Sus hombres esperaban con ansias el resultado de la reunión. Asiri al ver la cara de su esposo supo que las noticias no eran favorables. Cara de Piedra apenas les vio se dirigió a ellos con gran seguridad. – Debemos luchar por el Imperio… aún en contra de la voluntad del mismo Imperio… Un Imperio lleno de arrogancia y ceguera…- criticó - Esto, sin duda, nos hará tomar caminos muy difíciles!...Ahora pregunto a mis guerreros… están conmigo o no?!! – hizo una pausa y miró a cada uno de sus guerreros - Nadie será deshonrado si decide quedarse… - sentenció. Caminó entre su gente que le abrió un callejón de honor. Con él, todos sus guerreros giraron y lo siguieron en marcha forzada. Atahualpa se quedó en silencio. El Jefe de la Guardia Imperial al ver la actitud desafiante de Rumiñahui con su Emperador, quiso enfrentarlo, pero una señal silente de su amo hizo que se detuviera inmediatamente. Déjalo ir…pronto se dará cuenta de su error… Muy por el contrario, el General Rumiñahui entendía el momento histórico que vivía, con el más alto amor por su pueblo. Sabía y entendía que los españoles eran un peligro latente para la supervivencia de su raza. Siempre en nombre de su Dios, los invasores cometían con los incas los crímenes más horrendos y atroces. Sus víctimas habían sufrido flagelaciones, torturas y amputaciones, incluso la muerte violenta por linchamiento, ahorcamiento o por fuego. En aquel entonces, el ejército español era escaso y sería presa fácil. Pero Atahualpa desconociendo el valor y artimañas de los invasores, decidió esperarlos. Los sacrificaría sino le mostraban respeto a su condición de Hijo del Sol. M ás tarde, sería víctima de su propia indulgencia. Pero esa actitud permisiva hizo que Rumiñahui tomase distancia de su líder, quizás siempre convencido de medidas más radicales. Su plan de acabar con los “barbudos“ se vio trunco al ver como su Emperador no le brindaba el apoyo necesario que representaría tener más hombres y armas, junto al hecho de que los enemigos del imperio Inca se les unían a los extranjeros, incrementando sus fuerzas militares rápidamente. Entendiendo que sus fuerzas rebeldes habían perdido la ventaja estratégica, emprendió con su pequeño ejército la guerra, a su personal manera. En su campaña por tierras americanas, los españoles se tropezaron con una modalidad táctica implementada por Rumiñahui, que no esperaban: La guerra de guerrillas. Los audaces golpes iniciados por las fuerzas de resistencia incas se repetían en casi todas las regiones donde estaban asentamientos españoles o de s us aliados. Sin embargo, en la contradanza bélica, triunfos y reveses de ambos bandos se sucedieron a lo largo de varios años de enfrentamientos. Luego de varias semanas Benalcázar había llegado a territorio ativiense, regido por Acha, un guerrero corpulento que lucía múltiples tatuajes en su rostro y cuerpo. El Rey jamás podría imaginarse el peso de su presencia en este conflicto en un futuro no tan lejano. Los españoles fueron recibidos con los más altos honores, a pesar de no estar prevista su visita. Los vigías del reino la anticiparon con el tiempo suficiente como para que el Reino improvisase un recibimiento adecuado. Mi señor, sea Usted bienvenido – decía Acha mientras doblaba su rodilla y entregaba en actitud sumisa su espada al Gobernador Benalcázar Gracias Rey Acha – contestaba al intercambiar su espada
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Veo que decidiste aceptar el tributo de mi pueblo. El Enviado de los Dioses debe contar con una esposa bella e inteligente. Estoy seguro que Minta ha resultado de tu satisfacción… Mmmm Qué pasa? Porqué esa cara de preocupación? Acaso Minta ha fallado en su servicio? Es justamente Minta, el motivo de mi visita… Qué pasa? Porqué no está con Usted?!! Como usted sabe Majestad, la misión a mí encomendada por los Dioses es establecer un Nuevo Orden en estas tierras…pero la tarea no ha resultado fácil. Aún no me dice qué pasó con mi hija Minta? Permítame explicarle con calma. La misión dada a mí y a mis aliados es acabar con la injusticia, pero existen hombres y mujeres que se oponen a este Nuevo Orden. Uno de ellos es el General Inca Rumiñahui. No lo conozco, pero luché con su padre años atrás… En una actitud egoísta que va en contra de los intereses del Reino Ativia, del mismo Imperio Inca, Rumiñahui ha venido impidiendo que mi misión divina se cumpla. Hace varias semanas y mientras yo esperaba a su hija, la princesa Minta en mi campamento como lo habíamos acordado con sus emisarios, ella nunca llegó. Cómo? Al parecer las fuerzas irregulares de Rumiñahui interceptaron la Comitiva de la princesa Minta y la asesinaron…- fingía aflicción – mis hombre encontraron esto en el sitio del ataque…-le entregaba uno de los adornos personales de la princesa Nooo!! No puede ser!! Mi hija MInta!! No!!. Cumpliendo mi deber decidí venir a decírselo personalmente para evitar cualquier suspicacia… Está seguro que fue el inca Rumiñahui?! Por supuesto… Rumiñahui!! Juro que acabaré con el maldito de Rumiñahui con mis propias manos!! Le prometo Rey Acha, que yo me encargaré de darle ese placer…
La caravana española había permanecido varios días en las costas ativienses pero debían volver hacia la montaña donde la batalla arreciaba. Apenas se alejaron de los dominios costeros y mientras avanzaban con sus caballos a paso lento, Benalcázar comentaba con el sacerdote Velásquez. Salió mejor de lo que había pensado… Gobernador Benalcázar qué espera conseguir del Rey Acha… Estoy seguro que se convertirá en un aliado poderoso aquí en la costa. Uno nunca sabe… Además entregó a Usted, El Enviado de los Dioses, sus dos sobrinas…Fue muy hábil al no pedirle comitivas que acompañen a las princesas… Al parecer los Dioses de los indios están de nuestra parte… No blasfeme… No es una blasfemia…es la realidad. Ojalá mi Dios haga lo mismo…!! - decía mientras se adelantaba con su caballo hacia su subalterno - Loza!! Sí señor!!- contestaba el suboficial La seguridad de las dos princesas está en sus manos. Si algo les llega a pasar le juro que yo mismo le cortaré la garganta!! Está bien señor…No se preocupe…Yo me encargaré que nada les pase... Le sugiero que evite que las jovencitas tomen contacto con Killa… América fue en los primeros años de conquista europea, el lugar donde eran enviados los proscritos, los criminales, los condenados de derecho común. Los nobles europeos nunca posarían sus pies en estas tierras. La corona española enviaba allí a sus elementos indeseables, por lo que se comprende el desprecio que tenían los ciudadanos nobles por estas tierras. Los llamados conquistadores españoles no eran sino aventureros sin moral, hampones analfabetos en su mayoría. Hombres que alimentaban su ambición en cada saqueo. Desde el inicio de las expediciones, los españoles descubrieron grandes riquezas, encontraron oro en los poblados y comenzaron a dar valor al relato de una leyenda que hablaba de un sitio mítico donde se depositaban todas las riquezas que el Imperio Inca recaudaba en sus conquistas. Los relatos mencionaban una montaña llena de metales y piedras preciosas. Los indios la llamaban Urcukuri, los europeos El Dorado.
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Los argumentos de la existencia de aquel lugar místico, eran una mezcla de la charlatanería de los mismos españoles con los variados relatos de los aborígenes. Sin duda, no era descabellado pensar que aquellas historias que recorrían los rincones del imperio invadido, fuesen c iertas, puesto que la riqueza en orfebrería de este pueblo había sido comprobada en la invasión a un sinnúmero de poblados donde los templos rebozaban de objetos preciosos, tanto que los mismos españoles se enfrentaban entre sí por ellos y cobraba mayor vigor la leyenda. Se trata de una montaña bañada en oro…cuidada por terribles bestias salvajes… – relataba el borrachito de la comunidad tropezando con todos los que a pesar de su estado, le ponían atención – ídolos hechos de oro macizo y adornados con innumerables piedras preciosas…del tamaño de un puño… El único puño que verás es el mío si no dejas de hablar tanta estupidez!!- le reclamó Páez, un oyente que pedía otro trago al cantinero, pero éste se lo negaba retirando la botella. Déjalo que hable…déjalo que hable…- insistía el cantinero Robles mientras le llenaba el vaso con vino al borrachito Cómo pueden creer esas estupideces…?! Si no me crees…? eres más estúpido de lo que pareces…- sentenció el borracho narrador refiriéndose a Páez. La trifulca no se hizo esperar. El borrachito recibió de Páez, un golpe en el rostro. Y como si ese hubiese sido el pretexto, todos comenzaron a pelear entre sí. Unos se golpeaban a puño limpio, otros se daban con los taburetes en la cabeza. Hubo más de un contuso. De repente, todos se detuvieron. Aquel borrachito que inició la bronca, se desvaneció entre las manos de Páez, que se aprestaba a darle otro puñetazo. El silencio se apoderó abruptamente del barsucho aquel. Todos volvieron su mirada a la entrada de la cantina. Qué pasa? No puedo venir a tomarme un trago en este mugrero?!! – dijo altivamente Benalcázar. Si…se…ñor…por supuesto…- contestaba el cantinero algo nervioso. Qué os pasa? Porqué tan callados?!! Es que para… nosotros es un honor que el Teniente Gobernador nos acompañe… je,je…reponía el sudoroso cantinero Me imagino que es así… pero no tienen nada que temer… además yo también tengo derecho a servirme un trago o no?!! Claro… claro que sí… mi Teniente Gobernador El Teniente Gobernador como llamaban a Benalcázar más que apreciado por ser un buen bebedor, era temido. Sus borracheras casi siempre terminaban con algún herido. Puesto que no encontraba límite a su violencia y usualmente desconocía a todos cuando estaba en tragos. Insultaba a cuanto se le cruzara en el camino y ay de aquel que le mirase con reproche. Algunos se aprestaron a limpiar una mesa en medio del salón y a retirar a empujones a los que allí estaban sentados. Benalcázar se sentó solo. Robles le entregó una botella de vino junto a una copa y se retiró. Al ver como el oficial no tomaba la copa sino más bien se servía directamente de la botella, uno de ellos también brindó con la botella que estaba en la barra. Un gran barullo se volvió a apoderar de la cantina. Venid acá… contadme con más detalle esa historia de El Dorado… - dijo Benalcázar al borrachito que luchaba por ponerse de pie. Pues Su Excelencia… créame que quisiera hacerlo pero … Que te parece si la me cuentas mientras te invito a tomar conmigo esta botella de vino… ?hizo un ademán a Robles para que le trajera otra copa. Esa si me parece una… excelente idea… - remarcaba el borracho. Todos miraban de reojo a la singular pareja, mientras intercambiaban relatos. De vez en cuando Benalcázar soltaba una gran risotada. Acaso crees que esa absurda historia que me habeís contado merece otra botella…? Pues yo creo que sí… Excelencia… Está bien… está bien… cantinero … sírvenos otra botella de vino …pero esta ocasión tráeme tu mejor vino. No… esta porquería que acabamos de beber… mi buen amigo y yo… Pero señor… este era mi mejor vino… Créeme cuando te digo que este…éste no era tu mejor vino…!!- le gritó sujetando su chaqueta y soltó una carcajada junto con el borrachito. Fue esa noche cuando algo misterioso pasó en la vida de Benalcázar. Algo brotó en su espíritu que hizo que diera valor a todas las palabras del borrachito aquel, del que ni siquiera supo su nombre. La
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descripción tan detallada del tesoro solo podría ser atribuida a una prodigiosa imaginación o a un delirio profundo ocasionado por el alcohol, pues nunca se supo de nadie que lo haya visto. Acaso la vida y el destino le pusieron en este sitio como un acto de misericordia divina?. Acaso sería él quien encontraría el mayor tesoro conocido por el hombre?. Quedó entonces sembrado en el espíritu de uno de los hombres más ambiciosos de la época, la historia de una montaña hecha de oro macizo: El Dorado. Lejos de allí, en la tierra donde los nativos rebeldes se asentaron, durante la noche se vivía un ambiente radicalmente diferente al bullicio que tenía la ciudad. Podía escucharse el trinar de las aves. Todas las familias estaban en sus chozas. Compartían y disfrutaban en paz. Lejos estaría uno de imaginarse que ese mismo pueblo y su bravura había sobrepasado cualquier pronóstico de resistencia que los españoles tenían, complicándoles más, sus ambiciosos planes de conquista. Los invasores españoles se enfrentaban a Rumiñahui, un enemigo cuya inteligencia y valentía lo convertirían en una leyenda, aunque evitaban comentarlo en sus filas, para no convertirlo en un mito entre sus soldados y en héroe para su pueblo. El grupo de cerca de mil personas entre hombres, mujeres y niños que comandaba Rumiñahui era casi una comunidad completa en constante movimiento. Kuyuchi llegaba al campamento con un ciervo sobre sus hombros. El guerrero era considerado el mejor cazador del ejército rebelde. Lleno de orgullo descargó su presa cerca del fuego donde un grupo de mujeres estaba preparando los alimentos. Su cuerpo fornido daba muestra de múltiples cicatrices conseguidas en los campos de batalla. Su mirada se clavó en una chiquilla que estaba pelando unos vegetales. Con recelo se acercó a Gema. Viste lo que traje? – le preguntó con una mezcla de timidez y orgullo Es un magnífico animal… con eso nuestras provisiones aumentarán… Gema…he querido preguntarte algo desde hace much… Pero la frase fue interrumpida por la llegada de Rumiñahui que se acercó a Kuyuchi y al grupo de mujeres. Gema...espero que este ciervo nos dure un poco más que el anterior…- sugirió sonriente el General. Por supuesto Gran Señor… Y tú… Kuyuchi te estás convirtiendo en el mejor proveedor de alimento para este ejército!! dijo al momento de darle un gran abrazo. Es mi deber…- contestó algo tenso el cazador Rumiñahui se agachó y acercó su cabeza a la de Kuyuchi para susurrarle algo. No te preocupes sé que Gema quedará gratamente impresionada con tanta proeza… Rumiñahui sabía del interés que su lugarteniente tenía sobre esa jovencita así que cada oportunidad que se le presentaba intentaba ofrecer sus oficios para que esa relación se concrete felizmente. Sin embargo, la muchachita parecía ignorar los galanteos del guerrero. Les dejo para que sigan conversando… -dijo Rumiñahui al retirarse al tiempo de hacer un guiño de ojo a la chiquilla. Gema sonriente observaba como su líder se retiraba y casi no prestó atención a Kuyuchi. Despertó de su éxtasis con la insistencia del cazador. Gema, Gema…parece que estabas soñando despierta… No le parece maravilloso?- decía Gema suspirando mientras no despegaba la mirada de Rumiñahui Cómo?- contestó extrañado Kuyuchi Perdón…perdón… pero es que me parece un sueño estar sirviendo en el ejército del Gran Señor Rumiñahui… El ejército lo hacemos muchos más, no solo Rumiñahui!!- renegaba algo molesto el guerrero en un claro ataque de celos No vaya a imaginarse nada malo…sé que mi Gran Señor tiene esposa…pero… Eso quiere decir que sientes algo por el General?!! No…no. Simplemente creo que es un hombre maravilloso. He visto como trata a su esposa y a su hijo. Me parece sorprendente que un hombre así sea un guerrero grandioso… El comentario de Gema terminó de molestar a Kuyuchi que se alejó dejando a la muchacha con la palabra en la boca. Mas ella al darse cuenta que el cazador se retiraba, se encogió de hombros y volvió a su tarea.
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El ejército rebelde inca estaba conformado por guerreros nómadas que libraban batallas en diferentes puntos del imperio invadido por los “barbudos“, denominación insolente que los indios lampiños daban a los recién llegados. Rumiñahui recibió a uno de los suyos que le mantendría informado respecto de la situación de su clan. Ya tenemos noticias de los pueblos del Collasuyo, del Antisuyo y del Continsuyo ( los suyus que conforman el Tahuantinsuyo ), nuestras fuerzas se mantienen en cerca de doce mil hombres en todo el imperio…Gran Señor – le informaba Valdo a Rumiñahui Y porqué tienes esa cara… acaso pasa algo? – preguntó éste al ver su reacción con los datos que traían los mensajeros. Las fuerzas invasoras han crecido a un número que no podemos precisar… Quiénes se les unieron esta vez? Los cañaris… Chugcha…? Sí señor… Chugcha está al frente de los cañaris… y se dice que se ha convertido en uno de los principales aliados del ejército invasor… Era de esperarse… ese maldito no desaprovechará ninguna oportunidad para enfrentarnos… pero jamás logrará vencernos… no… mientras yo viva… lo vencí antes y lo volveré a vencer ahora…!! Ahora los españoles son más peligrosos que nunca… Cara de Piedra, lleno de coraje recordó al guerrero llamado Chugcha, líder de uno de los pueblos que más colaboró con la invasión española, los cañaris. Chugcha era el actual jefe militar que los comandaba y que en muchas ocasiones había recibido fuertes reveses frente a las fuerzas de Rumiñahui. Pero la bravura de los cañaris databa de tiempos más remotos, según los relatos el pueblo cañari soportó el embate del ejército de Tupac Yupanqui, al punto de hacerlo replegarse hasta lo que hoy es Saraguro. Solo el envío de refuerzos incas, obligó a los cañaris a negociar y anexarse al imperio inca. Allí, Tupac Yupanqui fundó Tomebamba, ciudad natal de Huayna Cápac. Para el año 1532, la resistencia indígena contaba con alrededor de doce mil hombres repartidos en todo el territorio imperial, número relativamente pequeño comparado con la cantidad de indígenas que poco a poco se iban anexando a las fuerzas invasoras por diferentes motivos y circunstancias. Rumiñahui al conocer con algún detalle la manera como los “barbudos“ lograban consolidar su posición a pesar de ser reducidos en número, se convirtió en el caudillo de un grupo que en contra de su mismo imperio, buscaba combatir a los extranjeros. Los desplazamientos rebeldes eran extenuantes, con jornadas de más de doce horas diarias en muchas ocasiones. Las largas filas eran difíciles de ocultar de los enemigos, que ahora no eran solo los españoles, sino los pueblos del bando huascarista que se les aliaron. Los llamingos llevaban sobre su lomo las jaulas con cuyes, chanchos, aves silvestres y más. Los niños acostumbrados a los trajines del viaje, encontraron en sus perros la mejor manera de distraerse. Hombres y mujeres de toda edad, llevaban sobre sus espaldas pesadas cargas. Los rebeldes por mandato no llevaban consigo prisioneros ni esclavos. Suficientes problemas tenían ya con los enemigos, allá afuera, como para llevar consigo instigadores y traidores gratuitos. Todos los miembros de la comunidad rebelde, eran incas. A pesar de que el Imperio Inca estaba conectado por un sinnúmero de caminos, no era seguro utilizarlos, pero sin duda se convertían en una ventaja que no podrían desperdiciar a pesar del riesgo. Otras ocasiones avanzaban a través de los inmensos campos llenos de monte o de cultivos. Debían hacer constantes paradas para recoger provisiones para su ejército así como para sus animales de carga y de corral. Siempre, el general Rumiñahui caminaba al frente del grupo o dirigía las jornadas de caza. Aquella mañana el grupo partió temprano. Con su mano derecha, indicó a sus compañeros que rodearan a su presa. Illayuk que estaba a pocos pasos tras suyo, se detuvo de modo instantáneo. El chiquilín acudía como parte de su formación, con el consentimiento de sus padres. La presa estaba allí. Arrancaba con su hocico grandes bocados de hierba. Se trataba de un venado de gran cornamenta. Agazapados como felinos, los indios se desplazaron entre los arbustos. El grupo de seis cazadores intentaba rodear en silencio al animal. Pero todo sufrió un contraste cuando Illayuk tropezó y cay ó en un hoyo. Su grito, inquietó al venado. El animal levantó la cabeza, escuchó el alarido y huyó. Rumiñahui corrió hacia Illayuk y se percató que estaba bien, aunque algo magullado por el golpe. Estás bien? Sí, papá…perdóname…- le decía avergonzado el niño.
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No te preocupes… vamos…- le decía al tiempo de estirarle la mano para ayudarle a salir de aquel hoyo El grupo de cazadores arrojaba sus flechas sin poder atinarle al venado. Uno de ellos, comenzó a perseguir al asustado animal. Era Kuyuchi, que le arrojó su lanza. Ësta, se clavó muy cerca del cuerpo del cuadrúpedo, fallando por escasos centímetros. Los otros cazadores corrían haciendo extraños ruidos para desorientar y acorralar al venado, querían llevarlo hacia donde Kuyuchi lo esperaba. El animal cayó en la trampa. En un acto que rozaba la locura, el guerrero saltó sobre el animal desde lo alto de un gran roca, cayó unos tres metros de alto, mientras el venado agitado en su mortal carrera ingresaba a un pequeño pasadizo de piedra. El inca se asió al cuello del venado que saltaba sabiendo que su vida dependía de ello. Pateaba al correr y con su gruesa cornamenta daba golpes a su cazador. Los ojos brotados del animal daban muestra de su desespero. La estrechez del pasadizo provocó que la cornamenta del fornido animal desprendiera en su huída, trozos de tierra, levantando una pequeña nube de polvo. De pronto, una de las astas de sus cuernos se clavó directamente en el rostro de Kuyuchi. Su terrible grito se escuchó en aquel rincón de la montaña. A pesar del terrible dolor no se soltó. La sangre brotaba de la cara del valiente cazador que no atinaba a detener al animal. Con su visión casi perdida por la cantidad de sangre, apenas pudo distinguir que el animal corría hacia un precipicio. En el último segundo se soltó del cuello del venado cayendo pesadamente en el piso. El animal mientras tanto, caía en el abismo. Su cuerpo golpeó varias veces los riscos que sobresalían, despedazándolo. Rumiñahui, Illayuk y el resto del grupo corrieron a dar el encuentro a Kuyuchi. Lo hallaron tirado en el suelo, inconsciente. Al levantarlo se dieron cuenta del terrible daño que le infringió el venado antes de morir. El cuerno había destrozado el ojo izquierdo y había abierto una profunda herida en su rostro. La cicatriz que le dejaría, involucraría la mitad de su cara. Asiri estaba ansiosa en espera de su esposo e hijo. Presentía que algo pasaba al ver como el grupo de caza ingresaba al campamento. Sus rostros no demostraban la alegría de haber alcanzado una gran presa que les garantizaría un festín por varios días. Dos hombres cargaban en sus hombros el cuerpo del venado atado por sus patas a un tronco. La gente del campamento avivaba a los recién llegados. Sin embargo, los niños que gritaban de algarabía, enmudecieron al ver atravesar la foresta a Rumiñahui cargando de un brazo a Kuyuchi, lleno de sangre. Lo llevaron inmediatamente donde el curandero. Gritos de terrible dolor se escucharon fuera de la choza del médico brujo. Rumiñahui vio en un sitio apartado a su pequeño hijo sentado con sus brazos rodeando sus piernas y en profundo ll anto. Caminó con cautela y se arrodilló junto a él. Qué pasa hijo? Es mi culpa!! Es mi culpa!! Lo que le pasó a Kuyuchi es mi culpa!! - gritó desconsolado el niño. Illayuk …tienes que dejar de culparte por lo que pasó… No es tu culpa… Soy un torpe…caí en ese hueco y te distraje…si no hubiera ido con ustedes, nada hubiese pasado…!! Hijo…pronto entenderás que un líder toma decisiones…unas correctas, otras no… y cada decisión tiene consecuencias… es parte de tu enseñanza… al igual que tú, yo acompañé a mi padre a cazar. La primera vez mi padre me llevó al lago para atrapar unos patos silvestres, pero mi inexperiencia hizo que todas las aves huyeran. Recuerdo que los demás miembros del grupo de caza estaban enojados conmigo. Las miradas de reproche me hicieron llorar. Mi padre se puso de pie frente al grupo y les dijo algo que debo decirte a ti ahora: “Nadie nace con el conocimiento y la experiencia. Todos absolutamente todos aprendimos de nuestros padres y maestros. Cuando nuestros hijos salen con nosotros de caza no solo salen a aprender tácticas para atrapar presas sino también a ser parte de un grupo. Deben aprender que cuando cazan, siembran o luchan siempre hay otro inca junto a él. Y deben hacer cada movimiento pensando en que sus decisiones siempre afectan a todos los suyos”. Papá, cómo sabré si tomo las decisiones adecuadas? Simplemente tomándolas…esto es también…parte de tu enseñanza. Los triunfos se construyen en los fracasos de alguien. -
Luego de varias horas, el viejo brujo salió de la habitación con un manojo de hierbas en sus manos bañadas en sangre.
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El espíritu del guerrero mora en su cuerpo, Kuyuchi es un hombre fuerte… debemos esperar… dejen que descanse varias lunas…- decía consolando al grupo que esperaba fuera Desde aquel hecho tres días habían transcurrido. Entrada la tarde, Rumiñahui ingresó a la choza de Kuyuchi. Allí estaba él. Sentado en silencio con el rostro cubierto de una máscara de cuero que cubría su terrible cicatriz. Hola amigo…cómo estás?- le preguntó afable el general Mmmm…bien…tan bien como puede estar un hombre con la cara de un monstruo…- al escuchar esto Rumiñahui enmudeció por un instante. Sus palabras despedían frustración y cierta amargura. Lo siento amigo… siento mucho lo que te pasó… No tienes porqué sentirlo… además cazamos a ese maldito animal…no? – intentaba burdamente bromear, aunque sus palabras se oían con profunda frustración Ha sido el animal más grande que he visto en mi vida ¡! Ja, ja – prefirió confortarlo. Ya sabes…soy Kuyuchi…el amo de los cazadores!! Quiero que vengas conmigo un momento…- le dijo el General abriendo la puerta de la choza Fuera estaba un grupo numeroso de guerreros en formación militar que dieron un grito de guerra apenas vieron a su líder Kuyuchi aparecer. Tu gente te espera…hay muchas batallas que pelear allá afuera… Qué es esto? Es tu gente… el venado se llevó tu ojo… no se llevó tu valor ni tu liderazgo… Tendrás un nuevo rostro, pero sigues siendo Kuyuchi, mi amigo, uno de mis mejores guerreros… recalcó Rumiñahui muy orgulloso. Al salir, Kuyuchi recibió un gran vítor. Sus guerreros levantando sus armas le daban la bienvenida nuevamente. Por unos instantes olvidó su tragedia y su corazón latía como si estuviese en medio de una terrible batalla. -
En el patio del cuartel, el Teniente Gobernador Benalcázar descubría a sus soldados en la práctica de tiro al blanco. Llegaba de su paseo por los alrededores. Bajó de su corcel y al hacerlo acarició la crin de Negro, el animal que se había convertido en su compañero inseparable. No eran pocos quienes manifestaban que aquel caballo era lo único que en esta tierra, Benalcázar apreciaba. El Gobernador había establecido un nexo muy profundo con aquel corcel debido al poder que su figura y fuerza le daban frente a sus enemigos, los aborígenes. Se apeó del animal y se dirigió hacia el grupo de practicantes. Sonreía al ver como los tiros no acertaban en aquel tronco, colocado como blanco, unos cuarenta pasos al frente. Veo que tienen problemas con eso… permitidme – le decía al soldado al pedirle el arma. Sujeto el arma y se la acomodó. Apuntó y durante algunos segundos mantuvo en expectativa a sus subordinados. Sin embargo, desistió. Hagámoslo… más interesante…- dijo Dio la orden para que retiren y cambien el blanco. Realizado el cambio, se sintió satisfecho. Todos los soldados dejaron sus actividades para observar lo que su comandante iba a hacer, a todos les parecía sorprendente. Apuntó a su nuevo objetivo y disparó. La bala rozó la cabeza de un indio prisionero que atado a un tronco de manos y pies, era el nuevo objetivo en la práctica de tiro. Sus ojos abiertos al máximo mostraban su horror al ver la cercana marca de la bala, que apenas le rozó la cara. Tranquilo… si os hubiese querido matar… ya estaríais muerto…!! - gritó – Cabo…!! - llamó a un subalterno – esta arma tiene un defecto en la mira… Esta bien Señor… haré que la revisen… Hágalo… ahora pasadme esa otra… Aquí tiene mi Señor… Esta vez el Gobernador tomó el arma y se dispuso a disparar. Haló el gatillo. El indio murió de contado con el tiro en medio de la frente. Ahora si quise matarte…- sentenció Su sonrisa se mostraba turbia y oscura. Ninguno de los presentes se atrevió a interrumpir su paso. Al retirarse entregó el arma a un incrédulo soldado que no asimilaba el acto de barbarie que había presenciado. Al igual que aquel indio sacrificado en el paredón, cada día morían de maneras viles, muchos aborígenes que no comulgaban la causa española.
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Las acciones de Benalcázar tenían por misión cumplir dos objetivos claros: extender los dominios de territorio e intentar reprimir los brotes rebeldes incas. Para lo primero establecía lazos con muchos pueblos enemigos de los anteriores conquistadores y como estrategia represiva casi siempre castigaba con la muerte a quienes se le opusieran. En cualquiera de los casos buscaba dividir a los indios ya sea por temor o por represión. Esta división de los pueblos aborígenes sirvió únicamente a los intereses invasores, aunque en sus argumentos beneficiaría también a los indígenas. La marcha continuaba su ritmo para las filas rebeldes. El sol iluminaba aquel árido paisaje. El polvo se levantaba como una cortina espesa y asfixiante. Illayuk había formado con una rama flexible, algo muy parecido a un círculo. Sonriente lo levantó para compararlo con el ardiente astro que colgaba del límpido cielo. De entre las piernas de los caminantes, corrió para alcanzar a Rumiñahui. Ya junto a él, tomó su mano. Qué traes ahí?- le preguntó su padre. Esto…- le mostró el aro vegetal Y para qué lo usarás? Para jugar… No debes hacerlo- se detuvo abruptamente Rumiñahui – Dame esa rama… Mira – Rumiñahui levantó el aro y lo puso de modo que rodeara al sol. Tiene la forma del Dios Sol… Y de la Diosa Luna. Y eso qué significa? El aro simboliza a nuestros Dioses – comenzó a dibujar en la arena con su dedo - Déjame contarte algo que mi padre me enseñó cuando tenía tu edad: Uno de nuestros maestros descubrió que el aro permitía a nuestras bestias de carga moverse más rápido y llevar más carga. Pronto el descubrimiento llegó al Consejo Imperial, hub o muchos que vieron como algo maravilloso el aro rodante. Sin embargo, la mayoría veía al aro como un símbolo que representaba a nuestros Dioses y consideraron que cualquier uso que se le diera al aro sería una ofensa. Ningún inca podría jugar, golpear, mucho menos pisar los símbolos divinos… Por eso es que nada en el Imperio tiene forma de aro? Así es… Qué debo hacer con esto, entonces? Rumiñahui tomó el aro vegetal y lo desató, el círculo se transformó en una simple rama. Illayuk sonrió al recibir de las manos de su padre la rama y comenzó a jugar con ella como si fuera un fuete. Tras ellos y siempre pendiente iba Asiri, que ese momento llevaba en sus brazos al bebé que logró salvar hace varias lunas. Cuánto durará esta guerra, papá?- preguntó Illayuk a Rumiñahui Lo que tenga que durar… No lo sabes… verdad? – dijo burlonamente el pequeño Claro que lo…- calló al ver el rostro incrédulo de su hijo – tienes razón, no lo sé… cuando enfrentamos a los cañaris… sabía cuándo íbamos a derrotarlos… con los “barbudos“… sinceramente no lo sé… De dónde vinieron los “barbudos“? Llegaron del mar… muchos dicen que son enviados del Gran Dios Viracocha para imponer el orden a nuestro pueblo… Y lo son? No…claro que no!!...- contestó un tanto molesto Mirada de Piedra, mientras se detenía y sujetaba del brazo al pequeño, reprendiéndolo. Asiri, que ayudaba a una mujer del grupo con su bebé, se les acercó. Percibió que la pregunta del niño inquietó a su padre. Hijo… toma a este bebé… y llévalo a su abuela… Si… mamá… Debes tener paciencia con Illayuk … es apenas un niño…- le decía a Rumiñahui con cierta ternura, viendo al pequeño retroceder con su encargo y con el rostro desconcertado. El ya está en edad de entender las cosas…!! Deja la guerra para nosotros… Nosotros tendremos que expulsar a los invasores de estas tierras para que nuestro hijo viva en ellas… en paz. Solo conociendo al enemigo… uno puede enfrentarlo… Sé que conoces al enemigo… mejor que nadie… pero… Illayuk te necesita… como su amigo… como su padre…
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Ël, algún día tomará mi lugar al frente de este ejército… Un guerrero también es hijo, es hermano…y es padre…- le decía Asiri con suma ternura Rumiñahui se detuvo y fijo su mirada en los preciosos ojos color café de su esposa. Las palabras calaron profundamente en él. El amor que profesaba a su familia era infinito. Entendió el ademán que Asiri hizo para que fuera detrás de su pequeño. Dándole un beso en la frente a su esposa, corrió a dar alcance a su hijo. Cuando lo hizo, jugueteó con él. Oye hijo!! Espérame… voy contigo… - y se alejaron. La relación que tenía Rumiñahui con su único hijo era sorprendentemente abierta. Entre batalla y batalla, siempre había un momento para compartir con él. Además, tenía todo completamente organizado con su ejército ambulante. Cada uno de los miembros del grupo cumplía su rol, lo que le daba pleno tiempo para dedicarse a la planificación bélica y a su familia. El pueblo inca daba tremenda importancia a los vínculos familiares, porque a través de ellos se trasmitían la mayoría de las enseñanzas de su pueblo y su cultura, complementadas eso sí, por los maestros que reforzaban sus tradiciones. El orden comunitario era tal que los hombres se encargaban de construir los campamentos itinerantes en cuestión de horas. Para ello utilizaban cualquier material disponible. Las mujeres, por su parte, se encargaban de tejer, preparar los alimentos y se preocupaban del bienestar de los niños que acompañaban a sus padres. Como toda regla tiene su excepción, la esposa del general, Asiri, sin embargo, prefería estar junto a su marido en los preparativos de las batallas. Conforme una tradición inca, su extraordinaria belleza la obligó a separarse de su familia cuando aún era muy joven, para formar parte de un selecto grupo denominado Las Vírgenes del Sol. Una institución que reclutaba y encerraba en conventos a las mujeres más bellas del imperio. Allí, eran instruidas en grupos de diez por las matronas en artes místicos, aunque existían fuertes rumores que también recibían instrucción militar. Tendrían a su cargo la conservación del Fuego Sagrado y la elaboración del pan y la chicha para las Grandes Fiestas del Sol. Al cabo de siete años, Asiri salía del convento para cumplir otro cometido, casarse con un joven guerrero, líder innato, con un prometedor futuro llamado Rumiñahui. El joven militar a partir del primer momento, descubría en ella, un espíritu indomable, guerrero. Tienes todo lo que siempre he deseado en mi esposa, en mi compañera… Apenas nos conocemos. Cómo puedes decir eso? Me considero un hombre bendecido por los Dioses. Este tiempo que he compartido contigo ha sido suficiente para darme cuenta que tienes las cuatro cosas que busco. Tienes carácter, inteligencia, personalidad y belleza. Tú las tienes todas. A pesar de que no le era permitido participar activamente en las reuniones, Asiri lo hacía. La clara resistencia de los guerreros varones fue cediendo de a poco, al ver su desempeño en el campo de entrenamiento y su arrojo en el campo de batalla. Seré Inca durante el resto de mi vida al igual que ustedes y tengo que hacer frente a todos los problemas. Estaré junto a mi esposo siempre donde quiera que me necesite. Nunca me dejaré vencer por las dificultades que encuentre en el camino. Pelearé contra el injusto invasor en todo el Imperio!!- dijo en alguna ocasión. No era difícil encontrarla ensayando con los guerreros el uso de la lanza, las flechas y el cuchillo. Aunque ella prefería la macana. Rumiñahui se sentía orgulloso de su compañera y se preocupaba por instruirla en los ensayos. A su vez, ella replicaba su entrenamiento con un grupo de mujeres que voluntariamente se unieron a la batalla. Tiemblen los “barbudos“…- le susurraba el General al oído mientras le ayudaba a corregir su posición con el cuchillo durante una práctica de sus artes de guerra y defensa. Asiri sonreía coqueta. Soltándose sutilmente se puso frente a frente y giró su cuerpo rápidamente hacia el muro. Lanzó el cuchillo, acertando con exactitud al blanco de práctica. Si…que tiemblen…- alardeó ella Por suerte estás en mi ejército…- sonrió Rumiñahui y se retiró dejando que continúe el entrenamiento. Sus campamentos itinerantes los obligarían a establecerse en los lugares más distintos cada vez. Sin embargo, les resultaban muy útiles los tambos que a lo largo de los bien estructurados caminos del Imperio Inca estaban distribuidos como depósitos de municiones y provisiones. La red de caminos era perfecta. Diseñada por el Imperio para vigilar los países conquistados, permitía el rápido tránsito de los correos escalonados que los chasquis transmitían de viva voz hasta el punto más alejado. Los caminos cruzaban los ríos por medio de puentes colgantes o flotantes , lo que hacía más fácil el desplazamiento de tanta gente.
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El pequeñín Illayuk, de apenas ocho años de edad recibía la instrucción que los incas daban a sus hijos. Su abolengo le garantizaba un trato especial entre los chiquillos de la comunidad ambulante. Kunaq, el sumo sacerdote tribal era quien le instruía personalmente, al igual que lo hizo con Rumiñahui, su padre. Su formación incluía artes ancestrales como la cerámica, la medicina natural, así como historia inca. Pero lo que Illayuk prefería sin duda eran las clases militares que recibía de varios de sus instructores. Uno de ellos era Rumimaki, que le estaba enseñando el uso de la honda o huaraca, un arma hecha de soguilla trenzada, de dos metros de largo en cuyo centro estaba una pequeña bolsa de cuero de venado donde se colocaban pequeñas rocas. Sujetando con una mano las dos puntas, el guerrero giraba con fuerza sobre su cabeza la huaraca y una vez establecido el blanco soltaba una de las puntas de la trenza, dejando salir con gran velocidad la piedra. Rumimaki le mostraba su destreza al pequeño Illayuk. Debes tener fija tu mirada en la presa – le decía al señalarle un muñeco hecho de paja a unos veinte metros de distancia. He estado practicando… Ahh…- Rumimaki lanzó su tiro dando en el blanco. La cabeza del muñeco caía despedazada – sé que cuando llegue el momento lo harás muy bien Mi padre dice que pronto seré un guerrero como él… Eso espero…porque sino serás el cargador de agua en el que habré invertido demasiado tiempo… ja,ja… Rumimaki bromeaba con el hecho de que los candidatos a soldados que fallasen las pruebas de destreza y fuerza eran designados como cargadores. El entrenamiento había acabado hace algunos minutos. El pequeño Illayuk limpiaba sus armas con gran prolijidad. Al ver a Rumimaki rondando sus quehaceres le interrogó. Tú crees que algún día seré como mi padre? Claro que sí. Porqué lo preguntas? A veces veo a mi padre al frente de su ejército y me doy cuenta de su liderazgo. Aunque no lo sientas aún…ese espíritu que guía a tu padre Rumiñahui, está dentro de tu corazón…lo que pasa es que aún es muy pequeñito…pero pronto crecerá, eso te lo aseguro. Tú crees? Claro. Ahora te recuerdo que mientras ese espíritu no crezca tendrás que obedecer a tus maestros, así que será mejor que te apresures con eso…porque después tienes que limpiar las jaulas de los cuyes… Nooo… Un líder no solo se hace aprendiendo a usar armas y matando enemigos. La vida de un inca está más allá del campo de batalla, está en su casa con su familia, con sus amigos, con su gente. No basta con ser un líder popular, sino en convertirse en un líder respetado. Está bien…- decía resignado el niño
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CAPITULO DOS La guerra que desarrollaban los cabecillas, el inca rebelde y el español, parecía ser personal y muy pronto tendría giros inesperados. El inca era un apasionado luchador por la libertad de su pueblo. Durante toda su vida, su personalidad vehemente le mereció mucho reconocimiento entre su pueblo e incluso entre sus rivales. Amante de su gente, adoraba a su esposa e hijo, quienes eran sus principales aliados en toda lucha que emprendía. Hombre que respetaba su palabra, era acérrimo enemigo de los españoles. Conocía de sus ambiciones, sus bajas pasiones. No los consideraba guerreros. Sino seres sanguinarios, que mataban por el simple placer de hacerlo y demostrar así su poder. Lo que veía en Benalcázar, lo veía en todos los españoles. Ambición desmedida, lujuria incontrolable. Su rival, justamente calzaba en ese perfil. Mujeriego, bebedor impertinente, tenía fama por su brutalidad con los indios. Sus abusos de autoridad eran constantes y como lo dirá la Historia, toda su vida en América transitaría por el desafío incluso a sus propias autoridades, lo que le acarreó grandes problemas hasta el último de sus días. Los europeos decidieron salir en su ruta hacia el nororiente. Para ellos, la cabalgata se hacía dura y penosa en esa tierra llena de plantas de gran follaje, la elevada humedad reinante y miles de mosquitos que infestaban el ambiente. Tenían como guías, a cuatro indígenas que trajeron desde Guatemala, en tanto que la carga iba en los hombros de algunas docenas de negros. Para éstos, a pesar de provenir de sitios con características algo similares, lo duro de las jornadas sumadas a un clima que no tenía piedad con nadie, hacía que muchos hubiesen enfermado gravemente e incluso muerto. Si ese era el panorama de los esclavos, el de los “barbudos“ era más aterrador. La ruta que emprendieron seguía la costa. La humedad y calor reinantes los desgastaba a puntos extremos. Si bien, éstos traerían consigo muchas enfermedades que en el continente indio ni siquiera se las conocía, ellos también sufrieron males endémicos de este lado del mundo que menguaron su ejército. Además, muchos murieron en las fauces de algunas fieras como pumas, tigrillos, caimanes, culebras. El grupo avanzaba por la orilla del río. Aquel estrecho sería el punto de cruce. La fuerza de las aguas empujaban a los caballos de modo que hacían torpes, sus movimientos. Muchos de los esclavos que llevaban la carga, se oponían casi sin resultado a cruzar. Los soldados los obligaban a punta de pistola. Vano resultó puesto que los tres primeros infortunados fueron arrastrados por el agua sin remedio. Entonces, Benalcázar pidió una soga y la amarró a la silla de la montura de Negro , su caballo de un pelaje extraordinariamente azabache. Y se arrojó con su caballo al río. Su corcel luchaba con las fuertes arremetidas del agua, pero cruzó. En la otra orilla, bajó de su animal y amarró la soga en un árbol. Los esclavos negros e indios ya podían cruzar la carga con mayor seguridad. La amarraron a la soga y enviaron a los esclavos a sujetarla. Uno a uno, fueron entrando al agua, completamente asustados. Unos diez esclavos lograron pasar. De repente, uno de ellos comenzó a gritar como un loco. Señalaba con su mano, río arriba. Un gran objeto avanzaba hacia ellos a gran velocidad. Tenía un oscuro brillo por el agua que empujaba. Qué diablos es eso?- gritó uno de los soldados Es un lagarto…!! – dijo exaltado otro No…es…es un…tronco!! Es un tronco!!- gritaba como loco uno de sus compañeros que logró divisar con mayor claridad el extraño objeto Corten la soga… corten la maldita soga!!...perderemos toda la carga!!- gritó Benalcázar Un inmenso tronco avanzaba amenazante. Por su tamaño era imposible eludirlo. Del Hierro corrió con su espada y cortó de un solo golpe la soga. Del otro lado, Benalcázar ordenó a los esclavos que halaran la carga. El tronco se mostró gigantesco al chocar con una enorme roca antes de embestir la caravana española. Apenas perdió unas astillas en el choque, que lo impulsó con mayor fuerza. Los negros e indios que estaban en el río, se sujetaron de la soga, mientras desde la orilla tiraban de ella el resto de esclavos. El árbol se acercaba velozmente. Suelten la soga… suelten la soga…!! – vociferaba histérico Benalcázar Señor…el peso es demasiado… no podemos… sujetarla… más…!! – gritó uno de los que tiraba de la soga.
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Benalcázar corrió y ayudó a halar. Pero el esfuerzo era vano. Soltó intempestivamente la soga y corrió a su caballo. Sacó de la bolsa de cuero, su arma de fuego. Y disparó a uno de los esclavos que estaba sujetándose de la cuerda. Qué espera teniente…mate a esos malditos…o perderemos la carga…!! - ordenó desde la otra orilla Pero…señ…- Del Hierro dudó por un instante seguir la orden Hágalo…o el próximo tiro será a su cabeza!! – le dijo apuntando el arma esta vez, a su teniente. El subalterno obedeció. Los soldados tomaron sus armas y dispararon. Varias balas dieron en el blanco. Los cuerpos sangrantes de los esclavos fueron arrastrados violentamente por el inmenso tronco que ese preciso momento atravesaba por allí. La carga logró salvarse. Luego de amarrar una nueva cuerda, la carga y los hombres cruzaron. Benalcázar que miraba desde lo alto de una roca en la orilla miraba la preciosa carga que había salvado: sus botellas de vino estaban intactas. Minutos más tarde, acariciaba a su caballo Negro, mientras un esclavo cepillaba el fino pelaje del animal. Al sentir que el teniente Del Hierro se acercó por su espalda, de repente y sin darle tiempo a reacción, lo tomó violentamente de su pechera. La próxima vez…que desobedezca mis órdenes…lo mato…!!- sentenció Benalcázar y se retiró. A sus órdenes…- replicó en voz baja Del Hierro Los rebeldes habían establecido su asentamiento temporal en aquel valle de la sierra. Ahora Rumiñahui e Illayuk, están en medio de uno de los lagos del Chinchan Suyu, siguiendo otra de las tradiciones incas. El enseñar las artes de la pesca. Como era parte del ritual, Rumiñahui lo acompañaría hasta los catorce años, a partir de ese momento. Illayuk debería hacerlo solo. Shhh…- le decía en un leve susurro Rumiñahui, pidiéndole que haga silencio Illayuk se sujetó del filo de la balsa y con mucho sigilo sacó su cabeza para ver en el agua de aquel lago, transparente como su alma, un par de peces que nadaban cerca de ellos. Su rostro dibujó una gran sonrisa. Padre e hijo compartieron por unos segundos una sensación fantástica. Los inquietos peces habían seguido el anzuelo. De pronto, el guerrero arrojó con gran fuerza la lanza. Miró a su hijo y con una gran carcajada, levantó el cuerpo de ese gran pez que se agitaba en medio del filo de su arma. La pesca era una de las tareas que más relajaban al general. Los lagos de la región norte del Tahuantinsuyo eran sus sitios favoritos. Aunque sus vidas habían cambiado radicalmente con las guerras que el imperio enfrentó, siempre había tiempo para compartir momentos como el que disfrutaban en aquel lago. Hijo mío…te preparé algo…- le decía mientras hurgaba en su bolso de piel de vicuña – esperaba otra ocasión para dártelo pero creo que…este es el mejor momento… Qué es? Es esto….- le entregó unas cuerdas multicolores unidas por unos nudos de diverso grosor. Un quipu…- dijo algo decepcionado el pequeño Si…un quipu…qué pasa? Esperabas algo más? El general Nina entregó a su hijo el medallón de oro que le entregó su abuelo… Illayuk …espero que entiendas lo que te voy a decir…pero… hay cosas más valiosas que el mismo oro… Qué puede ser más valioso que el oro? El honor… el respeto… El honor no entra en un medallón…- inquirió el pequeño Justamente…!! No habrá medallón que logre encerrar el honor de un inca… este medallón que llevo conmigo nunca podrá encerrar el respeto que guardo para mi pueblo…para mi familia…por eso…el valor de los metales… lo da la ambición del hombre… el valor de la familia lo da el corazón… Qué significa?- respondió ya ansioso el pequeñín enseñándole el quipu Este quipu significa que nuestros tres espíritus son uno. Aquí estamos tu madre, tu padre y tú. Cada vez que mires este quipu recordarás que tú y tu madre son lo más importante para mí…espero que lo guardes…- leía los nudos del quipu Gracias… Los quipus eran un conjunto de cuerdas de diversos tamaños, colores y clases de lana, unidas por nudos, utilizado por los incas como su sistema de conteo. Nadie ha logrado descifrar su uso.
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Ahora hijo mío…mira el cielo.. Qué ave es esa, papá? Es Kuntur…un cóndor…nuestra ave sagrada…sus alas son las más grandes de todas las aves… cubre con ellas todo el Imperio…con sus alas es capaz de cubrir a toda nuestra familia… así que cuando veas uno… trae a tu mente a los seres que más quieras…y Kuntur los protegerá… Illayuk se sentó en silencio, cerró los ojos y siguió las instrucciones de su padre, que continuaba relatando. Kuntur se encargará de protegerlos…donde quiera que estén…- decía Rumiñahui Le pediré…al gran cóndor que los proteja… a ti y a mamá… Muy bien, yo también le pido por ustedes… Pero qué pasa papá… porqué estás preocupado? Hijo…quiero pedirte algo… Papá…yo como cualquier guerrero inca… estoy a tus órdenes…!- decía solemnemente el muchachito Illayuk …la llegada de los “ barbudos “ hace que todo sea diferente ahora…nos enfrentamos a nuevos enemigos… con nuevas armas… He practicado mucho con mi cuchillo… Lo sé…Hijo…pero nuestros cuchillos poco hacen frente a sus armas… por eso… quiero que me prometas algo… si me llega a pasar algo…si muero…tú… Papá…tú no vas a morir nunca!! Nunca!! – gritó y lo abrazó llorando Illayuk …Un guerrero inca tiene marcada la línea de la vida…pero solo los dioses conocen dónde y cuándo cruzaremos la línea de la muerte…- lo sentó suavemente mientras miraba sus tiernos ojos llenos de lágrimas Papá… Seca esas lágrimas…ya sabes lo que mamá te dice siempre…- intentó sacarle una sonrisa Un inca nunca debe llorar…- dijeron al mismo tiempo sonriendo Hijo…prométeme que estarás allí cuando tu madre te necesite…y que estarás allí cuando tu pueblo te necesite… Claro papá… te lo prometo… Nuestro pueblo conoce el valor de las promesas… sé que la cumplirás… Lo he aprendido del mejor…tú, papá. Además pronto será mi huarachicuy… Cómo te gustaría que te llamen…? Mmmm…- pensaba sonriente mientras en lo alto el cóndor majestuoso, volaba como si verdaderamente los observara - Kuntur…!! – dijo el muchachito Me parece bien… Los ojos se llenaron de un especial brillo. El pequeño se levantó y le dio un gran abrazo a su padre, que le besó la frente. Fue tan efusivo el abrazo, que hicieron tambalear por unos segundos la balsa de totora. -
El huarachicuy era el rito mediante el cual los incas que llegaban a la pubertad tomaban otro nombre diferente al que recibían en la niñez, en el rutuchicu. De pronto escucharon un silbido desde la orilla. Alguien agitaba sus brazos queriendo llamar su atención. Era Kuyuchi, lugarteniente de Rumiñahui, junto a dos hombres que con señas les llamaba. Creo que tendremos que irnos ya…- dijo Rumiñahui Si, papá… Además…creo que hemos pescado suficiente…- le decía sonriente mientras levantaba una gran cantidad de pescados, de todo tamaño. Mamá…estará contenta… No lo creo…tu madre odia el pescado…ja,ja…- decía al recordar que Asiri detestaba comerlos, según ella por lo tedioso de evitar las molestas espinas. En el campamento, Rumiñahui caminaba con Rumimaki, guerrero con el que le unía un especial nexo desde la infancia de éste. El joven, se mostraba algo preocupado. A pesar de su carácter afable y cercano para con su pueblo, todos guardaban por Rumiñahui, gran respeto y consideración. Pero ese tipo de detalles, le disgustaban realmente. Sentía y decía ser uno más de su ejército, al punto de levantarse de su silla al conceder audiencia a un soldado. Cuando un soldado se postró ante su
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presencia, lo levantó del brazo de un solo envión. Al joven Rumimaki, a pesar de la relaci ón de amistad que lo unía a su General, le era complicado mostrar ese afecto, sin el respeto que lo hacía. Gran Señor…-decía respetuoso Ya te he dicho que no me llames Gran Señor… para ti y para mis amigos soy Rumiñahui… Lo sé…pero me resulta difícil… has hecho tanto por nuestro pueblo que no merezco este honor… Los amigos tienen ese honor… y si ese amigo es un excelente guerrero como tú… con mucha mayor razón… ahora… dime… qué pasa? Nuestra gente… señor… los guerreros ven como sus esposas e hijos sufren con esta guerra… sufren cada vez que movemos nuestros campamentos… extrañan su tierra… su hogar… Rumimak i… amigo mío …- le puso su mano en el hombro - al igual que tú y todos mis guerreros, tengo una familia… tengo un hijo… una esposa… justamente todo lo que hacemos, lo hacemos por ellos. Nuestra familia… nuestro imperio necesita de nuestro sacrificio… Yo extraño como todos, nuestro hogar… extraño correr por los campos sin temor a una emboscada… Daría mil veces mi vida, si con eso evito que el pueblo inca desaparezca… y desaparezcan con él todas las cosas por las que hemos luchado siempre…la libertad y el progreso común. Ve y dile a mi pueblo que no olviden porque pelean… el reconocerlo les confortará… Yo estaré contigo luchando con todas mis fuerzas…!!- decía impetuoso Rumimaki Lo sé amigo… ahora ve y ayuda a Gema que creo te necesita... El joven Rumimaki se apresuró donde la preciosa muchacha que estaba cargando unos leños con dificultad. Presto la ayudó. Apartado un poco, Kuyuchi observaba a la chica. En su mano tenía una flor amarilla, muy hermosa. La había tomado para entregársela a la chiquilla, pero al beber de la jarra, el reflejo de su rostro deforme lo hizo retroceder. Con ira, apretó la flor y la arrojó, destrozada, en medio de un charco de lodo. Gema, por su parte, sentía la mirada disimulada y profunda de Kuyuchi. La inocente criatura no temía al guerrero de cara deforme, más bien sentía cierta compasión por él. Desde su accidente de caza se convirtió en un ser solitario y algo amargado. A dónde estás llevando esto? – le preguntó Rumimaki a Gema. Al no recibir contestación se detuvo y la descubrió con la mirada siguiendo a Kuyuchi que se alejaba Nunca volverá a ser el mismo…- comento para sí misma Sabías que está enamorado de ti…?- infirió Rumimaki Estás loco? No puede ser…- decía incrédula al entregarle los leños que llevaba y se le adelantó. Rumiñahui, preocupado por los comentarios de Rumimaki, echaba un vistazo a su gente. El movimiento de esa comunidad en una permanente agitación estaba socavando el fortísimo espíritu de los incas. El saber que ese puñado de gente proveniente del mar, de rostros barbados que avanzaban sobre esas criaturas fantásticas a las que llamaban caballos, arrasaban con pueblos enteros, era razón más que suficiente para entender qué pretendían. Vinieron a apoderarse del Imperio. A pesar de ser un pequeño puñado de hombres, los recién llegados estaban audazmente lograban aliados entre sus enemigos, lo que les convertía en contrincantes muy peligrosos. Cerca de allí y con la mirada cómplice, Asiri se acercó a su esposo y de modo tierno lo confortó. Sé que estás preocupado… pero confía en los Dioses…ellos nos guiarán… Ellos nos han traído hasta aquí… pero mi corazón se parte luego de cada batalla… Cada miembro de una familia inca que muere… se lleva parte de él…- decía muy dolido su esposo. Las palabras sinceras del guerrero, hicieron que Asiri suspire y le tome de la mano suavemente. Rumiñahui… te he dicho que eres el mejor líder que el pueblo inca pudiera tener? Muchas veces… tantas que… ya me las estoy creyendo… -sonrió. Eres el Emperador sin corona… que este pueblo necesita…- le dijo y cerró sus ojos para besarlo con gran pasión. Sin embargo cinco días después la fortuna favoreció a Benalcázar. Aquel atardecer, los españoles habían llegado a un poblado de sus aliados. Allí, uno de los aborígenes fieles a Huáscar y que habían tomado bando junto a los españoles luego de la derrota de éste frente a Atahualpa, le traía noticias. Era uno de los infiltrados en el ejército de Rumiñahui. Benalcázar lo recibió recostado en su cama, apenas envuelto por una sábana donde lo acompañaba Killa, la principal de sus amantes. La
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concubina cubrió su desnudez al ver ingresar al misterioso informante, que prefirió mantenerse en la penumbra. Qué nuevas me traes?- preguntó ansioso el invasor Mi señor… los rebeldes…- decía postrándose servilmente Dónde están? Están avanzando a la región del Chinchan suyu… En el norte? Perdón mi Señor…sí…en el norte – Benalcázar odiaba que le hablen en quechua – en ocho días celebrarán el rito para el Dios Illapa, Dios del Trueno y la Guerra… Está bien…ahora márchate!!- le ordenó Hubo salido el espía y Killa preguntó a Benalcázar. Ese hombre que te trae noticias de los incas… quién es? Es un mensajero… Mensajero? De quién? Solo yo lo sé… Porqué confías en él? Al inicio dudaba de sus informes… ahora sé que todo lo que me dice es cierto… no tengo porqué dudar de él… Qué tan cerca está de Rumiñahui? Muy…muy cerca… Y porqué no le ordenas que lo mate… Ese maldito indio es tan escurridizo que cada vez que llega uno de mis espías con noticias, les resulta imposible volver…Rumiñahui mueve a su ejército como una maldita alimaña. No seas impaciente… muy pronto acabaré con él… Solo lo haré cuando esté seguro de que el ejército rebelde no podrá rearmarse… Y cuándo será eso… mi Señor? Muy… muy pronto… El culto a seres divinos era parte de los ritos de ambas culturas. Mientras el cura Velásquez se encargaba de pregonar el amor de un Dios Todopoderoso, los Incas tenían varios dioses , aunque la religión que profesaban rendía culto principalmente al Dios Inti o Sol. Esa mañana, los dos bandos iniciaron su día con imploraciones a sus respectivos dioses. Los incas lo hicieron antes del amanecer, los españoles con el alba. La ceremonia de los invasores la dirigía el cura Velásquez, un hombre obeso que tendía a persignarse a cada instante. Como la mayoría de los enviados por la corona europea tenía el convencimiento de que los indios no tenían alma y que cualquier intervención de su parte tenía la venia de Dios. Cómplice por acción y omisión en muchos casos de las atrocidades que el ejército español cometía, acompañaba y era consejero permanente de los oficiales. Su robustez le impedía caminar con prisa, más bien era su paso torpe, por el sobrepeso ganado con la glotonería y excesos en la comida y bebida. A paso apretado el gordo sacerdote avanzaba a la misa campal que Benalcázar había organizado a última hora. No es que el oficial fuese creyente, sino, más bien, percibía que el tema le permitía manipular a sus hombres. Invocando el nombre de Jesucristo; parecería que los soldados encontraban un motivo más ennoblecedor a sus campañas de guerra. El cura llevaba su Biblia y dos esclavos le ayudaban con el resto de atavíos y enseres. La ceremonia fue breve. Dios bendiga nuestra sagrada labor en estas tierras llena de infieles e ignorantes…en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…- decía el cura al culminar la ceremonia Todos postrados ante la gran cruz de madera se persignaron. El Gobernador se acercó al sacerdote. Espero que sus oraciones sean realmente efectivas…- le dijo sarcásticamente. “Ayúdate que te ayudaré”… dicen las Santas Escrituras… Entonces…no me explico porqué tengo que entregarle tanto oro a la Iglesia… si todo depende de mi…? Pe…- Velásquez intentó vanamente explicar el verdadero sentido de la frase, pero Benalcázar lo dejó con la palabra en la boca. Habían transcurrido siete días de largas y extenuantes caminatas desde que el misterioso espía informó de la ubicación de los incas. Ahora, el guía dio la voz de alerta. Mostrando el sitio donde los informantes ubicaban a los rebeldes, Benalcázar dirigía la distribución de sus fuerzas para el ataque.
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Ha llegado el día en que haremos trizas a estos malditos indios…!! Cuando la historia se escriba y los hijos de sus hijos estudien esta fecha dirán que se trata del inicio del Nuevo Imperio…!! No les voy a pedir que luchen con todo su valor… porque los conozco… y sé que lo harán…!! Un gran vítor se escuchó entre sus soldados. Del Hierro…!! … los incas están tras aquellas lomas…divida a sus hombres en dos escuadras. Quiero que rodeen este sitio… los malditos no sabrán cómo acabamos con ellos…- indicó Benalcázar – Quiero los cañones ocultos hasta que yo dé la orden… no tenemos tiempo que perder…!! A sus órdenes!! – el oficial se dirigió con su caballo hacia atrás para dar las instrucciones. Las culturas asentadas en esta parte del mundo para aquel entonces tenían un desarrollo en construcciones difíciles de apreciar por los exploradores españoles. Detrás de aquella colina, había una gran explanada con muchas construcciones de piedra en forma de extrañas torres y calles muy anchas. El bullicio de la gente era sorprendente. La aldea estaba de fiesta. Los aborígenes llevaban ropajes vistosos. Muchos usaban trajes con llamativos adornos de piel de ardilla o plumas de aves multicolores. El desarrollo textil de este pueblo se manifestaba en sus preciosos tejidos de lana de llama con teñiduras de colores como el verde, el rojo, el azul o el amarillo. Celebraban, un rito muy especial. La aldea estaba formada por un cerco rectangular de piedra que encerraba varias estructuras, templos, viviendas, alrededor de un inmenso patio, en cuyo centro estaba un ushnu. Allí acudían para alabar a uno de sus dioses menores: su Dios de la Guerra. Era obvio, que Rumiñahui buscaba un enfrentamiento definitivo y por ello la ceremonia era una ofrenda para tener apoyo divino. El clima era uno de los instrumentos escogidos por los Dioses para expresar su complacencia o no con las celebraciones. Era así que cualquier borrasca o leve contratiempo en un acto ofici al como éste, según los sacerdotes, era un mal presagio. Rumiñahui quiso evitar interpretar aquel ocultamiento del sol por el paso de una nube gris. A pesar del origen de la invocación, los festejos estaban llenos de color y alegría. El takiri o miembro de la comunidad encargado de crear música y danzas actuaba en el centro de aquel sorprendente templo. Mujeres vestidas en trajes adornados por pieles de animales salvajes y plumas multicolores, secundaban los ritmos del tambor y de instrumentos de vientos con formas variadas, aunque monótonos ritmos. Los hombres sentados rodeaban en grandes círculos a las danzantes, mientras se servían jarras de cerámica con chicha de jora. Tomaban de la lumbre, alguna pieza de carne. Al parecer y como la Historia lo recogerá en sus registros, para aquellos días, la mayoría de los Incas no tomaban en serio la presencia de los españoles como una amenaza para su cultura. Rumiñahui no era uno de ellos, presentía que aquel sitio donde estaba con su ejército rebelde, era vulnerabl e. Cometería en aquella ocasión y por única vez el error de permitir a sus consejeros que valoren la situación desde un punto de vista espiritual antes que militar. Siguiendo la tradición desarmó a su gente. -
En lo alto de la copa de un árbol, Caoni, el vigía inca quedaba absorto al ver como las filas de caballos y hombres a pie se dirigían hacia su gente. Comenzó a hacer la señal de alarma. Sus anuncios no recibían respuesta. Saltó como un felino y comenzó a correr hacia el siguiente punto de vigilancia. Sentía que el corazón se le salía. Si los españoles llegaban y tomaban de sorpresa a su pueblo, estaba seguro que habría una matanza. Los caballos descendían por aquellas quebradas, en tanto que el vigilante agitado se detuvo un segundo para tomar aire al ver que frente a él estaba una fila de guerreros incas. Se apresuró a buscar al líder del grupo. Lo reconoció, era uno de los hombres cercanos a Rumiñahui. Señor…señor…!! …los barbudos vienen de ese lado de la colina…!! – gritaba agitado casi histérico Cuántos son? No lo sé…pero son muchos…!! Alguien más los vio…? Creo que no, mi señor…!! El guerrero que recibió la noticia del vigía, se quedó inmóvil por unos segundos. En su desesperación, Caoni, insistió ansioso. Señor…debemos avisar a todos…debemos avisar… El joven vigía moría con su mirada clavada en los ojos de su asesino. Una certera puñalada cegaba la vida de Caoni. La alarma nunca llegaría. Rumiñahui había sido traicionado por uno de sus
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hombres. La emboscada había dado inicio. Acaso el traidor se desenmascararía en aquella ocasión? O seguiría siendo el enemigo velado con planes propios?. Benalcázar había logrado reclutar indios fieles a Huáscar entre las tribus vencidas por los incas y que harían lo posible por retomar su poder, ante la oferta de los españoles de compartir el territorio conquistado en caso de triunfar. Contaba con su superioridad numérica, puesto que al centenar de hombres europeos les acompañaban miles de guerreros aborígenes. Pero las huestes rebeldes en este sitio eran miles, cantidad que seguramente superaba al número que el espía le informó. Habían llegado de muchos puntos del Imperio con el afán de establecer estrategias para enfrentar de un modo definitivo al nuevo enemigo invasor, contraviniendo a órdenes expresas de su Emperador Atahualpa. El sol de mediodía iluminaba aquel paraje sin dar casi oportunidad a las sombras. El momento no pudo ser más preciso para la estrategia española, los indios estaban en medio de la ceremonia donde el grupo de sacerdotes ofrecía un sacrificio a Illapa, el Dios del Trueno y la Guerra. El principal sumo sacerdote, Kunaq, se encontraba junto a los altos jerarcas con su rostro cubierto de una máscara de oro que representaba a una de sus divinidades. Estaban en lo alto de la torre de piedra denominada ushnu, un recinto piramidal trunco y escalonado que a partir de la superposición de varias plataformas rectangulares, formaba una especie de pirámide. Desde su cúspide se celebraba una ceremonia religiosa e imploraban al Dios Illapa que les diera fuerza para resistir y repeler al invasor barbudo llegado en embarcaciones desde el mar. El inmenso tótem que representaba a un cóndor, podía verse desde cualquier punto de la aldea. Bebió Kunaq con solemnidad de la vasija de oro y pareció entrar en un trance hipnótico. Una daga dorada en la mano del sacerdote se elevó como parte del rito de súplica y el anciano la clavó en el tórax de una llama, animal de especial significado para las culturas andinas . Este, sería uno de las pocas ceremonias incas que incluían sacrificios animales. Mientras el chorro de sangre era recogido en otra vasija de oro con fino tallado y ofrecido a cada uno de los generales , el zumo sacerdote entraba en un trance más profundo provocado por una bebida hecha de coca. Rumiñahui tomó su sorbo y levantó la vasija para regocijo de los miles de sus súbditos, que vestían grandes indumentarias para la fiesta religiosa, en la que era prohibido llevar armas. Se puso de pie al filo de la estructura desde el cual podía distinguir la magnífica geografía de aquel lugar. La gente gritaba vítores a su ejército. Sin embargo, algo lo inquietaba. Sus ojos recorrían de un lado a otro el inmenso campo festivo, pero nada logró distinguir. Continuó con la ceremonia. Justo detrás de los generales estaban sus esposas, que llevaban sendas coronas de plumas multicolores. Solemnemente se colocaron frente a sus guerreros y arrodillándose les entregaron una cadena de oro que debían colocársela en el cuello. Asiri, la esposa de Rumiñahui, era una mujer hermosa con piel canela, ojos de color café claro y una cabellera larga y oscura. Aquel traje blanco elaborado con finos encajes de oro, de uso exclusivo para rituales dejaba ver su esbelta figura. Su nombre significaba Sonrisa y ese parecía ser el detalle que más resaltaba su belleza física. Ella, dio algo más a su esposo. Era el antiguo medallón de oro que Atahualpa entregó a su General por la triunfal campaña contra el ejército de Huáscar. La mujer le colocó en la frente este adorno de precioso oro puro, con el rostro del Dios Inti o Dios Sol. Orgulloso, Rumiñahui dio dos pasos al frente y nuevamente alzó sus brazos mientras daba un grito de guerra estridente, que fue coreado por la multitud. Los incas reclutaron a los mejores obreros metalúrgicos de la América india, que convertían en preciosos objetos de adorno corporal y arquitectónico e incluso armas, metales como el oro, la plata, el platino, el estaño, el cobre, el mercurio, etc. Trabajando para el Imperio en lugares secretos, estos artesanos eran expertos manipuladores de técnicas en fundición y de aleaciones, que en algunos casos fue adoptada por los españoles, años después. Sus obras de arte, los convirtieron en una especie de trabajadores protegidos por el Imperio, garantizando así que sus conocimientos se transmitan de unos a otros y que sus obras llegasen hasta el punto más distante para su uso en ceremonias y ritos donde los metales preciosos eran infaltables. Volvió Rumiñahui su mirada a su pequeño hijo que estaba en un grupo ceremonial especial conformado por los hijos de los Generales. Caminó hacia él.
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Quiero que tú… lleves este medallón – le decía mientras se lo retiraba e intentaba ponerlo en el cuello del pequeño No papá…yo ya tengo algo más valioso – y abriéndose el ropaje del pecho le mostró el quipu que su padre le regaló en el lago. Lo había transformado en un collar. Rumiñahui sonrió y lo abrazó fuertemente. Lejos estaba de imaginarse, lo que en pocos segundos iba a pasar. En medio de la foresta que rodeaba aquel ushnu, Benalcázar ordenó a señas a Del Hierro y sus hombres, que rodearan el sitio. Los guardias indígenas llevados por el griterío festivo, se distrajeron un instante de su misión. Esto fue aprovechado por los españoles. Uno tras otro caían los vigías, asesinados por sendos dardos mortales lanzados por las cerbatanas de los indios fieles a los europeos. La ceremonia continuaba en medio de la algarabía de los presentes. Nadie notaba aún lo que pasaba a su alrededor. Repentinamente, una gran explosión sucedió en medio de la multitud. Cuerpos despedazados volaban por los aires en medio de los gritos de los aterrorizados aborígenes. Otros cañonazos retumbaron. Después, Benalcázar comandó la brutal intromisión en el pueblo. Galopando en su caballo irrumpió en medio de alaridos. La primera mujer en ver al criminal, no pudo sino apenas gritar, pues la pesada espada del oficial le partió la cabeza en mil pedazos. Los soldados españoles gritando comenzaron una matanza a mansalva. Mujeres, niños, ancianos caían fulminados por las balas de los arcabuces y el hierro de las espadas, otro tanto caía presa, bajo los cuartos de los caballos que en frenético galope avanzaban. Los incas no tuvieron oportunidad de hacerse de alguna arma, así que solo contaban con sus manos o algún objeto presente en el festejo. La lucha fue encarnizada. Atrás de las filas y seguro en una loma, observaba el cura Velásquez, que se persignaba mientras oraba balbuceando. -
Desde lo alto del ushnu los guerreros indígenas, veían atónitos la escena. Otro cañonazo destrozó parte de la torre ceremonial e hizo tambalear toda la estructura. El gigantesco tótem se derrumbó y mató en su caída a la esposa de un General y su tierna hija. Rumiñahui que esquivó la enorme roca, arrancó el cuchillo de oro del pecho de la llama y miró a su esposa e hijo. Cuídense!! - gritó Tú también…- decía tiernamente Asiri mientras estiraba su mano y corría por su hijo – Te amo…- susurró al verlo alejarse. Se deslizó por el liso margen derecho de la escalinata con una de las máscaras de oro que adornaba la parte superior del ushnu. Surfeó a gran velocidad Apenas cayó en el suelo se impulsó hacia uno de los soldados españoles que intentaba subir. Sus cuerpos rodaron varios metros. El inca se levantó y lanzó su cuchillo al cuello del invasor, un gran chorro de sangre salía de él. Luego tomó el cuchillo y siguió enfrentándose a sus enemigos. Tomando las riendas de la huida, Asiri, líder innata, bajó rápidamente de la cima. Ordenó a las mujeres y a los niños que huyeran de la salvaje matanza. Tomó en sus brazos a su hijo Illayuk y reagrupó a las mujeres. Huyeron por uno de los flancos más despejado. Se enfrentó con un soldado que la atacó con una lanza. Dejando a su pequeño guarecido en un tronco, esquivó con agilidad el ataque. Y arrojó su daga al corazón del español. Nadie más se interpuso en su camino., Rumiñahui la observaba a la distancia, orgulloso. Sus miradas se clavaron por un segundo, sonrieron y continuaron. Tiemblen los barbudos…- susurró sonriente Rumiñahui. A pesar de la gran oposición que los aborígenes dieron a la cruel incursión, la batalla fue terriblemente desigual. Los bravos guerreros indígenas dieron fuerte resistencia a los mejor armados y sanguinarios españoles. A pesar de su menor número el poder de las armas de fuego y los caballos junto a los miles de guerreros indios fieles, les daba cierta ventaja. Benalcázar arrancaba con su espada de un solo tajo la cabeza de un infortunado indio. El ataque iba tomando curso a favor de los invasores, Kuyuchi, el mejor amigo de Mirada de Piedra luchaba hombro a hombro junto a su líder y amigo, aunque no podía dejar de vigilar el bienestar de Gema. Rumiñahui, obligado por la ventaja de las armaduras europeas retrocedía unos pocos pasos, pero arrancaba y volvía con más furia y clavaba su cuchillo en el cuerpo de algún soldado español que lo enfrentaba. Al sentir que alguien le tomaba del brazo reaccionó con tal furia que casi le resultó imposible detenerse al ver que se trataba de Kuyuchi. Vamos…Gran Señor!!...esta batalla está perdida…lo necesitamos a usted vivo… - decía Kuyuchi mientras intentaba arrastrarlo fuera del campo de batalla. No voy a huir…!! No lo está haciendo… vive un día más para liderar a su ejército…
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Los ojos llorosos de Rumiñahui, se clavaron en la imagen de Benalcázar sobre su caballo que atropellaba a una mujer que con su bebé de pocos meses en el brazo morían despiadadamente. Noooo!! – su grito se ahogó en medio de los bramidos de sadismo y horror. Quiso correr hacia él, pero su lugarteniente no se lo permitió. En el preciso momento que Rumiñahui volvió la mirada hacia Kuyuchi, una gran explosión los arrojó varios metros atrás. Sus cuerpos volaron por los aires, dejándolos inconscientes. La batalla estaba perdida. La huida fue desorganizada. Muchos corrían y se dejaban caer por los barrancos llenos de vegetación. Varios de los guerreros tomaron a los heridos y emprendieron el escape. Hubo un pequeño grupo de valientes que rodearon los cuerpos de sus líderes mientras los ponían a salvo. Para dejar que la fila de mujeres y niños avanzara por aquel sendero, Asiri se detuvo. Su pequeño hijo la abrazó fuerte mientras lloraba. No tienes porqué llorar…tú eres un inca…tú eres mi guerrero…- decía mientras le secaba las lágrimas Si…mamá…- decía el niño apretando en su mano aquel quipu que le regaló su padre y que colgaba en su pecho como un recuerdo de una promesa. De pronto, el cabalgar de los caballos rompiendo las ramas de los árboles cercanos y los gritos de los oficiales de atrapar a los que huyeron, asustaron a Asiri, quien hizo una señal para que todas las mujeres se agacharan e hicieran silencio. Cubiertas por la grama que crecía en el filo de aquel sendero, el grupo observaba como una cuadrilla de hombres armados hasta los dientes avanzaba en actitud hostil. Su mano tapaba la boca de su hijo asustado. Gotas gruesas de sudor rodaban en su frente y caían en su labio superior. La mirada de todas, permanecía fija sobre aquellos hombres que lucían vestidos de guerra muy extraños. Sus pechos y espadas relucían por el metal del que estaban hechos. Una anciana estuvo a punto de echarse a llorar, pero su hija la abrazó y tapó su boca. Parecía que los soldados no las veían. Revisad todo! – gritaba el soldado Desgraciadamente, un bebé de meses que llevaba una de las indias comenzó a llorar. Su llanto se escuchó, a pesar que su madre hizo lo posible por impedirlo. El último de los soldados que había ya pasado por donde ellas, regresó su mirada y pudo ya distinguir entre las ramas los colores llamativos de las ropas festivas que llevaban las mujeres incas. Dio el grito de alarma. Eso fue lo último que hizo, un cuchillo se clavó en su garganta. Asiri, lo veía caer. Había sido certera. Los soldados volvieron en pocos segundos al sitio y golpeando con sus espadas al lomo de sus caballos, se abrieron paso entre la hierba dura como el carrizo. Allí cerca de cincuenta mujeres de todas las edades se apretaban inútilmente unas a otras para darse protección. La anciana corrió a los brazos del soldado para pedir piedad, pero éste le asestó una mort al herida con su espada. Asiri, llena de coraje ante tal atropello, quiso levantarse y luchar con los invasores pero su mano fue detenida por la fuerza de un hombre. Sintió el frío y duro metal del guante que la sobrecogió por un instante. Cuando alzó la mirada desafiante se encontró con los ojos de Benalcázar. Su mirada fulminaba, daba miedo. En aquel segundo, todo cambió para el europeo, al ver el rostro de aquella mujer india. Su singular belleza sin duda dejaría boquiabierto a cualquier varón. Benalcázar no sería la excepción. El conquistador fue conquistado. Su mano dejó caer al piso la espada. Su vestido blanco con detalles de oro estaba húmedo, rasgado y dibujaba casi completamente su seno derecho. El traje que llevaba era corto y dejaba ver sus largas y delgadas piernas, que como adorno llevaban varias tiras de oro y plata atadas a su muslo. Su cabellera cubría parte de su rostro, él se lo retiró suavemente. Ella arisca intentó soltarse. Benalcázar al ver que la mirada de aquella mujer no bajaba, torció la muñeca con un poco más de fuerza, lo que hizo que Asiri doblegase sus rodillas con dolor. Illayuk corrió a abrazarla. El impacto de ver tan bella indígena, blandeó al conquistador. Nunca pensó encontrar entre los conquistados a una mujer tan hermosa. Enmudeció. Solo salió de su estado, con la insistencia de uno de sus subalternos. Qué hacemos con esta mujer? – le preguntó Sepárenla del grupo…- ordenó Benalcázar Y el niño? Déjenlo con el resto de prisioneros…!! No!! – gritó Asiri La súplica de la mujer llegó a Benalcázar, que dispusó enseguida no lastimar a nadie y que llevaran a las mujeres y niños como prisioneros. Puso mucho énfasis en el cuidado del bienestar del hijo de su prisionera. Levantarían campamento en el templo inca.
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Esa noche, las hogueras iluminaban muchos puntos de la construcción inc aica y varios guardias marchaban en alerta. Benalcázar ordenó a uno de sus subalternos que trajera a Asiri ante su presencia. Minutos después, llegaron a su habitación. El oficial se encontraba recostado con Killa, que desnuda lo acariciaba. Al ver entrar a la preciosa inca, el español empujó a su amante bruscamente de su lado. La prisionera se mantenía en silencio pero fue arrastrada y lanzada bruscamente frente al sitio donde el oficial estaba esperando. Al ver la actitud cruel del soldado, el oficial se levantó de inmediato y le propinó un duro golpe en el rostro. Luego lo tomó de la chamarra que llevaba puesta y lo empujó fuera. No quiero que nadie te haga daño…- le hablaba al oído a la preciosa mujer – nadie…desde hoy…nadie pondrá tan siquiera sus ojos sobre ti…Si quieres…puedes salvar tu vida…y te daré… todo tipo de placeres y lujos…- le decía mientras le mostraba unos vestidos que de algún modo consiguió. Con gritos en quechua, Asiri comenzó a insultarlo y se abalanzó sobre él para golpearlo. Logró propinarle un golpe en el rostro. Sin embargo, la fuerza del invasor era mayor y pronto supo dominarla. La mujer al verse sometida, no atinó sino a morderle la mano. Benalcázar reaccionó y la separó de si, arrojándola sobre el montón de vestidos. A pesar de todo, realmente no quería lastimarla, aunque era famoso por su crueldad con los indios y su carácter hosco. A gritos dio una orden desde la puerta hacia los guardias que vigilaban la entrada a su aposento. La disposición era traer al hijo de Asiri. Killa contenía sus celos y mordía su sábana con ira y enojo. Minutos después por el oscuro pasillo llegaron los guardias con su encomienda. El niño era arrastrado de sus delgados brazos por dos soldados, mientras gritaba y daba patazos para intentar zafarse. Cuando estuvieron juntos, Benalcázar les rodeaba con especial interés, les observaba detenidamente. Cómo te llamas…?- preguntó de modo repentino Asiri…- contestó la inca al comprender que su hijo fue traído allí como un acto de chantaje. Me tienes miedo?...yo no muerdo…aunque me da ganas de devorarte… ja… Ahora… hmmm… te ordeno…que te pongas aquel vestido… que sé… te lucirá muy bien…ya no quiero que estés vistiendo esos trapos sucios…. No…!!- gritó Asiri y volvió a insultarlo en quechua Parece que esta india no sabe…quién manda aquí…Pero no me sorprende…sus ojos hablan por su boca… Caminó hacia el pequeño Illayuk. Fijó su mirada en el rostro asustado del niño. Vamos a descubrir qué tan importantes son sus hijos para estas indias salvajes…- susurró en tono burlón - Si no haces lo que te ordeno…tu hijo…morirá…Así que póntelo!! – y le arrojó el vestido. Illayuk se resistía a llorar. Asiri al ver a su hijo amenazado por el cuchillo de Benalcázar en su cuello, decidió desnudarse frente al invasor y vestirse con el atuendo que él le entregó. Con lágrimas que no pudo contener, se despojó de su vestimenta lentamente. Salgan todos de aquí…ya!!- ordenó el español Cuando estaba a punto de ponerse el otro vestido, Benalcázar le gritó que se quedara quieta. Sus ojos destilaban libinidad. La hermosa inca cubría recelosa con sus manos, sus senos bien formados y su vagina. El conquistador se acercó como un tigre al acecho. Lentamente, paso a paso. La rodeó varias veces. Disfrutaba ver a aquella preciosa mujer desnuda frente a él. Percibía su olor. Seguramente su belleza superaba con mucho a todas las pálidas y feas europeas que conocía y que habían decidido aventurarse en un pequeño grupo con los invasores. La rozó con su mano derecha. Primero fue su hombro, luego su brazo y su cintura. Rozó con su lengua el hombro. Ese instante la mujer que estaba siendo humillada, sintió una fuerza indescriptible que le renacía dentro. Era el orgullo de ser Inca, estirpe noble de una raza que conquistó a muchos pueblos, resurgiendo en sus venas y llenándola de valor. Secó bruscamente sus lágrimas. Bajó sus manos y descubrió su cuerpo con soberbia y clavó su mirada desafiante al morboso español. Mi cuerpo contigo…pero no mi espíritu…- le dijo Al ver la actitud desafiante de Asiri, Benalcázar se molestó y dejó de verla. Con ira controlada pidió a su amante Killa que vistiese a la prisionera con uno de sus vestidos. Se rehusó a verla, de espaldas a ella ordenó a los guardias que se la llevaran. Esa odiosa resistencia le atraía de un modo enfermizo, aunque, lejos estaba de imaginarse que era la esposa de su más odiado enemigo, Rumiñahui. Luego volvió a su cama y tomó a la india Killa con tal desenfreno que parecía un loco. Sació su deseo con aquella mujer, a la que imaginaba como Asiri. Los guardias llevaron a la mujer inca junto a su hijo y los arrojaron al improvisado calabozo con el resto de prisioneras.
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No lejos de allí, los incas se habían reagrupado. Rumiñahui despertó y se encontró recostado en el piso. Una de las mujeres de la tribu lo cuidaba. Le extranó muchísimo que su esposa no estuviera allí con él. Y Asiri? – preguntó a la anciana La tienen prisionera los invasores…- respondió temerosa El General intentó ponerse de pie inmediatamente, pero sintió un fuerte mareo que se lo impidió. Sujetándose de la mujer caminó hacia donde el grupo principal de guerreros definía qué hacer. La moción de los líderes militares era la de atacar a los invasores que ahora profanaron su divino templo. Pero Rumiñahui dejo de lado su carácter guerrero por un instante y persuadió para que no lo hicieran. Gobernaba en él ahora la prudencia, que para ese momento le molestaba, puesto que de no tratarse de la vida de su esposa e hijo, seguramente hubiese resuelto atacar si n miramientos. Debían primero rescatar a los niños y mujeres prisioneros. Explicó su plan. La media noche llegó. Killa se levantó de su lecho intentando no despertar a Benalcázar. Tomó su ropa rápidamente y se vistió. Con una vela se acercó al sitio donde el español guardaba sus preciados vinos. Tomó un sorbo de vino y en una vasija vertió una cantidad de agua. Dio un giro a su anillo y de un compartimento secreto hizo caer un extraño polvo. En su rostro se dibujó la malicia. Caminó ocultándose entre las sombras hasta llegar a los improvisados calabozos. El guardián se puso de pie solamente cuando sintió que alguien le despertaba. Apenas abrió sus ojos encontró frente a sí, una botella de fino vino. La puerta de la celda se abrió. Killa ingresó como si alguien la siguiese. Asiri…vengo a ayudarte…- le dijo amablemente Quién eres? Soy Killa…te traje un poco de agua…sé que estarás con mucha sed… Los ojos de Killa brillaron al observar como Asiri llevaba la copa de agua hacia su boca. Graci…- algo detuvo a Asiri, y rechazó la bebida. Qué pasa? Porqué no bebes? Solo quiero saber porqué debería aceptar este agua...viniendo de alguien que es aliado de los invasores…? No seas tonta…lo que hago, lo hago por mi pueblo… lo hago por conocer con más detalle los planes de los invasores… Y porqué me ayudas a mí…y no has ayudado antes a tu gente… ellas llevan más tiempo prisioneras…- dijo señalando a un grupo de cinco mujeres, que mostraban condiciones terribles en la celda. De pronto, una de esas mujeres que estaba retirada en las sombras, se abalanzó sobre la vasija de agua y bebió grandes sorbos. Killa no pudo contener su ira. Gritó como una desaforada intentando quitarle la vasija. Al cabo de unos segundos, la infeliz aborigen comenzó a gritar y a retorcerse del dolor. El agua estaba envenenada. Murió en medio de terribles dolores. Killa al verse descubierta se puso de pie y corrió hacia la salida. Asiri comprendiendo la trampa quiso atacarla, pero ya estaba guarecida con la protección de una lanza sujeta por el guardián de las celdas. En las afueras, los soldados españoles bebían y bailaban al ritmo burlón de uno de ellos que tocaba el tambor ceremonial inca. A pesar del aparente ambiente distensionado, Benalcázar había ordenado redoblar la guardia porque sabía que la resistencia era capaz de reagrupar sus fuerzas y realizar ataques, no mayores pero sin duda que buscarían crear un punto débil en ellos. Sombras deambulaban por los rededores del campamento. Los soldados se sentían nerviosos al escuchar ruidos extraños. Algo había entre la maleza que se acercaba a ellos. El guardia llamó a su compañero para que se acercase. Apuntando con sus armas de fuego dieron paso a paso. Miraban de reojo hacia un lado y otro. Intempestivamente, una figura negra saltó sobre ellos. Los gri tos de los soldados despertaron a todos en el lugar. Cuando llegaron al sitio solo encontraron a uno de los soldados , destrozado y una mancha de sangre que mostraba que el cuerpo del otro guardia, había sido arrastrado hacia el interior de la vegetación. Benalcázar en cuclillas rozó con su mano la mancha de sangre. Sus ojos exploraban la oscuridad. Pero nada encontró. Nada escuchó. Con su arma de fuego en una mano, tomó una antorcha en la otra y comenzó a abrirse paso entre la vegetación suavemente. Sus pasos apenas se escuchaban. Varios hombres lo siguieron en hilera. Registren el perímetro…pero…!! Háganlo en silencio ¡!...si algo se mueve…disparen ¡!
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Habrían caminado unos cincuenta metros, cuando uno de los soldados que estaba en el extremo derecho gritó desesperadamente. Luego hubo otra vez un silencio espeluznante. Corrieron todos hacia el sitio de donde provino el sonido atroz y descubrieron el cuerpo del joven soldado con el cuello ensangrentado. Ahora todos veían de un lado a otro, como enloquecidos por descubrir al responsable. Benalcázar recordó que durante mucho tiempo Rumiñahui había utilizado estrategias de guerrilla para enfrentarlo. Sería esta una de esas estrategias para alejarlo del campamento?, se preguntaba. Volvió su mirada hacia el campamento, desde el punto alto donde estaban podía distinguirlo y nada parecía pasar allá atrás. Pero desde aquel sitio, no podía distinguir que del otro lado del campamento, uno de los soldados que estaba solo, caía víctima de un dardo venenoso que se clavó en su cuello. Más adelante el otro vigía caía muerto por una piedra arrojada con una honda por Rumimaki. Por ese flanco que era un punto imposible de ver desde la posición de Benalcázar, comenzaron a ingresar incas semiagachados pero que velozmente tomaron posición dentro del campamento. El ushnu era un templo donde ellos habían permanecido muchas ocasiones así que conocían cualquier rincón que les permitía ocultarse a los ojos del resto de guardias. Sus cuerpos estaban pintados con una sustancia oleosa negra que permitía que hojas secas y tierra se adhieran al cuerpo del guerrero, completando el mimetismo. Había más de un centenar de prisioneros que estaban retenidos en uno de los salones del templo, dado que los españoles no tuvieron tiempo de construir jaulas de madera donde normalmente eran colocados. Las cadenas si las colocaron como lo hacían con sus esclavos negros. Rumimaki lograba ver desde su posición el cuarto donde estaban los prisioneros. La comunicación era mediante señas y ruidos que asemejaba n la naturaleza. Ël, dirigía el rescate frente a un grupo de quince personas. El ingreso al calabozo, un cuarto hecho de piedra estaba protegido por cuatro guardias. El zumbido imperceptible de cuatro dardos. Los españoles cayeron pesadamente al suelo, inermes. Afuera, Benalcázar percibía algo y detuvo su búsqueda por un segundo, volvió al sitio desde donde podía observar el campamento. Algo le molestaba. Repentinamente, dio la orden de volver al campamento. La luz de las antorchas se reflejaba en un par de ojos ocultos en la oscuridad. Los soldados comenzaron a correr de vuelta. Pero de pronto, la misma figura oscura saltó sobre uno de ellos. El grito lastimero de la víctima detuvo a todos. Un disparo sonó en medio de la noche. Aún humeante, Benalcázar sostenía su arma, apuntando a la oscuridad. Buscaron al soldado. Sorprendidos todos descubren que junto al cuerpo de éste, yacía un enorme puma negro, herido en su pecho por la bala. A pesar de ello, prosiguieron de vuelta al campamento rápidamente. Muévanse!!...rápido…aquí nada más podemos hacer…!!- gritaba Del Hierro. El disparo puso en alerta a todo el campamento. Todos se apresuraron a vestirse. Uno de los guardias que corría descubrió el cuerpo de su compañero asesinado tirado en el piso con una terrible herida mortal. Gritó. Todos comenzaron a levantarse y salir semidesnudos de sus aposentos hacia la explanada del templo. El hombre que estaba gritando de pronto cayó como plomo al piso. En su espalda estaba clavado un dardo venenoso. Con su expiración disparó su arma. Todos entendieron que los incas buscaban rescatar a los prisioneros. Corrieron hacia aquella construcción donde estaban los detenidos. Benalcázar llegó después de unos segundos y descubrió que ya no había nadie en el salón de piedra. El guardián lucía muerto con su propia lanza clavada en su pecho. Atrápenlos ¡! – gritó furioso El complejo religioso estaba situado en un sitio con varios accesos. Rumimaki, experto guerrero, abría paso en la vegetación a las mujeres y niños que rescató, mientras corrían casi sin mirar atrás. Pero la oscura noche y lo difícil del terreno hacía que las mujeres avancen muy lentamente. Tropiezo tras tropiezo. Asiri cargaba a su hijo mientras corría con desesperación. La cultura inca fortaleció su Imperio a través de una serie muy articulada de caminos uq conectaban todos los rincones de su vastísimo territorio. Los españoles contaban con la ayuda de guías que conocían aquellas vías de comunicación, por lo que sería inútil huir por allí. Los fugitivos corrían a campo traviesa. Rumiñahui los esperaba muy cerca de allí. Sería la fuerza de choque para los invasores. Con antorchas, los españoles avanzaban siguiendo las pistas de los guías indios. El paso de las mujeres y los niños eran fáciles de seguir. La luna llena iluminaba la ciudad ceremonial. Era claro que no podían esconder su ruta de fuga. Estaban muy cerca, pero la oscuridad en la foresta, afectaba a
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los europeos que no estaban acostumbrados a batallar en horas de la noche. De pronto, un soldado con su pie derecho pisó una liana que se rompió. El cabo roto dejó libre una piedra que rodó hasta caer dentro de un hoyo. De entre la hojarasca una especie de catapulta se levantó impulsada por el peso de la roca y salieron despedidos por la fuerza del envión decenas de estacas en toda dirección. Algunas se clavaron en los troncos, pero muchas dieron en el cuerpo de negros, indios y españoles, que cayeron muertos casi simultáneamente. Algunos esclavos huyeron despavoridos. Sebastián de Benalcázar vio con sus ojos desorbitados como una estaca se clavó a pocos centímetros de su rostro en la rama de un viejo árbol. La huida descontrolada de los esclavos activó otras trampas. Unos caían en huecos de un metro de profundidad con grandes estacas que los atravesaban fácilmente en medio de gritos escalofriantes. A otros les aplastaban troncos que como un péndulo colgaban de los árboles. La escena era sangrienta. La bruma del sitio convertía en desapariciones casi mágicas , las muertes de los infelices. Deténganse…maldita sea…!! Deténganse…!! Nos van a matar a todos!!- gritaba Benalcázar colérico al percatarse que habían caído en una emboscada. Vio como uno de los esclavos no obedecía sus órdenes, así que le disparó. Al caer el cuerpo, activó otra trampa. Todos se agacharon como precaución. En silencio observaba los alrededores. Nada, ni nadie se movía. De repente, un sonido agitó a todos. Dio la orden de disparar sin importar si lograban distinguir de lo que se trataba lo que tenían frente suyo. Luego de varios tiros a la oscura espesura, gritó que se detuviesen. Ya no estaban allí. Cómo quienes huían podían ver esas señales si la noche no se lo permitía?. Pues, Rumiñahui aprovechó una circunstancia que pocas veces les hacía combatir durante la noche y era la presencia de la luna llena. Luego dejó en el sitio de cada trampa a un vigilante con una antorcha que anticipaba por donde debería pasar el grupo sin peligro. Una vez que el grupo pasaba por el sitio, el vigía apagaba su antorcha y se unía al grupo. Era como una pista iluminada que conforme iba cubriendo la huída, iba desapareciendo. Ansioso, Rumiñahui esperaba en lo alto de aquel tambo, confiando que el plan de rescate haya funcionado. Su corazón latía aceleradamente. Casi no tragaba saliva. De entre los árboles, vio con alegría como el grupo de hombres llegaba con las mujeres y niños rescatados, sin problema. De pie, observaba como las mujeres abrazaban a sus parientes y amigos. Y allí estaban, Asiri e Illayuk. El pequeño corrió hacia su padre. Este, corrió loma abajo, se arrodilló y ambos se fundieron en un abrazo. El general no pudo impedir que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas. Asiri los miró y en silencio sonrió. No sabría qué hacer si algo te llega a pasar…hijo mío… Yo tampoco…papito…te extrañé… Asiri…- decía tiernamente mientras extendía sus brazos hacia su esposa y le entregaba sus labios para un apasionado beso. Nunca más nos separaremos…papitos…!! Comprendió el español que estaba en clara desventaja luchando en el territorio y condiciones predispuestas por Mirada de Piedra, así que decidió retornar al campamento. Allí, en su habitación encontró el vestido viejo de Asiri y lo llevó a su rostro. Lo percibió. Por un segundo su mente se imaginó a la bella indígena frente suyo haciendo una seña provocativa. La belleza exótica de esa mujer lo estaba enloqueciendo. Killa entró a la habitación e intentó acariciarlo. El español la rechazó y ordenó violentamente que salga. Esta guerra de invasión estuvo marcada por la gran división entre los miembros de ambos ejérc itos. Luego de transcurridas varias semanas, los invasores tenían serios problemas para distribuirse entre sí el poder que iban adquiriendo. Algunos levantamientos de oficiales y suboficiales habían sido fuertemente reprimidos, con la ejecución de los cabecillas. Sin embargo, los incas estaban polarizados de igual manera. La guerra entre Huáscar y Atahualpa hubo de mantener dividido al imperio, incluso luego de la muerte de aquel, situación aprovechada por los invasores europeos, que unieron a sus ejércitos a tribus enemigas del vencedor como los cañaris, shyris, andaquies y pillajos, pues consideraban que el gobierno de Atahualpa era de facto. Así a diario llegaban al campamento español fuerzas aborígenes que venían a jurar su respaldo a la causa barbuda. Los soldados españoles bebían mientras besaban y manoseaban a jóvenes indias que las comunidades les entregaban como tributo. A pesar de la insistencia de sus compañeros, Luis Del
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Hierro no participaba del festejo y más bien intentaba alejarse para evitar las impertinencias de los borrachos. Se le acercó Pedro Torres, un suboficial muy allegado a él. Cómo pasa esto? - le preguntó Torres De qué hablas? Tú y yo queremos servir a nuestro Rey y terminamos siendo usados como peones…en los planes de hombres como Benalcázar… Pasa más seguido de lo que te imaginas…Pedro… Benalcázar no es el único que está llenando sus bolsillos con el oro de esta tierra… Donde hay oro…hay poder…y allí habrá hombres como Benalcázar que pisan al de abajo para subir más alto… Quizás debas hacer algo…tú eres el oficial con más alto rango luego de Benalcázar… Pedro…soy un pez pequeño rodeado de tiburones… mi influencia no llega ni a esos…pobres infelices que beben para olvidar porqué luchan… Piénsalo…Espero que no lo olvides…no estarías solo si…hicieras lo que debes… Te refieres a una insurrección…- dijo exaltado en voz baja – Estás loco…?! Muchos de nosotros te apoyaríamos…- y se retiró haciendo un ademán como para que lo pensase. El joven Del Hierro recordaba que él mismo comandó el fusilamiento de dos miembros de sus filas por amotinarse. Benalcázar recibía constantemente noticias de ataques furtivos por parte de las fuerzas de Rumiñahui, pero como siempre, su poder de respuesta era tardío. Esta ocasión el ataque inca provocó heridas en cinco de sus hombres. Rumiñahui nunca dejaría a uno de los suyos abandonado en el campo de batalla. Así que huyó del sitio, pero los heridos hacían lento su marchar. Kuyuchi se le acercó mientras caminaban y observaban aquel risco, que en condiciones normales sería difícil de escalar, mucho más con los heridos a cuestas. Gran Señor… es imposible…no podemos seguir llevando con nosotros a los heridos… Me estás diciendo que los deje aquí…? Son cinco…si continuamos con ellos… pondrás en riesgo a ciento veinte hombres… Nunca dejaremos a uno de nuestros guerreros abandonado…para que sea asesinado por los invasores!! El ascenso nos tomará demasiado tiempo… Rumiñahui alzó su mirada y veía preocupado que Kuyuchi tenía razón. Aquel muro de piedra que se erguía vertical era un desafío para todos. Los heridos no lo lograrían, aún contando con ayuda. Kuyuchi… quiero que escojas a diez de tus mejores hombres, yo me quedaré con ellos a vigilar a los heridos… Tomaremos otra ruta…con un grupo pequeño podré pasar entre las filas de los españoles…Tú…debes llevar al resto de nuestro ejército de vuelta al campamento… Gran Señor…preferiría quedarme contigo… No!!…te necesito allá… Está bien General… El lugarteniente Kuyuchi corrió hacia donde los hombres que esperaban órdenes con desespero. Señaló a diez de los más valientes guerreros para que se conviertan en la guardia personal de Rumiñahui. Al resto ordenó iniciar el ascenso de aquel risco. Recuerdas que prometí no abandonarte nunca?- le dijo cariñosamente Asiri Por supuesto… Iremos contigo…- concluyó al momento de extenderle la mano a su pequeño Illayuk El pequeño grupo de guerreros incas encabezados por Rumiñahui rodeó el risco y avanzó por igualmente peligrosos peñascos. El peligro era el mismo, pero sin duda era posible avanzar con los heridos. Una tormenta con fuertes vientos que levantaban enormes nubes de polvo pronto acompañó al pequeño escuadrón inca. Rumiñahui y sus hombres estaban cubiertos el rostro con telas que apenas dejaban espacio para respirar y ver el camino. Nuevamente el azar intervino en esta parte de la historia. En el otro extremo del llano, los hombres del ejército español con Benalcázar a la cabeza ingresaron a la tormenta de polvo. Era imposible ver nada. Inútiles esfuerzos hacían por ver hacia dónde avanzaban. Los caballos se resistían a continuar y relinchaban tirando a varios jinetes. La orden de desmontar se dio y todos comenzaron a caminar. La nube de polvo era tan espesa que nadie se percató que ambos enemigos se cruzaron a escasos metros uno de otro. Nunca, Benalcázar o Rumiñahui supieron lo cerca que estuvieron de toparse cara a cara. Al cabo de dos horas de extenuantes caminatas la tormenta cesó.
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El ejército español continúo la persecución por los más diversos parajes. Rumiñahui logró llegar a su pueblo con los heridos en perfecto estado. A los pocos días se reintegró a su actividad bélica. Los golpes que asestaba el inca eran limpios, impecables y mortales. Su estrategia era evitar los grandes enfrentamientos pues sabía que las armas de fuego y los caballos eran ventajas que tenía sus enemigos. Optó por provocar pequeños enfrentamientos en puntos alternados para causar bajas en medio de la confusión. Para los invasores era extraño el cambio de clima en períodos relativamente cortos de su travesía. En pocas semanas habían caminado por la costa ardiente, luego anduvieron por zonas montañosas muy lluviosas, calientes y ahora se encontraban con el frío más aterrador. A pesar de ello, el páramo de esa montaña era precioso y encantador. Sebastián de Benalcázar se pasmó al ver la magnificencia de la obra de Dios en aquella tierra. Dios existe…- susurró. No me explico porqué Dios entregó tanta maravilla a estos infieles…?- replicó en baja voz el cura Velásquez que cabalgaba junto a los oficiales. Una muestra más de que Dios no es justo...- sentenció Benalcázar El invasor, se consideraba privilegiado por ser uno de los conquistadores de tan preciosos parajes. Pero, su condición de soldado lo hizo volver a la realidad abruptamente. Ordenó a los guías que encontraran la ruta más segura. Envío dos guías en diferentes direcciones pero solo uno volvió al cabo de tres días. El guía negro no volvió. El indígena lo hizo. La ruta estaba escogida. Sin embargo, la ruta no era fácil. Lo obligaba a atravesar la montaña helada. Sus caballos apenas habían probado bocado. Las pajas de aquel páramo tenían resto de hielo que hacía que los hocicos de los animales se lastimaran y les impidiera seguir comiendo con las llagas formadas en sus labios. Además los soldados habían sacrificado algunos animales durante el paso por la montaña helada para alimentarse. Rumiñahui era un astuto estratega. Decidió no enfrentar al ejército español en la fría montaña, sus vigías le informaron las bajas que el frío les estaba causando. Además, sus armas no eran lo suficientemente capaces de hacer frente a los arcabuces de los invasores. Los elementos son nuestros aliados…- dijo el viejo Kunaq En su campamento, el rebelde indio mantenía una reunión con todo su pueblo. Hombres, mujeres y niños prestaban atención a las indicaciones de su líder. Las múltiples victorias que había obtenido durante los últimos enfrentamientos le daban la seguridad de contar con el apoyo de todos ellos y de un modo incondicional. En aquella noche, la hoguera iluminaba a todos quienes sentados en los troncos de los árboles miraban la fuerza de voz del General Rumiñahui. Su rostro tenía rasgos algo rústicos. Su nariz ancha y labios gruesos eran lo que sobresalía de su cara. Su cuerpo sin duda, lleno de cicatrices, huellas de batallas pasadas, musculoso, con porte de guerrero. Su larga cabellera recogida en una trenza con finas joyas de oro. Pero nada más llamativo que el medallón de oro que lucía en su frente, aquel regalo de Atahualpa. Interrumpió su vivaz discurso y dio una señal a Rumimaki, que se perdió en la oscuridad. Al cabo de unos segundos, el jovenzuelo reaparecía tirando algo con su mano. Parecía tener problemas con la carga que traía. De repente, un brioso corcel pinto apareció abriéndose paso entre la multitud, arrastrando con las riendas al imprudente joven, demostrando que esa criatura desafiaba a los incas, con el poder de sus patas y músculos. No teman…no teman ¡! – gritó Rumiñahui al ver como muchos de los indios corrieron a ocultarse Después pidió que le trajeran un cesto cubierto con una tela roja. Retiró la cubierta y alzó con su mano derecha una de las cabezas de caballo que habían cortado en el último enfrentamiento. No deben tener miedo…- les increpaba - Miren lo que pudimos hacer a una de sus bestias…no son criaturas mágicas como nos lo habían hecho creer…!! – gritaba excitado a la multitud Todos comenzaron a pasarse la cabeza del caballo, de mano en mano. Sentían el duro pelo de la crin de aquel animal decapitado. Algunos rozaron su propio cabello, comparando. Estos animales a los que llaman caballos son tan mortales como nuestras llamas o nuestros llamingos!! Los invasores no son enviados de nuestro Gran Dios Viracocha!!...Está claro que lo único que quieren es someternos y convertirnos en sus esclavos…Es preferible morir…que aceptar la esclavitud de estos hombres que buscan solo robar nuestros tesoros, llevarse a nuestras mujeres y quedarse con nuestras tierras!! – insistió Rumiñahui. La multitud se puso
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de pie y comenzaron a vivar a su general, desafiaban al invasor, representado en aquel caballo, clavándole sus lanzas. Muerte a los invasores!! – se levantó y gritó uno de los asistentes, a lo que todos respondieron con fuerza en un solo grito – Muerte!! -
Más tarde, Rumiñahui se encontraba en su choza recostado junto a Asiri. Ella apoyaba su rostro en el pecho de su hombre. Sus piernas se entrecruzaban. Sus cuerpos desnudos eran cobijados por una frazada multicolor. Si los demás supieran que debajo de ese rostro de hombre recio…está el hombre más tierno de todo el Imperio…- suspiraba la preciosa indígena rozando con su dedo índice el rostro de su esposo. Si Benalcázar lo supiera…estaríamos en más problemas…Así que…deberás mantener el secreto…- susurraba a su oído mientras jugueteaba con sus manos por debajo de la cobija. No…no me toques ahí…sabes que ahí tengo cosquillas…ja,ja… Ese será otro secreto…ja… Los dos amantes retozaban en aquel lecho. Rumiñahui no dejaba de mirar los ojos de su esposa, mientras le rozaba con su dedo los labios. Deslizó su mano suavemente hacia el cuello de Asiri. Desbordados de éxtasis, hicieron el amor. Aquella medianoche, los encontró dormidos, abrazados , cuando un ruido despertó a Rumiñahui. Qué pasa? – preguntó Asiri No lo sé… Desde fuera Rumimaki lo mandó llamar. Alguien había llegado. Presuroso salió a ver de quien se trataba. Era Quiteru, el chasqui que había caminado por varios días casi sin descanso para traer nuevas a su líder. El fiel chasqui prefirió venir personalmente a decírselo, puesto que las not icias que traía eran importantes. Prefirió omitir el relevo de chasqui que se daba cada cierta cantidad de kilómetros. Quiteru informó a Rumiñahui que los españoles habían convencido a Atahualpa para que se reuniese con ellos en búsqueda de un Tratado de Paz, donde se rendirían ante su autoridad. El Emperador había solicitado la presencia de sus Generales y de altos mandatarios en el magno evento. El cónclave por la paz entre los dos ejércitos sería en los campamentos españoles de Cajamarca. Rumiñahui, a pesar de no confiar plenamente en los invasores, decidió aceptar la invitación. Lo hizo con el oculto afán de disuadir a su Emperador en su errado proceder. La guerra con las extrañas fuerzas venidas de fuera estaba resultando muy costosa para el Imperio. Lo estaba dividiendo. A pesar de las graves diferencias en el manejo del asunto español con su Emperador, Rumiñahui envió a su emisario confirmando su presencia en tal trascendental hecho. Pensaba sin embargo, cómo esos pocos hombres que desembarcaron habían logrado aprovechar los odios guardados por pueblos en contra de los Incas para debilitar su presencia y autoridad. El líder se sobrepuso al militar. Siguiendo los preceptos de sus ancestros, Rumiñahui buscaba la incorporación de los “barbudos“ a su cultura, para ello respetarían sus dioses y rangos de autoridad, como lo habían hecho en anteriores ocasiones. Y esa seria su posición en el Encuentro. En su momento, Rumiñahui aconsejó a Atahualpa no asistir a la coronación de su hermano Huáscar, pues temía se tratara de una trampa. Y tuvo razón. A pesar de tener el mismo mal presentimiento, sentía mayor responsabilidad con asistir a la reunión donde los españoles habían mencionado a través de sus interlocutores, se rendirían ante las fuerzas de Atahualpa. La organización política inca resultaba tremendamente eficiente puesto que lograba articular los territorios denominados suyus, que justamente en conjunto formaban lo que se traduciría como Tahuantinsuyo y sus más de dos millones de kilómetros cuadrados. Sus dominios recorrían cerca de nueve mil kilómetros de costa en el Océano Pacífico y no me atrevo a reconocer los límites en ciertas regiones como en la amazónica, donde hasta la fecha son inciertos. La capital del Imperio era Cuzco y quedaba en medio de su amplísima superficie territorial, por lo que los incas la llamaban el Ombligo del mundo. El pueblo inca adoraba varios dioses y reconocían a su Emperador como Hijo de Dios, y como tal sus decisiones eran absolutistas. Es sorprendente para un ciudadano de los días actuales descubrir que el imperio aceptaba el liderazgo de sus Emperadores por sus logros, que brindaban a todos y cada uno de los miembros de la comunidad, seguridad y bienestar. Ese
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fue, creo yo, el verdadero motor del crecimiento sumado por supuesto a procesos políticos de expansión que incluían, la terrible guerra. Su plan de expansión se basó en la demostración de logros que protegía a todos los hatunrunas u hombres de pueblo y sus familias, tanto en sus necesidades básicas como en una subsistencia decorosa. Pero a diferencia de otros procesos expansionistas que desencadenaban brutales matanzas, los Incas seguían un proceso propio. Llegado el momento, cada pueblo recibía un análisis de la estrategia a utilizar en su incorporación al imperio. Una vez vencido, venía una fase de negociación por vía diplomática. De no aceptar esta opción, el pueblo sometido era reprimido de manera violenta. En eso el imperialismo inca no se distinguía del resto, sin embargo, lo relevante está en el Acuerdo Diplomático que comprometía al Imperio a respetar del conquistado, sus propios dioses, reconocer su nobleza y mantener sus autoridades con sus privilegios, a lo que añadía la oferta siempre cumplida de un mayor bienestar económico. Es fundamental rescatar que el sistema imperial reconocía a los ancianos y minusválidos su derecho a garantizarles la manutención y respeto durante toda su vida. Este tipo de responsabilidad social que adquirían los gobernantes, permitió cohesionar un imperio con más de cincuenta kilómetros de radio. El Tahuantinsuyo era para aquel entonces, el imperio más extenso del nuevo continente. A pesar de ser un territorio muy diseminado geográficamente, los Emperadores habían logrado establecer un sistema que jamás hizo que ninguno de los suyus tuviera problemas de hambrunas, abusos o injusticias. A pesar de ser una sociedad gobernada piramidalmente donde en la punta superior estaba el Emperador, nunca las bases sintieron que la cabeza actuara en perjuicio de ellos. Esa era la razón de ser del Estado Inca, por mandato del Dios Inti, el Dios Sol, que ejercía la soberanía del territorio como siervo del Maestro del Mundo, el Dios Viracocha. El sucesor del trono no era necesariamente el hijo mayor del gobernante, sino el que había demostrado ser el más apto para el gobierno. A los Emperadores se les atribuía origen divino y los títulos de Opu Inca o divino Inca así como de Sapa Inca o único Inca. El crecimiento y consolidación de este imperio se estima tardó entre noventa y ciento treinta años. Sin duda, mantener el control en este vasto territorio para una cultura que no conocía la rueda ni tenía animales domesticados para transporte humano, sería una labor más que extraordinaria. Grande sería el orgullo para los Hijos de Dios al ver la obra de sus conquistas. El Imperio crecía y sus necesidades también. Conscientes de la tremenda urgencia de mantener a los suyus comunicados entre sí, el imperio construyó más de diez y seis mil kilómetros de caminos, de los cuales seis mil estaban empedrados, logrando de esta manera el flujo constante de productos de la más diversa índole y origen a cada rincón del extenso territorio. El trueque sería el mecanismo como las zonas geográficas conquistadas intercambiaban bienestar, puesto que el dinero no lo habían inven tado. Las noticias recorrían el imperio gracias a sus chasquis, mensajeros que podían trasladar una nota a pie en escasas setenta y dos horas desde Lima hasta Cuzco. Los incas introdujeron la mentalidad de que el trabajo era obligatorio porque era una forma de bienestar y felicidad además de convertir al trabajador en un ser sagrado. Era vasto el territorio conquistado, con una población de más de diez millones de personas y sus tesoros eran incuantificables , siendo la metalurgia uno de sus recursos más desarrollados. Aunque dato curioso resulta saber que el avance en metalurgia no se aplicó al área armamentista. Datos históricos recogen al área andina de Perú, Bolivia y Ecuador como la cuna de la metalurgia a nivel sudamericano y que surgió como expresión cultural propia sin ninguna influencia proveniente del continente europeo. Oro y plata eran transformados en objetos de riquísima variedad y forma, para lo que sus artífices utilizaban muchísimas técnicas y aleaciones.
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CAPITULO TRES El General inca emprendió la marcha hacia Cajamarca, sitio místico escogido por el mismo Atahualpa, para su encuentro con los españoles. Sin embargo, antes de partir tomó la decisión de dividir sus fuerzas rebeldes. Solo marcharía con unos pocos miembros de su élite, el res to se mantendría oculto hasta su regreso. Atahualpa recibió a su general en su palacio móvil. Cientos de personas, esclavos y sirvientes, acompañaban el cortejo apoteósico del Emperador hacia su encuentro con los europeos. General… gracias por haber aceptado esta invitación… - le decía cordialmente Atahualpa. Es mi obligación como miembro del ejército inca… Espero que reconozcas tu error, al creer que estos barbudos se convertirían en un riesgo para nuestro Imperio… Creo conocer más a los barbudos que su Majestad… Yo no los conozco, pero sé cómo tratarlos… Espero de corazón… que su Majestad no se equivoque… Muy pronto lo verás con tus propios ojos… En aquel encuentro que marcaría el principio del final de una de los imperios más grandes de la humanidad en este lado del mundo, Atahualpa asistió a la plaza de Cajamarca acompañado de un cortejo de cerca de ocho mil personas, pero solo dos cientos guerreros. Armados con sogas y porras iban dispuestos a matar a los “ barbudos “que se habían hecho pasar por enviados del Dios Viracocha y que además fueron partidarios del depuesto Huáscar. En su afán de amedrentar a sus contrincantes hizo que toda la gente de Cajamarca se ordenara en los exteriores de la plaza mayor. Miles de hombres y mujeres abrieron paso a los españoles que supuestamente asistían al evento para mostrar su sumisión al nuevo Emperador. Ese 16 de noviembre de 1532, Atahualpa ingresó a la plaza vacía de Cajamarca con su trono cargado por decenas de orejones, su guardia personal. Lucía una indumentaria muy vistosa llena de detalles con oro y metales preciosos y ricos adornos con plumas de colores muy exóticos. Lo acompañaban sus consejeros y altos funcionarios del Imperio, que se hacían transportar en lujosas hamacas. Su trono era un asiento de oro y cojines adornados ricamente con piedras preciosas. Rumiñahui prefirió ingresar al frente de su propia comitiva . En la fortaleza española se fraguaba un magnicidio. Cuatro piezas de artillería estaban hábilmente disimuladas. En las calles, se ocultaban tres grupos de caballería comandadas por Hernando Pizarro, Sebastián de Benalcázar y Hernando de Soto. Atahualpa ingresó con su Corte Imperial a la plaza de Cajamarca que era un espacio rodeado de paredes con dos únicas puertas de acceso. El sol se ocultaba cuando el emisario español se acercó al Sapa Inca. Con aires soberbios, el Emperador Inca descendió de su trono con la ayuda de sus doncellas, bellamente adornadas. Su rostro reflejaba el orgullo de sentirse Hijo de Dios, sus manos nunca toparon a los invasores. Siempre una de sus doncellas recibía los presentes que los hermanos Pizarro le entregaban. Benalcázar al distinguir entre los invitados incas a Rumiñahui, no pudo reprimir el impulso y tomó su arma, la apuntó hacia el líder rebelde. Nunca había tenido la oportunidad de ver a su rival desarmado, vulnerable. Sin embargo, Del Hierro le sugirió que pensara que lo que iba a hacer podría poner en riesgo los planes de Pizarro. Resignado, aceptó. A una orden de Francisco Pizarro, uno de sus acompañantes se acercó con un caballo blanco. La bestia había sido claramente cuidada como un regalo para el Inca, lucía en su crin, flores y cintas multicolores. Para los indios, esos animales eran algo sorprendente, así que ver una criatura tan hermosa y dócil, cautivó al Sapa Inca.
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- Esta es una criatura divina…un regalo digno para su majestad…- dijo Pizarro. Atahualpa con un ademán hizo que las doncellas se acercaran a los europeos con vasijas hechas de oro. En ellas se les servía chicha proveniente de los más selectos granos. Los oficiales se miraron entre sí y pronto todos parecían ver al cañari Chugcha. El colaborador nativo les había puesto en alerta respecto a no aceptar ningún tipo de bebida, pues podría estar envenenada. Los acompañantes de Pizarro estaban desarmados y lucían estar en paz con el pueblo con el que hasta hace poco se enfrentaban. Avanzaba la ceremonia y Atahualpa se sentía adorado como divinidad, como lo que era entre su pueblo, pero esta ocasión por los extraños “barbudos“. Sus presentes y sus actos sumisos así lo demostraban. Se acercó de pronto el sacerdote español Vicente Valverde con una Biblia gruesa y grande. Tenía repujados en cuero y mostraba estar algo maltrecha. El sacerdote inquirió que existe un solo Dios y que su palabra estaba en ese libro. Atahualpa tomó el libro y lo abrió. Se deslumbró de los dibujos que eran parte de los relatos bíblicos pero de repente se lo acercó al oído. Deseaba escuchar las palabras de Dios. Al no escuchar nada, arrojó el libro al piso con enojo. Y comenzó a gritar que no existía otro Dios que el suyo, y que él era su hijo. - Adoras a un Dios que está muerto y su palabra no dice nada…Yo adoro al Sol que no ha muerto, ni morirá … !!- comentó sagazmente el Inca. El cura español gritaba que eso era una blasfemia y señalaba al Inca con su dedo inquisidor. Atahualpa había caído en la trampa. De pronto, de los alrededores del templo en Cajamarca, salieron hombres armados con arcabuces y espadas montados en caballos. Comenzó así una terrible matanza de miles de indios. Un ejército de apenas 168 españoles había asesinado a más de dos mil indios en la plaza. La muchedumbre huyó despavorida al escuchar los truenos provenientes de los cañones. Derribaron en su desespero un muro que les abrió paso hacia la montaña. Los nativos no se defendieron, pues ellos habían venido a negociar en paz. Atahualpa, había sido capturado. Rumiñahui estaba atónito. La muchedumbre en su huída lo golpeaba pero él permanecía inmóvil. A la distancia, su cabeza estaba amenazada por el fusil de Benalcázar. Un disparo. El tiro hirió de muerte a un indio que corría despavorido justo frente a Rumiñahui. El infeliz sin saberlo salvó la vida del General, que veía como su Emperador era tomado prisionero por los invasores. Desarmado como estaba, por expreso pedido de su líder, nada pudo hacer. Opuso cierta resistencia pero la batalla estaba perdida desde el principio. Nuevamente sus colaboradores lo obligaron a huir, para salvarlo y así, salvar la única esperanza para el Imperio. Pizarro personalmente sujetó al desdichado Emperador con un duro collar de cuero. Al hacerlo, sus ojos no podían apartarse de aquella placa de oro con la figura del Sol que colgaba del pecho de Atahualpa. La arrancó, dejando roto el ropaje del Sapa Inca, que sin inmutarse mantuvo su mirada fija en el cobarde invasor. Otro de los oficiales, le arranchó el collar de esmeraldas que llevaba y otros se apresuraban a cargar el Asiento Imperial hecho de una fina orfebrería con adornos de piedras preciosas. Benalcázar descargó su furia al haber fallado en dar muerte a su acérrimo enemigo. Con su espada y con brutal violencia asesinaba a todo cuanto aborigen se cruzara en su camino. La matanza fue atroz. Miles de cuerpos quedaron regados en la plaza como muestra de lo que los españoles tenían pensado hacer con el pueblo inca. Al día siguiente, un tercio de los soldados invasores salieron como alimañas a hurgar entre los cadáveres y a rematar a los heridos. Arrancaban con fuerza los objetos de oro, plata y esmeraldas, que los incas llevaban en su vestimenta como adornos. Atahualpa apresado, mostraba su grandeza e inteligencia, pero sin duda las mañas de los españoles no encajaban en la cierta bondad e inocencia que el Emperador tenía. Volvió a ser engañado por los invasores al creerles su oferta de liberarlo a cambio de un rescate. El pacto con el invasor, fue llenar el cuarto donde lo tenían secuestrado con el metal amarillo que tanto codiciaban los españoles. El Sapa Inca había ordenado a su ejército que no enfrente a los europeos y que desde todos los rincones del Tahuantinsuyo llevasen oro para cubrir el cuarto
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hasta la altura del brazo extendido del invasor. De inicio Atahualpa alzó su brazo para mostrar la altura a la que llenaría el cuarto, pero el ambicioso conquistador se colocó junto a él y estiró su brazo que resultó llegar más alto con unos cuarenta centímetros. Luego, el inca insistió en llenar el cuarto en toda su extensión: 10,5 metros de ancho, 22 metros de largo y 9 metros de alto. Muchos de los pueblos más cercanos comenzaron a llevar toneladas de oro hacia Cajamarca, sitio donde estaba cautivo Atahualpa. Poco tiempo tardó el Emperador Inca en darse cuenta la ambición de los invasores y en particular el gusto por los metales preciosos, por lo que ofreció entregarles a cambio de su vida: el cuarto donde permanecía prisionero lleno de oro y plata. Pizarro aceptó. En sus adentros, sabía que no podía dejar libre al Inca puesto que podría reagrupar a su ejército que los superaba tremendamente en número. Sin embargo, en su afán de conciliar con los españoles, Atahualpa parece que logró crear lazos más fuertes de los que normalmente se pensaría entre un prisionero y sus captores. Aquel síndrome que une afectivamente a un rehén con sus captores, surgió. Fue así como la orden del Sapa Inca corrió como polvorín, llevado voz a voz por los chasquis fieles a su Emperador. Muchos templos incas fueron deshechos para reunir el monto del rescate. Sin embargo, apenas llegaban las piezas de oro, eran desviados por Pizarro y al cuarto donde estaba el Emperador Inca retenido no llegaba sino muy poco. El prisionero real nunca fue notificado de esta novedad. Con su vara de carrizo, Puchica, una joven inca obligaba a sus dos llamas a seguir por aquel sendero. Ella lo utilizaba como un atajo para llegar a casa, puesto que sabía que por el otro lado le tomaría varias horas más, sobretodo con aquella fuerte lluvia. De pronto, una sonora carcajada llamó la atención de la jovencita. Dando un fuetazo al lomo de su animal para que avanzara y con la curiosidad que le hacía latir el corazón a mil, se ocultó para descubrir de quien se trataba. Ella sabía que por aquel sitio era prohibido transitar puesto que un cementerio ancestral se hallaba cerca. Con asombro se dio cuenta que era un campamento español con un grupo de veinte soldados. Aunque armados, parecían muy contentos al ver como esclavos indígenas hacían el trasbordo de una carga, desde unas carretas hacia otras. Dos esclavos que sujetaban una especie de cajones hechos de fibra vegetal, la dejaron caer debido al gran peso que tenía. Tengan cuidado, malditos!!- gritó uno de los soldados al momento de darles un fuerte golpe con la culata de su arma. Queremos llevar oro, no lodo a nuestro Rey…ja,ja.- insistió otro Uno de los indios esclavos se acercó a ayudar a los caídos y a recoger las piezas de oro que estaban regadas en el suelo. Mientras tomaba un pequeño ídolo, alzó su mirada hacia el soldado. Porqué descargamos en este lugar el oro? No deberíamos llevarlo a Cajamarca?. Este oro liberará a nuestro Emperador - sugirió con cierto recelo el esclavo. Ja,ja…- soltó una carcajada el español – Este oro nunca llegará a Cajamarca, indio… - y le azotó fuertemente Puchica al escuchar al español, retrocedió del asombro. Con su mano tapó su boca para evit ar que su queja sea escuchada por los invasores. Pero fue en vano, su cuerpo quebró una rama, lo que puso en alerta a los soldados. Esperen…! – dijo el oficial señalando con su mano – Miren! Es una india!! Tráiganla!! Rápido!! – ordenó a tres hombres que fuesen tras la chica. La joven india al verse descubierta no tuvo sino que correr por su vida. La agilidad de la muchacha hizo que tome ventaja de sus perseguidores. Sin duda el haber recorrido a diario por aquel lugar le hacía conocer al más mínimo detalle cada sendero o quebrada del lugar. Los soldados dos horas después se dieron cuenta que la búsqueda era inútil y regresaron con la novedad al campamento. El oficial a cargo, el capitán Gallegos, envío rápidamente un emisario a caballo hacia Cajamarca para que le informara a Pizarro de que el plan había sido descubierto.
En el salón donde estaba Pizarro reunido con algunos de sus hombres de confianza, el guardia ingresó abruptamente anunciando al emisario. Disculpad señor Gobernador… hay un soldado que dice que le es urgente hablar con Vos… No tengo tiempo…dile que se lo reporte a … Fue muy insistente, Señor…dijo además que le mencionara la palabra CORTINA…- dijo el guardia con cara incrédula
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Sin embargo, Pizarro palideció de repente. La palabra CORTINA era la clave que identificaba a los soldados encargados del desvío del oro que llegaba hacia Cajamarca. Dejadme solo!! – ordenó a sus acompañantes de súbito. Todos admirados por el cambio de actitud de Pizarro salieron con cierta desazón. En la puerta se cruzaron con el emisario. Señor, perdón mi insistencia…pero el capitán Gallegos me envió con este mensaje para Usted y dijo que era muy importante! – le entregó una carta sellada. Se da cuenta soldado que la misión en la que Usted y su tropa están involucrados es absolutamente secreta… Lo sé…señor Nadie por ningún motivo debe saber de ese oro… También lo sé señor… Déjeme ver de qué se trata… - decía al romper el sello de la carta y leerla – Maldición!! Son todos ustedes una partida de inútiles!! – decía con terrible ira al despedazar la carta. El soldado dio unos dos pasos atrás al ver la reacción furibunda de Pizarro. Sin duda éste sería capaz de matarlo en el acto. Pero para su asombro, el Gobernador se transformó. De una ira irrefrenable pasó en segundos, como un acto de magia a sonreír. Claro está que su sonrisa era malévola y atemorizante. Cuáles son sus órdenes…señor Gobernador?...- dijo con recelo el soldado Mis órdenes…ah sí claro…- decía como si saliera de un trance – dígale a su oficial que mantenga su posición hasta que yo se lo ordene… Pero señor…nos descubrieron…muy pronto los rebeldes... Justamente… soldado... quiero que rebeldes vayan tras ustedes… Esperamos refuerzos, señor? Esperen mis órdenes!! Pero… Basta!! No tengo porque darle más explicaciones!! Ahora vaya a cumplir con mis órdenes!! El macabro plan de Pizarro, no era enfrentar a Rumiñahui en el campamento secreto, sino más bien enfrentarlo a su Emperador. Días después, un grupo de soldados regresaba a Cajamarca con la terrible noticia de la masacre de Gallegos y sus veinte hombres. Luego de recibir el informe, Pizarro pidió que le informaran en qué condiciones y qué encontraron en el campamento. Nada señor…todo estaba destruido. Los rebeldes habían quemado todo…y cuando digo todo, señor…me refiero también al capitán Gallegos y su tropa… Pizarro sonrió socarronamente. Era como si esperase que le dijeran eso. Decidió sacrificar a veinte soldados muy leales a él, a cambio de otro plan retorcido. Acompáneme!!- le dijo a su oficial Los dos oficiales avanzaron por la ciudad hasta llegar a la prisión donde tenían a Atahualpa. Cuando estaban frente a frente con el Emperador, notaron su deterioro físico, pero eso no les importó y prosiguieron. Emperador… siento tener que traerle personalmente malas noticias – dijo Pizarro Qué pasa? – dijo resignado el Inca Mayor Al parecer su propia gente está impidiendo que el rescate para su liberación sea pagado… Aquí está el teniente Huerta quien acaba de regresar comprobando como veinte de mis mejores hombres fueron brutalmente asesinados por Rumiñahui para evitar que el oro que traían llegue a este lugar… No puede ser!! Yo no miento, Majestad!! Cuénteselo teniente… Lo que dice el Gobernador es verdad, Majestad… acabó de regresar de… No diga más…le creo…- dijo Atahualpa Emperador…creo que Rumiñahui ya no solo es mi enemigo, sino también del pueblo Inca… insistió Pizarro y se retiró con una gran sonrisa, que por supuesto ocultó del inca – al parecer Rumiñahui desea convertirse en el nuevo Emperador…- insistió al cerrar la puerta de la celda. Días después, en su campamento, Rumiñahui inquietó más aún, al escuchar el relato de un nuevo mensajero. Luego comentaba con Asiri. Nuestro Emperador Atahualpa cree que tú ambicionas su trono…- decía preocupada su esposa
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Eso es absurdo…!!- replicaba enojado Rumiñahui El Imperio entero lo sabe… excepto Atahualpa… Qué dices?...no puede ser cierto… Atahualpa sabe de mi lealtad a él…mis enemigos son los barbudos, no el Imperio!! Los españoles… señor… Los españoles han logrado convencerlo de lo contrario… y sus chasquis esparcen el rumor por todo el Imperio… Los invasores Intentan dividirnos … Parece que lo lograron… Atahualpa te ha retirado todo su apoyo… Creo que nunca lo tuve… Los invasores ganaron esa batalla…hace mucho tiempo… A partir de hoy… mucho menos… hay gente fiel aún a Atahualpa que seguramente se convertirá en nuestro enemigo… Al parecer nuestro enemigo siempre fue el mismo Atahualpa… él fue quien se opuso a que matemos a los invasores apenas llegaron a nuestras costas… Al escuchar las palabras de Asiri, el general Rumiñahui enrojeció de la ira. Volvió a entrar a su tienda y en pocos segundos salió armado con una lanza y sus dos cuchillos. Ordenó que los hombres de la tribu se reunieran nuevamente junto a la hoguera. Debemos detenerlo… Al barbudo?- preguntó uno de los ancianos de la tribu No a Atahualpa!!...está poniendo en riesgo a todo nuestro pueblo… Es el Sapa Inca…es hijo de los Dioses…debemos obedecer su mandato…debemos salvar su vida…- replicó el viejo Estoy seguro que los invasores lo obligaron a hacer lo que ha hecho… Tienen ese poder…? No lo sé…pero…solo así me explico como nuestro Emperador pide que entreguemos nuestros tesoros a los “barbudos“… Los tesoros no se comparan con la vida de nuestro Sapa Inca… Si… pero… el oro envenena… todos hemos visto como muchos de los nuestros pueblos se han corrompido por el poder, se han unido al ejército invasor con la promesa de compartir nuestras riquezas con ellos… los invasores son la Oscuridad que invade el corazón, la mente de nuestros guerreros… con el oro que les entregamos, Atahualpa está alimentando la Oscuridad…- como adoradores del Sol, los incas tenían a la oscuridad como s ímbolo de la maldad. Para Rumiñahui, Benalcázar y su gente, eran esa Oscuridad que avanza poco a poco y que lo cubre todo. La gente estaba conmovida. De pronto, se puso de pie el sumo sacerdote Kunaq que había permanecido en silencio durante la reunión, hasta ese momento. Nuestro señor Rumiñahui…tiene razón…el oro alimentará la oscuridad…esa oscura noche que se cierne sobre los corazones… por la ambición y el poder… Esa noche amenaza a nuestro pueblo… Los “barbudos“ son la oscuridad, alimentarlos sería alimentar al Yanapuma… el puma negro sagrado que se alimenta del mal… el que al comer más, tiene más hambre…- sentenció Kunaq Los extraños no son Viracochas!! Son simples mortales y peor… son simples ladrones!! Vienen a ofender a nuestros Dioses, a nuestras mujeres, a nosotros. Tras ellos viene la sombra de la esclavitud…Si no luchamos…pronto la oscuridad no dará paso a la luz del Dios Sol… debemos detener la entrega del oro que Atahualpa ordenó a su gente… - remarcó Rumiñahui Un gran barullo invadió el lugar. Con el apoyo de sus guerreros, Rumiñahui decidió asumir poderes dictatoriales en el Imperio. Subió el tono de su voz. Diez de ustedes… los mejores guerreros serán los encargados de ir a cada una de las llactas y cumplirán un pedido imperial… doloroso, pero necesario…harán que el oro no llegue a Cajamarca… debemos esconderlo lejos de los extraños…- añadió Rumiñahui Estas palabras resultaban muy duras, puesto que Atahualpa era visto por todos como una divinidad. Pero el general estaba convencido de su misión y sus argumentos resultaron tan convincentes que la gente comprendió la conveniencia de desobedecer al Emperador Atahualpa, en aras de salvar al resto del imperio. Kunaq, el sumo sacerdote asintió, con lo que el Consejo aprobó la solicitud de Rumiñahui. Uno a uno, los voluntarios se acercaban a su líder. Este, los miró y asintió. Los guerreros seleccionados salieron esa misma noche a cada una de las comunidades para cumplir su misión. Corrían en el bosque iluminado por solo la luna con gran destreza como si fuese de día. Llevaban -
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apenas sus armas para cazar su alimento en el camino y una bolsa de cuero de animal con agua. La agilidad de los chasquis hizo que la noticia de que los invasores no debían recibir el oro sin haber liberado al Emperador, llegará en pocos días. El Gran Señor, como era llamado por sus hombres, Rumiñahui, se dirigió con parte de sus tropas a Quito. Allí destituyó a Cozopanqui, tío de Atahualpa que estaba cumpliendo su cometido al enviar oro a Cajamarca. Entregó el poder sin acto alguno de resistencia, al escuchar la ponencia del elocuente General. Veo en tus ojos la limpieza de tu corazón y de tu espíritu… como líder de esta región del Imperio… dejo el poder encargado a mí por su Majestad Atahualpa, en tus manos Gran Señor Rumiñahui… veo que el Imperio está defendido por hombres de honor que buscan el bienestar de nuestro pueblo…y así lo sabrán las generaciones venideras- manifestó el depuesto líder Gracias…- respondió humildemente mientras recibía el cetro dorado de manos de Cozopangui, luego giró hacia la multitud que los acompañaba y levantó su mano derecha con el símbolo de poder, a lo que la gente respondió con vítores y mucho entusiasmo. Cada emisario mantuvo reuniones en cada una de las llactas o ciudades incas y cumplieron su encomienda perfectamente. Los pueblos al saber que era el mismísimo General Rumiñahui, hermano de su Emperador Atahualpa, el que los enviaba prestaban atención y luego de escucharlos iniciaban discusiones, algunas, acaloradas respecto a obedecer las órdenes de Atahualpa o no. La selección de los negociadores no pudo ser sino perfecta, todos conseguían que la entrega de oro se detuviera. Todos estuvieron de acuerdo que entregar el oro no garantizaba la vida del Cacique, así que se enviaron emisarios para desviar las cargas de oro que estaban siendo transportadas. Los emisarios daban alcance a las caravanas formadas por varios indios que llevaban algunos sobre sus hombros la carga. En pocos días el flujo de oro hacia Cajamarca se detuvo. La invasión del Incario la realizó una expedición comandada por Francisco Pizarro, cuya experiencia en la conquista del caribe y Centroamérica venía desde 1501. Las noticias sobre las riquezas del Imperio Inca motivaron a que muchos conquistadores, como el mismo Pizarro, abandonaran los privilegios hasta ese momento obtenidos y se lanzaran a nuevas aventuras. Pizarro organizó su propia expedición en asociación con Diego de Almagro. Para dotar de legitimidad a su empresa y limitar en lo posible la competencia de otros interesados, Pizarro viajó a España en 1529 y obtuvo de la Corona la autorización para ejecutar l a conquista del Perú, así como el nombramiento anticipado de Gobernador General del nuevo territorio. Pizarro veía con preocupación que ya no llegaba oro. Ante el rumor que Rumiñahui boicoteaba el envío de oro a Cajamarca, ordenó a Benalcázar que se reuniese con él. Semanas después y mientras mantenían una discusión sobre los planes a implementar para detener a los rebeldes, a su habitación ingresaron dos soldados que traían a rastras a un indígena. Se trataba de uno de sus espías que le traía novedades desde las comarcas. La confirmación de la noticia de que Rumiñahui logró que el envío de oro se detuviera, hizo que la brutalidad de Pizarro se desatara. Tomó abruptamente la espada de uno de sus soldados y la atravesó en el estómago del aborigen. La cara de sorpresa del desdichado no inmutó a Pizarro que tiró lejos de si el cuerpo, mientras agonizaba. Quiero que acabes con ese maldito indio…al que llaman Cara de Piedra!! – ordenó Pizarro a Benalcázar Necesitaré más hombres y pertrechos… - negoció éste. Toma lo que necesites… pero entrégame la cabeza de ese infeliz…!! Dios nos entregará al rebelde… El señor Jesucristo está con todos nosotros…- decía socarronamente el sacerdote Velásquez Lo siento padre…pero creo que este asunto no lo arregla Dios…- decía al ver el brillo de su sable - Teniente!! – gritó Benalcázar Si señor…!!- entró presuroso el subalterno Del Hierro Arme a sus hombres…partimos mañana en la madrugada… Iremos a cazar a Rumiñahui!! Muy bien…señor… Si bien la orden fue clara y directa, la duda quedó rondando en la cabeza del joven teniente, pues sabía que Rumiñahui resultó ser muy escurridizo. Con sus tácticas de guerrilla lograba dar golpes bien asestados a las filas de los conquistadores. La persecución al rebelde no resulta ser nada nueva pero ahora tenían una motivación más fuerte. El huidizo general había golpeado las arcas del
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ambicioso Pizarro y su ejército de mercenarios. Eso representaba quitar el motor principal de la invasión española a estas tierras nuevas. Parece que el indio Rumiñahui se está convirtiendo en un dolor de cabeza…- comentó uno de los soldados que acomodaba su silla de montar, al ver como Benalcázar salió eufórico empujando al que se le cruzaba. Cumpliendo las disposiciones de su nuevo líder Rumiñahui, los incas rebeldes habían logrado desviar todos los embarques de oro, plata y metales preciosos provenientes de gran parte del Tahuantinsuyo. A pesar de ello, los españoles habían ya recibido un rescate superior al millón y medio de pesos, que en esa época era una cantidad nunca antes vista junta, al menos en la conquista de América. Parte de ese rescate llegó a manos de Benalcázar. Estás seguro que no prefieres que tu parte del oro sea enviada a España?- le preguntó Pizarro a Benalcázar No…con los piratas merodeando las costas…prefiero cuidarlo en persona…- sonreía mientras veía un cuarto secreto donde los conquistadores colocaron el oro a escondidas de Atahualpa. Benalcázar y Pizarro correspondían a un grupo de conquistadores que en su gran mayoría eran de un estrato social muy bajo. Se trataba de personajes que al parecer ansiaban disfrutar del ocio garantizadas por las riquezas obtenidas en sus aventuras invasoras. N o fueron sus ideales los que sustentaron la conquista, sino los de los nobles que dirigían el proceso invasor desde el otro lado del mundo. A diferencia de otros procesos de conquista, los españoles que llegaron a esta región no buscaban reinvertir sus ganancias en algún tipo de actividad productiva. Odiaban las labores manuales. Buscaban y anhelaban una vida de ocio, con tierras y títulos nobiliarios en su patria. Al recorrer lo que ellos llamaron Las Indias, buscaban obtener riqueza y poder que les permitiría gozar de reconocimientos en la sociedad española. Para ello, exploraban, ocupaban y explotaban un lugar específico. Estas acciones las consideraban un servicio prestado a la Corona por lo que esperaban y de hecho recibían una recompensa, que inicialmente era un botín de guerra, para luego convertirse en prestigio y reconocimiento social. La conquista de América fue una actividad privada, llevada a cuenta y riesgo de particulares, aunque normada y regida por la corona. Al día siguiente y con su cuantiosa porción del oro que en Cajamarca entregó Atahualpa, Benalcázar partía. Cuando apenas salía el sol detrás de las montañas, las filas de soldados y carretas donde iban tres cañones iniciaron su marcha. Benalcázar se cuadró ante Francisco Pizarro, que respondió el saludo. Está bien…El Rey y yo confiamos en que nos traigas la cabeza del rebelde…- dijo firmemente Pizarro Así será…señor Gobernador…- replicó Benalcázar y arrió su caballo La expedición española había recorrido varios días de extenuantes marchas. Sin percatarse, alguien los vigilaba. Oculto entre la vegetación, miraba paso a paso, lo que hacían. No perdía detalle. Se trataba de Lalangui, espía de Rumiñahui. Que corrió como alma que lleva el diablo, a informar a su líder sobre el avance de los europeos. Seis días después, Benalcázar y sus fuerzas marchaban por un lugar semidesértico. El sol era penetrante. Veía como uno de sus soldados galopaba hacia él. Qué pasó? Encontraste agua?!! No mi señor…la fuente de agua está seca…- contestó agitado el encomendado No me dijiste que en ese lugar íbamos a encontrar agua!!- le reclamaba al guía Si mi amo…estoy seguro que ahí hay agua… Pues ve a ese sitio y encuéntrala…!! Rafico…ve con Shañú y diez de tus mejores hombres y encuentren agua…!! A su orden… Los exploradores avanzaban por aquel paraje desértico. Benalcázar había dejado de utilizar mayoritariamente a los guías indígenas, porque la mayoría de ellos, en los últimos tiempos había optado por huir. Así que ahora había escogido diez hombres españoles de su completa confianza para establecer rutas que no comprometieran la seguridad de su gente y la suya propi a. La falta de agua era algo inaceptable. Pondría en riesgo a su gente. Junto a ellos, enviaba a un guía indígena, llamado Shañú. Hombre de probada confianza, que había sido recomendado personalmente por Chugcha.
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El joven soldado al que todos llamaban Rafico, desmontó y caminó hacia el lecho seco de aquel riachuelo, con un hilo de agua tan fino como un dedo. Caballeros… Shañú ha encontrado agua…- dijo Rafico Es extraño…pero todas las fuentes de agua que encontramos están secas… -comentaba alguno Ya era tiempo…vamos dos días sin probar gota de agua…- reclamaba otro Qué es eso?- reclamaba el soldado Paler. Agua…no la ves? – respondió Rafico Con esa cantidad de agua tardaremos horas en llenar nuestras cantinas… Será mejor que te calles…y comiences a llenarlas… Es mejor a nada…- recalcó otro desde su caballo En lo alto de la quebrada, Rumimaki ordenaba a sus guerreros que removieran las piedras y maderos que habían colocado como una represa, desviando el paso del agua. Al mover los escombros, el caudal de agua aumentó. El delgado hilo de agua se convirtió en un torrente de fuerza que avanzaba pendiente abajo. Los españoles sin saber lo que pasaba, agradecieron a Dios al ver la cantidad de agua que corría ahora. Todos se olvidaron por un instante de su misión y corrieron a darse un chapuzón en las refrescantes aguas. Es un milagro!! – gritaban Sin embargo, Shanú percibía que algo andaba mal. Mi señor…!! Mi señor…!! Gritaba esperando poner en alerta a sus amos, pero la emoción de éstos por sumergirse en el agua luego de varios días en extrema sequía, les extravió. Y cuando reaccionaron era demasiado tarde. Los españoles habían sido rodeados por Kuyuchi, su primo Autachi, Rumimaki y cuarenta hombres más. El rostro cubierto de Kuyuchi los sobrecogió. Eran apuntados con arcos, flechas, huaracas, cerbatanas y lanzas. Rafico y su escuadrón de avanzada habían caído en la trampa. Los habían perseguido durante los cuatro últimos días. Los lechos de agua habían sido represados o desviados para evitar que recarguen su provisión de agua. Sabían que en su desesperación al descubrir una fuente de agua dejarían sus precauciones y estarían vulnerables. Sin darles tiempo a reacción alguna, Kuyuchi dio la orden. La matanza de los soldados españoles tiñó de sangre el agua. Ahora el grupo de Benalcázar estaba más vulnerable que nunca. Sus soldados no habían recibido su ración de agua y estaban extenuados por el calcinante sol. Rumiñahui así lo había planificado. Sus emisarios se encargarían del resto del plan. A pesar de que sus exploradores no volvieron, Benalcázar debía avanzar hacia la fuente de agua señalada por Shanú. Cuando ingresaron por aquella quebrada, ordenó a todos mantenerse alertas. El sitio era perfecto para cualquier emboscada. Puesto que el estrecho acceso estaba rodeado de muros de tierra que los ponía en clara desventaja. De pronto, los peores temores de Benalcázar se hicieron realidad. Mientras secaba con su manga el sudor de su frente, observó a Kuyuchi y su gente emergiendo en lo alto de aquel risco. Al darse cuenta que él y su gente estaban totalmente expuestos ordenó que todos bajaran sus armas. Los soldados con cierta duda tiraron sus armas al piso y alzaron sus brazos en señal de rendición. Excepto, uno de ellos que optó por disparar repentinamente. Su disparo mató a un inca que cayó desde lo alto del risco. Benalcázar empujó su arma y le impidió que siga atacando. Kuyuchi, al mirar el cuerpo de su compañero, tomó el arco y con una certera flecha mató al soldado europeo. Nadie más atacó. Era una especie de tregua silente. Tienes algo que nos pertenece…!! – gritó desde lo alto Kuyuchi Entonces, Benalcázar supo por lo que vinieron los incas. Ordenó a sus hombres soltar las riendas de los caballos que llevaban el oro y entregárselas a hombres del bando inca. Kuyuchi entendió lo que hacía. Los caballos avanzaron en galope hacia las fuerzas incas que estaban rescatando parte de sus tesoros. Y al ver como Benalcázar daba golpe a su caballo para que saliera en franco galope, decidió dejarlo escapar. Sus miradas se cruzaron en silenciosa complicidad. Porqué lo dejas ir ?- le increpó Rumimaki Es lo mejor… Sabes quién es ese hombre? Claro que lo sé…!! Parece que no… Espero no tener que recordarte a quién puso a cargo Rumiñahui? – dejando sentada su autoridad
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Rumimaki se acercó hacia el tesoro abandonado por Benalcázar, que estaba siendo descargado de las bestias. Repentinamente, sus ojos brillaron. En medio de muchas piezas doradas, logró distinguir una preciosa máscara de oro que usaban en las ceremonias sagradas. El sol reflejó su luz en aquella máscara iluminando el rostro del joven guerrero. Era uno de los tributos que todo guerrero inca esperaba lucir. Desde pequeño siempre esperaba poder lucir aquel Mascarón de Oro, puesto que su uso estaba reservado solo para los grandes héroes. Sabes qué es esto? – le preguntó a Autaqui La Máscara Sagrada…Pocos guerreros han sido capaces de recibirla… Algún día…la llevaré puesta… Claro…claro…- Autaqui se burlaba al alejarse A pesar de haber perdido un botín que podría haberle asegurado un retiro muy decoroso, Benalcázar lucía tranquilo. Es más, sonreía. Con el paso de las semanas y los negativos resultados en la captura del general rebelde, Francisco Pizarro envío un emisario al encuentro de Benalcázar. Se trataba de Agustín Vela, su compañero de campaña y amigo muy estimado por él. Reunidos en la carpa principal del campamento militar, los dos oficiales compartían sendas copas de vino. Pizarro está muy molesto contigo…mi señor…- le contaba en confianza Ese indio maldito es más escurridizo que una serpiente… Sé…de buena fuente que mi señor teme… a las serpientes…- se burlaba Vela No te confundas…mi gran amigo…no te confundas… Bueno…a lo que vine… Y eso es…? Francisco Pizarro te da la orden expresa de suspender la persecución del reb elde Rumiñahui…que te retires de los territorios del norte y vuelvas a Piura…allá hay asuntos de la corona española que debes atender… Pero…si estoy a punto… Eso dijiste hace varias semanas…y nada has conseguido…más bien…sí…Acaso tengo que recordarte la muerte de los diez soldados en la emboscada de la semana pasada?… Te dije que… Ya he escuchado tus explicaciones…te recuerdo que solo soy un emisario…Pizarro te nombró Teniente Gobernador en Piura y no en este sitio…. Los territorios del norte son la base de la rebelión… Pizarro está preocupado por seguir expandiendo nuestro territorio para el Rey…y cree que estás desviando tus deberes hacia fines … digámoslo de una manera caballerosa … personales … A qué te refieres...? Han llegado rumores al Gobernador General de que toda esta efervescencia militar de tu parte…se debe a que te has encaprichado con una india… Rumores…rumores…eso no es cierto…- decía algo nervioso Pues estás en la obligación con el Rey de cumplir con tus órdenes asignadas a través de Francisco Pizarro, nuestro Gobernador General… Es más importante capturar a Rumiñahui…que atender los líos de cocineras en Piura!! Rumiñahui nos está costando más de la cuenta…Diego de Almagro y Pedro de Alvarado avanzan hacia este territorio…y sabes lo que eso significa… No podemos detenernos ahora… Tienes ya tus órdenes…y espero que hayas aprendido de tus errores pasados…- y salió dejando su copa tirada sin precaución. Furioso, Benalcázar, arrojó todo lo que estaba sobre la mesa de un solo envión. El, tenía sus propios planes. Esta vez, a sus fuerzas se habían unido las fuerzas cañaris de Chugcha. Según historiadores, su presencia en los ejércitos de España fueron desequilibrantes en las batallas . Si se revisa los números, casi siempre eran cientos los europeos y miles los indios que los acompañaban. Teniente Del Hierro ¡!- impuso su presencia Si señor… Aliste a los hombres…iremos tras Rumiñahui…!! Pero…el capitán Vela nos indicó que… Ya sé lo que Vela dijo… El cumple órdenes del Gobernador General Pizarro…
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Todos ellos son un grupo de estúpidos…no comprenden lo que está en juego… Se da cuenta señor que…? Lo que me doy cuenta es que usted…también es un estúpido!!...obedezca!! – el subalterno salió – ese oro será mío… Desobedeciendo expresas órdenes de Pizarro, Benalcázar emprendió nuevamente una expedición hacia las provincias de Quito. Partió con doscientos hombres y ochenta caballos. Sus objetivos visibles, Rumiñahui y el oro, su objetivo secreto, Asiri. -
La caravana española llegó a dominios del pueblo Auqui, cerca de las faldas de un precioso nevado. A pesar de ser recibido con grandes honores por el jefe Sali y su corte, Benalcázar recibió informes de que esta pequeña comunidad era colaboradora de los rebeldes. Fingiendo desconocer el detalle aceptó los tributos. Bienvenido señor… mi pueblo te ofrece todo lo que necesites para que tú y tu gente se sientan cómodos… Gracias jefe… Esta es mi hija…Sibia… espero que te conforte… Caminaron hacia el interior del palacete de piedra donde el regente vivía con su familia. A diferencia de otras ceremonias, en ésta, prefirió no separarse de su guardia personal. La escuadra española atemorizó a todos quienes estaban en las habitaciones reales , cuando entraron de manera abrupta. Los niños dejaron de jugar para ver como los soldados de pesada armadura se formaban. Sali, intentó calmar a su gente y les ordenó que los acompañaran. Todo parecía transcurrir con absoluta tranquilidad. Benalcázar sin embargo, no dejaba de examinar el sitio con su mirada , ansiosamente. Concluyó que ningún peligro les amenazaba y se propuso disfrutar del festejo. Rechazó la chicha fermentada que le ofrecieron. Más bien hizo que le sirvieran de su carga personal una copa de vino. No se ofendan, pero esto me parece más adecuado para esta ocasión…- se excusó Al cabo de una hora y tras haber bebido algunas botellas de vino, estuvo borracho. Su carácter beligerante se encendió junto con su falta de tino político. Se levantó de su asiento y se paró en el centro de aquella sala con sus brazos extendidos con una botella en una de sus manos. Sali…Sali… estoy confundido… Mis amigos y yo… queremos saber una cosa… A qué diablos juegas?!! – gritaba El rostro del líder local se desencajó. Quiso levantarse de su trono pero uno de los soldados españoles que estaba junto le obligó nuevamente a sentarse. Creo que lo sé… ustedes son como malditas alimañas que quieren sacar provecho de todos… si son incas…los reciben… si somos los españoles… nos reciben… sacan provecho de los dos mundos… pero… esa ambigüedad a mí me harta!! Deberás escoger – sacó su espada y la dirigió al rostro de la hija de Sila – Estás conmigo o con mis enemigos? No por favor… No le hagas daño!! – suplicaba Sila Tienes miedo? Anda dímelo… tienes miedo?!! Si… mi señor… tengo miedo… Por favor… no le hagas nada a mi hija… Yo no lo haré… ustedes mismos se lo harán… Qué quieres que hagamos? Quiero que tomen esta chicha… Pero mi señor…esa chicha está especialmente preparada para ustedes… Veo que ya escogiste… Y creo que tomaste la decisión equivocada… Benalcázar sabía que la chicha tenía algo raro, aunque no estaba seguro. Sospechó de la bebida al ver como solo era servida a sus hombres. El rostro de Sila comenzó a llenarse de un sudor frío, su sangre estaba helada. Su posición era comprometida porque a más de la inesperada visita española, coincidió la llegada del emisario inca que buscaba se detengan los envíos de oro desde aquel sector del imperio. Oculto entre la gente, estaba Nulei, el emisario inca. Sila estaba en una terrible encrucijada. Dije que tomaras esa chicha…!!-ordenaba Benalcázar Te suplico… no me hagas hacerlo…- rogaba Sila Porqué no lo haces… Hay algo malo con la bebida o qué? – insistía sarcásticamente. La mirada persistente de Sila hacia aquella columna de piedra, delató a Nulei. Benalcázar se acercó, sin saber que alguien se ocultaba. Pero creyéndose descubierto, Nulei se arrojó con gran fuerza hacia Benalcázar. Los dos rodaron por las escalinatas. A pesar de estar borracho, el español mantenía su fuerza. La lucha cuerpo a cuerpo era intensa. Nulei intentaba con gran esfuerzo clavar
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su daga en el pecho de Benalcázar. El filo del arma comenzó a clavarse en la piel del español. De repente un disparo sonó. Uno de los guardias europeos salvó la vida de su oficial. El aborigen cayó muerto. Benalcázar arrojó el cuerpo de Nulei que estaba sobre él y se levantó con furia hacia Sila. Quién era ese maldito?!! Anda dímelo!! Quién era? Era uno de los hombres de Rumiñahui… mi señor, él me obligó a que te sirviera la chicha envenenada… lo juro…!! Chicha envenenada…? lo sabía…!! – decía sorprendido Benalcázar al comprobar sus sospechas Señor tienes que perdonarme… No quise hacerlo… Pero lo hiciste!! Y tomando la espada del piso dio un giro sorprendente, cortando la cabeza de Sila de un solo tajo. Sibia, su hija gritaba llena de horror. Entre tanto, siguiendo su estrategia de mantener a sus fuerzas en constante movimiento, Mirada de Piedra entendió que, la cada vez mayor cantidad de oro que movilizaba, se convertía en un problema. Los cargamentos llegaban a diario. Piezas de oro y plata de todos los puntos cardinales del imperio estaban siendo dirigidas hacia sus reductos. La caravana que llevaba el oro del reino inca avanzaba lento adentrada en la montaña rocosa y con lluvias pertinaces. Las llamas y llamingos, animales andinos de gran fuerza, llevaban la cargadas de oro, tanta al parecer, que muchos terminaron con serias heridas en sus patas, lo que obligaba a sus amos a sacrificarlos. Las duras jornadas a las que eran expuestos, hacía que los hombres aprovechen los breves descansos que tenían durmiendo. Ahora reunido con un grupo minúsculo de sus hombres, Rumiñahui estaba con quienes más confianza tenía. Su lugarteniente Kuyuchi, y otros tres bravos guerreros: Valdo, Huari y Tachena. El invasor al que sus hombres llaman Benalcázar se acerca a nosotros…no podemos permitir que el barbudo se apoderé del oro de nuestra gente…- les decía muy preocupado Gran Señor…estamos listos para defender a nuestra gente…mis guerreros están a sus órdenes…los mitimaes siempre estaremos donde usted lo disponga… Los curacas también… Cuente con los orejones…los invasores no llegarán nunca a tener el oro… Lo sé…lo sé…realmente no me preocupa la lealtad de sus pueblos…hemos librado muchas batallas juntos…y conocemos el honor…Pero me han informado que Benalcázar está acercándose peligrosamente…así que tenemos que darles en qué ocuparse… Los orejones eran llamados así por la forma artificial de sus orejas que eran perforadas para llevar grandes adornos en ellas. Formaban parte de la guardia de honor de los Incas, a quienes sin embargo, no obedecían servilmente y en su gran mayoría pertenecían al clan Cóndor. Su formación era netamente militar. Kuyuchi era el líder de esta agrupación. La reunión había concluido. Kuyuchi observó a la joven Gema preparando algo de comida frente al fogón en una gran vasija de barro. Sin querer interrumpir su bello canto, se le acercó. Tienes una hermosa voz… Oh…mi señor…- dijo pero al darse cuenta del deforme rostro del guerrero se quedó sin habla. Nunca había visto de cerca las horribles cicatrices. Perdóname… te asuste… no era mi intención… No señor, soy yo la que debo pedir disculpas…usted es uno de los guerreros más valientes que nuestro pueblo ha tenido jamás…Las guerras dejan huellas…en el corazón y en el cuerpo de la gente… Además de hermosa, eres muy sensible… Oh..gracias señor… No me llames así…soy Kuyuchi… Y yo soy… Lo sé…eres Gema… siempre he admirado tu belleza y ahora tu bondad y dulzura… Aunque yo quisiera ser otra guerrera como Asiri… En cada pueblo hay personas que deben llevar un arma y otras simplemente la paz en su corazón…tú, mi querida Gema…veo en tus ojos que debes llevar la paz… Amo a mi pueblo…me resisto a verlo destruido…
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Hay otras maneras de evitar que eso ocurra… Lo dice un guerrero… Te juro mi pequeña, que haré lo que sea posible para acabar con esta guerra lo más pronto posible…pero debo preguntarte algo… Qué, mi señor? Ese corazón que está lleno de amor por su pueblo, tiene lugar para el amor por un hombre? La joven prefirió no responder y sonriente se retiró a servir un poco de comida a su familia que la esperaba. -
Todos se retiraban a descansar para al día siguiente emprender la misión a cada uno encomendada. El viejo Kunaq, el sumo sacerdote le insistió a Rumiñahui que no se fuera a sus aposentos. Juntos se sentaron frente a la hoguera. La luz de los leños ardientes dejaba ver el rostro arrugado del anciano. Entre ambos había una relación de mucho respeto y consideración. Durante algunos minutos el sacerdote en una especie de trance se mantuvo en silencio. Rumiñahui prefería no interrumpir y un tanto nervioso esperó. Mi Gran Señor…desde pequeño mientras usted recibía la instrucción, siempre supe que sería un líder valiente, justo. Creo que aprendió más que todos nosotros a valorar lo que nuestra tierra tiene…por eso no tengo temor en decir lo que voy a decir…- decía el anciano con mucha solemnidad - Los Dioses manifiestan que se vienen tiempos terribles para nuestro pueblo…la oscuridad se posará en nuestro territorio…y nada podrá detenerlo… De qué hablas?...acaso son los recién llegados?... Me temo que sí… Los detendremos…somos más!! No mi señor…las cosas nunca volverán a ser las mismas…hay sufrimiento y dolor para nuestra gente… No lo permitiré!! Personalmente mataré a Benalcázar … Pizarro … o a cualquiera que intente esclavizar a mi gente…!! Si lo hace…vendrán otros… Debo quedarme sin hacer nada…? Hay algo que puede hacer…mi señor… Qué es? El tesoro que durante muchos años el Imperio ha acumulado no puede caer en manos de los invasores…si cae en sus manos la Oscuridad no solo caerá sobre nuestro pueblo sino sobre todos…pueblos que nunca conoceremos…pero que están allí…y que desaparecerán como el nuestro…si los invasores llegan a obtener nuestro oro… Los Dioses nunca lo permitirían… Por eso lo trajeron a usted… Claro que protegeré el oro con mi vida si es necesario…aunque hay muchos que nos traicionarían por tanta riqueza… Por eso…los Dioses me han guiado a Usted…Gran Señor…para que le enseñe el mayor de nuestros secretos… Secret…? Urcuk uri…- susurró el viejo Ja,ja…- Rumiñahui carcajeó – Urcuk uri…es solo una leyenda… Temo contradecirlo mi señor... A partir de ese momento, Rumiñahui se mantuvo en silencio. Escuchaba como si fuese un niño, la historia fantástica que el viejo sacerdote Kunaq le relataba: “La mayor riqueza de nuestro pueblo no está en esas figuras de oro que los invasores desean con tanta fuerza… la riqueza de los incas está en nuestros corazones, porque a pesar de haber conquistado tierras extrañas a las nuestras, siempre hubo respeto por nuestro rival. Y una vez conquistado, respetábamos sus dioses, su abolengo, sus títulos de nobleza. Eso nos convirtió de invasores en verdaderos Conquistadores… Existe un sitio donde el tiempo se detuvo mucho antes de que nuestro pueblo habitara estas montañas, estos cerros… – contaba el anciano. - Fue en la época en la que el Dios Sol y la Diosa Agua se juntaron y formaron al viejo árbol de arrayán y al venado. Cuando la tierra tembló y todo nunca volvió a ser lo mismo. Las montañas vomitaban fuego que arrasaba todo a su paso. Sin embargo, la fuerza del fuego fue detenida por el poder del río y del lago. Fue
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de allí que nació la primera de nuestras mujeres. Nació de las mismas cenizas del volcán, a orillas del Lago Sagrado. Del volcán nacieron nuestros guerreros. Surgieron como roca incandescente, uno a uno salían como lava ardiente, tomaban forma al tocar el agua de la laguna redonda y eran capaces de fundir al más grande de nuestros enemigos. Allí se establecieron. La montaña fue su hogar por muchos años. La primera mujer tenía prohibido acercarse a los guerreros, estaba reservada para un hijo de los Dioses. Sin embargo, se enamoró de uno de los mortales, con el que tuvo un hijo. Los Dioses al ver la desobediencia de la mujer se enojaron y los expulsaron. El volcán vomitó fuego y expulsó a todos. Por eso, nuestro pueblo ve como un mal presagio cuando los Dioses hablan a través de un volcán. Los amantes recorrieron la sierra, la costa y la selva en búsqueda de un nuevo territorio. Mucho tiempo después se asentaron en las faldas de otro volcán, en las tierras de Quito y a las orillas de un pequeño lago. Los Dioses al descubrirlos, volvieron a hablar a través del volcán. Nubes de fuego cayeron en su entorno. Los Dioses quisieron expulsarlos nuevamente. Sin embargo, la mujer y el guerrero decidieron desobedecer al volcán y quedarse a defender su amor y la tierra ofrecida a su hijo. En un bote y sujetos de la mano, en medio de la laguna desafiaron a los Dioses. Las llamas de la lava se apoderaron de todo a su alrededor. La laguna se secaba. El fuego ganaba esta vez, en su lucha con la poderosa agua. Pero los amantes se abrazaron y prometieron amarse después de la muerte. Los Dioses al ver esto, decidieron perdonarles la vida. Ese instante, enviaron la lluvia que en poco tiempo apagó el fuego. Fueron diecisiete días de lluvias permanentes que volvieron a llenar la laguna. Todo fue cubierto por el agua, excepto tres islotes que son el homenaje de los Dioses a nuestra mujer amante, a nuestros guerreros valerosos y a nuestros hijos que deberán cubrir con su descendencia esta tierra. Se les fue permitido ir a buscar al resto de su pueblo para que se asentaran en ese sitio. Los Dioses hicieron un pacto con ellos. Ellos respetarían sus vidas si nuestro pueblo cumplía sus mandatos. En la profundidad de estos islotes, en medio de la laguna que no tiene fondo, los Dioses guardaron un regalo para nuestro pueblo. Un templo cavado por la misma fuerza divina. Sus paredes están hechas de oro puro, que surgía de cada orificio de la montaña. Es el Templo Dorado.. Urcuk uri. Un templo tan grande como mil chozas, era el refugio de los Dioses. Porque el oro guarda bien el fuego, guarda el agua, guarda la tierra. Sin embargo, el Pacto no fue respetado por los hombres. Hicieron la promesa de nunca salir de ese sitio. Los Dioses les entregaron a la totora, los sigses, las bromelias, al arrayán, al cedro, al conejo, al armadillo, al zorro, a las tórtolas, gorriones, lechuzas, patos ...Nada les faltaba. Pero los hombres sentían que les faltaba Libertad… La mujer y su familia solicitaron a los Dioses que les permitiera salir de ese sitio. Pero se lo negaron. Los humanos decidieron escapar una noche sin luna. Prefirieron abandonar aquellas montañas de oro para ir a buscar la felicidad en libertad. Subidos en barcas de totora emprendieron su escape. La furia de los Dioses no se hizo esperar al descubrirlos. Las aguas siempre calmas, se tornaron como fuertes remolinos que hundieron y ahogaron a todos, excepto a la mujer y su familia. - Cuál sería el precio de nuestra libertad…? Ya se llevaron al resto de la tribu…qué esperan que les entreguemos…? Fue ese preciso momento, que el sitio donde el niño estaba de pie, se hundió. La arena se abrió como una gran boca y el pequeño desapareció en un segundo, con un grito que seguramente sacudió el volcán. - Han pagado su precio…son libres… A pesar del dolor, ellos decidieron quedarse. Creyeron haberlo perdido todo. Pero no fue así con el paso del tiempo tuvieron tres hijos más. Nuestros antepasados y su pueblo fueron creciendo. De ser un pueblo tranquilo dedicado al trabajo en la tierra, pronto dedicaron su tiempo a la ciencia de la guerra. Pronto emprendieron batallas con pueblos vecinos para unificar a todos bajo el manto de los mismos Dioses. La fiereza de sus guerreros, hizo que muchos se rindieran sin mediar batalla alguna. Todas las riquezas conquistadas, fueron transportadas a Urcuk uri. Dice la leyenda, que hay tanto oro en su interior que muchos han perdido la vista por admirar su brillo. La historia del gran Templo Dorado ha sido transmitida de generación en generación. Como un recuerdo de que nada es más valioso que la libertad…Enviaron a uno de sus hijos fuera de aquel territorio para demostrarse que sabían manejar la libertad con responsabilidad. Nadie a parte de uno de ellos podía salir en cada
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generación. El enviado, recibiría un medallón de oro puro como símbolo de la riqueza de nuestra raza y sería el encargado de relatar las bondades de una relación justa con los Dioses, además de mantener en secreto la ubicación del Templo Dorado” Rumiñahui decidió interrumpir el relato. - Y tú cómo sabes que es cierto? - Porque mis antepasados provinieron de esa mítica tierra… mi padre, el anterior sumo sacerdote de nuestro pueblo…me encargó tan solemne secreto… ahora me ha tocado el turno de transmitir este conocimiento…y lo he escogido a usted… Gran Señor… mis días están por terminar… mi esposa murió y no he podido tener hijos… este secreto no debe morir… porque el Gran Templo Dorado deberá ser el sitio donde todo nuestro tesoro sea escondido… usted debe ayudarme a encontrar Urcuk uri…- decía mientras desenvolvía de un viejo pedazo de tela roja el medallón de oro a él encargado. - Tú eres el Enviado…? - Sí…mi señor… - Y cómo lo encontraremos? - A pesar de nunca haberlo visto…los relatos de mis antepasados son exactos… yo los guiaré…
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CAPITULO CUATRO La secreta reunión duró toda la noche. A la mañana siguiente, Rumiñahui ordenó a sus oficiales formar tres grandes grupos, los cuales avanzarán en direcciones opuestas. Las disposiciones se cumplieron casi inmediatamente. Cientos de personas comenzaron a cruzar la cordillera con rumbos diferentes. Se enviaban chasquis entre cada uno de los tres grupos para informar del avance de cada uno. La carga fue distribuida. Conforme lo establecido, los grupos se separaron con rumbos distintos. Varios días más tarde, Wamay, uno de los chasquis o mensajeros que corría como el viento por el bosque con noticias de las caravanas, percibió algo extraño y se detuvo en el acto. El jovencito se agachó ocultándose entre la vegetación y vio a pocos metros frente suyo pasar una fila de soldados españoles. De pronto, sintió que alguien estaba detrás. Volvió la mirada, pero no pudo sino ver como un hombre barbado le daba un golpe con su arma en el rostro. Cuando recobró la conciencia, se descubrió sentado y atado a un árbol con una gruesa cadena. Frente a él, una figura con brillante armadura emitía destellos que apenas dejaban ver su rostro. Se trataba de Benalcázar. Le hablaba a gritos. Apareció junto a él, otro indio, Chugcha, que le hablo al prisionero más calmadamente, hasta amistosamente. Chugcha…?- exclamó sorprendido el prisionero al reconocer al indio Wamay… tienes que decirnos lo que queremos saber… y así salvarás tu vida… Cómo pudiste unirte a ellos…? Nosotros somos tu raza…!! Al igual que tú… soy un cañari… pero jamás entenderé como mi pueblo tomó parte con los “barbudos “… Ya olvidaste lo que hicieron con nuestra gente…!! con su ayuda, pronto recuperaré nuestros territorios de manos de los incas… Eso nunca ocurrirá… guerreros como tú que cruzaron a la Oscuridad, perdieron el camino. Nunca vencerán…!! Es una pena que no estés aquí para cuando se lo demuestre a nuestro pueblo… Ahora… mi señor quiere saber a dónde están llevando el oro…? Traidor!! – gritó Wamay con odio Mi señor quiere saber a dónde están llevando el oro…mejor se lo dices…porque sino morirás en el fuego… Porqué nos traicionas?!!... Morirás en el fuego y tu espíritu no podrá volver nunca más!! El joven prisionero lloró. Morir en la hoguera para los indios era algo inconcebible, su espíritu no alcanzaría la superioridad ofrecida por una reencarnación. En sus creencias, el cadáver debería estar intacto o entero para que el alma tenga tiempo suficiente para dejarlo y encaminarse a su destino. Chugcha tomó un leño ardiente y lo pusó con fuerza cerca del rostro del prisionero y le preguntó nuevamente. Wamay, ante la posibilidad de salvar su espíritu les pidió una manera diferente de morir. El español escuchó la petición en voz baja. Aceptó. Los Cañaris al igual que los Hauylas fueron pueblos andinos que se ofrecieron como colaboradores incondicionales del ejército español. Ellos fueron los que les guiaron desde s u desembarco, los llevaron a Cajamarca y acompañaron en su marcha hacia el Cuzco. Eran sus centinelas. El chasqui relató que el oro se dividió en tres grupos y cada uno iba a un destino diferente. Ningún grupo sabe dónde va el otro, lo único que hacían los chasquis es comprobar que avancen sin inconvenientes. Tu grupo a dónde lleva el oro? A Ingapirca… Dicho esto, Sebastián de Benalcázar desenvainó su espada y de un solo tajo cortó el cuello del prisionero. El cura Velásquez prosiguió arrojando al cadáver unas gotas de agua bendita y persignándose. El ejército fue enseguida enviado tras la pista de los indios que llevaban el oro a Ingapirca, un prodigioso castillo construido por Atahualpa. Un grupo de veinte españoles y ciento veinte indios fieles a su causa fueron los encomendados. Benalcázar dividió sus fuerzas y las encaminó tras el
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rastro de los grupos que transportaban el oro hacia los otros sitios. Al cabo de algunos días, el primer grupo dio alcance a la caravana. Uno de los guías encontró la pista reciente del grupo que iba a Ingapirca. Cuántos son? – preguntó el capitán Ruíz al guía que observaba el piso y las huellas que en el lodo encontró. Parecen ser cerca de trescientos… Trescientos?!!- dijo sorprendido el oficial Si mi señor…las huellas son profundas y numerosas…eso quiere decir que llevan mucho peso con ellos… El oro…- susurró Si amo…el oro – asintió el guía – y están a mediodía de aquí Mañana les daremos alcance… envía un mensaje al otro escuadrón… dile a mi señor Benalcázar que encontramos el oro… Al día siguiente, los españoles rodearon el sitio por donde supusieron, iban a pasar los incas con el oro. Ocultos en el bosque montano seco, apuntaban con sus arcabuces hacia el corredor por el cual saldrían. Los mosquitos dificultaban la tarea de esperar en silencio. De pronto, el capitán hizo la señal, algo se movía frente de ellos. Era uno de los guías de los incas que avanzaba en búsqueda del sendero a seguir. El oficial ordenó mantenerse inmóviles a sus hombres. Debían esperar que llegue todo el grupo para comenzar su ataque. Pocos minutos después, el grupo llegó. Ruiz con su espada desenvainada hizo una señal. Fuego ¡! Al recibir la orden, comenzó la balacera. Llovían perdigones por doquier. Los indios sorprendidos caían víctimas de las balas, sin saber tan siquiera de dónde provenían. Algunos comenzaron a huir despavoridos, pero la espada de los soldados interrumpía su camino. Los cuerpos comenzaron a caer, dejando las canastas que llevaban consigo abandonadas en el sitio. El capitán Ruíz al ver que su ataque sorpresivo dio mejores resultados de los que él mismo esperaba, fue invadido de un momento de misericordia y ordenó a sus hombres que dejen ir a los del otro bando. Cerca de veinte incas salieron en breve carrera ayudando a sus heridos. El capitán caminó solemnemente hacia las decenas de canastas que el grupo llevaba. Caballeros… regocíjense…- dijo. Con su cuchillo cortó la liana con la que estaba envuelta una de las cestas. Sus ojos se desorbitaron y su boca entreabierta pronto emitió un grito de furia y rabia. La canasta no llevaba el oro, sino una cantidad de vasijas de barro llenas de tierra que asemejaban en peso al oro. Se levantó rápidamente y ordenó a sus hombres que torturen a los prisioneros para confiesen donde estaba el oro, pero no quedaba ningún prisionero vivo. Volvió su mirada al bosque y recordó que dejó libres a los heridos. Tráiganlos..!!...qué esperan… muévanse...traigan a esos infelices!! Pero de repente, de la ramada comenzaron a llover lanzas y piedras que destrozaron la cabeza de algunos soldados de contado. Al reaccionar se dieron cuenta que estaban rodeados por decenas de indios que se abalanzaron contra ellos. La lucha cuerpo a cuerpo fue encarnizada. Al frente de esos guerreros estaba Kuyuchi el lugarteniente de Rumiñahui, que personalmente enfrentó al capitán español acertando un golpe con su cuchillo en el centro de su pecho. El español con desconcierto miró el rostro de su asesino. La artimaña resultó exitosa. Todo esto fue parte del plan diseñado por el general Rumiñahui, famoso por sus tácticas de guerrilla. El inca rebelde había dispuesto que los grupos sirvan como señuelos para cubrir el movimiento de un cuarto grupo que llevaría el oro a su escondite verdadero. El plan incluía una misión suicida para los chasquis que arrastrarían de esta manera a los soldados tras los señuelos. A sabiendas de que los invasores tendrían que dividirse para seguir a los tres señuelos, deberían crear la idea de que los grupos que llevaran el oro eran grandes, por lo que los minúsculos grupos de cargadores iban seguidos por un grupo un tanto más numeroso de guerreros que pasaban una y otra vez sobre el mismo terreno para hacer pensar a sus enemigos que eran muchos, esto les obligaría a ser cautelosos con los ataques, dis minuyendo así su número de bajas. Ni siquiera los chasquis sabían el verdadero contenido de la carga, de esa manera Rumiñahui se cercioró de que su plan funcione plenamente. Habían transcurrido varias semanas y los recorridos eran tortuosos para ambos ejércitos. La posición del conquistador era un tanto incómoda puesto que tenía que seguir con la misión primordial que era anexar más territorio para el imperio español. Y en esas circunstancias sus propios compatriotas eran
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de poco fiar, puesto que eran ya conocidas las luchas que entre los conquistadores existían por intereses que en algunos casos habían terminado violentamente. Entendía que el oro que Pizarro no recibió por el rescate de Atahualpa, lo tenía Rumiñahui. A pesar de ello, los españoles recibieron toneladas de oro, piedras preciosas, metales preciosos los que fueron embarcados rumbo a España, en su mayoría. Mirando un cofre lleno de joyas preciosas comprendió que la leyenda de El Dorado no era del todo descabellada. Todos hablaban de ella. En las jornadas de descanso era común encontrar a los fanfarrones de siempre inventando mil y un relatos del mítico lugar. Fue así como los mismos españoles se encargaron de crear historias que seguramente se escucharon cientos de años después. Para los europeos El Dorado pasó de a poco a convertirse en algo real, en algo tangible. El sitio donde los Incas guardaban sus tesoros tenia que ser encontrado. Los españoles se fascinaban al oír relatos de templos cuyas paredes estaban cubiertas de oro macizo. Grandes ídolos adornados por joyas elaboradas por los mejores orfebres del Imperio. Aquella noche llegó al campamento inca, el chasqui Lalangui con noticias desde Cajamarca. Este había salido semanas atrás y seguía un rastro especial que Rumiñahui dejaba para él. El general rebelde estaba ansioso de recibirlo así que apenas le informaron que llegó salió a darle el encuentro. El chasqui se postró al pie de su líder y le contó lo que había sucedido. En su choza improvisada en el bosque húmedo aquel, Rumiñahui estaba sentado frente a la hoguera. Su mirada parecía perdida. Las cenizas ardientes que flotaban cual luciérnagas eran el objeto que seguía con su mirada. Los ojos de Rumiñahui estaban húmedos. Eran lágrimas retenidas. Las noticias que recibió Rumiñahui fueron muy tristes. Luego de casi seis meses, Atahualpa había sido asesinado por los españoles. Instruyeron un proceso legal viciado de principio a fin, acusándolo de haber asesinado a Huáscar. En un tribunal formado por torpes sin conciencia, fue juzgado y condenado. En la misma plaza donde fue apresado, el Sapa Inca había sido condenado a morir en la hoguera. Pero esto era algo inaceptable para el noble inca, pues su cuerpo al convertirse en cenizas no le permitiría convertir su espíritu en Mallqui, un estado superior de vida inmortal después de la vida terrenal. La inocencia del gobernante inca y su gentileza, hicieron que sus captores llegaran a estimarlo mucho. Francisco Pizarro no deseaba liberarlo, pero con el paso del tiempo, tampoco quería matarlo. En un comportamiento ambiguo, Pizarro se levantó en el proceso legal contra Atahualpa para anticipar que cualquiera que intentara defenderlo sería mirado como traidor a la Corona. Cierto grado de afinidad se fue creando entre los dos personajes. Atahualpa fue adaptándose a los requerimientos de los españoles. Tanto así que el momento de su condena a muerte, aceptó ser bautizado para que le cambien el tipo de condena. El manipulador cura Valverde lo bautizó en ese instante, ante la mirada complaciente de los invasores. Lo llamaron Francisco, en honor a su padrino, el jefe de los conquistadores. Con altivez, Atahualpa recibió su nueva condena. Moriría ahorcado. Pidió que le soltasen las ataduras de sus manos y pies y caminó hacia el grueso palo erguido en el centro de la plaza. Allí lo ataron con sus manos rodeando el madero y cubrieron su rostro. Esa mañana del 29 de agosto de 1533, el verdugo, un oficial del ejército español rodeó el cuello del soberano con una gruesa soga y con el cetro que el Sap a Inca llevó a la reunión hace meses la torció hasta oprimir el cuello de Atahualpa. Antes de perder el aliento, el Emperador pidió perdón a su pueblo por haberles fallado. El soldado que estaba frente al Emperador vio como una lágrima rodaba por la mejilla tostada del último gobernante Inca. Atahualpa había muerto. Los relatos mencionan que Atahualpa fue enterrado al día siguiente de su ejecución en medio de unos funerales solemnes dirigidos por el mismo Pizarro, que lució durante la ceremonia un sobrio traje negro. El Tahuantinsuyo había llegado a su fin. Rumiñahui sobrecogido lloró y se dejo caer sobre sus rodillas. Había perdido a su hermano, su líder, su divinidad. A pesar de no estar de acuerdo con su comportamiento mortal de querer comprar su libertad, siempre esperaba que el resto del ejército inca lo liberara, pero Atahualpa de un modo extraño fue cautivado por el trato que los españoles le prodigaron en prisión y así impidió que su gente intente liberarlo. El general por su parte había decidido tomar las riendas de la resistencia en la
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región norte del territorio del Tahuantinsuyo. Y la historia lo había puesto al mando de un grupo numeroso de valientes guerreros, de mujeres altivas y niños orgullosos de su estirpe. Pero sin duda la mayor responsabilidad de su misión era el mantener los tesoros incas lejos de las manos de los “barbudos“. A la mañana siguiente todos asistieron a una ceremonia especial, en honor del fallecido Emperador Atahualpa. La pérdida de su divinidad, fue un golpe al espíritu general del pueblo. Muchos se comenzaron a cuestionar si lo que habían hecho era lo correcto. Rumiñahui era uno de ellos. Intentó cuestionarse qué hubiese pasado si el oro llegaba a manos de los españoles. Luego de la reunión, se retiró muy preocupado. Atahualpa murió por mi culpa… debí entregar ese oro… - se recriminaba frente a Kunaq No…mi señor…Atahualpa murió porque la ambición de los españoles es inmensa...la Oscuridad de su fuerza invadiría nuestro Imperio… si usted no detenía el envío del oro a Cajamarca, habría servido más a ese pueblo invasor que al suyo… Posiblemente nuestro Emperador aún estaría con vida… No lo creo… La conversación terminó de súbito. El General se retiró hacia un sitio más reservado, para continuar atormentándose con sus remordimientos. El estado de aislamiento que Rumiñahui se autoimpuso tenía a todos preocupados. Su retiro lo mantenía alejado del campamento. Asiri, caminó largo rato antes de encontrarlo. Le tomó de la mano, suavemente, al verlo con la mirada fija en el monte. Caminaron por el sendero. El maravilloso paisaje era absorbente. De a poco ambos se sintieron lejanos a los problemas. Sintieron que la guerra quedaba detrás, que la invasión era solo un mal sueño. Los ojos de Rumiñahui estaban fijos en el rostro de Asiri. Ambos se dejaron caer en la grama, para mirar el amplio y soleado cielo. Desde pequeño intenté contar cuántas estrellas hay en el cielo…pero mi padre…me dijo que había cosas que no podíamos hacer por más que lo intentáramos… Prométeme una cosa…- se apresuró a posarse sobre el pecho de su amado y mirándolo lo desafió. Pídeme lo que sea… Que nunca dejarás de amarme… No tengo que prometértelo…- dijo poniéndose muy serio – eso lo haré por el resto de mi vida…- le sonrió y besó. El amanecer encontró a Rumiñahui abrazado de Asiri tiernamente. Aquel hilo de luz que atravesó el pajonal de su choza, le hizo levantar de modo repentino. A dónde vas? – le preguntó aún somnolienta Asiri Hay algo muy importante que tengo que hacer… Rumiñahui salió presuroso de su choza. En cuanto apareció, los principales de su ejército se acercaron a él en clara sumisión. Van rumbo al norte… - dijo uno de ellos Lo sé… - dijo Rumiñahui – es mejor que partamos ahora mismo… Al girar su cuerpo para impartir una nueva orden al grupo de elite, se encontró con su esposa, de pie, frente a él. Sabes que te estarán esperando…verdad? – le dijo Asiri que le había seguido. Sí, lo sé… por eso iré con un grupo pequeño de guerreros, será más fácil movernos entre ellos. Cuídate…por favor…y no olvides que te amo…- le besó suavemente en la mejilla Recuerda… si algo pasa yo… - no pudo concluir porque Asiri le puso su mano en la boca. Ni siquiera lo digas… sé que volverás… Kuyuchi se acercó al General para informarle que todos estaban listos para partir. Luego de los hechos acaecidos en Cajamarca, los espías de Rumiñahui, le informaron que por orden de Pizarro el cuerpo del Emperador Atahualpa sería trasladado hacia los territorios del norte. Su plan era rescatar de manos de los invasores europeos el cuerpo del Hijo del Dios Sol, para su merecido homenaje con su pueblo. El campamento de los españoles era muy visible desde cualquier punto de aquel monte, era como si quisieran ser encontrados sin problema. El fuego encendido elevaba una gran nube de humo. Al acercarse sutilmente, los guerreros incas veían a un grupo de uniformados sentados frente a la
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hoguera gritando y riendo. Kuyuchi logró distinguir la simple caja de madera en la que los restos de Atahualpa yacían. Con suma puntería los rebeldes arrojaron varias flechas al grupo de españoles sentados. Los cuerpos caían sobre el fuego y ardían rápidamente de un modo extraño. La orden de avance fue dada y los incas se apresuraron a ingresar al campamento, pero nadie más aparecía. Los rostros sorprendidos de los rebeldes no podían ocultarse. Pero todo fue claro, cuando se acercaron a la hoguera y descubrieron que los soldados españoles no eran sino muñecos de paja. El grito desesperado de Kuyuchi mientras daba la orden de retirada, no fue sino señal de que habían caído en una trampa. De los carruajes que formaban parte de la caravana, descendieron las telas que los cubrían y detrás aparecieron decenas de soldados armados con arcabuces. Apenas descendió el telón, una terrible matanza ocurrió. Los incas caían bajo el poder mortal de las balas españolas. Benalcázar en persona dirigía la operación militar. Incluso disparó contra un inca por la espalda, mientras intentaba huir. En pocos minutos, los cuerpos sangrantes de los guerreros yacían por toda aquella planicie. Ordenó que cesasen los disparos. Descendió del carruaje que le había servido como pertrecho, y caminó ansioso entre los muertos. Con su bota giraba el cuerpo de los asesinados, uno a uno. Sus pasos se hicieron más rápidos, el ansia aumentaba conforme no lograba encontrar lo que buscaba. Busquen bien… debe estar por allí !! – gritaba eufórico Al cabo de un rato, regresó el oficial con novedades de la búsqueda. Señor… me temo que no está aquí… Cómo…? No puede ser…!! Ese maldito…!! Los gritos de histeria de Benalcázar retumbaron la montaña. Su ira brotó sus venas al punto de parecer desprenderse, al descubrir que en el grupo de los rebeldes que cayó en su trampa no estaba Rumiñahui. El Gobernador pateó la caja donde supuestamente viajaban los restos de Atahualpa, y su tapa cayó. Estaba vacía. El cuerpo del fallecido Emperador aún permanecía en Cajamarca, por orden del mismo Benalcázar. Y así lo intuyó Rumiñahui que con un grupo de cinco hombres avanzó hacia allá para apoderarse del cadáver real. Disfrazados con gruesas capas que no dejaban ver su cuerpo, los cinco guerreros avanzaban hacia las puertas de la ciudad. El lugar parecía vivir una fiesta. Sin duda, era una fiesta, pero una fúnebre en la que los indios despedían a su Emperador, con cánticos y ceremonias fastuosas en todos los rincones de la comarca. Al acercárseles un par de soldados se agacharon y caminaron un poco más lentamente. Sin embargo, uno de los españoles le hizo una señal al otro, al descubrir el calzado que llevaban esos extraños viajeros. Así que decidió averiguar algo más sobre ellos. Hey tú… déjame ver tu rostro… Rumiñahui no volteó su mirada. Ignoró el llamado del soldado. Fue entonces, que éste se le acercó y le tomó del hombro. Al hacerlo girar, la capucha se bajó dejando ver el rostro del inca. Un indio ¡! Es un indio ¡! – gritó dando la voz de alarma Con el bastón que llevaba en sus manos, Rumiñahui le asestó un fuerte golpe en el mentón que lo mandó lejos. El cuerpo inconsciente cayó sobre un puesto de fruta de un campesino. Valdo, otro de los incas, propinaba de igual manera un certero golpe al otro soldado, dejándolo fuera de contienda. Rumiñahui?!! – decía admirado el campesino que vendía fruta – Miren, es Rumiñahui ¡! – comentaba a todos lleno de alegría Es él?- le preguntó una anciana que compraba alguna mercancía Sí, por supuesto… lo conocí hace algunos años… no ha cambiado mucho…- contestó el campesino Rumiñahui, Valdo y sus hombres corrieron al ver como un grupo de soldados españoles se acercaba al lugar. Viva el nuevo Emperador!! – gritó eufórico el campesino Todos se emocionaron al ver o al menos escuchar que su nuevo líder estaba allí. Porque a pesar que el poder español le otorgó la sucesión del trono de Atahualpa a Túpac Huallpa, Rumiñahui era considerado por muchos como el más indicado para gobernar el Imperio inca. Cara de Piedra sonrió antes de ocultarse, al escuchar vivar su nombre como el nuevo regente. Corrieron por los anchos pasillos del castillo real de Cajamarca en búsqueda del cofre con los restos de Atahualpa. La inmensa construcción era como un laberinto, lleno de rincones y esquinas. Los soldados comenzaron la persecución. Ocultos en un rincón donde la luz de las antorchas no llegaba, los incas observaban como un oficial apresuraba a cuatro soldados que cargaban algo.
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Moveos ¡! Moveos ¡! Alguien ingresó al castillo… hay que redoblar la guardia… ustedes traigan esa maldita caja acá rápido… ¡! Los rebeldes supieron que encontraron lo que vinieron a buscar. En un anticipo a los planes oscuros de Benalcázar, Rumiñahui presintió que el rumor de movilizar el cuerpo de Atahualpa hacia los pueblos del norte era simplemente una artimaña para sacarlo de su escondite. Ni a Pizarro ni al resto del ejército español le convenía por ningún motivo mover el cuerpo de Atahualpa porque generaría un estado de incertidumbre entre los pueblos indígenas que indudablemente no sabrían cómo manejar. Ahí está… - susurraron los incas Sin un plan definido y con un tiempo que no era muy largo, Rumiñahui decidió esperar a que la carga esté depositada en el lugar establecido por los españoles. Luego de varios minutos, los soldados europeos llevaron su pesada carga hacia un cuarto donde dejaron cuatro guardias afincados en la puerta. Dentro de la habitación, una fina llovizna de polvo cayó sobre el féretro. Una piedra se deslizaba en el techo. Era uno de tantos túneles que formaba parte de un indescifrable sistema de escape que el castillo tenía. Fue construido por sugerencia expresa de Rumiñahui a su Emperador, para mantenerlo a salvo en momentos de riesgo, aunque el regente lo utilizaba también para sus escapes nocturnos con bellas doncellas. Bajen con cuidado… no hagan ruido… Y ahora que hacemos?...cómo nos llevaremos el cuerpo del Emperador? – preguntaba Valdo que también ya había descendido Ten fe en los dioses… - sonrió Rumiñahui El General rozaba con sus manos aquel cajón de madera sencilla donde su líder yacía. Era inconcebible cómo el hombre más poderoso del Imperio estaba allí, encerrado en una caja, sin sus pertenencias terrenales. Los incas al igual que muchos pueblos aborígenes tenían la costumbre de enterrar a sus muertos con sus enceres, incluso con comida para su viaje al más allá y en ocasiones con algunas de sus esclavas o amantes. Retiró la tapa del cajón y descubrió a Atahualpa momificado según la tradición inca. Ataviado con ropas sencillas, sin ninguna joya, parecía ser el más común de los sirvientes indios antes que el Emperador. Fue entonces, que Rumiñahui se sacó una manilla de oro que tenía puesta y la colocó en la muñeca de Atahualpa. Al ver esta acción, el resto de sus guerreros tomaron alguna prenda de oro que poseían en sus ropas y se la colocaron al fallecido Emperador. Al terminar esto, todos se extrañaron al ver como Rumiñahui tocaba con sus dos manos las paredes. Era como si buscase algo. Sé que está por aquí… - se decía casi murmurando Qué buscas, General? Ayúdenme… por aquí debe estar… nuestra puerta de escape… Todos hicieron lo mismo que su líder, aunque sin saber el motivo. Fuera, mientras tanto, un oficial recibía informes de la intromisión de unos extraños en el castillo. Al escuchar la noticia, no le fue difícil saber qué era lo que buscaban. Así que casi corría al dar instrucciones a varios soldados para que lo siguiesen. Empujaban al que se cruzara en su camino, sin tiempo para más explicaciones. El grupo de incas, desesperaba. No encontraban aquel mecanismo que abría una puerta secreta oculta tras las paredes de piedra. Señor, aquí no hay nada ¡! – refunfuñaba uno de los guerreros mientras posaba sus manos con furia sobre la pared. De repente, un extraño ruido como de piedras chocando entre sí, sacudió levemente la habitación. Otra vez la fina lluvia de polvo y arena. La puerta se abría para emoción de todos. -
Afuera, el oficial español gritaba a los guardias de aquella habitación para que abrieran rápido. Escuchamos algo… pero nadie ha entrado aquí… señor… Sin duda, los gritos del oficial y los nervios hicieron que el joven soldado dejara caer las llaves que abrían el candado aquel. Con furia, el oficial lo empujó y tomando una pistola, disparó. Exaltados todos, descubrieron aquella habitación vacía. No había rastros de nadie y lo peor, el féretro de Atahualpa había desaparecido. Estoy muerto… - dijo el oficial en voz baja para sí mismo al imaginar la reacción de Benalcázar Nada pudieron hacer. Ni siquiera ingresar por aquel túnel del techo les llevó a algún lado. Jamás descubrieron esa puerta secreta que se activaba con la simple presión al ídolo del Rey Sol ubicado en el muro.
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El duro revés al ejército español tomó por sorpresa a todos. Benalcázar tampoco pudo prever la audacia de su rival indio de sacar los restos de Atahualpa de la mismísima Cajamarca. Además, que comenzó a correr la voz de que el nuevo Emperador, el verdadero Emperador Inca era Rumiñahui. Esto, era algo que no podía permitir. Así que en pocos días, fueron arrestados quienes de alguna manera suscitaron el rumor. Pocos días después moría torturado el campesino aquel que identificó a Rumiñahui en su aventura al castillo para rescatar los restos de Atahualpa. Las noticias corrieron con la velocidad del viento entre los pobladores del imperio invadido. El cadáver sagrado del Emperador Atahualpa había desaparecido. Unos atribuían el suceso a poderes divinos. Otros simplemente no podían creerlo. Varios días después, en el campamento inca la voz de alarma se escuchó. Alguien se acercaba . Rumiñahui salió al frente y esperó al invasor oculto en la vegetación. El ruido que provocaba el caminante no buscaba ser oculto, era claro y contundente. Las ramas s e quebraban, el lodo salpicaba. Cuando el General estuvo a punto de cercenar la cabeza del intruso con su hacha, se detuvo in fraganti. No podía creer lo que veía. Era Kuyuchi mal herido. Kuyuchi?!! Mi señor…- dijo y cayó pesadamente en el piso Al cabo de varias horas, el herido volvió en sí. Al hacerlo, se descubrió rodeado por sus más cercanos colaboradores. Pero más alegría le causó al ver a la preciosa Gema, limpiando sus heridas. Despertaste…- dijo Rumiñahui Dónde estoy?...- respondió aún confundido Kuyuchi Está entre amigos… no se preocupe… - le dijo Gema gentilmente Te dábamos por muerto… - comentó Asiri Lo sé… le debo la vida a los Dioses… Fui el único en sobrevivir… No sé cómo lo hiciste…pero aparte de algunos rasguños y no haber probado bocado en varios días… estás entero…- le dijo el general Rumiñahui Sabíamos que ibas hacia una trampa… qué pasó?- Preguntó Iskaywari Lo siento… mi arrogancia hizo que ordenara a mis hombres adentrarse al campamento español… los aniquilaron… Una de las explosiones hizo que me desmayara… seguramente al ver mi rostro… los invasores supusieron que estaba muerto… y me dejaron allí con el resto de guerreros muertos… - relataba sobrecogido Kuyuchi Da gracias a los Dioses… Ahora, necesito que descanses y te repongas… seguiremos la marcha…- le ordenó sutilmente Rumiñahui al retirarse. Lo mismo iba a hacer Gema, pero la mano del herido se lo impidió. Quédate un poco más, por favor… Está bien señor… Ya te dije que no me llames así… Lo intentaré… Sabes…cuando abrí mis ojos y vi tu rostro creí que estaba con los Dioses… Mmm…- decía coquetamente Gema No sé si tendré oportunidad de decírtelo en otro momento, así que mejor te lo digo ahora…mi pequeña Gema…desde el primer día que te conocí estoy enamorado de ti… Gema enmudeció. Su sonrisa desapareció. El abrupto reconocimiento de parte de Kuyuchi la tomó por sorpresa. Si bien, ella se mostraba amigable con el guerrero, jamás pensó encontrarse en esa circunstancia. Qué pasa? Nada señor… es que yo… Tú…no podrías jamás fijarte en un monstruo como yo, verdad?!!- comenzó a alterarse No es eso…es que mi corazón no lo ve como un hombre a quien amar… Tú sabes que puedo pedir a tu familia que te entregue para que te cases conmigo…es un derecho que como guerrero me lo he ganado… Usted podrá hacerlo…y mi familia aceptarlo…pero ni usted ni mi familia gobiernan mi mente y mi corazón… Sal de aquí!! Déjame solo…no quiero verte más…sal!! Gema se puso de pie, dejó el pocillo con agua medicinal cerca del enfermo y salió de aquel sitio. A partir de ese momento, un frío y oscuro sentimiento se apoderó de Kuyuchi.
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La falta de un frente común indígena para oponerse a los españoles, hacía difícil la tarea de consolidar una resistencia, puesto que eran necesarios encuentros previos con sus líderes, Cosa prácticamente imposible, debido a los resentimientos que Atahualpa y el mismo Rumiñahui habían creado con sus batallas de conquista incaica. Los aliados se los ganaban sobre la marcha, así mismo, se enfrentaba a los grupos que sin querer apoyar a los europeos , se oponían a algún tipo de dominación inca. Sin duda los españoles tampoco la tenían tan fácil. Existieron muchos pueblos que mantuvieron su lealtad al poder imperial indio durante el tiempo que duró el conflicto con los invasores. Por eso la mayoría de ellos fueron devastados. Los rebeldes veían en sus desplazamientos, como pueblos enteros habían sido zaqueados e incendiados. Mujeres, niños, ancianos yacían muertos en los restos aún humeantes de aquel poblado. Rumiñahui se sintió abrumado al ver a un pequeño bebé mutilado junto al cuerpo de su madre que también mostraba haber sufrido una muerte atroz. Mira Gran Señor…ese es el Pachacuraca de esta tribu- le indicó uno de sus acompañantes Lo conocí…era el viejo Jumavi…hombre leal y valiente… Parece que quisieron dejarnos un mensaje…- añadió el guerrero Payenema al tomar un papel que estaba clavado con una estaca sobre el pecho del viejo gobernante asesinado. En medio del cuadro dibujado por los cientos de muertos regados por doquier, el General no podía distinguir el mensaje del que hablaba su asistente. Al cabo de unos segundos, al observar con más detenimiento descubrió que junto al Pachacuraca o Gobernante local de esa tribu, estaban dispuestos cuatro cadáveres clavados en estacas formando una cruz. Así habla su Dios?- se preguntó Payenema le entregó aquel trozo de papel ensangrentado. Entiendes lo que ese papel siginifica? No…Gran Señor. Rumiñahui lo guardó en su shigra, una especie de bolso tejido a mano.
Varias semanas habían transcurrido y a pesar de movilizar la carga dorada con gran presteza, los esfuerzos de los rebeldes parecían insuficientes. Rumiñahui desesperaba. Habían hecho su campamento cerca de un río en la región selvática. Tachena se le acercó. Su rostro mostraba descontento. Mi Gran señor…no hemos avanzado mucho en las últimas semanas… Lo sé…lo sé… Hoy hemos perdido cuatro cargadores… Huyeron…? No señor…claro que no…murieron… La carga de este oro nos está costando más vidas que nuestras batallas con los españoles…!! Lo sé Gran Señor…debemos encontrar otra manera de movilizar nuestro oro… Rumiñahui tallaba con cuchillo un pedazo de tronco intentando calmarse y ese momento lleno de furia lo arrojó hacia el río. Sus ojos se iluminaron. Su rostro dibujó una gran sonrisa. Ya sé como haremos que nuestro oro avance más rápido…- le decía a Tachena mientras señalaba sonriente con su mano el pequeño trozo de madera flotando y moviéndose rápido río abajo. Todos los hombres se dedicaron en el bosque a cortar los troncos de esa madera tan ligera que Rumiñahui tallaba. Se trataba de palo de balsa. La usarían para construir las barcazas que llevarían el oro hacia la zona oriental, donde solo el General rebelde y el sumo sacerdote conocían. Cara de Piedra al igual que todo su ejército no contaba con mucha experiencia en navegación y mucho menos en la construcción de botes más grandes que los que usaba en la pesca. Pero suponía que no sería difícil. Hizo varios bosquejos dibujando en los troncos de árbol o en el piso. Muy cauto decidió construir la primera nave y ponerla a prueba. Al cabo de dos semanas, ésta estuvo lista. Construida en el margen más calmo del río, reposaba sobre unos troncos que servirían como rieles. El rebelde inca repasaba los mapas hechos por los mensajeros que envió para conocer el curso del río. Allí estaban los tripulantes de la primera embarcación. Tendrían que hacer un recorrido inicial que atravesaría dos puntos difíciles en la corriente. Esperarían al resto de las barcazas que estaban en construcción en las orillas del río varios kilómetros abajo. La hora había llegado. Los tripulantes hicieron los honores ante su General antes de embarcarse. Se cortaron las sogas y partieron. Todos
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en tierra los seguían con la mirada, e incluso algunos corrían por la orilla dando gritos de alegría. Pero de repente, algo salió mal. El tronco que servía de timón se rompió al chocar con una piedra. La barcaza perdió el control. Los indios que luchaban con todas sus fuerzas por mantenerse en sus puestos, salieron expulsados violentamente al chocar con otra inmensa piedra. Rumiñahui de una patada desbarató sus planos hechos de rocas y astillas. Un extraño sonido detuvo las actividades del campamento de improviso. Todos miraban a un lado y otro, intentando vanamente en descubrir qué ocurría. Nada parecía moverse sino las copas de los coposos árboles. Rumiñahui avanzó con su lanza hacia la arboleda. Giraba su cuerpo en constante vigía. Sin embargo, de la nada apareció tras suyo un guerrero que le sujetaba del cuello y le apuntaba con un cuchillo. Con un ágil movimiento de su mano, desarmó a su contrincante y lo tomó de la cabeza y lo arrojó sobre sus hombros. Pero el guerrero que lucía su cuerpo pintado, sorprendentemente caía de pie y estaba ya listo para seguir la lucha. Los ojos de Rumiñahui se abrieron al ver con gran sorpresa, que su atacante era una mujer. Pintada de colores que semejaban a la foresta, la extraña hizo una señal y en pocos segundos el campamento inca se vio rodeado por cientos de mujeres guerreras que colgaban de lianas con gran agilidad. Las mujeres se desprendieron de sus cuerdas y avanzaban amenazadoras. Sin embargo, la líder dejando su actitud belicosa tomó su cuchillo y tomando una posición más amistosa lo guardó en su cinto. Es un honor…tener en territorio amazona al Gran Señor Rumiñahui…- decía Amazonas? - replicó incrédulo el General – creí que su pueblo había desaparecido? Estuvimos a punto de desaparecer…el ejército de Huáscar incendió y destruyó nuestro pueblo…asesinó a todos los varones cuando nos invadió…Huáscar temía que nos uniéramos a tu ejército…así que mandó a matar a mi padre, Achay…luego siguieron mis hermanos, mis amigos…Todos! Me duele escuchar eso…pero no están un poco lejos de la costa? Nuestro pueblo ha sido amo de los mares y de los ríos…por eso cuando logramos escapar de nuestros opresores decidimos buscar un nuevo lugar para asentar nuestra tribu… Pero ustedes son…solo mujeres?!- dijo admirado Valdo Solo mujeres?- respondió sarcásticamente y arrojó un puñal que se clavó en un tronco cerca al rostro de Valdo, que quedó boquiabierto. Veo que pueden defenderse solas…- añadió Rumiñahui Pero Valdo un tanto inquieto se acercó a Rumiñahui y le dijo algo al oído. El General sonrió. Casi adivinando lo que el guerrero comentaba en susurros, la amazona se acercó. Quizás debiéramos llevarte con nosotras para que sirvas como padre de todos nuestros hijos…Tienes todo… lo que un hombre debe tener…- le dijo a Valdo con aires de seriedad, pero al girar el rostro para su gente, sonreía. No…no… gracias… mi pueb…mi pueblo me necesita… Yo creo que ellas te necesitan más – decía sonriente Rumiñahui. Las guerreras adoptaron poses coquetas, al clavar todas sus miradas en el nervioso Valdo. Por lo que pasó con tu embarcación… creo que nos defendemos mejor que ustedes…sonreía la líder amazona. Es que…- el general no tenía una respuesta a tal insinuación. Nosotras avanzamos hacia nuestro nuevo territorio… A dónde irán?- se inquietó Rumiñahui Iremos a la más profunda selva… iremos al Río Grande… pronto será territorio amazona… El Río Grande está a mucha distancia de aquí… Lo sabemos… por eso no debemos perder más tiempo… los ayudaremos a construir naves que resistan la fuerza de este río… Además deben detenerse en la playa amarilla si no quieren terminar en la boca de una cascada… Porqué nos ayudas? Nuestros pueblos fueron amigos en la lucha contra Huáscar…ahora son amigos en la lucha contra los invasores españoles…mi nombre es Shula…líder de las Amazonas… Tú sabes lo que llevamos con nosotros? No. Y no me interesa. Nuestro pueblo ha escuchado desde sus inicios…una leyenda que habla de gente extraña que llega del mar y que cambiará todo lo que nosotros conocemos… arrasarán con nuestros hijos… los esclavizarán… destruirán nuestros bosques, nuestra selva… contaminarán nuestra agua… dejarán a nuestra montaña sin el ruido de los
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pájaros…pero… la misma leyenda… habla de un grupo de guerreros que se enfrentará al invasor… habla de un guerrero que cuidará la mayor riqueza conocida por el hombre… Crees en tus leyendas? Claro que sí. Y creo que estoy frente a ese guerrero…
Caminaron por el campamento, chequeando el estado de su gente. De repente, la guerrera se le acercó y le hizo ver como los animales de carga estaban lastimados. Rumiñahui se acercó y se cercioró que el lomo de las llamas estaba realmente lacerado. Tu pueblo no domina el río como nosotros lo hacemos…Eres un gran guerrero…pero un pésimo navegante…- le dijo sonriente – Mira el lomo de tus bestias… tienen heridas… Y qué tiene qué ver eso con…- se detuvo en seco al darse cuenta de la insinuación. Al rozar con sus dedos la herida, sus ojos se iluminaron. Tenía la solución a su problema. Al cabo de siete días partió la segunda barcaza. Esta ocasión, ordenó cargar menos oro en ella. Los incas por tradición no cargaban a sus llamas con más de 35 Kg. Las llagas de las llamas eran ocasionadas por el sobrepeso que llevaban, le vino la idea, entonces, que el peso de las barcazas debía revisarse. Con gran angustia seguía el recorrido desde el lecho del río. Todos miraban en silencio. Shula que estaba junto a Rumiñahui mantenía la serenidad, confiaba en los conocimientos de su pueblo que lo hacían amo de los ríos y mares. De pronto, el punto crítico a superar llegó. Los tripulantes asustados se sujetaron de las sogas con las que estaban amarrados los troncos. La fuerza del río impulsó a la barcaza hasta casi levantarla en vertical. Pero soportó el impacto. Rumiñahui había acertado gracias a los consejos de Shula. En su desesperación inicial de movilizar el oro lo más rápido posible, sobrecargó la primera barcaza haciéndola inmanejable. Todos dieron gritos de alegría. Desde el río, los navegantes movían los brazos saludándolos. Desde el risco sonreía. A partir de ese momento, los esfuerzos se redoblaron. La gente sabía que el sacrificio valía la pena. El río les ahorraría muchas semanas de duro trabajo. Ahora Rumiñahui decidió zarpar con todas las embarcaciones en un gran convoy. Una a una fue construida, con las mismas dimensiones y materiales. No podía arriesgarse a perder más de su gente y el oro. Varios días habían transcurrido de aquello, y ahora Rumiñahui paseaba orgulloso viendo una flota de cerca de veinte barcazas apostadas en la orilla del río. Sería el último en embarcarse. Es tiempo que continúes tu camino…- se despedía Shula Algún día nuestros pueblos volverán a juntarse para cuidar de esta selva…- le decía Rumiñahui como una promesa más que como despedida. Estoy segura que así será…- lo dijo casi profetizando la hermosa amazona. Dio la orden de cortar las amarras. Con una diferencia de treinta minutos, cada una de las naves tomaba el lecho del río. En la última barcaza partió Rumiñahui. En la orilla las amazonas se despedían de los incas con gestos amables. La flota inca transportaba su oro más rápido que nunca. Los remos que había añadido al primer diseño, daban mayor posibilidad de maniobrabilidad. Todos estaban alegres. Aunque la fuerza impetuosa del río los obligaba a concentrarse. Al cabo de varias horas de una agotadora travesía, uno de los tripulantes de la barcaza que iba delante de todas avistó a la barcaza que esperaba en el lecho calmo del río. Todas las naves llegaron sin problema. Sin embargo, Benalcázar había llegado tras la pista hasta el lecho del río desde donde partieron. Estuvieron aquí hace pocas horas…fueron río abajo…- decía el guía. Debemos seguirlos…el río les dará gran ventaja…- reclamó Benalcázar. En tierra, Rumiñahui explicaba a los suyos que a pesar de lo ventajoso que era usar el río para el transporte de carga tan pesada, ya no se podía utilizar este recurso. A pocos kilómetros de ese descanso, había una gran cascada, que impedía continuar la travesía. La marcha a pie se reanudó. En tanto, Benalcázar con el apoyo de sus oficiales logró construir barcazas más rápidamente y de menor envergadura, al fin y al cabo era más fácil para él movilizar solamente a su ejército. En pocos días llegó al sitio donde las barcazas incas estaban amarradas. Mas bien sus restos pues habían sido quemadas. Chugcha observando las huellas dejadas le señaló la dirección para continuar con la persecución. Una a una fueron llegando las diez barcazas españolas. Benalcázar llegó a tierra en la penúltima. Cuando estaba a punto de bajarse, de repente, un golpe sacudió los maderos e hizo perder el equilibrio a todos. El Gobernador y cuatro soldados más cayeron al agua. Iban siendo arrastrados por las fuertes corrientes. Al ver lo ocurrido, los esclavos y algunos soldados corrían por la orilla entre tropiezo y tropiezo intentando rescatar a los desafortunados. Chugcha cortó rápidamente un trozo largo de liana y se lo arrojó a Benalcázar, quien con mucho esfuerzo agitaba sus brazos para acercarse a la cuerda salvadora. Su cuerpo desapareció por un instante. El cañari
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creyó muerto a su líder, hasta que sintió un tirón en la liana. La tensa cuerda daba cuenta que el español estaba luchando por su vida. Con la ayuda de dos soldados tiraron y tiraron de la soga hasta que lograron sacar a Benalcázar a tierra firme. Pero nada pudieron hacer por el resto, el sendero improvisado acabó en un gran risco que dejaba ver el terrible destino que les esperaba a los hombres caídos. Era una sorprende caída de agua de más de dos cientos metros de alto que chocaba con grandes rocas. Los terribles gritos de desesperación se perdían con el bramido de las aguas. En medio de la espesa montaña los rugidos de la montaña se repetían como un poderoso eco. Kunaq, el viejo sacerdote que había sugerido a Rumiñahui esconder el oro en la montaña sagrada, señalaba con un dedo un volcán activo, ese sería su destino. El oro acumulado era muchísimo. La hilera de cargadores avanzaba pesadamente con sus chalos, bolsas hechas de lianas donde llevaban piezas de oro y plata. Esa montaña era el monte sagrado que por generaciones había mantenido en secreto para la mayoría de los mismos Incas. Su ubicación solo la conocían los sumo sacerdotes de cada generación, que eran hombres sabios que guiaban a los gobernantes como parte del Consejo Imperial en el que también participaban los gobernantes de los suyus, el príncipe heredero, un amauta y el general del ejército imperial. El sumo sacerdote o willaq uma era un anciano que conocía de muchas ciencias y era el consejero espiritual del monarca. Pero era el único en conocer la exacta ubicación del Monte de Oro y le quedaba expresamente prohibido hablar de ello, incluso, le era obligado mantener en el imaginario general que se trataba de un mito para evitar que de algún modo esa riqueza fuera utilizada para fines personales y no los imperiales. A su muerte, cada sumo sacerdote debía transmitir sus conocimientos ancestrales al siguiente sumo sacerdote en una ceremonia secreta. El valeroso General Rumiñahui era visto siempre como un hombre que cumplía con sobra los requisitos para poder convertirse en gobernante del pueblo inca. Kunaq, el sumo sacerdote era un anciano que respetaba la trayectoria de su vida. Le indicó que faltaban apenas ocho días para llegar al Monte de Oro. Lo retiró del resto del grupo y le habló como nuevo líder de su tribu. Gran Señor…en ocho lunas estaremos en el Templo Dorado… Kunaq… Lalangui dice que Benalcázar está muy cerca de nosotros… crees que debamos continuar hacia el Monte sagrado…? Los dioses no les dejará acercarse…- dijo firmemente mientras golpeaba su bastón en el piso. Ese preciso momento, el cielo en la montaña se oscureció tan repentinamente que incluso el mismo Rumiñahui sintió escalofríos. Están muy cerca…- exclamaba Chugcha al ver el rastro inca a escasos cinco kilómetros Las nubes teñidas de oscuro comenzaron a correr más rápidamente, rayos y truenos cayeron en una extraña armonía. Unas pocas elevaciones los separaban de sus perseguidores, pero la espesura de la vegetación era tal que incluso estando a veinte metros, seguramente a cualquiera le hubiese resultado difícil ver algo o alguien. Lo único que les restaba era seguir las huellas. El cañari conocía las artimañas usadas por los incas para distraer al enemigo, por eso había resultado infructuoso cualquier intento por despistarlo. Muy pronto te atraparé…- renegaba Chugcha al posar su mano sobre una huella de pie que los incas dejaron. La lluvia que en esa zona selvática era permanente, arreció. La fina llovizna se convirtió en una tormenta poderosísima. Muy pronto el piso del bosque se anegó. Y cualquier pista que allí existía se perdió. Chugcha intentaba ver marcas en los árboles, en las ramas, etc. Pero nada encontró. De pronto, observó una rama que había sido quebrada recientemente. Se acercó y miró con cuidoso detalle. Aquí estuviste… Chugcha, encontraste algo…?!!- preguntó Benalcázar Sí…mi señor…nuestro oro pasó por aquí… La afirmación que hizo Chugcha al decir nuestro oro, causó una sonrisa en el Gobernador que se guardó para sí el comentario. Varios minutos después, la caminata era muy difícil, el suelo inundado impedía que los soldados avancen con prontitud. La fila formada estaba atravesando un pantano. Las sanguijuelas aparecieron por todo lado. Un joven soldado gritó al verse lleno de los bichos en su brazo y su rostro. Todos sus
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compañeros se detuvieron un instante para ver qué pasaba. De repente, el rostro de uno de ellos se desencajó bruscamente. Sentiste eso…?- preguntó al de junto No… Fue algo muy grande que rozo mis piernas… No…debe haber sido un tronco…o al…Aaayyyy!! El soldado no pudo continuar. Algo lo atrapó. Su cuerpo peleaba por no sumergirse en el pantano lodoso. Luchaba con todas sus fuerzas, pero lo que lo había atrapado era supremamente más fuerte. Sus compañeros aterrorizados, pasaron de largo y buscaron alejarse de ese sitio. El rostro del joven soldado estaba semisumergido, pero sus ojos mostraban el terror de una muerte atroz. Del fango, se levantó una gran anaconda que con su poderoso cuerpo había abrazado al infeliz español. El tamaño de esa criatura era sorprendente. Sin duda, superaba los diez metros de largo y tenía el grosor de unos cuarenta centímetros. Los retorcijones agitaron el lodo, mientras todos quedaron congelados de miedo al ver las dimensiones del animal. Al cabo de un minuto, todo acabó. La anaconda se sumergió y las aguas fangosas calmaron. Benalcázar, quizás era uno de los más sorprendidos. Pues sin querer reconocerlo les tenía pavor a las serpientes. Y sin duda, una de ese tamaño lo dejó lleno de miedo. Por ello ordenó apresurar el paso para salir de ese pantano. Chugcha encontró otra pista. Ahora el agua les llegaba casi a la cintura. Sin embargo, al acercarse, dio un grito de ira. Agghhhh!! Hemos vuelto al mismo sitio…!! – exclamó enojado el cañari Hemos estado dando vueltas en círculo…?!! – reclamó Benalcázar Sí…lo siento mi señor…los hemos perdido… Mírame maldito..!! no he venido acá para morir…desangrado por sanguijuelas…atrapado por una víbora…o ahogado en un río…si los perdiste…por lo menos…sácanos de aquí… Lo haré…señor… A regañadientes el cañari Chugcha decidió guiar al ejército de vuelta hacia un punto donde estuviese a salvo. Sabía que los incas por ancestro no dominaban terrenos selváticos y que les resultaría difícil como a él, avanzar. Sin embargo, tuvo que retornar. Su mirada cada cierto tiempo, volvía al sitio dejado. Percibía que estaba cerca. El ingenio de Rumiñahui se probó nuevamente. Con el arrecio de las lluvias decidió levantar campamento en el mismo sitio donde estaba. El campamento inca, se había asentado en la copa de los gigantescos árboles. Allí, la gente había clavado varias estacas que como escaleras o simplemente como asientos, les permitía tomar un descanso. Unos las habían clavado de modo que podían sentarse, otras para acostarse, pero sin duda, les mantenía lejos de la inundación. Abajo estaban los chalos con el oro. Su peso era suficiente como para estar seguros que no irían a ningún lado. Con sorpresa, algunos incas vieron como en medio de las aguas se deslizaba la gran serpiente anaconda, con su vientre inflado. No te preocupes Gran Señor…esta serpiente acaba de comer…no nos molestará durante mucho tiempo…- le decía Kunaq a Rumiñahui al señalarle que en el hocico asomaba un pequeño trozo de una bota del soldado español. En medio de la lluvia, el sacerdote sentado junto a Rumiñahui continuaba conversando. Estoy seguro que esta tormenta fue un regalo que te hacen los Dioses…Gran Señor Eso espero…no podría aguantar mucho tiempo sentado en estos árboles… Mi General…has soportado mucho más que eso…y sé...que tendrás que soportar cosas mucho más dolorosas… Hay algo que sepas…? Solo te diré…lo que tienes que saber… Y qué tengo que saber…? Esta tormenta pasará…solo ahuyentará a nuestros enemigos…ellos no tienen paciencia…y tú deberás tenerla… Debería estar enfrentándome a ellos!! No, mi Señor…los Dioses te tienen esta misión más importante y superior que la encomendada a los mismos Emperadores…pero…como Sumo Sacerdote hay algo que no te he dicho aún y que es muy importante… Qué cosa es Kunaq…? tú sabes que todos aquí confiamos en ti…Dime… Gran Señor…ahora que tú y tu gente van a conocer la ubicación del Monte de Oro…deben conocer el mandato que el Gran Dios Viracocha nos ha impuesto para mantener el secreto…
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De qué se trata? Una vez que lleguemos a Urk ucuri…nadie podrá salir del Templo…los últimos verdaderos incas estamos aquí…y el secreto de la montaña sagrada morirá con nosotros…sabemos que los invasores pronto acabarán con nuestra gente…Ellos han venido a esclavizarnos…a destruirnos…somos los últimos guardianes del tesoro… El espíritu de Rumiñahui se doblegó por un instante, incluso parecería que quiso rechazarse a participar y su rostro se desencajó un momento. Su mente lo llevó en un viaje fantástico donde estaban su esposa e hijo. El imaginar que nunca más podría volver a verlos, le resultó tortuoso. Sin embargo, vino a su mente aquella mujer que murió atropellada por el caballo de Benalcázar. Cuánta gente más podría morir si ese oro que llevaba su ejército, caía en manos de los españoles ? Luego de unos segundos, asintió. Si ese el designio para mí y todos nosotros…se cumplirá…!! Nunca lo dudé mi Señor…- dijo el viejo y se bajó de aquel árbol. Ese momento, las nubes se abrieron y dejo de llover. Rumiñahui ordenó a todos reunirse antes de partir nuevamente. Los hombres tienen una misión en sus vidas…- les dijo - Muchos nunca descubren cuál es esa misión… Otros dan sus vidas por ella… El pueblo inca y su imperio tenía como misión unir a todos los pueblos para brindarles bienestar y justicia… No todos entendieron esa misión… y no todos lo harán… Hoy, el Gran Dios Viracocha nos entregó esta misión… devolver esta inmensa riqueza a donde pertenece… Yo he descubierto cuál es mi misión… evitar que todo el oro y el poder que puede comprar, caiga en manos de gente abusiva como los invasores…!! Siiii !!- gritaron al unísono todos levantando sus manos Ahora amigos – el tono beligerante cambió totalmente por uno más conciliador – muchos han dado sus vidas por esta misión… y nos llegó la hora de entregar la nuestra… pero no se trata de ninguna batalla… sé que será difícil para guerreros como nosotros el dejar de luchar… Pero Gran Señor de qué hablas? – le interrumpió Kuyuchi El Gran Dios Viracocha… nos tiene una última misión…y es que cuidemos el oro… por el resto de nuestras vidas… No entiendo General…- gritó un guerrero de la fila No podremos… no podremos volver a nuestra tierra nunca más… Y a dónde iremos? A Urcuk uri… Todos comentaban, otros protestaban. Rumiñahui entendiendo el desconcierto, continuó. Sé que es difícil creer que Urcuk uri exista… Pero existe… Sé que es difícil dejarlo todo atrás… nuestras familias… nuestras tierras… Todo lo nuestro acaba de quedar lejos de esta selva… pero tiene que hacerse… y sé que ustedes… los últimos guerreros del pueblo inca que han mostrado honor y valor… aceptaran esta misión… Ahora el silencio se apoderó de aquel pedazo de selva. Muchos no sabían qué hacer o decir. De pronto, uno de ellos salió del grupo y se puso junto a Rumiñahui. Yo estoy con mi general Rumiñahui …!! – gritó Kuyuchi. El lugarteniente era el primero en aceptar el reto más grande de su vida. Yo también…- dijo Valdo Y uno a uno se fue sumando al grupo. Ahora Kuyuchi tomó la palabra. Juremos ante nuestros Dioses que siempre seremos fieles a nuestro pueblo… y a nuestro General Rumiñahui!! Siii…. lo juramos!! – fue el nuevo grito en conjunto. -
Luego de varios días. Con muchos soldados heridos y algunos muertos, Benalcázar logró volver al sitio donde estaban las barcazas incas quemadas. Decenas de ojos ocultos por la espesa vegetación seguían sus movimientos. Era Shula y su gente. Las amazonas sabían que estaban en desventaja de número así que no se arriesgaron. Ya habrá otro momento de vengarnos de los invasores…- sentenció. Desde allí, los españoles siguieron el lecho del río de vuelta a la ciudad. La caravana inca, llegó esa noche a las faldas de la montaña mítica. La lava que arrojaba su cima era roja incandescente. La luna lucía espléndida, como un medallón de plata colgado en el cielo. En la madrugada, las largas filas de hombres cargando el oro en sus chalos hechos de lianas, avanzaban
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con un ímpetu desconocido. Las fuerzas habían vuelto a las fatigadas piernas y espaldas de los cargadores, que veían el final de su jornada. Pocos minutos después de caminata ardua en la vegetación espesa de la montaña, los guías corrían como almas que lleva el diablo, sus rostros asustados demostraban que algo habían encontrado. Mi señor…- decía uno de ellos, casi sin aliento – los bosques están llenos de criaturas mágicas, gigantes de dos cabezas…!! Deben ser los guardianes del Templo…- decía Kunaq, instruyendo a todos. Son peligrosos?- preguntó Rumiñahui No lo sé… Isk aywari…trae a tus mejores hombres…es hora de acabar con esas fieras salvajes… Yo iré también…- dijo el sumo sacerdote Prefiero que espere aquí…- le sugirió el General Con mucha cautela, avanzaron hacia el sitio donde el guía les llevaba. Agazapados, lograron distinguir las fantásticas criaturas que les describieron en medio de la espesa vegetación. Rumiñahui dio la orden de atacar. Los veinte hombres que había llevado, se levantaron al unísono y en medio de gritos y carreras, arrojaron sus lanzas a las criaturas mágicas que los esperaban sin moverse de su lugar. Se detuvieron in fraganti, al ver que sus lanzas se destrozaron en miles de astillas cuando chocaron con el lomo de aquellas bestias. Asustados se arrojaron a la maleza, para cubrirse y no ser devorados por los filudos dientes que aquel oso con dos cabezas mostraba en sus fauces. El rugido de aquel animal asustó a todos y su cuerpo apenas asomaba entre la espesa vegetación. Regresó su mirada a sus soldados y todos estaban agachados, tirados en el suelo, llenos de miedo. Rumiñahui con sus manos retiraba unas ramas que le estorbaban para ver. Ni siquiera la primera vez que observó un caballo se inquietó tanto. Pero llenándose de valor, se levantó y corrió hacia el monstruo, con su cuchillo en la mano. Dando un grito, se arrojó al cuello del oso, que rugía sin cesar. Sin embargo, su cuerpo chocó con algo tan duro como una roca. Cayó al suelo pesadamente. Sacudió su cabeza para recobrar el sentido y se descubrió bajo las patas de aquella bestia de tres metros de alto. Por unos segundos se cubrió, pero descubrió que el animal no se movía. Luego, carcajeó. Isk aywari…Kuyuchi…Valdo…!! Ja,ja…esto es a lo que todos les temían..- decía sarcásticamente mientras se apoyaba de pie con su mano sobre el pecho del oso. Sus hombres aún con recelo se levantaron y acercaron. Pronto, todos rieron. Habían sido asustados por un gran oso esculpido en piedra. El absoluto realismo de la escultura junto con el toque de maleza y moho que crecían en su cuerpo, la convertían a simple vista en una criatura monstruosa. Los rugidos provenían de un orificio que estaba detrás de la cabeza que a manera de un embudo ampliaban el sonido provocado por el viento. Valdo, el más joven de aquel grupo, no paraba de reir. Tanto lo hizo, que se sujetó de un árbol con su mano para tomar aire. De repente, enmudeció. Su rostro de una felicidad extrema pasó al terror máximo. No podía articular palabra. Frente a él, una gran osa de anteojos rugió en su rostro. Sintió el apestoso aliento del animal. Apenas pudo reaccionar y esquivar el zarpazo que el animal dio al tronco del árbol donde estaba arrimado. Corrió como un loco y la osa lo persiguió. Valdo gritaba y todos sus compañeros al ver a la inmensa criatura que venía hacia ellos rugiendo, también gritaron y corrieron. La osa los perseguía. Los indios lograron alcanzar un riachuelo, y comenzaron a nadar en él. Se alejaron río abajo, unos cincuenta metros y observaron que dejó de seguirlos. Al cabo de unos segundos, un pequeño osezno se acercó a su madre. Rumiñahui entendió que lo único que hacía la osa era proteger a su cría. Deberemos evitar pasar por ese sitio…- sugirió a Kuyuchi Envió a los guías y les pidió encontrar otra ruta. Lo hizo por dos razones, no quería exponer a su gente a encontrarse con fieras tan indomables, y porque no deseaba lastimar a esa osa y su tierno hijo. Por unos segundos, los animales juguetones ahora entre sí, le recordaron a Illayuk y Asiri. En la nueva ruta escogida, sus hombres descubrieron en el camino lanzas con cráneos humanos pintados de colores vivos que hacían una especie de callejón. Kunaq se apresuró a explicarles que según la leyenda, se trataba del Camino de las Almas Protectoras, un sitio sagrado donde se colocaban los restos de los guerreros que murieron en la protección del secreto. Los árboles tenían talladas figuras y rostros de animales salvajes con grandes dientes y garras. Rumiñahui, retiró con su brazo aquella rama. Al hacerlo, descubrió una explanada de arcilla roja, allí había una serie de construcciones de piedra. Rumiñahui y su gente caminaron lentamente entre ellas. Pocos segundos después detrás de los árboles, aparecieron algunas personas que ocultaban sus rostros de miedo e incertidumbre. De entre todos, sobresalía la figura de uno de ellos, era un
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viejo ataviado con un traje lleno de plumaje de aves de colores muy vistosos. El anciano se acercó y con cierta solemnidad, se postró ante el General. Con voz entrecortada por la emoción dijo: Los esperábamos… Sabían que veníamos…?- preguntó Rumiñahui Claro…nuestro pueblo ha estado esperando su llegada durante muchos años…Como pueden darse cuenta… nuestros días como guardianes del Tesoro del pueblo Inca están por acabar…y ustedes vienen a tomar nuestro lugar…supongo que usted es el Willaq Uma…dirigiéndose a Kunaq Así es…yo dirigí a nuestra gente a este Templo… Espero que el gran Dios Viracocha siga protegiendo a nuestro Sapa Inca… El Sapa Inca ha muerto… De repente, un grupo de seis guerreros trajeron hacia el frente del grupo una extraña bolsa de cuero animal. Con mucho cuidado desenrollaron su cubierta. Y allí estaba el cuerpo inerte de Atahualpa. Quién ha sido responsable? Su hermano Huáscar?- preguntó el sumo sacerdote. No… ha sido asesinado por extraños llegados del mar… Y qué quieren esos extraños...? Esclavizarnos…- comentó con dolor Rumiñahui No serán los únicos… aunque tampoco fueron los primeros… Ese momento de entre el grupo de aborígenes apareció un hombre de dos metros de alto. Su pelo rubio y gran barba roja sorprendieron a los incas recién llegados. Lucía un casco de metal y cuero de algún animal, pero lo que más llamaba la atención eran dos cuernos que sobresalían, enormes, amenazantes. El es Kirk an… - dijo el viejo - sus ancestros llegaron a nuestras costas hace muchos años… eran parte de un pueblo guerrero llamado vik ingo… Las fuerzas del mar los trajeron acá… Ellos intentaron esclavizarnos… pero su poder físico no pudo contra nuestro número… La mayoría fueron sacrificados excepto los que juraron lealtad a nuestra gente. Juramos respetar la vida de ellos y ellos juraron enseñarnos los avances de su cultura… Así lo hicieron… Ese juramento nunca fue roto. Son gente de honor y ahora son parte de nosotros… Hola … - dijo amablemente el joven vikingo Ho…la…- respondió aún sorprendido Rumiñahui Me llamo Kirk an… No te preocupes… Sé que me veo extraño… pero mi corazón es inca…como el tuyo…- dijo sonriente Kirkan. Cuántos… cuántos vik ingos… son ustedes?- preguntó el general Somos cerca de cuarenta vik ingos…pero soy el más joven… Todos los demás están ancianos… por alguna extraña razón… la mayoría de mi gente no puede tener hijos… Así que creo que yo seré el último vik inca… Vik inca? Si – rió el joven – vik ingo con corazón inca… vik inca… así nos llaman aquí… La superioridad de tamaño de Kirkan estremeció a los incas, que se le acercaban a observarlo como si de un animal raro se tratara. Valdo extendía su mano y apenas si llegaba a sobrepasar la estatura del extranjero nacido en tierras incas. Qué pasará con nuestro pueblo? – interrumpió el viejo Nadie lo sabe…- contestó Kunaq Supongo que buscan un lugar seguro para su carga…? Por eso hemos venido…ahora más que nunca es vital que nuestro tesoro no caiga en sus manos…eso sería el fin de nuestro mundo… - recalcó Rumiñahui El viejo calló. Dio la vuelta y con un ademán les pidió que lo siguieran. La larga fila de hombres avanzaba por aquel bosque. En pocos minutos llegaron a la orilla de una laguna. La luna se reflejaba en las quietas aguas. Ni un soplo de viento corría. Los vapores provocados por el choque de la lava ardiente con el agua, creaban una bruma de especial textura. Como por arte de magia y casi sin saber de dónde salieron, apareció un grupo de botes. Todos se sorprendieron cuando vieron que todos los remeros eran ancianos, pero sin duda lo que les llamó la atención era el aspecto de los navegantes. Sus largas y blancas cabelleras brillaban como aquella luna. Eran los vikingos. Los invitaron a subir. Mientras navegaban por la laguna, el anciano se presentó. Mi nombre es Pomaghawa, fui uno de los Generales de mi señor Huayna Cápac…él personalmente me pidió que venga a este sitio…a sabiendas de que no podría volver a salir
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nunca…acepté…El sabía que sus hijos Huáscar y Atahualpa, se enfrentarían algún día… por eso dio la orden que nadie les informara respecto al Monte de Oro… Creo que hizo lo correcto…- asintió Rumiñahui recordando lo actuado por Atahualpa.
El resto del recorrido por aquella mítica laguna fue en silencio. Los rec ién llegados miraban de un lado a otro para intentar distinguir algo más allá de la bruma. Sus esfuerzos fueron vanos. La delicada erupción pintaba de un rojo incandescente aquella neblina que los rodeaba. De repente, la bruma desapareció. Y frente a la flota de botes aparecieron tres islotes de forma cónica. Los rasgos femeninos de aquellas elevaciones sin duda que sorprendieron a todos. Pues dos de esos islotes se mostraban como soberbios senos de casi idéntico tamaño y forma. En tanto que el tercer islote era un tanto más bajo pero complementaba perfectamente ese perfil trazado por la naturaleza en forma de un vientre de mujer en gestación. El marco de ese impresionante espectáculo estaba dado por aquella luna que se mostró completa y orgullosa. En la orilla del islote al que se acercaban, estaban indios todos coronados de oro, plumas y vestidos ceremoniales con antorchas, formando un cinturón de fuego. Los ojos de Rumiñahui hurgaban por cada rincón posible. La maravillosa vista de ese sitio lo tenía abrumado. De repente, sus ojos se iluminaron y cuando reconoció el sitio donde estaban, todos sonrieron admirados. Cuicocha…- susurró Sí…mi señor…Cuicocha…- asintió Kunaq No me lo hubiese imaginado… nos haz hecho dar mil vueltas para traernos a… Cuicocha?, Creí que cuando hablabas del Lago Sagrado hablabas del Lago Titicaca…- le reclamaba al sumo sacerdote Esa era la intención…hacer que todos creyeran que el Titicaca era el sitio donde estaba nuestro tesoro…- comentó el viejo Pomaghawa – otros creen que está en Los Llanganates…- sonreía. El Cotacachi – sonreía Rumiñahui al señalar con su mano extendida el volcán que los recibía con ese espectacular arrojo de lava. Si…mi Señor… el volcán Cotacachi ha permanecido encendido durante los últimos tiempos… para anunciarnos su venida… y ahuyentando a los intrusos y ambiciosos… Y el hogar del ave sagrada… el cóndor…? – preguntó inquieto el general. Está a salvo… Rumiñahui recordó su niñez. Aquel era uno de los lugares que visitó con su padre, allí recibió sus primeras lecciones de pesca. Recordaba con especial agrado, ese atardecer en el que el sol se colocó sobre los montes. En aquella ocasión el volcán estaba apagado. Su padre le pidió que arrojase anzuelos al agua. Pasaron varias horas y ningún pescado picaba. Sobre sus cabezas vieron volar al Rey de los Andes, el cóndor con su majestuoso plumaje y tamaño. El pequeño Rumiñahui se sintió impaciente y decidió ya no esperar más, así que se arrojó al agua intentando bucear para ver dónde estaban los peces. Se sumergió por varias ocasiones, Y nada logró distinguir. De pronto, su padre echó a reír como un loco. Cansado de refundirse, el niño vio a su papá con una sonrisa burlona, dándole la mano para ayudarlo a subir al bote. En esta laguna no existen peces…Rumiñahui… Pero…porqué me trajiste aquí para darme lecciones de pesca…? Porqué para enseñarte sobre la muerte no tengo que matarte…Existen ocasiones en las que uno aprende más, de las cosas que no espera aprender…Habrá ocasiones en las que aprendas mucho solo esperando… Habrá ocasiones en las que disfrutes de cosas que no esperabas…Hoy haz visto al Rey de las aves… El cóndor…? – contestó el pequeño Rumiñahui señalando con su mano extendida a la majestuosa ave en su vuelo. En la vida no debes sentirte satisfecho por lo que consigues… sino por el esfuerzo que hiciste para conseguirlo… pocos tienen el privilegio de ver al cóndor… Porque pocos han decidido esperar en medio de esta laguna sin otra cosa que hacer… que esperar…- decía sonriente e indicando con su mano el vuelo majestuoso del ave sagrada. No entendió en ese momento lo que su padre le quiso decir, pero ahora, años más tarde, esas palabras tenían más sentido. Ese atardecer, no pescó nada, pero descubrió lo valioso de compartir con su padre unas horas junto a él, a solas. Además vio por primera vez al cóndor. Sin embargo, para que las lecciones de pesca fueran más efectivas, recordó que días después su padre lo llevó al lecho de un río a una verdadera faena de pesca.
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Bruscamente volvió a la realidad, al descubrir un estrecho cauce en medio de los islotes. Es el Canal de los Ensueños…- contó Pomaghawa La laguna de Cuicocha, era conocida por los aborígenes como la laguna de los Dioses. Leyendas como la contada por Kunaq a Rumiñahui daban vida al respeto que los pueblos aborígenes tenían por este lugar sagrado. Sus aguas verdeazuladas son un paisaje impresionante, sobremanera cuando en verano, el cielo despejado deja ver la fantástica labor natural de sus contornos. Ante sus ojos se abrió una estrecha playa. Los botes se iban haciendo a tierra uno a uno. Pomaghawa los invitó nuevamente a seguirlo. Caminaron por un sendero cubierto de un cultivo de maíz, que terminaba al pie mismo de una gran formación rocosa. No entendían a dónde los llevaban. Seguramente el recorrido iba acabar en el muro de piedra, pensaban. Pero, sorprendentemente ante sus ojos apareció una pequeña entrada tallada en la misma roca como un rostro felino les permitió ingresar. Quedaron atónitos. En las entrañas de aquel volcán existía una ciudad cons truida al parecer en la misma tierra. En un risco y a manera de terrazas, cada habitante del mágico sitio había construido su casa. Ricamente adornadas con tallados en piedra, la ciudad de Urcuk uri era sin duda una maravilla de arquitectura rústica. Bienvenidos a Urcuk uri…la montaña de oro… Fascinados, con letargo, observaban aquella gran cascada que con su caída de agua seguramente regulaba la temperatura dentro de la montaña. La gran caverna natural había sido aprovechada al máximo. En un sector existían terrazas con cultivos de lo más variopinto, como maíz, habas, papas, mellocos, etc. Veían correr a los niños tras un perro. En el amplio cielo de roca, se podían observar tórtolas volar de un lado a otro. El paraíso estaba en ese sitio. Con mayor sorpresa descubrieron que la gente se transportaba en canastas con ruedas. Le llamamos coches… algo del conocimiento de nuestros amigos, los vik ingos - dijo amablemente el anciano Pomaghawa al ver el rostro de los incrédulos incas recién llegados. Pero… Recuerde … nada sale de este sitio… Sin embargo, algo más inquietó al General recién llegado. Pomaghawa al ver su rostro, supo entender. Como puede darse cuenta…en Urcuk uri…apenas tenemos once niños. Los demás somos ancianos. Por eso nos esperaban…- comentó Rumiñahui Este es Waman, o Halcón…es el elegido en su generación para salir al mundo exterior con su misión de dar a conocer nuestro legado…iba a ser enviado con la próxima luna llena…pero con su llegada…mejor será que se quede…hasta que tú lo dispongas Gran Señor… Waman…cuántos años tienes?- le preguntó sonriente Rumiñahui al inquieto niño Siete años…mi señor… Rumiñahui no pudo evitar recordar a su pequeño Illayuk, que con la misma vivacidad estaría explorando aquel paradisíaco lugar. El imperio Inca tenía un especial respeto por los ancianos y por ello los recién llegados se sorprendieron al ver como los viejos abandonaban sus habitaciones para dejarles que se instalaran en ellas. Pero qué hacen…?- preguntó alguno No se preocupen…todo está listo para que ustedes vivan en este lugar… nosotros habitaremos en las construcciones que están detrás del Templo Dorado… Aquella noche, los incas celebraban con un gran festejo su arribo. Sin embargo, Rumiñahui se retiró del lugar hacia un sitio más calmo. Salió a un balcón natural que dejaba ver el exterior de la montaña encendida. Frente a él podía ver al volcán que les daba la acogida con el suave descenso de la lava que al tocar el agua de la laguna levantaba torres inmensas de vapor. El viejo Pomaghawa, cuyo nombre significaba el que vigila con el sigilo de un puma, lo seguía con la mirada. El General lucía preocupado, triste. Su mirada la fijó en la gigantesca luna que cubría el cielo esa noche. En ella, por unos segundos el rostro de su amada Asiri sonriente junto a su pequeño Illayuk se dibujaron. Estiró su mano izquierda como queriendo alcanzarlos, pero las imágenes se esfumaron delicadamente, entre las nubes.
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CAPITULO CINCO El viejo sumo sacerdote se acercó con recelo, pues entendía que Rumiñahui estaba viviendo un momento íntimo. El haber dejado a su familia en uno de los pueblos del norte, lo intranquilizaba. Más aún, cuando supo que jamás podría volver a verlos. Recordó con suma y dolorosa claridad aquel momento en que se separó de su esposa: Asiri de pie, estaba con la mirada perdida. Ella conocía de los planes de su esposo y prefería no ver a los encomendados hacer los preparativos. Los suaves pasos de Cara de Piedra, intentaban no interrumpir los pensamientos de la hermosa mujer. Se detuvo unos pasos detrás. Ella absorta, sintió la presencia de su amado y volvió suavemente a mirarlo. Con lágrimas contenidas se le acercó y tiernamente lo rodeó con sus brazos. Acercó suavemente sus labios y disfrutó de un beso como hace mucho no lo hacía. Rumiñahui… sé que tenemos que separarnos… Es lo mejor… tú llevarás a Illayuk junto con todas las mujeres, niños y ancianos a un lugar seguro… lejos de la batalla… Benalcázar va a estar muy enojado… y es muy peligroso… debo alejarlos, a ti y a mi hijo de él… Ël ira donde esté el oro… Por eso… ustedes deberán alejarse del peligro… No tengo miedo… Sé que tú podrás protegernos… a todos… A veces siento que no podré cuidar de ti y de mi hijo… Lo harás… Todos estamos orgullosos de ti…- le dijo Esto está lejos de terminar… Lo sé…pero estamos seguros que harás lo mejor para todos… Aunque eso signifique…separarnos por un tiempo… La hermosa mujer asintió con un prolongado silencio. Ella entendía la misión superior que tenía su esposo. Rumiñahui giró su cuerpo y tomó los brazos de su amada y mirándola a los ojos le hizo una promesa. Sea cual sea el tiempo que me tome… te prometo que estaré contigo siempre…- sus labios fueron interrumpidos por otro gran beso de Asiri Tú eras un guerrero antes de conocerme…no puedo cambiar esa naturaleza en ti… además nuestro pueblo te necesita…- le dijo – solo quiero que sepas que siempre te amaré… Nunca encontraré las palabras para explicarte lo que significas en mi vida… ojalá las encuentre con la muerte… La misión asignada y aceptada por sí mismo era proteger las riquezas del Imperio y evitar que cayeran en manos equivocadas. Si los españoles llegaban a obtener esa inmensa cantidad de riquezas, su pueblo, seguramente desaparecería. Como guerrero, como líder, no podía demostrar a su gente que sus intereses personales estaban sobre los intereses de su pueblo. Pomaghawa se detuvo unos pasos detrás de su Gran Señor, e hizo algún pequeño ruido para hacerse sentir. Veo que está preocupado Gran Señor… Ah…Pomaghawa…es usted…- despertó de su fantasía – Me preguntaba que será de nuestro pueblo…ahora que Atahualpa ha muerto…Qué pasará con mi familia? Nadie lo sabe…el pueblo inca ha perdido un gran guerrero al haber usted aceptado venir hasta el Templo de Oro… Mi pueblo tiene grandes Generales…Ellos harán lo que tienen que hacer… Ninguno como usted…Solo un hombre que ama a su pueblo, puede sacrificar tanto como usted lo hace… Gracias mi noble amigo… No tiene que agradecer…Oraré a nuestro Dios Viracocha para que él cuide a su familia… Nuevamente gracias… Como llegó, el sacerdote se retiró. Sin embargo, un fuerte dolor en el pecho detuvo al viejo, sin embargo Rumiñahui no se percató de ello pues seguía ensimismado. Varios minutos después, volvió su mirada y al ver como su gente danzaba al ritmo de los tambores, se dejó ll evar. Avanzó hacia el centro de la explanada y se unió al grupo de bailarines. Como líder conocía la gran responsabilidad que recaía sobre él, jamás su ejército entendería de los sacrificios que le eran exigidos, si su General no podía con ellos. Danzaba y bebía. Reía, por fuera. Sufría. Por dentro.
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Asiri acompañaba a su hijo en su lecho. Recostada junto a la tierna criatura intentaba abrazarlo con tal fuerza que pareciera una extensión de su pecho. Mamá…me estás ahogando – reclamó inocentemente Illayuk Perdóname hijo… Lo extrañas? A cada instante Yo también… Crees que él se acuerde de nosotros? De eso estoy segura Mamita, porqué los Dioses permiten las guerras? No lo sé… Vamos a vencer a los invasores, verdad? Su madre permaneció en silencio, simplemente se acurrucó y con un beso en la frente de su hijo le deseó buenas noches. El niño concilió el sueño casi inmediatamente, sin embargo, su madre permaneció con sus ojos abiertos durante varias horas más, antes de ser vencida por el cansancio muy cerca del amanecer. Era algo difícil de acostumbrarse al ruido de la cascada que permanecía vigilante de la ciudad dorada. Rumiñahui se levantó muy temprano. Al caminar hacia la plaza, Waman se le acercó muy exaltado. El viejo Pomaghawa había enfermado. Al entrar a su habitación, lo encontró rodeado de Kunaq y un par de ancianos urcukurienses. Su rostro se mostraba demacrado. Cuando el General apareció, el sumo sacerdote inca pidió a todos que los dejaran solos. Pomaghawa… Gran Señor…doy gracias a los Dioses por haberlo podido conocer… Apenas me conoce…- dijo con modestia Rumiñahui Sus hombres guardan un gran respeto por usted… Eso basta para mí… además sus ojos hablan por usted… Sé que hará lo mejor para nuestra gente… Alguien también me dijo eso…- recordaba a Asiri Mi tiempo ha pasado… los Dioses me llaman… No diga eso… aún hay mucho que… No, mi amigo… ahora usted queda como gobernante de Urcuk uri… A usted… le entrego a… Waman… sé que sabrá como educarlo para que nuestra cultura no desaparez…- y falleció. El general guardó silencio junto al cadáver del Guardián del Templo. Le cerró los ojos con sutileza. Salió de la habitación e informó a su gente lo acontecido. Durante cuatro días, los pobladores de Urcuk uri celebraron los festejos funerales en honor del mandante fallecido. Su cuerpo fue cubierto de aceites especiales y envuelto en finas telas , como parte de un proceso de momificación ancestral. En la plaza principal, el cortejo fúnebre apareció con Pomaghawa sentado en un trono de madera de exquisitos talles, que rodaba en un coche construido por dos largos travesaños de madera sobre dos ruedas. Kirkan seguramente estaba muy orgulloso del aporte que su pueblo vikingo hizo a los urcukurienses a través del sencillo pero eficaz invento de la rueda. El carruaje era tirado por una veintena de personas vestidas con ricos adornos dorados elaborados a mano. Sin duda los habitantes podrían haber hecho que animales tiraran de él, pero prefirieron hacerlo ellos como muestra de respeto hacia su líder. Sobre el regazo de la momia colocaron el cetro que era el símbolo de la alta dignidad que cumplía el sacerdote. Kunaq, se convertiría por sucesión en el nuevo guía espiritual de su pueblo, y ahora era el sacerdote de ceremonias. Se acercó con mucho respeto y solemnidad al cuerpo momificado y tomó el cetro. Caminó hacia Rumiñahui y se lo entregó, de esta manera se oficializaba su posesión como el nuevo gobernante de la comarca. Así y de modo repentino, la ceremonia que estaba siendo llevaba en medio de prolongados silencios, se convirtió en una continuada fiesta llena de alegría con danzantes por doquier. Los viejos residentes de la ciudad secreta entregaron a las mujeres que vinieron en el grupo recién llegado, máscaras de oro con dos caras para que se unieran al festejo. La mitad de aquellos antifaces mostraba un rostro sonriente mientras que la otra, un rostro triste. Así era como ellos veían la muerte, como una mezcla de sentimientos. Había llegado el amanecer del último día del festejo fúnebre, sin embargo, ninguno de los viejos apareció. Todos los recién llegados se comenzaron a juntar en la plaza, un tanto intrigados. Todos excepto, Kunaq. Cuando ya se estaban poniendo verdaderamente nerviosos, éste, apareció en lo alto de una de las habitaciones talladas en la pared rocosa de la gigantesca cueva. Ahora que ponían
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más atención, el umbral aquel, era diferente al resto. Tenía un marco más ancho en su base tallado en la roca, más grueso que el resto y sobresalía un gran sol en el centro superior. Vestía un traje impecable blanco. Descendió por las escaleras y cruzando por toda la plaza, se acercó a Rumiñahui. Lo miró en silencio. Sin necesidad de decir nada, el General entendió que tenía que seguirlo. Kuyuchi y el resto quisieron hacer lo mismo, pero con un ademán el viejo sacerdote los detuvo. Ustedes…tendrán que esperar – dijo solemnemente Subieron las escaleras e ingresaron a la extraña habitación. El corredor que atravesaron era un tanto oscuro y tenía solo tres lados. Al llegar al extremo, se detuvieron frente a un muro. Al general le parecía extraño el detalle de la puerta, puesto que los incas no colocaban puertas en sus entradas, sino cortinas. Kunaq tomó el medallón que llevaba en su cuello y lo introdujo en una ranura del muro. Con un crujido producido por la fricción de dos pesadas rocas, se abrió una puerta que dejó pasar una luz muy intensa. Rumiñahui frunció el ceño y se cubrió los ojos con su mano derecha. El viejo Kunaq, ni se inmutó. Segundos después y ya acostumbrado a la luz logró distinguir lo que había detrás de la puerta de piedra. Una gran caverna tan grande como cien de sus chozas. Tan alta que cabrían cien hombres parados uno sobre otro. Rumiñahui quedó boquiabierto. El sumo sacerdote le guió en el descenso por unas escalinatas. Abajo, en una planicie cuyo piso estaba cubierto totalmente de oro tallado, estaban todos los ancianos de Urcuk uri. Vestían prendas blancas vistosas y coronas de oro, junto a pulseras que adornaban sus brazos y pies. Al caminar por el medio, todos flexionaron sus cuerpos como muestra de respeto. Volvieron a descender a una segunda plataforma hecha de oro. Allí esperaban doce ancianos con el cuerpo de Pomaghawa en un trono hecho de madera sobre sus hombros. La corte fúnebre caminó hacia un puente que unía esta plataforma con otra que no estaba hecha sino de piedra común y que era más baja aún. Una fuerte luz anaranjada iluminaba la gigantesca habitación. El puente poseía pasamanos hechos de piedra negra tan brillante que parecía espejos de mágico color. Lleno de curiosidad Rumiñahui se acercó suavemente hacia el borde del puente. Quedó pasmado al descubrir un gigantesco abismo y en la profundidad un río de lava que corría intempestivo y poderoso. Rumiñahui seguía cada detalle de la ceremonia con especial atención. Le resultaba sorprendent e la manera como los urcukurienses habían desenmarañado los misterios de la montaña y la habían convertido en parte de sus ritos. El cortejo fúnebre terminó colocándose en el centro de una enorme talladura en piedra con signos que mostraban sus creencias respecto a la vida y la muerte. A su alrededor estaban varias estatuas de oro macizo. Los reconoce Gran Señor? No…creo que no… Véalos bien…por favor… Espere un momento…ése es…?!!- señaló con el dedo una figura de oro ubicada en lo más alto de la plataforma, era como si ocupase un lugar especial. Sí General, ese es nuestro Emperador Atahualpa…! Creí que… Los invasores iban a destruir el cuerpo de nuestro Emperador para así disminuir el espíritu de lucha de nuestro pueblo pero no se lo íbamos a permitir… El resto son quienes me imagino que son…? Si…mi Señor. Aquí están todos los grandes líderes de nuestro Imperio Inca…y de Urcuk uri … Dicho esto, el sumo sacerdote hizo un ademán para que continuara la ceremonia fúnebre. Los portadores del trono de madera lo colocaron en unos soportes de piedra donde encajaron perfectamente las patas de la pesada estructura de madera. Luego todos volvieron a la plataforma con piso de oro. En medio de cánticos inentendibles, coros llenos de solemnidad, Kunaq tomó de su cuello nuevamente el medallón tallado en oro. Era un rostro de sol fundido con la luna. Aunque el culto al Sol era preponderante, la luna, llamada Quilla, le seguía en categoría, pues era considerada su hermana y esposa, a la que llamaban frecuentemente Coya o Reina . Kunaq levantó el medallón y todos se postraron. Rumiñahui al ver a todos agacharse, también se rindió. Aunque se preguntaba porqué colocaban ese trono de madera con el resto que estaban hechos de oro sólido. El sumo sacerdote en estado de trance subió a un altar e introdujo la figura de oro en una ranura donde calzaba perfectamente. La tierra comenzó a temblar. Rumiñahui se sorprendió, pero Kunaq lo calmó simplemente extendiendo su mano. En lo más alto de aquella habitación se abrió una gran compuerta de piedra. Al hacerlo una inmensa cascada de agua ingresaba con un ruido ensordecedor hasta un tobogán de piedra que descendía serpentiante para
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terminar en la plataforma baja. Pronto ésta comenzó a llenarse. Luego y casi inmediatamente Kunaq giró la llave en sentido opuesto. La montaña volvió a estremecerse y un ruido más fuerte que el de aquella cascada comenzó a escucharse. Era como si la montaña se viniera abajo. Otra compuerta de piedra ubicada frente se abrió, pero esta vez ingresó con gran velocidad un río de lava que tomó otro tobogán que se dirigía hacia la plataforma baja. Kunaq se apresuró a girar el medallón. La puerta de fuego se cerró suavemente, hasta que se formó un solo chorro de lava que recorría velozmente ese canal de piedra. En su camino arrastraba cientos de artículos hechos de oro macizo que eran derretidas por la lava, convirtiendo el chorro aquel en una mezcla perfecta de oro y arcilla ardiente. Sobre el trono de madera había una especie de embudo de roca que recibió la descarga de la especial mezcla. Allí y con gran exactitud se creó un fino hilo de lava dorada que descendía suavemente sobre la momia de Pomaghawa. Poco a poco se fue tallando una estatua de oro puro del fallecido guía espiritual de Urcukuri. En una sincronía asombrosa el nivel del agua que aún ingresaba iba llenando la plataforma baja. Cuando la efigie estuvo perfectamente cubierta de oro el agua que seguía ascendiendo la envolvió. Una gran nube de vapor se elevó alrededor de la estatua. Kunaq entonces giró el medallón y lo retiró de la ranura. La compuerta que permitía el ingreso del agua se cerró. Simultáneamente el agua de la plataforma baja se fue drenando suavemente. El sacerdote salió del trance y volvió la mirada a su amigo Rumiñahui. Ahora le mostraré el verdadero Urcuk uri…- dijo Ese momento todos los ancianos salieron en filas de tres personas y se dirigieron en marcha hacia fuera. Rumiñahui aún no podía comprender cómo los urcukurienses habían logrado hacer lo que presenció. Fuera, en la plaza de la ciudad secreta, Kunaq desde lo alto de un risco tallado como un podio habló a todos. Los Dioses nos han traído a Urcuk uri, para proteger al mundo que conocemos, de la destrucción. El hombre no es dueño de su voluntad, con tanta riqueza a su alcance!!. Y lo que hemos visto de los invasores españoles, nos lo demuestra…Este oro que nos ha costado tanto sacrificio…nunca volverá a salir de este sitio…Entregaremos a los Dioses como tributo su oro y nuestras vidas…ya que nunca volveremos a ver a nuestros hijos, a nuestras esposas, esposos, todo ha quedado atrás…Aquí haremos nuestras nuevas vidas…aquí moriremos…!! Y qué va a pasar con nuestro pueblo allá fuera?- preguntó Valdo en medio del barullo que invadió la plaza. Lo que los Dioses hayan puesto en su destino… Ni tú, ni yo… ni nadie podemos cuestionar su voluntad…- interrumpió Rumiñahui - Solo debemos saber que si este oro llega a manos equivocadas, todo estará perdido definitivamente…con nuestro sacrificio al menos queda la esperanza de que por sus propios medios, nuestra gente se enfrente al enemigo…ojalá no logren dividirlos más…porque ese sería su fin… Pueblo inca!!..- replicó Kunaq – los Dioses reclaman sacrificios que a veces los humanos no entendemos…pero confío en que todos hagamos lo que tenemos que hacer… Iskaywari miraba a su general con dudas. En silencio dio la vuelta y abandonó el lugar, seguido por sus hombres de confianza. De pronto uno de ellos le llamó para indicarle que todo el pueblo se dirigía hacia algún lugar. Todos ahora siguieron a las filas de ancianos hacia un lado del pueblo. Kunaq, que encabezaba al grupo, se dirigió hacia la cascada. Ordenó que todos se detuvieran. Caminó dentro del agua. El chorro que salpicaba empapó su traje, pero él continuo caminando. De a poco se iba sumergiendo en el agua, hasta que desapareció. Para sorpresa de los recién llegados, el anciano asomó i nmóvil. Surgía de la fosa de agua, como si una fuerza lo empujara hacia fuera. Al cabo de unos segundos, veían como Kunaq parado en un pedestal de piedra se levantaba sobre el nivel del agua. Nuevamente, tomó su medallón y lo introdujo en una marca tallada en la piedra. Instantáneamente, la cascada disminuyó su caudal casi al extremo. En la parte donde caía el chorro, se pudo distinguir una gran entrada. Ricamente tallada en oro, con símbolos de dioses mayores y menores incas. Un nuevo temblor abrió las dos compuertas de par en par. Entren todos…rápido…!!- ordenó Kunaq Porqué? No podemos dejar sin el agua de la cascada a la ciudad…el calor del volcán acabaría con todo en poco tiempo…
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Así que todos se apresuraron y entraron por el umbral. El gigante Kirkan, golpeó su cabeza al entrar. Sin duda, los que construyeron tan magnífica estructura nunca pensaron que iba a entrar alguien tan alto. Rumiñahui sonreía al ver al gigante rascarse la cabeza. Kunaq desde dentro cerró la puerta con su llave. Sorprendido el general Rumiñahui volvió su mirada a sus acompañantes, que recogieron sus hombros. Nadie entendía. Sería ese el Templo de Oro? No podría ser. Los relatos hablaban de grandes cuartos de piedra tallada con muros impregnados con oro y metales preciosos. El sacerdote tomó el medallón que tenía en su pecho de oro macizo y lo introdujo en un orificio del muro donde calzaba perfectamente el bajo relieve. De repente, dos grandes rocas se separaron dejando salir del oscuro fondo una gran luz que iluminó el lugar, al punto de cegarlos por unos segundos. La puerta comunicaba hacia unas cavernas que se encontraban justo debajo. Descendieron por una escalera de piedra. Nada estaba hecho de oro, pensaban los recién llegados. Las antorchas que colgaban de los muros y el oscilar del reflejo de la llama le daban un especial brillo a aquel lugar. El sitio estaba asentado en unas cavernas naturales, en las entrañas de aquella misteriosa montaña. Grandes grutas con formas fantásticas eran el marco que los envolvía. Las cavernas crecían conforme avanzaban en el descenso. Llegaron a un punto donde las antorchas estuvieron a punto de apagarse. Era una ráfaga de viento subterráneo que corría y parecía helar los huesos. Valdo frotó su mano en el brazo para calentarlo. No se preocupen…se trata de Sayani, el Viento Guardián, él es quien decide si pasamos o no…Cuando la luz de las antorchas se apague…deberemos detenernos… Porqué? –preguntó Shullka Si ves ese hoyo? – le contestó indicándole un orificio en lo alto donde entraba un rayo de luz Si… Ese es Qhawak , el Ojo Vigilante…Si no detienes tu paso cuando Sayani te lo indica…serás arrastrado a la Ninaqolla, donde arderás en el fuego de la montaña. Se trataba de un fabuloso mecanismo natural descubierto por los primeros habitantes. Los fortísimos vientos que ingresaban por el orificio al que llamaban Qhawak cada cierto tiempo eran capaces de arrastrar a un ser humano fácilmente por una especie de canal que la erosión eólica e hídrica habían formado durante miles de años con su inexorable paso. La piedra del piso era tan lisa que seguramente era imposible detenerse en la caída. Rumiñahui reconocía la similitud con el mecanismo utilizado en la ceremonia fúnebre de Pomaghawa. Este tobogán de piedra terminaba en una caverna gigantesca y muy profunda. Cientos de metros debajo, estaba el río de lava. La señal de continuar descendiendo la dio Kunaq. Ahora el camino se hizo plano. Caminaban por grutas estrechas en las que a veces les tocaba agacharse. El viejo sacerdote entendió las miradas sorprendidas. Porqué no habrían ampliado el paso, que incluso facilitaría el transporte del oro en grandes cantidades a los cargadores?. Solo recuerden el oro entra… pero no sale…-reflexionó Al ser tan estrechos los pasadizos, era relativamente fácil ingresar con la carga pero muy difícil sacarla. De pronto, Kunaq pidió que un pequeño grupo de guerreros sea seleccionado para avanzar, el resto debería esperar. Rumiñahui escogió a cinco de sus hombres de confianza. Pero el entusiasmo que demostraba Kirkan al ponerse frente a los demás, hizo que el General lo escogiera. Nunca he entrado a ese lugar…- comentó Está bien…creo que tienes derecho… Los pasillos les condujeron a un cuarto de unos tres metros de alto algo más cómodo. Sus paredes eran lisas al extremo, era sin duda alguna, la obra majestuosa de los picapedreros del imperio inca, famosos por sus trabajos en templos donde las uniones entre los grandes bloques de piedra casi no existían. Kunaq se desorientó por un momento. Sin embargo, caminó hacia uno de los muros en búsqueda de algo. Al cabo de unos segundos, les mostró un orificio de cerca de un metro cuadrado de apertura que estaba cerca del piso, era el camino final al Templo de Oro. El hombre común es incapaz de mostrarse al Dios Sol de pie…- les anunció son aires solemnes Será mejor que entres al final…no quiero que te atasques y no nos dejes avanzar a los demás…- le dijo con tono burlón Rumiñahui a Kirk an, mientras ponía su mano en el pecho del vik ingo para detenerse en su ansiosa marcha. Kuyuchi, Iskaywari y sus otros acompañantes se agacharon y comenzaron a arrastrarse por el corredor tan estrecho que les fue imposible llevar tan siquiera las antorchas. En la oscuridad más extrema, iban tanteando con sus manos el piso para avanzar. El guía, les sugirió que no temieran. Al cabo de unos diez metros de un serpenteante camino, atravesaron el túnel estrecho. Se pusieron de
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pie y sacudían el polvo que levantaron al arrastrarse. La oscuridad del sitio no les permitió ver absolutamente nada. Al rato, distinguieron un pequeño hilo de luz que provenía de un fino orificio que atravesaba todo el techo de aquel cuarto. Seguramente aquel rayo de luz atravesaba de modo sorprendente cientos de metros de piedra, pues era obvio que provenía del sol. Frente a ellos apareció Kunaq, con su inmaculado traje blanco. Sin duda él ingresó por otro lado. Kunaq giró un escudo de oro que estaba cubierto de polvo y arena. Cuando lo hizo, el hilo de luz por rebote se reflejó en él y apuntó a un estanque de agua corriente que se iluminó de un color azul turquesa que dejó fascinados a los visitantes. La habitación se iluminó fantásticamente. Un tanto intrigado Kuyuchi se acercó a Rumiñahui y le susurró: Cómo es que Kunaq conoce todo esto? Ni yo mismo lo sé con exactitud…- decía, aunque durante la conversación que mantuvo en secreto con el viejo sumo sacerdote, éste, le dio con lujo de detalles todo lo que en Urcukuri podían encontrar, a pesar de nunca haberlo visto. Era parte de su legado. Sin embargo, todos se detuvieron al descubrir que Kirkan aún no salía del estrecho corredor. Rumiñahui tomó una de las antorchas del cuarto y alumbró dentro del estrecho túnel. Lleno de vergüenza estaba allí, el joven vikingo, atascado. Le faltaba apenas dos metros para salir, así que Rumiñahui le extendió la mano para ayudarlo a salir. De un solo empujón el gigante rubio salió. Perdón… - dijo apenado Kirkan. Continuemos… - ordenó Rumiñahui El mismo sacerdote se sorprendía de hacer lo que hacía, sin tener la guía de Pomaghawa. Esta vez, caminó hacia el hilo de luz. Cuando estuvo bajo la luz, se agachó y colocó el medallón en una ranura hecha de piedra en el piso. Una vez que se levantó, su cuerpo ya no impidió que el rayo de luz solar llegué al medallón en el piso. De un modo fantástico, la habitación se llenó de una cantidad mayor de luz. Cada uno de los ocho brazos del sol de oro, dirigía unos más amplios rayos de luz, que al chocar con los muros, enceguecieron a todos por un instante. Yo quiero uno de esos medallones…- bromeaba Kuyuchi Maravillados descubrieron la gigantesca formación rocosa, impregnada de pepas de oro de todo tamaño. Era sin duda la mina de oro más grande del mundo. Todos caminaban boquiabiertos, de un lado a otro, con la mirada hacia arriba. Hasta que Iskaywari tropezó con algo. Cuando bajó su mirada quedó deslumbrado. Era una espada de oro, tan pesada que no pudo levantarla sino con ayuda de otra persona. Esa parte de la cueva no estaba iluminada, hasta que Kunaq dio vuelta a un plato dorado que como una especie de espejo reflejó la luz. Una gran luz iluminó esta parte del salón. Ante la atónita mirada de todos, aparecía el Tesoro inca. Miles quizás millones de figuras de todo tamaño y forma se elevaban como una inmensa montaña de oro, que no relucía por una gruesa capa de polvo que lo cubría todo. Sin duda, Rumiñahui pensaba que la cantidad de oro que trajeron en su cargamento, no era sino una muy pequeña porción de lo que allí reposaba. Por los Dioses..!! esto es increíble – exclamó muy emocionado Iskaywari. Ya lo creo…- replicó Rumiñahui Nuestro pueblo ha logrado salvar la mayor parte del tesoro… Sabes lo que podríamos hacer con todo este oro…?- dijo Iskaywari Nada…! No haremos nada!- acotó Rumiñahui Pero te das cuenta de lo que hablas…podríamos conquistar a los invasores…!! Podrías conquistarlos en sus propias tierras al otro lado del mar… Isk aywari…tu destino al igual que el mío…está marcado…nadie saldrá de aquí…!!- sentenció y se retiró de su lado. A pesar de ser el líder de un pequeño ejército disidente, el cañari Iskaywari había demostrado en el campo de batalla ser absolutamente fiel a la causa defendida por Rumiñahui. A pesar de ello, Kuyuchi miraba al cañari Iskaywari con un rostro de decepción. Luego se le acercó. - Tranquilo…todos quisiéramos llevarnos este oro a nuestro Imperio...pero el juramento que hicimos…será cumplido…- decía mientras indicaba con sus ojos la daga que llevaba en el cinto, como clara señal de que usaría la fuerza en caso de ser necesario. Caminaron sin poder despegar la mirada de aquel ídolo gigante que representaba a un humano sentado en un trono. Sus ojos refulgían. Ese es el Dios de la montaña sagrada…ves sus ojos? – le indicaba el sacerdote al General – Sus ojos representan al Dios Sol. Cuando el sol duerme… él también duerme… Qué es ese brillo en sus ojos?
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Son diamantes…tan grandes como tu puño cerrado…son los ojos del Dios de la montaña…él ve todo lo que hacemos…él juzga todo lo que hacemos…él castiga todas nuestras fallas…sus ojos son la vida de esta montaña… Todos quedaron realmente maravillados y casi no pronunciaron palabra el resto del recorrido. Luego de una hora, el grupo salió de aquel templo. -
Cuando Rumiñahui salió, miró nuevamente la ciudad y admiró la inteligencia de sus ancestros al haber escogido aquel sitio para esconder el oro de su civilización. Primero, era sorprendente el valor de su pueblo al convivir con ese volcán activo que constantemente agitaba el suelo con temblores a los que le tomaría su tiempo acostumbrarse. En segundo lugar, el haber encontrado esas cavernas subterráneas no podía ser, sino obra divina. Sin saberlo, Asiri y Rumiñahui a pesar de estar distanciados por miles de kilómetros, vivían un encuentro muy especial. La noche estrellada en el valle donde ella estaba, contrastaba con aquella tormenta con truenos y relámpagos que cubrían el frondoso exterior de la montaña sagrada, donde Rumiñahui dejaba ir su imaginación. En un lugar inexistente, ambos se abrazaron en una melancólica ausencia. El guerrero imaginaba el dolor de su amada y secaba las lágrimas del imaginario rostro. Muy lejos, las lágrimas de Asiri desaparecían de sus mejillas. Ella, tiernamente tomó la mano de su esposo y la besó cariñosamente. La Historia recoge pasajes que muestran que el pueblo vik ingo llegó a tierras del nuevo continente antes que los españoles. Los vik ingos en búsqueda de nuevas tierras, al parecer navegaron hasta llegar a Norteamérica. Si bien sus primeros encuentros con el pueblo esquimal en principio fueron pacíficos, la convivencia en poco tiempo se convirtió en insostenible. Dado que los vik ingos poseían un reducido número de guerreros decidieron abandonar esos territorios. A pesar de poseer un gran dominio sobre las artes náuticas y un diseño portentoso de sus naves, los nuevos mares arrastraron a un grupo reducido de los exploradores hacia las costas sudamericanas. Existen referencias de su presencia que pueden mostrarse como coincidencias para unos, datos irrefutables para otros. Por ejemplo los vik ingos hablaban de un lugar que en su lengua se llamaba “Pirhua” y que podría tratarse de “Perú”, cuyo significado vik ingo es “de origen sagrado”. Incluso el nombre del pueblo Inca, provendría de un vocablo escandinavo,” Ing” que significa “Descendiente”. Uno de los detalles más sorprendentes es la manera como los pueblos amerindios describen a sus Dioses. El pueblo inca al describir a su Dios Viracocha lo describía como un hombre rubio, alto con barba y melena. Este hecho podría de alguna manera confirmar que el contacto entre los pueblos aborígenes de Sudamérica y los vik ingos existió. Frente a la fogata mayor, Kirkan, el gigante rubio contaba con lujo de detalles la manera cómo un accidente en el mar trajó a sus ancestros a las costas del continente indio. La historia fascinó a todos. El joven de origen escandinavo sonreía al ver como su relato tenía a todos en absoluto silencio y pendientes de cada detalle que fue tras mitido por generaciones entre los rubios. Cuántos son de tu pueblo? – preguntó curioso Rumimaki Somos cerca de cuarenta, aunque la mayoría son ancianos. Por algún motivo la naturaleza quiso que mi raza no pudiera tener más descendencia… - contestó triste Kirkan. Pues me alegro que hayas sido tú… - remarcó Rumiñahui Aún tengo una duda…- insistió Rumimaki – porqué nunca hemos escuchado este tipo de historias antes..? Kirkan inició así su relato: Luego de llegar a las costas de las nuevas tierras, mis ancestros encontraron a sus antepasados, gente de piel café y de poca estatura, por lo que llamaron a este lugar “Tierra de la gente pequeña”. Ya que sus vidas durante los últimos veinte años habían estado llenas de guerras y enfrentamientos con los pueblos esquimales que habitaban los territorios del norte, mis familiares aprendieron el valor de la paz. Así que establecieron un pacto con los pueblos nativos. El pacto establecía que el pueblo vik ingo podría establecerse en cualquier lugar pero lo haría en un absoluto aislamiento. Los líderes de su pueblo veían a mi gente como un riesgo, puesto que poseían un gran conocimiento en cosas que no podían explicar. Nuestros pueblos crecieron juntos sin inconvenientes, los años pasaban y las tribus nativas iban creciendo hasta convertirse en un Imperio muy bien
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organizado y con gran progreso. Sin embargo, hubo un líder de mi raza que dividió a los pueblos. El ambicioso líder vik ingo pensó que podía dominar la Tierra de la gente pequeña gracias justamente a esos conocimientos, pero se equivocó y fue vencido. Los vik ingos fuimos expulsados luego de sufrir derrotas en el campo de batalla hacia tierras menos productivas y alejadas del resto del imperio. La mayoría de mi gente fue expulsada en las barcas que les trajo a este lugar. Pocos días después la marea arrastró la mayoría de cuerpos que habían sido vencidos por el mar embravecido. Solo un grupo de mis ancestros fue salvado por el Emperador Manco Cápac. Pero al ver el nivel de conocimientos que poseían respecto a navegación en el mar, el uso de nuevas armas y ese artículo llamado rueda, el Emperador prefirió ordenar que volvieran a ser tratados como esclavos sin ningún contacto con la mayoría del pueblo. Durante siglos el minúsculo grupo de vik ingos fue condenado al abandono por todos los Emperadores. Hasta que en uno de sus recorridos por el Imperio, el Emperador Huayna Cápac, padre de Atahualpa y Huáscar, descubrió en uno de los poblados más apartados y en lo alto de una montaña a ese grupo de esclavos de piel blanca, hábiles con las herramientas, fuertes como un toro. Decidió apartarlos y llevárselos con él a la capital. Les tomó gran aprecio, al ver la fidelidad de esos hombres y mujeres. Al ver que le resultaba difícil tomar una decisión sobre a cuál de sus hijos haría cargo del Imperio, prefirió ordenar a Pomaghawa que organizara la expedición para ocultar el oro en esta ciudad sagrada sin que ninguno de sus hijos supiera. Pidió a los vik ingos que fueran en el grupo y ellos aceptaron con la condición de que fueran considerados allí como hombres libres, caso contrario preferirían morir ese momento. Huayna Cápac aceptó con otra condición, de que ambos pueblos no mezclaran su sangre con matrimonios o uniones entre sus miembros. Aceptaron y marcharon hacia Urcuk uri. Y aquí estamos… Mi pueblo cuando llegó a estas tierras era dueño de otra parte del mundo… sin embargo… mis padres odiaban la guerra, querían establecerse como un pueblo de paz… mi pueblo se unió a los que ya habitaban aquí y se establecieron con respeto a los demás… Ellos sabían que esto es fundamental para el progreso… Las lecciones que aquel jovencito estaba compartiendo, hicieron comprender lo maravilloso del espíritu humano. Acaso compartes los Dioses del pueblo español?- preguntó Rumiñahui al distinguir en el cuello de Kirkan un crucifijo de oro. Lo dices por esto…Gran Señor te digo con todo respeto que mi Dios no tiene nada que ver con lo que hace Benalcázar. Compartimos un símbolo pero no el mismo Dios. El invasor español usa la cruz para esclavizar mientras que mi gente lo usa para recordar que somos libres… Los días recurrieron con normalidad a pesar de la gran inquietud que al ejército rebelde le traía el cambio drástico de actividades. Tantos años de guerra habrían quedado atrás. Sin embargo, los guerreros hubiesen preferido compartir este prolongado período de paz con toda su fami lia. Muchos al sentir que el sacrificio que realizaban era demasiado, comenzaron a inquietarse. El oro definitivamente había despertado la ambición en muchos indígenas recién llegados. Por los rincones del pueblo se rumoraba que existían grupos armando un complot para salir de Urcuk uri llevándose sus riquezas. Todo apuntaba según Kuyuchi a Iskaywari, como líder de la revuelta. Dicen que hay un grupo de hombres y mujeres listas para levantarse contra tu mandato… decía Kuyuchi a Rumiñahui Rumores…rumores…estoy cansado de tantos rumores… No creo que debas tomarlos tan a la ligera… Temer a mi propia gente…sería una locura… No es de tu gente que tienes que cuidarte… Hablas de mi gente…? Todos son fieles guerreros… Ya lo dijo Kunaq… El hombre no es dueño de su voluntad, con tanta riqueza a su alcance… Lo sé…no crees que a mí también no me ha pasado por la mente…salir de este lugar con todo ese oro… Y qué te ha detenido? Ya lo dijiste…no quiero que el oro se adueñe de mí…Cuando eso pase…nada me hará diferente a los invasores como Benalcázar…
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Pasaron ocho semanas más. Parecería que todos habían aceptado resignados su destino, vivirían el resto de sus vidas en aquel sitio y se estaban adaptando de a poco. Estaban construyendo más casas para habitarlas. A pesar de lograr mantener al grupo unido y organizado, Kunaq veía a Rumiñahui, triste. Sus retiros nocturnos a aquel mirador donde se retiraba para meditar, eran más frecuentes y más prolongados. Aquella noche se fue a dormir temprano. Al ingresar a su habitación, escuchó un ruido en las sombras. Se detuvo un instante pero al no ver a nadie, entró. A la medianoche, dos hombres se abalanzaron sobre su cama. Armados de sendos cuchillos, los clavaron repetidas veces sin dar tiempo a reacción. Sin embargo, quedaron pasmados al ver que en la cama solo había frazadas envueltas. De entre las penumbras, y de pie detrás de ellos, salía Rumiñahui. No saben que tengo el sueño muy ligero…? – les preguntó burlonamente. Enseguida saltó sobre ellos y con una agilidad tremenda clavó sus dos cuchillos sobre el pecho de cada uno, al mismo tiempo. Ese instante, Kuyuchi, entró a la habitación, asustado. Qué pasó?!! Estos dos traidores…intentaron matarme… Son gente fiel al cañari…te dije que debías tener cuidado con Isk aywari y su gente…nunca te perdonará lo que hiciste con su tribu…- dijo Kuyuchi Isk aywari?...Sé que es un hombre ambicioso…pero nunca un traidor…- refutó Rumiñahui Mi gente dice…que luchó del lado español antes de unirse a tu ejército… Confío en él… En quién confías…mi señor? – preguntaba Iskaywari al entrar al cuarto, al parecer sin saber lo que pasaba – pero…qué pasó aquí? Son tus hombres…- inquirió Kuyuchi Si…pero… Intentaron matar a Rumiñahui… Cómo?!! Ya lo oiste…quisieron matar a Rumiñahui!! - le reprochó Kuyuchi muy molesto Gran Señor…espero que no pienses que yo tuve algo que ver con… Este momento no pienso nada…Será mejor que se lleven a estos dos…mañana hablaremos… Es..ta bien..pero…- tartamudeaba Iskaywari Haré que redoblen tu seguridad…- remarcó Kuyuchi Al día siguiente, la plaza urcurikense estaba llena por todos los habitantes de la ciudad. Estaban allí puesto que fueron convocados por Rumiñahui. El bullicio era intenso, de boca en boca se rodaban detalles del atentado que habría sufrido su líder. El silencio reinó, sin embargo, cuando cuatro hombres subían al estrado con los cadáveres de los criminales. En el atrio, apareció Rumiñahui. Dado que el ruido nuevamente inundó el sitio, alzó el cetro de oro con su mano derecha y ordenó silencio. Inició su alocución de modo amable pero firme. El pueblo inca ha mantenido en absoluto secreto este sitio durante muchos años… y no seré yo… quien permita que ese juramento se rompa… Yo dejé a mi esposa… a mi hijo… fuera de estas montañas… y más que a nadie en el mundo me gustaría volverlos a ver… pero hice una promesa… y no la romperé… porque eso es justamente ser un inca… Somos un pueblo que respeta la palabra y le da el valor que merece… No sé si nuestra gente ha sido asesinada por los invasores allá en nuestro Imperio… Como guerrero me consumo cada día al no tener noticias de ellos. Al igual que muchos de ustedes, mi vida es luchar… muero sin hacerlo… - hizo una pausa - Muero más, al imaginarme a todos esos niños asesinados por los “ barbudos “… al imaginarme a todas esas mujeres violadas… asesinadas… pero nada podemos hacer… Nuestra lucha no tiene que ser entre nosotros hoy…Mi lucha no será con ninguno de ustedes…a menos que intenten romper su juramento…y juro por los Dioses…que aquel que intente hacerlo…lo pagará con su vida… Kuyuchi detrás de Rumiñahui, fijó su mirada en Iskaywari. Lo hacía con reproche. El cañari bajó su rostro. Kirkan “el vikinca”, a pesar de su juventud y el recelo comenzó a hablar. Yo nací y crecí en este lugar. Para mí, ese oro tiene tanto valor como el agua, la tierra, la fruta. Mis padres me mostraron el valor verdadero de las cosas…- decía mientras extendía sus brazos y les mostraba a todos la maravillosa naturaleza que les rodeaba. Las semanas siguientes, nada pasó. El intento de asesinato se olvidó. Nadie quería excavar sobre los turbios detalles. Todos, incluido Rumiñahui, sabían que los dos asesinos no eran los autores
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intelectuales del complot. Sin embargo, no quiso levantar más recelos entre quienes vivían en Urcuk uri. En uno de sus habituales paseos por la ciudad, Rumiñahui encontró a Kirkan haciendo algún tipo de trazos sobre un pedazo de tela. Intrigado entró en la habitación del vikingo. Qué es ese dibujo? – preguntó señalando los trazos No, no es un dibujo… es algo que mis ancestros me enseñaron… Lo llaman escritura… Escritura? Sí… estos dibujos son en realidad letras que al unirse forman palabras, relatos… es la manera de mi pueblo de contar historias… Y qué cuentan esas historias? Lo que he visto durante toda mi vida… Ahora estoy escribiendo sobre ti, Gran Señor… Sobre mí? Sí… eres alguien de quien se podría escribir muchísimo!!- decía emocionado Kirkan. No, mi amigo… no escribas sobre mí… escribe sobre mi pueblo… sobre mis guerreros muertos – decía el general y sus ojos se le llenaban de lágrimas que intentó disimular. Justamente eso hago. Al escribir sobre Usted, estoy mostrando a su pueblo. Porque es obvio que Usted significa mucho para su pueblo, como ellos significan para Usted. Habla de mi gente… La tarea encomendada al vikingo fue llevada con gran esmero por éste. A diario se reunía con todos los miembros del ejército inca para armar su relato. En poco tiempo Kirkan tenía muchos escritos en tela. Todo lo que iba escribiendo lo iba guardando en una especie de forro hecho de cuero, que daba la apariencia de un libro. Los meses pasaban inexorables. La vida monótona que llevaban todos era asfixiante. Rumiñahui estaba enfermando. Casi no comía. Todos estaban preocupados por la salud de su líder. La tarde llegó al pueblo escondido en el vientre de la montaña. Con ella, la soledad de Rumiñahui se hacía feroz y partía su corazón. Kuyuchi ingresó con permiso del General a sus aposentos. Rumiñahui lucía muy enfermo. Gran señor…todo Urcuk uri está contigo…lo sabes verdad? Así es amigo mío…lo sé… Todos hemos aceptado nuestro destino… todos nos quedaremos por el resto de nuestras vidas cuidando el tesoro de nuestro pueblo… Yo soy uno de ustedes… Por eso mi señor… me he atrevido a hacer algo por ti… Algo?... Si…permíteme… - y salió de la habitación para volver a los dos segundos con un par de jovencitas que venía en el grupo de carga – son hijas de Auk asisa…quiero que las tomes como esposas…yo sé que Auk asisa no es del estirpe imperial pero ellas te harán compañía… Ningún líder del pueblo inca puede morir sin dejar descendencia… Te recuerdo que tengo un hijo…!! – dijo algo molesto Rumiñahui Si pero él no está aquí…además no sabemos si aún sigue vivo, ent… Lo está…!! Claro que está…está en mis pensamientos, en mi corazón…está aquí junto a su madre…aquí…- se apretaba el pecho Mi señor… no te ofendas pero tu familia quedó fuera de esta ciudad… y nunca volverás a verlos… Lo sé… pero eso no significa que deje de amarlos… Mi señor… Kuyuchi …por favor…no digas más…llévate a las jovencitas y devuélveselas a su padre Auk asisa… otros guerreros podrán tomarlas como esposas… Kuyuchi arrojó con furia uno de los regalos que le iba a entregar junto a las doncellas, salía de la habitación con la sensación de haber fallado a su líder. Quizás no pudo entender el profundo amor que Rumiñahui tenía por su familia. Aunque distante, el inca nunca dejaría de pensar en ella. A. El estado de depresión en el General Rumiñahui era algo nuevo para todos. Rechazaba los alimentos. Trabajaba la tierra como una actividad que ocupaba casi el total de su tiempo. Su decaimiento físico era notorio. La situación llegó a puntos alarmantes, cuando arando como cualquier hombre del pueblo, se desvaneció en medio de la tierra. Su cuerpo cayó pesadamente. Sus brazos no le respondieron.
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Kunaq fue llevado a la habitación del General para que lo revise. El sumo sacerdote con sus conocimientos de medicina ancestral, cumplió un rito donde sometió a Rumiñahui a baños con hierbas medicinales y lodos con poderes curativos. Algo mejorado, conversaron a solas. Gran señor… Si… Usted sabe que como Sumo Sacerdote soy el guía espiritual de nuestro pueblo…y mi obligación es hacer lo mejor para nuestra gente… Lo sé…lo sé… Lo he meditado muchísimo Gran señor…y he consultado con los Dioses…lo mejor para nuestro pueblo, es que usted regrese y dirija nuestro ejército…Esa sería la voluntad de Pomaghawa… Es eso posible?- lo agitaba por los brazos emocionado No lo sé…pero seguramente…su familia y su pueblo lo necesitan más que nosotros aquí… Rumiñahui con la simple noticia mejoró, y lo hizo rápidamente. En dos semanas, las cosas estaban listas para su partida. Caminó por el templo con una gran sonrisa, se despedía de cada rincón. Pronto vería a su esposa e hijo. Al día siguiente, el grupo de incas más fieles a Rumiñahui eran llamados para regresar al campo de batalla contra los españoles, salían de aquel sitio con la firme promesa de ninguno revelar la ubicación del tesoro. Shullk a…ahora eres el gobernante en este sitio… Mi señor…será un honor relevarlo en este lugar sagrado… Sé que te encargarás de todo y todos… Partiremos en tres días… así que inicia los preparativos… - ordenó a su subalterno Lo haré inmediatamente…- dijo éste flexionando su cuerpo en señal de respeto. Shullka, era uno de sus mejores hombres, por ello lo designó para que se haga cargo de la vigilia del tesoro más grande del mundo conocido. Este habría deseado con la mayor de sus fuerzas unirse a su jefe en la lucha en el imperio, pero la responsabilidad era tan grande allá fuera, como dentro de la ciudad sagrada. Quiero ir contigo Gran señor…- suplicaba el pequeño Waman al ver al grupo emprender la salida de la ciudad secreta. Hijo…tienes una misión mucho más importante que la mía…tú eres el Elegido…no me perdonaría que algo te pasara… Sé cuidarme…- afirmaba lleno de orgullo el pequeño Lo sé…por eso debes quedarte…debes cuidar a este pueblo…Shullk a te guiará y sabrá cuando podrás salir de este lugar… El niño sin darle tiempo a reacción alguna, le abrazó fuertemente y sonriente aceptó. Lo esperaré Gran Señor… No sé si volvamos a vernos…Pero de algo estoy seguro…es que tú serás un excelente guerrero… algún día el pueblo inca estará muy orgulloso de ti… Con la desazón de no saber si volvería con vida a Urcukuri, Rumiñahui caminó hacia el frente de sus hombres, alzó la mano con su lanza y recibió vítores de todos los suyos. El grupo partió luego de una breve ceremonia. Kunaq al despedir al general descansaba su mano sobre el hombro del niño elegido. Ambos sonrientes, lo despidieron. Sabían que esa despedida más que una separación era el encuentro con el destino. Cuando hubieron avanzado unos pocos pasos, en medio del cultivo de maíz, se les atravesó Kirkán. Quiero ir con ustedes… - dijo retirándose el casco en señal de sumisión. Te esperaba…- contestó Rumiñahui Quiere decir que aceptas? Si… Kunaq me habló de ti y de tus ganas de unirte a nuestro ejército… bienvenido…amigo… Además quiero que sigas escribiendo la historia de mi pueblo… Gra…gracias…-decía el rubio visiblemente emocionado – Crees que es una buena idea? – le preguntó Kuyuchi a Rumiñahui una vez que vio retirarse a Kirkan para unirse a las filas de guerreros Creo que si… Dos noches después y en medio de las sombras cuatro indígenas se deslizaban hacia fuera del campamento inca. Esquivaron con gran audacia los guardias que vigilaban los alrededores. La
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mañana siguiente todos se alborotaron al conocer de la salida de los desertores. En seguida se armó la persecución. Gran Señor deja que yo me encargue de este asunto…- insistió Kuyuchi No…mi amigo… este es mi asunto… tú encargate de nuestra avance a Quito…Pronto volveré…además Kirk an irá conmigo…vamos a ver de que está hecho este gigante… Los rápidos detalles de la persecución fueron organizados personalmente por Rumiñahui. En el fondo, aunque no se lo dijo a nadie, sentía una gran decepción. La persecución tomó varios días. El guía indicaba a su general que estaban cerca. Pero jamás Rumiñahui sospechó que la vida le tendría una terrible sorpresa. El atribuía la fuga de los desertores como simple ambición personal, pero lo que desconocía era que todo formaba parte de un plan secreto. A kilómetros de allí, los cuatro fugitivos corrían lo más rápido que su fatiga les permitía. Aquella loma de pasto bajo no era el sitio más adecuado para esconderse, pero no tenían otra opción, habría que atravesarla. Sus ojos no se despegaban de la arboleda que acababan de dejar tras suyo. De pronto, el rostro del desertor mostró un terrible temor. Rumiñahui y su gente los habían alcanzado. Parado junto a aquel árbol el general clavó su mirada en el desertor. Al ver de quien se trataba, quedó pasmado por un instante. El secreto del tesoro inca estaba a punto de ser descubierto, si los prófugos eran atrapados por los españoles. Es Atauchi… Si mi señor… el primo de Kuyuchi… Kirkan se abrió pasó entre los demás. De su espalda tomó un enorme mazo hecho de acero, arma típica de sus ancestros vikingos. Tomando impulso, lo arrojó con gran fuerza. El mazo voló por los aires y fue a caer sobre la cabeza de unos fugitivos. Rumiñahui sonrió y todos vivaban al guerrero. Supongo que no tendrás otro de esos…- dijo sonriente No…- dijo apenado verdaderamente Kirkan Entonces, Rumiñahui tragó saliva con dificultad y comenzó a correr tras los demás . Su gente lo siguió. La historia, dicen, está hecha de incidentes, otras veces de coincidencias. Pronto sabría de qué estaba hecha su historia. Mientras los unos intentaban alcanzar la cima de la loma, los otros corrían detrás blandiendo sus armas y gritos amenazadores. Fueron segundos de gran tensión. Uno tras otro de los fugitivos desaparecían en lo alto de la loma, Rumiñahui confiaba en que el camino del otro lado no sea similar, puesto que para Atauchi sería fácil descender y obtener más ventaja. Así que ordenó a sus diez hombres que se apresuraran. Kirkan corrió y recuperó su mazo del cuerpo despedazado del traidor. Sin embargo, al lograr llegar a la cima de aquella loma, Rumiñahui se detuvo en seco, por unos segundos no supo qué hacer. Frente a él y sus hombres, apareció Benalcázar en su caballo blanco y tras suyo un gran ejército. De rodillas junto al invasor estaban los tres fugitivos. Rumiñahui entendió que el secreto de la ubicación del Templo Sagrado estaba en peligro y que los desertores eran cómplices de Benalcázar. Así que corrió rápidamente hacia el grupo de españoles con su arma levantada. El Gobernador sonrió de modo burlón. Nada podría hacer un hombre contra cientos de mejor armados soldados. Sin embargo, los guerreros incas siguieron, gritando y con las armas en alto. Iban a atacar. El invasor ordenó que dispararan contra todos excepto contra Rumiñahui. Uno a uno caía mortalmente herido, pero nada los detenía, hasta el último de ellos intentó llegar a su enemigo. Kirkan, el gigante era detenido en su impetuoso ataque con un balazo. Benalcázar apuntó su arcabuz al rostro de Rumiñahui, pero inexplicablemente, no disparó. Solo lo apuntaba. Dejó que Cara de Piedra avanzara hasta muy cerca de él. De pronto disparó y la bala levantó la tierra y una chamba de potrero justo un paso al frente del inca. Este, con su hacha se detuvo por un instante pero continuó. Esta vez, otro disparó sonó. El rebelde cayó pesadamente sobre su espalda. Su cuerpo no se movía. En el fondo, Benalcázar lamentaba haber acabado su batalla con Rumiñahui de esta manera. Pero sonrió nuevamente al ver en su mano una figura de oro que Atauchi le entregó. Sentía que el tesoro inca ya le pertenecía. Repentinamente, el inca rebelde se levantó, lo hizo lentamente. Su brazo izquierdo estaba sangrando. Un soldado apuntó su arma de fuego. Benalcázar le ordenó que no le disparara. Rumiñahui volvió su mirada y encontró a Kirkan mal herido. Se acercó a él y le tendió su mano. El vikingo sonrió y tomó impulso para levantarse. Quién eres tú… rubio?- preguntó extrañado Benalcázar. Mi nombre es Kirk an…- contestó orgulloso Y de qué tribu eres? Nunca he visto a gente como tú…
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Soy un vik …- se detuvo y miró a su amigo Rumiñahui – soy un inca… Benalcázar soltó una carcajada. Con una señal ordenó que varios soldados ayudaran al indio y su nuevo amigo a acercarse a él. Así lo hicieron. Los desarmaron y tomándolos de los brazos les llevaron cerca de Benalcázar. El español de modo soberbio miró al inca herido. Aquí se acaba todo…mira ¡! - le señalaba a su gente muerta – estos son tus muertos y nada hiciste por impedirlo…Como nada podrás hacer porque consiga el oro de tu pueblo!! Porque me pertenece…!! El oro…tu oro…es mío!! – alzó la figura de oro y su gente vitoreó. Con su rostro altivo, el rebelde fijó su mirada en los ojos del español. De modo intempestivo, con su mano derecha tomó la espada de uno de los soldados que lo custodiaba y atacó. Con gran fuerza empujó a sus custodios a un lado. Benalcázar estaba desarmado y a un paso. Pero de igual modo, lo empujó. Con una agilidad de tigre, llegó a estar frente a frente a Atauchi. Sin darle tiempo a reacción alguna le clavó la espada en su corazón. Sacó la espada sangrante y la rasgó sobre el cuello de otro de los fugitivos. Kirkan se encargaba de tomar una roca y arrojarla a la cabeza del tercer fugitivo. Antes de que una decena de soldados españoles les cayeran encima, lograron matar a todos los desertores. Sabían que su verdadero enemigo no era Benalcázar, sino los de su propia raza. Muertos quienes sabían de la ubicación del templo sagrado, les resul taría más difícil a los invasores llegar al oro. La codicia no terminaba con Benalcázar. Tras él, vendrían mil más, y quizás más sangrientos y abusivos. Un golpe seco con la culata del arma de aquel soldado dejó a Rumiñahui fuera de combate. Otro hizo lo mismo con Kirkan. Al despertar se vio en un cuarto muy oscuro que apenas tenía un orificio en uno de los muros de donde entraba un hilo de luz que apenas iluminaba. Con mucha dificultad pudo levantar su brazo pues una cadena le tenía atado a la pared. La puerta de la celda se abrió. Los soldados empujaron al viejo guardián de las celdas, que tenía dificultades con la aldaba. Uno de ellos tomó la llave y abrió el candado de la cadena. El inca fue sacado de su celda y fue encaminado por aquella construcción que funcionaba como cuartel español. En minutos estuvo frente a frente a Benalcázar. Junto a él, estaba el teniente Del Hierro. Sabes porqué no he ordenado que te maten…verdad?. - el inca nada contestó. Ni siquiera se inmutó. Crees que mantenerte en silencio…te muestra fuerte ante mí…ja..ja.- soltó una gran carcajada – Pues te equivocas…!! Tu vida…la vida de todos los tuyos…no significa nada para mí…pero…ustedes tienen algo que yo quiero…y espero que me lo entreguen…porque sino borraré de la faz de la tierra a tu maldita raza…!! Hazlo!!- gritó Rumiñahui – Hazlo…porque de nosotros no obtendrás más de lo que hasta ahora haz conseguido!!...Tu gente…algún día tu gente verá la Oscuridad sobre sus cabezas como mi pueblo la ve este momento…Recuerda…todo conquistador tiene otro conquistador detrás suyo… España gobernará el mundo!!...con el oro de esta maldita tierra…conquistaremos el mundo…seremos tan ricos que ningún país podrá enfrentarnos… Las miradas cruzaron como fuego, en silencio, fijamente. Benalcázar ordenó al guardia que se lleve al prisionero a su celda. El frío de la noche era tan intenso que calaba en los huesos. Rumiñahui se encontraba acurrucado en un rincón donde la ráfaga de viento era menos intensa. De la oscuridad surgió una sombra que pronto le arropó con una frazada corroída por el tiempo. Creo que tú la necesitas más que yo…- susurró aquel hombre Gracias… No te preocupes… ya estoy acostumbrado a esta fría celda… Cuánto tiempo llevas aquí…? Dejé de contar las lunas…hace mucho… De qué te acusan? De ser indio… de qué más…!! Bueno… la verdad es que tomé unas frutas de la canasta de mi amo… y él me entregó al ejército… Frutas…? Sí… eran para mis hijos… Soy Atuq… y tú eres quién dicen que eres? El Gran General Rumiñahui? Ya ves…que de grande no tengo nada… Sabes algo de mi amigo Kirk an…? Kirk an? Así se llama el gigante…? Lo tienen en la celda de frente… Mi señor…para mí es un honor… si algún día salimos de aquí…espero poder unirme a tu ejército… Gracias… Kirkan!! Kirkan!!- llamó a su amigo desde la puerta de su celda
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Señor! –contestaba algo maltrecho el vikinga Estás bien? Sí, creo que sí...decía sujetando sus costillas adoloridas
Asiri trabajaba la tierra en aquella llacta donde se refugió por disposición de su esposo. Participaba de la cosecha de papas. Recogía las matas donde aparecían los tubérculos y con la ayuda de su hijo las colocaba en un cesto. De rodillas entre los camellones de tierra no se percató de la presencia de Lalangui, uno de los chasquis del imperio inca. Cuando lo vio, supo que traía noticias de Rumiñahui. Sonrió simplemente al escuchar que su esposo aún permanecía vivo. La noche era especialmente iluminada por la luna llena que parecía rozar los techos de la ciudad. La entrada al cuartel español estaba vigilada por dos soldados. El fornido guardián se interpuso al paso de una persona que se acercaba cubierto de una gran chalina púrpura. Puso su lanza sobre el pecho del visitante. Cuando le levantó la cabeza observó el bello rostro de Asiri. El teniente Del Hierro, reprochándose a sí mismo, informó a su superior de la inesperada visita. En el cuarto esperaba ansioso Benalcázar, caminando de un lado a otro. El guardia acompañó a la bellísima inca hasta el umbral de la habitación. No es difícil suponer a que vienes…- dijo el Gobernador La indígena no habló. Simplemente se desamarró el abrigo que la cubría y lo dejo caer al piso. Su cuerpo desnudo enmudeció por un instante al español. Pero sin más y como un salvaje la tomó de la cintura y comenzó a besarla toda. Quiso besarla en la boca, pero Asiri volteó la cara bruscamente. No me interesa…Solo tenerte aquí es para mí un placer…No me interesa que no hables…No me interesa que no respondas mis caricias…!! – decía mientras le arrancaba la ropa con desespero, más como un acto para convencerse a si mismo, que como un hecho cierto. Sin embargo, la tiró en la cama y la poseyó con brutal pasión. La inca no se inmutaba con los gemidos del español. Ni siquiera se movía. Su rostro veía a un lado de aquel cuarto. Cuando terminó descargó todo su peso sobre la mujer, dejándola casi sin aire. Liberta…Liberta…- susurró al oído de Benalcázar Cómo dices? Quishpiri…Liberta… Liberta?...querrás decir…Libertad!! Así que crees que…con haberme entregado tu sucio cuerpo debo liberar a tu amado Rumiñahui?!!..ja,ja…definitivamente ustedes, los indios, me sorprenden cada vez más… Liberta…quishpiri…- susurraba mientras una lágrima humedecía su rostro. Tomando una espada que descansaba en su vaina sobre la mesa, Benalcázar se levantó de golpe. Dime…Asiri…qué me impediría que ahora te mate...ah?...ya tuve lo que quería…- colocaba el frío metal sobre el pecho desnudo de la bella mujer. Liberta…- seguía susurrando, mirando hacia otro lado y llorando Ahhh!! Maldita….maldita seas…!! No puedo dejarlo libre, no puedo hacerlo…tú sabes que no puedo hacerlo!! Ahhh!! Dios!! Me vuelves loco…te deseo como un loco…haría lo que me pidieras…pero no puedo…no puedo!!...Será mejor que te vayas…vamos…vístete y lárgate de aquí…no sé que podría hacer…si los veo juntos otra vez…Lárgate..!! Guardia!!! Guardia ¡! Acompañe a esta mujer hasta fuera del campamento y asegúrese que nada le pase… La mujer salió protegida por las sombras y se perdió entre la bruma de la ciudad. Su rostro cubierto por la chalina dejaba ver sus ojos llenos de lágrimas. Como si temiese que la siguieran regresaba su mirada una y otra vez. Benalcázar desde su ventana la observaba. Corrió la cortina con ira. La guerrera caminaba apresurada. Sin embargo, una sombra se interpuso en su camino. Asiri parecía esperarla. Sonrió sin distinguir de quien se trataba. Pero pronto su rostro dibujó asombro al descubrir realmente quien era. Killa, la amante celosa de Benalcázar estaba frente a ella, con un cuchillo. Varios lances al cuerpo de la inca fueron hábilmente esquivados. Asiri c on la chalina desarmó a su atacante. Y le propinó un gran golpe en el rostro que la noqueó. Otra figura surgió en la oscuridad. Esta vez, era quien Asiri esperaba. La oscuridad protegió su identidad. En las sombras alguien se dirigía rápidamente hacia los calabozos. Un soldado y un indio lo seguían. Bajó por el estrecho pasillo y descubrió al guardián dormitando y dando fuertes ronquidos. El oficial pateó los piernas del hombre gordo que estaban sobre la mesa y éste reaccionó como un furibundo pero al ver que era el teniente Del Hierro quien lo despertó no supo que hacer.
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Abre la puerta de la celda de Rumiñahui…!! – ordenó el oficial A sus ór….denes mi señor….a sus órdenes… Una vez abierta la puerta, Del Hierro ordenó a todos que lo dejaran solo. Pedro Torres, aquel oficial que hace algún tiempo le ofreció su incondicional apoyo lo acompañaba. Luis caminó en silencio hacia el prisionero que estaba tendido en el suelo. Su rostro mostraba huellas del maltrato que los soldados le infringían a diario por simple placer. Casi instintivamente reaccionó al ver al español frente a él. Sus piernas las recogió para proteger su estómago. Sin embargo, no mostraba miedo. Era simple protección. Del Hierro sin decir nada se agachó y tomó el candado que sujetaba la cadena a la pared. Lo liberó. El inca no entendía lo que pasaba. Solo, se puso de pie. Luis se acercó a la puerta, la abrió y se hizo a un lado. La señal estaba clara. Podía salir. Rumiñahui miró a su compañero de celda Atuq, sentía que lo abandonaba sin cumplir su compromiso de llevárselo. El preso sonrió y bajó la mirada. Sé que volverás por mí…- dijo Atuq. Mientras lo arrastraban fuera de los calabozos, su mirada se fijaba en la celda donde detenían a Kirkan. El vikingo se apresuró a la reja de la puerta al escuchar ruidos en el pasillo. Con gran cuidado recogió los escritos que ahora eran muchos más. Deberás irte solo…- le dijo Del Hierro a Rumiñahui que veía a su amigo con gran pesadumbre. El liberado avanzó lentamente hacia la puerta pero al verlo los guardias que estaban fuera quisieron atacarlo, Del Hierro sin embargo, les gritó que nada le hicieran. El indio caminaba dirigido y seguido por los españoles. Cuando llegaron a la puerta principal del cuartel, Del Hierro tomó el brazo del inca y le dijo algo. Lluri, su colaborador personal miró en silencio. Haz que tu libertad…detenga esta guerra atroz…no necesitamos que muera más gente… Cómo podía estar liberando al peor enemigo de su ejército?. Por unos segundos hubo un silencio tenso. Cuando comprendió Rumiñahui que Del Hierro lo liberaba, se apresuró a correr entre la oscura noche. El teniente, hombre de honor, no estaba de acuerdo con las prácticas inmorales de Benalcázar, que a lo largo de toda su vida había demostrado ser, un hombre sin rasgos de humanidad, y en su faceta de conquistador los mismos españoles lo consideraban, un desalmado. Al ver como el peor enemigo del Gobernador y lo que él representaba partían un amargo sorbo de saliva se le atrancó en la garganta. Sin embargo, le apostaba al ser humano que en tantas luchas había descubierto en Rumiñahui. Ninguno de los involucrados en la supuesta fuga de Rumiñahui estaba cerca de imaginarse lo que estaba a punto de ocurrir. Uno de los guardias que supuestamente no debía estar en aquella torre de vigilancia al ver como el inca corría alertó a todos. Disparó su arcabuz y la bala rozó la pierna del rebelde. Cayó pesadamente pero se incorporó rápidamente. En el cuartel nadie se explicaba como Rumiñahui logró escapar, nadie excepto los cuatro hombres que propiciaron la fuga. Torres empujó al indio hacia el muro y con tono amenazante susurró. Si mencionas algo de lo que esta noche pasó… yo personalmente le cortaré el cuello… ahora ve rápido y díselo al guardia del calabozo… Para no levantar sospechas, Del Hierro tuvo entonces que asumir las órdenes para que persiguieran a Rumiñahui. Mandó llamar a sus guías indígenas, expertos en seguir rastros. Atrás suyo apareció el fornido Chugcha, su rostro mostraba una gran cicatriz en el lado derecho que iniciaba en el ojo hasta el labio, dejando ese lado de la cara irreconocible. La persecución aquella noche no dio resultados. -
El general Cara de Piedra cojeaba pero no disminuía su paso. De pronto, en medio de la ramada, alguien le sujetó el brazo. Rumiñahui estuvo a punto de darle un puñetazo, pero se detuvo en seco al descubrir el rostro de su lugarteniente, Kuyuchi. Atrás de él apareció Asiri, su esposa. Los ojos de la mujer destellaban de emoción. Rumiñahui se acercó con recelo. Pérdoname…- le dijo tiernamente No… no tengo nada que perdonar…- contestó Asiri Claro que sí… estuve mucho tiempo lejos de ti… créeme que separarme de ti y de mi hijo, fue lo más difícil que he hecho en mi vida… En un segundo se ataron en un profundo y sentido abrazo. Asiri tomó el rostro de su esposo con sus manos y lo besó repetidas veces. Los dos emprendieron nuevamente la fuga. Pero Rumiñahui tenía la pierna herida y sangraba profundamente. De pronto, su cuerpo se desvaneció. No podía más. A pesar de su corpulencia no pudo luchar con la terrible pérdida de sangre. De pronto todo oscureció.
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Al abrir los ojos, Rumiñahui descubrió a Asiri humedeciendo su frente con un poco de agua. Al ver su pierna, ésta mostraba un emplasto de algunas hierbas que habían logrado detener la hemorragia. La india le puso sobre sus labios un poco de fruta. Tienes que comer algo…has perdido mucha sangre… Cuánto tiempo llevo así… Dos días… Dos días…!! Tenemos que irnos… los españoles están tras nosotros… No te preocupes… el ser la esposa del Gran General Rumiñahui me ha enseñado algunos trucos para esconder el rastro… Estoy seguro de eso… pero no deberías confiarte… Ahora lo que me interesa… es que te pongas bien… así que come… Y Kuyuchi? Fue al pueblo para averiguar los planes de Benalcázar… En tanto, Lluri el indio que acompañaba al teniente Del Hierro logró escabullírsele y pidió entrar a la sala donde estaba Benalcázar. Los guardias españoles se lo impidieron y estaban a punto de atacarlo, debido a su insistencia, pero Chugcha los detuvo sutilmente. El cañari queriendo sacar partido de lo que Lluri decía saber, intentó vanamente sacarle información del asunto tan importante del que quería hablar con Benalcázar. De qué se trata? – persistía Es algo muy grave que me gustaría decirle al amo Gobernador… en persona…- agachó la cabeza Pasa entonces… Pidió a los guardias que los dejasen pasar. Logró que lo escucharan por unos minutos. Haber dime…qué tienes que contarme…? – dijo displicente Benalcázar Mi señor… se lo contare si… me promete… que me liberará… que me convertirá en hombre libre… El español sintió hervir su sangre. Nadie había osado a ponerle condiciones y muchos menos un indígena. Estuvo a punto de darle una cachetada. Pero se detuvo al ver que entraba a la habitación el teniente Del Hierro. Que al ver a su traductor allí, sin su autorización, supo que algo andaba mal. De pronto, Lluri se espantó al ver a su superior directo y agachó la cabeza. No dijo nada. Anda…dime qué sabes tú de la fuga de Rumiñahui…?!!- gritaba Benalcázar lleno de cólera mientras ahora sí golpeaba con un fuete al indio. Señor…permítame que yo me haga cargo de este asunto…- interrumpió nervioso Del Hierro, al presentir que su traductor lo estaba traicionando. No…claro que no…!!- gritó Benalcázar – este asunto tengo que manejarlo personalmente…y le recuerdo que fue a usted a quien se le escapó ese maldito rebelde!! No sé porqué no lo he mandado a fusilar…?!! Señor…perdone que insista pe…- se calló al ver como Lluri habló al oído de Chugcha. La mirada del indio cambió radicalmente. Lluri dice que el teniente Del Hierro permitió que escape Rumiñahui…!!- gritó Chugcha Cómo?!!- exclamó sorprendido Benalcázar Si señor…dice que fue él quien le quitó las cadenas…y permitió que salga de su celda… Luis Del Hierro bajó la mirada al verse descubierto. Benalcázar sintió un dolor en el pecho. Muy decepcionado, tuvo que sentarse al recibir esa noticia. Le faltaba el aire. Si bien Del Hierro no era uno de sus preferidos, le tenía como un hombre recto y cabal. Tomándose de la cabeza, estuvo sentado unos segundos en silencio. De repente, se levantó y arrojó todo lo que estaba sobre la mesa. Estaba furioso. Porqué?!! Porqué Del Hierro?!! Esta guerra nos está costando más vidas de las necesarias…deberíamos negociar con los incas… Negociar…? Negociar…?!!! Está usted loco…?!! Con estos indios de mierda no se negocia…A ellos se los conquista…se los aniquila…y como premio el vencedor se queda con el oro, las mujeres, las tierras…!! Acaso…no lo entiende…? Sí señor…pero…Rumiñahui tiene muchos seguidores…que pondrían en riesgo nuestra campaña en estas tierras… Es usted…un maldito cobarde…!! Ahora entiendo porqué ha dedicado tanto tiempo a aprender sus costumbres…De estos indios podía esperar cualquier cosa… incluso una
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traición…- y volvió sus ojos a Lluri, quien asustado bajó la mirada y se postró – pero de un español… solo esperaba lealtad…!! – tomó al infeliz de Lluri y le clavó su espada en el estómago – Guardias!! Llévenselo !! Señor…Merezco la muerte por haber traicionado a mi Rey…porque se debe servir al Rey o a Benalcázar, no a ambos- dejando claro que la causa perseguida por el Gobernador distaba mucho de la de Su Majestad. Mañana… mañana será fusilado…- decía Benalcázar tirándose nuevamente al asiento con desgano. Sin un juicio? – preguntaba uno de los oficiales Ningún traidor va a recibir un juicio…mientras yo viva!! El soldado se cuadró frente a su superior, pero sin duda la orden le parecía totalmente arbitraria y abusiva.
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CAPITULO SEIS Del Hierro fue despojado de su rango militar. El ex oficial ahora compartía celda con Pedro Torres y Atuq. La madrugada acababa. Sin duda, no solo el frío hacía que el teniente temblase un poco. El miedo a la muerte lo sorprendió de una manera que jamás soñó siquiera. Morir fusilado por su propio ejército, era algo impensable para el joven teniente. Su sólida fuerza moral y religiosidad le permitieron mantener la calma en momento tan extremo. Mientras oraba en su celda, la puerta se abrió. Acompañado por seis soldados, él junto a Torres, Atuq y Kirkan, marcharon hacia el paredón. A pesar de las gruesas cadenas, el vikingo insistía en llevar consigo el libro que escribía sobre los incas. Sin duda, el miedo invadió a los condenados. Las huellas de sangre de aquel muro eran frescas. Casi a diario, los españoles fusilaban a personas que no se unían a ellos. El Gobernador ordenó que seas fusilados con el indio… dijo que no os mereces suerte diferente a la del maldito!!- gritó enfurecido el jefe de la escuadra al rostro de Torres. Uno de los soldados quiso vendarle los ojos, pero Del Hierro le pidió de favor que no lo haga. Sereno. Vestido con su uniforme casi impecable, esperó el momento. Benalcázar prefirió no salir de su habitación. Su profunda decepción por la traición de su oficial, había terminado en una profunda borrachera. Había bebido toda la noche y difícilmente habría podido ponerse de pie. A pesar de sentirse muy decepcionado, no podía dejar de pensar en el teniente. Era uno de sus mejores hombres. Acaso tendría razón? Se podría negociar con los indios? Se podría no conquistarlos, sino incluirlos?. En el patio, uno de los soldados arranchó de las manos de Kirkan el montón de escritos. Ëste, quiso impedírselo pero otro de los soldados españoles le golpeó fuertemente en el estómago con su arma. Qué es esto?- preguntó el soldado al dar un ojeo a los escritos. Es la verdad sobre este pueblo al que ustedes quieren aniquilar…- respondió sagazmente el vikingo Qué lengua es esta? No entiendo nada de estos garabatos…!! Que los entiendas sería tanto como creer que eres el Rey de España…- blofeó Kirkan, pero le costó otro duro golpe en el rostro. Casi desmayado el vikingo fue sujeto al poste donde sería fusilado. Mira lo que hago con tu verdad… - se burló el soldado al echar al fuego los escritos del rubio. El vikingo se sacudía con gran ira al ver como el fuego devoraba los papeles que con mucho ahínco había escrito durante muchos años. El fuego consumía sus gráficos, sus escritos de leyendas, cuentos, ciencias. El vikingo lloró de impotencia. El pelotón formó fila frente a los condenados. Prepararon sus armas para disparar a la orden de su jefe. De repente, una flecha llena de llamas atravesó el cielo y se clavó cerca de un barril con municiones. Al ver esto, todos gritaron y huyeron despavoridos . Una fuerte explosión sacudió el cuartel. Los soldados que estaban cerca de los explosivos volaron por los aires. Las llamas y el humo comenzaron a invadir todo el sitio. Del Hierro veía atónito como un cuerpo despedazado caía cerca de sus pies. En el tumulto, un indio se acercó a Del Hierro y cortó sus amarras. Era Kuyuchi. Nosotros respetamos a los guerreros de honor…- le dijo al jalarlo para que escaparan. Al inicio el español se resistió, pero algo lo llevó a seguir a su libertador. Otros desataron a Kirkan, Torres y Atuq. Corrían mientras más explosiones sacudían los patios del cuartel. Del Hierro tomó de uno de los soldados muerto, su dotación de armas y pólvora. Torres intentó hacer lo mismo. Sin embargo, una bala lo alcanzó por la espalda. Atuq voló por los aires con la siguiente explosión, pero aunque un tanto magullado logró incorporarse. Las llamas habían envuelto ya, varias construcciones. El caos era latente. Del Hierro intentaba levantar el cuerpo mal herido de Torres, pero éste le pidió que no lo hiciera. Esta tierra necesita paz… dásela…- dijo con sus últimos aires Torres antes de fallecer en manos de Del Hierro. Nunca los españoles hubiesen esperado un ataque en sus propias instalaciones. Benalcázar, borracho, a rastras y sujetándose de los muros avanzaba hacia el patio. Una explosión en la parte baja del edificio, derrumbó el piso. Cayó varios metros abajo. Su cuerpo quedó inmóvil entre los escombros. Habrían transcurrido dos días, Asiri se preocupó por curar la pierna de su esposo y de c azar algún conejo silvestre para comer. Demostró ser una guerrera excelente pues la flecha se clavó en el corazón de la criatura que murió casi al instante. Mientras doraba en el fuego la carne, un ruido llamó
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su atención. Arrojó tierra sobre los leños ardientes para evitar que salga más humo. Logró distinguir a cinco hombres acercándose a la cueva. Se trataba de cinco soldados españoles que habían sido enviados a cazar para alimentar a la tropa que seguramente estaba cerca. Uno de ellos, se apresuró a callar al resto, cuando vio la entrada a la cueva cubierta por ramas. Una pequeña columna de humo que se mantenía flotante en ella, les puso en alerta. Con cautela, se abrieron paso. Con sus armas de fuego saltaron sobre el sitio donde nacía la columna de hum o. Pero no hallaron a nadie. Alguien estuvo aquí…estos maderos aún están calientes… Estén alertas….tú…Fernando…ve por allá…tú por ese lado…ustedes por allá…- ordenaba el de mayor rango con voz baja Al rato se dispersaron y comenzaron a adentrarse en la os cura cueva. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad. Eso fue aprovechado por Asiri, quien oculta en un rincón inaccesible para la luz dio un garrotazo al primero de los intrusos. Este, cayó pesadamente al suelo, inconsciente. Su cuerpo fue arrastrado y desapareció. Así, tres de los cinco fueron sorprendidos por la astuta inca. El cuarto de los soldados estaba de espaldas intentando distinguir algo entre las sombras, Asiri se deslizaba tan silenciosamente que casi podía tocarlo. Pero, la suerte se acabó para la guerrera cuando pisó una ramilla en el piso y su presencia se delató. El soldado se amarró a ella en una pelea cuerpo a cuerpo. Ella, al parecer vencía a su contrincante, al punto de tenerlo sujeto sin poder moverse. Cuando iba a propinarle un golpe en el rostro, alguien la noqueó. Se trataba de otro de sus compañeros que había llegado justo a tiempo. Deja de jugar… Prométeme que no contarás a nadie… Que una mujer te tenía indefenso en una pelea…no…claro que no…ja,ja - decía al ayudarlo a levantarse De pronto, una sombra surgió con un grito que generó un eco estremecedor. Los empujó bruscamente contra el muro de piedra. Uno de ellos, quedó inconsciente de contado. El otro aún sorprendido reaccionó y se puso de pie rápidamente. Frente a él, estaba Rumiñahui, herido y casi sin poder moverse. Reuniendo todas sus fuerzas emprendió el empujón a los dos españoles, pero ya no tenía energía. A pesar de ello, su rostro mostraba mucha ira. Mira…a quién tenemos aquí… un indio rebelde…- decía el soldado que no reconoció a Rumiñahui. De modo sorpresivo, un golpe con un tronco humeante en su costado, doblegó al inca. Se lo dio el último de los soldados en llegar al sitio. Un nuevo golpe en la cabeza, lo noqueó. Los matamos…? – preguntó el soldado a su compañero No lo creo… mejor llevémoslos al campamento y que el Capitán decida qué hacer con ellos… Oye… tengo una mejor idea… porque mejor no nos entretenemos con esta hermosa india… antes de llevarla al campamento…? Yo creo… que nos lo merecemos..verdad? Claro…! Y los demás? Déjalos ahí… después se lo contamos… ja, ja… Arrastraron el cuerpo de la mujer. Mientras lo hacían, tocaban morbosamente sus piernas y senos. La colocaron en el piso de arena y separaron sus piernas. Desgarraron su ropaje y se extasiaron al ver la escultural figura de la guerrera. Rumiñahui, logró reaccionar. Apenas podía abrir sus ojos. Su mirada era aún borrosa. Lograba apenas distinguir las figuras de los soldados y sus risotadas las escuchaba como un extraño zumbido en su cabeza. Quién va primero…? Pues yo…!! Yo te salvé…o no? Cómo que me salvaste?…yo ya la tenía dominada… Luego de unos segundos de discusión, decidieron sortear el orden de su vileza. Cuando el primero se apresuró a bajarse los pantalones y estaba a punto de violar a Asiri, un disparo tronó en la cueva. Del Hierro lo había matado. Cuando el otro soldado quiso reaccionar, una flecha le atravesó el pecho. Kuyuchi y sus hombres junto con los rescatados, habían llegado oportunamente a ese sitio donde debían reunirse con sus líderes. Dos horas después, los españoles se despertaron atados a un gran árbol. Frente a ellos, estaba el disidente Del Hierro y Asiri les advertía. La guerrera les bañaba en una sustancia pegajosa. Qué es esto?- gritaba uno de los desdichados
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Miel…- contestaba Del Hierro Para qué nos hacen esto? Pronto lo sabrán… Ahí tienen un cuchillo…si logran alcanzarlo…quizás tengan posibilidades de sobrevivir…de no hacerlo…sufrirán mucho…- remarcaba Asiri mostrándoles el arma clavada en el piso muy cerca de ellos. Mi teniente…- decía un soldado viendo la vestimenta del ex militar Del Hierro – perdónenos…por amor a Dios…le pido que nos perdone…No nos deje aquí…. Ustedes se lo buscaron…las cosas no tenían que ser de este modo… Los tres soldados forcejeaban por desatarse, pero nada conseguían. Uno de ellos, dio la voz de alerta al señalar que cerca de ellos, sus captores habían colocado un panal de avispas, tan grandes como un dedo pulgar. La trampa estaba semicubierta por hojas, que con el transcurso de las horas comenzarían a secarse y dejarían paso libre a los temibles insectos. Mientras los rebeldes emprendían su huida, una avispa salía de su panal. Su instinto la llevó a aquel sitio donde estaba una abundante cantidad de miel. Los cuerpos de los españoles prisioneros. Los gritos de desesperación de los infelices se escucharon a cientos de metros de distancia. Al cabo de media hora, los cuerpos de los tres soldados estaban cubiertos en su totalidad por las hambrientas avispas. Sus cuerpos inertes mostraban el dolor de la tortura. -
Lejos de allí, en una cueva oculta en la montaña, Asiri ayudaba a Rumiñahui a incorporarse lentamente. Pero, éste al ver a Del Hierro, tomó su cuchillo y se dispuso a atacarlo a pesar del dolor. Sin embargo, Asiri se interpuso y le explicó que Kuyuchi fue quien lo trajo. Se tranquilizó aún más al ver a su ex compañero de celda Atuq y a Kirkan. Gran Señor…los dioses me unen a ti nuevamente… será un honor si me dejas pelear a tu lado…- le dijo sumisamente Atuq Qué hace este barbudo… aquí?- insistió Ni yo entiendo qué hago aquí…?- interrumpió el oficial español Usted Teniente Del Hierro… es el único que puede ayudarnos a acabar con esta brutal guerra de invasión…- dijo Asiri Cómo puedo hacerlo…? acabo de escapar de mi propio ejército… Luchando de nuestro lado…- reafirmó la inca Deben estar locos…!! No.. claro que no… lo conocemos más de lo que usted se imagina… Usted es el primer español que se opuso al fusilamiento de cien de nuestros guerreros… Porque me pareció un proceso ilegal… pero de allí a que pelee de vuestro lado… es una exageración…!! No, si seguimos siendo aniquilados injustamente… No todos los españoles somos como Sebastián de Benalcázar… Lo sabemos…por eso lo hemos traído acá… Rumiñahui que hasta ese momento había estado en silencio, se interpuso. El barbudo tiene razón…esto es ridículo…- increpó No…claro que no…- refutó Asiri – si podemos salvar a nuestro pueblo de su desaparición, cualquier esfuerzo será pequeño… Antes muertos que esclavos!!- volvió a interrumpir Runiñahui De eso hablamos… pedimos al teniente que colabore con nosotros para buscar la paz entre nuestros pueblos…- añadió Kuyuchi Existe un gran problema…- dijo el español Sebastián de Benalcázar…- replicó el general herido Ya piensas como un inca…- dijo sonriente Asiri a Del Hierro Si ya eres de los nuestros pues sé bienvenido…- gritó Rumiñahui amablemente – toma come algo… se ve que tienes mucha hambre…- le extendió un plato que estaba servido con trozos de carne Gracias…- el español aún un poco dubitativo tomó el plato y comenzó a comer – qué deliciosa carne… qué es? Todos agacharon su mirada cómplice y sonrieron. Asiri se le acercó y se lo dijo en voz baja al oído. Al escuchar de qué se trataba, Del Hierro escupió de un solo bocado todo lo que tenía en la boca y corrió a vomitar. Todos soltaron una gran carcajada. Mientras el joven vomitaba con gran fuerza, Rumiñahui le gritó burlonamente.
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Si eso te ocasiona saber que comiste testículos de llama, no quiero ver cómo te pondrás cuando te sirvamos los ojos… ja,ja…!!
Con un vendaje sobre su cabeza, Benalcázar despertó en su cama. La caída desde el segundo piso le había provocado un corte en la parte posterior del cráneo, además de unas cuantas costillas rotas. Señor…no intente levantarse…le sugiero que guarde reposo por un par de días…- le decía el médico de la expedición. Si me deja en esta cama…me muero… Lo siento…pero será lo mejor…Además…tengo a cinco hombres con paludismo en el campamento… Pero… Ya le dije que lo siento – insistió el médico – su estado es delicado… La guerra de guerrillas se emprendió nuevamente. Las noticias para Benalcázar no eran del todo positivas. Su campaña militar contra los incas tenían en Rumiñahui fuerte resistencia. Había sido ya para fines de 1533 designado como Teniente Gobernador de Piura, y Quito, era uno de los puntos más ambicionados por el ejército invasor, puesto que su ubicación geográfica permitiría avanzar a la conquista de otros territorios cercanos, como de hecho lo fue. Sin embargo, tenía otro frente del cual preocuparse. Su compatriota Pedro de Alvarado había planificado dejar Guatemala para dirigirse a la zona de Quito en pos de mayores ganancias para su empresa. Así que Benalcázar emprendió viaje hacia esa región.
QUITO, 1534 El carácter prepotente del conquistador Benalcázar le llevaría por caminos intrincados durante toda su vida. Desafiando la autoridad de Francisco Pizarro, abandonó San Miguel de Piura y llegó en los primeros meses de 1534 a los alrededores de Tomebamba, donde descansaría y planificaría la reestructuración de sus huestes. Mientras tanto y luego de un trabajo de inteligencia por parte de los espías de Rumiñahui, la resistencia daba sus certeros golpes. La contundencia de ellos, hizo que los españoles pusieran precio a la cabeza de los guerrilleros. En junio la ciudad más septentrional del Imperio, era ahora el destino de la campaña de Benalcázar. Quito. Los espías de Rumiñahui llevaron esa noticia a su ejército. El general indio apresuró su arribo a esa ciudad por el flanco opuesto. Cuando llegó observó el gran movimiento comercial de esta ciudad, uno de los principales puntos de desarrollo del imperio inca. Su prisa tenía dos razones esenciales: la primera y fundamental era encontrar a su esposa e hijo, a quienes había enviado a la capital norte del imperio para su protección. La otra razón era militar. No podía dejar que un punto tan estratégico como Quito caiga bajo los dominios de los españoles y sus aliados. Con su ingreso a la ciudad, la agitada vida de los quiteños se detuvo. Una de las sirvientes, llegó agitada a la choza donde estaban Asiri y su pequeño Illayuk. Está aquí…está aquí!!- gritaba como una loca. Los ojos de Asiri se inundaron de inmediato. Había pasado mucho tiempo de la separación con su esposo. Illayuk volvió la mirada a su madre y preguntó lo que la inquietaba. Quién llegó? Tu padre…tu padre está aquí!!- le dijo al abrazarlo Cuando salieron a las callejuelas descubrieron el ambiente festivo que de improviso vivió la ciudad. Abriéndose paso a empujones llegaron a un claro desde donde podían observarlo todo. Allí estaba el General Rumiñahui caminando al frente de su ejército, altivo y orgulloso. Pero su mirada exploraba de un lado a otro el paradero de los suyos. Atraídos como un imán, las miradas de Rumiñahui y Asiri se juntaron a pesar de la distancia. Ella lloraba desconsolada y él reía. Illayuk corrió gritando hacia su padre. El niño se colgó del cuello de su papá y enseguida Asiri se les unía en el abrazo. Papá…Papito…te extrañamos!! Yo también hijito…yo también los extrañé. Esa misma tarde, todos fueron convocados al Templo del Sol, en lo que actualmente es el Panecillo, para escuchar las palabras de Rumiñahui. El discurso emocional del rebelde encendió el coraje de
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muchos de sus compañeros. Asiri, caminó hacia su esposo mientras éste observaba desde aquel punto alto el poblado. Quito, era un asentamiento indígena muy estructurado. Sabes que no podemos evitar que ellos lleguen hasta aquí…- le dijo suavemente Claro que lo sé…estos canallas violan a nuestras mujeres….matan a nuestros guerreros…esclavizan a nuestros hijos…y no puedo hacer nada por evitarlo! - contenía un grito ahogado por la desesperanza Lo has hecho…y tu gente lo sabe… Pido al Gran Viracocha que me dé fuerzas para resistir lo suficiente y ver la cabeza de Benalcázar colgando en la plaza… Vienen tras tuyo…mi Gran Señor…- le acariciaba con ternura el rostro Mi ejército ha sufrido muchas muertes…no puedo arriesgarme a enfrentarlos aquí y que todo acabe así… mientras mis hombres y yo permanecimos en Urcuk uri moría cada día al pensar lo que los invasores harían con ustedes… No lo tienes que hacer más…- y se levantó la aguerrida mujer, caminó hacia la hoguera y tomó un tronco encendido – Este pueblo es parte de nuestra gente…No dejaremos nada para el invasor…que el fuego sea el dueño de nuestros recuerdos…y no esos asesinos…!! Asiri le entregó a Rumiñahui el tronco encendido. Ëste, caminó determinado en silencio hacia el centro del pueblo. La gente se abría dándole paso. Su mirada habló por si sola. Rumiñahui alzó su antorcha y la lanzó hacia una choza gritando. Esta ciudad está perdida… pero nosotros no!! Huallallo Carhuincho ¡! Huallallo Carhuincho ¡! Quito no se rinde ¡! Quito no se entrega!! Quito es tierra Inca!! – repetió enérgicamente Su gente entendió la intención de su general. Y respondieron con gritos mientras buscaban armarse de antorchas. Huallallo Carhuincho era el Dios de Fuego de los Incas, un waka o dios menor al cual los incas recurrían como el purificador, con su tributo, el fuego. El teniente Del Hierro tomó también un leño encendido. Entendía claramente la intención de Rumiñahui, más desde su perspectiva militar. El impacto logístico que tenía sobre los invasores el no encontrar provisiones, era tan grande como el golpe psicológico a las fuerzas españolas, que llenas de soberbia y sedientas de sangre, arrasaban toda comunidad india que se les resistiera. Detrás suyo Asiri se detuvo, volvió su mirada hacia los ojos de su amada. Su pequeño hijo Illayuk, apareció y sujetó la cintura de su madre. Rumiñahui lanzó con fuerza su antorcha hacia el templo del pueblo. Todos siguieron encendiendo en llamas el resto del poblado. Grandes remolinos alimentados por los vientos se elevaban hasta el cielo y el fuego arrasaba con todo. Los pobladores con sus armas golpeaban las vasijas de cerámica y las destrozaban. La orden era acabar con todo lo que no podían llevarse consigo, para que los españoles no pudieran utilizarlo. Mientras las llamas devoraban todo, muchas ancianas lloraban en silencio al ver como su ciudad tenía que acabarse para no dar paso a la esclavitud y la explotación de su gente. Frente al grupo y un tanto retirado, Rumiñahui dejaba que una lágrima rodase por su mejilla tostada por el sol al ver como parte de su cultura desaparecía. La guerra que estaban librando era peor que cualquier enfrentamiento con los ejércitos de Huáscar. Porque los españoles no estaban respetando sus dioses, sus autoridades al conquistarlos, como los incas hacían con otros pueblos a los que sometían. Las guerras con Huáscar jamás hubiesen implicado la destrucción de templos, mientras que los invasores levantaban sus iglesias sobre las cenizas de los templos incas destruidos. Está hecho…- susurró para sí Los españoles personificaban, según Rumiñahui, al Dios Supay, divinidad que reclamaba más y más muertos para su culto. Los españoles no negociaban, destruían. Entonces, llamó a uno de sus subordinados y le ordenó matar un animal y arrojarlo al pozo de agua. Debían envenenar el agua para que nadie la bebiese. Ocultándose para que nadie lo viera, un indio que era uno de los espías del conquistador Benalcázar, salía del pueblo al encuentro de su amo para anticiparle de la maniobra de Rumiñahui. Muy cerca, el ejército español avanzaba a buen ritmo. Seguían aquel sendero en el valle. El indio espía que había corrido como desesperado, apenas pudo tomar aire cuando hizo una extraña señal con su mano derecha como contraseña para los invasores. Sebastián de Benalcázar apenas escuchó la noticia que trajo el espía, con su espada golpeó a su caballo para que corra y alzando su brazo armado con una espada ordenó a sus tropas avanzar mucho más a prisa. Las herraduras de las bestias levantaban grandes terrones, en tanto que muchos soldados a pie, junto a indios fieles a su causa corrían en filas paralelas blandiendo sus lanzas. Los coches que arrastraban los cañones iban mucho muy lento por eso quizás no iban a poder llegar a tiempo.
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Habían transcurrido cinco días de la salida de los incas de Quito. A l llegar a aquel lugar, el paso de los caballos era lento, muy lento, no era simple muestra de su cansancio, sino mas bien, era el paso que los jinetes daban a sus animales al ver la destrucción de aquel sitio. Nada había que saquear, nadie a quien humillar o matar. Gran parte de las chozas del pueblo ardían en llamas, otra parte estaba en cenizas. No había nadie. Quito, era un pueblo en ruinas. Sus referencias contaban de un pueblo próspero, como era posible que los incas lo destruyeran de tal modo. Los hombres estaban desalentados. Pocos días después, llegó por el otro flanco de la ciudad destruida, un grupo armado comandado por el tuerto Diego de Almagro, otro de los capitanes conquistadores provenientes de España. Avanzaba desde Perú por órdenes de Pizarro para exigir explicaciones a Benalcázar sobre porqué de su avanzada hacia Quito. Arribó por las costas de Manabí con siete embarcaciones, muchos caballos, soldados, cientos de indígenas guatemaltecos sometidos y algunos esclavos negros. Al ver la destrucción de la ciudad y descubrir que no había tesoros en ese lugar que saquear, Almagro se vio obligado a negociar con Benalcázar para así evitar de esta manera que Alvarado adquiera mayor poder. Entonces se dirigió hacia las planicies de la actual Riobamba para fundar la ciudad de Santiago, tomando posesión efectiva de esos territorios para la jurisdicción de Francisco Pizarro. Un artificio legal para alegar la primera posesión, terminó las pretensiones de Alvarado, quien tendría que pactar con sus adversarios. Delegó su expedición a Almagro, pero a cambio recibió una gran cantidad del oro que los otros invasores recibieron del botín que Atahualpa llegó a entregar. Mientras recorrían a pie el campamento los dos jefes militares, llegó el ejército comandado por Alvarado. Los tres altos oficiales disfrutaban de una copiosa cena en una habitación. El recién llegado abrazó a la chiquilla indígena que le servía los alimentos y la besó casi a la fuerza. Todos carcajearon. De pronto, la conversación se puso más seria. El rostro de los altos oficiales de a poco se mostraba más preocupado. Todos coincidían que Rumiñahui era un obstáculo difícil de sortear, por lo que definieron que su captura era vital para los planes de expansión. Si el maldito era peligroso antes… ahora lo es más…- decía Alvarado Ayer tuve que fusilar a dos de mis soldados… para evitar que el ejemplo del desertor Del Hierro se propague en mis filas…!! – gritó Almagro No permitiremos que eso pase…afirmaba Benalcázar – pronto…caerán presos…Ahora…dejemos de hablar de cosas desagradables y vamos a divertirnos, caballeros…la conquista tiene sus recompensas… Abrió la puerta y dejó que entrara un grupo de jóvenes indias semidesnudas que entraron en la habitación para distraerlos. Adoro este tipo de recompensas…- bromeó Alvarado Sobre todo si tienen un par de piernas como estas…- festejó Almagro Dos días después, el trío de conquistadores distribuyó responsabilidades. Firmaron un protocolo común, en que se comprometían a destinar armas y pertrechos para la captura y ejecución de Rumiñahui y el reparto del tesoro inca. Así mismo se comprometieron a adoptar medidas de represión contra cualquier pueblo que apoyara al ejército rebelde. Una vez, cumplida su misión los tres formularían el reparto de lo conseguido, sea en metales preciosos como en ti erras. Lo llamaron en secreto “ El pacto de El Dorado ”, del que ni siquiera el Rey tendría conocimiento. Benalcázar se ofreció personalmente a encargarse del General rebelde, para ello todos los ejércitos entregarían cierta dotación de personal y armas para esa campaña. El 28 de agosto de 1534, en el mismo sitio donde Almagro fundó la ciudad de Santiago en las cercanías de la actual Riobamba, los tres conquistadores decidieron fundar la ciudad de San Francisco de Quito. Esta ceremonia incluyó la formación del Ayuntamiento o Cabildo de la nueva villa, con la juramentación legal de dos alcaldes y ocho regidores. La ceremonia fue encabezada por el mariscal Diego de Almagro. Pero con el afán de debilitar la posición de los rebeldes, Sebastián de Benalcázar decidió reasentar la ciudad en el sitio donde los incas dejaron las ruinas de Quito. El domingo 6 de diciembre de 1534, al cabo de tres meses y días del ceremonial protagonizado por Diego de Almagro en las inmediaciones de Riobamba, correspondió a Benalcáz ar el confirmar y ejecutar la fundación de la villa de San Francisco De Quito. Para evitar que su labor fuese boicoteada, supervisó la labor del Cabildo, que cumplió con el empadronamiento de los dos ciento cinco vecinos y el trazo de ella. También se mantuvo al tanto de la construcción del templo provisional, del reparto de los terrenos o solares entre otras cosas.
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La salida de los rebeldes Quito fue precipitada. Cara de Piedra decidió enviar a las mujeres y ancianos en el primer grupo que salió de Quito. Benalcázar está a pocos días de Quito…- le decía Asiri - mi lugar está contigo… Tu lugar está con mi hijo y con el resto de mi pueblo…necesito que vayas en este grupo…así estaré más tranquilo… a ti no puedo ocultarte nada…- bajó su mirada – mi ejército se ha reducido a este puñado de hombres, mujeres y niños que ves aquí… Y el resto de las fuerzas rebeldes? Ya no hay más fuerzas rebeldes… los barbudos nos están acorralando… han cortado nuestros abastecimientos, ningún camino es seguro para nosotros ahora… incluso este grupo de mujeres y niños es vulnerable… pero no me arriesgaré a enfrentar a los invasores con ustedes en medio… por eso enviaré a Kuyuchi como líder de un escuadrón que los acompañará… Nuevamente los Dioses se empeñan en separarnos. No son los Dioses. Son los invasores… Te volveremos a ver? Es lo que más pido a los Dioses… El espía indio daba órdenes a uno de sus cómplices para que vaya e informe a los soldados españoles sobre los nuevos planes de Rumiñahui. El chasqui salió de Quito hacia donde avanzaban las huestes españolas. Benalcázar al saber que existía la posibilidad de encontrar a la mujer que más fascinación le había causado, olvidando por un instante el fabuloso tesoro que los indios transportaban, dio la orden de interceptar al grupo donde estaban las mujeres. Los soldados cabalgaron jornadas extenuantes hasta darles alcance. Conociendo la ruta que seguiría la caravana inca les fue sumamente fácil a los españoles anticipárseles. La emboscada fue sorprendentemente eficaz. Durante la noche, aquel bosque sería el sitio perfecto para la captura del grupo. Kuyuchi que estaba frente, quedó inmóvil al ver como Benalcázar aparecía de detrás de aquel árbol con una sonrisa irónica al demostrarle que estaba completamente rodeado. Decenas de soldados españoles junto a aborígenes leales a los europeos aparecieron con sus armas en forma amenazante. Ansioso, se abría paso entre las mujeres y ancianos de aquel grupo capturado. Con antorcha en mano, buscaba como un desesperado a Asiri. Cuando la encontró sus ojos se abrieron y enmudeció. Ella estaba de pie abrazada por su hijo. Su actitud era la misma que lo había conquistado, altiva, orgullosa. Entonces, ordenó a sus hombres que la llevasen fuera del grupo. Más tarde, Asiri fue llevada ante la presencia de Benalcázar. El sitio que había escogido para la audiencia era en extremo oscuro. Apenas si se podía distinguir su barba. Una pequeña antorcha iluminaba el lugar. Detrás del asiento donde Benalcázar se hallaba tirado, su espía misterioso le susurraba algo al oído. Benalcázar observaba desde lo alto del camino que servía como campamento a sus dos guardias sujetando y trayendo a Asiri. Tras suyo y cubierto por la oscuridad, el indio espía que dio informes precisos de la ubicación del grupo capturado. Lo hiciste muy bien… Es un placer servir a mi amo…- contestó el servil espía. Pronto recibirás tu recompensa… Muchas gracias, amo… pero, puedo preguntar a mi amo… qué es lo que este grupo de mujeres y ancianos tiene de especial… que atrae tanto a mi amo..? acaso es alguna de nuestras mujeres? Eres muy listo… solo una mujer podría hacer que me olvidé de perseguir al maldito de Rumiñahui y el oro… Esa… esa es la mujer – señaló con su dedo a la mujer que aún se resistía a obedecer a los soldados cuya espectacular figura se dibujó al acercarse al fuego. El espía se quedó callado. Pasmado. Hubo unos segundos de silencio absoluto. Benalcázar entendió que algo andaba mal. Se levantó rápidamente y gritó pidiendo explicaciones a su informante. Qué rayos pasa…?!! Acaso conoces a esta mujer? – preguntó. Mi amo… esta mujer… es… la esposa de Rumiñahui… - contestó temeroso. El cielo y la tierra se juntaron en abrumador tremor. Benalcázar sintió que sus pies se deshacían como si de arcilla fuesen y un río de golpe, los cubriera. Sus ojos lagrimaron de impotencia. Sus puños se debilitaron al punto que dejó caer la copa que tenía entre manos. La vida no pudo haberse
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empeñado en atravesar en su vida de modo tan brutal al peor de sus enemigos. La mujer indígena que más deseaba era esposa de su mayor contrincante. Aquí está la mujer que nos pidió, señor.- decía el soldado Benalcázar no parpadeo. Estaba inmóvil. Apenas escuchaba como un rumor distorsionado la voz de su subalterno. Llevénsela!! Llevénsela!! – gritó histérico A partir de aquel descubrimiento las noches eran turbulentas para el español, que bebía copiosamente hasta muchas veces quedar dormido en cualquier sitio del campamento militar. Durante el día, buscaba una manera de mantenerse ocupado para dejar de pensar en los t rágicos azares de la vida. Una vez comprobada la tarea constructora de la ciudad de Quito, el grueso del ejército mancomunado avanzaba tras la pista de Rumiñahui. Los prisioneros fueron sometidos a pesadas cadenas, excepto Asiri y Illayuk que fueron llevados a la carpa principal. Al verla, Benalcázar parecía nuevamente prendido de la belleza de la inca. Asiri… definitivamente eres muy hermosa…-decía mientras rozaba su rostro con su mano – tu esposo…al que llaman Gran Señor … me ha causado muchos problemas … Este debe ser tu hijo…- le removía el cabello con su mano -vamos a ver… cuánto tu esposo valora a su familia?!!... En un ataque de celos, Killa, la joven amante indígena de Benalcázar, quiso atacarla con un cuchillo. Benalcázar no se opuso esta vez, más bien, la dejo que avanzara en su ataque. Ja,ja…es uno de mis sueños cumplidos…dos mujeres peleándose por mi… Sin embargo, la celosa jovenzuela no contaba con la habilidad que Asiri tenía en defensa personal. En dos segundos, estuvo desarmada y recibió un gran golpe en el rostro que la noqueó una vez más. No sabes cuánto lamento que seas inca…y no española… Días después en la plaza de Quito, Benalcázar volvió con su premio. Los europeos habían logrado establecer un asentamiento sobre las ruinas dejadas por el general rebelde. La caravana avanzaba lentamente con el grupo de prisioneros encadenados. El capturar a la esposa de Rumiñahui había sido quizás el más fuerte golpe que le había propinado durante todo el tiempo que llevaban enfrentándose. Para que todos se enteraran hizo que se leyera en la plaza una declaración donde se pedía a Rumiñahui que se rinda a cambio de la vida de su esposa e hijo. La noticia llegó a donde estaba éste. El inca ordenó a su gente que continuara con la travesía con el oro y pidió voluntarios para rescatar junto a él a los prisioneros. La plaza de la ciudad estaba llena de gente que se había acercado ante el evento anunciado por los mensajeros españoles. En medio del gentío, los soldados se abrían paso a empujones para hacer que la india Asiri camine hacia el cadalso. Benalcázar había ordenado que la condenada sea mostrada en público durante dos días mientras permanecía encadenada a un poste de madera antes de ser quemada. La humillación infringida a la cabecilla inca sería parte del impacto buscado por los invasores. Así la mujer permaneció encadenada durante la fría noche quiteña. Su cuerpo tiritaba. Alguien se acercaba al cadalso entre las sombras. Uno de los guardias dio la voz de alto. Su antorcha iluminó el rostro del visitante. Era Sebastián de Benalcázar. Su mirada desafiante hizo que el soldado abriese paso rápidamente. Subió los escalones de madera y caminó hacia la mujer que estaba sentada en el piso con sus manos sujetas por cadenas. El hombre se puso en cuclillas y la arropó con una frazada. Asiri...quiero que sepas – le susurraba – que espero de corazón no tener que matar a una mujer tan hermosa como tú…pero si tu esposo no se entrega…voy a tener que hacerlo…Además…tú ya tomaste tu decisión…- le mostraba sus cadenas con un aire burlón. Habían transcurrido dos días y medio, el plazo para que Rumiñahui se entregara acababa en cinco horas. Ese atardecer, Asiri sería quemada. El general inca y un grupo pequeño de guerreros, corrían como locos hacia el pueblo. No había tomado casi descanso en varios días. La plaza era un hervidero de emociones contrapuestas. Los pueblerinos disfrutaban del espectáculo avivando al ejército. Los indios esclavizados sentían una refrenada ira al ver como utilizaban a una mujer para vencer a un guerrero, a su Líder. La ejecución iba a comenzar. Benalcázar maldecía por no haber logrado atraer a Rumiñahui. Su posición era comprometida. Ahí estaba la mujer que le fascinó como nunca otra. Pero allí mismo estaba la esposa del hombre al que más odiaba. Con profundo pesar ordenó que inicien. El verdugo
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caminó entre la multitud y subió al cadalso. Leyó el edicto por el cual la mujer era condenada a muerte por el delito de traición y sedición contra el Rey. Unos ojos ocultos por el anonimato que da una multitud, observaban el atroz espectáculo. Confundido entre la gente, usaba ropaje que normalmente se les entregaba a los indios esclavos. La larga cabellera suelta ocultaba los rasgos de su rostro. Era Rumiñahui que junto a veinte de sus guerreros se ocultaban entre la muchedumbre. El enmascarado descendió del cadalso y tomó la antorcha para encender los maderos que se habían dispuesto en montones alrededor de la mujer condenada. Se burlaba de ella diciéndole que los palos estaban muy secos lo que haría que ardan mucho más rápido. Cuando se acercaba con la antorcha, un zumbido lo detuvo in fraganti. El gigante y musculoso verdugo se tomó del cuello y cayó pesadamente. El dardo venenoso lo mató de contado. Rumiñahui con un grito se abrió camino hacia su esposa. Empujaba a los curiosos que llenaban el lugar. Frente a él apareció un soldado con su lanza. No le dio tiempo a reaccionar y con todo su peso se arrojó sobre él. Clavó su cuchillo en la frente del desdichado. Se puso de pie y rasgó sus ropas. En el estrado ubicado frente al cadalso Benalcázar supo de inmediato de quien se trataba aquel hombre que empujaba y forcejeaba para llegar a Asiri. Se levantó de golpe y su sillón lo lanzó lejos. Se percató que no llevaba consigo armas, así que le arranchó del cintillo al guardia de junto su arma de fuego. Apuntando a Rumiñahui le seguía en su carrera. El rebelde, alzó su mirada y descubrió a Benalcázar con el arma. Un disparo sonó. Uno de los asistentes a la plaza, a un paso de Rumiñahui caía muerto. El español maldecía. Los guerreros de Rumiñahui con sus gritos comenzaron a causar conmoción en la plaza. Los soldados se pusieron alerta. Pero los indios con sus cuchillos los atacaban de modo sorpresivo. Aparecían de la nada. Su disfraz de esclavos les permitió mimetizarse de modo muy efectivo. Había tantos soldados españoles que sin embargo, el esfuerzo de esos pocos indios parecía inútil. Ya más de diez rebeldes, caían víctimas de la superioridad en número de los españoles. Sin embargo, algo extraño pasó. Los indios que habían sido rivales de Rumiñahui y que ahora eran esclavos de los invasores, al ver el arrojo y valor del guerrero, olvidaron su apego a los intereses españoles y decidieron unirse a la lucha de su, hasta ese momento, enemigo. El espíritu de la lucha de Rumiñahui fue lo que los motivó. El luchaba por su esposa, por su gente. Por la libertad. La pelea entonces, cambió de rumbo. Los indios esclavos que se mostraban sumisos comenzaron a pelear con los soldados. Unos les quitaban las armas. Otros simplem ente los enfrentaban en una lucha cuerpo a cuerpo. Rumiñahui llegó a los brazos de Asiri. No hablaron. Sus miradas lo dijeron todo. Intentó en vano zafar las cadenas. Rápidamente observó el poste y con todas sus fuerzas lo empujó para sacarlo de su base donde estaba clavado. Sus venas se desorbitaban del tremendo esfuerzo físico que realizaba. Pero apenas si lo había movido. Fue entonces, cuando tres indios lo ayudaron. Uno de ellos era Iskaywari. La fuerza de los cuatro arrancó el tronco de un solo envión. Asiri soltó sus brazos, pero seguía encadenada. Iskaywari la ayudó a incorporarse. Protegidos por su gente, Asiri y Rumiñahui corrían en medio de la batalla. El General mataba al español que se le atravesaba. Ya casi había dejado atrás la plaza, pero Rumiñahui vio como Benalcázar con su espada se abría paso hacia ellos. El inca se detuvo, listo para enfrentarlo. Pero su rostro se desencajo cuando vio que arrastraba con su otra mano a Illayuk. La pelea era terrible. Gritos y sangre por doquier. Pero estos dos guerreros tenían un saldo pendiente. Parecería que todo avanzaba a una velocidad más lenta a su alrededor. Ríndete!!- ordenó Benalcázar . No permitiré que mi pueblo sea convertido en esclavo…! – gritaba Rumiñahui. Dos razas diferentes se enfrentaban. Dos mundos diferentes chocaban. La altivez de ambos hacía de este momento algo simbólico. Ni el español, ni el Inca cedían un paso. Hablaban uno sobre otro. Sin entenderse siquiera, se oponían. Ambos sabían que el guerrero triunfador debía matar al otro. No había espacio para el perdón. Benalcázar tomó al muchachito y le puso frente a él. Sin embargo, al ver a su madre, el pequeño secó sus lágrimas. Ya no lloraré…soy un Inca…-dijo a sus padres Ante el horror de Asiri, Benalcázar apuntó su daga en el pecho de su pequeño hijo. El español había tomado como rehén al hijo del guerrillero, como una desesperada estrategia para afectar su moral. Esperaba que esta provocación le haga perder el control. Pero repentinamente y sin tiempo a reaccionar el Gobernador recibió un fuerte empujón. Kuyuchi saltó sobre él que con el envión soltó al niño. Illayuk, logró ponerse a buen recaudo. Ese momento Rumiñahui, lleno de ira corrió hacia el invasor. Los cuerpos chocaron con brutal fuerza, enredados en una lucha titánica rodaron unos metros. Un golpe dio centro en el rostro de Benalcázar. Sangrante el español empujó con sus piernas al indio que lo estaba estrangulando. Pero la muchedumbre y la lucha los rodeó en un parpadeo.
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Asiri corrió y con ternura única abrazó a su hijo. Sin darse cuenta que un soldado los amenazaba con su espada en alto. Iskaywari arrojó su cuchillo al pecho del soldado, matándolo de contado. Los indios huían al ver como los refuerzos españoles llegaron del otro lado del poblado. Los caballos y los cañones definieron el desenlace. En el tumulto, Asiri con el cuerpo de su pequeño hijo, suplicó en silencio que su esposo la acompañara. Tomándose de la mano huyeron en medio de las explosiones. Sus rostros desaparecieron entre la muchedumbre para coraje del conquistador. El Gobernador ordenaba a gritos que los persiguieran y que los mataran sin piedad. La plaza había quedado vacía y Benalcázar se encontró de pie en medio de ella. Observaba en silencio las decenas de muertos que estaban tirados en el piso. Con su mirada al cielo y apretando sus puños en alto, gritó lleno de frustración. Días más tarde, la persecución los llevaba hacia la loma rocosa. El sitio era sin duda, obra de la fuerza natural de los volcanes que habían arrojado gigantescas piedras en un desorden fabuloso. Los españoles deberían impedir que se adentren en aquel lugar, puesto que las enormes rocas serían el sitio perfecto para una emboscada. Pero sus órdenes estaban dadas. Debían acabar con los indios sublevados, aunque en esas circunstancias parecía un suicidio. Repentinamente mientras avanzaban loma arriba, una lluvia de decenas de lanzas cubrió el cielo. Llenos de terror los soldados morían atravesados por ellas. El grupo de indígenas que huían de la plaza encontraban refugio en las rocas. Simultáneamente aparecieron hileras bien estructuradas de guerreros incas que habían sido colocados allí por Rumiñahui para proteger su salida. Los españoles al verse en desventaja tuvieron que retroceder. Aprovechando la ventaja obtenida, los indígenas persiguieron a los rezagados y los decapitaban en el campo de batalla. Kirkan con su martillo ensangrentado se mostraba feroz. La calma volvió a los dos ejércitos por varios días. Rumiñahui aprovechó la pausa para agradecer a sus fuerzas militares por la labor desplegada en el rescate de Asiri. Caminando entre sus colaboradores, durante el sencillo festejo, se acercó hacia Kuyuchi. Gracias amigo mío, salvaste el mayor tesoro de mi vida – decía mientras acariciaba la cabeza de su hijo que caminaba junto a él. Cumplí mi deber…Gran Señor Gracias…- le decía al ponerle la mano en su hombro y retirarse sonriente Asiri buscaba el rostro de Iskaywari entre la gente agolpada alrededor suyo. Al distinguirlo notó que él simplemente sonrió y dio la vuelta. Al parecer los reconocimientos no le agradaban, supuso la guerrera. Habían transcurrido quince días, el ejército español se había rearmado y reinició la campaña de persecución de Rumiñahui. Benalcázar salió del pueblo y avanzó hasta el sitio donde sus soldados fueron sacrificados. El paraje se mostraba aterrador. Un campo lleno de lanzas con decenas de cabezas colgando de ellas. La venganza por lo hecho a su Emperador Atahualpa había sido consumada por los incas. El sacerdote Velásquez que acompañaba al ejército se persignaba y oraba en leves balbuceos. Dios nada tiene que hacer aquí…- sentenció Benalcázar En aquellas llanuras el ejército español avanzaba a paso lento. El sitio estaba cubierto por extensos pastizales naturales rodeados de un bosque centenario. De pronto, entre la foresta aparecieron decenas de indios en posición desafiante. La orden de alzar las armas dada por Benalcázar fue respetada en un sincronizado eco. En un segundo, la caballería cruzaba la llanura a galope. Atrás iban los soldados a pie con sus lanzas, espadas brillantes y gritos llenos de ira. Los indios corrieron a darles el encuentro con sus lanzas y hachas de piedra. El poder físico de las bestias así como el impacto psicológico en algunos indios respecto al misticismo de los caballos, era una estratégica ventaja de los europeos. Por eso avanzaron primero. Los dos ejércitos devoraban con ansias la distancia y avanzaban al centro del pastizal gigante. La hierba que cubría hasta las rodillas de los soldados, hacía del avance algo pesado. Solo los caballos corrían sin mayor problema y esa era la fortaleza en la que apuntalaban su lucha los españoles. Su caballería abriría brechas entre los indígenas atravesando hasta el fondo de la llanura. Allí regresarían para rodear al enemigo desde los dos flancos creados. Rumiñahui corría al frente de su gente blandiendo una lanza. Tomando impulso la arrojó. Asiri seguía con su mirada aquella lanza que voló por los aires y se clavó a unos cien metros del sitio donde estaban los españoles en su avanzada. Benalcázar viendo aquello, se sonrió. Los dos grupos armados corrían, parecía que la lanza sería el sitio donde chocarían. Sin embargo, los indios se
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detuvieron de golpe, ante la señal de su General. La lanza clavada en medio del pastizal aún estaba a unos veinte metros de los invasores. Lucía solitaria. Desafiante. Era un límite que los europeos no debían cruzar. Los españoles creyeron que parados como estaban los indios serían un blanco más fácil y obligaron a sus animales a correr más rápido. Intempestivamente, algunos caballos doblaban sus cuartos delanteros, cayendo pesadamente junto a sus jinetes. Era como si los pastizales se los tragaran de un solo bocado. Habían caído en una trampa. Los rebeldes buscaron enfrentar a los europeos en aquella llanura, para ello cavaron huecos de unos ochenta centímetros de profundidad por un metro de ancho. En su interior, colocaron varias estacas de madera que complementaban la mortal labor. Para que no se notarán, la hierba fue levantada desde sus raíces con un montón de tierra y una vez cavado el hoyo, la sujetaban con varias estaquillas que las mantenían tapándolo. Ya eran muchos caballos los caídos en las trampas. Fue entonces, que los indios retomaron el enfrentamiento. A la orden de su General chocaron violentamente con los soldados que aún avanzaban sobre la llanura. La lucha fue sangrienta. Los rebeldes cortaban la cabeza de los caballos heridos para mostrarse a sí mismos, que no eran criaturas inmortales. A pesar de la inicial superioridad numérica de los invasores, la pelea estaba tomando ribetes inesperados para los rebeldes. La batalla comenzó el mediodía, pero la medición de fuerzas iba dando victorias a ambos bandos y se prolongó hasta la noche. La espesa oscuridad hizo que los ejércitos se retiraran hasta el amanecer para reiniciar la lucha. Los indios se desplazaron hacia el flanco derecho de la llanura, donde la montaña dibujaba una mayor pendiente. Benalcázar sabía que los incas eran excelentes guerreros, por ello decidió avanzar con cautela hacia el sector. Era previsible que el terreno fue también escogido por los indios y seguramente tendría trampas. Pero qué tipo de trampas?. A pesar de ello, el invasor decidió seguir el juego a Rumiñahui. Confiaba en su gran número de soldados e indios subordinados. Siempre había la posibilidad de una vez descubierta la trampa, de algún modo eludirla. Los soldados caminaban con dificultad, a pesar de no ser un suelo muy irregular. El problema radicaba en la altura sobre el nivel del mar de aquel lugar. La respiración se les dificultaba. De pronto, de lo alto de la loma aquella, comenzaron a rodar piedras, de todos tamaños. Era una avalancha de rocas, que arrastraban con su brutal fuerza a los soldados como si fuese muñecos de trapo. En otros casos, los aplastaba como si fuesen moscas. Desesperados corrían pendiente abajo. Unos se protegían tras algún árbol que encontraron en su camino, pero de nada les servía. La fuerza con la que rodaban aquellas piedras arrasaba con todo. Rumiñahui desde lo alto observaba como su estrategia había dado resultado. Durante varios días, puso a su gente a esculpir las rocas, para convertirlas en grandes esferas mortales. La piedra era el material más importante en la construcción del imperio inca, pero tenía del mismo modo, un gran significado. Dentro de la piedra vivía el espíritu o poder con capacidad para convertirse en hombre o viceversa. Por esta razón, los incas adoraban las rocas y apreciaban su esencia y no lo que construían con ellas. Benalcázar tuvo que retirarse definitivamente. Chughca, el líder cañari, le mostró una ruta segura para huir hacia lo que en hoy en día es Riobamba. Ahora Rumiñahui era el que perseguía a los españoles. Sus fuerzas avanzaron hacia la ciudad con gran premura, no debían dar tiempo para que se rearmen y organicen. Amigos…la historia de nuestro pueblo hablará de este día… como el último día de los invasores en estas tierras…- gritaba el General inca al grueso de su ejército – Los Dioses están con nosotros…!! Las fuerzas incas llegaron a dar alcance a los españoles y sus aliados entrada la noche. Desde aquella elevación los indios lograban distinguir las luces del asentamiento español. Cara de Piedra dio la orden de avanzar. Todos blandían sus armas. Sitiaron la pequeña ciudad y con sus flechas de fuego iniciaron algunos incendios. Los soldados y los aborígenes fieles a los invasores europeos salían en medio de la humareda a enfrentar su destino. La mayoría encontraba la muerte en manos de los guerreros incas que estaban por doquier. Asiri y Rumiñahui luchaban espalda con espalda. Uno a uno iban cayendo los soldados españoles que les enfrentaban mientras avanzaban hacia la casa donde estaba oculto Benalcázar. Cerca de allí se les unieron Kuyuchi, Kirkan e Iskaywari. La ciudad ardía en fuego. De repente, uno de los muros de adobe de una casa contigua se precipitó sobre ellos debido al incendio. Asiri alzó su mirada y logró ver la gran mole que se les venía encima, tomó a Kuyuchi del brazo y lo empujó a un lado para
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evitar ser aplastados. Iskaywari hacía exactamente lo mismo con Rumiñahui. Tras el gran sobresalto todos se incorporaron excepto Iskaywari. Sus piernas estaban atrapadas por un gran bloque de tierra y paja. Todos se apresuraron a remover los escombros. Con gran esfuerzo retiraron un gran bloque de adobe. Rumiñahui ordenó a dos de sus guerreros que se lo llevasen hacia un lugar seguro. Kirkan se les acercó para cerciorarse que estaban bien. Cuando veían como su amigo era puesto a buen recaudo, recibieron una gran sorpresa. Puesto que se encontraron frente a frente con Benalcázar. El español salía de la casa que comenzaba a arder en fuego. Junto a él estaban tres soldados y dos indios. La guardia atacó a los incas. Benalcázar junto a uno de sus soldados y un indio se dirigieron contra Rumiñahui, los otros dos soldados y el tercer indio fueron hacia Asiri , Kuyuchi y Kirkan. La pelea fue encarnizada. El primer soldado caía muerto atravesado por la daga de Rumiñahui. El inca tomó la espada del piso y se enfrentó a sus dos contrincantes al mismo tiempo. Con gran habilidad saltaba sobre aquel montón de cajas. Con su pie arrojaba una funda de harina que estaba arrumada allí sobre el rostro del soldado raso español. Apoyando su mano en el hombro del europeo saltó dando un trampolín apareciendo detrás de sus atacantes. Con la espada mataba al soldado. Benalcázar que atacaba junto a ellos lanzó un giro con su espada, pero el general inca lo esquivó con gran destreza. Asiri y Kuyuchi hacían lo propio con sus atacantes. Kirkan gritaba como un loco al perseguir a su atacante, que huía despavorido. Resultaba gracioso observar al gigante ir detrás del pequeño elemento. Sin embargo, la naturaleza tomó parte en la batalla, en un hecho que cambi aría drásticamente los acontecimientos futuros. Al igual que durante muchos hechos históricos una mezcla de azar y designio divino se mezclaron para impedir la aniquilación de las fuerzas de Benalcázar por parte de Rumiñahui. Siglos después el hombre descubriría con asombro que el criminal nazi Adolfo Hitler salía ileso de más de catorce atentados planificados por su propio ejército, incluida la ocasión en la que sobrevivió a una bomba implantada como parte de la Operación Valquiria. La vida, la muerte, en un extraño conjuro le salvaron, para luego de nueve meses permitirle suicidarse, pero en su locura de resistencia murieron millones de alemanes que posiblemente pudieron salvarse durante esos últimos meses de guerra. Ese mismo misterioso conjuro salvó a Benalcázar, condenando a muerte a millones de indígenas en tiempos post eriores. Rumiñahui permanecía sujetando con fuerza su daga cerca del cuerpo de Benalcázar, que veía cercana su muerte. El filo había perdido su lustre debido a la cantidad de sangre impregnada en él. De repente todo comenzó a temblar. El general inca perdió el equilibrio y liberó momentáneamente al invasor. A pesar de este gran tremor, los guerreros se mantenían en pie de lucha. Los españoles estaban siendo arrasados por el ejército inca. Muchos de los europeos huían despavoridos , tras suyo avanzaban los indios que en menor número estaban motivados al oír el grito de retirada dada por los oficiales invasores. Los temblores continuaban. La carrera de los indígenas fue entonces interrumpida abruptamente por la violencia de nuevos sacudones que comenzaron a abrir grietas en el suelo. Los indios se miraban con gran incertidumbre. Era imposible seguir caminando, la tierra temblaba cada vez con mayor fuerza. Una gran explosión iluminó la noche. El cielo se tornó rojizo y parecía estar en llamas. Un sonido parecido a un trueno sacudió al lugar. Los aborígenes y los españoles olvidaron por un segundo su lucha para mirar al cielo. Un sonido extraño se aproximaba. Era como un proyectil que se acercaba. De repente, uno de los indios desaparecía aplastado por una gran roca envuelta en llamas. El volcán Tungurahua había querido estar presente en la batalla y erupcionó con gran fuerza. En segundos, el sitio comenzó a sufrir un bombardeo de miles de piedras incandescentes. Era como si una fina lluvia ardiente fuese el presagio de la muerte que se avecinaba. Habrán pasado cinco minutos cuando la pertinaz lluvia de fuego se convirtió en un terrible bombardeo de inmensas piedras al rojo vivo. Tras el estruendo del choque, cada piedra rodaba varios cientos de metros en inmisericorde rotación. Rumiñahui y Benalcázar se encontraban amarrados en una lucha a muerte. Las venas salientes en la frente del español mostraban que las manos de su contrincante le impedían respirar. A punto de perder la conciencia, sus ojos saltaron al ver como una bola de fuego iba directamente hacia ellos. Con el último y mayor de sus esfuerzos, el español alejó de si el mortal ataque. Aquel corte profundo en su mejilla era una marca soportable ante la inminente muerte a la que estaba expuesto. En un
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parpadeo una roca caía sobre el lugar en el que peleaban, abriendo un gran cráter humeante. Rumiñahui en el piso veía asombrado la marca dejada por el proyectil. Benalcázar se incorporó y huyó, aprovechando la confusión. Sabía que la furia del volcán era imparable. Rumiñahui no pudo darse cuenta que español había desaparecido. Otro enorme estruendo llenó el ambiente. La noche se iluminó con una luz roja incandescente que provenía de la explosión del volcán. Los indios pensaron que eso era un mal presagio y asustados comenzaron a retroceder en una huida sin orden. Rumiñahui tomó de la mano a Asiri y comenzó a correr esquivando la lluvia de pequeñas piedras incandescentes, que llenaba la ciudad. No huyan!! No huyan!!- decía con desespero el General Los Dioses han hablado…Ahhh!!- gritaba un desesperado guerrero que huía con sus ojos desorbitados al ver como una gran bola de fuego le caía. Rumiñahui se detuvo y agachándose cubrió con sus manos el rostro de su amada esposa. Sin duda, no pudo contener su decepción al observar lo que pasaba. Los españoles que ansiosos esperaban el ataque final de los incas, vieron con asombro lo que la erupción provocó en el comportamiento de los indios, así que en una actitud que bordeaba más a la locura, ya dándose por vencidos, se armaron de valor. Los Dioses están enojados con nuestro pueblo!!- gritaban los indios que huían despavoridos sin control Fue entonces que Benalcázar saliendo de su escondite ordenó a sus soldados contraatacar. Maten a esos malditos!! – gritó. Los españoles convirtieron a la huida de sus contrincantes en una terrible matanza. La escena era sorprendente. La lluvia de ceniza volcánica junto a las piedras incandescentes no atemorizaron a los europeos. Ellos, quizás esperaban simplemente la muerte, por el desenlace del brutal ataque de los rebeldes, pero el volcán les dio una nueva oportunidad. Así que frente a perder todo, este sería un designio divino que les empujó a pelear con bravura. Salieron de sus escondites y armados de un valor inédito, devolvieron el ataque. Del otro lado, muchos indios huían creyendo que el volcán les daba una mala señal. Pero al hacerlo, morían por espadas y lanzas que los alcanzaban y les daba muerte por la espalda. Quizás fue una de las peores matanzas de la guerra de invasión. Sin embargo, la lluvia de piedras incandescentes continuaba y aplastaba a los combatientes, convirtiéndolos en figuras de cera expuestas al calor. La escena era dantesca. Al ver lo que pasaba, Rumiñahui, instó a sus guerreros a no huir. Pero sus gritos eran vanos. Estaba tan absorto por lo ocurrido que no se percató que una bola de fuego estaba a punto de caerle. Del Hierro corrió y lo empujó apenas un segundo antes de la terrible explosión de fuego y barro. El General miró a su salvador. Gracias… Fue un placer… La oportunidad más cierta de acabar con Sebastián de Benalcázar se escapaba de las manos de Rumiñahui. El Tungurahua parecía escribir el destino del pueblo inca de un modo extraño. El General resignado y aceptando lo ocurrido en el campo de batalla, ordenó la retirada. Con sus guerreros huyó hacia el sector de lo que es actualmente Ambato, para reorganizar su ejército. El grupo ahora formado por guerreros incas, un vikingo y un español, al estar seguro de que logró escapar de los soldados, emprendió la marcha más lenta. Más tarde, frente a la hoguera mientras asaban unos cobayos silvestres, Asiri se acercó a Rumiñahui algo preocupada. Cómo está Isk aywari? – preguntó el General Se pondrá bien…A dónde iremos? Ven…siéntate aquí…Nuestro pueblo nos necesita…No podemos dejarlos abandonados…los invasores lo aniquilarán muy pronto…muchos de mis guerreros han muerto y los que no han caído como esclavos, están presos… Pero qué podemos hacer? No lo sé…tenemos que buscar a Apu… Pero…él era uno de los generales de Huáscar…? Qué piensas hacer? Tendremos que improvisar… Y marcharon hacia la selva subtropical. Al cabo de dos semanas, la herida de Rumiñahui había sanado. Mientras caminaban por el sendero, el General Cara de Piedra sacó de su bolso aquel
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pedazo de papel que encontró clavado en el cuerpo del anciano Pachacuraca ( líder de pueblo ) algún tiempo atrás. Quiero que me digas que significa esto?- le preguntó a Del Hierro al entregárselo. Cinco por uno…este es el mandato de Benalcázar a su ejército … por cada uno de sus soldados que mates … él asesinará a cinco de los tuyos … En su campamento, Benalcázar estaba tan sumido en sus pensamientos que no se percató que alguien entró a su habitación, sino cuando una mano se posó en su hombro. Saltó del susto. Allí, descubrió riendo a Agustín Vela, quien había vuelto con una encomienda de Francisco Pizarro. No te asustes…ja, ja… Pudiste haberme matado de un susto…!! Tranquilo…he sido enviado por Pizarro con una innoble razón… Déjame adivinar…te ordenó que me arrestes…? Así es…nadie entiende que tienes contra Rumiñahui…para que lo sigas…aún en contra de órdenes del Rey… El Rey…aquí el Rey no gobierna…!! Pizarro y su familia son los que mandan sobre nuestras vidas… Son ellos los que desean apoderarse de todas estas tierras… No discuto eso…pero… Ese maldito indio vale más que el mismo Rey de España…este momento…!! De qué hablas? Te lo diré…siempre y cuando me prometas que no se lo dirás a nadie… Lo juro…!! Está bien…luego de mucho tiempo he logrado infiltrar un espía en el ejército de Rumiñahui… Y porqué no lo atrapas, entonces? No lo entiendes…Rumiñahui no es lo que busco…es lo que él protege lo que me interesa… Protege…? El Dorado… Ja, ja… No te rías…estoy seguro que el maldito sabe dónde está el oro que debía llegar a Cajamarca…Veo que te callaste… te imaginas el poder de quienes encuentren todo ese oro…? Serían…reyes… Tú y yo…nos convertiríamos en los reyes de este lado del mundo…!! Cuenta conmigo…cubriré tus espaldas con Pizarro…le diré que eres muy escurridizo… El complot se fraguó aquella noche. Los dos oficiales conversaron largamente a solas. Esa fue la primera y profunda fisura al denominado “ Pacto de El Dorado “ , firmado por Alvarado, Benalcázar y Almagro. Cuando hubo el acuerdo en los detalles, se dirigieron a las habitaciones. Benalcázar vio en su habitación a Killa esperándolo. Sin embargo y en una actitud que la jovencita no comprendió, la tomó del brazo y la entregó a Vela, que estaba a punto de ingresar a su habitación. Tenla… Pero…es tu… No la quiero…tú…mi amigo…la necesitas esta noche… Killa sorprendida estuvo a punto de llorar. A pesar de ciertos privilegios que tenía, como esclava no pudo contradecir a su amo. La humillación que había recibido era inmensa. Solo el profundo amor que le tenía a Benalcázar hizo que tolerara tal bochorno. Vela desconcertado aceptó. Sin embargo, ninguno pudo imaginarse lo que aquella noche pasaría. En la habitación destinada a Vela, éste escuchaba a la chiquilla llorar desconsoladamente. Sentado con sus manos en el rostro mostraba su desasosiego. Nada pudo pasar entre ellos. Lo amas? Si…mi señor…daría mi vida por él… Deja de llorar… A pesar de ser un canalla… no te tocaré… puedes estar tranquila… Pasaron la noche juntos pero uno al lado del otro. Vela sonreía al pensar como no aprovechaba ese cuerpo lleno de curvas, que enloquecerían a cualquiera. Mientras Killa dormía, rozaba con sus dedos el vientre desnudo de la nativa. Al día siguiente, al despertar la muchacha descubrió el brazo del soldado rodeándola. Con susto, intentó alejarse sin despertarlo. Sin embargo, lo hizo. Cómo amaneciste… mi bella Killa…? Bien… gracias… gracias mi señor… - agradeciendo la caballerosidad de Vela de no haberla tocado.
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Cuándo piensas decírselo? De qué habla? De tu embarazo…cuándo piensas decírselo? Decirle qué? Cuándo piensas decirle a Benalcázar que esperas un hijo de él…? Cómo… lo supo? – decía nerviosa la indígena Qué paradójico… el hombre que más odia a tu pueblo… el hombre que aniquila a tu pueblo … engendrará un hijo indio...un mestizo… Por favor mi señor…no se lo diga… por favor… no se lo diga. Porqué? Acaso temes que lo lastime? Mi señor Benalcázar no debe saber que estoy esperando un hijo suyo… por favor… Está bien… está bien…pero deja de llorar… no entiendo porqué no decírselo… pero… allá ustedes…!! Vela salió de la habitación a la formación de las filas. Benalcázar se le acercó y con un guiño de ojo le preguntó. Cómo estuvo?...verdad que esa india es … ahhh!! Si…ahhh ¡! – repetía el ademán que Benalcázar hizo para expresar la pasión de la nativa. Los incas llegaron a un pueblo enclavado en lo más profundo de la selva. Era territorio tsáchila. Con suaves pasos se acercaron al gran patio que rodeaba aquellas chozas. Caminaron con cautela, pero el sitio estaba desierto. Al llegar al medio del patio, una lanza se les atravesó. Quién te dijo que eras bienvenido a mi casa…Rumiñahui? – dijo una voz oculta en la vegetación. Creía que la última vez que estuve aquí…tú me lo dijiste?- respondió con cierto sarcasmo No lo recuerdo…además si lo dije...fue antes de la guerra entre nuestros ejércitos..- decía mientras salía detrás de una gran hoja de camacho. Apareció de entre el follaje Apu, un gigante de tez tostada con su cuerpo totalmente desnudo. Del Hierro se admiró al ver el extraño corte de pelo y más del color. Como guerrero tsáchila, Apu llevaba rasurada la cabeza excepto en la parte superior que cubierta con una capa de achiote, tomaba un color naranja muy llamativo. Veo que tus costumbres…no han mejorado…- le decía Rumiñahui mientras le observaba burlonamente su desnudez. Tengo que acostumbrarme…mis cuatro esposas conocen de memoria mi cuerpo…hasta el….-señalaba su pene No vine a hablar de tus esposas…ni de tu…lo que me trae aquí es más importante… Veo que las cosas se han puesto difíciles para ti…Porqué no traes a tu ejército contigo? Vine con ellos…- hizo una señal para que todos salieran – Este es tu ejército? Ja…mi familia es más grande… Justamente de eso vine a hablarte… No…mi amigo…yo dejé de ser guerrero el día que perdí a mi único hijo… Las cosas han cambiado… Ya lo veo… quiénes son estos?- señalando a Del Hierro y a Kirkan Es una larga historia… Pues me la contarás...mientras tus hombres van a cazar nuestra comida… -
El grupo conversaba, todos estaban sentados en el piso mientras comían fruta y carne de cerdo salvaje asado. Apu les ofreció un poco de chicha. Nuestro pueblo está perdiendo a sus hijos … - contaba Asiri Lo siento…pero ese no es un motivo para que yo decida unirme a su guerra… Creemos que sí… Hasta ahora escucho solo hablar de rencor…yo no lucho por rencor… lucho por libertad… por justicia… los tsáchilas somos guerreros de honor… Por eso venimos a pedirte ayuda…Apu…- replicó Rumiñahui Te dije que … Tu nunca dejarás de ser guerrero… al igual que yo… la lucha la llevamos en la sangre… y esa se la heredamos a nuestros hijos… La Oscuridad de la esclavitud cae sobre nuestros pueblos… invasores que llegaron por el mar… están arrasando con todos nosotros… Me dices eso… y traes a uno de ellos a mi casa…?
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Ël es la muestra de que del otro lado, también hay gente buena… guerreros de honor...como tú… como yo. Como nosotros… Qué esperas que haga…? Solo tú puedes reagrupar a tu ejército…las guerras que enfrentamos antes…son glorias o derrotas pasadas…ahora está en juego el futuro de todos los pueblos de esta parte del mundo…incluso de tus hijos… Acá?...ja,ja…no creo que lleguen a internarse a esta selva… Tienen muchas armas y bestias que los llevan a través de los ríos y las montañas… estoy seguro que pronto avanzarán hacia acá… su ambición no conoce límites… Por unos segundos, Apu se mantuvo en silencio. Miró por un instante a sus esposas , mientras atendían a sus pequeños. Recordó el terrible dolor que le produjo la muerte de su hijo en un incendio durante un cruento enfrentamiento con el ejército inca. No querría volver a vivir lo mismo. Aceptó. -
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CAPITULO SIETE Apu en pocas horas había reunido a un grupo de cincuenta tsáchilas que se unieron a las fuerzas rebeldes y pronto comenzaron a preparar armas para su campaña bélica. Asiri tomó a cargo a las mujeres de la tribu tsáchila e inició un entrenamiento en los principios básicos de la defensa y ataque. El entusiasmo de todos era evidente. Atrás habían quedado los tiempos en las que se enfrentaban en bandos distintos, ahora la causa era una sola: la expulsión de los invasores. La presencia del español Del Hierro, afianzaba la posición de Rumiñahui, puesto que los indios al ver que alguien del otro ejército estaba luchando por su causa, sin duda se motivaban. Mas aún, la estrategia militar española era bien conocida por el teniente. Emprendieron la marcha apenas estuvieron listos. El brazo armado guerrillero de Rumiñahui iba recuperando adeptos en cada comarca, en su camino hacia Quito. La cada vez mayor presenc ia activa de Asiri en el campo de batalla le hizo merecedora del respeto y consideración de todos. Los espías gratuitos que Benalcázar tenía le eran de gran ayuda, fue así que supo del avance de las nuevas fuerzas rebeldes por lo que emprendió la marcha para darles encuentro. Contaban sus informantes, del avance de guerreros de diferentes tribus que con su sola presencia inquietaban a todos. Eso era un hecho. El grupo estaba liderado por Rumiñahui, tras suyo avanzaban el español Del Hierro y Apu, el tsáchila. En un frente posterior avanzaban Kuyuchi, Iskaywari, Kirkan y Asiri. Sin duda, un grupo colorido, pero mortal en conjunto. Cuando atacaban los variopintos guerreros mostraban una especial fiereza en la lucha. Cada uno, utilizaba diferentes armas. Rumiñahui era increíble con su cuchillo hecho de oro macizo, Del Hierro con su armadura tomada de un soldado en una batalla pasada era diestro con su espada y Apu era imparable con su hacha de piedra. Asiri era perfecta en el uso de la macana. El vikingo Kirkan y su pesado martillo eran caso aparte. Pronto corrió la voz por el Imperio, que un ejército formado por seres enviados por los propios Dioses venía a expulsar a los invasores españoles de estas tierras. La cooperación y el respeto por la autoridad establecida en el General, hicieron de este grupo armado peligroso a pesar de su escaso número de miembros. Manteniendo el principio de nomadismo guerrero, Rumiñahui y su ejército se movilizaban con gran rapidez luego de un ataque. Fue en las montañas del subtrópico cercano a Quito donde los espías ubicaron a los rebeldes incas, que acampaban a las orillas de un río desde la mañana, puesto que el avance desde el oriente había sido forzoso. La parada de aprovisionamiento era ineludible. Rumiñahui y Asiri disfrutaban de un pequeño momento de intimidad al pie de una cascada. El calor reinante era el mejor pretexto para retozar en el agua. Jugaban como dos adolescentes. De modo súbito el General dejó de juguetear, con su mano sobre la boca de Asiri le pidió guardara silencio. Con su cuerpo semisumergido en el agua, comenzó a mirar detenidamente a sus alrededores. Algo estaba mal. Sin duda, algo pasaba, así lo presentía. Asiri al ver la actitud de su esposo, entendió la situación. La guerrera enseguida buscó en silencio con su mirada a Illayuk. Lo descubrió jugando con el resto de niños al otro lado de la orilla. Los pequeñines jugaban sin recelo. Rum iñahui llamó la atención de Apu con un simple sonido que asemejaba al ruido de un pájaro. A su señal todos los indígenas se pusieron alertas. De repente, en lo alto y cerca a la caída de agua aparecieron los españoles apuntando sus armas hacia los rebeldes. Benalcázar apareció arrastrando el cuerpo de uno de los vigías muerto. Me decepcionas Rumiñahui… Me la pusiste muy fácil… - y arrojó el cadáver cascada abajo – Qué esperan?!! – gritó a sus hombres – Disparen!! Acaben con ellos, maldita sea!! Una lluvia de balas y lanzas comenzó a caer sobre los rebeldes. Valdo quiso tomar su hacha del piso pero una bala lo mató de contado. Todos los guerreros comenzaron a correr hacia el sitio donde tenían el armamento, en medio de la vegetación que rodeaba la caída de la cascada. Muchos cayeron muertos, pero la mayoría logró protegerse. Las balas rozaban la cabeza y cuerpos de Rumiñahui y Asiri que se refundieron en el agua y nadando bajo ella, lograron alcanzar la orilla. Esquivando con gran agilidad los proyectiles y lanzas llegaron a la arboleda. Asiri luego de hacer una maroma con su arma, le arrojó un hacha a las manos de su esposo. Rumiñahui la tomó sonriente. Muerte al Invasor ¡! Benalcázar había ordenado que los rebeldes sean acorralados, pero las raíces de aquellos árboles gigantes, no permitieron que sus caballos avancen. Asiri gritó a Illayuk que guiase al resto de niños hacia un lugar seguro. Desmonten ¡! – gritó uno de los oficiales españoles
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La pelea sería a pie. Los soldados españoles descendieron a rastras por la quebrada y se inició una lucha cuerpo a cuerpo. La pelea fue brutal. En esas circunstancias, la fortaleza y bravura de los hombres de Apu sin duda serían una ventaja, pero el número de indios en el lado español ponían la balanza de su parte. Cada uno de los oficiales europeos era rodeado por al menos cuatro indígenas, que trabajaban como sus guardaespaldas. Benalcázar siempre rechazó esa opción, avanzaba solo. Con su espada asesinaba a todo el que se atravesara en su camino hacia Rumiñahui a quien ya tenía ubicado a unos cincuenta metros de él. Rumimaki, en tanto, peleaba con el fornido Chugcha. El cañari era mucho más corpulento que el inca y casi de modo burlón esquivaba sus golpes. El ímpetu del atacante no podía con la fuerza del gigante. Hasta que tomó una piedra y se la arrojó a la cabeza. El golpe fue certero. Chugcha cayó pesadamente de espaldas al piso. Sin embargo, no bastó. Algo aturdido, se levantó. Sujetando un tronco, Rumimaki, le propinó dos golpes en la quijada, que lo noquearon. Cuando sonriente hacía señas de su triunfo hacia Rumiñahui, los brazos del gigante lo abrazaron asfixiantemente. Casi sin aire, no atinó sino a darle un fuerte cabezazo. El gigante tambaleó. Dio unos pasos atrás. Repentinamente, sintieron un gran empujón. Rumimaki perdía el aire hasta el punto de la inconsciencia. De pronto, la terrible fuerza que lo apretaba desapareció. Pudo respirar. Al borde de perder el sentido, Rumimaki apenas pudo observar a Rumiñahui enfrentando a Chugcha. Ha llegado tu fin ¡!- gritaba el cañari. No me haz vencido… y hoy no lo harás…!!- contestó Rumiñahui. El rostro enrojecido por la ira de Chugcha hizo brotar sus venas. Arrojó su cuchillo al suelo. Este enfrentamiento sería sin armas. Rumiñahui tiró su cuchillo. El cañari con un bramido se le abalanzó con gran fuerza. Los cuerpos de los guerreros enlazados golpearon con una gruesa raíz, que resintieron al inca por él soportar la mayor parte del peso. Aturdido como estaba no pudo contener al cañari cuando tomó un tronco del piso y le propinó un fuerte golpe en el rostro. El momento que se aprestaba a darle otro golpe, Rumiñahui le tomó de las piernas y le jaló, haciendo que perdiese el equilibrio. Ya en el suelo, el inca logró asestarle un golpe en el rostro. En rapidísima reacción, Chugcha le empujó con sus pies, arrojándolo dos metros atrás. Tomando una piedra del tamaño de su cabeza, el cañari avanzó amenazante hacia el inca. Sin embargo, éste logró desarmarle hábilmente, al golpear su mano con un palo que tomó del suelo. Corrió nuevamente con todo su impulso y rodaron unos metros más. La lucha los había llevado al filo de una quebrada, de unos diez metros de profundidad, en cuyo fondo estaba el lecho seco del río. Chugcha, de mayor talla que Rumiñahui, le tomó esta ocasión de la cintura y girando su cuerpo sobre su espalda, lo llevó y arrojó pesadamente sobre unas grandes rocas. Casi desmayado, Rumiñahui no pudo impedir dos fuertes patadas en el rostro. Con su rostro ensangrentado, apenas podía distinguir a su contendor, que en un arranque de soberbia lo tomó del cabello con rudeza. Nada me dará más placer que ver lo que Benalcázar le hará a tu esposa… cuando se la entregue… junto con tu cabeza… y la de tu hijo!! – susurraba con violencia Chugcha. Las palabras del cañari tuvieron un impacto que jamás se pudo imaginar. Las fuerzas que hasta ese momento casi le abandonaron, volvieron a Rumiñahui cargadas de pura adrenalina. Fue entonces que le dio un fuerte codazo a Chugcha en el rostro. Luego vino golpe tras golpe, lo que minó la resistencia del cañari. La golpiza doblegó al gigante. Rumiñahui en un ataque de furia, empujó al grandulón dando un terrible grito de batalla. El crujir de aquella rama que penetraba por el pecho de Chugcha, hizo que un gran chorro de sangre salpique al rostro de Rumiñahui. El General caminó por sobre el cuerpo sangrante de su enemigo y fue en apoyo a un guerrero inca que estaba siendo sometido por un cañari. Tomó una roca y sin soltarla golpeó la cabeza del cañari. En otro flanco del campo de batalla, Asiri peleaba con especial fortaleza. Manejaba su macana con destreza. Orgullosa veía como las mujeres guerreras a las que adiestró daban cuenta de sus enemigos. Utilizaban trozos de dura madera de un metro y medio de largo, que unidas eran como garrochas de largo alcance, pero que al separarlas por la mitad, se convertían en filosas estacas. Obligado a defenderse Del Hierro empuño un cuchillo y enfrentó a los invasores. Pronto estuvo peleando con Sevilla, un ex-compañero de filas. La espada del realista rasgó la chaqueta de Del Hierro. Pero, éste le asestó un duro golpe con su brazo y luego sin piedad, clavó la daga en el pecho de su atacante. Traidor…- espetó el moribundo Rumiñahui ahora volvía al campo de batalla apresuradamente. Rumimaki sonriente le arrojó el cuchillo, que el General con gran habilidad tomó en el aire. Con él asestaba mortales golpes a sus rivales, abriéndose paso hacia Benalcázar, sin embargo se detuvo al ver que Del Hierro iba también
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hacia él. El Gobernador con sus dos manos impulsó su espada hacia arriba y la dejo caer con gran fuerza sobre Del Hierro, que armado de una espada más corta apenas pudo sostener el primer golpe. Al siguiente impacto el ex-soldado logró empujar a su rival unos pasos pero perdió su arma. Entonces, tomó un tronco. Cada vez más furioso, Benalcázar atacaba con su espada pero no lograba acertar, la tremenda agilidad física del joven Del Hierro hacía vanos sus esfuerzos. Asiri que también combatía, veía de reojo la guerra aparte de los dos guerreros. Sus armas estaban entrecruzadas, ambos medían sus fuerzas, nadie cedía un centímetro. Juro que acabaré contigo… maldito traidor..!! - gritaba colérico Benalcázar Ambos empujaron y cayeron al piso. Del Hierro, arrastrándose apoyado en su espalda resistía valerosamente los repetidos ataques de su antiguo superior. En el suelo, podía ver que su atacante casi estaba sin aliento, pero eso no lo detenía. Rodó sobre el piso hasta llegar a una pequeña quebrada, sin proponérselo cayó pesadamente en aquel lecho seco del río, unos dos metros sobre un lecho de arena y piedras. Benalcázar saltó sobre él, pero Del Hierro logró arrojarle un puñado de arena. El español cayó sin control sobre el lecho duro, perdiendo el sentido de ubicación por unos segundos. El joven aprovechó para incorporarse lentamente. La caída le había lastimado. Casi simultáneamente los dos guerreros se pusieron de pie. El ex oficial corrió y con todas sus fuerzas empujó al Gobernador contra la peña. Su espada voló lejos. Del Hierro dio varios golpes de puño en el rostro, pero recibió dos rodillazos en el estómago. Se enredaron, entonces, en una trenza de golpes. El joven le asestó un nuevo golpe en la cara y Benalcázar cayó en el río. Allí la pelea continuó. Ninguno percibió que se adentraban más y más hacia el río. Allí, el caudal creció. Y ambos fueron arrastrados hacia un lecho del río muy pedregoso. Nadaban con desesperación. Sus cuerpos eran arrastrados por la corriente, como si fuesen muñecos de trapo. Y de pronto, cayeron desde una altura de unos diez metros de alto. Ambos gritaron con desespero. Desaparecieron en el fondo de la cañada. Gema al observar la espectacular escena, corrió hacia el borde aquel donde esperaba emergiera su amado. Pasaron algunos segundos y solo se podía ver la espumante cascada chocando con las rocas. Los ojos de la preciosa inca marcados por el sufrimiento se cerraron al suponer el terrible desenlace. En una de las orillas, sin embargo, una mano luchaba por aferrarse a esa roca. Del Hierro salía tomando una gran bocanada de aire. Se arrastraba con dificultad, era como si su cuerpo pesase el doble. Salía arrastrándose y pronto aparecía el cuerpo de Benalcázar que el joven sujetaba por el cuello. Estaba inconsciente por la caída, su cabeza había golpeado una roca y mostraba una gran herida en el lado derecho que sangraba profusamente. El ex oficial lo sacó del agua y tomó un respiro. Su cuerpo también estaba golpeado. Sin embargo, se incorporó lentamente y tomó una piedra con las dos manos. La alzó y se dispuso arrojarla sobre la cabeza de Benalcázar. Ëste, abrió sus ojos y descubrió a su enemigo frente, sus fuerzas no le respondieron. Cerró sus ojos y esperó el desenlace. Un golpe seco sonó. Del Hierro había arrojado la roca justo al lado del cráneo de su ex-superior, perdonándole la vida. Dejaré que nuestras leyes se encarguen de Usted. No debemos perder más vidas…!! – gritó y se alejó. El Gobernador Benalcázar humillado, se arrastró y levantó, bajo la mirada inquisidora de su tropa. La batalla se detuvo, sin más. Rumiñahui ordenó a su gente replegarse a la montaña rápidamente. Los españoles nada hicieron por perseguirlos. El inca volvió su mirada y gritó: La próxima vez…uno de nosotros tendrá que morir…!! Los guerreros de Rumiñahui se reagruparon pero la emboscada española los había diezmado más de lo que imaginaban. Apenas habían sobrevivido unos ciento cincuenta hombres. Ahora los españoles estaban tras su rastro, así que casi ya no dormían, para aprovechar la mayor cantidad de horas en sus desplazamientos. Iskaywari cargaba en sus hombros a Kuyuchi. El bravo guerrero había salido gravemente herido. Del Hierro limpiaba su rostro herido con un poco de agua. Pero se detuvo al ver como una preciosa chiquilla se le acercaba y le ofrecía su ayuda. Déjeme que lo haga yo…- dijo amable la mujer Está…bien… Vi lo que hizo con Benalcázar…porqué no lo mató?- decía frotando aquel trapo con especial ternura en el rostro de Del Hierro. Realmente…no lo sé… Mi hermano cree que debió matarlo… Tu hermano…? Auchh - le rozó una herida más profunda Mi nombre es Gema y soy hermana de Rumimak i…
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Ah…Rumimak i… tú y él sois hermanos? Si… acaso creía que él y yo… eramos….? – alejando del todo la sospecha del español de que mantenían otro tipo de relación amorosa. Lo siento… Yo… creo que lo que hizo fue muy valiente… Ah si? Claro… Una conversación muy amena se estableció entre los dos jóvenes. Sus miradas eran comprometedoras. Rumimaki observaba desde lejos mientras preparaba sus armas. Sonrió al ver como Del Hierro, tomó la mano de su hermana. El respeto que tenía por el guerrero blanco le favorecía. De buen agrado aceptó las pretensiones del joven ex oficial con su hermana. En tanto que Kuyuchi escupía con ira el trago de agua que había bebido, al ver como la jovencita aceptaba los galanteos del europeo. -
Con sus heridos, el ejército nómada de Rumiñahui llegó a Pomasquí, un poblado cercano a Quito. Los espías incas le informaron que allí habían colaborado con los europeos. Así que sorprendieron a los pobladores y emprendieron una cruel venganza. Sin dar tiempo a los guerreros a reaccionar, los capturaron. En uno de los capítulos oscuros de la guerra de resistencia inca, Rumiñahui ordenó que los matasen en la quebrada cercana. Mi Señor…debemos dejar un mensaje para todos los traidores – le inquirió Iskaywari. Con la ejecución de todos sus guerreros el mensaje está claro…quienes están con los españoles…están en contra nuestra. No basta…!! Debemos enviar un mensaje para que nadie se atreva a pensar en traicionarnos… Qué quieres hacer? Sacrifiquemos a los niños!!…Son futuros guerreros…que alimentarán su venganza contra ti…contra nosotros... Eso nos convertiría en bestias… iguales a los españoles…mataríamos sin tener una razón… Que más razón…Mostrar a nuestros enemigos, lo poderosos que somos… Matar para mostrar el poder…no justifica la muerte de un niño… Claro que sí…!! Ahora… dime Rumiñahui…vas a hacerlo o no? Al cabo de una hora en silencio, Rumiñahui salió de su aposento. Caminó entre su pueblo y acarició la cabeza de un niño. Se arrodilló y mirando a Iskaywari en silencio dio la orden. El guerrero se encaminó hacia los prisioneros e inició el castigo. Sin embargo, cuando una niña iba a ser ejecutada por Iskaywari, Rumiñahui lo detuvo. Se eliminarían solo los varones. Los niños tendrían que ser sacrificados para dejar claro precedente. El verdugo en claro desacuerdo con la disposición de su General no tuvo otra alternativa. A pesar de la benevolencia con las pequeñas, la escena fue brutal. Niños, jóvenes, adultos y ancianos fueron asesinados. Espero que nunca tenga que volver a hacer algo como esto…- exclamaba acongojado Lo sé…mi amor…- le confortaba su esposa Se nos acaban las alternativas… Solo existe una alternativa…la libertad de nuestro pueblo… Qué precio tiene la libertad…cuando tienen que morir niños y ancianos…? Solo los Dioses lo saben… Sin entender la magnitud de lo hecho, ambos se abrazaron y en silencio se alejaron de aquel sitio. Iskaywari los miraba mientras remataba a un guerrero con su garrote. Su mirada se notaba extraña. El respeto a la autoridad de su general parecía debilitarse. Los hechos que a partir de la matanza de Pomasquí se desencadenaron no fueron previstos por Rumiñahui, mucho menos por Iskaywari. Pueblos como los Pillajos, los Collahuazos y Zámbizas perdieron cerca de 4000 miembros en la terrible matanza, razón por la que se adhirieron a los europeos, formando parte de esa dinámica absurda que se da en los conflic tos donde no solo confluyen fuerzas contrarias sino muestran al universo aborigen como un todo muy diverso. La caballería de Benalcázar avanzaba hacia Pomasquí. La gran nube de polvo que levantaba la caravana podía distinguirse a mucha distancia. Uno de los vigías del ejército rebelde inca dio la voz de alarma. Tendrían que salir de aquel lugar inmediatamente. Cuando llegaron al pueblo, los españoles encontraron decenas de lanzas clavadas en el piso y en cada una de ellas, yacía la cabeza de los prisioneros sacrificados por Iskaywari. La barbarie del
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hecho no tenía precedente alguno en la guerra que ambos ejércitos libraban. Las ejecuciones de indígenas por parte de los españoles eran frecuentes, pero que los rebeldes hayan operado con tal salvajismo, nunca. A esto se refería Del Hierro…al decir…que no debería perderse una vida más…- comentaba en tono burlón Benalcázar a su subalterno. Las consecuencias de la matanza de Pomasquí sacudiría al mismo ejército rebelde. Del Hierro que había tomado papel protagónico entre las fuerzas aborígenes discutía con Rumiñahui por haber dado la orden de las ejecuciones. No podremos nunca acabar con esta guerra…Si seguimos comportándonos como verdaderos salvajes…Al matar a esa gente…lo único que hiciste…es darle razón a Benalcázar y su gente… No tuve alternativa… Siempre hay alternativas…!! No puedo perder el apoyo de mis guerreros… Te refieres a Isk aywari…siento decirte…que… Ese preciso momento entró a la habitación el mentado. Todos prefirieron guardar silencio. Al ver la reacción de todos, el intruso sintió algo de recelo pero no insistió en averiguar de lo que estaban hablando. Del Hierro salió apresuradamente mientras clavaba la mirada en el recién llegado. Iskaywari notó el reproche. Kirkan, un tanto más tranquilo, le saludó con un golpe en la espalda y se retiró. Del Hierro y Gema caminaban tomados de la mano en la noche con un espectacular cielo cubriendo sus furtivos besos. Avanzaron hacia esa caída de agua que brillaba con especial belleza y que les garantizaba privacidad. Gema… os quisiera decir algo… Dímelo… Repentinamente, de las sombras, aparecieron dos hombres con su cuerpo pintado totalmente de negro. Sus rostros estaban cubiertos por telas embadurnadas del tinte negro. Era difícil ver sus movimientos y menos reconocerlos. Lo que si pudieron apreciar con miedo eran sus grandes cuchillos que amenazantes blandían los asesinos. Del Hierro protegió con su cuerpo a su amada e intentaba que no se acerquen con un palo que tomó del piso. Al percatarse que alguien se acercaba, los intrusos huyeron. Del Hierro quiso seguirlos, pero Gema estaba muy asustada y le pidió no hacerlo. El que llegaba era Rumimaki. Qué pasó…?- preguntó el hermano de la chica Nos atacaron…- contestó temblorosa Gema Pero quién fue…? No lo sé…estaba muy oscuro…- dijo Del Hierro Gema…estás bien? Si…si… no se preocupen…solo estoy un poco asustada, nada más… Emprendieron el regreso tan pronto pudieron y encontraron a Iskaywari lavándose el rostro en la fuente de agua. No comentaron nada, pero el español mantuvo fija su mirada en él, que al notarse observado cruzó miradas desafiantes. Al día siguiente, el europeo decidió contar lo ocurrido a Rumiñahui. Lograste ver algo que nos permita identificarlos…?- le preguntó el general Nada…- respondió Del Hierro un tanto inquieto Está claro que en nuestro ejército hay traidores…- infirió Kuyuchi Cuántos crees que sean…?- decía Rumiñahui mientras no apartaba su mirada de su gente allá un tanto distante. No estoy seguro…pero lo que si sé…es que con tanto oro como el que tenemos escondido…la Oscuridad se apodera del corazón de muchos…- insistió Kuyuchi Qué vamos a hacer?- preguntó Del Hierro Esperar …- dijo firmemente Rumiñahui Esperar…? – le preguntaron Cuando el puma caza su presa… la conoce. Dejaremos que el traidor nos muestre su cara…reflexionó el general. La agricultura era sin duda la principal actividad productiva que tenía el pueblo inca, y al mismo tiempo era la base de su organización social. La estirpe imperial en persona daba inicio al período
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de siembras, en un campo lleno de valor simbólico en un sitio llamado Colicampata. Una vez que el Emperador araba y colocaba solemnemente las semillas en el campo, los correos o chasquis corrían con la proclama a todos los rincones del Imperio y los jefes de cada pueblo daban la orden para que al día siguiente todos sus subordinados hicieran lo mismo. Lo mismo acontecía en la época de las cosechas. Como la agricultura a la organización social, el maíz era a la base alimenticia de su pueblo. Por eso era común encontrar inmensos maizales con cientos de hectáreas de cultivo. Llamada en quechua sara, la planta de maíz tenía múltiples usos tanto cuando estaba tierno ( choclo ) como en estado maduro. La fila de hombres, mujeres y niños cruzaba aquel campo de maíz. Los recibió un gran cortejo. Descendió de su trono, la líder de aquella comarca, perteneciente al pueblo Chilpe. Era una hermosa mujer llamada Alliyma. Su padre, el viejo Panti, había luchado con el padre de Rumiñahui, por lo que dijo, guardaba gran respeto por él. Bienvenidos… - decía el anciano Gracias… Enseguida, el grupo fue guiado a un castillo de piedra. Rumiñahui y sus compañeros más cercanos fueron separados del resto de su ejército. No se preocupen… este pequeño pueblo es un imperio dentro del Imperio… Su gente será atendida por nuestros sirvientes… Nada les faltará… Gracias princesa Alliyma… El palacio chilpe estaba rodeado de un patio con hermosos jardines que cubrirían cerca de tres hectáreas y con un muro grueso de adobe que lo separaba de inmensos cultivos de maíz. Era imposible ver donde terminaban esos plantíos. Te sorprende? – preguntaba amablemente Alliyma a Illayuk al ver el rostro del niño. Ya viste esto papá? – corrió a llamar a su padre y a traerlo hacia la ventana del palacio para que observara el paisaje de aquel lugar. El reino chilpe ha sido desde tiempo inmemoriales el proveedor de granos para el imperio o para cualquier pueblo que lo necesite… Y lo pueda pagar… - acotó Asiri El pueblo chilpe era reconocido por el imperio inca como hábil en las transacciones comerciales y eso hacía que hayan entendido su posición oficial de neutralidad. Los invitaron a compartir la mesa. En minutos mientras conversaban amenamente, las anfitrionas chilpes se acercaron al grupo de guerreros que estaba fuera, con muchos platos de cerámica en los que había una inmensa cantidad de choclos, fréjoles y mucha fruta. Todos gozaban de los manjares que en esa improvisada mesa encontraron. Plátanos, piñas, chirimoyas, etc. Con avidez devoraban los patos, cuyes y cuanta carne posara sobre aquel mantel extendido en el piso donde todos sentados comían. Mientras lo hacían, Del Hierro susurró a Rumiñahui. Podemos confiar en ellos? Los chilpes… son un pueblo neutral… nunca toman bando en las guerras… les conviene… no son un pueblo guerrero, eso les ha servido para no desaparecer… Aquel pueblo parecía muy amigable y atento. Illayuk y sus pequeños amigos salieron y corrieron por el campo de maíz, fueron a tomar y chupar cañas. Todos disfrutaban del jugo refrescante de caña en ese día tan soleado. El campo era tan grande que apenas podía distinguirse el movimiento del grupo de los cinco chicuelos. Preocupada al haber perdido de vista a su hijo, Asiri se levantó de su lugar en la mesa y comenzó a llamarlo. Logró ver como todos los miembros de su ejército eran atendidos casi personalmente por uno de los miembros de la comunidad. Veía como las atractivas indígenas que lucían una vestimenta bastante insinuante servían a los hombres jarras de bebida. Las mujeres también eran atendidas aunque no con tanto ahínco. Al ver que Illayuk no contestaba, Asiri salió del castillo y preguntó a uno de sus guerreros si había visto a los niños. Este, parecía borracho. Casi no podía articular palabra. Sorprendida, pero sin prestar mayor atención se acercó al borde de aquel inmenso maizal. Gritó, una y otra vez. Nadie le contestó. Desesperada, entró al campo y dando gritos se adentraba más y más. Rumiñahui comenzó a sentirse extraño. Su visión se torno borrosa y la voz de Panti se escuchaba distorsionada. Observó su copa de chicha y casi no la distinguía a pesar de estar en su mano. Sus ojos se blanquearon y cayó desmayado.
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Asiri continuaba corriendo, deteniéndose, corriendo, pero no encontraba a su hijo. De repente, escuchó un rumor. Se detuvo y prestó más atención. Le pareció escuchar otro ruido. Desesperaba. No sabía de dónde provenía. Cerca de ella, algo atravesó. Corrió intentando alcanzarlo. Logró distinguir a alguien a lo lejos. Corrió con mayor presión. Cuando llegó, no encontró a nadie, se arrodilló y comenzó a llorar. Lo que vio, era un espantapájaros. Con sus manos en su rostro, lloraba y repetía el nombre de su hijo. Repentinamente una mano se posó en su hombro. Un sobresalto invadió a la inca. Era Illayuk que inocentemente sonreía, pero que al ver a su madre llorando le preguntó qué pasaba. Uno a uno, llegaron al sitio los otros niños. Asiri lo tomó de los brazos y lo sacudió con ira contenida, pero, luego lo abrazó y besó, repetidas ocasiones. Vamos…no tienen hambre?...hijo… te espera una de tus comidas favoritas…- decía condescendientemente Cuy …?!! Sí… así que démonos prisa… ya sabes cómo come tu padre… es capaz de acabar con todo…ja,ja.. Los seis caminaron hacia el pueblo. Se dieron cuenta que habían recorrido mucho trecho, puesto que les tomó varios minutos distinguir el humo que indicaba el sitio donde estaban los demás. Kusimayu, el niño regordete se adelantó un poco y vio a través de las cañas del maíz a todos dormidos. Bromeó. Shhh… no hagan ruido… todos se quedaron dormidos… Intuitiva, Asiri, hizo que los niños se detuvieran y no dieran un paso más. Les hizo una señal para que se agacharan. Se arrastró suavemente hasta encontrar un sitio para poder observar sin ser descubierta. En realidad, todos absolutamente todos los incas estaban profundamente dormidos. Las mujeres del pueblo habían desaparecido. Ahora aparecía el viejo Panti y su hija Alliyma. Salían de l castillo. Tras suyo los guardias traían a rastras los cuerpos inconscientes de Rumiñahui, Del Hierro y los demás. Los españoles habían tomado contacto con Panti hace ya varios meses atrás. Se habían comprometido a atrapar al rebelde a cambio de privilegios. Alliyma con una sonrisa socarrona llamó a uno de sus mensajeros. Encuentra a Benalcázar… dile que tenemos a Rumiñahui… Parece que ya tomaron bando…- susurró para sí Asiri oculta a lo lejos. Antes de emprender su marcha, el hombre tomó una jarra de las bebidas que estaban en la mesa para llenar su cantina hecha de cuero, pero su jefa lo detuvo. No bebas eso… toma de mi jarra… La bebida que regalaban generosamente a los visitantes estaba hecha de chicha mezclada con un polvo somnífero obtenido de una planta endémica, similar a la que utilizaban para cazar, aunque la dosis fue menor. No querían entregar a Rumiñahui muerto. Alliyma se sintió fuertemente atraída por aquel guerrillero que no parecía tan rudo allí tirado en el piso totalmente drogado. Su porte atlético le resultado excitante. Rozó con su mano el pecho del guerrero, siguió hasta llegar a los labios. No pudo evitar la tentación. Besó aquellos inermes labios. De repente, se levantó y ordenó que trajeran a Asiri. Luego de unos segundos de presurosa búsqueda, uno de los guardias le informó que no estaba. Los ojos de la mujer se desorbitaron. Y el hijo de Rumiñahui? Tampoco está… Volteó su mirada al maizal. Y levantando en su mano un cetro ordenó a todos que buscasen a Asiri y a los niños. Ësta, al escuchar la orden, se levantó y tomando de la mano a Illayuk comenz ó a adentrarse en el campo de cultivo. Los niños corrían, abriéndose paso retirando las hojas ásperas de maíz, que lastimaban como si fuesen miles de agujas. La larga fila de guerreros que ingreso al maizal cubría todo como una red que no permitiría a nadie ocultarse. Kusimayu tropezó. Illayuk que estaba sujeto de la mano de su madre, miró como su amiguito quedó en el piso. Hizo resistencia y se soltó, corrió a ayudarlo. Asiri al ver lo que hacía, volvió y tomó en sus hombros a Kusimayu. Luego de unos metros, el cansancio pronto les obligó a disminuir el paso. Habían llegado al sitio donde estaba el espantapájaros. Por todo lado lo único que se veía eran plantas de maíz. Illayuk pidió a su madre que le levantara en sus hombros. Qué haces?- le dijo intrigada Voy a sacarlos de aquí…- contestó con gran seguridad Cargándose en los hombros de su madre, por unos cinco segundos. Illayuk elevó su brazo con una de las flores secas del maíz, las que se deshicieron con el viento. Le pidió a su mamá que lo bajara. El viento está a nuestro favor…- dijo Y eso qué significa?- preguntó el mayor de sus amiguitos
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Que el viento se dirige hacia los guerreros chilpes…-explicó Sacó, entonces, de un bolso de cuero que colgaba de su cintura un par de piedras. Y comenzó a frotarlas. La fricción comenzó a generar chispa, la que dio paso al fuego. Juntando un poco de hojas secas de maíz, pronto tuvo una pequeña fogata. Arrancó del espantapájaros un poco de tela y lo envolvió en un pedazo de caña. Encendió su antorcha.Comenzó a correr en dirección a los guerreros que los perseguían. Se detuvo y prendió fuego al maizal. En pocos segundos la fuerza del viento, hizo que las llamas crecieran pavorosamente. Ahora corrió de vuelta donde su madre y amigos y les gritó que corriesen en dirección contraria al viento. Mientras corrían, Asiri le preguntó. Dónde aprendiste a hacer eso?!! Papá me lo enseñó…!! Y dime…tu papá te enseñó qué hacer en caso de que el viento cambie de dirección…?!! No!! así que corre….!! Las voraces llamaradas invadieron el campo en cuestión de segundos. Los guerreros al ver la inmensa fuerza del fuego huyeron pero para muchos fue tarde. Sus cuerpos ardían. La enorme columna de humo, se levantaba en el maizal. La princesa chilpe sabía que algo andaba mal, así que ordenó encerrar a los incas. Los sirvientes retiraron los fardos de paja que cubrían las jaulas construidas para retener a sus rehenes. Aún inconscientes todos fueron encerrados. Reina…las jaulas están cerca del maizal…!! Lo sé…pero si el fuego reclama la vida de Rumiñahui y sus hombres…ese será su destino…Además…no creo que Benalcázar tenga mejores planes para ellos… Aquellos que fueron tras la pista de Asiri y el grupo de niños salían aterrados, huyendo del voraz incendio que avanzaba a una velocidad impresionante. Otros morían envueltos en llamas. Del otro lado del campo, los niños y Asiri lograron salir con apenas un susto. Atrás quedaba el fuego. Estoy muy orgullosa de ti…- le dijo a su hijo mientras besaba su frente. Yo también…gracias - le dijo Kusimayu dándole un golpe amistoso en el brazo. Ahora tenemos que ir por tu padre y los demás… Deberemos rodear el fuego…síganme por aquí… En silencio, orgullosa, Asiri, vio como su hijo comandaba a ese pequeño e improvisado ejército de seis. Su educación inca estaba rindiendo fruto. Illayuk estaba convirtiéndose en un l íder, con inteligencia, amor y respeto, lo demostró al arriesgar su vida por la de su amigo. Las llamas alcanzaban alturas formidables y estaban a escasos metros de las jaulas. El humo comenzó a llenar el ambiente. La tos despertó a Rumiñahui. La humareda no le dejaba respirar. Le tomó algunos segundos reaccionar del todo y descubrir que estaba prisionero. Se levantó e intentó vanamente encontrar una salida. Las jaulas estaban hechas de madera muy resistente y apenas daban espacio para meter la mano entre uno y otro palo. Despertó a todos. La cantidad de humo era cada vez mayor lo que hacía muy difícil respirar. Ni los esfuerzos del musculoso Apu lograron liberarlos. La fuerza del fuego era cada vez mayor, todos los chilpes intentaron apagar el incendio que había alcanzado ya algunas chozas del pueblo. Corrían como locos acarreando agua desde el pozo, pero todo parecía inútil. El fuego era incontenible. Los prisioneros comenzaron a doblegarse por la cantidad de humo que habían inhalado. Tosían cada vez con mayor fuerza. Pero una voz de esperanza que escucharon les devolvió fuerzas. Era Illayuk que desde fuera les hablaba. Papá…papá…soy yo…!!- susurraba Hijo…qué pasó…porqué…? Oye General…creo que no es tiempo de escuchar razones…- murmuraba Apu Tengan esta macana…- dijo el niño y corrió hacia las otras jaulas La macana era un arma hecha de metal o de madera en forma de sable grande que se manejaba con las dos manos. Utilizaron la macana como una palanca, Apu la introdujo entre los barrotes y empujó con todas sus fuerzas. El esfuerzo que hacía brotó sus venas. El crujir de los maderos era clara señal que estaban cediendo a la fuerza del tsáchila. De repente, dos palos se partieron en dos, dejando un espacio suficiente para que salgan de uno en uno. Apu intentó romper otros troncos pero Rumiñahui le indicó que ya no había tiempo. Aprovechando la distracción de Panti y su gente, Asiri y los niños, ocultos, lograron que en cada jaula se abra un boquete de suficiente tamaño para que salgan los prisioneros sin s er notados.
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Sin embargo, Alliyma logró distinguir en el caos a Asiri que se desplazaba de una jaula a otra. Prefirió no distraer la atención de su gente para que lograran salvar su castillo que peligrosamente estaba a punto de ser alcanzado por el fuego. Tomó una macana que estaba clavada en el piso y corrió hacia la mujer inca. Con furia la mujer chilpe atacó a Asiri, que con grandes reflejos la repelió. Ambas eran excelentes guerreras y justamente dominaban a la perfección las macanas. La lucha fue equilibrada pero las estaba llevando cerca del fuego. Haciendo girar como una mortal hélice la macana, Alliyma amenazaba la defensa de la mujer inca. Sin embargo, ella se tiró al piso y en un segundo golpeó con su macana las piernas de la chilpe. Doblegada por el dolor fue presa de una arremetida de Asiri. Con un ágil giro de su macana, logró desarmar a su contrincante. La miró fijamente y tiró su arma a un lado. Iba a enfrentarla mano a mano. Alliyma lanzó un golpe al rostro de Asiri, pero lo esquivó con gran habilidad y con su codo mas bien le propinó un golpe en el estómago. Uno tras otro los golpes de Asiri terminaron por dejar casi sin aliento a Alliyma. Este es… por haber puesto en peligro a mi hijo… La mujer inca extenuada, lanzó un nuevo golpe al rostro de la chilpe. Este es… por haberme querido matar… Levantando la cabeza tirando del cabello de la chipe y mirando el fuego que estaba detrás de Alliyma, le propinó un golpe que la arrojó a las llamas. Y ese fue… por haber besado a mi esposo… Alliyma gritaba mientras su cuerpo era consumido por el fuego, hasta que cayó sin vida. Rumiñahui y su gente entre tanto se enfrentaban a sus captores. Sangrantes, valientes. Su furia arrasó con todo. Cuando salieron de aquel pueblo, las llamas habían consumido absolutamente todo. El castillo chipe ardía. El pueblo chilpe había desaparecido de la faz de la tierra. Nunca nadie sabría de su existencia. Al día siguiente, llegaba a las ruinas del pueblo chilpe, Benalcázar. Con ira tomaba un leño carbonizado y gritaba lanzándolo lejos. La víspera, al recibir la noticia, reunió a prisa a un grupo de veinte soldados y a pesar de que no hizo escalas en su recorrido una vez que le informaran de la aprehensión de Rumiñahui, no pudo jamás imaginarse el cuadro dantesco. Nunca pensó encontrar el pueblo chilpe incendiado hasta los cimientos. Lleno de frustración, gritaba. Ese maldito…tiene más vidas que un gato…!! Están a un día de ventaja…- le decía el guía indígena Soldados…monten…vamos a perseguir a ese infeliz!! Pero señor…hemos cabalgado por un día completo…los caballos deben descan… Parece que no escuchó bien… he dicho que monten… y al que se rehúse hacerlo, personalmente le pondré una bala en medio de la frente!! Se apresuró a montar en su caballo y avanzó por el sendero que el guía le indicó. Los incas avanzaban a pie y los españoles a caballo, eso seguramente, era una ventaja para los invasores. Sin embargo, esa ventaja se desvaneció con el sol canicular que sobre sus cabezas estaba. La falta de tiempo en la provisión de pertrechos hizo que los animales disminuyeran tremendamente el paso, al punto que los soldados tuvieron que desmontar para guardar sus energías. La montaña seca por donde avanzaban no ofrecía muchos sitios donde guarecerse bajo sombra. El guía se apresuró a indicarle a su amo un detalle importante. Detrás de esa gran roca existe un río… estoy seguro que los incas están allí… El guía indicaba con su mano una loma de piedra maciza a cuyo pie nacía una fuente de agua. Benalcázar dio la orden de rodear aquel sitio por dos flancos. Nos dividiremos… capitán… lleve a diez hombres con usted… ustedes cumplirán mis órdenes…este es el plan… Muy bien… señor… vamos muchachos…- dijeron los oficiales luego de escuchar El descabellado plan comenzaba a ejecutarse en el amanecer. Las instrucciones se cumplieron a rajatabla. Los incas ciertamente, habían establecido el campamento en aquel reservorio natural de agua. Las fuerzas españolas fueron colocándose estratégicamente según lo ordenado por Benalcázar. Avanzando con cierta dificultad por aquel empinado muro de piedra, los soldados llegaron a la cima. Los guardias incas fueron sorprendidos por el ataque furtivo invasor. Con un espejo los soldados ubicados en el risco indicaron su posición. Era hora de atacar. El sitio donde estaba Rumiñahui estaba plenamente identificado. Esta no sería una intromisión sangrienta a las que Benalcázar tenía acostumbrado a su ejército. Esta vez, para sorpresa de muchos, nadie debería, al menos en lo posible, disparar un solo tiro.
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Los cuatro soldados españoles arrastrándose entre los matorrales lograron llegar a la tienda donde estaba el general rebelde, su esposa e hijo, descansando. Benalcázar había enviado como líder de aquel grupo a Juan Puertas, un inteligente y muy hábil soldado, conocido por su audacia. Por una de las costuras logró ver dentro de la choza. Allí estaban los tres incas comiendo y riendo. Con su cuchillo deshizo de un solo tajo aquella piel de venado que cubría las paredes de la tienda. Y en cuestión de segundos tomó del cuello a Illayuk y le apuntó con el cuchillo. Rumiñahui y Asiri, sin poder hacer nada, se quedaron inmóviles. Shhh… no digan nada… si dicen una sola palabra…su hijo se muere…ahora vamos a hacer lo siguiente…- Puertas decía amenazante. Tomados de la mano Rumiñahui y Asiri salieron de su tienda sin decir una sola palabra. Se dirigieron a las afueras del campamento. Del Hierro que estaba conversando con Gema, les preguntó hacia dónde iban. Rumiñahui casi no le contestó y siguió su camino. Su extraño comportamiento lo intrigó, pero nada hizo asumiendo que no lo escuchó. Puertas y sus acompañantes mientras tanto salían con mucha cautela por detrás del campamento llevando consigo al pequeño Illayuk. En el trayecto el hombre que sujetaba al niño tropezó. Illayuk aprovechó la ocasión para intentar salir corriendo, pero Puertas apareció de la nada y le puso una zancadilla. Cuando el pequeño cayó pesadamente al piso, el español lo tomó con fuerza del brazo y lo levantó de un solo envión. Vuelves a hacer alguna otra estupidez y te mato…- le amenazó Al cabo de unos treinta minutos y lejos del campamento inca, Benalcázar recibía al niño. No sabes…lo que significas para mi…muchachito…- le decía sacudiéndole su cabeza Señor…ahí vienen…- decía el soldado Puertas, indicando el sendero rocoso por el que llegaban Rumiñahui y Asiri. La sangre en el interior de Benalcázar hervía al ver a Rumiñahui tomado de la mano de Asiri. No puedo creerlo…después de tanto tiempo…tantas muertes…y ahora estás aquí…frente a mí…fue tan simple…que ni yo puedo creerlo… Deja a mi familia…mátame a mí…pero deja a mi familia en paz…!! Crees que estoy loco?...dejarlos libres a ustedes? Ja,ja… Esto es entre tú y yo…!! Claro que sí…más desde que sé que…la preciosa Asiri es tu esposa…si supieras de lo que es capaz por salvar tu vida…? Maldito…!!- gritó él Estoy seguro que no te equivocas…soy un maldito…Si…soy un maldito…porque solo un maldito puede llegar a estas tierras y conocer a la mujer más hermosa del mundo…y que ésta, resulte ser la esposa de su peor enemigo…Claro que soy maldito!! La maldición de sentir que mi sangre hierve con tan solo verla…y la maldición de verla…junto a ti…no sabes…cuántas noches…imaginé tomarla entre mis brazos…pero en una mezcla de asco y rabia…también la imaginé con tu olor… Nunca podrás someterme…- respondía orgullosa Asiri No lo pienso hacer…estoy cansado de ustedes dos…perdón…ustedes tres – decía al ver a Illayuk - voy a acabar con este fuego en mi corazón de una vez por todas… en mi país se dice “que muerto el perro, se acabó la rabia…” – Apuntó con su arma a la cabeza del rebelde. De repente, un tiro sonó. Benalcázar soltaba el arma, con su mano sangrante. El próximo tiro será…para el que se mueva ¡! – gritaba Del Hierro mientras asomaba por encima de ellos y detrás suyo decenas de indios apuntando sus cerbatanas y arcos y flechas a los soldados españoles. Del Hierro!! – gritaba emocionado Illayuk Presentí que necesitarían de nuestra ayuda…ahora todos ustedes arrojen sus armas al piso!! Miren quién llegó al rescate de los indios?…el traidor!!- refunfuñaba Benalcázar arrodillado del dolor en su mano. Traidor?...tú traicionaste al Rey!! Tú traicionaste a Pizarro!! Y me llamas traidor?!! Qué ironía!! Ironía… será ver tu cabeza colgando de la plaza principal en Quito!!...muy pronto el resto de mi ejército llegará y acabará con todos ustedes!! Conocedor de las respuestas militares de su ex superior, Del Hierro sabía que eso era cierto, Benalcázar por el apremio de saber a Rumiñahui preso, salió con apenas una veintena de hombres, pero el resto seguramente tendría la orden de seguirlo. Una vez liberado, el General inca quiso tomar
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el mando de su gente, pero Del Hierro le pidió gentilmente que lo dejará a él manejar este asunto. Ëste, asintió. El haber salvado la vida de su familia, le daba ese derecho. Mientras se retiraba, puso su mano en el hombro del rebelde español. Créeme…será mejor que lo mates…- le susurró al oído Lo sé…pero hay algo que siempre he querido hacer con este mal nacido…- sonreía Después de varias horas, el ejército español encontró a su comandante atado al resto de sus hombres. Pero nadie se imaginó cómo iba a encontrarlo. Los presos estaban totalmente desnudos y atados de dos en dos, frente a frente. Para aumentar la humillación, Del Hierro los ató como si sus manos estuvieran sujetas y amordazaron sus bocas. Los soldados retenían su risa forzosamente, la imagen era muy graciosa para ellos. Ver a su líder en esas condiciones, era algo que jamás podrían olvidar. Y el castigo que recibieron por parte de Benalcázar apenas lo soltaron, resultó insignificante. Luego de recibir cada uno, tres latigazos, el oficial les hizo jurar ante la Biblia que nunca revelarían lo visto esa tarde. Con su herida física y moral decidió emprender una retirada. En el campamento, los españoles revisaban sus estrategias frente al enemigo. Si bien no hemos podido capturar al inca Rumiñahui…lo estamos obligando a avanzar hacia el norte, sus ataques son cada vez menos en la región sur…- decía uno de los capitanes Eso no basta…debemos acorralarlo…debemos cerrar sus salidas de modo que podamos aplastarlo…!!- decía enérgico Benalcázar Cada vez son más los pueblos indios que se unen a nuestro ejército…estoy seguro que pronto lo atraparemos… La desinformación de los líderes de las comunidades indígenas fue clave en el proceso de su adhesión a la causa europea. Hábilmente regaron el rumor en el imperio de que Rumiñahui deseaba usurpar el trono dejado por Atahualpa. El inevitable desconcierto que cundía en las comarcas, ayudaron a Benalcázar en su causa de desmontar el gran apoyo que su gente daba al ejército rebelde. Estaba cerca de asestarle el golpe de gracia. Ahora los rebeldes sufrían de una falta de provisiones. Los cientos de personas que se movilizaban generaban gran consumo de alimentos y agua. En algunas ocasiones, lograron escapar a emboscadas que los mismos pueblos indios preparaban. La muerte de gran parte de su ejército obligó a Rumiñahui a tomar decisiones que cambiarían el rumbo de la Historia. Aquella noche, en una reunión extremadamente secreta, los generales incas analizaban la propuesta de Rumiñahui. Benalcázar ha logrado convencer a nuestra gente de unirse a él y su ejército de asesinos…Ahora nuestros guerreros no pasan de ser cientos…y cada vez que nos enfrentamos al enemigo…somos menos…- exponía Rumiñahui Gran Señor…pronto se darán cuenta de… Tú…mi gran amigo Del Hierro…sabes que eso no es cierto…el fin del Imperio Inca se acerca…tal como lo predijo el maestro Kunaq…la oscuridad se cierne sobre nuestro pueblo…y no hay nada que podamos hacer…tú dijiste en cambio que siempre existen opciones…y por eso los he llamado…quiero escucharlos, quiero que me hablen… En otro lugar, varios días después, el espía hablaba desde las sombras a Benalcázar y sus oficiales. Les informaba de las terribles bajas que el ejército europeo había inflingido a los rebeldes y de la oportunidad extraordinaria de acabar con ellos de una vez por todas. En un mapa les indicaba la ubicación exacta del campamento itinerante y su posible nueva posición en los próximos días. Acabada la breve reunión se escabulló como lo hizo al llegar. Ninguno de los hombres de Benalcázar conocía el rostro del espía, excepto él. Lo hizo con el fin de evitar que durante las batallas sus soldados tuvieran alguna actitud delatora, claro está, que corría el riesgo de que muriera en el campo de batalla, pero como lo veía el español, aquel espía era una pieza descartable. Las actividades en el campamento inca eran habitualmente agitadas. La tarde caía. Rumiñahui, Asiri y Illayuk trabajaban la tierra. El líder guerrilero era consciente de su rol y ejemplo en la organización inca. Por ello tiraba del yapuna, una especie de arado de diseño primitivo, en tanto que Asiri rompía los terrones con un palo, para permitir la siembra de la simiente de maíz que Illayuk colocaba con gran presteza. A pesar de tener una vida nómada con su ejército, por todas las vías intentaba no perder contacto con su gente, aquella que no lo acompañaba. Sabía sin duda, que la agricultura era el principal medio de subsistencia para su pueblo, pero también era base fundamental de su organización social. Su calidad de General del Imperio le eximía de realizar cualquier tarea agrícola o
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ganadera, pero él lo hacía para demostrar a su pueblo que estaba dispuesto a sacrificar sus privilegios en aras del bienestar común. Con la muerte de Atahualpa, la solemne ceremonia del inicio de las siembras que el Sapa Inca en persona debía realizar en el campo consagrado al Sol, al que llamaban Colimpata, no había transcurrido. Rumiñahui en aquel paraje de la sierra decidió llevar a cabo la ceremonia. De un modo singular, se había convertido en Emperador por mandato de su pueblo, sin ceremonias pomposas ni máscaras sagradas. A su rededor el pueblo vivía una fiesta. Todas las ocupaciones agrícolas eran sancionadas solemnemente por el Inca en persona, que inauguraba los trabajos del año cultivando por sí mismo el campo de Colimpata ( Cuzco ), un sitio divino consagrado al Dios Sol. Una vez sembrado el campo divino, los chasquis iban a anunciarlo por todas las llactas y cada jefe de pueblo ordenaba a sus subordinados el tiempo de la siembra. Al día siguiente todos iniciarían el cultivo. Con una ceremonia similar los incas solemnizaban el tiempo de la cosecha. Una vez finalizada la siembra simbólica de aquella parcela, una mujer les acercó una vasija llena de chicha. Rumiñahui…no entiendo porqué sembramos, luego de destruir Quito… no servirá este maíz a los invasores…?- le preguntó Rumimaki Los Dioses merecen su tributo… el tiempo de la siembra llegó… no podíamos dejar de cumplir nuestras obligaciones… Además nuestra gente necesita alimentos. La cosecha será como siempre lo ha sido, para todos… Los caballos al igual que los camellos son originarios de América, sin embargo, se extinguieron en algún momento por causas desconocidas. Fueron los árabes que los llevaron en su conquista hacia Europa y de allí volvieron al continente indio a través de los españoles, donde fueron usados como un instrumento entre mágico y mítico. Los aborígenes les temían. Ese temor se acrecentó hábilmente en las masas nativas gracias a los curas y misioneros, que les atribuían poderes mágicos. Luis Del Hierro y Gema se deslizaban por la ciudad española cubiertos por espesos mantos que apenas dejaban ver sus rostros. Iban solos, sin más refuerzos que su propio coraje y valor. Estás lista? – le preguntó tiernamente el ex soldado. Sí… vamos… Con mucha cautela se desplazaron hacia las caballerizas. Allí estaban dos soldados rasos aseando y cepillando a Negro, el caballo propiedad de Benalcázar. La puerta de aquel establo se abrió y apareció frente a los sorprendidos guardias, una bella mujer que se desmayó apenas cruzó el umbral. La espesa capa cubría su vestido indio por lo que los soldados no podían saber que se trataba de una aborígen. Al acercársele se dieron cuenta que la chica les apuntaba con una daga y con una seña les ordenó guardar silencio. Uno de los soldados movía graciosamente la cabeza al igual que lo hacía Gema. Hasta que por detrás con un golpe del balde de madera, Del Hierro los noqueaba. En el campo inca, todos estaban dedicados a sus tareas. De repente, los vigías dieron la voz de alarma. Alguien se acercaba. La polvareda que levantaban las bestias al galopar no permitía distinguir de quién se trataba. Los guardias estaban a punto de atacar cuando Rumiñahui sonriendo les dio la orden de detenerse. Esperen un momento ¡!...son Del Hierro y Gema… Venían con un grupo de cinco caballos. Uno de ellos, era Negro. Tirando de sus riendas avanzaban al campamento inca. Cuando llegaron frente al cabecilla rebelde, Del Hierro se bajo hábilmente y dijo. Mira lo que os traje… Caballos…? Cómo los conseguiste…? No preguntes eso… pregúntate para qué los conseguí? Mmmm…- Rumiñahui no atinaba la respuesta Si tu pueblo cree que estos animales son criaturas mágicas… ahora les enseñaré a dominarlas… qué te parece? Bue…no…creo que es una idea interesante pero… Pero nada…desde hoy mismo enseñaré a todos cómo montarlos… Este momento les daré algo de agua y comida…- y se retiró con los cuadrúpedos.
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Asiri e Illayuk fueron quizás los más entusiastas aprendices de las clases de equitación. Sin embargo, Rumiñahui no participaba mucho de las lecciones. Qué pasa?...Porqué no subes a ese caballo?- le inquirió Asiri No creo que sea buena idea aceptar montar esas criaturas… Porqué? No lo ves… esas bestias llegaron con los invasores… si las aceptamos… sería como aceptarlos… nuestra gente comenzaría a comparar… Lo que veo es que tu corazón esta nublando tu razón… Esos animales son usados por los invasores y eso les da una ventaja sobre nuestros guerreros… No es justo que nuestro ejército tenga también esa ventaja? No dejes que tu odio por los invasores te impida ver los hechos como deben ser… Las palabras de Asiri hicieron reflexionar al General profundamente. A partir de ese momento, él fue el principal promotor entre su gente de las instrucciones de Del Hierro. Los guerreros incas recibían con gran entusiasmo las prácticas aunque más de uno fue tirado al piso por los animales. El ex oficial reía cada vez que observaba la actitud por demás respetuosa que algunos indios tenían con aquellos caballos. La mañana continuaba tranquila. El sol se levantaba entre aquellas montañas y bosques. La mayoría de los rebeldes aún se encontraban en las tareas agrícolas, hasta que repentinamente los vigías dieron la voz de alarma. Los españoles habían encontrado el campamento. Las mujeres gritaban a sus niños. Los guerreros corrían a tomar sus armas. Del Hierro protegía a su amada Gema interponiéndose ante sus agresores. En cuestión de minutos los soldados españoles ingresaban a galope y cientos de indios fieles a su causa y destruían todo. Los rebeldes se enfrentaban en clarísima desventaja. Los informes del espía al lado español resultaron verídicos. Rumiñahui se mostraba valiente enfrentando a los invasores junto a su gente. A pesar de ello, la balanza de la victoria iba del lado invasor, gracias a las poderosas explosiones ocasionadas por sus dos cañones . Allí quedaron los utensillos de siembra, las ofrendas, destrozadas. Al conocer con sumo detalle la ubicación geográfica de sus contrincantes, Benalcázar, estableció una estrategia a la que su gente no estaba acostumbrada. Distribuyó a su ejército y los indios leales en una especie de círculo que iría cerrándose para dejar a los incas en medio. La ubicación del campamento rebelde se prestaba para ello, puesto que estaba en la hondonada del cráter de un volcán apagado. Tomados de la mano Asiri e Illayuk, corrieron a través de aquella pampa labrada. Ella, no estaba dispuesta a poner en riesgo nuevamente la vida de su pequeño. Un jinete corría detrás de ellos, blandiendo su espada. El momento en que estaba a punto de atacar a la mujer y al niño, una lanza le atravesaba el tórax y lo arrojaba violentamente al piso. Apu sonrió al verlos sanos y salvos. Asiri entonces intentó algo impresionante. Tomó la rienda de Negro y quiso dominarlo. El animal acostumbrado a otro tipo de manejo se resistía. Relinchaba en dos patas. La guerrera armada de valor tiró de la rienda, pareciera que del modo correcto puesto que el cuadrúpedo bajo los cuartos y se dejó montar. Asiri subió a su hijo y cabalgó por medio del campo. Repentinamente y de frente apareció una fila de hombres a pie, que los amenazaron con sus lanzas. El caballo se asustó y los tiró al suelo. De entre los indios salieron varios soldados españoles que tomaron a la india y a su hijo como prisioneros. Los incas se vieron obligados a huir, pero no pudieron hacerlo. La mayoría de los accesos estaban protegidos por indígenas fieles a los invasores. El círculo se fue cerrando y el grupo mayoritario de los incas se encontró pronto, rodeado. Sin embargo, Rumiñahui y un reducido grupo de sus seguidores había logrado escurrirse por el flanco derecho. En el piso yacían decenas de muertos. Benalcázar caminó hacia el centro del campo de batalla y levantó su espada. Gritó desafiante: Rumiñahui ¡!...sal de donde estés…!! – gritaba colérico. Nadie ni nada parecía moverse. Oculto en una cueva natural en un risco de piedra, el grupo de rebeldes se mantenía alerta. Afuera los gritos continuaban. Rumiñahui ¡! Sal ¡! – decía mientras amenazaba con su espada a Kirkan, que arrodillado se mostraba mal herido luego de recibir muy cerca el impacto de un cañonazo Rumiñahui intentó salir de su escondite, pero Del Hierro lo detuvo. No lo hagas… te asesinará…- recalcó. Si no lo hago…más de mi gente morirá…Kirk an no merece morir…- razonó preocupado por su amigo. Si vas tú…iré contigo…- replicó Apu.
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No…ellos te necesitan…- y salió a hurtadillas para no delatar a su grupo.
En medio de la densa nube de polvo, la imagen del rebelde aparecía místicamente. Sus brazos estaban extendidos en muestra de desarme. A pesar de ello, un grupo de cuatro soldados españoles se apresuró a darle encuentro y con suprema violencia le golpearon en el estómago y el rostro. Arrastrándolo, lo tiraron frente a Benalcázar, que habiendo recuperado su corcel, entregaba la rienda de Negro a uno de sus soldados. Inmediatamente tomó del rostro al rebelde vikingo con fuerza y espetó. Miren quien vino a vernos – se burló mirando de reojo a su gente – siempre he dicho que Rumiñahui es… un hombre de honor… lástima que yo no pacto con indios…!!- y clavó la espada en el vientre de Kirkan Nooo!! – gritó desesperado Rumiñahui, intentando levantarse. Pero uno de los soldados le dio un golpe con la culata de su arcabuz. El gigante vikingo se doblegó por el profundo dolor. Su mirada se clavó en su general y con su último aliento se despidió. Adiós y gracias… Rumiñahui enfurecido totalmente por el acto de barbarie de su enemigo, quiso atacarlo. Tal era su fuerza que ni los tres hombres que lo sujetaban podían contener su embate. Tuvieron que unirse dos soldados más para dominarlo. Miren al General… - gritaba el europeo – está lleno de rabia y odio… Estoy seguro que si lo dejase me sacaría los ojos..!! Pero ese es un placer que no puedo permitírselo… - decía casi rozando su cara con la del prisionero. Se puso de pie y volvió la espalda a Rumiñahui. Mantuvo unos segundos de silencio y de repente, se volvió y con gran furia le propinó un fuerte golpe con su arma en el rostro, dejándolo sin consciencia. Protegidos por la distracción causada por la entrega de su líder, el resto de rebeldes logró huir. El general, al despertar, se encontró en una celda improvisada junto a su esposa e hijo. Encadenados unos a otros, se unieron en un abrazo. Papá…sácanos de aquí…- dijo casi suplicante Illayuk Benalcázar dijo que mañana morirás quemado…- añadió Asiri. El rostro desencajado de Rumiñahui dio paso por un instante a la s erenidad. Y ustedes? Dijo algo de ustedes? No… - su mirada la dirigieron hacia el patio que se podía ver desde la ventana de aquella celda. Allí con supremo horror, Rumiñahui encontró el cadáver de Kirkan exhibido en un poste lleno de sangre. Junto a él, decenas de indios ahorcados colgaban como trofeos que mostraban el poder asesino de los invasores. El rebelde sintió que le faltaba el aire, se ahogaba con desespero. De pronto, se escuchó un ruido fuera de su celda. El soldado que vigilaba salió en busca de respuestas. Segundos después rodaba muerto por el piso. Del Hierro salió de las penumbras y se acercó a la reja de la celda. Vamos…salgan rápido…- susurró presuroso al abrir la celda Del Hierro…- Nunca me había alegrado tanto ver tu barbudo rostro…!!- sonreía Rumiñahui De nada …- contestó la broma el español. Salieron del campamento, ocultos por la neblina que cobijaba aquella noche. En silencio y oculto en la penumbra, Benalcázar sonreía. Sus planes marchaban a la perfección. Corran… corran… llévenme al oro…- decía en voz baja Los fugitivos sintiéndose seguros lejos del campamento prendieron una fogata. Asiri preparaba al fuego el producto de su caza. Rumiñahui hablaba con su hijo. Recuerdas la promesa que hicimos en aquel lago… Si padre… Recuerdas que dije que un guerrero inca tiene marcada la línea de la vida… pero solo los Dioses conocen dónde y cuándo cruzará la línea de la muerte… pues parece que hay cambio de planes… De qué hablas? Pues… parece que seré uno de los pocos privilegiados en conocer cuándo y dónde morirá… Hombres como tú… no mueren papá…!!- dijo orgulloso Illayuk No hijo… hombres como yo… mueren todos los días… Los que no mueren son los recuerdos… y espero que tú me recuerdes el resto de tu vida… y quiero que me recuerdes por el mayor legado que espero dejarte a ti… y a todo mi pueblo…
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Cuál papá? La libertad…hijo…la libertad…ese espíritu que te permite abrir tus ojos y descubrir al cóndor… sentir el viento rozando tu rostro… esa libertad que te permite llorar, reír, cantar, danzar…- le decía mientras su cuerpo intentaba improvisar una danza Te sientes bien papá? – le preguntó algo asustado el pequeño Claro que sí hijo mío!! Claro que sí!!...solo que nunca antes pude entender el verdadero valor de la libertad como hasta hoy… Qué tiene de especial esta noche? Esta noche…nada…- simuló Riendo se acercaron al grupo que estaba alrededor de la fogata. La conversación cambió de tono. La vehemencia de la conversación era notoria. Asiri tomó a su hijo y le pidió que se retire. Rumiñahui separó del resto a Del Hierro. Debemos volver a rescatar a toda nuestra gente…- insistía Rumiñahui a Del Hierro. No podemos… todo el ejército está allí esperándonos…!! Pero no podemos dejarlos allí…!! Lo sé… lo sé… - replicaba desalentado Del Hierro – pero no hay nada que podamos hacer… cualquier intento seria un suicidio ¡! Prefiero morir como un guerrero que vivir como un cobarde!! Sabias palabras…que no van con la razón… Razón…? Me hablas de la razón?...mi mente no puede entender porqué un puñado de hombres han logrado vencer a miles de mis guerreros… eso está en contra de la razón!! Mi mente no encuentra un motivo para rehusarme a morir si con eso puedo conseguir la libertad de mi pueblo… Porque tu muerte no los libertará… tu muerte los confundirá más… y serán presa fácil para hombres como Benalcázar que lo único que buscan es aprovecharse de todos… tú… eres su guía… Ahora te tienen a ti… Solo tú sientes como tu pueblo… porque tú eres tu pueblo… Amigo…doy gracias a todos los Dioses por haberme puesto en tu camino…- afirmaba sonriente al ponerle la mano sobre el hombro como un profundo y sincero sentimiento de amistad. Asiri se les acercó a ofrecerles algo de comida. Mientras devoraban aquella carne asada con gran avidez, ella se sentó junto a ellos. Del Hierro… debe haber alguna manera de ayudar a nuestra gente? – suplicó la inca. La hay…- interrumpió Apu y enmudeció. Su mirada se clavó en el piso. Rumiñahui entendió que la única opción radicaba en entregarse a los españoles. Con su gente prisionera, las posibilidades ciertas de vencer a los invasores se reducían casi a cero, en vista de que la mayoría de las comunidades estaban tomando bando con los españoles y sus líderes eran fieles a los europeos. Todos sabemos que Benalcázar ha ofrecido dejar libres a nuestros hombres si yo me entrego…- dijo secamente Rumiñahui. No puedo dejarte que hagas algo de lo que te arrepentirás toda tu vida…- le reclamó exaltado Luis Del Hierro. El General rebelde no dijo nada. Simplemente se retiró del sitio. Luego de unos minutos Asiri lo encontró meditabundo y habló con él. El destino de nuestro pueblo estará marcado por lo que hagamos en este momento… podríamos rendirnos y vivir como esclavos o podríamos luchar con el resto de todas nuestras fuerzas… - afirmaba alterado Rumiñahui – y quizás nada cambie… todo habrá acabado en poco tiempo. Nada habrá acabado… mientras nuestra gente no haya perdido el último de sus guerreros… Recuerda algo… tú los entrenaste… tú los convertiste en lo que son… ellos lucharán por ti… por tus sueños… porque… son sus sueños!! Tú eres cada uno de esos hombres y mujeres que está allí en el campamento…!! Me entregaré a Benalcázar…- interrumpió abruptamente Al escucharlo Asiri corrió a su regazo y lo abrazó fuertemente. Qué esperas conseguir con tu rendición…? Tiempo… tú y el resto de mi pueblo tomarán el tesoro e irán en búsqueda de una nueva ciudad sagrada…Ustedes harán la nueva Urcuk uri… -
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El dominio español dependía en buena parte de alianzas con los líderes indígenas, tanto para fines militares y políticos, como para el acceso a recursos productivos. Se daba el llamado “ mandato indirecto “ ejercido por medio de los caciques, definiendo así tres grandes actores sociales de la colonización: el Estado Colonial, los conquistadores y las comunidades indígenas. Aquella noche mientras todos dormían, Rumiñahui se levantó con mucho sigilo. Dejó su daga de oro junto a la cabecera de Asiri. Se acercó al sitio donde su hijo dormía y le dio un beso en la frente. El niño estuvo a punto de despertar. Emprendió la marcha en silencio, como un animal nocturno. Nadie pareció sentir sus pasos, excepto Del Hierro que simulando dormir, abrió sus ojos y aceptó la decisión tomada por el cabecilla rebelde. Dios esté contigo…- susurró para sí mismo. Cuando Rumiñahui volvía la mirada hacia el campamento que dejaba tras, encontró a Asiri de pie vigilando su partida. A dónde vas? – le preguntó suplicante Tengo que hacerlo…- intuyendo que su esposa sabía la respuesta No tienes que hacerlo… Tu pueblo te necesita…!! Yo te necesito…!!- y se arrojó a sus brazos sollozando Tú y mi pueblo… deberán entender… Te amo… y no dejaré que hagas esto solo…!! Recuerdo que alguien me dijo que siempre hay opciones… pues tenía razón… ésta es una de ellas… Tomando su rostro delicadamente Rumiñahui besó con gran pasión a su esposa. Ella lo contempló, mientras Rumiñahui sin decir una palabra más, se alejaba. El vigía español dormitaba cuando escuchó un ruido de pisadas que se acercaban al campamento. Con marcado nerviosismo, sudoroso, apuntaba con su arma al sitio de donde provenía el sonido. Repentinamente, apareció entre la bruma de la noche, la figura de Rumiñahui. En clara señal de rendición, llevaba consigo una lanza rota. El soldado apenas pudo balbucear, pero en un nuevo intento dio un grito de alarma que despertó a todos en el campamento. Sorprendido al ver a su enemigo de vuelta, Benalcázar, le increpó. Sus planes no contaban con el espíritu solidario del líder rebelde. Qué haceís aquí?- preguntó realmente intrigado Benalcázar Vengo a rendirme…- contestó altivo Rumiñahui Rendirte? Ja…debe tratarse de alguna jugarreta… No…!! – ofendido por la afirmación - vengo a rendirme…- dejó caer la lanza rota al piso. Y tu gente? Vengo solo… No lo puedo creer…el gran Señor Rumiñahui viene a rendirse ante mi Autoridad?!! Deja ir a mi gente…cumple tu palabra…si puedes? No creo que esteís en posibilidades de poner condiciones…- decía al indicarle que muchos soldados lo apuntaban con sus armas. No pongo condiciones…y sé que no eres hombre de honor por la manera como asesinaste a Kirk an… pero vengo a pedirte que liberes al resto de mi gente… Vienes a insultarme y encima de todo quereís que libere a tus indios…?!! Tu falta de honor no debe opacar tu razón? Y qué te hace pensar que no voy a mataros a todos ustedes este momento? Porqué solo yo sé dónde está lo que tú buscas? El oro? De pronto, una bala rozó la bota del oficial español. Sorprendido dio un paso atrás. No te muevas…Sebastián¡! – ordenó una voz en la penumbra. Del Hierro? – preguntó inquieto sin poder reconocer a su agresor No…claro que no… De las sombras apareció el perfil de Agustín Vela, el enviado de Pizarro, que se notaba molesto por los ardides de Benalcázar para dejarlo sin su parte del tesoro. Veo que has estado muy ocupado buscando…nuestro oro…- dijo sarcásticamente Agustín… nuestro pacto sigue en pie…- quiso justificarse
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Prometiste que me mantendríais informado de tus avances…pero… Me ha resultado un tanto difícil…- respondía nervioso Benalcázar Pues he venido a liberarte de la carga… cómo podrás ver, he traído al doble de hombres armados que tú tienes… así que sería inútil cualquier resistencia… Resistencia…de qué hablas? No perderé más mi tiempo contigo… Soldado…enciérrelo!! Mañana veré que hacer con este…Oficial… Y dando un giro brusco, se dirigió hacia el sacerdote Velásquez. Hola padre… Hijo mío… se bienvenido…- decía algo nervioso el gordo – Dios te trajo a este sitio… Vela le dio la espalda y susurró para sí mismo. Acaba de comprar unos días más de vida… Luego se dirigió hacia Rumiñahui. Así que tú eres el famoso Rumiñahui… tenía mucha curiosidad por conocer al hombre que ha hecho tambalear los planes del Imperio español en estas tierras…- le decía mientras lo rodeaba y observaba de pies a cabeza. Mi pueblo… Si…si… ya lo escuche… cómo verás ahora el que manda aquí soy yo… Dejaré libre a tu pueblo… una vez que me lleves al sitio donde ocultas todo el oro… Rumiñahui no conocía a aquel nuevo barbudo que enfrentaba. Pero sin duda llenaba el perfil. Sé que crees que todos los españoles somos hombres sin honor… pero déjame decirte que Sebastián de Benalcázar es el único maldito bastardo que no conoce esa virtud… - le tomó del brazo como si fuese su gran amigo - todos nosotros tenemos tanto honor que estamos pensando en regalarles un poco a estos infelices… verdad muchachos?!!- gritó sonriente a su tropa. Si señor!! – gritaron al unísono Para Vela, un embaucador nato, su capacidad de envolver a la gente era su mayor atributo. Pizarro aprovechaba al máximo esa habilidad para sus fines, pues le había encomendado todas las difíciles negociaciones con los grupos étnicos encontrados en los nuevos territorios. Algunos afirmaron que la emboscada a Atahualpa fue elaborada por este oscuro personaje. Dominaba los principales dialectos pero eso no era parte de su encanto. El, era capaz de envolver o revolver las cosas de modo que una cosa sencilla pareciera muy complicada o viceversa, según sus conveniencias. Rumiñahui al no saber como lidiar con personajes de este tipo se sentía confundido. A ti te interesa salvar a tu gente… a mí me interesa exactamente lo mismo...así que te propongo...salvemos a tu gente...y tú a cambio me llevas al sitio donde ocultas el tesoro inca… No te parece un excelente trato…? Qué pasa si me niego? Pues… te explico tus opciones… Si me entregas el oro… yo me iré lejos de aquí… tú y tu gente podrán seguir jodiendo la vida de Benalcázar al pelearse por un pedazo de esta maldita tierra…!! Pero si no me lo entregas… haré pedazos de cada una de tus mujeres, de cada niño y enviaré a cada ciudad inca un pedazo de ellos…!! Ja,ja…- soltó una gran carcajada que confundió más al inca. Los temores de Rumiñahui se concretaron. El viejo Kunaq tenía razón cuando dijo que tras Benalcázar vendrían tipos quizás peores. A pesar del carismático comportamiento de Vela, éste se mostró tanto o más cruel que su predecesor en el poder. Déjalos ir… y te llevaré al oro… Ja,ja… sabes que no puedo aceptar esa propuesta… Aunque… hagamos un pacto de honor – le propuso al extenderle la mano para que se la estrechase – si me llevas al oro… liberaré a tu gente… y es más… mi ejército respetará tu tierra… no más guerras… te imaginas? No más muertes… Todo en este mundo tiene un precio… Cuál es para ti, el precio de la libertad? El general rebelde enmudeció por largo rato. Volvía una y otra vez su mirada sobre los extraños que lo rodeaban. Sintió un extraño vértigo. Cerrando los ojos dio su respuesta. Está bien…te llevaré dónde está el oro… Los soldados vivaron con gritos, alzando sus espadas, otros dispararon al aire. Uno de ellos comentó a su compañero. Lo consiguió… lo consiguió…!! -
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Acaso lo dudaste algún instante…? Ese hombre es capaz de vender a su madre con tal de salirse con la suya… Los dos líderes estrecharon sus manos. Sin embargo, alguien más se les unió. El cura Velásquez se acercaba a dar su bendición, pero de repente alguien interrumpió el encuentro. Si vas a Urcuk uri… también iremos - dijo Asiri saliendo de la vegetación. Tras ella, aparecían Del Hierro, Atuq y el resto de fugitivos. Abriéndose paso entre los fortachones, apareció Illayuk. Perfecto!!...sean bienvenidos…- exclamaba Vela mientras les extendía sus atenciones - Veo que la descripción que me hicieron de ti… no fue justa… eres más hermosa de lo que dicen…- comentaba al realizar un saludo caballeroso a Asiri, algo extraño viniendo de un español hacia una india. Sin embargo, su rostro se frunció al descubrir a Del Hierro, con el que simplemente cruzó miradas. -
Rumiñahui apenas dejó que la luz apareciera en el horizonte para ponerse de pie. Confías en el español? – le preguntó Asiri recostada aún y abrazando a su pequeño hijo que aún dormía. No… pero no tengo opciones… Siempre hay opciones... Salió de la tienda donde los españoles lo acomodaron. A su encuentro salió Vela. Cómo dormisteis? Sé que estás ansioso de ver que cumplo mi palabra…- comentó el español Demuéstranos que eres un hombre de honor…- replicó Del Hierro al llegar. Cabo¡!...cumpla las órdenes… libere a los indios… perdón… a los prisioneros…!! Si señor ¡! En una larga hilera, hombres, mujeres y niños salían de sus celdas. Libérenlos de sus cadenas ¡!- ordenó nuevamente con apremio Si señor!! Ya oyeron… saquen las cadenas!! Vamos rápido!! Ya lo comprobaste con tus ojos… tu gente es libre… ahora cumple tu palabra… el oro…- dijo Vela a Rumiñahui Deja que mi gente salga de este lugar y mañana partiremos a Urcuk uri… Urcuk uri? El sitio donde está el oro…- asintió el general inca. Un poco más tarde, Vela se acercó al sitio donde descansaba Rumiñahui. Consigo traía a Negro, el caballo que pertenecía a Benalcázar. Paséalo – dijo entregando la rienda del animal a Illayuk El pequeño miró con desconfianza al español y luego pidió permiso en silencio a sus padres. Ellos asintieron. El niño subió al corcel cuyo pelaje azabache brillaba al punto de parecer hecho de metal, y comenzó a galopar en medio del campo. Como ves…he cumplido mi palabra… Tu gente está libre… permíteme demostrarte que con el oro… nuestros pueblos verán nuevos días de convivencia en paz… Esta absurda guerra acabará de una vez por todas… Crearemos un nuevo Imperio…sin guerras, sin muertes, sin Benalcázar… El pacto se respetó. Rumiñahui era un hombre de honor. Los prisioneros salieron de aquel campamento militar español con un destino desconocido. Rumiñahui se reunió con el líder, Rumimaki y le dio órdenes expresas para que dirigiera el grupo aquel. La caravana partiría hacia Urcukuri llevando gran cantidad de provisiones y animales. Agustín Vela ante todo era militar y planificó la excursión como si de una verdadera invasión se tratara. Llevaba consigo muchos caballos, cabras, gallinas, etc. Dejó a un reducido grupo de soldados vigilando al prisionero Benalcázar junto a sus oficiales más cercanos. Claro está que nadie querría dejar escapar la oportunidad de ir por el tesoro, así que tuvo que entregarles el oro que había capturado en los últimos enfrentamientos para convencerlos que se quedaran. Y qué hacemos con Benalcázar? – preguntó el oficial a cargo Fusílenlo mañana luego de mi partida…no quiero ver su triste final… Esta bien señor…- se cuadró y retiró. La mañana siguiente, al ver salir la caravana, Benalcázar encadenado gritaba desde su celda, maldiciendo a Vela por lo que él consideraba una traición. Vela dio un giro con Negro, el caballo que tomó como botín y se acercó al muro de la celda de su prisionero que lo veía agarrado de las rejas.
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España te debe mucho, Sebastián… pero yo no te debo nada!! La Historia se olvidará de ti muy pronto…pero cuando se escriba sobre Agustín Vela…faltarán los calificativos…para exaltar mi espíritu de conquista…Sebastián de Benalcázar ha sido un gusto luchar contigo…y vencerte… Nada acaba…hasta que acaba…Agustín…!! Pues tú acabas aquí…!!- y se apresuró a colocarse al frente de la caravana. De entre los muros de la ciudad, una indígena corrió y se puso en el camino de Vel a. El oficial detuvo su caballo con dificultad, apenas impidió que los cuartos delanteros del animal golpeasen a la mujer. Sin duda, la reconoció. No lo mate!! Por favor… señor…tenga piedad de él…- rogaba la mujer Killa…Killa…Killa… ah… qué se supone que debo hacer contigo?… Acaso quieres morir con el padre de tu bastardo…?!! Por favor…se lo suplico…no lo mate… Vela guardó silencio por unos instantes y agachó su cabeza como si pensara algo. Luego volvió su mirada a la nativa y sonrió. Miró a sus soldados. Qué crees que mis soldados pensarían de mí…si hago caso de las suplicas de una infeliz india como tú…?!! Soldado ¡! – ordenó – llévenla junto a su amado… y ejecútenla con él…!! Ya tengo lo único de valor que poseía Benalcázar…- susurraba al acariciar la cabeza del corcel Negro. Eres un maldito…eres un maldito!! -la mujer gritó como una loca desesperada. A pesar de sus esfuerzos, dos soldados la arrastraron y arrojaron a la celda frente a la de Benalcázar. Apenas colocaron el candado, Killa se apresuró a mirar por el pequeño orificio de la puerta de madera con rejas. Su rostro lloroso quedó mutis al ver a Benalcázar. Sin duda le sorprendió enterarse del embarazo de su amante de semejante manera. Su mirada era inquisidora, dura e inclemente. Porqué no me lo dijiste?!! – le increpaba Lo siento… mi Señor… lo siento… La furia de Benalcázar no podía recibir el cauce que él deseaba. Sacudió con fuerza la puerta de su celda y golpeó con su puño el muro de piedra. Dejándose caer llorando como un niño. -
Avanzaron los días. Vela veía el cielo despejado de aquella mañana. Con Benalcázar fuera de mi camino… nada ni nadie impedirá que sea el nuevo Emperador de estas tierras – se decía El paso de Negro era elegante a pesar de lo escabroso del camino. Vela lucía orgulloso, el animal se había convertido en el símbolo de triunfo entre los invasores. Más cuando sobre su pecho lucía la Máscara Sagrada, aquel símbolo inca que representaba al Dios Sol con rostro humano hecho de oro macizo. Llegaron a las faldas del mítico volcán. Las lluvias inclementes hicieron que los españoles enfermaran con terribles fiebres. Pero ellos no fueron los únicos que sufrieron los embates de la selva aquella. Muchos indios habían muerto también. Vela dejaba los cadáveres al lado del sendero que seguían. Casi no les prestaba atención médica a los enfermos. Ellos sabían a lo que se exponían…- sentenciaba tapándose la cara con un pañuelo para evitar los olores fétidos de la muerte. Cuando hubieron llegado al bosque con tótems gigantescos, los españoles sintieron que habían encontrado el sitio mítico del que escucharon un sinnúmero de ocasiones. La misma bruma que recibió a Rumiñahui tiempo atrás, los cobijó esta ocasión. La guardia del Templo de Oro los avistó y dio aviso a todos. Los soldados españoles empuñaron sus armas al verse rodeados de esa neblina que apenas dejaba ver unos metros frente. Repentinamente un disparó rompió la tensa calma. Luego, uno a uno los “ barbudos “desaparecían devorados por el paraje. Vela al sentirse amenazado tomó del brazo a Asiri y apuntándole su arma le obligó a caminar junto a él. Rumiñahui se mantuvo quieto al ver la reacción del oficial. Ordena que esto acabe!!- le gritó histérico En cuestión de segundos la misteriosa neblina se despejó. Cuando ésta se retiró, el cuad ro era dantesco. Decenas de cuerpos aparecían en el piso, muertos. Se trataba de la mayoría de los soldados españoles. Junto a la raíz de un inmenso árbol apareció el viejo Kunaq, sumo sacerdote que con su vestimenta dorada y parado con su lanza lucía sobrecogedor. Los sobrevivientes a la masacre habían sido solo Vela, el cura Velásquez y dos oficiales más, que aún apuntaban con sus armas a los indios. Vela les ordenó que las bajasen con un empujón. Sin
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duda, comprendió lo difícil de su situación. El nerviosismo de los soldados obligó a que Vela tuviera que insistir con un grito más fuerte que bajasen las armas. Yo cumplí con mi palabra…dejé a tu gente libre!! – reclamaba – y tú me traes a una trampa…?!! Yo también he cumplido mi palabra… te traje a este lugar… Aquí está el oro de mi pueblo… mi promesa la hice contigo… no con tus soldados…- decía Rumiñahui mientras estiraba sus manos mostrando los muertos. No… no me parece… justo…- sonreía nerviosamente Vela Justo?... nada hay justo en la vida… sobretodo para los traidores… Traidores? De qué hablas? De los hombres que ordenaste nos sigan para emboscarnos al llegar al oro…- decía mientras un soldado español aparecía entre los árboles. Hombres? – insistía cínicamente Vela y dibujaba una sonrisa. Su rostro se desencajó al ver como el soldado caía muerto. Rumimaki aparecía detrás y saludaba a su líder. Te recuerdo que mi pueblo llegó a estas tierras mucho tiempo antes que el tuyo… y conoce el sonido de la montaña…- dijo Rumiñahui Insisto…esto no es justo…-dijo al verse descubierto. Vela ordenó a un grupo de soldados que siguiera su rastro hasta el lugar donde ocultaban el oro los aborígenes. Una vez descubierto el sitio, tenían la orden de atacar. Al acercarse y rodear a los españoles, Rumimaki no pudo dejar de distinguir en el pecho del corcel Negro que montaba Vela, aquella Máscara Sagrada, que formaba parte del botín de Atahualpa, que supuestamente recuperaron junto a Kuyuchi de manos de Benalcázar. Cómo pudo recuperarla el español?. Sus ojos se desorbitaron y volvió su mirada hacia el grupo que acompañaba a Rumiñahui, allí estaba el culpable. Sus ojos se clavaron en el traidor. Quiso acercarse, pero algo ocurrió que precipitó la verdad de sus sospechas. Un disparo sonó, retumbando en la montaña. El oficial Vela caía muerto con un tiro en la frente. Tienes toda la razón…nada es justo…- decía el oculto criminal. Los incas por un instante seguían desconcertados . Una veintena de españoles armados los apuntaban con sus arcabuces. Fue cuando Benalcázar, apareció en escena. Blandiendo su arma de fuego humeante se les acercó. Gracias…Rumiñahui…no podría haber llegado a este sitio sin tu ayuda… Benalcázar?!!- decía el rebelde mientras comprobaba la muerte del español que yacía en el piso sobre un gran charco de sangre. Si…el mismo…Acaso te sorprende verme aquí?... Pero… Por tu cara puedo adivinar que tienes muchas preguntas. Cómo hicimos para no ser descubiertos por tus vigías?. Creo que fue simple casualidad. Tus hombres estaban tan empeñados en los hombres de Vela que se descuidaron de su retaguardia… Y cómo logré escapar de mi prisión? Eso no tuvo nada que ver con la casualidad. S olo Vela pudo ser tan insensato, al dejarme a cargo de soldados que al igual que yo…que él mismo…esperamos nuestra oportunidad para tomar el oro que nos pertenece… Ustedes son peor que fieras salvajes…se comen unos a otros… Acaso tu gran Emperador Atahualpa no asesinó a su hermano Huáscar?…La ambición humana es la misma…en gente blanca como en la canela… Mi gente conoce el honor… Yo no estaría tan seguro… yo escogería mejor mis aliados…- dijo con sarcasmo mientras el indio Kuyuchi se le acercaba y se colocaba en posición sumisa frente a él. Kuyuchi? – fue la exclamación lastimera del general. Porqué mi hermano? - gritó Rumiñahui reaccionando. Me cansé de ser tu sombra… Tú …mereces esto y más!!...mira!! Mira el monstruo en el que me convertí en tu lucha!! – gritaba Kuyuchi al descubrirse el rostro y dejando ver la terrible cicatriz que llevaba en el lado izquierdo del rostro luego del ataque del venado aquel – Yo era capaz de darte mi vida…te consideraba un Dios…eras para mí alguien más poderoso que el mismo Emperador… Pero eso me convirtió en el hombre más solitario del imperio. Con cada lucha descubría que todos los guerreros tenían alguien que motivaba su resistencia. Yo no tengo a nadie. La única mujer a la que he amado, me rechaza por parecer un monstruo! – decía mientras Gema ocultaba su mirada - Siempre me consagré a servirte y a serte leal.
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Tenemos diferentes maneras de ver la lealtad… Yo colaboro con los españoles seguro de conseguir acabar esta guerra más pronto…Así podría intentar rehacer el resto de mi vida. Nunca entendí, cómo pudiendo tener el oro para nosotros…decidiste ir a enterrarlo…!! No lo entiendo¡!...Nuestro pueblo te considera un ser divino…!! Ya me cansé que todos los honores te los entreguen a ti…Ahora tomaré lo que me corresponde – y fue hacia el grupo de prisioneros y arrastrándola del brazo trajo a Gema- Yo varias veces estuve a punto de morir por salvar tu vida…Ahora gobernaré junto a los españoles…y con el oro de este sitio…formaremos un nuevo Imperio…seremos invencibles!! Toma lo que quieras…ahora es tuyo!! – le decía Benalcázar La quiero a ella…!!- señaló a Gema Tómala. Es tuya. Si quieres toma a todas las esposas de estos infelices y haz con ellas lo que quieras… No. Solo la quiero a ella. Por mi no hay problema. Si te conformas solo con eso. Suéltala!!- gritaba Del Hierro al ver como Kuyuchi tomaba del brazo a Gema, que le suplicaba ayuda en silencio. Parece una ironía de la vida, que esta cruel guerra que nos ha costado miles de vidas, acabe en enfrentamientos por la mujer del otro…- concluía Benalcázar Para ti Asiri no es más que un capricho. Como lo es ese caballo…- respondió Rumiñahui No estoy aquí para hablar de esos asuntos. Parece que siempre estoy un paso adelante que tú. Que conste que yo no busqué a Kuyuchi, él vino a mí. De qué otra manera podría haberte seguido siempre los talones…? – le preguntó ahora a Rumiñahui - Vela fue un imprevisto…pero ya está solucionado…- decía Benalcázar al patear el cuerpo inerte de su compatriota. Rumimaki increpó al traidor. Eres un maldito… tú ya eras parte de sus planes hace mucho tiempo…!! - le gritaba Tienes razón…- respondió Kuyuchi Por eso es que la Máscara Sagrada luce en el pecho de su bestia… Acaso esperabas lucirla algún día…?- decía Kuyuchi en tono burlón. Por supuesto…!! Te das cuenta…? Esa máscara que para nosotros representa un honor…mientras que para ellos sirve como adorno de sus bestias…?!! -
Iskaywari, el miembro cañari del ejército inca que a pesar de las conjuras de Kuyuchi resultaba ser inocente, se arrojó con furia hacia el traidor pero éste le clavó su daga en el estómago. Rumiñahui corrió a sujetarlo. Lo siento…Isk aywari…- le pedía disculpas por haber creído a su lugarteniente No Gran Señor…Kuyuchi recibirá su paga…se lo juro por los Dioses…- y murió. Atuq el prisionero que fue liberado por Rumiñahui, al ver el atroz crimen sintió que su sangre hervía. Pasó mucho tiempo encerrado, pero no el suficiente como para olvidar porqué luchaba. Aprovechando que estaba en medio de varios guerreros sacó una daga que tenía en el cinto y de improviso corrió hacia Benalcázar. Sin embargo, un disparo se oyó y el indígena caía mortalmente herido. Rumiñahui corriendo con sus manos en alto pidió a su ejército que no se expusiera a una matanza. Siempre quise morir como un héroe… Lo eres amigo…lo eres. Acaba con los barbudos…- decía al morir su fiel amigo. Te lo dije…tu pueblo no me importa…lo único que quiero es el oro…Ahora te propongo algo…que te parece si les perdono la vida…lo único que tienes que hacer… es ponerte de arrodillas aquí…frente a mí…y besar mis botas mientras me juras tu lealtad…- gritaba Benalcázar Nunca…!! muerto antes que esclavo…!!- exclamó Rumiñahui. Ese momento Benalcázar sacó su arma de su cintura y la apuntó hacia Asiri. Estás seguro…de ello…? La libertad…antes que esclavitud…y si la muerte me la da…pues que así sea… - replicó Asiri desafiante Crees que lo que pasó la otra noche…te salvará esta vez? Rumiñahui volvió su mirada a Asiri. Era obvio que ella nunca le contó de su encuentro con Benalcázar para solicitarle su libertad. Asiri con enojo gritó.
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Tú estabas en mi cuerpo… mi mente estaba con mis Dioses… y mi corazón con Rumiñahui… este cuerpo renacerá otra vez y nunca reconocerá tu asqueroso olor…tu maldad…!! Soy una inca… y nunca me rendiré…Libertad ¡! Y sacando de su cinto una daga, corrió hacia el español. Ëste, cerró sus ojos pero no pudo disparar. Sin embargo, un disparo tronó. Se trataba de Killa, que intentaba acabar de una vez por todas con la mujer que a pesar de no quererlo, competía por el amor de su barbudo. Illayuk gritaba como un desesperado pero nada pudo hacer, dos soldados lo sujetaban fuertemente. Asiri cayó pesadamente en el piso, sangrante, herida. Rumiñahui intentó correr donde su esposa yacía, pero Benalcázar le estaba apuntando nuevamente. A pesar de ello, el rebelde siguió corriendo. Pronto, la tomó entre sus brazos y mirando sus ojos le dijo que la amaba. Ella sangraba, pero sonreía al ver a su señor, al que amaba sobre todas las cosas y por quien daría la vida. Benalcázar arranchó de las manos de Killa el arma que disparó y le propinó una bofetada. La mujer se sintió ofendida y corrió llorando a ocultarse. Resiste…vas a sobrevivir…- decía el General temblando al ver la gran cantidad de sangre que manchaba el pecho de Asiri. No lo lograré…- susurró la inca Claro que lo harás… Ambos sabemos que no es cierto… Escúchame…tú salvaste mi vida muchas veces…ahora es mi turno… Recuerda…los incas… no deben llorar…- decía mientras miraba como el rostro de Rumiñahui se llenaba de lágrimas Te amo… Te am… La bella mujer se desvaneció. Rumiñahui arrodillado, con el rostro totalmente lleno de lágrimas cargaba el cuerpo inmóvil de su esposa. Gritó como un loco. Un alarido que retumbó toda la montaña. Benalcázar que se le había acercado por detrás, le asestó un golpe con la culata de su arma. Qué romántico…- se burló. -
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CAPITULO OCHO Cuando Rumiñahui despertó se encontró amarrado a un tronco en medio de la plaza, apenas si podía mover la cabeza. Todo su cuerpo estaba atado con cuerdas hechas de cuero animal. Frente a él, estaban todos los hombres de su ejército. Arrodillados. Maniatados. La costra de sangre en el rostro del inca apenas dejaba ver sus ojos. Jadeante levantó la mirada hacia sus compañeros de lucha. Sintió un profundo dolor al ver a su gente prisionera en esas condiciones. Pero ningún dolor era comparable con el que sentía por haber perdido a su esposa. Creí que nunca despertarías…- le regañaba Benalcázar Maldito! Te mataré con mis propias manos!! Maldito!!- respondió el rebelde Así me agradeces lo que he hecho por ti?...- e hizo una seña para que cuatro soldados se aproximarán cargando una camilla donde estaba el cuerpo de Asiri. Rumiñahui agachó la cabeza como queriendo evitar ver a su amada. No podría soportar tanto dolor. Pero era quizás la última ocasión en la que vería a su esposa, así que mordiendo sus labios de ira y dolor, alzó la mirada hacia la camilla. De pronto, su corazón latió de modo que parecía salírsele del pecho. Lo hizo cuando Asiri levantó la cabeza y lo miró silenciosamente. Estaba herida pero le dirigió una sonrisa e intentó levantar su mano, pero el dolor se lo impidió. Así me vas a agradecer haber salvado la vida de tu esposa…? Haz conmigo lo que quieras…pero déjala vivir!! Acaso me estoy volviendo loco o el supremo General Rumiñahui está pidiendo piedad?volvía a burlarse Benalcázar - Te das cuenta lo cruel que puede ser Dios conmigo?…a tí… un indio… apestoso… e ignorante… Dios te entrega una cantidad de oro que podría convertirte en Rey aquí o en cualquier país civilizado… Además…te da una esposa como Asiri… una diosa… y a pesar de estos endemoniados mosquitos…-mataba uno en su cuello con un fuerte manotazo- tu tierra parece el paraíso terrenal…Dios!!...explícame!!... Tú eres un… asesino…nuestros Dioses serán distintos pero creo que el tuyo jamás estará conforme con lo que tú y los tuyos hacen con mi pueblo…!! Dios bendecirá mi casa y a toda mi familia…porque esto... esto es lo que espera que hagamos con ustedes…!!- lo dijo volviendo la mirada al cura Velásquez, que asintió un tanto nervioso. Eso es pura mentira!! – gritó uno de los prisioneros. Benalcázar volvió la mirada al grupo de encadenados e intentó descubrir al atrevido que osó en contradecirlo. Su mirada se llenó de fuego interno al descubrir que se trataba de Del Hierro, que tenía la cara deshecha debido a la paliza recibida por sus ex compañeros que lo acusaban de traidor. Con dificultad se mantenía de pie, uno de los guerreros incas le servía de apoyo. Todo esto es mierda!! Aghh – gritaba Del Hierro mientras se retorcía del dolor - …todo el oro que buscas te podrá convertir en caballero… pero no en guerrero…y menos en ser humano…porque eres un animal…eres un…!! No pudo concluir porque Benalcázar le propinaba un fortísimo golpe en el rostro. Con la mirada inquisidora que no apartó de su opresor, Del Hierro se doblegó y le entregó un papel manchado de sangre. No más… Ya me estoy hartando de ti…- finalizó Benalcázar y se retiró. Un oficial le preguntó sobre alguna orden pero sin contestarle ingresó a su tienda. En soledad, Benalcázar abría el papel que le entregó Del Hierro. Era su nota en la que sentenciaba a muerte a cinco incas por cada español muerto y que Rumiñahui tomó para luego encargársela a él. Tomó un gran sorbo de esa botella de licor. Killa entró y se posó a su lado. En silencio, lo abrazó por detrás y acarició su pecho. El español se veía vulnerable. Sin embargo, en un arrebato se apartó de la india y salió presuroso. Se dirigió hacia Kuyuchi. Ëste, le entregó la llave de las cuevas que tomó de Kunaq. Los ojos de Benalcázar se llenaron de ese brillo misterioso que se adueña de los poderosos al descubrir que el límite de lo permitido está en sus manos. Cómo ustedes verán ya no existe una razón para mantenerlos con vida – anunció a sus prisioneros – sargento Ortiz organice el inmediato fusilamiento de estos indios…!! No lo hagas!! Por favor… – interrumpió Del Hierro en medio del grupo asediado por los soldados.
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Miren quien suplica…nuestro héroe…Padre Velásquez parece que Dios ya le tiene reemplazo en estas tierras!! - se burlaba – ya sé…desde hoy te llamaré Hermano Luis…ja… Puedes burlarte cuanto quieras…lo que quiero es detener esta absurda guerra que lo único que hace es poner en riesgo todo…tú sabes que al Rey no le interesa esta clase de abusos…pronto le llegarán noticias tuyas y las pagarás… El Rey y tú se pueden ir al demonio!!- gritó como histérico Benalcázar. Las palabras de su líder sacudieron a todos los soldados españoles sin excepción. Se miraron unos a otros. Con todo el oro oculto en esta montaña vamos a convertirnos en el ejército más poderoso del mundo…!! Imagínense… podremos adquirir la mejor flota de barcos…los cañones más poderosos… nada ni nadie podrá enfrentarnos…seremos reyes!! - imponía Ese instante la sorpresa dejó de serlo. Los planes de Benalcázar podrían sacudir el orden mundial. La mayoría de los soldados estuvo de acuerdo con su líder apenas escucharon los detalles. Y vivaron. -
Un escuadrón comenzó a desplazar a los prisioneros al centro de la ciudad. Las largas filas de indígenas parecían interminables. Benalcázar maravillado por las magníficas construcciones ingresó a una habitación sin perder detalle de cada objeto de oro que reposaba en cada rincón. Acariciaba suavemente una vasija cuando entró Killa. La tomó de la mano en una pose cortés e improvis ó un baile con la india. Se miraron sonrientes. Benalcázar se separó un instante y volvió con una joya de oro que se la colocó en el delgado cuello de la aborígen. En tanto, Waman, el niño elegido por el pueblo urcukuriense, había logrado escabullirse de los soldados. Recorría esos rincones que solo él en sus travesuras descubrió tiempo atrás. Se trataba de pasadizos que permitían la circulación de aire y que atravesaban la ciudad completa. Era un submundo al que solo accedían los traviesos niños para ocultarse determinados momentos. Por uno de los agujeros que brindaban ventilación a todos los edificios, descubrió a un guardia español llevando forzosamente del brazo a Gema. Los siguió arrastrándose por aquel corredor paralelo que estaba sobre la cabeza de aquel soldado. Nadie sabía porque Gema era trasladada a uno de los rincones más apartados de la estructura de piedra. Sin duda la chiquilla supo que no era nada bueno al descubrir la mirada del degenerado. De modo abrupto y cuando el español creyó que habían llegado a un sitio donde nadie podría escuchar los gritos de la indígena, la empujó hacia un c orredor sin salida. Las penumbras no permitían ver casi nada. De modo brusco Gema fue arrojada al piso. El guardia comenzó a retirarse el casco y comenzó a desatarse el cinto donde estaba su espada. La jovencita comenzó a gritar pidiendo auxilio. Nadie te va a escuchar!!, así que guarda esas energías para mí…- le dijo el soldado La fuerza descomunal del violador tenía doblegada a Gema, que intentaba propinarle un golpe, pero nada conseguía detener al depravado en su empeño. Tirada sobre sus espaldas intentaba resistirse a la violación, hasta que vio aparecer a Waman desde las penumbras. Con suma cautela, el pequeño se acercó a tomar la espada que estaba tirada en el piso. A pesar del esfuerzo, la correa que llevaba adornos metálicos hizo un leve sonido, suficiente para alertar al español. Al verse descubierto Waman desenfundó de golpe la espada y amenazó con ella a su atacante. Qué vas a hacer con ella?...Dámela…te vas a lastimar…- decía condescendientemente el guardia para disuadir al niño No se acerque señor…no quiero herirlo…- decía algo asustado Waman Cómo que no? Hiérelo!!- gritaba Gema De repente, un sonido hueco se apoderó del lugar por un segundo. Los ojos del español se tornaron blancos y éste cayó pesadamente al suelo. Detrás de él, aparecía Gema sujetando una vasija de oro en sus manos con la que había golpeado en la cabeza al español. Este niño no querrá hacerte daño…pero yo si!! – le gritaba al cuerpo inerme. Vámonos…tenemos que ayudar a los demás!!- le decía Waman La hermosa jovencita tomó de la mano a su salvador y movieron al desmayado para ocultarlo entre las sombras. Antes de irse, Gema cargada de mucha ira volvió y le propinó una patada en los testículos a su atacante. Quién dijo que las mujeres no somos vengativas?!!- volvió a gritarle a truhán. El pequeño Waman guió a Gema a los pasadizos. Nuestro pueblo construyó estas grutas para momentos como éste…- le dijo mientras agitaba una serie de telarañas que cubrían su ruta de escape.
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Seguro que sabes lo que haces? – le preguntó la joven preocupada por descubrir que apenas si podía moverse en aquel túnel. Claro que sí…ahora deja de hablar porque nos pueden descubrir… Cómo quieres que esté callada con tanta araña en este lugar… Le temes a las arañas? Al cabo de unos minutos, el niño se detuvo. Gema al seguirlo no pudo darse cuenta de ello y cuando reaccionó se golpeó la cabeza. Waman le hizo una señal con su mano para que hiciera silencio y viera por los orificios el lugar donde se habían detenido. Estaban exactamente sobre la habitación de Benalcázar y Killa. Los amantes comenzaron a acariciarse apasionadamente y poco a poco fueron perdiendo sus vestimentas. Waman con la inocencia de un niño, se tapó los ojos para evitar verlos desnudos. Pero de pronto, llamó la atención de Gema cuando descubrió en el piso entre las ropas del español, la llave ceremonial de Kunaq. Ni se te ocurra…- anticipó la jovencita No habrá otra oportunidad…- susurró Waman. Aprovechando la oscuridad del rincón preciso, el niño descendió a la habitación. Al ver los cuerpos desnudos retozando en aquel tejido tendido en el piso, el pequeñín nuevamente se tapó los ojos con vergüenza. Girando el rostro para no abochornarse más, caminó hacia el montón de ropa. Dentro del pasadizo Gema estaba angustiada al ver el lento avanzar de W aman, y suspiró profundamente cuando vio que tomó la llave y comenzó el retorno. Mientras tanto, Killa y Benalcázar estaban atados en un apasionado beso. Pero de pronto Waman tropezó al intentar subir. El español volteó la mirada al sitio de donde provino el ruido y descubrió escasamente los pies de un niño que desaparecían entre las sombras. Se levantó tan rápido como pudo. Aún dudaba de lo que sus ojos vieron. Nadie podría haberse atrevido a ingresar a sus aposentos. Volvió la mirada, entonces, a su montón de ropa. Sus cejas se alzaron en muestra de asombro. Dio un brinco hacia sus ropas y las escudriñó varias veces. La llave…tiene la llave!!- gritó histérico Tomó una antorcha y se acercó hacia el rincón oscuro donde vio desaparecer aquella misteriosa sombra. Con sus manos exploraba cada piedra buscando alguna unión falsa o algún cerrojo. Fue hasta que levantó su mirada que descubrió el orificio por el cual Waman escapó. Corrió y tomó un taburete que le permitió alcanzar el túnel. La estrechez del lugar s olo le permitió meter la cabeza luego de arrojar la antorcha en su interior. Nada ni a nadie pudo encontrar. Un grito estruendoso dado por Benalcázar recorrió todos los pasillos del edificio de piedra. Un segundo después, dos soldados entraban a la habitación en franca acción de alerta. Blandiendo sus espadas quedaron estupefactos al descubrir a su oficial superior totalmente desnudo parado frente a ellos. Killa al ver aquella escena no pudo contener una sonrisa. Qué miran?!! Largo de aquí par de idiotas!! Toma – dijo sensualmente la aborigen al arrojarle una sábana para que se cubriese. -
Lejos de aquel bochornoso incidente, un grupo de soldados ordenaban a los prisioneros que avanzaran hacia el lugar donde los fusilarían. Gema y Waman lograron escabullirse hasta la entrada a las cuevas secretas. Con el medallón arrebatado a Benalcázar activaron el mecanismo y las dos inmensas rocas se separaron dejándolos deslumbrados por unos segundos por la intensa luz que salía del interior. Urcukuri fue sacudida por fuertes sismos que desprendían segmentos de roca del techo de la montaña que cubría la ciudad. Una fina lluvia de piedras y polvo comenzó a caer sobre los invasores y sus prisioneros que estaba siendo llevados a hacia un improvisado paredón. Rumiñahui supo que era la única posibilidad para escapar. Los soldados corrieron en desbandada al ver como una roca gigante aplastaba a uno de ellos. El caos se hacía más evidente cuando los temblores aumentaban en cantidad e intensidad. Kunaq protegía a Asiri con su cuerpo de los escombros caídos. La cascada se había secado casi al punto sin retorno que advirtió el sacerdote no debería llegar. Todos buscaban guarecerse. Los soldados españoles en su mayoría habían olvidado su misión de mantener vigilados a Rumiñahui y el resto de presos. Sin embargo, los guardias que estaban cerca del General no abandonaban su puesto, sabían que su vida corría peligro si dejaban escapar al trofeo más valioso de su líder. Aprovechando unos escasos segundos en los que sus captores descuidaron su vigilancia, el General sujetó la soga con la que estaba atado estranguló al primero de los guardias y tomó su cuchillo para cortar la soga; luego se la lanzó a Asiri para que desatara a los demás. Los guardias quisieron reaccionar para evitar el escape masivo, pero su acción fue tardía. La revuelta parecía no poder detenerse.
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Parece que los dioses están con nosotros…- dijo convencido el brujo Los Dioses y Waman… – Rumiñahui señaló a lo lejos al muchachito escondido cerca de la cascada. En medio de la gran polvareda levantada por los temblores y derrumbes Kuyuchi logró distinguir a Waman con el medallón en el mecanismo de ingreso al Templo Dorado. Esquivando con agilidad las enormes piedras que caían desde lo alto, llegó muy cerca del niño y lo atrapó del brazo. Pero, de repente alguien le tomó del hombro e hizo que gire bruscamente. Al hacerlo, recibió un fuerte golpe en el rostro con un tronco. Gema con gran furia había noqueado al guerrero. Y ahora Waman qué hacemos?- preguntó la jovencita Debemos impedir que la montaña acabe con la ciudad!!- gritó el niño Cómo? Hay que colocar la llave en su lugar…otra vez!! Cuando Waman hubo desactivado el mecanismo, Kuyuchi se levantó con dificultad y empujando al pequeño al piso tomó el medallón. Las aguas de la cascada volvieron a rugir dentro de la montaña. Los temblores bajaron en intensidad pero aún seguían sacudiendo a Urcukuri. Un fuerte crujido hizo que Waman volviera su mirada arriba. Con asombro veía como una roca inmensa se desprendía y estaba a punto de caer sobre Gema. En un acto heroico se lanzó con todas sus fuerzas sobre la jovencita. Los dos cuerpos volaron varios metros atrás. La cabeza de la joven golpeó fuertemente el piso, dejándola inconsciente. La piedra tocó suelo con absoluta violencia, levantando una nube de polvo que fue aprovechada por Kuyuchi para escabullirse y buscar a Benalcázar, quien le tomó del brazo y le ordenó que le indicara el camino al tesoro. Los dos corrían esquivando los pedazos de piedra que caían de lo alto. El europeo en una rápida acción detuvo a su guía apenas unos centímetros atrás del lugar donde cayó un molón de piedra. Con muchos tropiezos llegaron a la entrada del templo dorado. El aborígen introdujo el medallón y logró que las puertas se abriesen luego de que la caída de agua casi se detuvo. Los temblores se incrementaron en fuerza. En medio de ellos, la lucha entre los prisioneros indios y sus captores era igual de tremenda. Benalcázar quedó pasmado al ver el inmenso portón de oro que apareció tras la cortina de agua. Entremos rápido mi señor…- le dijo Kuyuchi – sino la montaña pronto tragará al templo con la lava Rumiñahui, Asiri y Kunaq que intentaban darles alcance vieron como la puerta se cerró casi en sus narices. Al verlos detrás suyo, el español disparó, pero la bala se detuvo en el portal de oro. El inca desesperado, intentó vanamente abrir con sus manos la pesada puerta. Se volvió al viejo. Kunaq…debe haber una manera de evitar que los invasores se apoderen del oro…?suplicaba Cara de Piedra Existe una…pero…- enmudeció Pero qué…? ¡! El oro se perderá para siempre… De qué hablas? Ni yo mismo lo sé con exactitud…pero mis ancestros hablaban de que existe en algún lugar de la montaña sagrada algo que hará que todas las cuevas de oro sean tragadas por los ríos de lava que corren debajo de este sitio… Rumiñahui se llenó de sobresalto al descubrir que la única posibilidad que tenía era perder el oro. Si eso tiene que pasar…pasará!! Sabes qué es y dónde está? – preguntó ansioso Apu No…nunca creyeron necesario decírmelo…estaban seguros de que el secreto de esta montaña iba a permanecer guardado eternamente…perdón…- dijo al ver que el comentario incomodó a Rumiñahui. Ahora, dinos…debe haber alguna otra manera de entrar?- insistía Asiri Esperen un momento… Recordaste cómo podemos entrar?!! No…había una frase que mi padre y mis maestros usaban con mucha frecuencia: “Los ojos del Sol se cerrarán para dar paso al poder del volcán”… Qué significa? Ni yo estoy seguro…Gran Señor…lo siento… El rebelde volvía a intentar abrir con la ayuda de sus amigos la puerta de oro pero nada pudieron lograr. Kunaq permaneció en silencio por unos segundos. Recordó algo. Esperen un momento… existe otra manera de ingresar al templo de oro…vamos…síganme…!! -
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Los condujo hacia su habitación, aquella entregada al sumo sacerdote para que sea su sitio de reflexión y contacto con los espíritus de su pueblo. En el camino Rumiñahui y Asiri se enfrentaron a dos soldados españoles y cuatro indígenas fieles a éstos, protegiendo al viejo de sus atacantes. Los sumos sacerdotes tenemos un acceso especial para nuestras ceremonias por aquella puerta tallada con el Dios Inti…vamos es por aq…aghhh!! - una lanza se clavaba en la espalda del sacerdote. En un rapidísimo reflejo Rumiñahui lanzó su daga que se clavó en la garganta del criminal. Se apresuró a bajar los escalones para tomar el cuerpo herido de su maestro. Kunaq!! Los dioses me llaman…ahora te toca a ti Gran Señor acabar con esta tragedia… Agonizante, con sus manos ensangrentadas sacó otra llave de entre sus ropas y se la entregó al General. Entra…no lo olvides…el sol se ocultará para dar paso al poder de la montañ…- y murió. Un dolor contenido llenó el cuerpo de Rumiñahui. Con delicadeza dejó el cuerpo inerte de Kunaq arrimado a la pared de los escalones. El legado a él encargado era ahora más pesado debido a la posibilidad de perder todo el esfuerzo y sacrificio de los últimos tiempos. Dio la orden a Gema que se quedara de vigía en la escalinata. Illayuk miró al General esperando sus disposiciones. Tú también vigila…- le decía sonriente No se preocupe Gran Señor…nada ni nadie pasará por este lugar…-respondió solemnemente Y yo?- preguntó Waman Ustedes son ahora parte de mi escolta personal…confío en ustedes!! Illayuk se apresuró a retirar la daga de su padre clavada en aquel aborigen que asesinó por las espaldas a Kunaq. Los dos niños y Gema se pusieron en posición de defensa. Asiri y Rumiñahui subieron las gradas e ingresaron a la habitación que les indicó el sacerdote. Dentro de ella ubicaron la puerta de piedra. Corrieron hacia esa gran roca que adornaba magníficamente la habitación. Con sus manos buscaban una hendidura donde calzara la nueva llave. Asiri la encontró. Estaba en medio del rico tallado en piedra. Su esposo se apresuró a meter la llave en la cerradura y un gran ruido llenó el cuarto. La piedra tallada, que tenía forma circular comenzó a rodar y dejó ver en su interior un pasadizo, que seguramente usaban los sumos sacerdotes como acceso a sus ceremonias, manteniendo el misterio de su aparición para el resto de la tribu. Asiri tomó una antorcha y se encaminó luego de Rumiñahui. Mientras tanto, Benalcázar estaba atravesando ya, la oscura y delgada cavidad que lo conducía al salón principal del templo dorado. Con la ayuda de Kuyuchi, había sorteado sin problema los guardianes naturales que eran verdaderas trampas mortales. Cuando hubo llegado, su guía y él mismo, enmudecieron al descubrir los tesoros más grandes de la humanidad. Dios mío…- susurró para sí Caminaba lentamente con la mirada fija en el ídolo gigante de oro. Se encontraba tan absorto que estuvo a punto de caer al abismo. Esta vez, su guía le salvó la vida, al tomarlo del brazo. Le encaminó luego hacia el puente colgante que unía las grutas con el tesoro de los incas. Benalcázar tomaba piezas de oro y las dejaba rodar entre sus dedos, sus ojos se desorbitaron y no dejaba de gritar como un loco. Era tan grande el sitio que su figura y su voz se perdieron con suma facilidad. Seré un Rey…podré comprar países enteros…Doblegaré a mis enemigos…!! No habrá nada ni nadie que pueda con mi poder!!– gritaba al colocarse un adorno semejante a una corona de oro. No contaría con eso!! – gritaba Rumiñahui desde aquel umbral que estaba del lado donde el tesoro reposaba. Tras suyo, Asiri con su rostro firme y orgulloso. Ustedes?!!...malditos sean!! Cómo llegaron aquí…?!!... Mi pueblo ha sido guardián de este lugar por mucho tiempo…no voy a permitir que demonios como tú nos lo arrebaten!! Allá fuera está tu gente peleando contra mi ejército…pronto los venceremos y tomaré este oro…!! Podrás vencer y aniquilar a mi gente…pero ni tú ni el oro saldrán de aquí…!! – gritaba altivo al descender hacia el sitio donde estaban el invasor y su guía Kuyuchi. Ja,ja… Ahora descubro que eres gracioso…era una cualidad que no te conocía…- ironizaba No veo cómo vas a impedírmelo…- decía al tomar un cuchillo de oro que vio cerca suyo.
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Amenazante, se acercó a Rumiñahui a plantarle pelea. Kuyuchi hizo lo suyo con Asiri. Las dos parejas tenían duelos aparte. La guerrera se apresuró a tomar una barra delgada de oro que le serviría como macana. Todos eran excelentes guerreros, usaban cualquier arma para defenderse o para atacar. La lucha fue dura. Asiri a pesar de su habilidad tenía en la fuerza de Kuyuchi una gran oposición. Benalcázar en cambio usaba ardides poco convencionales. Cuando se vio vencido, al estar sufriendo la pérdida de aire por el estrangulamiento de Rumiñahui que lo había desarmado, le arrojó un manojo de arena a los ojos. Esto le dio un breve respiro. Subió por aquel montón de piezas de oro, para mantener cierta ventaja. Le arrojó con fuerza varias piezas de oro que de haber llegado a su destino seguramente lastimarían seriamente a Rumiñahui. Pero, éste era muy hábil. Esquivaba los objetos con agilidad felina. Al mirar hacia arriba, un brillo lo encegueció por un instante. Eran los diamantes que formaban los ojos de la gigantesca figura tallada en oro. Regresó a ver a su esposa y vio que la lucha con Kuyuchi aún no concluía. Mientras esquivaba cada envi ón del español, el general ató cabos rápidamente. Recordó las palabras de Pomaqhawa, cuando se refirió al Dios de la montaña. Ese es el Dios de la montaña sagrada…sus ojos son el sol. Sus ojos se cerrarán…recordaba la frase que le dijo Kunaq antes de morir. Ahora, intentó subir con más celeridad que el español. Ëste, lo sujetó de uno de sus pies, pero el rebelde le propinó un puntapié que arrojó a Benalcázar varios metros abajo. Su caída lo dejó inconsciente. El indio alcanzó ascender hasta la misma cabeza del ídolo gigante. Con mucho esfuerzo subió por el rostro pisando en los gruesos labios labrados en oro. Llegó a la cavidad de los ojos. Su rostro se iluminó con mil colores, reflejo de los diamantes a la luz proveniente de una de las antorchas. Con todas sus fuerzas intentó mover unos de los diamantes, pero su esfuerzo fue vano. Los dos ojos de diamante estaban aprisionados por rocas que a manera de yunque los sujetaban fuertemente. Pero algo lo reanimó. Distinguió en medio de los dos ojos un orificio, que estaba lleno de polvo y tierra, sin duda nadie lo había topado en muchísimo tiempo. Con un soplo levanto el velo de tierra dentro de ese hoyo. Allí descubrió un bajo relieve de la figura exacta a la llave que Kunaq le entregó antes de su muerte. Desde el sitio donde estaba colgado, le resultó muy difícil alcanzar con comodidad ese bajorrelieve. Más, cuando estaba a punto de conseguirlo, sintió un fuerte jalón que lo hizo caer pesadamente al pie del rostro del ídolo. Al intentar erguirse, Benalcázar le propinó una patada en el rostro que lo arrojó lejos. Uno tras otro venían los golpes del español, que no le daban tiempo de recuperarse. Luego de tal golpiza, el rebelde casi no podía levantarse. Su rostro sangraba profusamente. Pronto todo esta montaña desaparecerá…- sentenció Rumiñahui – y todos nosotros con ella… Ja…ja…Buen intento…nada ni nadie hará que me vaya de aquí sin mi oro…- replicó el español Estas paredes no van a resistir mucho… yo estoy dispuesto a morir en esta montaña…tú lo estás? Diciendo esto, se levantó con el resto de fuerzas que guardaba y se arrojó sobre Benalcázar que no pudo contener el envión. Rodaron por el brazo izquierdo del ídolo gigante hasta llegar al codo doblado de la figura. La espada del invasor sacaba chispas en el resbalón. Rumiñahui que resbaló sobre el cuerpo de Benalcázar, pudo propinarle otro golpe que lo noqueó. Tomó el cuchillo y lo alzó en clara intención de matarlo, pero algo lo detuvo. Viendo abajo a su esposa que terminaba su duelo con Kuyuchi dándole un golpe en el rostro y una patada en el estómago, pensó que no habría más sufrimiento para el invasor que ver como el tesoro era devorado por el volcán. Entonces, guardó la daga en su cinto. Y se apresuró a subir a los ojos del ídolo. Su mano izquierda intentaba llegar con supremo esfuerzo al fondo del bajorrelieve. Temblando, sudando, insertó la llave y le dio un giro hacia la derecha. Un extraño ruido que provenía del interior de la cabeza del gigante dorado, inquietó a los dos incas, que se miraron con sorpresa. Dos segundos después, el yunque de piedra que sujetaba los dos diamantes se abrió, dejando a las dos enormes piedras libres. Al hacerlo, dejaron ver claramente que las bases geométricamente perfectas de los diamantes se asentaban sobre talles exactos que los abrazaban. Tomó Rumiñahui el primer diamante con gran temor. Sin embargo, nada pasó. Acaso su teoría era equivocada?. Acaso los ojos de sol del ídolo no serían el mecanismo secreto que haría que la lava del volcán devore el oro y a ellos también?.
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A pesar de ello, tomó el segundo diamante. Apenas lo levantó, las cuevas comenzaron a crujir. Temblores llenaron de polvo la caverna. Aparecieron justo sobre el techo del puente pequeños orificios de los que brotó lava. Era una especie de llovizna ardiente muy fina que comenzó a llenar la cueva de humo y gases. Levantaron la mirada y descubrieron una especie de compuerta hecha de piedra que estaba cubierta durante cientos de años por la propia actividad volcánica con ceniza endurecida. El mecanismo de piedra debía dejar caer sin obstáculos toneladas de lava ardiente en un instante. Pero la misma naturaleza de la montaña, les regaló minutos vitales puesto que las compuertas de piedra no se abrieron totalmente. Sin embargo, se crearon pequeños orificios que de a poco dejaba escapar el mortal líquido. Eran como escapes violentos de lava que perforaban la capa de ceniza dura como piedra. Los pequeños orificios se convirtieron en segundos , en medianos. Los escapes de lava eran ya verdaderas cascadas, que caían directamente en el fondo del precipicio. El puente aún yacía intacto. Surfeando por el brazo derecho del ídolo, Rumiñahui descendió rápidamente en búsqueda de Asiri. Brincando con agilidad sorprendente llegó donde su esposa. La tomó de la mano y corrieron hacia la puerta por la que llegaron. Las fugas de lava iban confluyendo hasta formar orificios cada vez más grandes. En el umbral, los incas se detuvieron y vieron como Benalcázar y Kuyuchi recuperaban el sentido. Benalcázar…quédate con el oro…es todo tuyo!! – le gritó Rumiñahui Malditos!!...- gritaba al ver como iban hacia la puerta de escape El indio Kuyuchi se le acercó con los ojos muy abiertos, su rostro mostraba terror. Señor…perderemos el oro…!! Lo sé imbécil…también tengo ojos…!! Mire…el puente aún está ahí…!! Volveremos por el oro…!! Salgamos de aquí!! En tanto, Asiri sonreía mientras empujaba aquella puerta de piedra al intentar cerrarla. Como una niña curiosa, su mirada se maravilló al descubrir algo que cambiaría la historia para siempre. El antes todopoderoso Benalcázar estaba siendo vencido por la montaña. Aquel puente colgante era su única opción de escape y los chorros de lava ardiente lo rozaban. Así que corrió como un loco hacia la salida. Kuyuchi estaba delante de él. Los temblores y crujidos de tierra eran aterradores. El piso comenzó a cuartearse y Benalcázar luchaba por mantener el equilibrio. Las placas de piedra con las que estaba hecho el piso de aquella plataforma se estaban separando. Bajo los pies del invasor se abrió una gran grieta, que parecía iba a tragarlo. Desapareció abruptamente. Kuyuchi pensó que su jefe había muerto. Sin embargo, una mano se extendió para asirse con dificultad del borde de aquel risco. Era Benalcázar, que colgaba con sus manos haciendo un grandísimo esfuerzo por no caer al lecho de lava. Sujeto apenas con la punta de sus dedos, suplicó ayuda a su espía. Kuyuchi… Kuyuchi… ayúdame!! El nativo volvió su mirada atrás. Se apresuró a regresar, esquivando las piedras y escombros que caían del techo. El español veía acabar sus fuerzas y como su aliado no lograba llegar. Sus dedos resbalaron. Con desesperación, sentía que su vida se le escapaba. Sin embargo, una mano amiga lo sujetó el momento preciso. Kuyuchi con un esfuerzo sobrehumano levantó a su aliado. Gracias…te debo una…- le decía mientras se erguía y comenzaba a correr. Ambos recorrían la explanada con desespero. Mientras iniciaban su escape por aquel tembloroso puente colgante, se sujetaban de las sogas y con horror veían como el cielo de aquella inmensa cueva se cubría cada vez más con lava lo que le daba un brillo cegador y provocaba un calor insoportable. Repentinamente una bola de fuego del tamaño de un queso rozó la parte posterior del puente. Una de las sogas que servía como pasamanos se rompió. El puente comenzó a tambalearse. Ambos estuvieron a punto de caerse. Sujetándose de la cuerda firme del puente comenzaron a avanzar hacia la salida. Colgaban solo apoyados por la fuerza de sus brazos. Bajo sus pies, estaba un río de lava ardiente que bramaba como si de un mar tormentoso se tratara. Kuyuchi sentía resbalar con sus manos sudorosas de aquel cordel. Moviendo su cuerpo como un péndulo logró dar un salto y asirse de la cuerda que sujetaba el español. Ayúdeme!! Mi señor!!! Ayúdeme…- le suplicaba. Con el peso adicional de Kuyuchi , Benalcázar veía que su soga estaba desatándose. Suéltate… suéltate!! Pero señor… yo… El hombre que le salvó la vida, estaba allí suplicando por auxilio. Ya el final del puente estaba muy cerca. Sin embargo, Benalcázar con su mirada fija pero inexpresiva, le propinó una patada en el
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rostro que le hizo soltarse. El indio perdió su punto de apoyo. Su grito se ahogó en medio de la bramadora lava. A pesar de haberse liberado del peso de Kuyuchi, Benalcázar veía con desespero que la soga se desprendía. El español resbalaba irremediablemente. Pero una mano apareció para sujetarlo. Esta vez le salvó la vida, Killa. Pensabas que te dejaría solo…?- le preguntó sonriente. Benalcázar permaneció silencioso. Pues no me conoces…? – añadió Killa. La indígena lo había seguido sigilosamente, exponiendo su propia vida. Con fuerzas apenas para no dejarse caer, Benalcázar logro con ayuda de su amante salir de aquel peligro. El derrumbe está tapando nuestra salida… vamos…- dijo el español. Ëste, corrió por delante, sin percatarse que Killa se quedó en silencio parada. Sin duda esperaba que Benalcázar, el hombre al que amaba, le demostrara que algo sentía por ella. Ansiaba que no se olvidase de ella. Benalcázar volvió su mirada y la vio, de pie sin importarle la caída de piedras o tierra que a su alrededor ocurría. Retrocedió y le extendió la mano. Killa sonrió. El detalle que esperaba, lo recibió. Lograr que un hombre como Benalcázar dejara de pensar solo en su bienestar, le demostraba que él tenía un especial afecto por ella o quizás por su hijo. No sabía, ni quería saber qué tipo de afecto. Solo eso, le bastaba. Corrieron de vuelta por la ruta que Kuyuchi les mostró. La montaña se estremecía cada vez más. Aquel túnel se derrumbaba. Caminaron apresurados por los estrechos pasajes. De repente, un fuerte viento comenzó a soplar frente a ellos. Era Sayani, el viento Guardián. Killa levantó su mirada y vio como un rayo de luz entraba por ese orificio en lo alto. Era Qhawak, el Ojo Vigilante. No le dio importancia y siguió caminando. Sin embargo, la fuerza del viento fue tan brutal que la arrastró de modo violento. Instintivamente se sujetó de una raíz que sobresalía de uno de los muros. Col gaba dando gritos de terror. Benalcázar se detuvo un instante y dudó en volver a salvar a la india. Estaba lleno de pánico. La montaña temblaba y le resultaba difícil mantenerse en pie. Inmóvil fijó su mirada en el rostro desesperado de Killa. No hizo nada. Ese instante la mujer aborigen lo comprendió todo. Nada le importaba al invasor su vida o la del pequeño ser que llevaba en su vientre. Dejó de gritar y en silencio, decidió soltarse de la rama que le salvaba la vida. La fuerza del viento la arrojó al profundo abismo. Benalcázar cerró los ojos horrorizado. Inmóvil. Quedó paralizado por unos segundos. Había dejado morir a Killa y a su hijo. Sin ningún tipo de remordimiento siguió. Se apresuró a salir de aquellos pasadizos oscuros y polvorientos , arrojándose hacia aquella luz que veía, pronto se encontró, casi aliento, en medio de la cascada por la que ingresó. Un oficial le sacaba del agua, puesto que ya no podía ni con su humanidad. Despertó con la luz que le daba sobre sus ojos. Sin poder distinguir de quién se trataba la faz frente a él, preguntó. Quién sois? Soy el cabo Castillo…señor…vaya golpe que os diste!! – comentó el joven Qué pasó? Los incas…desaparecieron…señor Cómo que desaparecieron?!! Durante la batalla, muchos de nosotros señor… decidimos ponernos a buen resguardo… Quieres decir que huistéis?!! No señor…preferimos decir que… nos pusimos a buen resguardo… usted comprenda mi señor… la montaña se nos venía encima… perdimos a varios del regimiento con los derrumbes… y… Ya cállese!! Maldito cobarde!! Si… si… señor…- decía lleno de miedo Castillo, que sabía del genio furibundo de su superior. Al menos sabe por dónde huyeron los incas? No… señor… los indios que venían con nosotros huyeron con los temblores… Algunos de mis hombres dicen que los indios entraron a la montaña…pero eso sería un suicidio!! Maldita sea!! – Se tomaba la cabeza del dolor que le producían sus propios gritos. Salió de su tienda y vio la ciudad destruida. Los temblores habían cesado. Cabo ¡! Cabo!! Venga acá maldita sea!! Si mi señor!! Quiero que ponga a todos sus hombres a buscar a los incas…ya!! A su orden…
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Los días pasaban y los resultados eran escasos. La gran cantidad de escombros hacía muy difícil la búsqueda. Rumiñahui… juro por mi vida…que no me detendré hasta encontrarte y acabar contigo… maldito indio de mierda… mandasteis mi oro al fondo del mismísimo infierno…!! Yo haré que tu cuerpo se pudra en vida…!! Maldito… me condenaste a vivir en esta tierra…!! Te mataré!! Los vicios reflotaron, Benalcázar pasaba la mayoría del día emborrachándose. Ahogaba sus frustraciones con el alcohol. No se perdonaba haber perdido la oportunidad de disfrutar de la mayor riqueza que conquistador alguno pudo contemplar. Sus órdenes fueron expresas. Nadie podría abandonar la ciudad, confiaba en encontrar el escondite de los incas en la inmensa montaña. Sé que estás allí…- decía balbuceante Varios meses transcurrieron. Nadie tuvo noticias de Rumiñahui y su gente. El campamento español estaba ya con sus últimas reservas. Habían aprovechado de los cultivos que encontraron en las cuevas y que los derrumbes no acabaron. Los soldados no querían creer los fabulosos relatos de su oficial que por efectos de su borrachera hablaba de inmensas cantidades de oro suficientes como para bañar a cada uno de ellos en riquezas inimaginables. Todos atribuían semejantes relatos a la disparatada imaginación de Benalcázar trastocada por la gran cantidad de licor que tomaba. Sin embargo, las cosas cambiarían en pocos días. Uno de los oficiales que exploraba por la ciudad destruida, había descubierto la entrada secreta a las cuevas que estaba en la habitación del sumo sacerdote. No la habían visto antes, porque los derrumbes habían derribado inmensos pedazos de roca que obstruían el acceso. El soldado lo descubrió al azar, simplemente estaba orinando allí pero el ruido que su orine causaba le dio curiosidad. Con una antorcha apuntó al oscuro rincón e hizo su descubrimiento. Cómo se llama el que encontró la entrada? – preguntó Benalcázar a Castillo mientras avanzaba presuroso al sitio Quiroz… señor… Al llegar encontró a Quiroz y a una decena de hombres intentando mover las inmensas rocas que tapaban el paso. Benalcázar se despojó de su chamarra y se unió al grupo. Ordenó que buscasen sogas para improvisar una palanca. Luego de varios minutos, lograron moverlas. Benalcázar dio una palmotada a Quiroz. Le sonrió. Mañana serás uno de los hombres más ricos del mundo…- le dijo sonriente. Avanzaron con antorchas por los oscuros y estrechos callejones de piedra. De pronto se vieron ante la puerta que comunicaba con el tesoro. Benalcázar aún mantenía la esperanza de recuperar algo del tesoro escondido en el vientre de la montaña. No la abran…detrás está el volcán…el maldito de Rumiñahui hizo que el tesoro se hunda en la lava…!!- gritó Benalcázar Pero… señor… esta piedra está fría… si estuviese el volcán del otro lado esto ardería… El rostro de Benalcázar se desencajó. Por unos segundos quedó atónito. Entendió que perdió mucho tiempo por buscar una salida alternativa. Qué esperan?!! Destruyan esta puerta!!- ordenó Los soldados comenzaron a golpear aquel muro con barras metálicas y al cabo de unos minutos llegó uno de los soldados con un barrilete de pólvora. La explosión abrió un boquete y produjo una gran nube de polvo. Benalcázar ordenó que agrandaran el orificio. Dentro, todo era de color rojo intenso producto de la inmensa energía volcánica y su poderosa lava que refulgía. La sencillez con la que rompieron la puerta se explica quizá por el hecho de que los sumos sacerdotes guardaban los mayores secretos de la ubicación del tesoro y s us aposentos nunca se pensaron vulnerables. Los incas construyeron el templo sagrado y la ciudad pensando en enemigos que manejaban herramientas similares a las suyas. Varios golpes y consiguieron acceso. Benalcázar ingresó con su antorcha. Su rostro desencajado. Cayó de rodillas, dejando la antorcha al piso. Una mezcla de llanto y frustración se apoderó del conquistador. Estos malditos me engañaron!! Se lo llevaron…se lo llevaron…!! Sus hombres al ver doblegado a su oficial superior, no comprendían de lo que hablaba. Ingresaron poco a poco y descubrieron un hermoso y espectacular paisaje natural. Sin saberlo, estaban parados en el sitio donde hasta hace poco estaba el mayor tesoro conocido por el hombre. Para ellos era simplemente una plataforma de piedra que tenía en frente una increíble cascada de lava ardiente. El mecanismo por el que el oro sería cubierto por lava, era simplemente un engaño. Los constructores del Templo Dorado nunca pensaron en destruir el oro. Por ello nunca transmitieron a sus sumos sacerdotes tal encomienda. Simplemente buscaban una manera de alejar a los bribones que
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buscaban el tesoro poniendo una pared de lava como obstáculo. Era una especie de cortina ardiente que impedía ver desde el otro frente que el tesoro estaba intacto. Al retirar los ojos de diamante del ídolo gigante, Rumiñahui activó el mecanismo por el cual las compuertas en la parte superior de la caverna donde estaba el tesoro escondido se abrían, dejando paso libre a la lava. Sin embargo, esta lava nunca llenaría la caverna, porque en el fondo los constructores descubrieron que existían miles de conductos que llevaban el ardiente contenido de la montaña hacia otras latitudes. El mecanismo debía ser activado por el sumo sacerdote que debía ingresar por el acceso secreto de su habitación, lo que le permitiría llegar más rápido que los invasores. El destino puso a Rumiñahui en gran predicamento al activar el mecanismo sin conocer este detalle, pero al no funcionar las compuertas debidamente, salvó su vida. Esto aclara lo que Asiri descubrió el momento de cerrar aquella puerta secreta, pero no deja luces respecto a dónde está el oro y cómo hicieron para sacarlo tan rápido. Aunque pronto, nuevamente el azar indicaría a los españoles la ruta que el tesoro tomó. Comenzaron a avanzar en la plataforma en búsqueda de pistas conforme su líder les obligaba a hacerlo, aún sin estar de acuerdo. Hasta que uno de ellos gritó desde el fondo. Benalcázar y los demás corrieron hacia él. Mire señor!! Mire…- le extendió la mano con una vasija de oro Esto no indica nada – le increpó otro de sus compañeros Basta!! Como os he dicho aquí estaba el tesoro…lo juro… Se detuvo al ver que otra pieza de oro semienterrada aparecía pocos pasos adelante. Caminó y la levantó. Las dudas de sus hombres se iban despejando de a poco. Yo si le creo señor…- dijo uno Y a mí que me importa…que me crean o no…lo que me interesa es saber cómo los malditos indios hicieron para mover tal cantidad de oro…!! Los soldados comenzaron a creer en las, hasta ese momento, locas apreciaciones de Benalcázar. Caminaban, buscaban, encontraban y apenas lo hacían escondían simuladamente entre sus ropas aquellas piezas de oro. De pronto el piso comenzó a inclinarse en medio de un enorme crujido. Todos resbalaban e intentaban asirse de una pequeña hendidura en las piedras del piso. Un grito lastimero del padre Velásquez se escuchó del otro lado de la plataforma rocosa que se detuvo en un ángulo de veinte y cinco grados. Algunos no podían sostenerse y caían por la empinada y lisa plataforma de roca y su voz se perdía como la del sacerdote, en un tenebroso eco. Todos se asustaron pero obedecieron la orden de buscar al cura. Agitaban sus antorchas de un lado a otro. Se les hacía escuchar ruidos extraños y ver sombras donde no había realmente nada. Más frío, Benalcázar caminó hacia el sitio y descubrió un orificio en el piso de unos quince metros de ancho. Era una especie de pozo de piedra. Arrojó su antorcha y observó que la luz se desplazaba en una especie de tobogán de piedra lisa. Seguramente el cura Velásquez descubrió el mecanismo por el cual el piso se inclinaba y vaciaba el contenido de aquel salón a través de aquel orificio. En un arranque de locura en mezcla con audacia se arrojó al oscuro hueco. Dando gritos , resbalaba. Su cuerpo se agitaba al chocar con los muros de aquel serpentín de piedra. En pocos segundos salió arrojado con fuerza al aire y cayó pesadamente sobre un matorral. Aún golpeado y magul lado se levantó y vio como el resto de sus soldados habían perecido atravesados por gruesas estacas, colocadas allí seguramente por los incas luego de su escape. Ël mismo estuvo a punto de caer sobre una de ellas, salvó la vida gracias a que cayó sobre el cadáver de uno de sus soldados, lo que impidió que la estaca lo hiriera gravemente. Luego observó que el sacerdote malherido se le acercaba con otra pieza de oro en sus manos. Se puso de pie y se descubrió en otro de los islotes en medio del lago. Azarosamente dio con aquel tobogán que fue utilizado por los incas para arrojar el oro poco a poco hacia las afueras de la cueva. Con la velocidad que tomaban los cuerpos arrojados no era necesario ningún tipo de esfuerzo sobre humano para movilizar tanto oro. En su fuga, Asiri descubrió este magnífico mecanismo al observar como parte de los tesoros eran literalmente devorados por la montaña con la presencia de los temblores. Vio como el oro ingresaba por el orificio y desaparecía. Apenas salieron del salón fue en búsqueda del resto de su gente para indicarles lo que tendrían que hacer. El plan era sencillo aunque riesgoso dado que la montaña se tambaleaba. Todos los indígenas tendrían que ingresar por la ruta trazada hasta llegar al salón donde irían detrás del oro arrojándose al pozo profundo. Benalcázar descubría esto meses más tarde. La preciosa guerrera fue la único testigo de cómo la tierra se abría en el piso donde se asentaba el gigantesco ídolo para tragárselo definitivamente. Obviamente los constructores de la ciudad secreta
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vieron imposible movilizar esa pieza gigante de oro, así que diseñaron el mecanismo para que sea enviada como ofrenda a la montaña. Con el tiempo suficiente como tuvieron los incas para movilizar la carga, el europeo sintió que estaba casi donde empezó. Lo que sí tenía ahora, era la certeza de que el tesoro existía. De pronto, un gran terremoto sacudió la montaña del islote vecino. Ante sus ojos, aquella montaña se hundía en segundos. Todos sus hombres morían dentro de ella. Benalcázar y Velásquez se lanzaron al agua aterrados. Caminaron unos pasos y el agua les daba aún por las rodillas. El gordo y sudoroso padre se mostraba desesperado al ver el terrible panorama. El volcán se devoraba a sí mismo. Velásquez aterrado como estaba, no prestó atención a donde pisaba. Hasta que su cuerpo se hundió repentinamente. Varios segundos después, brotaba el cuerpo en un desesperado golpeteo del agua. No sé nadar!! No sé nadar!! Ayudádme!!- suplicaba. Benalcázar no se atrevió a entrar más allá en el agua. Yo tampoco…sé nadar…- reconocía con vergüenza en voz baja al ver como el cura agitaba sus brazos en búsqueda del preciado aire para luego hundirse sin retorno. Viéndose acorralado prefirió volver a tierra firme. En minutos el paisaje de aquel sitio cambió radicalmente. Ahora quedaban solamente dos islotes en medio del lago. El tercero había desaparecido completamente. Cuicocha no volvería a ser la misma nunca más. El español sabiendo que solo no era capaz de sobrevivir mucho tiempo se empeñó en salir de aquel lago lo más pronto posible. Improvisó un bote con unos troncos que encontró en el islote. Con gran esfuerzo llegó a la orilla del lago, dejando atrás su aventura. Caminó varios días sin apenas probar bocado. Aquel páramo no ofrecía muchas opciones para el recién llegado. Sus labios estaban partidos y resecos por el sol intenso de la montaña. Tiritaba de frío. Se movía casi por inercia, su mente estaba en blanco, había dejado ya de pensar en el fabuloso tesoro perdido, ahora tenía una preocupación más importante: sobrevivir. Los buitres volaban sobre su cabeza. Sin fuerzas su cuerpo se desplomó. Su rostro chocó pesadamente con la tierra de aquel sitio. Una voz amistosa se escuchaba como un misterioso eco. Sería así el encuentro con el demonio? Habría muerto y el mismo diablo se mostraba amistoso al llamarlo por su nombre. Sebastián…Sebastián…- repetía aquella voz amigable Estoy muerto? - preguntó Benalcázar Vivir en este sitio…es el infierno…pero no…no haz muerto… Quién eres? Ya te olvidaste de tus amigos?... Diego? Si…mi amigo…qué te pasó?...estuve tras la pista de Vela…ese maldito traidor…pero el infeliz se me perdió cerca de aquí…- decía Diego de Almagro. El maldito me tomó prisionero pero me le escapé…- mentía Benalcázar. La muerte de Vela era perfecta para ocultar la verdad respecto a la traición de Vela y su complot con Benalcázar. Y tus hombres? El traidor acabó con ellos… Con todos…? Si… Sabéis dónde podemos encontrarlo?...parece que el infeliz conoce donde está el tesoro inca… En serio…? Al ocultar todo lo pasado, Benalcázar pudo confundir aún más a Almagro, tanto que éste se convenció de que todo era un ardid y decidió regresar a Quito, para luego seguir hacia los territorios del sur. Años más tarde Diego de Almagro fue nombrado Gobernador de Nueva Toledo en Chile, pero en enfrentamientos de poder con Francisco Pizarro fue ejecutado en 1538, quien se adueño de todas las tierras hasta entonces por aquel conquistadas. La recuperación de Benalcázar no era al ritmo que él esperaba. Desesperaba por emprender una nueva persecución de Rumiñahui y el tesoro. Transcurrieron varios meses antes que pudiera emprender viaje. Pero esta ocasión no contaba con el apoyo de sus compatriotas. En un nuevo desafío a la autoridad de sus superiores, marchó tras el rastro de los incas. Volvió al lago sagrado en
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búsqueda de huellas o algún tipo de rastro. Sin embargo, se vio obligado volver a Quito cuando sus provisiones se acabaron y los resultados fueron negativos. En las montañas cercanas a la ciudad de Quito, los rebeldes se habían establecido. Sabían que la batalla final estaba cerca. Su ejército había casi desaparecido. - No tiene porque acabar todo con la desaparición de nuestro pueblo… - decía Rumiñahui a su ejército – No tiene porque el invasor acabar con nuestras vidas…convertirnos en esclavos sin recibir el castigo de los Dioses… cuando Atahualpa fue condenado a muerte por los invasores…dicen que lloró… como lloraría yo este momento…al darme cuenta que mi vida entera no bastaría para acabar con los “barbudos“…todas nuestras muertes no servirían de nada…!! Si el español Benalcázar o cualquiera de ellos…consiguiera nuestro oro… todo se habrá perdido…no solo para el pueblo inca sino para quienes en el futuro hagan de este territorio su vida. Quienes habiten estas tierras en el futuro no sabrán que deben su libertad al pueblo inca… y lo atribuirán a sus propios héroes…Esta será nuestra verdad…al impedir que los invasores lleguen a nuestro oro… estamos salvando miles de vidas inocentes…como las que se han perdido en esta absurda guerra…pero… mientras haya tierras que conquistar… siempre habrá hombres ambiciosos dispuestos a luchar… Moriremos libres… moriremos libres!! Una vez destruida la antigua ciudad sagrada, Rumiñahui dividió a su gente en grupos. El primero y el menor en número, dirigido por él en persona sería el encargado de continuar la guerra de guerrillas. Intentarían un ataque final a Benalcázar en sus nuevos campamentos asentados sobre las ruinas de Quito. Para ello lo fundamental era liberar a los prisioneros que estaban recluidos en la ciudad de Quito. La mayoría de las huestes incas se dirigieron en búsqueda de nuevas latitudes para esconder el tesoro. Como si supiesen que su lucha estaba a punto de concluir, los guerreros incas decidieron iniciar un período ceremonial único. Dadas las circunstancias en una ceremonia muy sencill a, el séquito rebelde establecía reconocimientos. A ti… que llegaste como invasor y te convertiste en gran amigo y guerrero…el pueblo inca te reconoce como uno de nosotros…por esto…dejaremos de llamarte Del Hierro…a partir de hoy serás nombrado como Sonjoyoq, el que posee buen corazón…- proclamaba Rumiñahui al colocarle una cadena de oro en su cuello. Luego llegó el turno de entregar el más alto honor para un guerrero inca. Rumiñahui tomó la máscara símbolo de manos de su amada Asiri y llamó a su amigo. Nuestro pueblo reconoce el valor de un guerrero con el más alto honor…entregar la Máscara Sagrada, al más grande héroe…Esta ocasión para mí es un orgullo entregar esta distinción que alguna vez recibí de nuestro Emperador… a mi gran amigo…Rumimak i…mi hermano!! El joven Rumimaki estaba extasiado. Su más grande anhelo, se había convertido en realidad. La ceremonia fue breve pero muy sentida. La guerra habría orillado a Rumiñahui a tomar decisiones radicales. Junto a su esposa e hijo se habían apartado hacia la orilla del río. Asiri abrazaba a su pequeño. Rumiñahui buscaba en el reflejo del agua quizás las palabras más adecuadas, buscaba decir lo que sin duda sería duro de decir. Sus ojos estaban húmedos, su voz entrecortada, sus manos temblorosas. Querido hijo…quiero que recuerdes que eres lo más importante de mi vida…Cada guerra, cada paz…las peleé pensando en ti y en mi pueblo…Recuerdas que alguna vez hablamos de las decisiones que un líder debe tomar y luego asumir las consecuencias?. Pues llegó el momento de tomar la decisión más difícil de mi vida. Este es un momento para el que nadie me preparó… tener que separarme de ti… No!! No papito…!! Mi corazón se parte en pedazos al decirte esto… pero debo hacerlo… Papito…yo quiero estar siempre con ustedes – y se abalanzó a abrazar a sus padres Nuestro destino quedó marcado con la venida de los invasores…Vinieron a dividir a nuestro imperio…dividieron a nuestras familias…Es necesario que nos separemos…que tomemos rumbos distintos…- le decía Rumiñahui sin poder contener las lágrimas Papito…- decía con plena tristeza el pequeñín Sé que esperarías escuchar otra cosa, pero solo sé decir la verdad…el Imperio vive sus últimas días… pero nuestra gente seguirá en esta tierra…y necesitará de líderes capaces de renunciar a lo que más quieren en esta vida para luchar por el bienestar de todo el
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pueblo…pronto crecerás y tomarás decisiones tan duras como la que hoy, tu madre y yo, tomamos…pero sé que harás lo correcto…- le aconsejaba su padre Estamos muy orgullosos de lo que eres y estoy seguro que pronto tu pueblo estará orgulloso de lo que serás…- añadió Asiri Sé que tú te convertirás en un gran líder para nuestro pueblo…hijo mío… sé que velarás por él…estoy seguro…! Te queremos hijo mío…- Rumiñahui le dio un gran abrazo. Siempre estaremos contigo…hijito mío…- insistía Asiri No olvides que Kuntur, el ave sagrada, estará vigilando nuestros pasos y donde quiera que estemos…nuestro corazón y nuestro espíritu estará contigo…- dijo Rumiñahui Recuerda los incas no deben llorar…- le reclamaba Illayuk a su madre al verla llorar. Con un fortísimo abrazo los tres sellaron el compromiso de cuidarse. El niño con lágrimas contenidas, simplemente contestó mirando a sus padres. Papito…mamita…los quiero… Apu se acercó y tomó de la mano a Illayuk. Rumiñahui se levantó y en silencio apretó la mano de su gran amigo. Sin necesidad de mediar palabra, el tsáchila sabía del gran compromiso que adquiría. Sería el tutor de Illayuk a partir de ese momento. Será mejor que dejes de llorar…Voy a creer que en lugar de ser de piedra…eres de arena…sonreía burlonamente el fortachón. Al alejarse el pequeñín no despegaba su mirada triste de sus padres. Sus ojos habían empapado completamente su rostro. El segundo grupo encabezado por Apu, estaría encargado de dirigirse hacia la nueva ciudad de oro. Junto a ellos partiría otro de los grandes aliados del general rebelde, Luis Del Hierro. Los dos estrechaban sus manos firmemente. Del Hierro abrazaba con fuerza al que consideraba su hermano, Rumiñahui. Te voy a extrañar… Gran Señor - le dijo tiernamente Tu guerra acaba aquí, Del Hierro…perdón Sonjoyoq. Ve a tu tierra y disfruta tu nueva riqueza…- le decía al entregarle uno de los diamantes que tomó de los ojos del ídolo sagrado. No podría hacerlo…este es mi hogar ahora … además… tengo de esta tierra algo más valioso…- decía al contemplar a su amada Gema y rechazar el diamante - mucha de tu gente merece más que yo, este regalo… Todos estuvimos de acuerdo en entregártelo a ti…nuestra guerra nunca fue “tu guerra”…pero la hiciste tuya…por eso…gracias…gracias Hermano - le dio el último abrazo antes de que se perdiese en las sombras. Junto a él partió la preciosa Gema que se unía a su hermano Rumimaki. Con Luis Del Hierro se cerró un capítulo nunca antes discutido en la posterior historia de los incas. En toda guerra siempre hay gente que toma bando con las víctimas inocentes de los abusos. El era uno de esos.
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CAPITULO NUEVE QUITO, 1535 La noche se mostraba oscura y espesa debido a la bruma. Los vigías alertaron a todos sobre un ruido que escucharon en el lado norte del campamento. Se aprestaban con sus arcos y flechas a atacar al intruso. Sin embargo, en el preciso instante, la figura de un mensajero indio se dibujó en medio de la neblina. Ëste, al verse amenazado se postró en clara señal de sumisión. Rumiñahui se abrió paso entre sus hombres. Quién eres tú?- preguntó el General. Soy Concha, me envía mi señor Acha, rey de los Ativia… Los Ativia…? Hace mucho que no escucho de ustedes… pero cómo nos encontraste? No lo hice… ustedes me encontraron… el rey Acha envío varios mensajeros a recorrer este Imperio en búsqueda del general Rumiñahui…Lo conoce usted, señor? Digamos que un poco…- sonreía Rumiñahui ocultando su identidad– Y para qué busca tu señor a Rumiñahui? Mi Rey está preocupado por la presencia de los invasores en estas tierras y por eso nos ordenó buscar al general Rumiñahui y ofrecerle su apoyo en la lucha… El Rey Acha nunca conoció a Rumiñahui. Porqué el General ha de confiar en la oferta de tu rey? Y a cambio de qué? De nada señor…!! Además soy un simple mensajero…si me lleva ante el General Rumiñahui entregaré mi mensaje…que sea él quien decida qué hacer con la oferta de mi Rey Acha… Rumiñahui volvió la espalda al decidido mensajero. Se detuvo por un instante a pensar en la tentadora oferta que provenía del poderoso reino costero. El reducido ejército rebelde se vería reforzado por los varios miles de ativienses. Dudó por un momento de las intenciones del rey Acha, de quien no había tenido ningún tipo de noticia en muchos años. Los múltiples reveses que había sufrido en su campaña de guerra le habían vuelto más desconfiado de lo que usualmente era. Sin embargo, al cabo de unos minutos Rumiñahui tomó una decisión. Los lazos de amistad del lejano rey con su padre, pesaron en la decisión del General. Su padre siempre describía al Rey Acha como un hombre íntegro, un guerrero leal. Como uno de esos hombres a los que hay que tener cerca en el campo de batalla. Dile a tu rey… que acepto su apoyo… para mí será un honor luchar junto a él…!! El mensajero apenas escuchó la respuesta se dio cuenta que estaba hablando con el mismísimo Rumiñahui, a quien por encargo buscaba durante varios meses. Enseguida se arrodilló en señal de saludo. Y volvió en breve marcha a su reino, con la buena nueva. La noticia se regó por el campamento inca. Todos mostraban gran inquietud al conocer del respaldo del pueblo ativiense. Era una de esas novedades por las que habían rogado a sus Dioses durante mucho tiempo. El grupo de guerrilleros de Rumiñahui, ahora, estaba conformado por escasos treinta hombres y mujeres, expertos guerreros que hicieron un juramento de lealtad. Esta noche el juramento muchas veces repetido, se escuchaba diferente, se escuchaba quizás como una despedida. Reunidos alrededor del fuego, todos escuchaban a su vehemente líder. Los españoles volvieron a desafiar a nuestros Dioses… asentaron nuevamente a su gente sobre las ruinas de nuestro pueblo…!! Siguen matando, siguen violando y cada vez llegan más de ellos desde el mar…!! El poder de las sombras crece y parece que nada pudiéramos hacer para detenerlo. Les juro que derramaré hasta la última gota de mi sangre en mi intento por acabar con los invasores. Si buscando la libertad de mi gente, encuentro la muerte… será la mejor muerte que los Dioses me envíen…!! Recibiré la muerte junto a ustedes, mi pueblo, mis héroes. Nuestra gente hablará de ustedes… hablarán del ejército de Rumiñahui por muchas generaciones… Dejemos para ellos la mejor herencia que un guerrero inca puede dar a su pueblo: LA LIBERTAD – decía Rumiñahui en medio de los vítores de su gente. Caminando con sigilo para no interrumpir sus pensamientos, Asiri se acercó a su esposo luego de terminada la reunión. Ël estaba de pie mirando al infinito cielo.
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Estará bien…- le dijo de modo tierno para confortarlo al entender que en silencio pensaba en el bienestar de su pequeño hijo Illayuk. Algo me dice que no lo volveremos a ver…- respondió desconsolado Siento lo mismo – le decía al apoyar su cabeza sobre su espalda con el rostro triste. Volviéndose para mirarla directamente a sus ojos, Rumiñahui tomó sus brazos suavemente. Tú y mi hijo son lo que más amo en esta vida…espero que no piensen que les he fallado… No digas eso…- le reclamó sutilmente Asiri – no tienes porqué pensar eso…Illayuk y yo estamos seguros que tus decisiones siempre fueron tomadas por ser lo mejor para nosotros y sobre todo para… nuestro pueblo… No he podido vencer a los españoles… a pesar que su ejército es más pequeño…!! La maldad de los invasores era más grande que nuestro ejército… además… No te olvides… que nuestros enemigos… se unieron a los invasores… Tontos!! …no saben que los invasores no comparten con nadie…solo serán utilizados para sus fines…y cuando ya no los necesiten…estoy seguro que los aniquilará…!! Por eso tú no eres responsable de nada…hiciste lo que tenías que hacer… No fue suficiente… Nunca será suficiente… nuestra gente va a tener que entender que la lucha contra la injusticia se la gana a diario… y siempre habrá gente que no está dispuesta a pensar sino solo en ellos mismos… ahora son los españoles, mañana serán otros los enemigos… nuestra gente debe aprender a reconocer al verdadero enemigo… ese enemigo que adula como nadie, que envenena a tus aliados, que se muestra gentil y servicial…Ese enemigo no dejará nunca de existir… Gracias…gracias por estar conmigo hasta hoy… han sido demasiadas cosas… y han sido demasiados días… en los que no he podido decirte cuánto te amo… Cuando tú no lo decías… yo lo decía por ti… y cuando ninguno de los dos lo hacía… estoy segura que el viento, el agua y todos los elementos lo gritaban… El sello de aquel momento especial, que tenía olor a despedida, fue un profundo beso. -
Al cabo de dos semanas, llegó al campamento inca un rumor de que las fuerzas del ejército ativiense se acercaban, con Acha, su rey a la cabeza. Rumiñahui y su grupo decidieron darles encuentro en el valle. Los guerreros costeros avanzaban en una singular escuadra formada por filas de diez hombres a pie. Sus armas estaban hechas de conchas y piedras de mar. El ejército rebelde esperaba en medio del único acceso de salida de aquella planicie. Sus hombres estaban en una sola fila detrás de él. Las dos formaciones se colocaron a unos veinte metros de distancia. Sus líderes intercambiaron saludos, pero por algún extraño motivo no se acercaron. Alzando la voz uno hablaba con el otro. Saludos, General Rumiñahui… Bienvenido Rey Acha… Es un honor para mí conocer al glorioso General Rumiñahui… Se lo agradezco Rey Acha… Algo inquietaba al rebelde. Insistentemente daba revista a las filas de guerreros ativienses como si los estuviese contando. Estos son todos sus hombres?... Así es General Rumiñahui…son los mejores guerreros de mi reino… Para serle honesto, esperaba más… Son los suficientes, señor… Cuántos son? Trescientos guerreros… pero luchan como mil…!!- decía orgulloso Acha Entonces, Rumiñahui apresuró su paso, rompió el protocolo y corrió a saludar con su mano al rey. Posando su mano derecha sobre el hombro de Acha, el General le sonrió. Sin embargo, un hombre muy corpulento que formaba parte de la Corte del visitante y que tenía cubierto todo su cuerpo con ropajes negros y su cara envuelta con una especie de vendaje negro que apenas dejaba ver los ojos, inquietó a Rumiñahui por unos instantes, pero prefirió pasar por alto ese detalle, el momento lo ameritaba. Mi padre siempre habló bien de usted, Su Majestad… Nunca peleamos contra el pueblo inca, siempre le tuvimos gran respeto… a su padre y a toda su familia… El mismo respeto que tenemos a su familia, Su Majestad.
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El rostro del rey Acha, se desencajó y enrojeció de tal modo que Rumiñahui entendió que el comentario le molestó, aunque no supo atinar al motivo. Aquella noche, los dos líderes aborígenes analizaban las circunstancias que el movimiento rebelde atravesaba. Insisto, Su Majestad, debe ordenar a su ejército completo enfrentar a los españoles… Acaso no le sirven mis trescientos hombres?... Para qué más? Los invasores cuentan cada día con más aliados…además tengo informes confirmados que siguen llegando más invasores a nuestras costas…Esto aumenta el número de sus guerreros… y para serle honesto, nuestras provisiones son cada vez más limitadas…ahora cada hombre adicional con el que podamos contar puede marcar la diferencia…Deberemos acabar con los invasores en un solo enfrentamiento o sino estaremos perdidos… Usted entenderá que no puedo dejar desprotegido mi reino… Ativia es un pueblo de pescadores y guerreros, pero no pertenece a ningún otro imperio… somos nuestra única defensa… Lo entiendo… nuestro pueblo tiene gran respeto a su reino. Esto, demostrará a muchos de nuestros enemigos que esta alianza nos hará más poderosos de lo que ellos creen… iré con gusto a enfrentar a ese enemigo persistente y abusivo – Ahora se dirigió a su ejército - No prometo volver con todos ustedes vivos… pero os juro por nuestros dioses, que seré el primero en luchar en el campo de la batalla y el último en abandonarlo… No dejaré a nadie detrás…Vivos o muertos, todos volveremos juntos a nuestro hogar – dijo vehemente. Así sea… ahora cuáles son sus planes más próximos? Tengo que liberar a mis hombres que están prisioneros en Quito… no son muchos, pero son los únicos refuerzos incas con los que cuento… Cuándo los liberaremos? Lo haremos esta noche… Perfecto, esta noche…- sellaron el acuerdo con un apretón de manos El Rey Acha luego de la reunión se dirigió a la choza que Rumiñahui ordenó adecuen para el visitante distinguido. Al ingresar, el hombre vestido de negro le recibió bebiendo un poco de chicha. Está todo listo?- preguntó el Rey Todo listo, Alteza. Durante aquella noche los incas y un pequeño grupo de ativienses comandados por Acha, decidieron ingresar a la ciudad e intentarían liberar a los prisioneros incas que habían sido condenados a morir en próximos días. Acha, decidió ir a esta misión con apenas cinco guerreros. Al llegar la noche, los indios se deslizaban por las estrechas calles de la ciudad. Rumiñahui y Asiri, entraron con su gente luego de sorprender a los guardias de la prisión. Acha, ordenaba a sus súbditos que vigilasen los exteriores. Algo andaba mal, pero el General Rumiñahui no atinaba a descubrir qué era y no tenía tiempo para ello. Había menos guardias de lo esperado. Con terror, al ingresar a las celdas, Rumiñahui encontró a sus compañeros asesinados. Yacían atados de manos y pies , amordazados para evitar sus gritos. Los cuchillos asesinos estaban junto a las víctimas. Era una trampa. Al descubrirlo, los incas intentaron salir huyendo de la prisión. Pero al llegar al patio, una fila de soldados españoles les apuntaba con sus armas de fuego. Estaban completamente rodeados, cualquier movimiento hubiese implicado una matanza. De entre los soldados, surgió Benalcázar con una gran sonrisa. No esperaba tan grata visita…!!- ironizaba al acercárseles Acha, de repente, bajó su arma y demostró sumisión al español. Inmediatamente todos sus hombres hicieron lo mismo, arrojando sus armas frente a ellos. Rey Acha, cumpliste tu parte?- le preguntó Sí señor. Mis hombres se encargaron de asesinar al resto de guerreros incas que estaban en el campamento. Estos son los últimos rebeldes… Yo cumpliré con mi parte del trato también… dejaré que tú te encargues de matar a este asesino…!! – decía dirigiendo su dedo índice a Rumiñahui Las artimañas de Benalcázar resultaron exitosas. Cómplice del asesinato de la princesa Minta, hija del Rey Acha, en un ataque de celos de su amante Killa, se encargó de poner al ejército ativiense en contra de la causa rebelde, haciendo creer que la muerte de su hija, fue ordenada por el General inca.
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Cómo se siente, ser nuevamente traicionado…Rumiñahui? - preguntó irónicamente Estás rodeado de traidores… porque eso eres…!!- gritó enfurecido mientras luchaba por librarse de tres soldados que lo sujetaban Todos tenemos un motivo para traicionar…- insinuó Benalcázar Acha!! Cuál fue tu motivo?. Mi padre no pudo equivocarse contigo… Eres un guerrero con honor… – le increpó Rumiñahui al Rey que acababa de entregarlo a los españoles Acaso no lo recuerdas?- dijo el líder ativiense Recordar? Recordar qué?!! Mi hija Minta… Minta? Qué tiene que ver ella en esto? Tú la mataste!! – gritó Benalcázar Cómo?!! Acha…tienes que creerme… cualquier historia que te haya dicho este maldito, es mentira!! Yo no maté a tu hija!! Pregunta al maldito de Benalcázar qué hizo con ella?!! El atribulado militar ativiense, se sintió confundido por un rato. Las palabras de Rumiñahui se escuchaban tan sinceras, que seguramente sintió haber caído en una trampa. Benalcázar alzó su arma de fuego y la apuntó a Rumiñahui. Artilló el gatillo y el preciso instante del disparo giró el arma hacia Acha, que caía muerto con una bala en su frente. Ya me harté de esta basura…- dijo amargamente el europeo – Además nadie me quitará el placer de matarte…!! Ustedes malditos indios de mierda- gritaba colérico al ejército ativiensesi se mueven irán a parar al mismísimo infierno!! Sin embargo, la amenaza no surtió el efecto que Benalcázar esperaba. Algunos guerreros decidieron emprender ataque contra los españoles. Una sonora balac era acabó con las intenciones de resistencia. Deténganse!!- ordenó Rumiñahui – Sé que no soy su Rey pero como guerrero de honor que soy, les pido que se detengan!! Con esto lo único que hacemos es darle más poder a este infeliz!! Guerrero de honor? – respondió el guerrero vestido de negro burlonamente el momento de retirarse los vendajes del rostro. Chugcha?- exclamó Rumiñahui El cañari que Rumiñahui creyó haber matado, estaba vivo. Las cicatrices del encuentro se pudieron observar cuando se retiró sus ropajes. Una enorme cicatriz en el hombro derecho era la muestra de su último encuentro. Creíste que podías acabar conmigo?- increpó agresivamente Chugcha Lo haré, no lo dudes… Eres un maldito!! – gritó Asiri a Benalcázar Malditos asesinos!! – les insultó Rumiñahui Esta vez no te me escaparás…- le susurró el español en el oído, al General rebelde – A menos…claro está… que me digas a dónde llevaste el oro… No lo sé…!! Vamos hombre…no seas tan tonto…! Y si lo supiera, nunca te lo diría…qué me puedes hacer? Matarme? Quemarme? Yo no soy Atahualpa… preferiría que mi espíritu se pierda por la eternidad antes que permitir que llegues al oro… Moriría feliz al saber que mi gente tiene el oro a salvo de bestias como tú…!! Me parece que ya vivimos este momento – le decía mientras apuntaba su arma hacia su esposa. No lo sabrás nunca!! – gritó ahora la guerrera inca Una fuerte bofetada la silenció. Siempre me encantaron las mujeres como tú…Qué lástima que tenga que poner con ustedes el ejemplo, matándolos en la plaza principal! Soldados…!! Llévenselos…rápido ¡! - le decía Benalcázar acariciando la mejilla que golpeó. Sin embargo, una fuerte detonación sacudió aquel lugar. Luego vino otra y así se repitieron tres explosiones que provenían de las bodegas de armamento. Capturaste a Rumiñahui ¡!...pero no el espíritu libre del pueblo inca!! - gritaba el rebelde mientras veía la columna de humo que se levantaba entre los edificios. El espíritu de tu pueblo ya no existe… Yo no estaría seguro de eso… Seguro de haber vencido al ejército rebelde, Benalcázar reía. Sin embargo, fuera de la prisión, un grupo pequeño de personas estaba boicoteando todos los depósitos de pólvora que tenían los -
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españoles en Quito. Eran indígenas esclavos mantenidos por los españoles en la ciudad, que al saber que su General había caído prisionero, intentaron rescatarlo. La distracción ocasionada por las explosiones fue aprovechada por las fuerzas del Rey Acha se les unieron en la lucha. Una fuerte explosión sacudió el lugar. Luego vinieron más y más explosiones en cadena, que habían iniciado incendios de gran magnitud en las nuevas construcciones edificadas. Todo era un caos. Mujeres y niños gritaban, corrían para huir de los derrumbes. Los soldados se enredaban en luchas cuerpo a cuerpo con los indios, en tanto que otros intentaban vanamente detener el fuego llevando consigo cubetas de agua. La lucha fue tremenda. Los muertos se contaban por cientos. Las calles estaban plagadas de cadáveres, sangre y fuego. Benalcázar ordenaba a sus guardias que sujetaran a l os prisioneros y que nadie abandonara ese sitio. Había logrado la captura de Rumiñahui, no pondría en riesgo tan alto triunfo militar por defender la vida de los civiles quiteños. Nadie abandone este lugar!!- ordenó el oficial Pero señor el fuego puede acabar con la ciudad!!- reclamó uno de sus subalternos No me importa lo que pase con esta maldita ciudad…tengo lo que me interesa y no lo dejaré escapar!!Me oisteís? Al día siguiente, el panorama era atroz. Un olor nauseabundo estaba impregnado en el ambient e. Eran las decenas de muertos calcinados que mezclados con los cuerpos de los combatientes pintaban al sitio como un panorama dantesco. Benalcázar caminando sobre las ruinas de la ciudad, sonreía. Sus soldados lo observaban y estaban seguros que el hombre terminó de enloquecer. Sonreía porque había logrado capturar al más grande de sus enemigos en esta tierra india. No le importaba la destrucción de su incipiente nueva Quito. Los muertos habían valido la pena. El ejército rebelde inca había sido reducido a nada. Allí, estaban los rebeldes. Su guerra personal contra Rumiñahui, había acabado. Y su oro estaba más cerca, pensaba. Asiri y su esposo junto a unos seis incas más, fueron tomados como prisioneros y arrojados en una celda con los cadáveres de sus compañeros. Durante los días siguientes, todos excepto Rumiñahui y Asiri fueron llevados al cuarto de interrogatorios, mas bien dicho, torturas. Allí los indios eran colgados de manos y recibían latigazos en sus pechos y espaldas. A algunos le fueron arrancada s las uñas. Sin embargo, ninguno confesó. Benalcázar remató al último de los indios que prefirió morir antes de traicionar a su pueblo, con un tiro de su arma de fuego. Salió de allí y avanzó por los oscuros pasillos de la prisión y ordenó que le abran la puerta de la celda de los incas. Allí estaban los dos, abrazados esperando su destino. El español desplegaba la manga ensangretada de su camisa. Tengo que felicitarte…ya quisiera yo hombres tan leales como los de tu pueblo…- le dijo en un arranque de sinceridad el español. Te lo dije…nada conseguirás de nosotros…así que será mejor que nos mates… Sabes? Creo que tienes razón. Tus guerreros son fieles a tu causa. Todos han preferido morir antes que decirme dónde tienen el oro. Benalcázar parado frente a la pequeña ventana de rejas, recibió un hilo de luz solar. Y giró su cabeza de modo exagerado como para demostrar a sus prisioneros que prestaba atención al ruido proveniente de la ciudad. Los escuchas? De qué hablas? Allí afuera. Los escuchas?. No escucho nada. Allí está. Es tu gente. Esos indios que andan descalzos!. Será por eso que casi nadie los escucha, es como si no existieran. Para mí, no existen. Pero sé de alguien que cree lo contrario. Déjalos en paz!! Ya quisiera. Pero no puedo. Ya no tengo más de tus guerreros en mis calabozos. Así que tendré que tomar a los malditos esclavos que pululan por mi ciudad. No lo hagas!! Recuerdas que ofrecí matar cinco indios apestosos por cada español muerto?…pues he cambiado de parecer…no serán cinco…serán cincuenta…así que o me dices dónde llevaste el oro o mañana amanecerán cien indios colgados en la maldita plaza!!…tomando en cuenta que hoy asesinaste a dos guardias…!! Eres un cobarde…!!
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Ahora que lo pienso…los cincuenta serán… niños…así que será mejor que me lo digas o arrasaré a tu maldito pueblo de la faz de este planeta!! No lo hagas…ellos nada saben del oro…además ya viven como esclavos… y ese es su peor castigo… no debes matarlos… Entonces…dime dónde está el maldito oro?!! Está bien…pero debes prometerme que detendrás la matanza… Prometerte?!! Ja,ja..no prometeré nada…dímelo… Mirando a su esposa, como suplicando su perdón, prosiguió. Pidió que su revelación sea solo escuchada por Benalcázar y nadie más. Chugcha y dos soldados llevaron a Rumiñahui hacia otro calabozo. En un cuarto oscuro del cuartel los dos hablaron. Le dio una descripción exacta de la ruta que los españoles debían seguir para encontrar el oro. Le explicó que el grupo que protege el oro no era numeroso. Benalcázar personalmente quería encabezar la búsqueda. Sabes qué te espera en caso de que me mientas? Lo sé…mi pueblo tendrá más muertos a los que llorar…- asintió Rumiñahui consternado Así es… Y sabes que te espera a ti…en caso de que encuentres el oro?!! Claro…seré el hombre más rico… ja,ja… No!!...Serás hombre muerto…toda tu gente buscará la manera de asesinarte…no podrás dormir en paz…no podrás vivir en paz… porque ustedes por oro, matan a su amigo, a su hermano… alguien te esperará en algún camino y serás hombre muerto…!! Es un riesgo que acepto con gusto…- dijo alzando sus hombros Al salir del húmedo calabozo, Rumiñahui mientras era arrastrado por sus brazos encadenados, rozó con su cabeza la cintura de uno de los gendarmes. -
Su larga cabellera suelta y desordenada cubría su cara, el momento en que uno de los soldados le sujetaba con su cadena a la pared. Asiri estaba ansiosa por saber lo que pasó. Qué le dijiste? Rumiñahui no contestaba, permanecía aún con su cabeza agachada. Ante la insistencia de su esposa, el General levantó la cabeza sonriente. Entre sus dientes sujetaba una pequeña navaja que tomó de la cintura de uno de los soldados que lo arrastraba. Arrojó la daga hacia el piso cerca de su mano. A pesar de su desfiguración, la mueca de Rumiñahui le mostraba satisfecho. Lo que quería oír… Luego con su pie derecho acercó la daga a su mano. Con dificultad tomó el instrumento e intento abrir la aldaba, pero le fue imposible. Así que optó por raspar con mucho trabajo la base de madera, donde estaba sujeta su cadena. Varias horas habían transcurrido de aquel instante, el avance del trabajo era mínimo. Rumiñahui intentaba aflojar la pieza de metal de su base moviéndola de un lado a otro. Toda la noche transcurrió en la agotadora labor. Cuando la luz del día ingresó por la pequeña ventana de la celda, Rumiñahui descubrió que una de las cadenas había cedido lo suficiente como para dejar libre una de sus manos. El tremendo esfuerzo físico hizo que las venas de su rostro broten, pero lo consiguió. Con una de sus manos libres, apoyó sus pies sobre la pared para tener un punto de apoyo y comenzó a jalar la cadena que le sujetaba la otra mano. Con gran ira empuj ó, hasta que la cadena cedió y el General cayó pesadamente sobre su espalda. Los azares nuevamente se pusieron en juego. Ese preciso momento, Benalcázar y Chugcha entraron a la celda. Con gran sorpresa encontraron a Rumiñahui poniéndose de pie, extenuado por el esfuerzo realizado. Santo Dios…- decía burlonamente el español – no puedo creer lo que mis ojos ven… No dejaré que acabes con mi pueblo!!- gritó Rumiñahui amenazante con la daga en su mano Y qué vas a hacer para impedirlo? Arrojaré el oro al fondo de un volcán si es necesario!! Y vos crees que será fácil? – dio una sutil orden al cañari Ese instante, Chugcha dando un grito de furia se abalanzó sobre el inca. La fuerza del envión hizo que los dos indígenas rodaran por el húmedo y lodoso piso. Al escuchar esto los guardias españoles que estaban fuera del calabozo ingresaron blandiendo sus armas. El Gobernador los calmó. Déjenlos. El cañari tenía sometido al rebelde por el cuello. Lo tenía aprehendido por la espalda y como un candado sus piernas impedían cualquier movimiento de Rumiñahui. El rostro del inca estaba tornándose morado. Asiri gritaba impotente desde sus cadenas. Rumiñahui intentaba vanamente alcanzar la daga que estaba a pocos centímetros de su mano en medio de un charco de lodo. Sus dedos inmersos en el fango no alcanzaban el arma. Como último recurso para librarse del asfixiante
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apretujón, mordió con ira el brazo de Chugcha. Arrancó un pedazo de carne con sus dientes y lo escupió al piso. El cañari al sentir un dolor indescriptible dejó de apretar a su prisionero. Ese pequeño respiro que Rumiñahui recibió, le sirvió para estirar un poco más su mano y alcanzar la daga. Con rapidez y cuando el gigante volvió a apretarle el cuello, el rebelde indio clavó la filosa arma en la pierna de Chugcha y le dio un giro, para que la herida sea más dolorosa. La presión sobre su cuello y sobre su cuerpo desapareció. El cañari se retorcía del dolor en el piso fangoso. Rumiñahui se puso en cuclillas a tomar un respiro. La mirada del cañari se mostraba algo perdida. La gran cantidad de sangre que salía de la pierna era sin duda muestra de que la herida comprometió una parte vital, seguramente una arteria. Fue cuestión de segundos para que Chugcha quedara muerto con su rostro semisumergido en el lodo sangriento. Benalcázar se apresuró a pisar la mano de Rumiñahui que sujetaba la daga y le propinó una patada en el rostro. Si no sueltas ese cuchillo, ordenaré que tu esposa muera aquí y ahora!!- le amenazó El General soltó el arma y se dejó caer en el piso, estaba totalmente cansado. Cambien a estos prisioneros de celda!!- ordenó Benalcázar – No quiero que les pase nada hasta mi regreso… Si señor Gobernador…- respondió nervioso el carcelero Benalcázar se embarcó en la búsqueda del tesoro con gran ahínco. Los detalles de los sitios que iba a encontrar en la ruta dada por Rumiñahui aparecían uno a uno. Hasta que llegó a aquella gruta. Su grupo de soldados estaba compuesto por unos cuarenta hombres, armados hasta los dientes. Esperaba una gran resistencia del pueblo guardián del tesoro. Al ingresar a la oscura caverna, sus antorchas descubrían petroglifos que demostraban la presencia de nativos en el lugar. Con precisión siguió las instrucciones que el general rebelde explicó en su prisión. Allí estaba aquella marca en bajorrelieve en la pared del estanque de agua. Benalcázar venciendo el miedo al agua comenzó a descender por las rocas, hasta alcanzar con sus manos la marca. Ansiosamente el español tomó la llave de oro que Rumiñahui le entregó y la introdujo. Esperando alguna señal, miraba a todos lados. Los segundos transcurrieron y nada pasó. Supo que había sido engañado. La marcha de regreso fue apresurada. Luego de varias semanas, el grupo de Benalcázar volvía a la ciudad con las manos vacías. El invasor estaba furioso. Apenas llegó, desmontó y fue a la celda de los incas. Al verlo entrar, Rumiñahui y Asiri se pusieron de pie. El inca sonreía, al ver el rost ro de furia que llevaba el invasor. Los soldados recibieron la orden de no ingresar. Benalcázar entró histérico. Lo encontraste? – dijo con tono irónico el rebelde. Me engañaste!! – y le dio un golpe en el rostro que lo arrojó metros atrás. Con ira que no deseaba controlar, Benalcázar pateaba el cuerpo encadenado de Rumiñahui. Asiri se abalanzó sobre la espalda del español, pero éste provisto de una fuerza proveniente de su estado de cólera, se la desprendió y arrojó contra la pared, dejándola inconsciente. La golpiza al prisionero no terminó sino hasta que vio que había perdido la conciencia. No conforme, ordenó a los soldados que apenas recobraran el conocimiento, continuara con el castigo. La flagelación fue inclemente. Asiri fue violada varias veces por los soldados con la autorización expresa de Benalcázar. Tres días después, Benalcázar entró a la celda y descubrió un cuadro aterrorizante, pero sonrió. El soldado que acompañaba al Gobernador, se mostraba satisfecho de su labor. Asiri cubría su desnudez con un pedazo de trapo, que era lo que quedaba de su vestido con lo que apenas tapaba algo. Su hermoso rostro estaba desfigurado por las golpizas que los soldados le habían propinado mientras la violaban. Rumiñahui aún peor. Su rostro hinchado y sangrante casi no le permitía respirar, apenas podía hablar. Es una lástima que todo termine así… Mírense…el Gran Señor de los Incas… no es ahora sino un pedazo de mierda…y su mujer… la guerrera… es solo una zorra!! Saben...? Ustedes me habéis causado más problemas vivos que muertos!!… El Rey de España… iniciará investigaciones sobre mis actividades en esta región… cree que cometo excesos… Te lo dije… ni tu Dios ni tu Rey… están contigo en esto…!!- gritaba Rumiñahui con dificultad– Vivirás el resto de tus días buscando el oro… pero no lo encontrarás… Vivirás esclavo de tus ambiciones… vivirás como un muerto… - decía casi sin aliento. Mira quién lo dice?...ustedes dos, mañana estarán muertos…!!
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No temo a la muerte por fuego, por garrote o la horca… si tengo que enfrentar la muerte provocada por tu ambición… será bienvenida… porque con ella me harás libre…!!exclamaba Rumiñahui altivamente. – Con gusto perderé mi espíritu en la eternidad… Y dejo para ti… el que llamas infierno… Serán tus faltas y tus remordimientos los que te hagan lamentar seguir viviendo…
Aquel día de junio de 1535, Rumiñahui y Asiri serían ejecutados por los españoles. Llovía tremendamente. Los calabozos estaban ubicados en la parte inferior de aquel cuartel militar. En cuestión de minutos las calles se anegaron y el agua comenzó a ingresar por aquella pequeña ventana enrejada. Las ratas con las que compartían la celda habían salido de sus guaridas para evitar el nivel del agua. Los roedores se paseaban por las salientes de piedra, mientras Rumiñahui y Asiri las observaban inmutables. De repente la poca luz que entraba por la ventana fue obstruida por una inquietante sombra. El General apenas pudo descubrir con sus ojos hinchados los pies descalzos del intruso que logró escabullírseles a los guardias españoles. Sus heridas en la cabeza apenas le permitían distinguir los murmullos que provenían del exterior. Papá…Papá…- decía la voz aquella Rumiñahui y Asiri casi de modo instantáneo volvieron su mirada hacia la ventana. Illayuk con la ayuda de Del Hierro había descubierto la manera de acercarse a la celda. En medio de una profunda oscuridad sus padres se arrastraban hacia ese rayo de luz intermitente proveniente del exterior. Soportando un dolor indescriptible reptaban juntos y en su arrastre dejaban una profunda huella de sangre. Papá…mamá!!- insistía Illayuk Hijo…- logró decir su madre al apoyarse en el muro de piedra debajo de la ventana Abrazados, desangrándose, no podían levantarse para que los pudiera ver su hijo. Aquella tarea era prácticamente imposible. Rumiñahui intentó apoyando su espalda sobre la pared impulsarse con la única pierna que le respondía, pero el esfuerzo resultó inútil. Resignados se sentaron bajo el chorro de agua que caía dentro de la celda y que bañaba sus rostros. Illayuk intentaba vanamente descubrir el rostro de sus padres, solo escuchaba sus balbuceos. Papá…voy a sacarlos de aquí…lo tengo todo planeado… No hijo. No lo hagas. Déjanos a tu madre y a mí en este lugar. Tú y lo que queda del ejército inca deberán sobrevivir a la invasión. En tus manos está salvar nuestra tierra del poder de la Oscuridad… No puedo dejarlos morir… Si nuestra gente te pierde a ti, te aseguro que la muerte habrá ganado más de lo que esperaba…- le decía su padre Illayuk , hijo mío – dijo Asiri – nuestra misión fue cumplida, ahora cumple la tuya… Al ver recostado al indígena cerca de aquella ventana, uno de los guardias que volvía a recorrer el sector se le acercó en actitud violenta. Con una patada en el estómago le llamó la atención. Hey vos!! Qué hacéis aquí?!! La pertinaz lluvia no le permitía distinguir de quien se trataba, por lo que supuso que era un esclavo impertinente. El pequeño cuerpo cubierto por una capa raída, recibió el golpe con toda la fuerza, lo que le dejó sin aire durante unos segundos. Ya sé lo que quieres pequeño truhán, pero ya os he dicho que no está permitido acercarse a los prisioneros. Si deseáis verlos acude a la plaza en unas horas!! El momento en que iba a tomar al niño por los hombros para arrojarlo lejos, alguien le llamó tocando su hombro. Al voltear descubrió a Luis Del Hierro propinándole un palazo en su rostro. Tenemos que irnos !- le dijo a Illayuk al ayudarlo a incorporarse Papito…mamita… los amo!!- gritaba desconsolado el muchachito mientras metía su mano entre las rejas intentando alcanzar a sus padres Los prisioneros estiraron sus manos ensangrentadas hacia el puño abierto de su hijo que se batía de un lado a otro tanteando inútilmente en el espeso aire húmedo. El calor de las manos casi se pudo sentir con la cercanía, pero nada más ocurrió. Los dedos casi se rozaron pero nunca se tocaron. Un fuerte envión obligó a Illayuk a salir huyendo pues un grupo de tres soldados había descubierto el cuerpo caído de su compañero. Hey…ustedes!! Deteneos!!- gritó el oficial Del Hierro cargando al niño por la cintura corrió hacia aquellos carruajes que estaban a pocos metros y logró esconderse. Los dos soldados que los siguieron hurgaban entre los escombros para descubrirlos pero no pudieron hacerlo. El otro soldado se quedó prestando atención al desmayado.
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Despierta…hombre, despierta!!- le decía al darle unas leves cachetadas en el rostro Qué pasó?- decía al tomar aliento Pues si tú no lo sabes…nosotros tampoco!! Los dos soldados volvían con el paso lento. Los encontrasteis? No. Esos malditos lograron escapar. Ya os había dicho que no dejen a esos indios acercarse a los prisioneros. Ya me estoy hartando de espantarles como si fuesen moscas que buscan la mierda!! Por suerte hoy se acabará la molestia!! Dentro de la celda anegada Asiri se prendía del pecho de su amado Rumiñahui mientras los dos lloraban sin recelo. Perdón mi amor…- susurró el General Porqué? Porque un inca no debe llorar… No importa amor. Ese será, otro de nuestros secretos… El paso acentuado de las botas se sentía en los delgados pasillos. A pesar de sus heridas, todos los ruidos parecían magnificarse. El ruido de los pasos, la resistencia del candado a la vieja llave, la gruesa cadena deslizándose entre las rejas, todo absolutamente todo, resultaba en detalle retumbante. Un escuadrón de soldados marchaba delante de los prisioneros encadenados hacia el cadalso. Al no poder caminar, varios gendarmes fueron encargados de llevar los maltrechos cuerpos hasta la carroza que los llevaría frente de la tarima de madera. La agitación en el pueblo fue grande. Los criollos y españoles insultaban y arrojaban objetos a los condenados. En el recorrido, todos los indios presentes por el contrario se postraban ante ellos espontáneamente. Sus rostros y vestidos destrozados daban muestra de la crueldad de su encierro. Benalcázar quiso mostrarlos as í. Quiso mostrarlos vencidos, destruidos. Los nativos al ver a su líder, Rumiñahui vencido, sentían que sus esperanzas de ser liberados del yugo español desaparecían con él. Se postraron ante el héroe indio, ante el líder de la lucha por esa libertad que ahora más que nunca se mostraba esquiva. Hubo quienes lloraron. La escolta se abría paso a golpes y empellones entre la multitud que se agolpaba en medio de la plaza. Unos golpeaban y ordenaban a los indios que mostraban su respeto a los rebeldes que se levantasen. Ningún indio podría recibir tal honor en su presencia. En la muchedumbre, un aborigen oculto tras el muro de la capilla del pueblo, veía con terror la escena. Las campanadas eran como balas de cañon en su cabeza. Sus ojos llenos de lágrimas, se ocultaban bajo una capucha. Allá, Rumiñahui y Asiri fueron subidos al cadalso por el grueso verdugo. Acá, Illayuk escondido observaba la cobardía de los invasores. El pueblo escuchó el decreto que condenaba a muerte a los incas en medio de un bullicio impresionante. Rumiñahui recorrió los cientos de rostros que colmaban la plaza hasta que logró distinguir una figura oculta por unos trapos raídos y sucios, el perfecto disfraz de su hijo Il layuk. Sus miradas se clavaron como si un hilo invisible las hubiese atado. En silencio el pequeño inca sacó de entre sus ropajes el quipu que su padre le regaló. Con su mano en alto lo mostró lleno de orgullo y honor. Pueblo indio su libertad no muere conmigo!!- gritó Rumiñahui a su gente. El verdugo le asestó un fuerte golpe en el rostro con el mango de su hacha. Los gritos de las mujeres se hicieron más lacerantes. Benalcázar sentado desde su balcón hizo la señal para que el ajusticiamiento iniciara. El verdugo comenzó a atar el cuero alrededor del cuello del inca. Por detrás del poste colocó el cetro hecho de oro macizo que recibió el General en Urcukuri como muestra de la autoridad a él encomendada. Comenzó a girar el torniquete lentamente al ritmo de un bombo que marcaba el ritmo de la macabra escena. Con cada vuelta, el cinto de cuero apretaba más y más la garganta de Rumiñahui. Ese momento Benalcázar hizo con mucho pesar la señal para que hiciesen lo mismo con Asiri. Antes de perder completamente el aire, el rebelde sacó con todas sus fuerzas el grito más desgarrador. Rumiñahui con sus ojos desbordados de lágrimas contenidas gritó como un desesperado. No cuenten como morí…cuenten como viví..!! Asiri y Rumiñahui volvieron su mirada uno sobre otro. Era como si quisieran que sus ojos hablasen por ellos. Y de hecho lo hicieron. En sus miradas se podía descubrir agradecimiento, amor, comprensión, perdón. La tira de cuero por fin estranguló al héroe inca, silenciando su voz y dando
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vida a una leyenda. Asiri moría de la misma infame manera. Benalcázar cerraba simplemente sus ojos. No podía creer que la muerte de su más acérrimo enemigo lo conmoviera. Sin decir palabra se retiró de la cruel ceremonia en medio de los gritos ensordecedores de la muchedumbre que al unísono elevaban su reclamo. Libertad!! Libertad¡!- gritaban Antes de salir del balcón regresó su mirada a su subalterno y señalando con sus manos a la gente le ordenó. Mañana partirás con veinte de tus hombres y me fusilarás a cincuenta de estos indios de mierda!! No permitiré que lo ocurrido aquí sea el pretexto para cualquier rebelión…me oíste?!! Cincuenta…ni más… ni menos!! Benalcázar ordenó además que los cuerpos de Rumiñahui y Asiri fueran expuestos en la plaza de Quito por dos semanas, como un claro anuncio para cualquier intento rebelde. Sin embargo, pocos días después de la ejecución, los cuerpos despedazados de Rumiñahui y Asiri desaparecieron de modo misterioso. A pesar del esfuerzo del mismísimo Benalcázar y el resto de los invasores, la presencia del ejército rebelde indígena no se detendría con la muerte de su máximo líder Rumiñahui. Ahora se comenzaba a crear otra leyenda. La de un joven guerrero que llevaba el espíritu de su padre en el corazón y que lideraba un grupo de hombres y mujeres capaces de mimetizarse con la montaña, con el río, con la selva. Había tomado el nombre de un ave sagrada durante su huarachicuy, ceremonia donde el niño deja de serlo, para convertirse en adolescente. A partir de ese momento, desapareció Illayuk y nació la leyenda de Kuntur, Comandante del Ejército guardián del tesoro de los incas. Educado por guerreros como Apu y Rumimaki, Kuntur heredó la habilidad con la daga de oro que poseía su padre y la extraordinaria destreza con la macana de su madre. Todos lo describían como sabio, inteligente, guerrero fiel a la causa de su pueblo: la eterna búsqueda de la libertad. En su búsqueda de un lugar donde ocultar el inmenso tesoro siempre estuvo a su lado el español Luis Del Hierro que le mostraba lo bueno de los dos mundos. Lastimosamente, nunca se logró conseguir que los pueblos enfrentados por mucho tiempo depusieran sus planes de guerra. Prosiguió al igual que su padre, frente al ejército rebelde y junto a su mejor amigo Waman, se convirtieron en el nuevo dolor de cabeza de los conquistadores. Todos los relatos lo describen como un hábil jinete, montado en un hermoso caballo negro. Quienes luchaban junto a él, veían como antes de emprender una batalla, apretaba con su mano derecha el quipu que colgaba en su collar y en su frente tenía un medallón de oro con la figura de un cóndor. Habían transcurrido algunos meses de persecución inútil de los españoles al ej ército rebelde que había asimilado el comportamiento nómada como estrategia. Sin embargo, Kuntur comprendió que el andar deambulando con tanto oro era peligroso, así que decidió emprender marcha hacia el sitio definitivo donde el tesoro inca permanecerá hasta el fin de los días. A la caravana se habían unido nuevos rebeldes provenientes de todo el Tahuantinsuyo. Su lealtad fue probada en innumerables enfrentamientos con los invasores. Con ese ejército renovado, el tesoro fue llevado hacia su nuevo destino. Las largas filas de rebeldes habían llegado a un lugar donde dos mundos diferentes parecían unirse mágicamente. A un lado aparecía un hermoso y gigantesco prado y al otro una arboleda inmensa. Era sin duda el sitio donde la selva comenzaba. Apartado de todos, el líder inca cabalgó en aquel paraje de montaña. Junto a Negro llevaba consigo varias yeguas y potrillos . Desmontó. En silencio miró el paisaje. Respiró profundamente y volvió su mirada a su fiel corcel. Ha llegado el momento… - decía con pesadumbre Retiró el bozal del caballo y aquel trozo de tela multicolor que le servía como montura. Al hacerlo, acariciaba la crin de Negro. Amigo… me has servido como el mejor de mis guerreros… pero es hora de que conozcas la libertad… Recuerda la libertad que te dio mi pueblo… Dejarás de llamarte Negro, para llamarte Libertad!! – gritaba al dejarlo correr por aquel prado. El caballo al inicio no quiso apartarse demasiado, pero el grito de su amo despidiéndose le fue suficiente. Corrieron los caballos con todas sus fuerzas. Al cabo de unos minutos, llegaron a la cima de una loma. Su cuerpo al relinchar ocultaba el inmenso s ol que se ocultaba tras la montaña. Adiós Amigo!! Adiós Libertad!!– gritó Kuntur. Días después, en un lugar desconocido de la selva india, Kuntur y su pueblo fueron recibidos en los nuevos dominios del ejército amazona, ubicado en la más profunda y rica jungla del actual Ecuador.
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Se trataba de uno de los pocos reductos no contaminado por la ambición española e indígena. Lideradas por Shula, el pueblo amazona, daba la bienvenida nuevamente a los guerreros incas . Ellas los guiaron hacia un sitio especial donde volvía a crearse una ciudad, con la mayor riqueza en oro conocida por el hombre. Kuntur contrajo matrimonio con la princesa amazona Mircocha. Todos los pueblos que conforman este ejército tienen reservado un lugar en los relatos que pasarán de generación a generación…!! - decía con gran elocuencia Kuntur a su gente reunida para escuchar a su líder - Todos hemos visitado el Valle de la Oscuridad y la Muerte, para dejar allí a nuestros muertos… todos hemos perdido algún familiar o amigo muy cercano en la cruel batalla con los invasores… pero así mismo todos hemos bebido de la Fuente eterna de la Libertad, gracias precisamente a esos muertos, que dieron su vida a cambio de nuestra liberación y la de muchos pueblos, ahora y en el futuro. Esos pueblos quizás jamás lo sepan…pero su Libertad es el legado del pueblo inca. Los pueblos deben saber que s iempre habrá tiranos que deseen el poder absoluto…siempre habrá traidores… pero nuestros muertos, son nuestros héroes… son quienes lucharon, luchan y lucharán junto a nosotros en cada batalla, sin importar el pueblo del que provenimos o la manera cómo vemos a los dioses. Fuera de este sitio, dicen que dejamos nuestro hogar, pero nuestro hogar está donde están los nuestros…!! y ahora esta jungla será nuestro hogar… ella nos cobijará, nos alimentará y nos mantendrá unidos… En un rincón muy personal al que solo él tiene acceso, Kuntur ora a sus Dioses. Frente a él, los cuerpos bañados en oro de Atahualpa, Rumiñahui y Asiri, acompañan sus ruegos. Lejos en marcha hacia donde el sol se oculta, los incas adquirieron conciencia de su libertad, de su misión histórica y de las nuevas estructuras que dominarían esta parte del mundo. Allá, donde vería nacer de nuevo la esperanza y las posibilidades del ser inca, surgió potente y viva la nueva ciudad, de la propia selva aborigen: El Dorado.
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EPÍLOGO Benalcázar nunca pudo encontrar el oro a pesar de sus múltiples intentos. Involucrado en la lucha de poder entre Pizarro y Almagro, asesinó a Jorge Robledo, un Gobernador provincial, acusación por la que fue condenado a muerte además del cargo por los abusos contra el pueblo indígena, sin embargo, murió en Cartagena de Indias, antes de emprender el viaje a España a apelar su caso. Lo paradójico es que los españoles habían recibido el más grande rescate de todos los tiempos por parte de Atahualpa, pero siendo los piratas al servicio de la corona británica los que dominaban los mares frente a las costas de Guayaquil, es casi seguro que el rey inglés Enrique VIII fuera quien se quedó con la mayor parte de esa inmensa riqueza enviada al viejo continente...pero esa… esa es otra historia… que algún día espero contársela…
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IMPORTANTE: Las imprecisiones históricas que contiene este libro están allí a propósito. Ni el origen del pueblo inca está en Cotacachi, ni mucho menos. Simplemente, se busca crear una historia fantástica que permita recorrer imaginariamente al lector esos parajes de nuestra geografía. Ni Asiri, ni Illayuk son miembros de la familia de Rumiñahui, ni Benalcázar tenía una amante llamada Killa. Todos esos nombres son mera ficción. Lo importante es haber creado un pretexto para mitificar a nuestros héroes. Si adoramos a Superman, un ser inexistente proveniente de un planeta inexistente, porqué no admirar a una guerrera inca llamada Asiri. Nuestro país necesita héroes en quienes creer. Héroes, simples héroes nacidos en esta tierra, a quienes debemos la libertad. Porque la libertad no se la debemos solamente a los próceres de los años 1800, sino a todos aquellos que son modelos a copiar a lo largo de toda nuestra Historia…esa que no encontramos en los libros y que como al escribir este libro he comprobado, nadie la conoce a ciencia cierta. Edwin Del Pozo-Villacís 2008
07 Fin; 14 de enero del 2010 FIN ESTE
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IA UNA TRILOGIA PRIMER LIBRO: INCAS SEGUNDO LIBRO: PATRIOTAS E INDEPENDENCIA TERCER LIBRO: TIEMPO ACTUAL ( MEDINA SAGRADA CORREGIDA TALVEZ)
FIN 13-ENERO DE 2008 - 24H15 ULTIMO CAMBIO 28 DE JULIO 2008 AUMENTOS 19 DE OCTUBRE DEL 2008 REVISION 1 DE ENERO DEL 2009. Revision 24 de febrero del 2009 Revision 5 de julio del 2009 Revisiรณn 3 de enero del 2010 Aumentos febrero 2010
KUNAQ QUE VEA EL FUTURO EN SUEร OS. VEA EL AVANCE DE L AHUMANIDAD Y SE SOBRECOJA. QUE HABLE DEL 2012.
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