PÁGINA 8-B
Sábado 12 de febrero de 2011
Fundadores • Jesús Álvarez del Castillo V. • Jorge Álvarez del Castillo Z.
• Editor-Director • Carlos Álvarez del Castillo G. Supervisora: Aimeé Muñiz • tapatio@informador.com.mx
EL INFORMADOR • E. PACHECO
Para no perder de vista en Guadalajara
• Carlinhos Brown, Gilberto Gil y Caetano Veloso, en la Plaza de la Liberación.
Fatiga crónica
¡Vamos a la Plaza de la Liberación a ver a los brasileños! Cuando uno se planta sobre la Avenida Hidalgo con la intención de tomar el “par vial” (ese era su nombre antes, ya no lo es, pero así le sigue diciendo todo mundo) con la intención de ir al Centro de la ciudad, pueden suceder muchas cosas. La primera es que pase el trolebús; la segunda es que pase un camión de Sistecozome, de esos destartalados porque tienen al menos 20 años funcionando; y la tercera es que le toque a uno la suerte de subirse en un camión de última generación, nuevecito, de los que están a prueba y que son una maravilla. Este jueves no estamos de suerte, son más de las ocho de la noche y ahí está el más destartalado de los camiones de Sistecozome que cruje a penas ponemos un pie en el estribo. Las personas que vienen sentadas (en los espacios que hay asientos, porque le faltan al menos unos 10 al hermoso camión) parecen venir de un largo viaje: caras cansadas, arropados y acurrucados como si les esperara un camino de horas y horas. Me voy hasta al fondo y me paro en un espacio en el que debió haber un asiento. Me doy cuenta de que mientras me subí e inspeccioné acuciosamente el camión, éste no anduvo más de seis o siete cuadras. El tráfico está a vuelta de rueda. Me desespero, pero no puedo hacer nada. Lamento que voy a llegar tarde al concierto de los brasileños en la Plaza de la Liberación. Mato el tiempo observando a las personas que caminan sobre la banqueta de Hidalgo en dirección, también, al oriente. Me percato de que mientras el autobús dura un buen rato parado, la gente avanza hasta dos cuadras, luego las alcanzamos y volvemos a pararnos. Y así. Concluyo que si fuera caminando, llegaría casi al mismo tiempo que el camión. Junto a mí se para una chica muy alta y delgada, que al principio creo que es hombre, por como viste, incluso por la colonia Sanborns que se ha puesto encima. Ella me observa y como si me hubiera leído el pensamiento entrelaza sus largos y espigados dedos de una mano con los de la otra y en un alarde de fuerza se truena todos y cada uno de los huesos de los dedos, para luego ir a ponerlas en el mismo tubo en el que se apoyan las mías. Me apena reconocer que mis manos se ven más femeninas que las de ella. En eso, el camión avanza y me parece que lo hace más rápido, a pesar de que se ven cientos de luces paradas sobre Hidalgo. Al llegar a González Ortega se para y el chofer grita: “los que van al Centro aquí se bajan, porque está cerrado adelante y yo me voy a meter al túnel”. Una señora no termina de escuchar lo que dice el chofer y sale corriendo y gritando con dos bolsas en las manos, como si lo que hubiera escuchado de boca del conductor hubiera sido que el que no bajara a la de tres se quedaría ahí para siempre. Antes de descender observo a un tipo sentado y dormido y pienso en si no iría también al Centro y cuando despierte estará emergiendo por allá por donde ahora el Ayuntamiento de Guadalajara colocó juegos mecánicos, en los terrenos hoy ociosos en donde se iba a construir la villa panamericana. Camino sobre Hidalgo, como decenas de personas más. Llego a la esquina de Liceo y hay ahí una fila como de treinta policías cuya labor es esculcar detenidamente a todo aquel que quiera “entrar” a la plaza. Me siento como si quisiera entrar a un antro. A las mujeres les esculcan los bolsos y a nadie permiten que ingrese con botellas, aunque no sean de vidrio. Cosa por demás ilógica, si tomamos en cuenta que del otro lado de la plaza están abiertas dos tiendas y ahí se puede adquirir cómodamente cualquier bebida en el envase que uno prefiera. Hasta de vidrio. La plaza está casi llena, pero se puede caminar entre la gente que ya escucha a Caetano Veloso. Hay mucha seguridad: policías caminando, otros parados en las esquinas, otros en bicicletas y también personal del Ayuntamiento con camisa roja, entre vigilando y vacilando. Hay una zona, del lado norte de la plaza, en donde se instaló una tribuna para personas de la tercera edad y discapacitados. Eso estuvo bien; lo malo es que quedó justo a un lado de los respiraderos del túnel que pasa por debajo y se oye un ruidero. El escenario está del lado del Degollado, si no hubiera pantallas gigantes la gente vería a Caetano desde aquí muy chiquito (los que lo alcanzaran a ver). Camino hacia el otro lado de la plaza y me sorprendo de ver que en la esquina de Maestranza y Morelos donde durante años estuvo una tienda de artículos religiosos hay ahora un café muy mono. Me acerco a las vallas para ver con detalle el lugar y escucho las pláticas de los policías. “¿Cómo dijiste que se llamaba, éste? ¿Cayetano Velloso? Pues mira, yo he escuchado a varios cantar mejor en changarros de allá de por Juárez; el lunes con Lucero sí va a estar chido”. Son casi las diez y todavía falta que salgan Gilberto Gil y luego Carlinhos Brown. Lo bueno es que los cuernitos de Alfredo´s siguen abiertos.
EL INFORMADOR • A. CAMACHO
por: David Izazaga
• La Catedral es uno de los elementos más representativos de Guadalajara.
Rasgos de ayer, H O Y
Y
S I E M P R E
A pesar del paso de los años, algunas cosas se mantienen con el mismo arraigo típico con el que nacieron Guadalajara es mucho más que la capital de Jalisco donde reside el Gobierno estatal y los demás organismos supremos del Estado, además, esta localidad es una de las sedes culturales, industriales y económicas más importantes de México. Es el recuerdo, la historia, los sueños y la vida de miles de tapatíos, tanto de los que lo son de nacimiento, como por adopción. Las calles de esta tierra dejan ver el folclor y las tradiciones arraigadas con cariño por sus pobladores, aquellos elementos que enorgullecen y caracterizan a los tapatíos y, aún más, a muchos mexicanos. Los edificios, la gastronomía y los lugares más tradicionales se encuentran a cada paso en Guadalajara. Con ellos, los aromas, sabores, artesanías, vestuarios y hasta las actitudes fluyen de manera natural, dejando ver que la ciudad se encuentra sumergida entre contrastes de vanguardia que conservan lo más típico para el deleite de todos. Guadalajara está por cumplir 469 años y quizá, uno de los regalos que cualquier tapatío puede ofrecerle es conocer, cuidar y difundir toda la tradición y esencia que, en nuestros días, se mantiene latente.
Caminata por el Centro
el corazón del Centro Histórico de la ciudad, en Pino Suarez #78. Reconocida como una de las más antiguas de Guadalajara, esta cantina ha sido testigo de múltiples historias, algunas contadas por maestros, estudiantes y periodistas de la vida real, y otras tantas por personajes de la ficción, ya que hasta este lugar han arribado diversas figuras del cine nacional. A pesar del correr de los años, La Fuente conserva la música en vivo, unas veces es un piano, otras un violín o saxofón, pero sin duda éste es el complemento ideal para la convivencia. Su icono decorativo es una bicicleta que –según se cuenta– quedó empeñada por un borracho que nunca regresó por ella, pero ésa es quizá la historia mejor aceptada entre las que se comparten. Lo que sí es seguro, es que mientras del dueño nada se sabe, la bicicleta sigue ahí presenciando historias y secretos.
Un típico barrio En el viejo barrio de Analco, cuyo nombre significa “al otro lado del río”, pues justamente se encontraba separado de la ciudad por el Río de San Juan de Dios, habitaron indígenas que luego vieron llegar a Fray Antonio de Segovia, quien construyó el Convento Franciscano en el lugar donde hoy se ve la Parroquia de San José de Analco. El barrio era reconocido por sus bellos jardines y capillas, por las plazuelas que fungían como mercados y baratillos, y por las verbenas que se efectuaban al aire libre para el disfrute de todos. Analco reflejaba con fuerza el aspecto religioso, sin embargo, pese a las bien arraigadas creencias católicas, se crearon varias leyendas de aparecidos, algunas que en la actualidad son contadas por uno que otro. Hoy en día, aunque un tanto descuidado y olvidado, sigue conservando el aspecto de un barrio viejo y de tradición en Guadalajara, de esos que cuentan historias sorprendentes e inolvidables.
El Centro Histórico, que conserva los aires de una ciudad colonial, es el lugar por donde propios y extraños caminan, se topan y luego tal vez, pasan de largo. Es también donde resulta de lo más común disfrutar una nieve mientras se recorren lugares como la Plaza de la Liberación y la de Armas, donde en su kiosko se puede apreciar -algunas noches- un tradicional mariachi o la Banda de Música de Guadalajara. Las estampas del Palacio de Gobierno y el Teatro Degollado resultan un buen fondo para la foto del recuerdo, en tanto que los niños se divierten con las palomas, algunos corren para espantarlas y otros con la esperanza de imitar su vuelo. Justo ahí, en el primer cuadro de la ciudad, se erige una de las edificaciones más representativas: La Catedral. De inmediato resaltan sus torres San Juan de Dios neogóticas, que aunque no son las originales, ya que éstas se perdieron con el terremoto de 1818, Nació al tiempo de la fundación de la ciudad, se imponen mostrando el azulejo amarillo que se por eso a San Juan de Dios se le considera el barrio distingue desde lejos. más viejo de Guadalajara. Fue la primera zona industrial y agrícola, gracias al río que llevaba el mismo nombre. Cantinas de antaño Hoy, ya sin indicios de aquel río, se le ve coSon muchas las historias que se cuentan acer- mo un lugar tradicional que conserva ese toque ca de La Fuente, la tradicional cantina ubicada en pintoresco y mantiene su viejo espíritu mercan-
til y trasnochador. Los numerosos establecimientos comerciales son su principal atractivo y el mercado que esconde toda clase de productos y platillos, recibe a cientos de visitantes cada día. En los alrededores, se puede encontrar el folclor de los mariachis que complementan la imagen de un lugar que ha sufrido modificaciones, ha visto pasar los siglos y aún así cuenta historias de la vieja ciudad. Apenas a unos pasos, se encuentra la Plaza Tapatía, ese lugar que regala una de las vistas más imponentes de Guadalajara, el Instituto Cultural Cabañas. Pasear por toda esta zona, representa conocer las costumbres e historia de los tapatíos.
Sabores y sazón Pero si se habla de tradición, no se puede excluir la gastronomía típica, ésa que se ha vuelto tan popular, son pocos los tapatíos que no la conocen. Para empezar están los clásicos lonches Amparito, preparados con carnitas, lomo, pollo, jamón, queso de puerco y panela. Se encuentran escondidos tras aquella famosa puerta de madera que encierra uno de los sabores más típicos de Guadalajara. Para encontrar uno de estos, pero de los originales, basta con visitar la Plaza Tapatía y una vez ahí, preguntar por los lonches Amparito –casi cualquiera podría dar referencia–, al llegar sólo es necesario elegir el ingrediente deseado y disponerse a disfrutarlo junto a las vistas de la ciudad. Cerca del Santuario, uno de los lugares donde los tapatíos veneran a la patrona de México, la Virgen de Guadalupe, no sólo se encontrarán fieles religiosos y unos que otros antojitos que son comunes afuera de los templos, también es posible saborear una variedad de lonches que son, como los Amparito, populares y sabrosos. En este caso, se caracterizan por tener sólo la mitad del bolillo, sobre ésta se ponen carnitas, frijoles y lechuga –los ingredientes pueden variar según el gusto de la persona– y el toque final lo da un baño de salsita roja que regala ese sabor especial. Después de disfrutar del lonche bañado, una visita al jardín del Santuario puede dar una idea de cómo los tapatíos disfrutan de “las guzgueras” y las siestas bajo la arbolada.
Sábado 12 de febrero de 2011
EL INFORMADOR
PÁGINA 9-B
TAPATÍO Clásica
Diario de La música como instrumento de fe u n es p ectador Por: Eduardo Escoto
** De transcripciones: Rosa de polvo. Viene de un país que entrega siempre la realidad más evidente, más cercana y más cierta: la del sueño. Allí se guardan, intactas en su feroz novedad, las cosas todas que permiten luego ir construyendo el mundo. Con una implacable precisión, con objetividad notarial y alucinada frialdad de quirófano, guarda el almacén de lo no visto los materiales completos de la visión. Comparece entonces, en toda su poderosa fragilidad, la muchacha de sus dieciséis años y trae, enredados en el resplandor de su presencia, los días íntegros del pasado y de lo que vendría: de lo que llega ahora. Los tempranos desvelos al borde de sus pasos, las fragosas cabalgatas por los años que poblaron sus fantasmas incendiarios, las anchas mañanas esperando la hora del tequila y su tránsito por la latitud de la calle asoleada y rectilínea, el breve y duradero tacto de unos labios que fueron. Comparece la muchacha y todo se ilumina y tiembla de nuevo y por siempre. Con tímido gesto de reina entrega entonces el emblema de todo lo que vive, lo que pasa y lo que queda y que aquí, en esta página, incandesce: una rosa de polvo. Rosa de pólvora y de polvo: explosión detenida, la erosión del tiempo la deshace, la borra, la guarda y la devuelve. Pulvis et umbra… ** De una casa en el sur bajan las voces que cruzan los siglos y las estaciones. Canciones que, cambiando su piel, permanecen las mismas y que ahora crepitan en las ondas del radio en la ciudad absorta. Historias entrelazadas y extraviadas por las décadas y las distancias. Los que se fueron lejos y aunque regresaron ya nunca estuvieron de vuelta, los que se quedaron a mirar como la heredad se disolvía. Bandidos gritando en la noche, mientras se alejan hacia el volcán. Dos hermanos siempre vestidos de claro que recorren los potreros, siembran nogales, tienden acueductos, dirigen el coro en la capilla fervorosa y nueva. El Alabado seguía oyéndose, dicen, mucho después de que se apagaran las lumbradas de la ruina y el coraje. Se oye ahora, y crepita en el mismo fuego, una canción que sin saberlo viene de donde mismo, de ese rescoldo que no acaba. Líneas de grafito, una voz en el radio, los años que pasan. ** Un bonito libro circula ahora, afortunadamente, entre nosotros. Se trata de Ciento un pueblos bellos en México. Un recorrido por otros tantos lugares de la geografía nacional en donde subsiste algo de lo mejor que este país ha construido y alentado. Los textos son de la buena prosa de Guillermo García Oropeza; las notables fotografías son de su hijo Juan Cristóbal García Sánchez. Una delicia descubrir o reconocer –y a veces las dos cosas juntas- los lugares que ayudan a entender tanta sabiduría, tanto buen tino, tanta gracia derrochada humildemente en levantar los solares que nos harán reconocibles. La edición se debe a la generosidad y al mismo buen tino del ingeniero Salvador Ibarra Álvarez del Castillo y el Grupo San Carlos. ** México. Días al borde de un jardín que se despliega, tenso, sobre el reflejo que lo duplica y lo ahonda. De allí a otro jardín en la noche, poblado de presencias que se asoman al futuro. En la azotea la línea de sombra graba con la precisión de un tatuaje la hora que nunca termina de irse. Pero, vuelta otra vez al otro jardín desdoblado y bravío: batalla ahora para regresarse después de la helada artera que lo diezma. En la noche, muy tarde, el reflejo feraz reconstruye minuciosamente cada herida y repara cada daño: amaneciendo, entonces, el sol encuentra novedades que seguir alentando. Cada jardín es, así, responsable de quien lo habita. ** La prosa mesurada, a la vez brillante y exacta, casi siempre misteriosa, de Francois Mauriac, prosigue hablando de su país bordelés: “El viento del equinoccio, detenido por el inmenso bosque oloroso y caliente, no se revela más que en el deslizamiento de las nubes, que en el balanceo de las cimas, que en este ruido de mar que ellas hacen en el cielo.” “Este aliento de menta, de hierbas rociadas de agua, se unía a todo lo que la landa, liberada del sol, horno ahora enfriado, abandona de sí misma a la noche: perfume de brezos quemados, de arena tibia y de resina –olor delicioso de este país cubierto de cenizas, poblado de árboles con los flancos abiertos: yo soñaba con los corazones que la Gracia incendia y que han elegido sufrir.” ** Encontrado en un viejo cuaderno, vuelve este poema de Paul Éluard, se titula De nuestro tiempo: Cuando nuestro cielo haya de cerrarse Esta noche Cuando nuestro cielo haya de resolverse Esta noche Cuando las cimas de nuestro cielo Se reunirán Mi casa tendrá un techo Esta noche Habrá claridad en mi casa Qué casa es mi casa Una mansión un poco de todos lados De todos no importa de quién Pero las más dulces de mis casas Esta noche Serán las de mis amigos. jpalomar@informador.com.mx
Es innegable que uno de los grandes tesoros culturales de la humanidad reside en la música sacra, expresión artística donde la espiritualidad ha manifestado siempre su aspiración a una perfección que le permita trascender su realidad y expresar con toda dignidad los sentimientos que emanan de su fe. En la actualidad, uno de los mayores exponentes de este género artístico es el español Valentí Miserachs Grau (Sant Martí Sesgueioles, Barcelona, 1943), quien se desempeña como presidente del Pontificio Istituto di Musica Sacra y maestro de capilla de la Basílica de Santa María la Mayor, en la ciudad de Roma, un puesto que en los últimos tiempos han ocupado figuras de la talla de Refice, Perosi, Casimiri y Bartoluccci. Miserachs Grau arribó a la capital italiana en 1963 y ha sido allí donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera. Ha ocupado el puesto de organista de la Capilla Julia de la Basílica de San Pedro y ha impartido cátedra en la Escuela Tomás Luis de Victoria de Roma, en cuya fundación tomó parte. Ha enseñado también en el Conservatorio de Matera, Italia, y trabaja activamente como director coral y compositor, destacando entre sus muchas piezas sus oratorios Isaia, Beata Virgo María, Mil anys y Pau i Fructuos, la suite Manresana, el poema sinfónico Nadal y Puccinniana, obra orquestal sobre temas de Puccini compuesta para conmemorar el 150 aniversario de su natalicio. Valentí Miserachs Grau visitará México este mes de febrero con motivo de los conciertos que la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Toluca brindará con sus composiciones en Toluca, Atlacomulco y Tenacingo. — ¿Cómo descubrió su vocación musical? ¿Qué la detonó? — A los seis años ya tocaba el acordeón de mi papá, de oído. Mi primer maestro, Francesc Vives, de mi mismo pueblo, fue fundamental en mi niñez. Después, en Roma, en el Pontificio Instituto de Música Sacra, en los años 1967 y siguientes, el maestro Armando Renzi, inolvidable, me hizo caer en la cuenta de que yo había nacido compositor. — ¿Cuántas obras forman su catálogo de composiciones y cuál es el lenguaje o estilo que usted prefiere para trabajar? — Entre oratorios y composiciones de grande respiro, misas, motetes, obras litúrgicas y religiosas en latín y en otras lenguas, obras vocales e instrumentales, etcétera, creo que alcanzo más de mil títulos, pero un catálogo completo todavía no está hecho. Como lenguaje y estilo, aunque mi base es clásica, soy ecléctico por naturaleza, pero creo haber alcanzado una manera mía personal. Es lo que dice cualquiera que escuche mi música. — Usted ha abogado por el regreso del canto gregoriano a su uso litúrgico, que es su verdadero sentido de existencia, y lo hace en un tiempo en que éste parecía ya relegado a ser una pieza de museo. ¿Cómo y por qué ha de revertirse esta situación? — Porque para la música de iglesia, el canto gregoriano en sí mismo y como fuente de inspiración es imprescindible y de una belleza absoluta. El tesoro del canto gregoriano es tal vez el monumento espiritual y artístico mayor de toda la historia. ¿Cómo ha de revertirse la actual situación? Ahí está el problema. Sería necesaria de parte de las autoridades de la Iglesia una voluntad firme y decidida en tal sentido, pero esto no acaba de llegar. — ¿Habrá tiempo para que Benedicto XVI concrete al menos en sus cimientos una reforma en el aspecto musical de la liturgia como parecía inminente? — Es lo que se esperaba, como hizo San Pío X con su “motu proprio” pocos meses después de su elección como sumo pontífice. Han pasado ya bastantes años y Benedicto XVI tiene ya su edad respetable y está acosado por muchos problemas y mantiene un ritmo de trabajo increíble. Me parece que ya quedan pocas esperanzas... — En opinión del cardenal Bartolucci, la música sacra se encuentra en una crisis. ¿Considera que la propia Iglesia ha contribuido a debilitar esta manifestación artística? — A partir del Concilio Vaticano II, cuya reforma en el aspecto musical se aplicó con prisas y sin mucho criterio, la unidad litúrgica latino-romana se ha roto en mil pedazos, donde se encuentra lo bueno, lo menos bueno y también lo malo. Sólo el canto gregoriano podría garantizar la recuperación de una unidad fundamental y dar sentido e inspiración “católica” a las nuevas composiciones. Se necesitaría gente bien preparada y que se les hiciera un voto de confianza. — Por último, ¿cuál es la máxima satisfacción que le ha brindado su carrera musical? — Poder poner cantos dignos en los labios del pueblo fiel. Poder ejercer como maestro de capilla de la basílica romana de Santa María la Mayor desde hace ¡40 años! Haber tenido la ocasión de evangelizar a través de mis oratorios y música sacra en general.
ESPECIAL
Esperando el renuevo de las viejas ramas del granado, el jardín se afana en recomponer sus huestes. A caballo de las mañanas que ganan terreno, la caja del agua relumbra en lo alto. El desfile de las primaveras de la avenida La Paz prosigue su avance. La luz de la tarde entrega, inéditos, los rojos vislumbres del farallón del Mexicano, del otro lado de la barranca. En esta orilla, cada fresno confirma la sólida sensatez de su presencia misma. Cada fresno entrega a diario la lección de su estampa.
• Valentí Miserachs Grau estará en la ciudad el próximo sábado. En su visita a México, Valentí Miserachs Grau hará un alto en Guadalajara y está previsto que el próximo sábado 19, a las 18:00 horas, oficie una misa en la iglesia de Santa Teresa (Morelos 545), ceremonia que contará con la participación del coro Schola Cantorum Guadalaxarensis interpretando cantos de la tradición gregoriana, como el motete Ecce Panis Angelorum, del propio Miserachs, y un par de composiciones de su director y fundador, Rafael Martín del Campo. El maestro Martín del Campo, quien fue alumno de Miserachs Grau durante su estancia en el Pontificio de Música Sacra, donde obtuvo los magiste-
rios en dirección coral y canto gregoriano, además de haber colaborado con él en las labores propias de su puesto en Santa María la Mayor, le describe como “un músico y una persona extraordinaria” y recuerda como una gran experiencia durante su estancia en Europa la participación que tuvo en la interpretación del oratorio Beata Virgo María para coro y orquesta bajo la dirección de su autor. Obviamente, la entrada a la ceremonia del próximo día 19 será libre, pero se recomienda llegar con antelación dadas las dimensiones del recinto. escotorobledo@gmail.com